¿Quién necesita una mentalidad de guerra?

Marià de Delàs

Periodista

Lviv (Ukraïna). Destrucción provocada por misiles rusos en el oeste de Ucrania EFE/EPA/MYKOLA TYS.

La guerra en Ucrania genera un descomunal sufrimiento entre gente normal que nunca habría querido verse implicada en una conflagración sangrienta. Es una obviedad escondida o disimulada, porque en el relato que recibimos sobre lo que pasa en aquel país a menudo se pone mucho más el acento en las posiciones ganadas o perdidas sobre el territorio por uno u otro ejército, en los discursos oficiales, las valoraciones, las expresiones patrióticas, las proclamas belicistas o en la descalificación mutua entre enemigos, que en las muertes, la devastación, la pobreza, la angustia, el dolor, los exilios y el miedo que provocan y han provocado las acciones militares.

La invasión ordenada por Vladimir Putin sorprendió el mundo entero. Casi nadie la preveía y quien la tenía en su agenda guardaba sus planes, pronósticos o informaciones en el más absoluto secreto. Ahora tampoco hay quién se atreva a hacer conjeturas claras sobre cuándo puede acabar la destrucción y el derramamiento de sangre. El enfrentamiento parece indefinido. Hay quién tristemente confía en que el elevado número de bajas mortales y el agotamiento de municiones hará posible el desenlace del conflicto en un momento u otro con la capitulación de una parte. De hecho, es evidente que Rusia mantiene los bombardeos, que Estados Unidos y la Unión Europea han optado por la escalada militar y que todos se abstienen de proponer cualquier iniciativa diplomática o de abrir alguna expectativa pacificadora.

Necesitamos una mentalidad de guerra”, dijo claramente y sin rubor el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, en reunión con los ministros de Defensa de esta organización hipotéticamente dedicada a implementar la cooperación entre sus estados miembros y a servir a los intereses de la ciudadanía.

Borrell, que tiene adjudicada la máxima responsabilidad sobre la “diplomacia europea”, anunció que Europa occidental ha de fabricar centenares de miles de proyectiles, tiene que vaciar sus arsenales y dedicar un presupuesto extraordinario a la compra de armamento y munición a terceros países para apoyar al ejército de Ucrania.

Tras este propósito seguramente existe una buena y creciente dosis de visceralidad, y de brutalidad irracional, por qué no decirlo. Frecuentemente los comportamientos de algunos participantes en cumbres y reuniones en los más altos niveles de la vida política son mucho más impulsivos y vulgares de lo que se piensa desde la sociedad civil, pero hay que suponer que tras las grandes decisiones, como la nueva apuesta belicista occidental, también existen estrategias pensadas que se ocultan o disfrazan bajo un lenguaje aparentemente humano. En esta guerra, como en tantas otras, la verdad es una de las primeras víctimas.

Tal y como se explicó recientemente en un encuentro organizado por este diario sobre ‘Qué puede hacer Europa para la construcción de la paz en Ucrania’, “falta información fiable sobre el desarrollo de este conflicto”, y quien procura realizar una tarea periodística rigurosa “lo hace en medio de un océano de desinformación que en nada ayuda a saber lo que pasa”. Cada día se nos suministran  “análisis” e “informaciones” subordinadas a la propaganda difundida por responsables de gobiernos, ejércitos y aparatos de Estado en general.

“Una de las consecuencias inmediatas de esta guerra, en la cual la información sobre el conflicto está sometida a la censura primaria de los estados mayores, a la censura secundaria de las corporaciones mediáticas y a las cajas de resonancia y propagación de las redes sociales, es que el acercamiento a los hechos no garantiza más que grados variables de certeza”, explica el escritor Raúl Sánchez Cedillo en un libro (*) repleto de argumentos en favor de una “política emancipadora, en contraposición a la propaganda de guerra y la instauración de un régimen de guerra en nuestras sociedades”.

