Para el conocido sociólogo y demógrafo francés Emmanuel Todd, la “supervivencia material” de EEUU depende del control de sus aliados, a los que describe en una situación de moderno “vasallaje”.

Según Todd, que predijo hace ya dos años “el suicidio” industrial y económico de Europa” como consecuencia de la guerra de Ucrania, una paz en ese país en las condiciones que quiere Moscú, incluida su neutralidad, representaría para Washington una pérdida de prestigio.

En declaraciones a la emisora italiana OttolinaTV, Todd, que pronosticó también en su día la implosión de la Unión Soviética, afirma que si Washington quiere que continúe indefinidamente la guerra de Ucrania no es para “salvar la democracia”, sino para “mantener su control sobre Europa Occidental y el Extremo Oriente”.

Rusia nos advirtió durante años, recuerda el analista francés, que no toleraría el ingreso de Ucrania en la OTAN, pese a lo cual la presencia de asesores militares de Occidente en ese país estaba convirtiendo de facto aunque no de iure a ese país en miembro de la Alianza.

No debería pues sorprendernos que en un determinado momento, la Rusia de Putin decidiese lanzar una guerra contra Kiev. “Lo único sorprendente es nuestra sorpresa”, afirma.

Todd dice disentir del politólogo estadounidense de la Universidad de Chicago John Mearsheimer cuando éste trata de “irracional e irresponsable” el comportamiento de los neocons, que “se han hecho con el control del establishment” en aquel país.

Mearsheimer, representante de la escuela realista de relaciones internacionales, habla de “un mundo de Estados naciones” capaces de definir sin interferencias extranjeras sus políticas internas.

Pero eso sólo pueden permitírselo unos pocos países como los propios Estados Unidos. El concepto del Estado nación, agrega Todd, presupone que “el territorio en cuestión goza de alguna autonomía económica”, lo cual “no excluye los  intercambios comerciales”.

Pero éstos deberían ser “más o menos equilibrados”: Un déficit sistemático rinde “obsoleto”, según el analista galo, la noción del Estado nación ya que “la entidad territorial sólo sobrevivirá con el cobro del tributo o la prebenda procedentes de fuera”.

Al menos desde este punto de vista, argumenta Todd, ni Estados Unidos, ni Gran Bretaña ni tampoco Francia, países que se caracterizan por sus déficit comerciales, “no son totalmente Estados naciones”.

El actual “tren de vida” de los estadounidenses depende de las importaciones, que no cubren, sin embargo, sus exportaciones.

A lo que hay que sumar, dice Todd, el hecho de que la riqueza del país esté en manos de una oligarquía y que dependa del  “dominio imperial” y del poder del dólar.

Todd no cree que para definir al Estado “postimperial” que es EEUU valga propiamente  la palabra “democracia”, sino que habría que hablar más bien de “oligarquía liberal”.

En Occidente, la protección de las minorías entre ellas las sexuales, se ha convertido en obsesión, pero se olvida muchas veces que la minoría mejor protegida es la de los ricos.

Las leyes no han cambiado de modo substancial, y así formalmente, añade Todd,  seguimos hablando de “democracias liberales con sufragio universal, elecciones parlamentarias y medios de comunicación libres”.

Pero “las clases más instruidas” siguen considerándose “superiores” de forma que las elites no representan ya al pueblo, y las reivindicaciones de los simples ciudadanos se consideran “populismo”.

Se celebran elecciones, explica Todd, pero al pueblo se le mantiene apartado de la gestión económica y del reparto de la riqueza.

Enfrente tenemos, explica el sociólogo, a países como Rusia, que no son liberales y no protegen a las minorías, pero cuyo sistema político sí es “representativos de las mayorías”, lo que los hace, aunque parezca paradójico, “más democráticos”. Todd los califica de “democracias autoritarias”.

El actual enfrentamiento universal no es pues, argumenta,  entre democracias y autocracias, como se sostiene en Occidente, sino entre “oligarquías liberales” y “democracias autoritarias”.

