ALIANZA «MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO»

A estas alturas hay pocas dudas ya de tres aspectos centrales para entender el contexto actual. El primero es que nuestro sistema socioeconómico, el capitalismo, requiere de una expansión constante para no entrar en crisis. Esa expansión se sostiene sobre un consumo creciente de materia y energía que, aunque puede ser de formas distintas, siempre implica un impacto ambiental al alza.

El segundo es que nos encontramos en una policrisis que está poniendo coto a la capacidad de crecimiento económico sine die. Desde fenómenos meteorológicos cada vez más frecuentes y virulentos con un fuerte impacto económico (la dramática dana valenciana es un ejemplo reciente), hasta disrupciones ecosistémicas (como la COVID-19, que tuvo detrás la pérdida de funcionalidad ecosistémica), pasando por problemas de acceso a recursos energéticos (el primero de todos el petróleo) y materiales (cobre, fósforo y tantos otros).

Si bien el capitalismo ha tenido la capacidad de reinventarse durante las transformaciones socioambientales que ha vivido hasta la actualidad, hoy las variables de las crisis ecosistémica, climática, energética o de materiales hacen que las recetas del pasado (mecanización, financiarización, deslocalizaciones…) y las del presente (automatización, digitalización o desarrollo de la inteligencia artificial) no vayan a ser suficientes para mantener sectores productivos que están condenados a una drástica reducción, cuando no directamente a la desaparición. La forma en la que se dé esta reducción y lo que venga después dependerá de la fuerza, la organización y la inteligencia que la clase trabajadora ponga en marcha hoy mismo.

El tercer aspecto es que en nuestras sociedades de mercado dependemos de conseguir un empleo para poder satisfacer nuestras necesidades vitales. Hemos perdido la autonomía para hacerlo de manera colectiva y autoorganizada, así que requerimos del mercado. De esta manera, acabamos siendo cómplices (que no responsables) de la expansión ecocida e insostenible en el tiempo del capitalismo.

Para salir de esta coyuntura literalmente mortal necesitamos del trabajo sindical y ecologista. De una acción política ecosindical. Esta acción implica un nuevo sistema económico que ponga en marcha un metabolismo más reducido, mucho más reducido, y de raigambre biológica (y no mineral-extractiva) y local. También de un gran viraje social hacia la satisfacción de nuestras necesidades en sociedades con mercados y no de mercado. Es decir, la construcción de autonomía económica colectiva.

Por ello, la cuestión del trabajo, tanto en su forma de empleo asalariado como en sus formas no remuneradas, ocupa una posición central en cualquier proceso de transformación. Creemos que la organización de las y los trabajadores se hace imprescindible para orientar esas necesarias transformaciones hacia modelos más liberadores que no estén sujetos a la constante obtención de ganancias, la explotación, el crecimiento económico y la destrucción de la naturaleza. Aquí reside desde nuestro punto de vista la necesidad de ampliar y fortalecer las alianzas políticas con el mundo sindical: crisis ecológica y crisis capitalista son dos caras de la misma moneda que se retroalimentan y la superación de una requiere la superación de la otra.

En el diálogo y las luchas compartidas con distintas fuerzas sindicales que llevamos realizando en los últimos años, hemos prestado especial atención a las industrias y sectores en declive por causas sistémicas, pero también en aquellas que, por deseo y proyecto político, deben desaparecer paulatinamente (como la automoción, la aeronáutica o la fabricación militar) o transformarse radicalmente (desde el telemárketing hasta la agroindustria, por señalar algunos ejemplos). En la perspectiva de desarrollo de un proceso de construcción ecosindical identificamos potencialidades a desarrollar y dificultades a superar.

Del posicionamiento político ecologista a la realidad de la acción sindical

Los cuadros sindicales (aquellos miembros con mayor peso, experiencia o responsabilidad interna) tienen una mirada crecientemente consciente del presente del mundo del trabajo y de los escenarios inciertos que se abren como consecuencia de la crisis ecosocial. Cada vez resulta más fácil que se acepte la relación entre los problemas a los que se enfrentan determinados sectores industriales y la realidad biofísica en la que se sostienen. Es más, muchos sindicatos tienen acuerdos programáticos donde se tienen en cuenta los efectos nocivos de determinadas actividades sobre el medio ambiente y las personas, y su posición de clase promueve la defensa colectiva de los intereses de las y los trabajadores. Sin embargo, resulta enormemente difícil trasladar estos acuerdos a los centros de trabajo y al conjunto de las plantillas.

Pese a ello, la constante necesidad de atender a las necesidades inmediatas y la dificultad innegable de los cambios requeridos frena las luchas por transformaciones sistémicas. El trabajo sindical en muchos casos termina centrándose en la mejora o sostenimiento de las condiciones laborales y no en la desaparición, reducción y fuerte transformación de los sectores más delicados. Esta mirada inmediatista se ve reforzada por las voluntades mayoritarias en los centros de trabajo donde los sindicatos tienen presencia. Existe una sensación generalizada de disonancia entre presente-futuro del trabajo y la capacidad real del sindicalismo de hacer frente a la situación.

Es más, cuando se dan casos en los cuales, el sindicato trata de llevar a cabo políticas más rupturistas, esto no pocas veces deriva en pérdidas de afiliación o de representatividad en los comités de empresa. Esto produce una acción sindical más conservadora. El sindicalismo actúa en esa constante tensión en la cual la suma de la fuerza empresarial, la apatía y el miedo entre las y los trabajadores funcionan como un dique frente a la voluntad de lucha sindical.

El clima general es de incertidumbre, tanto inmediata relativa al trabajo, como de futuro en torno a qué nos depara la actual crisis y sus posibles salidas. Sin embargo, entre el miedo a unas consecuencias difusas y a largo plazo (como se percibe la degradación ambiental, por más que ese largo plazo ya no existe), y el miedo a la amenaza inmediata de la pérdida del puesto de trabajo y la capacidad de satisfacer las propias necesidades, es fácil (y totalmente comprensible) que prevalezca el segundo. Incluso cuando se atisba que los impactos ambientales son una realidad evidente, no se vislumbra una salida fácil y creíble, y se sigue priorizando el empleo, sean cuales sean sus impactos. Subyace la idea de que, los efectos de las “transiciones” que se puedan desarrollar se van a conseguir a costa de las condiciones laborales, manteniendo los privilegios de la parte empresarial.

Vemos con preocupación, aunque con una comprensión absoluta, la generalización de la defensa del puesto de trabajo una mirada individualista que todo esto conlleva. Esta defensa de los empleos aglutina el grueso de la actividad sindical contemporánea. Sin embargo, consideramos central escalar mediante alianzas amplias para una batalla cultural que resitúe los marcos de lucha más allá del estrecho margen de actuación del mercado laboral. Esto supone, sobre todo, la construcción de alternativas que supongan opciones reales y deseables para satisfacer las necesidades vitales sin tener que vender la fuerza de trabajo.

La defensa de la clase no es la defensa de los puestos de trabajo, ni de las ramas de actividad a las que pertenecen, es la defensa de sus condiciones de vida y su liberación de la explotación. Se requiere de fuerza y valentía desde las organizaciones para plantear que tanto la realidad capitalista, como el deseo de superación de este sistema depredador y ecocida, pasa por la desaparición de no pocas ramas de actividad y puestos de trabajo.

Dificultades extra de transformación de los sectores de alta tecnología

Como consecuencia del alto nivel técnico y especializado de la industria actual, las reconversiones son muy complejas. Una fábrica no puede pasar de producir “x” a “y” sin una importante inversión en maquinaria nueva y formación del personal. Incluso aunque se siga dedicando a productos de índole similar.

Además, reconvertir una industria compleja manteniendo una actividad parecida suele conducir hacia… otra industria compleja, en la que las propuestas con vocación ecosocial encuentren importantes dificultades.

A esto se añade que cualquier proceso de reconversión está marcado por un marco de competitividad: la nueva actividad productiva tiene que entrar en un mercado que normalmente cuenta ya con otras empresas asentadas. Esto no solo supone una dificultad de sostenimiento económico, sino también psicológica para las y los trabajadores.

El imperativo de la competitividad capitalista deriva en que el grado de tecnificación de la industria sea muy alto y siempre creciente. Por ello, la necesidad de capital para que cualquier ente público, o mejor común, se haga con el control empresarial es importante. Y la alternativa de reapropiación /expropiación encuentra mayor resistencia por parte de las empresas que han desarrollado grandes inversiones.

Frente a estas innegables dificultades, aparece una fortaleza: si bien la afiliación a sindicatos no es algo generalizado y mayoritario, hay presencia sindical importante en estas grandes empresas y en la mayoría de los sectores en declive. Esto supone una gran oportunidad: ya existe gente organizada en los lugares donde necesitamos tenerla, no se empieza desde cero. Esta es la base sobre la que habría que trabajar políticamente.

Luchas sobre narrativas y experiencias prácticas

A medida que las situaciones de crisis se agudizan, la disputa en torno a los relatos se intensifica. Este es un marco complejo, debido al carácter multifactorial de la crisis, en la que causas y consecuencias no se relacionan de forma lineal ni inmediata en el espacio y el tiempo. También porque la disputa por el relato está preñada de un carácter emocional muy fuerte, una ideologización confrontativa y muchas mentiras. En este contexto, la seducción por la práctica (poner en marcha proyectos concretos que satisfagan necesidades reales y sentidas) puede resultar mucho más efectiva que la seducción por las estrategias de comunicación de discurso.

Precisamente en el contexto de la seducción desde la práctica, son muchos ya los proyectos que trabajan en la experimentación de alternativas en distintos ámbitos (si bien es cierto que, por las altas inversiones necesarias, no son muy frecuentes en el ámbito industrial sino más propios del alimentario, educativo o de cuidados). Además, esta capacidad de experimentación suele realizarse por minorías movilizadas que parten de posiciones de privilegio social, al menos en contextos europeos.

No obstante, probablemente haya más alternativas de las que parece que existen. Hay puntos ciegos dentro del movimiento ecologista y sindical, que no siempre tiene la capacidad de detectar y poner de relieve aquellos proyectos que, sin partir de una iniciativa interna del movimiento, sí cubren necesidades básicas desde otras estéticas y códigos.

Salvar a las personas y no al capitalismo

No existen soluciones fáciles a problemas que son de orden sistémico y mundial. Las transformaciones suponen siempre cambios con ciertas dosis de trauma. No existen los cambios tranquilos. En el capitalismo, las transformaciones en el marco laboral, que han sido muchas a lo largo de su historia, han solido estar dirigidas por la lógica del beneficio y ser muy cruentas para las y los trabajadores.

Desde la crisis de 2008, vivimos en un periodo de inestabilidad constante, combinada con la perspectiva cada vez más presente de un futuro ciertamente turbulento. Afirmar que este futuro es necesariamente una catástrofe no actúa como catalizador de una movilización capaz de revertir la situación. La práctica, el ejemplo, la materialización de proyectos robustos que desde la solidaridad sean capaces de dar respuestas efectivas a problemas colectivos es una condición necesaria para organizar y movilizar. Necesitamos revitalizar un sindicalismo que ponga en marcha cooperativas y mutualidades, que construya alternativas a la mercantilización de la vida.

Existe la posibilidad de una alianza de clase en torno a la satisfacción universal de las necesidades humanas que en la actualidad articulan distintas luchas (el acceso a la alimentación, a la vivienda o a determinados bienes industriales necesarios). También la posibilidad de “desinmediatizar” las miradas si se consiguen generar narrativas que conecten emocionalmente, y consigan mostrar las alternativas como factibles y deseables.

Apostamos por una simbiosis entre las luchas concretas y la construcción de alternativas. Unas sin las otras carecen de sentido desde una perspectiva de superación del capitalismo. Las reformas posibles que mejoran las condiciones de vida deben ser catalizadoras de las luchas que transformen de manera profunda el sistema. Los llamados proyectos alternativos no pueden circunscribirse a minorías movilizadas, sino aspirar a agrupar a mayorías sociales. Para ello, necesitamos orientar nuestras capacidades colectivas, económicas o técnicas en esa dirección y, en la medida de lo posible, que las distintas instituciones del Estado no supongan un impedimento constante (favoreciendo que tanto la legislación, como la inversión pública puedan aportar en los saltos de escala de nuestras alternativas).

Existen referentes en todo el planeta y en todos los periodos históricos que ejemplifican estas palabras. Por ejemplo, el inmenso mundo asociativo, cultural, económico y orgánico de los poderosos partidos socialdemócratas o de los sindicatos revolucionarios del primer tercio del siglo XX, o las tomas de fábricas que se dieron en el pasado siglo, pero también en este teniendo como ejemplo paradigmático al Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) de Brasil. El MST ocupa grandes fincas, las pone a cultivar de forma colectiva y comercializa sus productos a través de diversos entramados cooperativos.

Aunque esta construcción de alternativas es imprescindible y perentoria, creemos que no es suficiente. Es también necesario habilitar mecanismos para rescatar a las personas trabajadoras de aquellos sectores que deben reducirse o desaparecer. Nuestro objetivo no es salvar los sectores, sino proteger a las personas, las comunidades y territorios donde se asientan estas industrias. Esto implica centrar los esfuerzos en muchos casos no en procesos de reconversión, que tienen múltiples dificultades, como hemos señalado, sino en medidas destinadas a las personas, como la renta básica de las iguales, la reducción de la jornada laboral sin merma salarial (reparto del empleo) o la inyección de dinero en comarcas económicamente deprimidas (y no en los sectores productivos).

Consideramos que desplegar una propuesta política y social en torno a estas grandes ideas supone una necesidad de primer orden para todas nosotras. Es por ello que seguiremos trabajando y empujando para que los debates y sobre todo las luchas de hoy cimienten las alianzas necesarias para constituir el mundo que queremos y necesitamos.

 ALIANZA “MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO”

Vivir bien sin sobrepasar los límites ecológicos requiere transiciones fundamentales en los sistemas de producción y consumo (…) y necesitará cambios profundos en las instituciones, las prácticas, los estilos de vida y el pensamiento predominante (Agencia Europea de Medioambiente. SOER 2015).

Afrontamos un cambio de ciclo histórico. Una crisis de los paradigmas civilizatorios dominantes que afectando a múltiples temáticas -desde los Derechos Humanos a la democracia, la desigualdad, la economía o la convivencia en paz- está estructuralmente condicionada por la creciente desestabilización de los ecosistemas que mantienen la vida actual amenazando la existencia de los seres que habitamos la Tierra.

