Un futuro para el Parque Móvil del Estado, en Chamberí

Teresa Arenillas Parra y José Sierra Álvarez

En los calores de julio de 1972, Manuel Marlaska, cronista del ABC, estaba de miranda en la esquina de la calle de Magallanes con la de Donoso Cortés, y se preguntaba si la reja con la que finalizaba la primera de esas calles encerraba a los madrileños o si, por el contrario, los enrejados eran los trabajadores del Parque Móvil del Estado y los vecinos de la aneja colonia de San Cristóbal (ABC, 22-VII-1972). La institución que centralizaba la movilidad oficial de España desde 1940 era un mundo aparte, un pequeño universo o, si se quiere, una isla, como reitera la memoria de nuestros entrevistados, criados en ella.

Lo sigue siendo. Con sus 76.782 metros cuadrados construidos, las instalaciones del Parque continúan siendo las grandes desconocidas del distrito de Chamberí, como demuestra cualquier encuesta informal y apresurada que se realice a viandantes fijos u ocasionales de las calles del barrio. La colosal fachada del número cinco de Cea Bermúdez, de un sabor nítidamente primifranquista (fue finalizada en 1950, tras casi una década de obras), oculta físicamente los dos grandes corazones del complejo: un enorme garaje multi-storey, con capacidad para más de un millar de automóviles, y una muy extensa nave con cubierta en dientes de sierra, destinada a albergar los talleres de reparación de camiones, autobuses, utilitarios y motos de servicio oficial.

Es un ejemplo muy claro de la arquitectura civil de los años 40, puramente utilitaria, funcional sin la más mínima concesión y sin más alarde que la gran rampa de acceso a las plantas del garaje, la cual, a pesar de su interés, no es lo más valioso del complejo.

Desde que, a comienzos de los años 90, el Ministerio de Hacienda esbozase el horizonte de ir deshaciéndose de lo que comenzaba a ser percibido más como un lastre que como una institución funcional, el Parque no ha dejado de perder intensidad de uso, reducido hoy a muy poca cosa: un contenido residual en una formidable cáscara, un gran espacio infrautilizado en el corazón de Chamberí.

Es sin duda este último aspecto, el de su localización, el que, en el contexto de una acelerada gentrificación del distrito, hubo de atraer las miradas siempre atentas de los grandes inversores inmobiliarios (se llegó a hablar de una auténtica delicatesse urbana en la prensa económica o en las secciones equivalentes de la general), a lo que vendría a unirse la oportunidad de que los sucesivos Ministerios de Hacienda hiciesen caja realizando las plusvalías derivadas de su mera posición en la trama urbana. Y es en ese escenario de deseos cruzados y coincidentes en el que, a la altura de 1997, el Ayuntamiento de Madrid hubo de aprobarla APR.07.05 que abría la espita a la posible demolición del conjunto al amparo del Plan General de Ordenación Urbana de ese año, aún vigente hoy, más de veinte años después.

En 2017, la consciencia de esa amenaza llevó a la configuración de un Grupo de Trabajo en Defensa del Parque Móvil en el marco del Foro Local del Distrito de Chamberí, hoy reconvertido en asociación registrada, una vez que el actual Ayuntamiento parece haber optado de facto por el resuelto desmantelamiento de toda forma de participación vecinal digna de tal nombre. Su trabajo desde entonces ha venido desplegándose en materia de una exposición en la Casa de Cultura y Participación Ciudadana de Chamberí, la realización de una detallada unidad didáctica para colegios (a cargo del malogrado Juan Paz Miraz), una conferencia en la Casa de Cultura, otra en el Centro Cultural Galileo y dos en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, además de la implicación de prestigiosos profesionales de la arquitectura (especialmente a través del Club de Debates Urbanos) y de la historia y la sociología (especialmente a través del Grupo de Investigación Consolidado Charles Babbage de la Universidad Complutense, generadora de varias publicaciones científicas al respecto). Las dos guías principales de ese trabajo han sido la de la evaluación patrimonial del Parque Móvil considerado en sí mismo y, por otro lado, la de su valoración social como posible ámbito privilegiado para el común de los vecinos (chamberileros y, en general, madrileños).