Y si se entiende, argumenta Todd, por qué EEUU está empeñado en “una guerra total” con las democracias autoritarias, no así el seguidismo de los europeos, que se han sumado a una guerra que va contra sus intereses y resulta “autodestructiva”.

Y ello pese a que se nos dijo que en una treintena de años seríamos una unión cada vez más profunda y una potencia autónoma, que serviría de contrapeso a EEUU y a China.

La Europa actual, dice Todd es “oligárquica y anómica”, está invadida por “mecanismos subterráneos de la globalización financiera, que no es una fuerza ciega e impersonal sino un fenómeno directo controlado por EEUU”.

Antes, los europeos podían poner sus riquezas a salvo del fisco en Suiza, lo que garantizaba al mismo tiempo la independencia de sus oligarquías respecto de Washington.

Pero desde que EEUU obligó a Berna a poner fin al secreto bancario, los capitales europeos se han refugiado en paraísos fiscales más opacos y controlados directa o indirectamente por Gran Bretaña y EEUU.

Ese fenómeno se acentuó, dice Todd, con la crisis financiera de 2008, provocada por EEUU, pero que terminaron pagando los europeos.

El dólar se apreció entonces en un 25 por ciento con respecto al euro y si, como indican algunos estudios, el 60 por ciento de los capitales europeos se encuentran  “bajo el ojo benévolo” de las autoridades norteamericanas, los europeos han perdido “autonomía mental y estratégica”.

Y no sólo eso, sino que mientras que antes, esas cuentas secretas sólo escapaban al fisco de los Estados europeos, ahora que se encuentran en paraísos fiscales gobernados por Gran Bretaña o EEUU contribuyen sobre todo a “inflar la burbuja especulativa”.

Y no sólo han reforzado al dólar, sino que han elevado el precio de las acciones y los productos que se intercambian en los mercados financieros, lo que constituye, según Todd, un gigantesco “esquema Ponzi”.

Objetivos prioritarios de la vigilancia de la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU no son los enemigos de la superpotencia, sino sus aliados europeos, japoneses, coreanos y latinoamericanos, denuncia el analista francés.

Y Todd da como conclusión unas cifras que explican el progreso socioeconómico de Rusia y desmienten a quienes hablaban de la posibilidad de un cambio de régimen en ese país como consecuencia del conflicto ucraniano.

Así, entre los años 2000 y 2017, el índice de mortandad por el alcohol bajó en Rusia de un 25,6 a un 6,4 por ciento; el de suicidios, del 39,1 al 18 por ciento, el de homicidios del 28,2 al 6,2.

Mientras tanto, la mortalidad infantil ha pasado de 19 casos por cada millar de niños de hasta cinco años a sólo 4,8 por mil en 2023, frente a los 6,31 casos de EUU.

Si ha habido un personaje clave en la reorientación hacia la OTAN de la política ucraniana y su ruptura total con Moscú es la estadounidense Victoria Nuland, subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos.

Nuland tuvo un fuerte protagonismo en la llamada revolución del Euromaidán de 2014, que resultó en el derrocamiento del presidente democráticamente elegido Víktor Yanúkovich y la instauración de un nuevo Gobierno de orientación atlantista.

La diplomática estadounidense participó personalmente en aquellas manifestaciones, que derivarían en sangrientos enfrentamientos con las fuerzas del orden protagonizados por elementos neonazis.

Como revela una grabación de sus conversaciones con el embajador estadounidense en Ucrania, Nuland fue también determinante en la decisión sobre quién debería encabezar el nuevo Gobierno de Kiev.

Nuland se decidió por Arseni Petróvich Yatseniuk, algo que no gustó a los líderes de la oposición, y el embajador sugirió que sería conveniente consultar ese nombre con los dirigentes europeos, a lo que aquélla contestó “Fuck the EU!”, («¡Al carajo la Unión Europea ¡»)

Descendiente de inmigrantes judíos de Besarabia (hoy parte de Ucrania) que abandonaron la Rusia zarista para establecerse en Nueva York, algo que parece explicar su interés por esa parte del mundo, Nuland está casada- y no es un detalle menor- con Robert Kagan.