Medio siglo después de que se produjeran importantes advertencias sobre la insostenibilidad de las lógicas socioeconómicas vigentes[ii], la prevalencia de las tesis que desprecian la relación termodinámica de la economía con el universo físico, junto al interés de los principales poderes institucionales y económicos por priorizar la acumulación de capital y el consumo indiscriminado están desbordando los límites biofísicos del planeta. Así lo confirman las investigaciones del Instituto Postdam de la Universidad de Estocolmo; en la figura 1, se muestra la rapidez del desbordamiento de dichos límites y si en 2019, tres de ellos (de 7) ya habían sobrepasado los valores críticos, en 2023 ya son seis (de 9) los que lo hacen.

Figura 1. LA EVOLUCIÓN DE LOS LÍMITES BIOFÍSICOS ENTRE 2009 Y 2023.
Universidad de Estocolmo.

Las fragilidades del sistema de ciudades mundializado

Realmente, sorprende que la intensidad del debate sobre el alcance de las transformaciones generales o en el campo de la energía/clima, la economía o la desigualdad, no se acompañe de discusiones similares con relación a su proyección territorial. Esa correlación existe y se refleja en la fuerte expansión de las conurbaciones y las grandes metrópolis que, impulsadas por la revolución industrial y las lógicas de acumulación de capital, constituyen los nodos territoriales clave de la civilización actual.

Abordar esa discusión, requiere tomar en consideración algunas de las fragilidades estructurales de un sistema urbano que se ha ido configurando en torno a las grandes metrópolis con planteamientos cada día más alejados del mundo natural:

Desterritorialización y resiliencia limitada. Se trata de un sistema piramidal, artificial y desterritorializado, estructurado a partir de un centenar de ciudades globales[iii], que ha ido perdiendo los lazos cooperativos con sus hinterlands, estableciendo relaciones de dependencia y dominación sobre territorios lejanos, aumentando su vinculación con logísticas de larga distancia muy vulnerables a costa de reducir sus stocks de resistencia frente a las crisis y apostando por sistemas de gestión cibernéticos cada vez más complejos y frágiles.

Metabolismos urbanos insostenibles.  Las ciudades concentran el 50% de la población mundial(70% en Europa) y, con procesos metabólicos abiertos y huellas ecológicas que desbordan ampliamente sus biocapacidades, generan el 70%-80% del PIB, del consumo energético, de los materiales/residuos y de las emisiones de carbono y otros contaminantes. Todo ello convierte a los sistemas urbanos en los focos clave del aumento de la entropía en la biosfera, poniendo en cuestión la viabilidad de sus lógicas y fundamentos en un mundo desbordado.

La dimensión del desafío climático. Las ciudades, con sus extensas estructuras desnaturalizadas y con el efecto isla de calor, son tremendamente vulnerables a los eventos causados por el cambio climático, en forma de precipitaciones, temporales y temperaturas extremas, singularmente cuando se sitúan en el litoral. Más allá de las pérdidas materiales causadas por estos eventos, debemos considerar el impacto en la salud de sus habitantes y la necesidad de adaptar los espacios y equipamientos públicos como refugios climáticos, buscando soluciones colectivas. Por otra parte, resulta imprescindible que las metrópolis con mayor huella de carbono se descarbonicen rápidamente para evitar escenarios climáticos insostenibles.

Se trata de un esfuerzo descomunal que en la UE[iv] (objetivo 0 emisiones antes de 2050) implica rehabilitaciones energéticas de entidad en más del 75% de las viviendas existentes y la activa implicación de millones de actores en complejos procesos que no tienen precedente en la historia moderna de nuestras ciudades. Hoy, a falta de una visión institucional amplia sobre la extraordinaria dimensión social del cambio energético, faltan iniciativas de información e incorporación de la ciudadanía al proceso, por lo que es previsible que se produzcan conflictos sociales de entidad en torno a este tema.

Lógicas socioeconómicas que promueven la desigualdad y el conflicto. Más allá de configurarse como escenarios clave de la crisis democrática, las grandes ciudades se han convertido en espacios privilegiados para la acumulación de capital y la cultura del consumo. De hecho, la especulación inmobiliaria junto a la privatización de bienes y servicios relacionados con la reproducción social (vivienda, sanidad, educación, espacio público, etc.) se está traduciendo en el aumento de la desigualdad, segregación y precarización de sectores significativos de la población[v]. En un marco de creciente malestar y conflicto, la incidencia laboral, social y cultural inducida por la expansión de la inteligencia artificial en manos de las grandes tecnológicas, tendrá una indudable influencia sobre la proyección de la crisis civilizatoria en el medio urbano.

En un marco de policrisis global y de crecientes contradicciones territoriales, cabe imaginar que, a falta de transformaciones profundas que hoy no se perciben, las crisis generales y locales se multipliquen, poniendo en cuestión los relatos que imaginan el futuro de las ciudades como espacios satisfactorios de vida, bienestar y convivencia.

Nuevos paradigmas y redes territoriales ecosostenibles

Enfrentar los procesos de desestabilización en los que estamos inmersos, requeriría alumbrar y desplegar nuevos paradigmas civilizatorios centrados en preservar la vida (en su sentido más amplio) y posibilitar existencias dignas a todas las personas y comunidades.

Ese gran objetivo, requeriría interpretar las transiciones ecosociales como procesos capaces de compatibilizar en pocas décadas la recuperación de los límites biofísicos (áreas en rojo en la Figura 1) con la preservación de vidas humanas saludables y dignas. Tal planteamiento ha sido esquematizado por K. Raworth(2012) en la Figura 2, donde se delimita un “espacio seguro y justo para la humanidad” comprendido entre un “suelo social” (proyectado por 11 indicadores clave de la Agenda 2030) y un “techo” ambiental (limitado por los 9 límites de la biosfera identificados por el Instituto Postdam).

Figura 2. UN ESPACIO SEGURO Y JUSTO PARA LA HUMANIDAD. K. Raworth.

En BIORREGIONES; de la globalización imposible a las redes territoriales ecosostenibles(2023), coordinado por el Foro Transiciones, se apuntan posibles vías para avanzar en esa integración sostenible entre vida natural, existencia humana y territorio. Lógicamente, dada la envergadura del tema, se trata de una reflexión inicial que adapta las aportaciones de precursores como P. Geddes, E. Howard, L. Mundford o A. Magnaghi, a las extraordinarias condiciones planteadas por la policrisis y el cambio de ciclo histórico.

En ese marco, el concepto biorregional se entiende como una construcción social a partir de espacios geográficos y humanos reconocibles, con la suficiente complejidad para abordar la territorialización de la economía, la cultura y la política y para compatibilizar de forma sostenible las relaciones ciudad-campo-naturaleza, ofreciendo un soporte de vida digno y justo a sus habitantes. El metabolismo biorregional debe optimizar sus recursos endógenos e impulsar procesos de adaptación y circularidad para afrontar de forma resiliente y sostenible las emergencias energéticas, climáticas y alimentarias propias de las transiciones ecosociales.

No se trata de un modelo cerrado, en cada ámbito concreto se pueden generar redes y relaciones territoriales específicos, a partir de los recursos, tecnologías, conocimientos y comunidades existentes, asumiendo que algunos territorios se encuentran en una situación deficitaria de cara a satisfacer las necesidades de su población en proximidad, y de revertir la degradación de sus recursos y la insostenibilidad de sus metabolismos.

La configuración biorregional se vislumbra como procesos abiertos, flexibles y contradictorios con carácter de anticipación o de adaptación defensiva frente a los procesos de desestabilización general. Planteamos tres consideraciones al respecto: 1) la propuesta, alejada de planteamientos autárquicos, se concibe como una red de cooperación interregional compatible con la existencia de instituciones de otros rangos; 2) la plasmación de tales redes podría iniciarse en España como procesos de transición a partir de las actuales Comunidades Autónomas; y 3) inicialmente, más allá de propiciar el debate social en torno al relato bioregional, sería prioritario reformular las políticas regionales clave, establecer alianzas transregionales para optimizar la complementariedad de sus potencialidades[vi]e  impulsar redes cooperativas intrarregionales con contenido ecosocial (por ejemplo, comunidades energéticas, recuperación de redes hídricas privatizadas, cooperación en la cadena alimentaria, etc.).

En la citada publicación sobre las biorregiones, además de algunas referencias europeas a cargo de A. Matarán y D. Fanfani, se describen un par de aproximaciones al tema en España. La primera con el título Madrid ciudad región (N. Morán), trata sobre las posibilidades abiertas por la reterritorialización regional a partir de una estrategia biofísica y agrícola que, partiendo del valor potencial de trazas preexistentes, podría llegar a multiplicar por 7 (hasta el 35%) la capacidad de autoabastecimiento alimentario de la Región. La segunda, Aproximación a Álava Central como biorregión (F. Prats y J. Orive), utiliza el “donut” de Raworth para realizar el diagnóstico sobre el grave desbordamiento biofísico de la zona, así como posibles agendas de cambio que permitirían recuperar escenarios de sostenibilidad ecosocial en dicho territorio.

En todo caso, conviene insistir en que la posible configuración de los nuevos paradigmas generales y territoriales solo se producirá como una construcción social alumbrada por las prácticas sociopolíticas vinculadas a los procesos de transición. Y, observando las movilizaciones sociales que están surgiendo en nuestro país “desde abajo”, resulta interesante destacar las que se están produciendo en Canarias y Baleares (y en otras partes del litoral) denunciando las consecuencias finales de modelos de desarrollo depredadores que acaban arruinando la vida de sus poblaciones. De hecho, las denuncias sociales articulan una diversidad de temas que van desde el desbordamiento de los límites turísticos y biofísicos, la vulnerabilidad de la dependencia exterior o el desigual reparto de la riqueza, hasta los bajos salarios, las precarias condiciones de trabajo y de vida o la imposibilidad de acceder a una vivienda a precios asequibles. En el fondo, bien podría interpretarse que lo que subyace en las protestas sociales de estos archipiélagos es la reclamación de nuevas alternativas sistémicas capaces de interpretar las claves de una nueva época.

Notas:

[i] Término utilizado por E. Morin en los años 70 para referirse a un futuro determinado por la concatenación de crisis multitemáticas interrelacionadas que configura una nueva etapa histórica.

[ii] Más allá de otros precursores, cabe referirse a las aportaciones de J. Lovelock y la Hipótesis de Gaia de 1969 (publicado en 1979), de N. Georgesku Rohen en La ley de la Entropía y el proceso económico en 1971, de Los límites del crecimiento del MIT y el Club de Roma en 1972 y la celebración de la Cumbre de Estocolmo en 1972. Todas ellas, contribuyeron a renovar, con escaso éxito, la interpretación de la economía, su relación con la biosfera y su dependencia de las leyes de la Naturaleza, advirtiendo cómo las lógicas vigentes tendían a provocar una crisis ecosocial de alcance global.

[iii] El concepto de “ciudades globales”, popularizado por la socióloga Saskia Sassen en 1984, se refiere al centenar de metrópolis que actúan como catalizadoras socioeconómicas y desde las que se dirige la economía global.

[iv] Directiva (UE) 2024/1275 del Parlamento Europeo y del Consejo de 24 de abril de 2024 relativa a la eficiencia energética de los edificios.

[v] R. Florida, investigador en las universidades de Toronto y Nueva York, tras analizar la reciente evolución social de las principales ciudades en EEUU y la UE, publicó en 2018 The new urban crisisdonde expresa cómo en las ciudades con más éxito en el marco de un capitalismo internacional extraordinariamente competitivo se están produciendo los mayores aumentos de las desigualdades, la precariedad y las amenazas a la paz social, con la consiguiente expansión del “malestar urbano” y el descrédito de las instituciones.

[vi] Los trabajos del Observatorio Bio/Ebro en torno a la posible creación de la Biorregión Cantábrico-Mediterránea (2021) apuntan las ventajas que se podrían obtener en campos como la huella ecológica, la energía, la descarbonización y los materiales, a través de la cooperación entre las 8 CCAA constituyentes.

Notas:

Este artículo forma parte de la recién creada plataforma Alianza «más allá del crecimiento».

Vivimos una situación donde domina la sensación de tránsito, de cambio lleno de incertidumbres, unos preocupados por la desaparición del futuro y otros más por la del pasado en una lógica en la que hay quien ve el futuro de su parte cuando hay otros que se defienden de él[1]. Pero sí es cierto que estamos en momentos de mutación social y ecológica con un cambio climático como espada de Damocles que orienta muchas decisiones.

También empieza a cundir la idea de que no estamos resolviendo bien el dilema entre lo que hacemos y lo que debemos hacer, entre lo posible y lo necesario. En este sentido también hay un sentimiento, cada vez más generalizado, de que estamos lejos de crear modelos postcapitalistas basados en crecimientos permanentes (aunque se tilden de verdes) quizás porque estas soluciones están basadas en la misma escala de valores que ha traído los problemas cuando la realidad es que no pueden solucionarse problemas derivados del productivismo desde una base productivista (aunque se revise su apellido) o dicho de otra forma, no se puede plantear una alternativa al actual modelo económico sin un cambio (una reducción) de los flujos del metabolismo ecosocial que no puede hacerse sin modificar las reglas del juego que los mueven.

En realidad cuando se afirma que no hay Economía sin Ecología esto depende del tipo de Economía de que estemos hablando porque solo entendiéndola como subsistema de la Ecología podrá darse la deseada (y ahora tan apelada como sostenible) armonización con los ciclos naturales y por tanto el equilibrio con las tasas de renovación de materiales y energía de la naturaleza.

Considerando esta situación, en Julio pasado se puso en marcha una Plataforma de diversas organizaciones (en realidad casi 30) de la sociedad civil con el nombre de “MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO”, una denominación suficientemente expresiva de su finalidad como es el sondear nuevos modelos ecosociales fuera de los mitos actuales del sistema económico dominante y cuyos planteamientos y objetivos sintetizamos en el presente articulo.

Contexto: Los límites de la naturaleza

La historia de la evolución humana en los últimos años ha estado basada en le paradigma de crecimiento (un mito bajo el cual se evalúa la calidad de nuestro actual sistema), que ha sobreexplotado la naturaleza esquilmando sus recursos a un ritmo tal que impide su regeneración y además utilizándola como depositaria de los residuos generados por los procesos productivos lo que ha catalizado su degradación. En paralelo se incrementó también la explotación laboral y la desigualdad entre países y entre clases sociales.

