Es un viejo lema del periodismo acuñado por el diario británico The Guardian en los años veinte del siglo pasado ése de que “los hechos son sagrados y las opiniones, libres”.
Todo, demasiado bonito para ser verdad, y eso es hoy más cierto que nunca, no sólo por culpa de cuanto circula muchas veces de forma anónima e irresponsable por las redes sociales.
De un tiempo a esta parte proliferan en los países que llamamos “democráticos” las voces críticas de los ciudadanos hacia lo que se publica en los medios tradicionales, que pierden cada vez más lectores: hay quien habla de “prensa mendaz” y quien lo califica “propaganda”.
Hay que reconocer que los propios medios tienen bastante culpa de que lo que sucede. La prensa se ha convertido muchas veces por desgracia, y no sólo en las dictaduras, en mera “estenógrafa del poder”.
Basta ver lo que se publica en muchos países, por ejemplo, acerca de la guerra de Ucrania, del relevo en la Casa Blanca o del conflicto palestino israelí, para entenderlo.
La guerra de Ucrania empezó, se dice, con la invasión de ese país por Rusia en febrero de 1922 o, si alguien se remonta más atrás, cita la anexión de Crimea también por la Rusia de Putin entre febrero y marzo de 2014.
Nadie menciona ya el contexto ni los antecedentes del conflicto, por ejemplo, el Euromaidán, la revolución que incluso muchos destacados politólogos estadounidenses califican de golpe de Estado alentado por Washington contra el gobierno elegido democráticamente del presidente Víktor Yanukóvic.
Como se olvida –en realidad nunca lo cubrieron nuestros medios- la violencia desatada por las nuevas autoridades pro occidentales de Kiev contra la mayoría étnica rusa del este del país, que se rebeló en esa parte de Ucrania contra el viraje atlantista del nuevo Gobierno, lo que llevó a una guerra civil con más de 14.000 muertos.
Nada de eso interesa ya, como ya nadie se acuerda de las informaciones publicadas en su día por la prensa estadounidense, por ejemplo, The New York Times, sobre la profunda corrupción y los elementos neonazis en Ucrania.
Hoy, un país cuyo gobierno ha prohibido todos los partidos prorrusos además de los medios críticos, ha cerrado las iglesias ortodoxas rusas y trata de desterrar para siempre la cultura del país vecino, es presentado por los medios de Occidente como una nación que defiende la democracia y “los valores europeos”.
Y el presidente ruso, Vladimir Putin, es sólo un dictador que trata de reconstituir el imperio soviético y al que no se puede permitir que gane en Ucrania porque, si se le deja, no se detendrá allí y correrá peligro todo el continente.
De ahí que a cualquiera que ose contradecir con argumentos tal punto de vista y defienda la diplomacia y las negociaciones frente a un rearme que sólo ha producido muertes y destrucción en aquel país sea inmediatamente tachado de “amigo de Putin” y tenga que recurrir muchas veces a los medios digitales para hacerse oír.
Algo similar ha ocurrido con las últimas presidenciales estadounidenses, cuya cubertura por los medios ha estado tan fuertemente sesgada a favor de la candidata demócrata, Kamala Harris, que impedía ver con claridad lo que allí iba a pasar.
De hecho parecía, y no sólo por sus editoriales sino también por sus informaciones sobre el desarrollo de la campaña, que los medios europeos participaban en esas elecciones al otro lado del Atlántico.
Si uno buscaba alguna opinión discordante, tenía que bucear en el universo de internet, sobre todo en los medios digitales de Estados Unidos.
Hay allí por suerte una serie de portales digitales que acogen a conocidos periodistas de investigación, tanto jóvenes como veteranos, algunos incluso premios Pulitzer que, por discrepar de la opinión dominante o la que interesa en ese momento al poder, no pueden ya expresarse en los medios tradicionales.
El triunfo de Donald Trump, que habían predicho esos profesionales más pegados a lo que sucedía en la calle que sus colegas de los grandes diarios como The New York Times, The Washington Post o el Financial Times pilló a muchos gobiernos europeos con el pie cambiado.
Habían tomado sus deseos por realidades, se habían creído la propaganda de los medios de referencia a ambos lados del Atlántico y ahora parecen perplejos por el triunfo aplastante del por ellos detestado candidato republicano.
Algo pues parecido a lo que ocurre, por ejemplo, en Alemania, donde escribo este artículo, con la guerra de Ucrania o el genocidio de Gaza.
Los medios germanos informan casi únicamente y de forma propagandística de los sufrimientos de una de las partes –en su caso, la ucraniana o la israelí-, mientras se prefiere ignorar lo que ocurre al otro lado del conflicto.
Y hablan de “régimen” y no de “gobierno” si se trata de Rusia, de Irán o cualquier otro país del “eje del mal” o se califica continuamente de “terrorista” a Hamás mientras que ese calificativo jamás se utiliza para el Estado sionista [1].
Lo que se agrava por el hecho de que, en el caso concreto de Ucrania, desde que comenzó la guerra de Ucrania, que Moscú califica también propagandísticamente de “operación especial”, Bruselas decidiese prohibir la difusión en los países de la UE de todos los medios rusos. Un hecho sin precedentes en democracia.
Notas:
[1] Para quienes conozcan el idioma alemán hay un libro excelente de la politóloga Renate Dillman sobre la manipulación mediática titulado “Medien. Macht. Meinung” (Ed. PapyRosa).