Kagan es uno de los más duros ideólogos neocons: autor de un ensayo político titulado “The Jungle Grows Back” (“La Jungla vuelve a crecer”), que describe un mundo lleno de peligros – Rusia, China, Irán- y en el que corresponde poner orden a EEUU.

Decidida partidaria en su momento de la invasión de Irak, Victoria Nuland fue una de las principales asesoras del vicepresidente Dick Cheney, uno de los políticos más universalmente criticados por sus métodos sucios en la guerra antiterrorista y el programa ilegal de espionaje, denunciado por Edward Snowden.

El republicano George. W. Bush, que ordenó aquella invasión con la mentira de la existencia de armas de destrucción masiva en el país árabe, designó a Nuland embajadora ante la OTAN, puesto desde el que ésta se encargó de organizar el apoyo internacional a la ocupación de Afganistán.

Ya con el demócrata Barack Obama en la Casa Blanca, Nuland fue nombrada secretaria de prensa del Departamento de Estado de Hillary Clinton, para ser designada más tarde secretaria de Estado adjunto para Asuntos Europeos y Euroasiáticos.

Desde su papel de primera fila en el Euromaidán, Nuland no ha cesado en la búsqueda de apoyo militar a Ucrania tanto dentro como fuera de Estados Unidos para que el país invadido por Rusia consiga recuperar un día todo el territorio ocupado, Crimea incluida, la más roja de las líneas rojas del Kremlin.

Nuland estuvo una vez más presente en Kiev pocos días antes de que el presidente Volodímir Zelenski destituyese en febrero al jefe de las Fuerzas Armadas, Valerii Zaluzhny, y lo sustituyese por el general Oleksandr Syrskyi.

Victoria Nuland acaba de anunciar su próxima retirada del cargo que ocupa, en el que la sustituirá John Bass, último embajador en Afganistán antes de la salida de EEUU del país de los talibanes. ¿No es significativo?

La guerra en Ucrania genera un descomunal sufrimiento entre gente normal que nunca habría querido verse implicada en una conflagración sangrienta. Es una obviedad escondida o disimulada, porque en el relato que recibimos sobre lo que pasa en aquel país a menudo se pone mucho más el acento en las posiciones ganadas o perdidas sobre el territorio por uno u otro ejército, en los discursos oficiales, las valoraciones, las expresiones patrióticas, las proclamas belicistas o en la descalificación mutua entre enemigos, que en las muertes, la devastación, la pobreza, la angustia, el dolor, los exilios y el miedo que provocan y han provocado las acciones militares.

La invasión ordenada por Vladimir Putin sorprendió el mundo entero. Casi nadie la preveía y quien la tenía en su agenda guardaba sus planes, pronósticos o informaciones en el más absoluto secreto. Ahora tampoco hay quién se atreva a hacer conjeturas claras sobre cuándo puede acabar la destrucción y el derramamiento de sangre. El enfrentamiento parece indefinido. Hay quién tristemente confía en que el elevado número de bajas mortales y el agotamiento de municiones hará posible el desenlace del conflicto en un momento u otro con la capitulación de una parte. De hecho, es evidente que Rusia mantiene los bombardeos, que Estados Unidos y la Unión Europea han optado por la escalada militar y que todos se abstienen de proponer cualquier iniciativa diplomática o de abrir alguna expectativa pacificadora.

Necesitamos una mentalidad de guerra”, dijo claramente y sin rubor el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, en reunión con los ministros de Defensa de esta organización hipotéticamente dedicada a implementar la cooperación entre sus estados miembros y a servir a los intereses de la ciudadanía.

Borrell, que tiene adjudicada la máxima responsabilidad sobre la “diplomacia europea”, anunció que Europa occidental ha de fabricar centenares de miles de proyectiles, tiene que vaciar sus arsenales y dedicar un presupuesto extraordinario a la compra de armamento y munición a terceros países para apoyar al ejército de Ucrania.