Un espacio de elevados y peculiares valores patrimoniales

La sede estatal del Parque Móvil del Estado (en origen Parque Móvil de Ministerios Civiles) comienza a construirse, al tiempo que la colonia de San Cristóbal, en 1941-42 y finalizado en 1950 (y 1957 en el caso de la colonia). Viene marcado, pues, por el estigma urbanístico, arquitectónico y organizativo de aquel Primer Franquismo cuya herencia patrimonial, en más de un terreno, no se encuentra suficientemente considerado aún, al menos en opinión de los abajo firmantes.

Desde un punto de vista descriptivo, el patrimonio amenazado del Parque Móvil, obra del arquitecto palentino Ambrosio Arroyo, agrupa tres piezas arquitectónicas. Por un lado, el garaje, una suerte de gran prisma cuadrangular (53 por 193 metros) de cuatro plantas sobre tierra y otra de sótano, servido por una excepcional rampa de doble helicoide única en España y de traza y aspecto de extraordinaria elegancia y funcionalidad, muy en la línea de otros grandes garajes europeos y norteamericanos del movimiento moderno de los años 20 y 30.

Por otro lado, e igualmente sustraído a la vista, la gran nave de talleres, de 190 por 46 metros, consta de una sola planta (aunque una parte de su subsuelo se configura como sótano) y aparece cubierta por 19 dientes de sierra con luz procedente del norte que apoyan sobre los muros perimetrales de ladrillo y una red de pilares y cerchas metálicas de nada frecuente ligereza, lo que asegura al conjunto una gran diafaneidad y una notable flexibilidad de contenidos y usos. En la nave se conserva un raro e infrecuente mural de 26 por 1,60 metros, organizado en once paneles que exaltan la propia construcción del Parque Móvil (el estudio de los arquitectos, las obras de construcción de la rampa) y, sobre todo, los diferentes oficios implicados en la conducción (de motos y de coches) y en los trabajos de reparación automovilística de la época (forja, chapa y pintura, ebanistería, tapicería, guarnecido, electricidad, etc.) Es obra de Germán Calvo, un pintor palentino con formación muralística en Italia que, por las mismas fechas (1950-52), habrá de participar en las pinturas murales de la iglesia de la colonia (al lado de otros como Eduardo Vicente, Francisco Galicia o Ramiro Ramos).

En uno de sus extremos cortos, garaje y nave de talleres, separados entre sí por una ancha calle de servicio interior, se ven reunidos por la pieza de servicios generales, con acceso por Cea Bermúdez, una planta rectangular de 105 por 31 metros y cinco alturas a la vista. Su condición de sede estatal del Parque Móvil permite entender el tratamiento altamente representativo de su fachada, con un poderoso basamento de granito, dos grandes columnas toscanas de piedra de Colmenar cosiendo la planta baja y el entresuelo, un ligero adelantamiento de las fajas central y extremas, un discreto uso de la alternancia textural entre chapado de piedra y ladrillo visto y una coronación en forma de pabellón (destinado a vivienda del director de la institución) que se presenta apoyado en dos pares  de columnas sin basa, capitel ni éntasis, lo que le otorga un aire indudablemente moderno y monumental, se diría que italianizante o germanizante.

Desde una perspectiva funcional, el edificio principal acogía las oficinas, una cafetería, residencias para oficiales y para trabajadores solteros o de paso, aulas, un gran salón de teatro y cine (demediado en su altura a resultas de una reforma interior) y, ya sin uso, un ascensor continuo del tipo llamado paternóster.