Hoy sabemos que los límites de la naturaleza arrastran los del crecimiento económico que de ella depende. Tras cientos de años de productivismo capitalista hemos llegado al límite de un abismo que asoma en las diversas crisis concatenadas a las que asistimos donde la degradación ambiental y la contracción de materiales es evidente como lo es la quiebra de derechos sociales a la que estamos asistiendo con un denominador común, que no es sino un indicador del fallo del modelo como es el Cambio Climático, un acelerador de riesgos.

A pesar de los intentos de readaptar el modelo con políticas correctivas y preventivas de naturaleza conservadora definidas como de sostenibilidad y transición ecológica, la realidad es que los impactos ecosociales continúan (degradación ambiental y social van unidas) y se recrudecen: mayores emisiones de gases de efecto invernadero, mayores sequías y eventos extremos, procesos de contaminación de aire, agua y tierra cada vez más graves, una deforestación creciente que daña la biodiversidad y que puede incidir en nuestra salud (por ejemplo la COVID) y un largo etcétera. Parece claro que estas políticas de sostenibilidad ya no son efectivas, están superadas, es preciso buscar nuevas soluciones. Se requiere un profundo cambio cultural.

Bases para el debate

Pero las nuevas soluciones deben partir de los consensos necesarios para hacer llegar a la ciudadanía que es preciso este cambio y que así esté concernida, hacer comprender que el llegar a fin de mes está muy relacionado “con el fin del Planeta” y que por tanto se precisa un nuevo campo de relaciones entre lo privado y lo común, con intereses confluyentes.

Para ello es preciso partir de un análisis objetivo de la realidad, sin sesgos ni manipulaciones, desde distintas perspectivas, orientado en base a los siguientes parámetros:

  • Definir nuevos paradigmas orientados no tanto a los indicadores económicos sino al bienestar social.
  • Determinar los ámbitos donde es preciso reducir los metabolismos (Decrecer) y cómo hacerlo para no ahondar en la desigualdad actual y en los que es preciso asegurar un crecimiento justo y los términos para que realmente lo sea.
  • Analizar las vinculaciones entre lo individual y lo común, reasignando el valor de ambos en una lógica donde no prime la competencia sino la cooperación como vector de búsqueda del bienestar social.
  • Constatar el hecho de que el productivismo y la sobreexplotación de los recursos naturales incide en una mercantilización y financierización de la naturaleza que terminan desequilibrando el sistema ecológico y con ello su pervivencia.
  • Esta situación puede desencadenar fenómenos de colapsos ecosociales siendo muy relevante cómo estos posibles colapsos podrían provocar desequilibrios diferenciales que ahondarían las desigualdades existentes actualmente.
  • Definir el papel del Estado como facilitador de las condiciones del cambio, integrador de Naturaleza y Mercado, un Estado emprendedor que facilite las vías hacia una nueva economía ecológica y de una nueva Gobernanza Participativa. Asimismo, definir el papel de la Política para catalizar autotransformaciones de la sociedad, para que la sociedad se cambie a sí misma.
  • Establecer propuestas concretas en distintos ámbitos y vectores económicos que dentro del esquema de economía ecológica, muestre a la ciudadanía la cercanía de que lo necesario sí es factible.

Y todo ello en base a cuatro ejes esencialmente donde integrar el nuevo modelo: Desaprender olvidando paradigmas pasados; desmaterializar la economía (ahorrar, reutilizar, reurbanizar …); desmercantilizarla con el blindaje público de los recursos naturales, economía de servicios, de cuidados y descentralizar política y económicamente.

La Respuesta de la Sociedad Civil. Plataforma “Más Allá del Crecimiento”

Cambios todos del calado necesario para los que no hay una sola hoja de ruta sino diversas que es preciso hacerlas confluir. Es por ello y para ir fraguando este consenso para lo que se ha creado la citada Plataforma desde la sociedad civil “Más Allá del Crecimiento” donde diversas organizaciones ecologistas, de la economía, sindicales, científicas, de defensa de derechos civiles, etc … abren un espacio de reflexión, comunicación y sensibilización hacia un nuevo modelo distinto al dominante, con los siguientes objetivos:

  • Fomentar el debate interno entre las organizaciones conformantes.
  • Establecer vínculos para la educación y sensibilización de la ciudadanía especialmente en los más jóvenes.
  • Implicar en el debate a los poderes políticos y a sectores de la economía dominante.
  • Abrir líneas de comunicación en los distintos medios disponibles como la que se inicia en este ESPACIO PÚBLICO, donde paulatinamente se irá alimentando con artículos y notas informáticas sobre distintos ámbitos concretos que demostrarán que sí es posible un nuevo modelo “Más Allá del Crecimiento”. Así se hablará de Turismo, de Transportes, de Economía Circular, de Biodiversidad y de Ordenación del Territorio pero también de Ecofeminismo, de Desequilibrio Norte-Sur, de Democracia (más Democracia) y de Paz. Temas todos esenciales para definir un nuevo horizonte civilizatorio.

En suma, para sembrar conciencias y consciencias, para mirar el futuro con esperanza y no de algo de lo que nos tenemos que proteger.

Notas:

[1] Tomado de Daniel Innerarity.

Un debate para facilitar el intercambio entre las múltiples miradas de la población joven

Las sequías e inundaciones que empiezan a provocar el cambio climático, los conflictos crecientes entre las miradas rurales y urbanas sobre la velocidad e intensidad de la transición ecológica, la necesidad de revisar las pautas alimentarias que impone el mercado, la desertificación y los movimientos migratorios… dibujan, junto a muchos otros síntomas, una realidad compleja que necesita de nuevos impulsos, nuevas estrategias didácticas, nuevas políticas públicas…

¿El Pacto Verde Europeo puede hacer frente a la crisis ecológica? ¿Puede la tecnología ayudar en la transición energética? ¿De qué manera?

¿Cómo se percibe el cambio climático entre la juventud? ¿Cuáles acciones se deben de implementar para cambiar el modelo económico y social? ¿La economía circular es una alternativa? ¿Y las cooperativas y la economía social?

El cambio climático y las sequías recurrentes convierten al agua es el factor crítico para la sostenibilidad de las sociedades. En España, el 80% se destina a la agricultura de regadío, 10 puntos más que hace 25 años. ¿Cómo enfrentar el tema del agua y la agricultura?

Considerando, además, que más de dos tercios de los agricultores se jubilarán en los próximos años. ¿Cómo educar a los jóvenes agricultores para que tomen el relevo? ¿Cuáles son los modelos agrarios y ganaderos sostenibles a seguir? ¿Cuáles son las soluciones de proximidad y avances en la cadena de valor alimentaria?

La adaptación a la transición ecológica va a provocar también cambios en el modo de vida y de los hábitos de consumo que deberían asumirse cuanto antes en un proceso de reeducación permanente. Por un lado, la edición genética es ya una práctica habitual de la agroindustria y produce, como resultado, productos muy llamativos en formas y colores. La globalización permite además que esos productos estén presentes en el mercado permanentemente, “fuera de temporada” según planteamientos locales. En paralelo, los productos agrarios ecológicos son variados y heterogéneos, poco atractivos desde el punto de vista estético.

¿En qué medida la juventud asume las nuevas pautas de consumo ecológico? ¿Qué políticas deberían impulsarse para favorecer el cambio de mentalidades?

Son muchas las preguntas y también muchas las respuestas que las generaciones actuales están obligadas a debatir y contrastar. Pero son los más jóvenes los que están llamados a ejercer el protagonismo y el liderazgo de los tiempos que vienen.

Es por ello, que nos ha parecido esencial organizar este debate en el que el protagonismo recaiga en los que sean menores de 35 años con el propósito de que sea abordado desde perspectivas plurales e innovadoras y facilite un diálogo entre los diferentes entornos rurales y urbanos en los que habitamos. Un debate al que convocamos a agricultores y agricultoras, asociaciones ecologistas, cooperativas, expertos y expertas, y la juventud de cualquier perfil.


Además, sobre este mismo tema hemos desarrollado una encuesta de 14 preguntas. Contestarla puede llevar alrededor de 15 minutos y da derecho a conocer los resultados. 

El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños. Eleanor Roosevelt

Se hace difícil respirar, será el calor sofocante, será el estruendo de la calle, será el genocidio en Gaza, serán los gritos de los intolerantes… Aspirar y exhalar se convierte a menudo en un acto de fe, en creer que es imprescindible, creer en una posibilidad, en una oportunidad, lejos del gozo o la complacencia. No dejamos de hacerlo, porque en el fondo confiamos, sabemos que es necesario, que no existe otro modo de avanzar, mirando hacia delante. Pero, sigue siendo difícil, no conseguimos conciliar el sueño, el sopor, el cuerpo suda de calor y de inquietud, gotas frías que recorren la mente afligida, en la somnolencia imaginas mundos, lejos del presente, proyectando futuros, más allá de los márgenes de la realidad. Suelen ser bellos, a menudo relucen y consiguen apaciguar el bochorno.

Te despiertas y no recuerdas los sueños, pero sonríes, no sabes exactamente porqué, será el frescor de la mañana, la luz tenue del día o el canto de algún pájaro. No quieres poner la radio, sabes que escupe guerras e incendios, prefieres hacerte el sordo, evitar el ruido que no mejora el silencio. En el baño, te ves reflejado, eres el mismo que ayer, quizás más viejo y tu mirada no puede engañarte, tus ojos te ven y son el recuerdo de lo vivido y de lo sufrido. Vuelves de pronto al presente, con sus aristas y sus preguntas que recorren, una y otra vez, la insoportable levedad de la vida. Preguntas recurrentes que intentan apaciguar el enigma de existir y dar respuestas a la aventura de caminar. Es cuando ante tanto desasosiego te haces la pregunta: ¿Tenemos futuro?

El futuro que no existe todavía pero que llega muy pronto, sin tiempo, sin remedio, como hace el agua cayendo del cielo. Resulta enojoso por no tener forma ni color, tampoco olor. Es silencioso en sus diatribas, cómo si callase para no enfurecer, para evitar el colapso de la vida. Muchos han imaginado teorías del tiempo, o lineal o circular, inexistente o cuántico, eterno o finito. La religión se ha disputado la hegemonía de su explicación, ha matado por ello, pero siempre ha fallado al no despejar las dudas de su veracidad.

La sociedad occidental se ha decantado hace siglos por un concepto de futuro marcadamente pesimista, la pugna aristotélica sobre el platonismo, la muerte de cristo en la cruz, la persecución de los místicos, los estados nación y la filosofía europea abogan por visiones ásperas de la vida humana en contraste con la mirada más espiritual y holística de oriente, donde no existe la dualidad bien-mal. En occidente el individuo ganó la batalla, se afianzó en el centro, creó un espacio donde todo orbitaba alrededor suyo, antropocentrismo, supremacismo, etnocentrismo, consumismo, la victoria del YO, el triunfo del Ego, la libertad, la conquista del mundo, la ocupación del universo.

Nos hemos quedado solos, miramos a los lados y no queda nada, la naturaleza explotada sufre, los vecinos molestan, la belleza se hace invisible, es la victoria del individualismo. El futuro nos atenaza, nos aprieta, le tenemos miedo, llevamos muchos años deformándolo, convirtiéndolo en distópico, lo imaginamos oscuro y violento, no conseguimos pintarlo con colores luminosos. A lo que no ha pasado todavía le hemos puesto el nombre de futuro, cuando de hecho lo que está por llegar ya está pasando, el porvenir es el ahora. Hacemos y todo está por hacer.

Aunque esté de moda, dejemos de crear distopías, volvamos a creer en las utopías, muchos y muchas lo están haciendo, aunque sean de difícil realización. El imaginario colectivo se mueve en terrenos pantanosos, la desilusión se ha adueñado de nuestras conciencias, nos hemos castrado la imaginación, hemos dejado de creer matando la religión, ya no creemos en nada, ni tan solo en nosotros mismos. Desorientados hemos creado enemigos por doquier, que si musulmanes, que si comunistas, que si gays, que si inteligencia artificial… Dejamos el humanismo por el posthumanismo para adentrarnos en un período de profundo malestar. Pero lo curioso de todo es que sabemos cual es el camino, no son quimeras son hechos y conocimiento, son movimientos transversales que sacuden las conciencias a través del mundo.

El ecologismo y el feminismo conforman la nueva política que modela el futuro imperfecto, la nueva manera de vernos, la nueva mirada que debe transformar el mundo. Es nuestra oportunidad, corregir y mejorar. Ya no estamos solos, formamos parte de un todo, no existe el centro, vivimos interconectados configurando un supraorganismo solidario que lo relaciona todo, explorando una actitud más espiritual/sensorial que trascienda el plano del mundo material en el que vivimos, sin antagonismos entre nosotros y los objetos que nos rodean. Esta nueva mirada nos reequilibra, nos refuerza, nos posibilita. Ya lo hemos imaginado muchas veces, no es nada nuevo, sabemos cómo hacerlo: Buscar la belleza, soñar, amar, cuidar, proteger, compartir y escuchar son el camino que nos libera de la incertidumbre, el miedo y el pesimismo.

El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad. Victor Hugo

¿Por qué hay que ir más allá del crecimiento y de la noción usual de sistema económico?

El pasado mes de mayo tuvimos la ocasión de presentar un Informe elaborado desde el Área de Ecología Política de ATTAC que, con el título “Más Allá del Crecimiento: Por un nuevo enfoque ecosocial del Futuro”, analiza las bases de partida para orientar ese futuro basado en la integración de la economía en la ecología (y no al contrario) que pasa inevitablemente por una reducción del metabolismo del proceso económico.

El Informe de ATTAC parte de una constatación cual es que los límites de la naturaleza implican a los de la sociedad y que estos límites arrastran los del crecimiento económico que de ella dependen. Este hecho hace ver que no estamos resolviendo adecuadamente el dilema o la dialéctica entre lo posible y lo necesario en materia ecosocial y más en una época como la actual de crisis de civilización, con dimensiones económicas, ecológicas y sociales

No obstante, el Informe huye de aportar un recetario único de propuestas para el cambio e intenta profundizar en la búsqueda de puntos de encuentro, de denominadores comunes para la construcción de consensos entre las diferentes perspectivas para este cambio, huyendo pues de estériles o incluso contraproducentes polémicas, que actualmente se están dando dentro de los movimientos que apuestan por una transformación ecosocial del modelo económico. Es obvio que este cambio posee un calado de tal envergadura que puede conllevar distintas hojas de ruta; el objetivo primordial es conseguir que esta confluencia sirva para superar las trampas de la ideología dominante que, con su red conceptual y su lenguaje, vienen desactivando los movimientos de protesta y esterilizando la crítica social. Para lograr este objetivo se hace imprescindible la construcción de un espacio común de integración (Plataforma, Alianza, etc…) de la sociedad civil, donde estén representados los distintos ámbitos e intereses en juego.