Tras este propósito seguramente existe una buena y creciente dosis de visceralidad, y de brutalidad irracional, por qué no decirlo. Frecuentemente los comportamientos de algunos participantes en cumbres y reuniones en los más altos niveles de la vida política son mucho más impulsivos y vulgares de lo que se piensa desde la sociedad civil, pero hay que suponer que tras las grandes decisiones, como la nueva apuesta belicista occidental, también existen estrategias pensadas que se ocultan o disfrazan bajo un lenguaje aparentemente humano. En esta guerra, como en tantas otras, la verdad es una de las primeras víctimas.

Tal y como se explicó recientemente en un encuentro organizado por este diario sobre ‘Qué puede hacer Europa para la construcción de la paz en Ucrania’, “falta información fiable sobre el desarrollo de este conflicto”, y quien procura realizar una tarea periodística rigurosa “lo hace en medio de un océano de desinformación que en nada ayuda a saber lo que pasa”. Cada día se nos suministran  “análisis” e “informaciones” subordinadas a la propaganda difundida por responsables de gobiernos, ejércitos y aparatos de Estado en general.

“Una de las consecuencias inmediatas de esta guerra, en la cual la información sobre el conflicto está sometida a la censura primaria de los estados mayores, a la censura secundaria de las corporaciones mediáticas y a las cajas de resonancia y propagación de las redes sociales, es que el acercamiento a los hechos no garantiza más que grados variables de certeza”, explica el escritor Raúl Sánchez Cedillo en un libro (*) repleto de argumentos en favor de una “política emancipadora, en contraposición a la propaganda de guerra y la instauración de un régimen de guerra en nuestras sociedades”.

Esta opacidad ha hecho imposible conocer, por ejemplo, lo que prevén los más altos responsables militares ante las alusiones a la posible utilización de los arsenales nucleares. Analistas y expertos en geoestrategia especulan sobre si llegará un momento en cual el régimen de Vladimir Putin se sienta arrinconado por el bloque occidental hasta el punto de recurrir al armamento atómico, sobre la medida en la cual lo utilizaría y sobre cuál sería la respuesta de la OTAN y la Unión Europea.

Hay que suponer en cualquier caso que ministros y mandos militares contemplan esta hipótesis y que ninguno de ellos frivoliza sobre el significado de hechos tales como la suspensión por parte de Rusia de su colaboración en el tratado START. Nadie puede ignorar que el descontrol de los arsenales nucleares puede acercar la humanidad a escenarios indudablemente apocalípticos.

El derecho de la población ucraniana a defender su soberanía y a exigir la retirada de las tropas rusas es indiscutible pero, tal como explicaron en reciente conferencia Pere OrtegaTica Font, investigadores del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, “cuando hay posibilidad de guerra nuclear es imposible hablar de guerra justa”. Ninguna persona sensata puede creer que la resolución de un conflicto como el de Ucrania puede venir dada por la utilización de armas atómicas de cualquier alcance. Cuesta imaginar los efectos terroríficos y devastadores de una nube nuclear en territorio europeo. Es una posibilidad que no se puede descartar. De momento, la escalada militar que propician la OTAN y la UE no ofrece otra perspectiva que el horror sin fin, el caos y la prolongación indefinida de la catástrofe humanitaria.

La confrontación militar en Ucrania no empezó en 2022. Los prolegómenos hay que situarlos en 2014, pero nadie puede dudar de que la guerra actual, que ha sido dibujada por muchos medios como una “guerra de autodefensa”, se ha agravado exponencialmente e internacionalizado desde hace un año después de una invasión criminal, la del ejército ruso. Aun así, aunque no se dice con suficiente frecuencia, resulta evidente para cualquier persona que no cierre los ojos que millones de ucranianos se han visto obligados a buscar refugio lejos de su tierra y que decenas de miles de personas han perdido la vida como consecuencia de un choque de intereses y lógicas que poco tienen que ver con los de la población normal de Ucrania y de Rusia. Choques de intereses entre oligarquías de estos dos países, entre los dirigentes rusos y los del OTAN y también entre Estados Unidos y China.

