Debatir si No mires arriba, el reciente estreno de Netflix, nos llama a actuar ante el cambio climático resulta aburrido y, sobre todo, estéril. Una película pensada para el consumo masivo, como es esta, no pretende convocar solo a la chavalada seguidora de Greta Thunberg. También hará guiños a los retardistas y negacionistas del colapso. Por otra parte, reírse del desastre que se avecina y parodiar nuestra inactividad amplía la audiencia, rebaja la crítica y consuela.
Se me ocurre proponerles un juego en dos tiempos –esta es la primera entrega– que parta de las obviedades anteriores. No mires arriba no es cine político ni social, sino un relato apocalíptico que busca un público masivo. Para alcanzar ese reto, hace digerible la distopía que anticipa. Aborda con humor la imbecilidad individual y colectiva con la que asistiremos al fin del mundo. Cuando este llegue, como ahora, nos limitaremos a negarlo y, luego, a esperar sin poder hacer apenas nada para evitarlo. No mires arriba, ayuda a reconocer el problema; pero no a resolverlo.
Les propongo sacar provecho de la mayor virtud de la película. Diría que reside en la dificultad para distinguir la parodia futurista del relato crítico y veraz sobre nuestro presente. La sátira es el ingrediente base de este pretendido cuasi-documental, que rebaja su tono ficticio con referencias a la actualidad. Pero anticipar el fin acarrea un riesgo inmovilizador. ¿Para qué luchar contra lo inevitable? La risa rebaja la crudeza del pronóstico y normaliza el horror con cinismo.
No les anticipo, aún, el final de la película. Pero adelanto que propone aceptar la inmolación a escala planetaria. No se precisa mucho análisis fílmico para lanzar esta tesis. Y sobran aspavientos por no estar ante una obra altermundista y anticapitalista. ¿Alguien se esperaba otro The End? El “This is the end, my friend” de los Doors, que Coppola filmó con un fondo de Vietnam-USA en llamas y olor a napalm, no cabe en Netflix. La plataforma nunca producirá una segunda parte de Apocalypsis Now emplazada, por ejemplo, en Afganistán. Para empezar, porque Coppola se arruinó haciendo la suya. Y Netflix, por modelo de negocio, no financia proyectos que no aseguren beneficios.
El mayor riesgo de las plataformas –y, por extensión, de la tecnología digital– reside en que cortocircuiten la conversación social y, así, cercenen nuestras facultades para percibir la realidad y actuar sobre ella. No mires arriba aborda este asunto de forma muy lúcida: no queremos saber, sino posicionarnos a favor o en contra. Así que les invito a desplegar ante las pantallas un juego de rol. En esta primera parte deben pensar en los políticos y periodistas que salen en la película.
Vuelvan a ser niños viendo esta peli. Escoja quién será en ella, como ensayo de quién quiere ser “de mayor”. Solo vale pedirse un personaje. Y hay que mantenerlo. Queda prohibido cambiar según las tornas del guion. A lo dicho, hecho y pecho.
Apechugar con lo que escojas ser y hacer esta vida. Esta es la máxima. Porque este juego de rol va sobre nuestra responsabilidad personal y colectiva, sobre lo que decimos y callamos, hacemos o evitamos, en este caos que hemos montado. Lo que sigue, por tanto, contiene spoilers.
Les “estropearé la peli” proponiéndoles que la comenten, antes, durante y después de verla. Miren arriba, abajo y a los lados de la pantalla. Paren la proyección cuando les pete. Encuéntrense allí y entonces con otros espectadores. Se trata de que la sonrisa descreída, el consumo “crítico” y los rezos de una “última cena” no sean las únicas propuestas de acción. Se trata de abrir el debate que los creadores de No mires arriba se arrogan haber planteado pero que, de hecho, clausuran.
Elijan entre ser la joven astrónoma o el investigador senior que protagonizan la película. Cuentan ustedes con seis meses y dos semanas para preparar el mundo ante una “extinción masiva”. Asuma, por tanto, la misión de certificar la inminencia de un “planet killer”: una verdad, una certeza empírica, avalada con datos incontestables y que nadie quiere escuchar. Si la ciencia le trae al pairo, escoja otro personaje. Pero acepte que es un secundario.
La pareja de astrónomos y el cargo de la NASA que les respalda lo tienen claro. El resto del elenco se dedica a boicotearles, con contadas excepciones. Son dignas de ser identificadas, porque sus lazos no se basan en el interés sino en los afectos. Y, con todo, se demuestran impotentes. Los cuidados que se brindan en la película se limitan a convocarse por última vez en familia ante una mesa. Aceptan el final anunciado y dan gracias “por haberlo intentado”. Pero ¿qué? Si además han fracasado.