¿Qué cambio se precisa?

Para precisar la magnitud del cambio necesario se hace imprescindible establecer las claves del cómo y porqué hemos llegado a la crítica situación actual pues el origen de este pernicioso camino está en la errónea idea de que apartarnos de la naturaleza es “lo civilizado” lo cual ha derivado que en términos evolutivos el ser humano, como especie, esté viviendo a costa del deterioro de su entorno planetario. Así, desde una concepción de una naturaleza competitiva (el hombre es un lobo para el hombre) se ha ido construyendo el relato de la necesidad de permanente crecimiento que ha estado basado en un comportamiento depredador y un “productivismo” extractivista (revender con beneficio no es producir ni tiene por qué ser socialmente recomendable) .

La realidad es que los actuales problemas no pueden ser solucionados por ese mismo productivismo que los creó. Es preciso revisar muchos paradigmas culturales ligados al relato del permanente crecimiento de esa hipotética “producción“ como indicador de calidad de vida y a la idea usual de sistema económico que se construye sobre ella.

En efecto, a partir de finales el Siglo XVIII la extracción y uso de los combustibles fósiles potenció la automatización industrial y el abaratamiento de los transportes que posibilitaron un incremento sin precedentes de la fabricación y el comercio de mercancías. Este crecimiento aceleró el proceso de explotación de la naturaleza esquilmando sus recursos a un ritmo creciente y utilizándola como depositaria de los residuos generados por el proceso urbano-industrial, catalizando su degradación. En paralelo se incrementó también la explotación laboral y la desigualdad entre países y entre clases sociales en un contexto además de fuerte incremento poblacional y urbano que segregaba el territorio en núcleos atractores de población, capitales y recursos y áreas de apropiación y vertido.

Pero este modelo económico es de una enorme fragilidad (es decir inseguridad) pues choca con la realidad del carácter finito de los recursos naturales que utiliza y de los ecosistemas que deteriora, en una dinámica que exige a la biosfera unos ritmos de renovabilidad de materiales y energía que esta no puede dar.

Es por esto por lo que incluso deberíamos replantearnos la propia revisión del significado del Progreso como paradigma social y económico, para visibilizar y diagnosticar bien la Degradación o Regresión ecológica y social en curso como primer paso para evitarla pues empeñarse en seguir avanzando por un camino equivocado no es lo más recomendable.

¿Hemos dado las respuestas adecuadas?

A medida que ha ido avanzando el siglo se ha ido consolidando ciertamente el que “no hay economía sin ecología”, lo cual es cierto si bien nos llevaría a preguntarnos sobre el tipo de economía que realmente es compatible con la ecología. Esta duda se dirime clarificando quién integra a quién, pues solo entendiendo a la Economía como un subsistema de la Ecología podrá darse la armonización necesaria entre ambas para generar la menor entropía posible en términos termodinámicos y por tanto la menor degradación o desequilibrios en términos ecosistémicos. Para ello hay que tener bien presente que las reglas actuales del juego económico hacen que el metabolismo de la sociedad industrial sea claramente Entrópico no Circular.

Porque la realidad es que en los últimos 100 años de civilización industrial la entropía planetaria no ha parado de crecer, y ello a pesar de las alertas dadas (“Los Límites del Crecimiento” en 1972, Informe Meadows del Club de Roma… o el Plan “Cambiar o desaparecer” propuesto en ese mismo año por autores de The Ecologist). Ante esta entropía, el sistema va creando sus “anticuerpos” para contrarrestar posibles influencias para él inconvenientes y más ante las crisis concatenadas que van sacudiendo el proceso económico. Se crea así la idea/metáfora del Ecodesarrollo, del Crecimiento Verde, de la Responsabilidad Social Corporativa (hoy reconvertida en Diligencia Debida), los ODM, la Agenda 2030 y sus ODS, la Economía Circular, la Transición Ecológica, … todos en la lógica del Desarrollo Sostenible como paradigma; un paradigma al que nos agarramos como oportunidad aunque ya sabíamos que tenía mucho de oxímoron diseñado para reconducir las críticas al redil de la ideología económica dominante. En cualquier caso todas estas acciones podrían ser válidas si se integraran en una lógica más amplia que no permitiera confundir lo que se hace con lo posible y olvidar lo necesario.

Pero hay un hecho invalida todas estas iniciativas de supuesta integración y hace de ellas más retóricas “lampedusianas” que políticas efectivas, y es que todas aportan soluciones desde una escala de valores que es la que ha provocado las crisis. Hay dos ejemplos muy claros:

  • Una transición energética que se hace identificar como gran transición ecológica, cuando se trata de forzar un cambio tecnológico orientado sobre todo a ofrecer nuevos nichos de negocio a las grandes corporaciones, pero no a promover una verdadera reconversión del metabolismo de la civilización industrial, necesariamente asociada a cambio de valores, de paradigmas, de comportamientos y de patrones de vida.
  • La mercantilización y financierización del territorio y los recursos y de las soluciones (bonos verde, bonos “catástrofe”, Bancos de Biodiversidad… y los mercados de emisiones de CO2).

Ambos ejemplos han generado un cocktail perverso que ha llevado el extractivismo y el consumo de energía a niveles sin precedentes a escala planetaria con las consiguientes secuelas de deterioro ecológico y territorial. Pues al decretar programas la obsolescencia precipitada en aras de las nuevas tecnologías y la transición energética, el tonelaje de minerales extraídos ha crecido exponencialmente en los últimos veinte años sin que declinara la de combustibles fósiles, que continuó creciendo al ritmo que marca el pulso de la coyuntura económica (siendo la extracción de carbón la más ha crecido en abierta contradicción con la meta de “la descarbonización”).

La realidad es que las políticas de Desarrollo Sostenible y por tanto de integración entre economía y ecología no han dado el resultado que debe considerarse como adecuado. Sólo basta con ver los datos que ofrece el seguimiento del cumplimiento de Objetivos de la Agenda 2030 para darnos cuenta que los actuales indicadores ecosociales son los peores de la historia, haciendo declarar a responsables de NNUU que podemos estar “en el epitafio del mundo que podría haber sido”.

Un mundo, en el que además la distribución de la renta está determinada por políticas que favorecen a ciertos grupos y perjudican seriamente a otros. Si aceptamos las estructuras que se han institucionalizado como algo llamado “mercado libre” y luego tratamos de utilizar los impuestos y las políticas de transferencia de recursos para reconducir las desigualdades, entonces nosotros mismos nos habremos metido en el callejón sin salida en que estamos.

En lugar de esto, debemos centrarnos en modificar las reglas del juego económico que fuerzan el extractivismo y redistribuyen el ingreso a favor de los más pudientes si bien eso exige un cambio profundo de los principios que mueven el actual modelo económico de sociedad.

Estrategias para el cambio: hacia un nuevo modelo ecosocial

En un contexto en el que un cierto “postcapitalismo” postulado como crecimiento o capitalismo “verde” es dominante, están sobre la mesa distintas posiciones supuestamente alternativas de las que cabe sugerir una cierta reformulación.

Una visión reformista del modelo que considera que llegar a un Pacto Verde entre Naturaleza y Capital es una oportunidad para crear hegemonías para conseguir un cierto crecimiento permanente.

Aquí estaría el Green New Deal y el programa Next Generation. El problema a superar sería clarificar qué aporta este Pacto Verde a la fallida retórica del Desarrollo Sostenible, qué garantías adicionales supone teniendo en cuenta que podría conllevar riesgos de extractivismos que mantienen dinámicas colonialistas y que suponen impactos ecosociales insostenibles de tecnologías supuestamente sostenibles.

Una alternativa más rupturista con respecto al modelo actual que podríamos denominar Decrecentista, que no cree en el relato de permanente crecimiento económico (del PIB) y que plantea una reducción del metabolismo económico en distintos ámbitos: energía, transporte, turismo, etc…; si bien esta reducción debe darse en primera instancia planificadamente por ser justa y en los países más ricos en primera instancia.

Sin duda es imprescindible replantearse el relato del crecimiento económico como paradigma, si bien para ello el Decrecimiento como tal debería ser reformulado de tal forma para que no se entienda vinculado a la actual noción de sistema económico (con la metáfora de la producción a la cabeza) pudiéramos decir que pretendiendo hacerlo “más pequeño” pues eso se denomina recesión y genera un nulo atractivo político y social. En todo caso lo relevante es que esta reformulación parta de la base de que esta reducción de los flujos del metabolismo económico y social no puede hacerse sin cambiar las reglas del juego económico que los mueven y la noción de sistema que orienta las reflexiones y las políticas.

Pero si transcendemos la idea hoy usual de el sistema económico, para razonar con una economía de sistemas y si cuestionamos la actual idolatría del PIB para consensuar una taxonomía del lucro [1] (que destierre o penalice el lucro sin contrapartida y marque bien las fronteras de los delitos económicos), adoptaremos por fuerza enfoques multidimensionales en los que se desvanece el relato del crecimiento, ya que no habrá una variable única y universal (como era el PIB) que se postule que deba crecer o decrecer. En este nuevo contexto quedaría claro que la meta de los movimientos sociales críticos no puede ser el crecimiento por muy verde que se pinte (ni tampoco el decrecimiento), sino la reconversión de la civilización industrial hoy globalizada hacia horizontes ecológicos y sociales más saludables para la mayoría. Lo que requiere cambios mentales e institucionales que permitan crear un mundo donde quepan muchos mundos… y a este nuevo mundo reconvertido habría que darle nombre para que sea asumido con generalidad[2]. Pues, como advertía Lewis Munford, “Cuando no hay meta no hay dirección: no hay plan fundamental ni consenso y, por lo tanto, no hay acción efectiva práctica. Si actualmente la sociedad se encuentra paralizada, ello no se debe a la falta de medios, sino a la falta de fines[3].

Pero el reto es de enorme calado. Por ello es imprescindible establecer puntos de encuentro que lleven a consensos, por lo que debemos construir un espacio común a modo de Plataforma de debate, de análisis y de acción, conformada por Organizaciones Sociales que representen los distintos ámbitos: Economía, Ecología, Sindicatos, Científicos, etc… todos con un mismo objetivo: un nuevo modelo ecosocial de convivencia.

Y quizás, desde la “Crítica agotada. Claves para un cambio de civilización”[4] podemos verificar que otro mundo mejor sí es posible, pero que para acercarnos a él hemos de liberarnos de las idolatrías y los términos fetiches que nos tienen atados a la ideología y las instituciones dominantes, que incluso llevan a pontificar que “no hay alternativa” y que tenemos que entrar por el aro que nos marca ese sálvese quien pueda individual que sugiere la actual crisis de civilización. Este cambio no se hará de un “día para otro”,  en la historia esto no suele ocurrir. Pero sí hay camino para recorrer facilitando y exponiendo iniciativas de cambio para conseguir que esos granos de arena  vayan conformando la playa…

Notas:

[1] Naredo, J.M. (2019) Taxonomía del Lucro, Madrid, Siglo XXI.

[2] Algunos autores habían puesto nombre a esta meta de un mundo más habitable y saludable o precisado el camino para alcanzarla: Patrick Geddes lo llamó Eutopía (frente a la actual Cacotopía), Iván Illich habló de una Sociedad Convivencial… o Nicholas Georgescuu-Roegen propuso un “Programa bioeconómico mínimo” cuyo primer punto era: “1.-Habrá que prohibir totalmente no solo la guerra en si misma, sino la fabricación de todos los instrumentos de guerra…”, propósito que cobra hoy especial relevancia, reclamando la tradicional y lógica fusión entre ecologismo y pacifismo.

[3] Mumford, L. (1935) The culture of the cities [ed. en castellano: La cultura de las ciudades, Buenos Aires, EMCE, 3 vol. s/f, vol. II, p. 134; otra edición: Logroño, Pepitas de Calabaza, 2018].

[4] Naredo, J.M. (2022) La Crítica Agotada: claves para un cambio de civilización, Madrid, Siglo XXI.

Desde hace ya algunos años los movimientos negacionistas del cambio climático (o retardistas de sus soluciones) ven un supuesto «enemigo del sistema» a  la Agenda 2030 de NNUU y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Por supuesto que sea un slogan completamente falso no les impide continuar la demagogia contra una Agenda que se conformó en su origen para consensuar caminos para transitar hacia una sociedad más equilibrada en lo ambiental y más equitativa en lo social . Contra esto es la arremetida de estos negacionistas de nuevo cuño post fascista porque lo que realmente temen es una sociedad ecosocialmente más igualitaria.

Sin embargo es una paradoja sorprendente el acusar de los supuestos grandes males que acucian a nuestra sociedad a algo que realmente no se está aplicando tal y como debiera, pues lo realmente preocupante es la falta de aplicación de la Agenda 2030 que amenaza con convertirla en un mar de buenas intenciones que terminan en papel mojado.

Esto es lo que podría deducirse fácilmente si tomamos en consideración el último Informe de evaluación sobre su operatividad realizado por Naciones Unidas, promotor de la Agenda. En efecto, ya en mitad de camino desde 2015 en que se enunciaron los citados ODS de la Agenda 2030, sus resultados son manifiestamente mejorables, “sonando una música” ya pasada como fue el fracaso de los Objetivos de Desarrollo del Milenio instrumento análogo implementado anteriormente .

La propia evaluación de NNUU indica que: “Los últimos datos y evaluaciones a nivel mundial de los organismos custodios dibujan un panorama preocupante: de las aproximadamente 140 metas que pueden evaluarse, la mitad presentan desviaciones moderadas o graves de la trayectoria deseada. Además, más del 30% de estas metas no experimentaron ningún avance o, peor aún, retrocedieron por debajo de la línea de base de 2015. Esta evaluación subraya la urgente necesidad de intensificar los esfuerzos para garantizar que los ODS mantengan su rumbo y avancen hacia un futuro sostenible para todos”.

La inobservancia en la puesta en marcha de las  acciones expresadas en la Agenda 2030 y que en si justificarían su existencia, está trayendo graves consecuencias en las personas y el planeta. Algunas las vemos a continuación:

Seguirá un aumento de la pobreza extrema que podría llegar a 1000 millones de personas en 2030 con una brecha de desigualdad entre pobres y ricos cada vez más amplia. El deterioro ambiental se intensifica con permanentes incrementos de emisiones de CO2 que agudizan la crisis climática de consecuencias devastadoras para la biodiversidad, la seguridad alimentaria y los recursos hídricos (el cambio climático es un multiplicador de amenazas) y ello podría conducir a un aumento de conflictos y crisis humanitarias agravando la situación actual de desplazados y refugiados ambientales.