“Todas las guerras tienen solución, si se actúa sobre sus causas”, explica Ortega, pero hasta el momento no se ha podido ver ninguna iniciativa gubernamental en esta dirección. Por no haber no hay ni siquiera una propuesta de alto el fuego por parte de algún país occidental.

Tica Font y otras personas dedicadas a la investigación y estudio en favor de la paz coinciden en que “la invasión de Ucrania marca el inicio de una nueva era”, “un cambio de ciclo”, “un horizonte de imprevisibilidad sin precedentes en el último medio siglo”.

Quién quiera hacerse una idea sobre lo que nos espera es preciso que intente filtrar la información que recibe y que no dé por buena la que aparece claramente sesgada y que se nos ofrece cotidiana y constantemente. Hay que interesarse por los abundantes episodios trágicos que ha sufrido el pueblo de Ucrania a lo largo de su historia bajo los efectos del capitalismo, la guerra, el fascismo, el estalinismo y la contaminación nuclear… Y además, hay que escuchar y leer atentamente a los estudiosos sobre el tema y no dejar de buscar respuestas en sus textos y conferencias a una serie de preguntas bastante complejas:

¿Por qué proliferan los gobernantes apologetas de la guerra? ¿A quién beneficia la prolongación del conflicto? ¿Qué papel juegan y han jugado los oligarcas rusos y ucranianos? ¿Qué recursos naturales y económicos se encuentran en disputa? ¿Representa Rusia una amenaza militar que se pueda eliminar? ¿Por qué existe consenso en la UE sobre la conveniencia de aumentar los gastos en Defensa? ¿Qué sentido tiene la ampliación de la OTAN hacia el Este a pesar de la oposición de Rusia? ¿Qué efectos tiene el crecimiento de esta alianza militar sobre el mercado de las armas? ¿China ha formulado una propuesta en 12 puntos en favor de la paz. ¿A quién la ha dirigido? ¿Cómo hay que interpretar las recientes y múltiples advertencias de Estados Unidos contra China en los ámbitos económico, tecnológico y militar? ¿Qué nuevas formas de guerra y qué tecnologías se ponen a prueba en este conflicto? ¿Se puede recomponer de alguna manera el control sobre el armamento nuclear? ¿Por qué el pacifismo no despierta y no consigue movilizar multitudes ante la tragedia ucraniana? ¿Hasta qué punto podrán mantener las autocracias rusa y ucraniana en la represión de las libertades en sus respectvos países? ¿Por qué motivo se presenta el apoyo occidental a Ucrania como una acción en defensa de la democracia?

Hay que despejar incógnitas y buscar respuestas a todas estas y otras preguntas porque la necesidad de iniciativas pacificadoras adecuadas a la situación es acuciante, en defensa de la vida. Hay que “sabotear” de alguna manera “las condiciones que hacen posible el régimen de guerra”, afirma Sánchez Cedillo en su trabajo. Esta guerra, piensa, no finalizará en Ucrania, porque “más allá de efímeras treguas o de solemnes acuerdos de paz, que se violarán tan pronto como sean firmados, en ella se concentran contradicciones y antagonismos de tres tipos, todos irreconciliables bajo el actual estado del capitalismo: un conflicto de independencia nacional, un conflicto interimperialista y un choque de hegemonías en el sistema-mundo”.