Esta opacidad ha hecho imposible conocer, por ejemplo, lo que prevén los más altos responsables militares ante las alusiones a la posible utilización de los arsenales nucleares. Analistas y expertos en geoestrategia especulan sobre si llegará un momento en cual el régimen de Vladimir Putin se sienta arrinconado por el bloque occidental hasta el punto de recurrir al armamento atómico, sobre la medida en la cual lo utilizaría y sobre cuál sería la respuesta de la OTAN y la Unión Europea.

Hay que suponer en cualquier caso que ministros y mandos militares contemplan esta hipótesis y que ninguno de ellos frivoliza sobre el significado de hechos tales como la suspensión por parte de Rusia de su colaboración en el tratado START. Nadie puede ignorar que el descontrol de los arsenales nucleares puede acercar la humanidad a escenarios indudablemente apocalípticos.

El derecho de la población ucraniana a defender su soberanía y a exigir la retirada de las tropas rusas es indiscutible pero, tal como explicaron en reciente conferencia Pere OrtegaTica Font, investigadores del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, “cuando hay posibilidad de guerra nuclear es imposible hablar de guerra justa”. Ninguna persona sensata puede creer que la resolución de un conflicto como el de Ucrania puede venir dada por la utilización de armas atómicas de cualquier alcance. Cuesta imaginar los efectos terroríficos y devastadores de una nube nuclear en territorio europeo. Es una posibilidad que no se puede descartar. De momento, la escalada militar que propician la OTAN y la UE no ofrece otra perspectiva que el horror sin fin, el caos y la prolongación indefinida de la catástrofe humanitaria.

La confrontación militar en Ucrania no empezó en 2022. Los prolegómenos hay que situarlos en 2014, pero nadie puede dudar de que la guerra actual, que ha sido dibujada por muchos medios como una “guerra de autodefensa”, se ha agravado exponencialmente e internacionalizado desde hace un año después de una invasión criminal, la del ejército ruso. Aun así, aunque no se dice con suficiente frecuencia, resulta evidente para cualquier persona que no cierre los ojos que millones de ucranianos se han visto obligados a buscar refugio lejos de su tierra y que decenas de miles de personas han perdido la vida como consecuencia de un choque de intereses y lógicas que poco tienen que ver con los de la población normal de Ucrania y de Rusia. Choques de intereses entre oligarquías de estos dos países, entre los dirigentes rusos y los del OTAN y también entre Estados Unidos y China.

“Todas las guerras tienen solución, si se actúa sobre sus causas”, explica Ortega, pero hasta el momento no se ha podido ver ninguna iniciativa gubernamental en esta dirección. Por no haber no hay ni siquiera una propuesta de alto el fuego por parte de algún país occidental.

Tica Font y otras personas dedicadas a la investigación y estudio en favor de la paz coinciden en que “la invasión de Ucrania marca el inicio de una nueva era”, “un cambio de ciclo”, “un horizonte de imprevisibilidad sin precedentes en el último medio siglo”.

Quién quiera hacerse una idea sobre lo que nos espera es preciso que intente filtrar la información que recibe y que no dé por buena la que aparece claramente sesgada y que se nos ofrece cotidiana y constantemente. Hay que interesarse por los abundantes episodios trágicos que ha sufrido el pueblo de Ucrania a lo largo de su historia bajo los efectos del capitalismo, la guerra, el fascismo, el estalinismo y la contaminación nuclear… Y además, hay que escuchar y leer atentamente a los estudiosos sobre el tema y no dejar de buscar respuestas en sus textos y conferencias a una serie de preguntas bastante complejas:

¿Por qué proliferan los gobernantes apologetas de la guerra? ¿A quién beneficia la prolongación del conflicto? ¿Qué papel juegan y han jugado los oligarcas rusos y ucranianos? ¿Qué recursos naturales y económicos se encuentran en disputa? ¿Representa Rusia una amenaza militar que se pueda eliminar? ¿Por qué existe consenso en la UE sobre la conveniencia de aumentar los gastos en Defensa? ¿Qué sentido tiene la ampliación de la OTAN hacia el Este a pesar de la oposición de Rusia? ¿Qué efectos tiene el crecimiento de esta alianza militar sobre el mercado de las armas? ¿China ha formulado una propuesta en 12 puntos en favor de la paz. ¿A quién la ha dirigido? ¿Cómo hay que interpretar las recientes y múltiples advertencias de Estados Unidos contra China en los ámbitos económico, tecnológico y militar? ¿Qué nuevas formas de guerra y qué tecnologías se ponen a prueba en este conflicto? ¿Se puede recomponer de alguna manera el control sobre el armamento nuclear? ¿Por qué el pacifismo no despierta y no consigue movilizar multitudes ante la tragedia ucraniana? ¿Hasta qué punto podrán mantener las autocracias rusa y ucraniana en la represión de las libertades en sus respectvos países? ¿Por qué motivo se presenta el apoyo occidental a Ucrania como una acción en defensa de la democracia?

Hay que despejar incógnitas y buscar respuestas a todas estas y otras preguntas porque la necesidad de iniciativas pacificadoras adecuadas a la situación es acuciante, en defensa de la vida. Hay que “sabotear” de alguna manera “las condiciones que hacen posible el régimen de guerra”, afirma Sánchez Cedillo en su trabajo. Esta guerra, piensa, no finalizará en Ucrania, porque “más allá de efímeras treguas o de solemnes acuerdos de paz, que se violarán tan pronto como sean firmados, en ella se concentran contradicciones y antagonismos de tres tipos, todos irreconciliables bajo el actual estado del capitalismo: un conflicto de independencia nacional, un conflicto interimperialista y un choque de hegemonías en el sistema-mundo”.

Sánchez Cedillo considera “indecente prescribir a una población civil sobre cómo se tiene que comportar ante una agresión militar contra su territorio”, pero también se pregunta sobre si tiene algún sentido hablar de “guerras justas” en un “ecosistema biopolítico dominado por las máquinas de guerra… que impiden el control político de la guerra”. “Si queremos seguir hablando de guerras justas, será de aquellas en las que se juega la existencia física misma de pueblos y culturas enteros”, dice, y hace referencia al pueblo kurdo en Rojava, al palestino contra el militarismo de Israel o al saharaui, pero pide que se descarte para siempre la idea según la cual “de una guerra moderna puede surgir una democracia emancipadora o que una democracia pueda ser compatible con una guerra moderna”. Para ilustrar claramente el valor que otorgan a la democracia los dirigentes de las partes enfrentadas en la guerra en Ucrania, el autor señala reiteradamente que tanto las oligarquías rusas como las ucranianas se acusan mutuamente de fascistas y neonazis mientras unas y otras alimentan y utilizan mercenarios y combatientes nazi-fascistas en los campos de batalla.

En este contexto, el activismo pacifista, el antimilitarismo y las prácticas no violentas se presentan como las líneas de acción política más realistas y sensatas para encarar el nuevo ciclo abierto con esta guerra. Los partidarios de la desobediencia civil se han cargado una vez más de razones para extender su movimiento.

En Ucrania, la objeción de conciencia quedó derogada con la ley marcial, pero miles de jóvenes han eludido el reclutamiento obligatorio o han desertado de las unidades militares, explica Aitor Balbás Ruiz, en el epílogo del libro de Sánchez Cedillo.

En Rusia, la deserción también se presenta como una alternativa a pesar de las penas de prisión previstas en la reforma del código penal aprobada por la Duma contra quien incumpla las órdenes de movilización o la ley marcial. El grado de conciencia antimilitarista no es mayoritario, pero mucha gente huyó, confirmó la periodista rusa y colaboradora de PúblicoInna Afinogenova, en el citado encuentro organizado por este diario. “Hay que dar la mano a todos aquellos que no quieren coger una arma”, concluyó.

Ellos no necesitan la mentalidad de guerra que exige Borrell. Objetivamente solo interesa a quienes sacan provecho directo o indirecto del negocio de las armas y quienes desean tener más control sobre la extracción de minerales y la producción de alimentos para acumular más y más capital, aunque estas ambiciones nos conduzcan hacia la barbarie.

(*) Sánchez Cedillo, Raúl. Esta guerra no termina en Ucrania. Katakrak, noviembre 2022.