Sayd Bahodín Majruh, nacido en Afganistán en 1928 y asesinado en Pakistán en 1988, escuchó un día junto a su hermana los landays, poemas muy breves con los que las mujeres afganas muestran su rebeldía ante la situación de extrema sumisión que padecen. Y plasmó esta experiencia en el libro El suicidio y el canto (ediciones del oriente y el mediterráneo, 2002) traducido al castellano por la poeta, escritora y académica Clara Janés, autora también de la Introducción, en la que podemos leer:

[…] algo sencillo y esencial se afirma constantemente en esta poesía: el canto de un ser terrenal, con sus preocupaciones, sus inquietudes, sus alegrías y sus placeres; canto que celebra la naturaleza, las montañas, los valles, los bosques, los ríos, el alba, el crepúsculo y el espacio imantado de la noche; canto que se alimenta también de guerra y honor, vergüenza y amor, belleza y muerte.

 ¿No te da vergüenza, con tu barba blanca?

Acaricias mis cabellos, y yo río para mis adentros.

Mujeres sin ningún derecho, condenadas, sometidas, escarnecidas, consideradas seres de segunda categoría, encuentran en estos landays una forma de desafío y rebeldía a través de su canto en los territorios del amor, el honor y la muerte.

La mayor parte de estos landays nacen fruto de la improvisación de estas mujeres cuando van a por agua o en fiestas familiares, como una forma de expresar el gozo y la felicidad que proporciona el amor apasionado, siempre referido al amante, nunca al marido, que en esa sociedad ha sido impuesto por los hermanos de la novia.

El suicidio es considerado una cobardía y está prohibido por el Islam. Para estas mujeres es una forma de proclamar trágicamente su odio a la ley comunitaria. Incluso la elección de los medios para darse la muerte subraya el sentido iconoclasta del sacrificio: este se lleva a cabo por envenenamiento o ahogo voluntario. Ni bala disparada al corazón, ni ahorcamiento, pues los medios necesarios —fusil o cuerda— tienen demasiado que ver con las manos execradas. Con el fusil el hombre caza y guerrea, con la cuerda ata el ganado, los haces de leña y las pesadas cargas…, escribe Clara Janés

¡Oh, primavera! Los granados están en flor.

De mi jardín guardaré para mi amado lejano las granadas de mis senos.

De esta forma, la poesía se convierte en el arma que esgrimen estas mujeres contra la crueldad y la intolerancia a la que han sido condenadas, dejando dos testimonios de su rebeldía: el suicidio y el canto.

Mi amante es un collar en mi cuello.

Puede que vaya desnuda, pero sin collar, ¡nunca!

Es un rostro fascinante el que emerge de estos textos, en los cuales la mujer canta y habla de sí misma, del hombre y del mundo que la rodea; un rostro orgulloso, despiadado y rebelde, continúa diciendo Clara Janés en su Introducción a este hermoso libro.

«Pequeño horrible», coge el fusil y mátame.

Mientras me quede vida no renunciaré a mi amante

Ahora, el 15 de enero a las 19.30 h, de la mano de Clara Janés, se celebrará una velada poética en torno a este libro y una visita a la exposición Hazara: Autoficción y costumbrismo en Afganistán, en la galería Sura (C/ Baños de Montemayor, 7, Madrid).

Habrá un brindis por la recuperación de la voz y el canto de las mujeres afganas.

El Gobierno de facto de Afganistán ratificó una ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio que obliga al uso del velo para cubrir el rostro de mujeres, y condena el sonido en público de la voz de mujer como una falta contra la modestia, implementando la interpretación más rigurosa de la ley islámica. (Público 24/8/2024)

Como sabemos la vida en Afganistán se circunscribe a lo que la teocracia talibana, islamista suní, que recuperó el poder a la fuerza con la retirada de las tropas internacionales en 2021, decide.

Eso incluye que permite detener y encarcelar arbitrariamente a cualquier ciudadadana/o, ejecuciones públicas, el empleo de castigos corporales, tortura, en suma…. la suspensión de todo respeto a los Derechos Humanos. A lo que se agrega en un capítulo especialmente feroz y cruento, el tratamiento a las mujeres.