Poner en marcha las acciones que impregnan la Agenda 2030 no se puede quedar en enganchar en nuestro vestuario un hermoso pin, sino en impregnar en nuestro cerebro y en nuestra voluntad la necesidad de cambiar nuestro modelo desarrollista. Debemos hacerlo así si no queremos que la Agenda 2030 se asemeje a las cínicas Cumbres por el clima con sus “evoluciones” involutivas y sus “esperanzas” desesperanzadas, acercándose a las políticas lampedusianas (“cambiar” todo para que nada cambie) tan usadas en temas ambientales. Un riesgo real de que la Agenda 2030 se convierta pues en la Agenda 3020, es decir, que sus objetivos cifren resultados 90 años más tarde, si es que seguimos en el Planeta Tierra.

Llamando a la acción

Para que esto no ocurra y revertir la actual situación se precisan acciones urgentes de los gobiernos estatales y locales, así como incrementar las exigencias en debida diligencia a las entidades privadas. Entre las medidas clave se incluyen:

  • Aumentar la inversión para una transición ecológica real de la economía: los gobiernos y las instituciones financieras internacionales deben aumentar significativamente la inversión en los ODS.
  • Fortalecer la cooperación internacional: es necesario un mayor compromiso y coordinación entre los países para abordar desafíos globales. Esto implica que los países desarrollados deben cumplir e incrementar sus compromisos de ayuda oficial al desarrollo y apoyar a los países en desarrollo contemplando la condonación de deuda.
  • Reducir las desigualdades: se deben implementar políticas que promuevan la inclusión social y económica, empoderen a las mujeres y las niñas y protejan a los más vulnerables.
  • Abordar la crisis climática con urgencia: se requieren acciones ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y construir resiliencia para adaptación al cambio climático. Esto implica amplias medidas fiscales que graven la producción energética con fuentes fósiles así como la disminución drástica programada de financiación de la Banca Internacional y la eliminación de subsidios a la producción (incluyendo la nuclear).
  • Promover la paz y la seguridad: la prevención de conflictos y la resolución pacífica de disputas son esenciales para el desarrollo sostenible, eliminando las inversiones en material bélico.

El reto real es, sin dobles morales, si estamos dispuestos a este cambio. La sociedad civil tiene (tenemos) un papel crucial que desempeñar para exigir cuentas a gobiernos y empresas y para movilizar a las comunidades para la acción.

El tiempo se agota para alcanzar los ODS. Se necesita un cambio radical en la forma en que pensamos y actuamos. Todos tenemos un papel que desempeñar para construir un futuro más sostenible y equitativo. Los gobiernos, las empresas, las organizaciones de la sociedad civil y las personas individuales deben unirse y actuar con urgencia si no queremos que la Agenda 2030 se convierta en la Agenda 3020.

Traducción: Nuria del Viso

Recogemos en este artículo las intervenciones de Eileen Crist y de Lyla Mehta en el foro online sobre población «The Population Debate Revisited», organizado por Great Transition Initiative (GTI) en agosto de 2022[1]. Las autoras representan dos posiciones paradigmáticas de los debates sobre población: Crist defiende la necesidad de reducción de la población mundial mientras que Mehta aboga por poner el foco en cuestiones de poder, de distribución y de cómo se genera socialmente el concepto de escasez.

Menos es más

EILEEN CRIST

Me gustaría empezar agradeciendo a Ian Lowe el haber preparado el escenario para un animado intercambio. Mi comentario está motivado por la consideración normativa de superar el rencor que rodea la cuestión de la población. Abogo por replantear ciertos aspectos de la población de forma que se demuestre de forma incontestable que poner fin al crecimiento demográfico y reducir gradualmente el número de seres humanos sirve para el bienestar de todos a largo plazo.

Desvincular la política de inmigración de la cuestión demográfica. Resulta ventajoso enfocar la población como una cuestión global, excluyendo el discurso de la inmigración de las cuestiones de población. Cuando se proponen medidas de restricción de la inmigración como medio para hacer frente a la superpoblación, el debate sobre la población se paraliza en medio de acusaciones de racismo, xenofobia y similares. Podemos unirnos para abogar por la búsqueda activa de ciertos derechos humanos que reviertan el crecimiento de la población (cuestión que abordaré más adelante), sin que la inmigración se convierta en un obstáculo. El espacio me impide exponer los argumentos contra la restricción de la inmigración como política demográfica, pero los he publicado en otro lugar[2].

Los derechos de los niños, el empoderamiento de las mujeres, la libertad reproductiva y la educación sexual integral son el camino. Evitar empantanar el debate sobre la población con la política de inmigración no es una mera táctica. La transición hacia una población mundial más reducida y sostenible es posible mediante el mismo conjunto de transformaciones en todas las sociedades: tolerancia cero a las «novias infantiles»; educación hasta (al menos) la enseñanza secundaria para las niñas; empoderamiento de las mujeres, es decir, acceso a la educación superior, a un empleo significativo y a carreras de liderazgo; servicios de planificación familiar y opciones anticonceptivas voluntarias; y eliminación de las barreras físicas, sociales y culturales que las impiden. A estos derechos humanos establecidos relacionados con la población, debemos añadir la educación sexual integral (ESI), que puede desempeñar un papel importante en el decrecimiento de la población. La ESI reduce la tasa de embarazos no deseados, además de otros notables beneficios para la calidad de vida[3].

Los derechos de las niñas y las mujeres son fundamentales para la transición a una población más reducida. Cuando las mujeres reciben educación y se empoderan por lo general eligen tener menos hijos o no tenerlos, independientemente de su origen. Cuando las mujeres son libres de elegir su destino reproductivo aflora lo que Martha Campbell ha llamado su «deseo latente» de tener menos hijos[4]. Hay una razón evolutiva para ello: el embarazo y la maternidad son un reto para el cuerpo de las mujeres. Tener muchos hijos, sobre todo a partir de la pubertad y de forma muy seguida, está relacionado con un aumento de la mortalidad materna.

Las presiones sexistas del pronatalismo coercitivo están presentes no solo en el mundo en desarrollo. Ya sea de forma sutil o expresa, las normas socioculturales a favor de la maternidad están muy extendidas en el Norte y el Sur del mundo. Las presiones pronatalistas sobre las mujeres merecen ser expuestas y confrontadas[5].

El consumo es el problema, la población lo aumenta. Un marco estándar que requiere un replanteamiento es la yuxtaposición de «consumo» y «población» como variables de impacto distintas. Este dilema engañoso lleva a la gente a elegir cuál es el problema. Es comprensible que muchos opten por castigar el consumo excesivo de los ricos mientras desestiman el tamaño y el crecimiento de la población. Este dilema es ofuscante. El consumo excesivo es el problema; el crecimiento de la población hace que el consumo aumente y acabe por rebasar los límites.

Para entenderlo mejor, imaginemos una situación hipotética. Si los seres humanos fueran «respiradores», es decir, capaces de satisfacer sus necesidades energéticas únicamente con la respiración, y se inclinaran por la simplicidad voluntaria, el número de seres humanos apenas importaría. La Tierra podría albergar a muchos miles de millones de minimalistas respiratorios. Volviendo a la realidad, todas las personas necesitan comer y a la mayoría le gusta hacerlo al menos dos veces al día. Más aún, todo el mundo debería comer más de una vez al día y tomar buenos alimentos. En una civilización global electrificada e interconectada, la gente consume, por supuesto, muchas más cosas que alimentos. En este artículo, me centro en la cuestión de la población sobre todo a través de la lente de la alimentación.

El sistema alimentario (producción, consumo, transformación y comercio) se ha convertido en la principal causa de deterioro ecológico a todos los niveles: extensión del uso de la tierra y de los océanos, colapso de la biodiversidad, pérdida y degradación del suelo, agotamiento del agua dulce, cambio climático y contaminación de la tierra, los ecosistemas de agua dulce, los mares costeros y la atmósfera[6].

¿Podemos dejar de enmarcar la Revolución verde como un «logro técnico»? Me gustaría que abandonáramos el obligado guiño deferente a la revolución verde. A pesar de las buenas intenciones originales, los beneficios a corto plazo y los impresionantes rendimientos, la revolución verde ha desatado una caja de Pandora de daños desastrosos. Sus monocultivos destruyen la biodiversidad. Los agroquímicos ponen en peligro la biodiversidad del suelo, la vida de las plantas y los insectos, las aves y otros animales, incluidas las personas[7]. Los fertilizantes sintéticos desmantelan la biodiversidad del suelo; exacerban el cambio climático, contaminan el aire, la tierra, el agua dulce, las aguas subterráneas y los estuarios; y pueden provocar eventos de mortalidad masiva de la fauna. Mientras que la cantidad de alimentos se ha disparado (por ahora), la calidad de los mismos (especialmente los que se imponen a las personas sin poder) ha caído en picado. Más de 2.000 millones de personas (tanto subalimentadas como sobrealimentadas) sufren carencias de micronutrientes[8].

La revolución verde ha respaldado el crecimiento explosivo de la población humana. La existencia de casi la mitad de la población está en deuda con las tecnologías de la revolución verde, sobre todo con los fertilizantes[9]. Es un trato fáustico. Los efectos de la revolución verde en la biosfera están aumentando en los niveles interrelacionados mencionados anteriormente. El glifosato está en la lluvia. La contaminación por nitrógeno es una catástrofe creciente que pasa desapercibida, ya que la mayoría de los ojos están puestos en el carbono[10]. Los monocultivos son más vulnerables a un clima que cambia rápidamente.

Aunque se necesita inmediatamente una mejor gestión de los insumos de la revolución verde, el restablecimiento de la salud de la biosfera y de la humanidad no tiene por qué plantearse como un ejercicio de control de daños de un sistema de producción de alimentos intrínsecamente perjudicial. La solución profunda consiste en abandonar esta forma de producir alimentos, junto con la reducción gradual del número de personas hasta llegar a un punto en el que todas las personas puedan recibir alimentos sanos: alimentos producidos de forma ecológica y ética, no contaminados por biocidas y ricos en nutrientes procedentes de suelos sanos y regenerados.

El cultivo de alimentos no es un problema de ingeniería que deban resolver los tecnócratas con planes de eficiencia y microgestión. Cultivar alimentos es el arte de los agricultores en diálogo con la abundante fertilidad de la Tierra.

Menos es más: una población de unos 2.000 millones es mejor para todos y a largo plazo. La Tierra conoce la fertilidad, y los agricultores saben cómo trabajar con ese don para alimentar a la gente. Deberíamos prescindir del tropo de «alimentar al mundo». No hay que alimentar a los seres humanos, sino nutrirlos con alimentos hechos con amor por los animales y la tierra, cultivados por la calidad más que por la cantidad, y elaborados por los agricultores en una relación ingeniosa con la naturaleza que los rodea.

Entonces, ¿a cuántas personas puede alimentar la Tierra? Esta pregunta requiere una aclaración muy importante. ¿En qué tipo de planeta? Los guardianes de la Tierra sostienen que la opción virtuosa y prudente es un planeta en el que se conserve la biodiversidad, la abundancia de poblaciones no humanas, la complejidad ecológica, la vivacidad del comportamiento (como las culturas animales y las migraciones) y el potencial evolutivo. Todo ello requiere la conservación a gran escala de la tierra y los mares, el fin de la deforestación tropical, la proliferación de proyectos de renaturalizaciónz y restauración ecológica, y la eliminación gradual de los agroquímicos y otros contaminantes. Una amplia protección de la naturaleza salvaje y de los «paisajes intermedios» agrodiversos (donde se producen los alimentos) son sinérgicas, siempre que los paisajes intermedios sean subsistema modesto del planeta en lugar de invadirlo.

Cuando David Pimentel hizo el cálculo de cuántas personas pueden ser mantenidas con equidad a base de alimentos orgánicos, diversos y mayoritariamente vegetales, y al tiempo proteger generosamente la naturaleza salvaje, el resultado rondaba los 2.000 millones[11]. Esta cifra no es absoluta ni una «solución rápida”[12], sino que ofrece una visión a medio y largo plazo que debe abordarse con prontitud y ambición dentro de un marco de derechos humanos, junto con muchas otras transiciones que exige nuestra situación.

¿Qué elegirá la humanidad? Además de necesitar alimentos sanos, la mayoría de los habitantes del mundo moderno también quieren –entre otras cosas– ordenadores personales, frigoríficos, control de la temperatura interior, tecnologías de entretenimiento, medios de transporte y un conjunto material de servicios sanitarios, educativos y de otro tipo. Podemos dejar de lado si se trata de lujos industriales, de comodidades buscadas o de manifestaciones del potencial de nuestra especie que vale la pena mantener en formas alteradas y reducidas. En lo que sí podemos estar de acuerdo es en que las comodidades modernas no deberían ser un privilegio ilimitado de los ricos, sino una prerrogativa de todos los que las deseen a niveles moderados y justos.

A este respecto, el estilo de vida moderno se está extendiendo, lo que subraya el argumento: debemos ser muchos menos, si la humanidad también desea habitar un planeta biológicamente vibrante. Si, por el contrario, la humanidad deriva hacia la conversión de la Tierra en una colonia de recursos, ese planeta empobrecido podría –durante un periodo indeterminado– «alimentar» a muchos miles de millones de humanos, mientras se embolsarán las riquezas los Amazon, grandes almacenes, corporaciones agroquímicas, grandes farmacéuticas y el complejo militar-industrial. Si pudiéramos votar, ¿no elegiría la humanidad un planeta vivo en lugar de uno colonizado? En esta encrucijada nos encontramos.

Contra el alarmismo demográfico

LYLA MEHTA

Más que un «elefante en la habitación», como sostiene Ian Lowe, el tema de la población y el neomaltusianismo están vivitos y coleando. Ejemplos recientes son la película de David Attenborough Una vida en nuestro planeta, que aborda cómo los seres humanos están invadiendo el mundo y de las amenazas de la población para el medio ambiente; los grupos de reflexión de Washington que establecen vínculos entre los llamados refugiados climáticos, la escasez y la superpoblación; e incluso el príncipe Guillermo del Reino Unido afirma que la población de África es una amenaza para la vida salvaje y la conservación.

