“Las preguntas verdaderamente importantes son siempre más importantes que cualquiera de sus respuestas”. Almudena Grandes
Forma parte de nuestra esencia, lo hicimos desde el principio, nos construimos así, sin saberlo, de manera innata. Con el habla incipiente, no cesamos de formular preguntas, casi sin querer, como si no fuera posible ver y entender el mundo de otra manera. Así dimos forma a nuestro entorno, estructurando los espacios de nuestra mente. Con los ojos bien abiertos y brillantes abrimos nuestro conocimiento a lo que es nuevo e incomprensible. Pero, por desgracia, un día dejamos de hacerlo, como si ya lo supiéramos todo, como si el asombro de lo nuevo se esfumara.
Ya de mayores, más arrogantes y presuntuosos, creemos que preguntar es de débiles, una cosa inútil, infantil o estúpida. Entonces, con prepotencia, reclamamos respuestas sin habernos hecho previamente la pregunta de aquello que preferimos ignorar. Dejamos de entender, y solo juzgamos, nos convertimos en predicadores de la verdad, nuestra verdad, la que no permite discusión, la que no es cuestionada, petrificada.
A falta de reflexión, sin interrogantes, la razón absoluta se apodera de la mente, sin resquicios, y solo permite la confirmación constante de lo ya sabido. Es cuando sin formular la pregunta exigimos la respuesta, nuestra respuesta, la única que nos sirve para convalidar nuestro pensamiento y convicciones. En la sociedad de la sobreinformación, el pensamiento crítico desaparece, se deshace cuando las redes convierten lo complejo en simple, cuando el debate se esfuma entre ideas virales que se transforman en doctrina. Las inercias de bulos y mentiras anulan el análisis, todo es opinión y no interrogante. Pensar cansa, reflexionar ya no está de moda.
La pregunta es un espacio abierto, rico y fértil donde nace el humanismo y la ciencia, donde se crean dimensiones performativas e imaginativas, que permiten el diálogo, la escucha, la iniciativa y el progreso. Pero también resulta peligrosa, porqué asusta, es incómoda, ofensiva e insurgente. La pregunta nos enfrenta a nuestras contradicciones, nos hace vacilar, es el motor que nos lleva adelante, nos impulsa, nos motiva, nos interpela, nos ayuda a discernir el camino más adecuado para transitar entre nuestras incertidumbres, entre los claroscuros, en esta zona intermedia donde la duda se manifiesta.
Cuando desconfiamos no nos sometemos a respuestas banales, nos comprometemos a buscar preguntas para entender. La comodidad y el hastío son enemigos de la crítica que demanda esfuerzo y responsabilidad. Ya lo decía Einstein, lo importante es no dejar de hacerse preguntas, para conseguir descifrar los enigmas de la vida. Pero ya no es suficiente con las preguntas primigenias: ¿De dónde venimos?, ¿Qué somos?… Existen infinidad de respuestas a estos enigmas abstractos y autoindulgentes, ahora debemos pasar del creer a la acción, a la voluntad, al empeño, formulando preguntas proactivas que nos sacudan de la complacencia.
La respuesta, en cambio, puede resultar intolerante cuando no interroga el porqué de su origen/pregunta. La respuesta se convierte en solución, en estación final, sin recorrido, en una especie de acto de fe formulado por alguien que no soporta ser interpelado. Sin pregunta no hay réplica, desaparece la pólvora de la disidencia, se desvanece la fuerza del cambio. El populismo se desenvuelve cómodamente en este ambiente, en un mundo donde la gente ha dejado de razonar y proyectar mundos nuevos. A falta de preguntas transformadoras, la derecha proclama respuestas dogmáticas, incendios morales en un mundo árido de ideas.
Así, por ejemplo, es más fácil criticar la inmigración, sobre todo cuando uno no pregunta por qué toda esta gente huye de sus países. Es cómodo aceptar también la opresión si no se pregunta antes por las continuas vejaciones que sufren las minorías. Tampoco se puede defender el machismo sin preguntarse por la atávica injusticia social a la que están sometidas las mujeres, así como aceptar la crisis climática sin cuestionar nuestro modo de vida insostenible. No reconocer los profundos abusos a los cuales nos vemos sometidos, se debe en gran medida a la incapacidad de no querer sospechar, entender y escuchar. Ante tanto atropello y tantas mentiras, nos rebelamos con más preguntas.
La soberbia humana se empequeñece cuando la humildad de la pregunta aparece, el autoritarismo se debilita cuando la pregunta combativa prevalece, aquí nace la democracia entendida como un espacio donde todo es cuestionado, debatido i contrastado. Para avanzar necesitamos hacernos nuevas preguntas para mirar hacia sitios que no hemos mirado todavía. Interrogarnos constantemente para construir los nuevos puentes que nos lleven a las respuestas que siempre hemos soñado.
“El sabio no es el hombre que proporciona las respuestas verdaderas, es el que formula las preguntas verdaderas.” Claude Levi-Strauss