Sánchez Cedillo considera “indecente prescribir a una población civil sobre cómo se tiene que comportar ante una agresión militar contra su territorio”, pero también se pregunta sobre si tiene algún sentido hablar de “guerras justas” en un “ecosistema biopolítico dominado por las máquinas de guerra… que impiden el control político de la guerra”. “Si queremos seguir hablando de guerras justas, será de aquellas en las que se juega la existencia física misma de pueblos y culturas enteros”, dice, y hace referencia al pueblo kurdo en Rojava, al palestino contra el militarismo de Israel o al saharaui, pero pide que se descarte para siempre la idea según la cual “de una guerra moderna puede surgir una democracia emancipadora o que una democracia pueda ser compatible con una guerra moderna”. Para ilustrar claramente el valor que otorgan a la democracia los dirigentes de las partes enfrentadas en la guerra en Ucrania, el autor señala reiteradamente que tanto las oligarquías rusas como las ucranianas se acusan mutuamente de fascistas y neonazis mientras unas y otras alimentan y utilizan mercenarios y combatientes nazi-fascistas en los campos de batalla.

En este contexto, el activismo pacifista, el antimilitarismo y las prácticas no violentas se presentan como las líneas de acción política más realistas y sensatas para encarar el nuevo ciclo abierto con esta guerra. Los partidarios de la desobediencia civil se han cargado una vez más de razones para extender su movimiento.

En Ucrania, la objeción de conciencia quedó derogada con la ley marcial, pero miles de jóvenes han eludido el reclutamiento obligatorio o han desertado de las unidades militares, explica Aitor Balbás Ruiz, en el epílogo del libro de Sánchez Cedillo.

En Rusia, la deserción también se presenta como una alternativa a pesar de las penas de prisión previstas en la reforma del código penal aprobada por la Duma contra quien incumpla las órdenes de movilización o la ley marcial. El grado de conciencia antimilitarista no es mayoritario, pero mucha gente huyó, confirmó la periodista rusa y colaboradora de PúblicoInna Afinogenova, en el citado encuentro organizado por este diario. “Hay que dar la mano a todos aquellos que no quieren coger una arma”, concluyó.

Ellos no necesitan la mentalidad de guerra que exige Borrell. Objetivamente solo interesa a quienes sacan provecho directo o indirecto del negocio de las armas y quienes desean tener más control sobre la extracción de minerales y la producción de alimentos para acumular más y más capital, aunque estas ambiciones nos conduzcan hacia la barbarie.

(*) Sánchez Cedillo, Raúl. Esta guerra no termina en Ucrania. Katakrak, noviembre 2022. 

Público’ y la Fundación Espacio Público organizan, con motivo del primer año de la entrada de los tanques a Ucrania, el acto ‘¿Qué puede hacer Europa para la construcción de la paz en Ucrania?’. El evento acoge a expertos como la periodista rusa instalada en España desde el momento en el que surgió el conflicto Inna Afinogenova; la copresidente de Transform! Europa, Marga Ferré; el colaborador de Público, excorresponsal en Rusia, antiguas repúblicas soviéticas, Japón y Corea y experto en geopolítica y seguridad mundial, Juan Antonio Sanz; y con Jordi Calvo, doctor en paz, conflictos y desarrollo, economista e investigador, además de coordinador del Centre Delàs y miembro de la Junta del International Peace Bureau. La mesa redonda está moderada por la directora adjunta de nuestro diario y experta en temas internacionales, Esther Rebollo. La inauguración corre a cargo del periodista de la Fundación Espacio Público, Marià de Delàs, y la clausura está protagonizada por la directora de Público, Virginia Pérez Alonso.

¿Existen otras formas de afrontar un conflicto como el de Ucrania? ¿Cómo se articula el derecho de la población a defenderse sin el envío de armas a Ucrania desde una perspectiva pacifista? ¿Quiénes son los principales interesados en que se produzca un aumento en el gasto militar? ¿Está recibiendo la población información correcta sobre la guerra en Ucrania? A estas y a otras preguntas respondieron Jordi Calvo, vicepresidente de la International Peace Bureau; Pere Ortega, del Centre d’Estudis per la Pau J.M. Delàs; y Itziar Ruiz-Giménez, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid; participantes en este debate organizado por Espacio Público y moderado por Virginia Pérez Alonso, directora de ‘Público’.