Es la consciencia de esos valores patrimoniales intrínsecos lo que llevó al Grupo en Defensa del Parque Móvil (y a una buena baraja de prestigiosos arquitectos madrileños) a solicitar en diciembre de 2018 la declaración de Bien de Interés Cultural para todo el edificio de los tres elementos reseñados, más allá de la declaración vigente para sólo la rampa de acceso al garaje, una suerte de astracanada absurda en caso de demolición por cuanto, una vez eliminado aquél, el garaje, ¿a qué cielo o nada habría de conducir ésta, la rampa, concebida precisamente para la movilidad funcional? Por lo demás, un informe del Instituto del Patrimonio Cultural de España, de 10 de octubre de 2017, recomendaba que el mural de la nave de talleres no fuera movido de su emplazamiento actual, por cuanto “gran parte del valor de este mural radica, junto a su calidad artística, en su contextualización dentro del espacio para el que se creó”. Al año siguiente, la Comisión de Monumentos y Patrimonio Histórico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando solicitaba la incoación de expediente de BIC en categoría de monumento para el edificio del Parque Móvil.

Un espacio infrautilizado que debe servir a los vecinos de Chamberí

Pero es que, más allá de sus valores intrínsecos, los locales del Parque Móvil, con evidente pérdida de funcionalidad hoy, podrían configurar para Chamberí (y para la metrópolis madrileña) un polo de actividad económica, social y cultural de primer orden. Desde hace años, y a su modesta escala, la Asociación en Defensa del Parque Móvil del Estado viene desarrollando y promoviendo un debate acerca de los eventuales contenidos y usos que podrían verse albergados allí, en ese ámbito cuyo precio de mercado resulta de unas plusvalías que nacen del propio crecimiento de la ciudad y que, por ello, debieran corresponder al común de la ciudad.

A partir de alguna idea del arquitecto Francisco López Groh o de algún ejercicio académico de los también arquitectos Andrea Brufatto, Chiara Caselli y Sara Puglia, la asociación considera que es urgente abrir ese debate al conjunto de la ciudadanía, al tiempo que avanza alguna consideración general al respecto. Por un lado, la panoplia de eventuales usos futuros habrá de respetar la memoria del lugar, establecer alguna continuidad entre sus usos originales y otros más acordes con los tiempos que corren. Y eso significa, por otro lado, articular productiva y fértilmente contenidos culturales con usos educativos y productivos, de trabajo real.

A la vista de una valoración de experiencias y realidades europeas en espacios similares, la asociación viene manejando algunas posibilidades que puedan favorecerse mutuamente, sinérgicamente: un Museo de la Historia de Madrid en el siglo XX (que no existe a día de hoy en el sistema museal madrileño), capaz de incluir tratamientos específicos de la historia de la cultura madrileña del automóvil, así como del propio lugar, es decir, el Parque Móvil; y sobre todo un conjunto de actividades vinculadas internamente entre sí y externamente con la producción y el trabajo: ciclos formativos de formación profesional en oficios que tengan alguna relación con el automóvil, talleres de artes y oficios y de restauración (pintura mural, automóviles antiguos), espacios de trabajo para makers, un centro de investigación empresarial-universitario en materias vinculadas con el automóvil (nuevas energías, componentes, etc.) y espacios para la participación vecinal, hoy tan amenazados (cuando no directamente suprimidos).

¿Una utopía?, ¿un sueño recuperar el espíritu de la Bauhaus tendente a articular productivamente lo que Gropius denominaba “forma” y “trabajo”? Tal vez. Y sin embargo, el reciente programa de la Unión Europea presentado por Ursula von der Leyen y significativamente denominado New European Bauhaus no aspira a otra cosa que eso mismo, actualizado, eso sí, por la vía de las transformaciones digitales y de las energías verdes.

Notas:

*Teresa Arenillas Parra es presidenta del Club de Debates Urbanos.
José Sierra Álvarez es catedrático de Geografía y Urbanismo de la Universidad de Cantabria.