Lamentablemente, seguimos en un mundo en el que el pensamiento neomaltusiano establece vínculos simplistas entre el aumento de la población, el cambio climático, los conflictos y la escasez de recursos. Son evidentes los vínculos con la «tragedia de los comunes» de Hardin cuando el ecologismo y el pensamiento sobre el desarrollo en general interpretan una serie de cuestiones que van desde la pobreza mundial y el desarrollo económico, el cambio medioambiental, la conservación e incluso la seguridad nacional y mundial a través de la lente de la superpoblación y la escasez. Esto ha tendido a dar lugar a narrativas tecnoautoritarias que se dirigen desproporcionadamente a los pobres y marginados del “mundo mayoritario”, que en consecuencia suelen enfrentarse a una serie de acciones draconianas, por ejemplo, el desplazamiento, la desposesión, el control de los cuerpos –especialmente, de las mujeres pobres no blancas– y la biopolítica.

Así, esta fijación con la superpoblación desvía la atención de cuestiones más cruciales como la forma en que se distribuye el poder en la sociedad, la desigualdad de género, la discriminación étnica y de casta, las condiciones comerciales injustas, la planificación estatal, las tecnologías centralizadoras, los acuerdos de tenencia, la degradación ecológica, etc. Además, tenemos que vincular los debates sobre la población con las cuestiones relativas a los modelos desiguales y sesgados de consumo, y de asignación y distribución de recursos.

Gran parte de mi trabajo anterior se ha centrado en la escasez y los límites. El concepto de escasez –es decir, la suposición de que las necesidades y los deseos son ilimitados y los medios para conseguirlos son escasos– es el principio básico de la economía moderna. Pero esta noción ha hecho que la escasez se convierta en un discurso totalizador tanto en el Norte como en el Sur global. El «miedo» a la escasez ha hecho que esta se convierta en una estrategia política para los grupos poderosos. Como argumentó el difunto Steve Rayner, la propagación del miedo a la disminución de los recursos del planeta ha servido en gran medida para mantener a los pobres en la pobreza y enriquecer a los que ya son ricos[13]. Por eso, en trabajos anteriores, junto con varios colaboradores, he argumentado que la escasez no es una condición natural; el problema radica en cómo vemos la escasez y en las formas en que se genera socialmente[14]. Por lo tanto, tenemos que centrarnos en las cuestiones fundamentales de la asignación de recursos, el acceso, el derecho y la justicia social, en lugar de recurrir a nociones simplistas universalizadoras de la escasez.

Como sabemos por los informes recientes y pasados del Grupo de Alto Nivel de Expertos en Seguridad Alimentaria y Nutrición y también del PNUD, hay suficiente comida y agua para todos[15]. Sin embargo, a nivel mundial, el problema del hambre crónica existe y se ha intensificado durante la pandemia. En los países ricos, los perversos regímenes de subvenciones han llevado a la generación de excedentes, y los pobres comen alimentos envasados baratos. El hambre y la obesidad son dos caras de la misma moneda. Actualmente hay una explosión de bancos de alimentos en el Reino Unido, y cerca del 8% de la población sufre inseguridad alimentaria[16]. La malnutrición y el hambre en el Reino Unido no se deben a la superpoblación, sino a la austeridad, los recortes, el aumento de la pobreza y la desigualdad.

A pesar de estas cuestiones, el miedo a la escasez y la superpoblación sigue siendo un medio para desviar la atención de las causas de la pobreza y la desigualdad que pueden implicar a los políticamente poderosos. Por ello, Marie Sneve Martinussen, diputada noruega del Partido Rojo, en un reciente acto sobre los Límites del Crecimiento +50 en Oslo instó de forma elocuente a no centrarnos en la tragedia de los comunes, sino en la «tragedia de los pocos», es decir, en el papel que desempeñan los poderosos, los ricos y las élites, en la perpetuación del crecimiento obsesionado por el PIB, el consumo y la destrucción del medio ambiente. Del mismo modo, el movimiento por el decrecimiento reclama que los límites al consumo/crecimiento se apliquen en gran medida a los países ricos y a las élites de todo el mundo, y no a los grupos y países pobres y vulnerables.

Los discursos sobre el número de personas y la necesidad de control de la natalidad suelen hacer recaer todas las esperanzas y expectativas en las mujeres. Invariablemente, los objetivos son las mujeres negras y morenas de Asia, África y América Latina, a las que se considera que tienen demasiados hijos. Rara vez se apunta a las mujeres blancas de los países ricos, a sus bebés, o incluso a las huellas de carbono o ecológicas de las familias blancas en el mundo minoritario.

El 24 de junio de 2022, el Tribunal Supremo de Estados Unidos anuló el derecho constitucional al aborto en el país, lo que supuso un día muy trágico para los derechos de la mujer y los derechos humanos. ¿Cómo podemos siquiera hablar de cuestiones de población cuando se niegan derechos tan básicos a las mujeres? Aunque no existen prohibiciones similares en muchos otros países, sigue habiendo muchos obstáculos socioculturales y económicos en torno a los derechos reproductivos de las mujeres, que siguen estando moldeados por prejuicios y leyes masculinas discriminatorias. En el contexto de Estados Unidos, cada vez se reconoce más que la falta de acceso al aborto afectará en gran medida a las inmigrantes, las comunidades indígenas, las mujeres de color, las personas discapacitadas, etc. Gran parte del discurso antiabortista estadounidense es racista y puede vincularse a la supremacía blanca. Por lo tanto, es importante ser conscientes de que las políticas de crecimiento demográfico y de control de la población tienden a no tener en cuenta el género ni la etnia y, por lo tanto, corren el riesgo de reproducir procesos coloniales y racializados de razonamiento y discriminación.

En resumen, en lugar de hablar del crecimiento de la población, centremos nuestra atención en avanzar hacia la consecución de la igualdad de género, la justicia climática, los procesos justos de asignación y distribución de recursos y los procesos de desarrollo que sean sostenibles y socialmente justos en el Norte y el Sur. Esto es lo que realmente importa y contribuiría en gran medida a mejorar el bienestar humano y planetario que permitirá a todos los seres –humanos y no humanos– florecer y prosperar.

Notas:

*Este texto forma parte de la colaboración entre ESPACIO PUBLICO y FUHEM ECOSOCIAL. Fue publicado en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 160, invierno 2022/2023, pp. 25-33.

Eileen Crist es profesora asociada emérita del Departamento de Ciencia y Tecnología en la Sociedad de la Universidad Virginia Tech y editora asociada de la revista Environmental Issues. Entre sus obras figura Abundant Earth: Toward an ecological civilization (University of Chicago Press, 2019).

Lyla Mehta es profesora del Instituto de Estudios del Desarrollo de la Universidad de Sussex, profesora visitante de Noragric en la Universidad Noruega de Ciencias de la Vida, y autora, entre otras obras, de Water, Food Security, Nutrition and Social Justice (Rouledge, 2019).

[1] El debate íntegro de GTI. Agradecemos a GTI el permiso para la reproducción de estos textos.

[2] Eileen Crist, «Decoupling the Global Population Problem from Immigration Issues», The Ecological Citizen vol. 2, núm. 2, 2019, pp. 149–151.

[3] Mona Kaidbey y Robert Engelman, «Nuestros cuerpos, nuestro futuro: difundir una educación sexual integral», en Educación ecosocial. Cómo educar frente a la crisis ecológica. La situación del mundo, capítulo 12, FUHEM Ecosocial/ Icaria, 2017, pp. 189-201.

[4] Martha Campbell y Kathleen Bedford, «The Theoretical and Political Framing of the Population Factor in Development», Philosophical Transactions of the Royal Society B 364, núm. 1532, 2009, pp. 3101–3113.

[5] Nandita Bajaj, «Abortion Bans Are a Natural Outgrowth of Coercive Pronatalism», Ms. Magazine, junio de 2022.

[6] Walter Willet, Johan Rockström, Brent Loken et al., «Food in the Anthropocene: The EAT-Lancet Commission on Healthy Diets from Sustainable Food Systems», The Lancet, vol. 393, núm. 10170, 2019, pp. 447–492.

[7] Joel K. Bourne, «The Global Food Crisis: The End of Plenty», National Geographic Magazine, junio de 2009.

[8] Walter Willet, Johan Rockström, Brent Loken et al., 2019, op. cit.; Paul Ehrlich y John Harte, «Food Security Requires a New Revolution», International Journal of Environmental Studies vol. 72, núm. 6 (2015), pp. 908-920; Richard Manning, «Hidden Downsides of the Green Revolution: Biodiversity Loss and Diseases of Civilization»Mother Earth News, 22 de abril de 2014.

[9] Hannah Ritchie y Max Roser, «Fertilizers»OurWorldInData.org, 2020.

[10] Fred Pearce, «Can the World Find Solutions to the Nitrogen Pollution Crisis?»Yale Environment 360, 6 de febrero de 2018; Eileen Crist, «Got Nitrogen?», The Ecological Citizen (editorial), vol. 5, núm. 1, 2021, pp. 3–10.

[11] David Pimentel et al., «Will Limited Land, Water, and Energy Control Human Population Numbers in the Future?», Human Ecology vol. 38, núm. 5, 2010, pp. 599–611.

[12] Corey Bradshaw y Barry Brook, «Human Population Reduction Is Not a Quick Fix for Environmental Problems», PNAS, vol. 111, núm. 46, 2004, pp. 16610–16615.

[13] Steve Rayner, «Foreword», en Lyla Mehta (ed.), The Limits to Scarcity, Routledge, Londres, 2010, pp. x–xvi.

[14] Lyla Metha (ed.), 2010, op. cit.; Lyla Mehta, Amber Huff y Jeremy Allouche, «The New Politics and Geographies of Scarcity», Geoforum, núm. 101, mayo de 2019, pp. 222–230.

[15] Programa de Desarrollo de las Naciones Unidad (PNUD), Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua, PNUD, Nueva York, 2006.

[16] Departamento británico de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales (Reino Unido), United Kingdom Food Security Report 2021: Theme 4: Food Security at Household Level, 22 de diciembre de 2021.

El arroyo estaba seco, por primera vez. Ya no había agua para lavar, ni para bañarse, ni para echar carreras de palos flotando. No había agua que acariciara el cuerpo de Belén.

Extracto del relato “Agua” de María González Reyes[1]

La crisis del agua en el Estado español se reflejó a través de tres imágenes del verano pasado. En la primera de ellas se veía un terreno seco donde debería estar la laguna de Santa Olalla, en Doñana. Históricamente, siempre ha tenido agua y, por primera vez desde que se tienen registros, durante dos veranos seguidos se ha secado totalmente. El «humedal» de las Tablas de Daimiel aparecía en la siguiente imagen y sólo tenía agua en el 10% de toda su superficie. Si conserva algo de lo que fue es porque se mantiene con la respiración asistida que le dan los bombeos y el trasvase desde el río Tajo. Un parche que evita temporalmente su práctica desecación, como ya ocurrió en 2009. Por último, contemplamos un paisaje que tiene agua, pero no vida, la laguna costera del Mar Menor agonizante. La enorme carga de abonos agrícolas que recibe de su entorno ha desencadenado un crecimiento descontrolado de algas que consumen el oxígeno del agua y han provocado diferentes episodios de mortandad de peces y crustáceos.

Se trata de patrimonios naturales de gran valor ecológico que están desapareciendo y simbolizan el grado de deterioro de unos ecosistemas esenciales para la vida, también la humana. Pero lo cierto es que es una situación extendida por todo el territorio, como muestran los múltiples cauces secos de ríos y arroyos que habitualmente han llevado agua. Y también los más de 600 municipios con limitaciones y restricciones de agua para abastecimiento, principalmente en Andalucía y Cataluña, porque las reservas de los embalses estaban bajo mínimos. A ellos se suman varios centenares de pueblos en diferentes puntos de nuestra geografía abastecidos mediante camiones cisterna debido a que sus aguas se encuentran contaminadas por nitratos o plaguicidas, fruto de una agricultura cada vez más intensiva.

Con este panorama, los conflictos que enfrentan el mantenimiento de unos ríos, acuíferos y humedales vivos con los usos del agua están servidos. Como también los conflictos entre los usos del agua. Y estos se multiplican y agudizan, además, al mismo ritmo que avanza la sobreexplotación, la contaminación y el cambio climático. No queda otra que buscar las formas para garantizar que los ecosistemas gozan de buena salud y, a la vez, puede disponerse de agua para las personas con criterios de justicia social. Ese es el núcleo de la transición ecológica en la gestión de un bien básico para la vida que es cada vez más escaso.

Los límites del agua

En la mayor parte de la Península Ibérica predomina el clima mediterráneo, es decir, la lluvia no es abundante y, además, cada cierto tiempo se producen sequías que pueden llegar a durar varios años. A estas condiciones climáticas hay que sumar en los últimos tiempos la aceleración de los efectos del calentamiento global. El incremento de las temperaturas, especialmente en primavera y en otoño, cuando hay más precipitaciones, produce un aumento de la evaporación y evapotranspiración de las plantas. Hay, por lo tanto, una mayor transferencia de agua a la atmósfera, que circula por las masas de aire hasta volver a caer en forma de precipitaciones en otras regiones. Con un mismo nivel de lluvias, un poco más irregulares, hay más agua evaporada y menos agua en los cauces y acuíferos, que es la que podemos aprovechar. En los últimos 25 años, los cauces están llevando del orden de un 15 a un 20% menos de agua.

Lo paradójico de la situación es que en este escenario las demandas para actividades económicas están disparadas. Justo al contrario de lo que debería ocurrir para garantizar que exista agua para los ecosistemas y las necesidades de la población. Al igual que en otros sectores, la rentabilidad de las empresas demanda un consumo cada vez más voraz de todo tipo de insumos y recursos. El resultado es que la sobreexplotación está a la orden del día, especialmente en los territorios donde es más limitada su disponibilidad. Como muestra el mal estado de los acuíferos del Segura, Guadiana y las Cuencas Internas de Cataluña, donde más del 50% de estas masas de agua están menguando y se están salinizando, en el caso de que sean litorales. El primer puesto en inviabilidad ecológica corresponde a la cuenca hidrográfica[2] del Segura, cuyo índice de explotación hídrica se sitúa más de tres veces por encima del valor que señala una presión elevada.

El acaparamiento de agua por parte de la ganadería industrial, de grandes empresas embotelladoras de agua y del turismo e infraestructuras de ocio despilfarradoras y elitistas, como los campos de golf y las estaciones de esquí, generan conflictos socioambientales en numerosos territorios. Pero lo cierto es que el principal consumidor es el regadío, que se lleva en torno al 85% del total del agua que se consume[3]. Y son los regadíos intensivos los principales responsables del colapso hídrico al que se encaminan muchos ecosistemas.