Sus vidas están abusivamente restringidas en todos los aspectos que las podrían hacer más “vivibles”: no pueden moverse solas, es necesario que las acompañe un hombre de la familia, no tienen acceso a la educación, no pueden trabajar si no es en algunos de los hospitales para atender exclusivamente a niñas y mujeres que no pueden ser atendidas por hombres, no pueden elegir si quieren casarse, o con quien, ni por supuesto si están dispuestas o no a tener hijos. No pueden ir a parques, ni a gimnasios, ni subir en autobuses donde haya hombres…

Mientras tanto “El número de matrimonios precoces y forzados en el país ha aumentado enormemente debido a la grave crisis económica y humanitaria y a la falta de perspectivas educativas y profesionales para las mujeres y las niñas, por lo que, ante esta situación tan desesperada, las familias obligan a las mujeres y niñas a casarse con talibanes; a la par que los talibanes obligan a las mujeres y niñas a casarse con un talibán. Esto tiene un grave impacto en la salud y la vida de las niñas y mujeres, quienes ven mermada su autonomía y su poder de decisión con respecto a su cuerpo y su futuro, teniendo graves consecuencias para toda su vida(Amnistía Internacional).

Dicho sea de paso, los hombres pueden tener hasta 4 mujeres.

Así, en un país con millones de personas en una desesperada situación de hambre y pobreza, con frecuentes terremotos y otros desastres naturales, el “asunto “que merece mayor atención es la propagación del vicio y las faltas contra la modestia cometidas por las mujeres.  De modo que asistimos una vez más al despojamiento de toda tapadera para justificar la violencia, en este caso de “ese” estado contra las mujeres.

La condena de la voz como falta “contra la modestia” pone de manifiesto que al hablar las mujeres somos peligrosas en varios sentidos simultáneamente:

  • mostramos que pensamos, aunque todas las condiciones de subsistencia sean represoras, denigrantes, amenazantes.
  • y que con nuestra “falta de modestia “nos negamos a desaparecer, desafiando las prohibiciones y resistiendo a las condiciones que nos llevan invisibilizando, excluyendo y silenciando.
  • somos temibles hasta “escondidas” debajo de un burka porque nuestra sola presencia les recuerda que seguimos representando para ellos (siglo XXI ¡!!!) la tentación, el peligro del turbio deseo que no se han ocupado de tramitar sin eliminarnos como objeto sexual visible y hasta audible.
  • encarnamos el riesgo siempre presente de la desobediencia, de no plegarnos con la sumisión que nos correspondería a su mandato. De no sumarnos a su delirante creencia sobre cómo debe ser una mujer.
  • significamos la inquietante “otredad”. De la que no quieren saber nada: se trata de que cumplamos la función que nos tienen encomendada de esposas y madres…o ¿esclavas sexuales y reproductoras del sistema?
  • siempre es sospechoso lo que oculta nuestra mente. ¿Cómo confiar en lo que una mujer siente o piensa en su fuero íntimo (la habitación propia psíquica)?? Sobre todo, sometida a hacer desaparecer su singularidad subjetiva. De modo que clausurarla es aparentemente lo único que hace que estos hombres, ese aparato de poder, se sientan a salvo.
  • sabemos que siglos de oscurantismo y persecución nos han dejado marcas traumáticas, pero que también potenciaron la necesidad de acceder a lo que nos habían negado.
  • Que debajo de todo lo que nos cubrió de humillación y nos impusieron como modelos de virtud resistió siempre la pregunta, la duda, la rebelión sobre el maniqueísmo al que habíamos sido condenadas. El psicoanálisis lo describe como “retorno de lo reprimido”.
  • Que el gobierno (de facto) de un país quiera hacer desaparecer a las mujeres arrasadas por el fanatismo de sus leyes sigue siendo otra demostración de cómo aún en culturas diametralmente opuestas, en tantísimas cuestiones la convivencia con lo diferente, la tolerancia a lo que nos cuestiona, nos pone en duda, o imposibilita nuestra ilusión de certeza facilita que los seres humanos intentemos suprimir lo inquietante de esa otredad.

Pretenden acallar esas voces que seguirán resistiendo en un ensordecedor silencio.