Identificarse con la pareja de astrónomos ayuda a identificar el resto de roles que nos impiden hacer lo necesario. No quieren consensuarla realidad, porque se niegan a aceptarla. Por eso la endulzan, la niegan o la imputan a conspiraciones y bulos del bando contrario. De modo que la comunicación se convierte en un ejercicio constante de manipulación. Escamotean lo evidente con realidades “alternativas” al gusto del consumidor desaforado y el espectador desquiciado. Y la realidad que se impone depende del lucro que genera para una plutocracia que se sabe impune.
Imaginando que somos los protas de esta historia, Kate –interpretada por Jennifer Lawrence– y Randall –Leonardo DiCaprio–, identificaremos con facilidad los trasuntos del resto de personajes que pueblan nuestra cotidianeidad. En eso consiste el juego: asumida nuestra reticencia a actuar ante tamaña amenaza, señalemos e interpelemos a quienes nos lo ponen imposible y aceleran el desastre. Agrupemos personajes, repasando la película de principio a fin. Convertidos en Kates y Randalls, a ver si desmienten o completan este repaso a políticos, periodistas, gurús tecnológicos y celebrities-creadores de contenidos. Ahora nos fijaremos solo en los dos primeros grupos.
La “clase política” está representada por una presidenta populista, por su hijo y principal consejero, y por un sheriff –antes estrella porno– nominado al Tribunal Supremo. Pónganles nombres y apellidos patrios. Recuerden titulares de quienes negaban tesis científicas por no brindar el 100% de certeza. Y a quienes se sentaron a “aguardar y evaluar” medidas inaplazables, sin permitir que se fiscalizaran las que ellos llevaban a cabo. Y cómo las supeditaron a las encuestas que, a pesar de su enorme incertidumbre, determinaron los calendarios electorales y las designaciones de cargos.
Señalar al clan familiar trumpista y al ayusismo como los correlatos reales de esta forma de hacer “política” apenas tiene mérito. ¿Cuánto tiene de Hillary Clinton o de Kamala Harris la presidenta de No mires arriba que interpreta Meryll Streep? Se lo pregunta Forbes, no yo. ¿Cuánto del Sr. X o M.R. –no son letras al azar–, la presidenta de la CAM? Rebusquen otros perfiles, pero con la óptica del cuñao/á voxista que le amargó estas Navidades. Y encontrarán, entonces, razones comunes para señalar otras muchas dianas. Revestidas de “autoridad y legitimidad democráticas” también han renunciado a hacer política sustantiva. Y también la reemplazan con esa retórica de autobombo que se apaga en el momento de enunciarla.
La inacción política ante los retos que afrontamos también es consecuencia de una inanidad ideológica y programática generalizada. Gestores y representantes públicos la disimulan con gestos, postureos y puestas en escena. Pero, de seguir así, el espectáculo democrático final, como ocurre en el último mitin de la presidenta que encarna M. Streep, se saldará con el apedreamiento de los actores. Esa toma del escenario por los espectadores en No mires arriba ya se produjo el 6 de enero de 2021 ante el Capitolio. Un año después, la degradación de la democracia estadounidense se evidencia en las encuestas: la condena a los instigadores de la subversión y la aceptación de los resultados electorales dividen a la población.
Si el poder no actúa, quizás la Prensa le empuje a hacerlo. Sí, aquel periodismo que se escribía así mismo con mayúsculas. ¿Ya le han encontrado pariente español al New York Herald –¿Times?– al que acuden los científicos para filtrar información? ¿Muestran la misma impotencia para convertir un escándalo de tal magnitud en algo más que un pico de visitas a la web? ¿Y ya han dado con los representantes domésticos de los conductores del Daily Rip? Atrévanse a pensar en un pack Ana Rosa/Ferreras/Évole/Motos/Risto; jueguen a los parecidos y las diferencias. No propongo igualarles ni que apliquen la equidistancia. Piensen en qué coinciden y qué deberían diferenciarse quienes se arrogan la condición de informadores profesionales.
Resultaría burdo imputar la banalización y la mercantilización informativas a un puñado de prestitutos o pseudoperiodistas. Y denotaría una enorme irresponsabilidad eximirnos de la lacra que comportan la trivialización y la polarización digitales. Tanto meme-memez, en su obsesión por el contagio y los baremos de popularidad, conlleva el vaciamiento de sentido y la imposibilidad de diálogo. ¿Cuál es la capacidad de Randall para responder a sus detractores en las redes? ¿Encarna otro papel que el de científico madurito sexi-follable? ¿En qué personaje convierten las plataformas y los medios a Kate? Destrozan su credibilidad y la presentan como una desgraciada por decir a bocajarro lo innombrable. Incluso los padres, en quienes busca refugio, se niegan a acogerla: “ya hay bastante división en este país, no la queremos en casa”.
Queda un segundo tiempo de juego. La que antes fuera heroína en Los juegos del hambre no ha dicho la última palabra.