La extensión de cultivos de frutas tropicales en Granada y Málaga o los frutos rojos en el entorno de Doñana están esquilmando el agua de estos territorios y muestran su inviabilidad ambiental y social a corto plazo en el marco del cambio climático. También lo hace la conversión de los cultivos que históricamente han sido de secano, como los olivares, viñedos y almendros, al regadío. El crecimiento tiene tal magnitud que el principal regadío por superficie en la actualidad es el olivar, con 875.000 hectáreas; el viñedo no llega a esa cifra, pero ya se están regando casi 400.000 hectáreas, mientras que existen 150.000 hectáreas de campos de almendros en riego. Las autonomías donde más ha aumentado son Castilla-La Mancha y, en segundo y tercer lugar, Andalucía y Extremadura. Las cifras oficiales contemplan el regadío legal, pero hay que tener también en cuenta el ilegal, que se ha venido estimando entre un 5 y un 10% más de superficie. Estimaciones que se quedan cortas en el entorno de las Tablas de Daimiel, donde los pozos ilegales regaban un 30% más de superficie, y algo similar ocurre en Doñana, en el acuífero de Los Arenales (Valladolid), y en el Mar Menor (Murcia). De hecho, los pozos ilegales pueden llegar a captar anualmente en España del orden de 4.000 hectómetros cúbicos anuales, el equivalente a lo que consumen más de 40 millones de habitantes.

En el diagnóstico de la crisis faltaría por apuntar la contaminación generada por la agroindustria, que también limita la disponibilidad del agua, porque la convierte en tóxica. Es así cuando el uso de grandes cantidades de plaguicidas llega a los ríos, como es el caso del herbicida glifosato. Su utilización masiva ha tenido como consecuencia el registro de mediciones superiores a los umbrales establecidos para garantizar la salud ambiental en prácticamente todas las cuencas hidrográficas ─Tajo, Miño-Sil, Cantábrico Occidental y Oriental, Duero, Guadiana, Cuencas Internas Andaluzas, Júcar y Segura─. Y también ocurre con los fertilizantes y los purines de la ganadería industrial, que incrementan la concentración de nitratos en el agua hasta tal punto que la hacen no apta para el consumo humano, como ha ocurrido en varios cientos de municipios.

Falsas soluciones

La vía que históricamente han utilizado los gobiernos para cubrir las crecientes demandas de agua en zonas con lluvias escasas y en épocas de sequía ha sido la construcción de grandes infraestructuras. El desarrollismo español franquista tenía como una de sus políticas de cabecera la construcción de numerosos embalses, que perseguían incrementar la oferta de agua para la agricultura, producir electricidad y contratar a las constructoras cercanas al régimen en condiciones lucrativas. Aumentar el acceso de agua a base de hormigón sigue en la actualidad considerándose la solución para los problemas de escasez. Así queda patente en la extendida alarma ante la falsa demolición de presas y en la reivindicación por parte de gobiernos regionales populistas de más embalses y trasvases para conseguir más agua. El problema es que es una política que ha fracasado a la hora de evitar la crisis en la que estamos actualmente, y cualquier infraestructura que se esté planteando en los últimos años no va a “crear” agua, sino negocio a las constructoras.

Aún con 1.225 grandes embalses[4] construidos, un récord mundial, se siguen exigiendo más a pesar de que los construidos en los últimos años se han mostrado ineficaces y algunos de ellos han sido directamente claros fracasos hidráulicos. Podemos hablar del embalse de San Clemente, en Granada, cuyo suelo permeable e imposibilidad de que el río sobre el que fue edificado pueda llenarlo lo ha hecho inservible. O el proyecto de embalse de Alcolea, en Huelva, que recoge aguas ácidas de la minería, que no es apto ni para el abastecimiento ni para el regadío. A la hora de plantear este tipo de infraestructuras hay que tener en cuenta que ya no están funcionando como almacenes o reservas de agua, sino que prácticamente se han convertido en estaciones de transferencia: el agua según llega se deriva a los regadíos. Se podría decir que estamos “viviendo al día” con el agua, y la razón es que la elevada demanda de la agricultura intensiva no puede ser satisfecha con el recurso decreciente que hay en el país. Si vivimos al día con el agua disponible, en el momento en el que se producen sequías se viven conflictos socioambientales como los que han tenido lugar en estos dos últimos años.

La inutilidad de las nuevas infraestructuras hidráulicas se puede explicar por la llamada espiral de insostenibilidad de las construcciones hidráulicas. Ante una situación de elevada demanda de agua, que no es cubierta con la disponible en cauces y acuíferos, se plantea la construcción de nuevos embalses y trasvases. Si estos proyectos se aprueban, lo que ocurre es que se generan nuevas expectativas y aumenta aún más la demanda. De esta forma, una vez construidas no llegan a cubrir las demandas, porque han crecido considerablemente desde el planteamiento del proyecto hasta su puesta en marcha. Un ejemplo paradigmático en este sentido es el trasvase Tajo-Segura: cuando empezó a funcionar, las demandas de agua para el regadío intensivo en la cuenca del Segura superaban en mucho el agua que llegaba.

La construcción de desaladoras y la modernización de las infraestructuras del regadío también han sido utilizadas para intentar sortear los límites del agua. La primera opción puede servir cuando hay mayor escasez, en una situación de elevada sobreexplotación de ríos y acuíferos o en territorios que no tienen más opción. El impacto ambiental de las salmueras sobre los ecosistemas marinos y el coste económico de su obtención limita mucho sus posibilidades.

La segunda ha conseguido reducir las pérdidas de agua en redes, pero ese volumen ahorrado se ha dedicado a intensificar y ampliar el regadío existente, siguiendo la misma lógica explicada en la espiral de insostenibilidad. Por no decir que favorece a las explotaciones con mayor tecnificación, dificultando aún más la supervivencia de las pequeñas producciones. Las infraestructuras y la modernización del regadío profundizan la insostenibilidad, pero son presentadas como soluciones para no abordar la cuestión central, y de gran complejidad, que permita afrontar la crisis del agua: el decrecimiento de su uso.

Claves para la transición ecológica en el uso del agua

Reducir el consumo de agua en las principales demandas requiere de acciones sociales y políticas en tres conflictos. Uno es el freno y desmontaje de los proyectos de grandes empresas inmobiliarias, turísticas, ganaderas y embotelladoras de agua mineral. Otro es el cierre de todos los pozos ilegales, para impedir que haya empresarios puedan robar varios millones de metros cúbicos anuales, como por ejemplo ocurre en el entorno de Doñana. Y el más complejo es la reducción del regadío hasta situarse en un nivel en que se pueda mantener el caudal ecológico de ríos y acuíferos, el abastecimiento de agua potable para la población y satisfacer de forma permanente esta demanda. Un equilibrio difícil, porque habría que prescindir de aproximadamente un millón de hectáreas de regadío existente para lograr un cierto equilibrio hídrico. La dimensión de la medida tiene, sin duda, una importante repercusión social y laboral.

La Mesa Social del Agua en Andalucía, un espacio de colaboración entre organizaciones ecologistas, sindicales, agrarias, ciudadanas y científicas, ofrece algunas claves a tener en cuenta. Entre ellas, la necesidad de definir prioridades en el decrecimiento del regadío con criterios ambientales y sociales, lo que podría plasmarse en el cierre de las explotaciones más intensivas y orientadas a la exportación. Por ejemplo, los olivares y viñedos en regadío intensivo, que, además, generan muy poco empleo. De hecho, el paso de olivar de secano a este formato de regadío reduce sustancialmente la mano de obra contratada. Igualmente, la reconversión de las hectáreas dedicadas a frutos rojos y frutas tropicales en Andalucía hacia explotaciones agrarias que puedan sostenerse con una cantidad de agua drásticamente menor. La reconversión que se plantea tiene que conseguir un empleo digno a jornaleras y jornaleros, para acabar con la situación de explotación laboral en la que viven actualmente. A la vez, hay que tener cuidado con las operaciones de cesión de derechos de agua que favorecen el mercadeo de agua. Si se reduce el agua que se consume, habría que evitar su venta a otros usuarios: necesitamos que su gestión no sea privada, sino pública.

Otra de las claves es planificar la reducción del regadío a través de un reparto social del agua, esto es, modular las dotaciones para que el agua disponible asegure la supervivencia de las explotaciones agroecológicas y de aquellas que son pequeñas y de baja huella hídrica. Con estas medidas, la idea es minimizar las situaciones en las que no exista disponibilidad de agua, una vez se mantiene el caudal ecológico y el abastecimiento a la población, para las pequeñas producciones. Y, en el caso de que se hayan recortado los usos más intensivos y de grandes empresas y aún así no haya agua para estas producciones familiares, podría afrontarse de manera participativa y colectiva cómo apoyarlas para evitar daños socioeconómicos.

Por el lado de la gestión del abastecimiento y saneamiento del agua, especialmente para evitar restricciones de agua a mucha población durante largo tiempo, se puede plantear la puesta en marcha de sistemas supramunicipales entre los principales sistemas metropolitanos y los pequeños y medianos municipios, para evitar que estos últimos sean más vulnerables a las sequías. Y en cualquier caso, blindar la función social y ambiental del agua sólo puede conseguirse con una gestión pública, transparente, con participación social en la toma de decisiones y rendición de cuentas.

Las medidas dirigidas hacia el decrecimiento/redistribución social del agua disponible deberían haberse puesto en marcha hace bastante tiempo, porque ya no hay recuperación posible tras la degradación o directamente desaparición de parte de los ríos, acuíferos, lagunas y humedales de nuestra geografía. Si no se pone freno a la sobreexplotación, el colapso hídrico que ya se está produciendo en algunas zonas puede extenderse a bastantes más territorios. La pérdida de estos ecosistemas no sólo tiene como consecuencia agravar la crisis de la biodiversidad, también se está destruyendo la naturaleza que provee de un bien básico para la vida humana. Sin los caudales ecológicos que de forma natural llevan los ríos y humedales no se puede disponer de agua de calidad para la alimentación y la salud pública. Y mucho menos para las actividades económicas. Con la desaparición de un humedal, y de la vegetación y fauna que habitan ahí, también deja de haber agua para las personas. La transición ecosocial en el uso de agua pasa, entonces, por aunar la conservación de los ecosistemas, la garantía del derecho humano al abastecimiento y saneamiento del agua y el reparto social del agua disponible para una agricultura y una ganadería agroecológica y familiar.

Notas:

Este texto forma parte de la colaboración entre ESPACIO PUBLICO y ECONOMISTAS SIN FRONTERAS. Fue publicado en el Dossier de Economistas sin Fronteras, número 52ª, invierno 2024.

[1] Yayo Herrero, Marta Pascual, María González Reyes y Emma Gascó, La vida en el centro. Voces y relatos ecofeministas, Madrid, Libros en Acción, 2019.

[2] Terreno que concentra el agua de escorrentía de las lluvias y deshielos a través de arroyos y ríos hacia un curso de agua principal que desemboca al mar.

[3] Es una cifra muy elevada y es sin tener en cuenta los retornos, es decir, el agua que vuelve a los cauces y acuíferos después de que es usada, y que en el caso del regadío es inferior al 10 %.

[4] Se considera gran embalse al que tiene una presa superior a 15 metros de altura. España es el país europeo que cuenta con más embalses y el quinto a nivel mundial.

¿Qué cambio económico y social se puede realizar y con qué recursos? ¿Cómo combatir la concentración de la riqueza, las desigualdades, las amenazas de las guerras y la depredación del planeta? ¿Cómo afrontar los nuevos retos que plantea la crisis energética en el Estado español y en la Unión Europea? ¿Cómo construir un modelo de sociedad más justo de “buen vivir” para todas y todos?

Para analizar estos temas contamos con la participación de técnicos, investigadores, ecologistas, periodistas, economistas, analistas, y responsables del gobierno, que aportaron diagnósticos y propuestas.

moderado por:

  • Lourdes Lucía

    Abogada y editora

  • Marià de Delàs

    Periodista

Transición ecológica: una cuestión de justicia global y supervivencia

  • Cristina Narbona

    Vicepresidenta Primera del Senado. Presidenta del PSOE

 1. Introducción

Hace cincuenta años se celebró en Estocolmo la primera reunión de Naciones Unidas dedicada a los problemas ambientales (1). Los gobiernos escandinavos fueron los más activos a la hora de introducir tales cuestiones en la agenda internacional: sus ciudadanos estaban ya entonces concienciados y preocupados por el fenómeno de la peligrosa “lluvia ácida”, consecuencia de actividades muy contaminantes en los países de su entorno, en particular en el Reino Unido.

Ese mismo año se publicó “Los límites del crecimiento”, un informe del Club de Roma(2), encargado a diecisiete científicos del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), que predecía un colapso ambiental generalizado a finales del presente siglo, si no cambiaban profundamente las pautas de producción y de consumo del modelo económico dominante. En 2020 se habían cumplido ya buena parte de sus pronósticos, que fueron rotundamente descalificados como catastrofistas durante mucho tiempo.

Diez años antes, se había publicado “Primavera silenciosa”, de la bióloga estadounidense Rachel Carson (3). Este libro -una contundente denuncia de los riesgos de los pesticidas químicos sobre la salud- produjo un importante efecto en la opinión pública norteamericana, con efectos muy relevantes: algunos años después, se prohibía el DDT en EEUU, y se creaba la Agencia de Protección Ambiental (EPA).

Estos tres hechos constituyen, según mi opinión, hitos fundamentales en el inicio de lo que hoy denominamos la “transición ecológica” de la economía. Por “transición ecológica” entendemos la transformación gradual del sistema productivo, de forma que se reduzca el consumo de recursos naturales así como todo tipo de contaminación, y que se preserven y restauren los ecosistemas, hasta alcanzar una situación compatible con el mantenimiento de los principales equilibrios ecológicos.

Ello exige el uso de nuevas tecnologías, pero también un cambio substancial en los hábitos de vida, y por lo tanto un esfuerzo colectivo de máxima responsabilidad.

Los avances de la ciencia y de la concienciación ciudadana, han sido determinantes para conocer cada vez mejor los efectos de la acción humana sobre la salud del planeta -y sobre las correspondientes consecuencias para la salud de todos los seres vivos-, así como para transmitir este conocimiento a la opinión pública, incentivando su implicación.

El problema más grave es sin duda la lentitud en el necesario cambio de paradigma económico, teniendo en cuenta la velocidad de las alteraciones en los ecosistemas, -muy superior a la prevista hasta hace poco por la comunidad científica- que comportan ya situaciones de extrema vulnerabilidad, en particular para los ciudadanos más desfavorecidos y para los países más pobres.

