ALIANZA MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO
La policrisis que atenaza al conjunto de la ciudadanía adopta múltiples rostros: el coste de la vida, la factura climática, el declino democrático…, todo ello mientras las élites económicas continúan acumulando riqueza y privilegios. Desde la pandemia, los cinco hombres más ricos del mundo han duplicado su riqueza, mientras que millones de personas enfrentan mayores dificultades económicas. Esta concentración de riqueza se ve impulsada por beneficios récord de las grandes empresas, especialmente energéticas, en un contexto de inflación fósil y encarecimiento de la vida. A su vez, la comunidad científica nos alerta de que seis de los nueve límites planetarios esenciales para la vida ya han sido superados. De hecho, si el nivel de consumo medio en España lo extendiéramos a todos los habitantes del mundo, necesitaríamos los recursos de 2,7 planetas para vivir. La raíz de esta situación es un sistema económico que prioriza el crecimiento por encima del bienestar, alimentado por combustibles fósiles y guiado por una lógica extractiva que amenaza nuestro presente y futuro.
El problema: crecer como si no hubiera un mañana
Simon Kuznets, Nobel de Economía y creador del PIB como indicador económico, ya advirtió que éste no mide el bienestar de las personas ni la salud ambiental. Entonces, ¿por qué insistimos en que crezcan sectores como la industria del plástico, los pesticidas o la producción de tanques, mientras languidecen actividades como la agricultura ecológica, el transporte público, la renovación energética de los hogares o la regeneración de ecosistemas? El crecimiento económico, tal como está concebido hoy, concentra el poder en manos de unos pocos, acelera la destrucción ambiental y profundiza la desigualdad. Y sin embargo, tal como plantea el economista Tim Jackson, la prosperidad puede existir sin depender del crecimiento económico constante. Necesitamos urgentemente democratizar la economía, salir del objetivo fake del crecimiento infinito per se y transitar hacia una Economía del Bienestar para las personas y el planeta. La buena noticia es que este cambio es una enorme oportunidad de progreso y nos dará más oportunidades de futuro frente a la policrisis.
Tres claves para el cambio
La transformación hacia un nuevo modelo económico no solo es urgente, sino posible. Para ello hay tres claves fundamentales:
- Dinero público a favor del cambio: Dinero hay, pero está en los bolsillos equivocados. Es imprescindible eliminar las subvenciones a combustibles fósiles y actividades destructivas, así como poner fin a la evasión fiscal de grandes fortunas y corporaciones. Esos fondos deben invertirse en salud, educación, energía limpia y accesible, alimentación saludable y resiliencia ecológica.
- Democratizar acuerdos y leyes: Debemos reforzar leyes y tratados que protejan los bienes comunes, limiten el poder corporativo y promuevan una mayor inclusión y transparencia. Es vital frenar la influencia de los lobbies contaminantes que distorsionan las decisiones políticas y hacer partícipes a los pueblos del Sur Global.
- Cambiar nuestra mentalidad: Hay que promover valores como el cuidado, la cooperación y el consumo responsable y el compromiso con las generaciones venideras. Frente a los 560.000 millones de euros que se invierten al año en publicidad, necesitamos una ciudadanía crítica que no se deje arrastrar por promesas de consumo insostenibles.
¿Cuánto cuesta un donut?
Hay un déficit persistente de inversión verde y social que nos impide cambiar hacia la economía del donut que garantiza derechos y seguridad ambiental. Los números en la UE señalan que se necesitarían unos 520.000 millones de euros más al año para transformar en verde sectores clave como transporte, vivienda y agricultura. En el caso de España, en particular, y según un estudio de Greenpeace, se debería duplicar la inversión en transición ecológica justa. Además, el déficit en gasto social en la UE alcanza los 192.000 millones de euros anuales. En España, esto se traduce en una diferencia respecto a la media europea equivalente a 658 euros menos por habitante al año. Invertir en bienestar no solo es justo, también es necesario para reducir nuestra vulnerabilidad ante futuras crisis. Y sin embargo, la propuesta de rearme de la actual Comisión amenaza con dilapidar preciosos recursos necesarios para nuestro bienestar.
Que las corporaciones y los ultrarricos paguen
Los costes climáticos siguen al alza. Entre 2021 y 2023, alcanzaron en la UE 162.000 millones de euros. En España, una sola DANA en Valencia, provocó 227 víctimas mortales y daños por 18.000 millones de euros. La mayor parte de estas pérdidas no son asumidas por quienes las provocan: tres cuartas partes de las emisiones del IBEX-35 no pagan el coste de sus daños, y solo Repsol genera impactos económicos por valor de 12.000 millones anuales. Por otro lado, 500 multimillonarios europeos, que evaden riquezas por valor de 2,4 billones de euros en paraísos fiscales, se escaqueen mientras los Estados imponen medidas de austeridad a la ciudadanía. Por ello, gravar la riqueza y la contaminación es posible y necesario y, con ello, financiar servicios públicos esenciales y una agenda de soluciones que garantice el llegar a “final de mes” y la urgencia de evitar “el final del mundo”.
Dar una oportunidad al bienestar
“El dinero está, solo que en los lugares equivocados”, frase que se atribuye a Axel van Trotsenburg (Banco Mundial) y que es de completa actualidad. A nivel global, las subvenciones perjudiciales para el medio ambiente alcanzan cifras históricas: 2 billones de dólares en ayudas directas y hasta 7,25 billones si se incluyen costes ocultos y externalidades, es decir, casi el 8 % del PIB mundial. En el sector agrícola, más de la mitad de las ayudas explícitas dañan la naturaleza. En la UE y en España la crisis energética de 2022, provocada por la guerra de Ucrania, ha intensificado el ciclo de dependencia de los combustibles fósiles, disparando la inflación y beneficiando a un puñado de empresas. Para mitigar el impacto del alza de precios, muchos gobiernos aumentaron las subvenciones a carburantes y gas, a pesar de que el Banco de España ya advirtió de su baja eficacia social y de los efectos regresivos a largo plazo. Según Greenpeace, en 2024, las subvenciones tóxicas en España alcanzaron los 23.330 millones de euros, que generaron un coste ambiental que alcanzó el 2% del PIB. Revisarlas permitiría duplicar los recursos destinados a políticas de bienestar. La necesidad de coherencia del dinero público es un debate que languidece desde años 90, y en la actualidad sólo un 4% de los países incluye dicho compromiso en sus planes climáticos.
Cambiar el “chip” supone una oportunidad para el bienestar y el sentido común. Existe un pluriverso de soluciones a nuestro alcance ¿Por dónde empezar? Hay que poner el foco principalmente en tres sectores clave: agricultura, energía en los hogares y transporte. Estos sectores generan el 50 % de las emisiones en todo el país. Impulsar soluciones que ya existen, son buenas para el bolsillo de las personas y reducen nuestra huella en el planeta. Además son abordables con un poco de coherencia presupuestaria y de justicia fiscal – y menos armas -. El mundo necesita dejar atrás un modelo basado en el crecimiento destructivo y avanzar hacia una economía que cuide de las personas y del planeta. Es hora de reorientar los recursos públicos hacia soluciones que aseguren un presente y futuro digno. En definitiva, se trata de invertir en soluciones que contribuyan a saldar nuestra deuda con el planeta, con una mayor democratización de la economía y generando más bienestar. Un cambio de sistema es posible y necesario para nuestra generación y las que vengan después.