La resistencia al citado cambio es el resultado de la concentración de poder económico y mediático en muy pocas manos, lo que conlleva una gran capacidad para cuestionar la realidad de los problemas ambientales, de forma que la opinión pública llega a creer que tales problemas no son tan graves y que son, en todo caso, el precio ineludible del progreso económico y social. Todavía demasiadas personas están convencidas de que, si aumenta el PIB, se está generando riqueza y bienestar. Afortunadamente cada vez hay más baja evidencia de esta peligrosa falacia (4).

Todo lo anterior remite a la imprescindible aproximación ética al tema objeto de esta ponencia: quienes se ven más perjudicados por el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, son precisamente quienes menos han contribuido a provocar dichos procesos.

En África, en el Sudeste asiático, en buena parte de América Latina y en las pequeñas islas del Pacífico, se sufren severas y crecientes hambrunas, sequías, inundaciones, elevación del nivel del mar… así como gravísimos episodios de contaminación del suelo, del aire y del agua causados por la acumulación de residuos, muchos de ellos tóxicos, procedentes de los países más ricos del planeta. Una reciente investigación (5) sobre el aumento de las exportaciones de residuos electrónicos desde el mundo más desarrollado hacia los países más pobres, pone de manifiesto la cara oscura de la supuesta “economía limpia” de la que presumimos en nuestro entorno… La transición ecológica constituye por tanto una cuestión de justicia, de “equidad global”, cada vez más evidente: el consumismo exagerado y el cortoplacismo del modo de vida occidental, afectan en particular a aquellos países de los que obtenemos materias primas -pensemos simplemente en la deforestación acelerada de la Amazonia, o en los recursos mineros que se extraen con serias consecuencias para la salud de los mineros-, y que convertimos también en nuestros vertederos.

Un ejemplo: la Unión Europea y Estados Unidos generan más del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de China, durante los procesos de fabricación de productos que después se consumen en nuestros países.

Cuando hablamos de “transición ecológica”, tenemos por lo tanto que añadir “justa”, es decir acompañada por medidas específicas para evitar consecuencias sociales indeseables tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.

2. Lo que la ciencia nos dice

La comunidad científica venía alertando de los riesgos ambientales mucho antes de que éstos aparecieran en la agenda política internacional. Tanto el cambio climático como el agujero en la capa de ozono habían sido identificados durante la primera mitad del siglo XX como la consecuencia de determinados gases de efecto invernadero (GEI ), en el primer caso, y de ciertas substancias químicas en el segundo. Asimismo, eran ya conocidos en esa época muchos de los efectos de la contaminación sobre la salud humana, y, de hecho, en muchos países occidentales se promulgaron leyes sobre calidad del aire y del agua potable, antes de que existieran compromisos al respecto a nivel supranacional.

La ciencia fue incorporándose gradualmente como soporte de decisiones políticas nacionales e internacionales: el caso más importante fue la creación en 1988 del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPPC), impulsado por el Programa de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente (PNUMA) y por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que está compuesto por centenares de expertos en diferentes disciplinas, apoyados por el trabajo de aproximadamente cinco mil especialistas. Los informes periódicos del IPCC -el último en 2021-(6) han ido reflejando el avance de la ciencia en la comprensión del proceso de calentamiento global, con hallazgos recientes que confirman la gravedad de la denominada “emergencia climática”. Hoy conocemos mucho mejor, por ejemplo, la relación entre el océano y la atmósfera, que actúa como acelerador del cambio climático, aumentando la frecuencia y la intensidad de huracanes e inundaciones; y también la progresiva pérdida de capacidad del océano como sumidero de GEI, a causa del aumento de la temperatura y de la contaminación en nuestros mares. Sabemos ya que la desaparición de la capa de permafrost en las regiones más próximas al Polo Norte está liberando ingentes cantidades de metano (uno de los más dañinos GEI) y provocando una peligrosa inestabilidad de los suelos, en áreas donde se ubican instalaciones industriales e incluso plantas de energía nuclear.

Lo más relevante es que -a pesar de la dificultad, reconocida por los científicos, para predecir el momento en que el calentamiento global produce efectos irreversibles-, existe un alto consenso sobre la inminencia de ese momento de “no retorno” en numerosos procesos de la vida en nuestro planeta.

La ciencia nos alerta también sobre la conexión entre el cambio climático, la degradación de los suelos, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, conexión que agrava la evolución de cada uno de estos procesos.

El equipo de científicos del Instituto para la Resiliencia de Estocolmo lleva varios años profundizando en el concepto de los “límites planetarios”, que entre otras cosas permite estimar el momento de “no retorno” anteriormente aludido, en un total de nueve procesos básicos para la supervivencia de la especie humana. (7)

El conocimiento científico ha permitido -además del diagnóstico sobre los desafíos ecológicos- el desarrollo de nuevas tecnologías más eficientes y menos contaminantes, (cruciales para la transición energética gracias al coste decreciente de las energías renovables y de la electrificación del transporte), así como de las denominadas “soluciones basadas en la naturaleza” (por ejemplo, los llamados “filtros verdes” como alternativa a las depuradoras convencionales).

De todo ello se deduce la importancia de tener en cuenta los avances de la ciencia y de la tecnología en la toma de decisiones tanto en el ámbito del sector público como del sector privado: se trata de cuestiones que afectan ya a la salud y a la seguridad de la especie humana, y que por supuesto condicionarán la calidad de vida de las generaciones futuras.

3. La concienciación ciudadana

Toda actuación humana conlleva un impacto sobre el medio ambiente. Nuestra “huella ecológica“ depende de miles de decisiones diarias: aunque esas decisiones pueden tomarse de forma más o menos sostenible, dependiendo de la regulación y de los incentivos establecidos por la legislación, hay una evidente responsabilidad individual en nuestra alimentación, nuestros modos de transporte, nuestros hábitos de consumo… e incluso en nuestras preferencias a la hora de votar a unas opciones políticas o a otras. Y es obvio que no se puede poner permanentemente a un policía detrás de cada ciudadano para comprobar la sostenibilidad de sus actos.

Hoy día las nuevas tecnologías de la comunicación permiten acceder con facilidad a toda la información disponible sobre las causas y las consecuencias de los problemas ambientales; y permiten también compartir esta información con millones de personas, facilitando un auténtico activismo global. Es una buena noticia, ya que sin una implicación mucho más generalizada de la ciudadanía en el necesario cambio de paradigma económico, dicho cambio no será viable o, en todo caso, se producirá demasiado tarde, cuando hayamos superado el punto de “no retorno” en los denominados “límites planetarios”. Los ciudadanos pueden, con sus decisiones sobre lo que consumen, cómo se mueven o cómo votan, influir significativamente en las empresas y en los gobiernos.

Desde la acción pública se puede, y se debe, incentivar la participación pública para avanzar en la concienciación ciudadana en materia ambiental. Un buen ejemplo es la puesta en marcha de la Asamblea Ciudadana por el Clima, prevista en la ley sobre cambio climático, compuesta por cien personas representativas de nuestra sociedad en términos sociales, de género y territoriales, que han presentado recientemente al gobierno sus primeras recomendaciones. (8)

4. Cómo se puede incidir desde la política para acelerar la transición ecológica. El caso de España.

Lo primero que cabe decir es que no sirve de nada promover la transición ecológica desde un ámbito específico del gobierno (local, nacional o supranacional), si no se interiorizan sus objetivos y sus condicionantes en todas y cada una de las áreas de la acción pública. De nada sirve, por ejemplo, que se incentive el ahorro y la eficiencia en el consumo de agua, si desde la política agrícola se continúa fomentando la expansión del regadío, incluso con acuíferos sobreexplotados; de nada sirve exigir responsabilidad ambiental a las empresas dentro de nuestras fronteras, si dichas empresas, gracias a los tratados de comercio y de inversión internacional, pueden deslocalizar parte de su producción hacia países con una regulación ambiental laxa… La coherencia entre las diferentes políticas es crucial para avanzar de verdad en la transición ecológica. Esa coherencia resulta menos compleja de conseguir si quien tiene la responsabilidad en materia de transición ecológica está en un nivel jerárquico superior respecto a los responsables de otras políticas sectoriales. Por eso, la decisión de crear una vicepresidencia para la transición ecológica en el gobierno de Pedro Sánchez, con capacidad para orientar decisiones de distintos ministerios, constituye un hito muy notable que debería ser replicado en las administraciones territoriales.

A nivel europeo se cuenta también con una de las vicepresidencias de la Comisión Europea con análogas competencias.(9)

Existen numerosas medidas útiles para promover el uso de tecnologías más limpias y eficientes, así como para fomentar comportamientos individuales más responsables, comenzando por la educación. Las generaciones más jóvenes ya están aprendiendo, desde muy pequeños, las consecuencias de nuestros actos sobre nuestro entorno natural; las normas vigentes sobre el curriculum educativo exigen reforzar este conocimiento, asociado al aprendizaje de valores éticos fundamentales para que esos niños y niñas sean en el futuro ciudadanos responsables respecto de su propio comportamiento y a la vez exigentes frente a empresas y a gobiernos.

El acceso a la información, a la participación y a la justicia en materia ambiental son derechos incorporados a nuestra legislación desde 2006 (10), año en el que también se creó la Fiscalía especial de Medio Ambiente y Urbanismo, que cuenta actualmente con más de 170 fiscales dedicados a la prevención y persecución de los delitos ecológicos y urbanísticos.(11)

España ha consolidado un potente liderazgo a escala internacional en materia de energías renovables, gracias a una prolongada acción política desde la década de los noventa, interrumpida sólo durante las etapas de gobierno del Partido Popular, que llegó a eliminar los correspondientes incentivos en 2012, provocando entre otras cosas la pérdida de 80.000 puestos de trabajo. Actualmente se está desarrollando una ambiciosa hoja de ruta, el Plan Nacional Integral de Energía y Clima (PNIEC) (12), para cumplir con los compromisos asumidos en el Acuerdo de Paris sobre reducción de las emisiones de GEI, hasta alcanzar la plena descarbonización de nuestra economía en el año 2050. El PNIEC contempla además un calendario de cierre de las centrales nucleares, establecido de forma que dicho cierre se produzca cuando esté plenamente garantizado el suministro alternativo de electricidad.

El transporte (terrestre, marítimo y aéreo) es uno de los sectores donde resulta más difícil reducir la correspondiente contaminación, al consumir casi exclusivamente combustibles fósiles, causantes tanto del cambio climático como de importantes problemas de salud. La Comisión Europea está avanzando en el establecimiento de normas que, entre otras cosas, prohibirán la venta de vehículos que utilicen gasolina o diesel a partir de 2035, impulsando con potentes incentivos el vehículo eléctrico, así como el uso de biocombustibles y del transporte público.

Una de las cuestiones más complejas para el éxito de la transición ecológica en España es la política del agua, ya que todavía parte de la opinión pública (en particular en el medio rural) sigue convencida de que la simple construcción de embalses o conducciones garantiza sin límite los recursos hídricos. Lamentablemente, el cambio climático comporta ya una drástica reducción de precipitaciones que se acentuará en los próximos años, y que obliga a cambiar el enfoque de oferta hasta hoy dominante. Las condiciones climáticas exigen un replanteamiento de las actividades agrícolas y ganaderas para una mejor adaptación al cambio climático, a partir de una reducción del uso del agua para regadío, que supone en la actualidad más del 80% del consumo total del agua.

Es urgente además evitar la contaminación y la sobreexplotación de los acuíferos, así como la consideración de los denominados “caudales ecológicos”, es decir del establecimiento de un volumen de agua no destinable a ningún uso consuntivo, para preservar la biodiversidad fluvial y la necesaria aportación de sedimentos y de agua dulce en las desembocaduras de los ríos, para garantizar también la estabilidad del litoral así como la biodiversidad marina.

Actualmente se están tramitando los nuevos planes hidrológicos de todas las cuencas hidrográficas, para adaptarlos a las exigencias de la Comisión Europea.

Por último,- sin perjuicio de muchas otras medidas – cabe destacar la importancia de la preservación y restauración de la biodiversidad marina, objeto de Estrategias ya aprobadas por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Dichas estrategias deben contribuir tambien tanto a la fijación de población en el medio rural como a la garantía de suministro de alimentos y a la prevención de enfermedades. La pandemia del COVID 19 ha puesto de manifiesto la estrecha relación existente entre nuestra salud y la salud de los ecosistemas: más del 70% de las enfermedades infecciosas son la consecuencia de alteraciones en los mismos. (13).

La existencia de los fondos europeos Next Generation supone una extraordinaria oportunidad para impulsar la transición ecológica en España, ya que el 40% de los 140.000 millones de euros concedidos a nuestro país tienen que destinarse precisamente a dicha transición. Y, lo que no es menos importante, la aplicación de la totalidad de los fondos tiene que cumplir el principio de “no regresión ambiental”, es decir que no podrán financiar inversiones que resulten perjudiciales para el medio ambiente.

Vivimos, por lo tanto, un momento excepcionalmente positivo en términos de compatibilidad entre economía y ecología. Pero no cabe ignorar el avance de planteamientos negacionistas respecto del cambio climático o de la Agenda 2030  -esa hoja de ruta, comprometida por nuestro Gobierno, que integra objetivos económicos, sociales y medioambientales con un acertado enfoque holístico-.

Notas:
(1) Cumbre de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, 1972. www.un.org
(2) Club de Roma, “Los límites del crecimiento”, D. Meadows y otros, Fondo de Cultura Económica, 1972.
(3) R. Carson “Primavera Silenciosa” Editorial Crítica, 1962.
(4) “Más allá del PIB”, Banco Mundial, 2021.
(5) UNICEF: "Medio ambiente e infancia” 2022 www.unicef.org.
(6) IPCC: “Sexto Informe”, 2021 www.ipcc.es , 9 agosto 2021.
(7) Instituto para la Resiliencia de Estocolmo. “Planetary bounderies”, Nature 2009.
(8) Asamblea Ciudadana para el Clima. www.asambleaciudadanadelcambioclimatico.es
(9) Frans Timmermans, Vicepresidente para el Pacto Verde Europeo.
(10) Ley 27/2006 de 18 de julio por la que se regulan los derechos de acceso a la información, 
la participación y la justicia en materia ambiental.
(11) Incorporada en la Ley 10/2006 de 28 de abril por la que se modifica la Ley 43/2003 de Montes.
(12) Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030 www.miteco.es.
(13) Fernando Valladares: “La ciencia tiene que aprenderse a hacer valer”. Ethic, 31 marzo 2022.