De: “Más Europa” a: «La UE, ¿para qué?»
No podrá decirse que la palabra crisis es ajena a la Unión Europea. Prácticamente desde su constitución los avatares de la construcción europea han ido vinculados a situaciones de estancamiento y/o de incertidumbre en el proceso de integración. Hasta ahora era normal considerar que esas situaciones se saldaban con algún progreso en el proceso de transferencia de soberanía nacional y de reforzamiento de las instituciones comunitarias, en una suerte de teleología del proceso de integración que ha mostrado toda su insustancialidad en estos momentos. El futuro de la UE no es necesariamente un modelo de estado federal al que caminamos inexorablemente de la mano fría, pero firme, del mercado único.
Por primera vez la idea de crisis sobrevuela Bruselas, proyectando una sombra amenazante sobre el futuro de Europa. No es que nadie haya propuesto o proyectado un futuro sin la UE, pero hay dudas más que razonables sobre lo que quedará del famoso modelo europeo tras la gestión de este tsunami económico.
La crisis y la gestión de la misma han puesto de relieve hasta qué punto el “mantra” neoliberal estaba interiorizado en la cabeza y en los corazones de las principales familias políticas en los estados nacionales. Resumiendo: tanto la tradición socialdemócrata como la democratacristiana, ambas abanderadas de este proceso de integración, se han señalado también como defensoras –con mayores o menores dosis de pasión- de la ortodoxia macroeconómica vinculada al pensamiento económico dominante y de las recetas de devaluación interna, estabilidad presupuestaria, privatizaciones y auxilio sin límites al sistema financiero que han caracterizado la salida a la crisis por doquier.
En lo que nos concierne, el resultado es una pérdida llamativa de derechos sociales y de retroceso de las políticas públicas en toda Europa. La intensidad mayor en la destrucción se la llevan los países del Sur de Europa, precisamente aquellos a los que los años de prosperidad sobrevenida solo habían llegado para construir un estado del “medio-estar”. Pero la dinámica general va en la misma dirección: desmantelar los estados del bienestar. Recientemente en Holanda, el príncipe llamaba, en un giro político-conceptual digno de ser reseñado, a transformar el “estado social en un estado participativo” (sic).
Aún en 2010, el Grupo de reflexión sobre el futuro de Europa presidido por Felipe González destacaba el hecho de vivir “un punto crítico de nuestra historia”, y llamaba a utilizar la crisis como una oportunidad, así como a resolver dos desafíos relacionados: “garantizar la continuidad de nuestro modelo social y económico, y desarrollar los medios de apoyar y defender dicho modelo”. Difícilmente podría seguir defendiéndose eso mismo hoy.
Pero este giro en los objetivos de la UE manifiesta un problema desde varias perspectivas: en primer lugar, está por ver si esta modificación de los objetivos originales de la UE, toda vez que la gestión de la crisis se ha llevado o se va a llevar por delante lo que queda de los estados del bienestar, mantiene el vínculo de las dos grandes familias políticas en relación con el proyecto europeo. En segundo lugar, obliga a la tradición socialdemócrata a reformular sus objetivos a corto y medio plazo. En tercer lugar, quiebra una seña de identidad sobre la que se había construido hasta ahora un icono que singularizaba a Europa frente a la globalización anglosajona, y con ello una de las razones de legitimación del proceso tecnocrático y despolitizado de integración.
En ausencia de legitimidad de origen –vinculada a procesos democráticos de decisión- la UE se había legitimado sobre la base de los efectos prácticos de sus políticas, en la medida en que parecía que el resultado de las mismas era tanto una mejora del bienestar general como un incremento del valor añadido específicamente europeo, consistente en un estado social que ofrecía perspectivas de integración, seguridad y bienestar creciente a la mayoría. Sin esa perspectiva de integración y bienestar, la UE ha comenzado a ser percibida por su ciudadanía como parte de los problemas y no como parte de las soluciones. En consecuencia su gestión ha adquirido naturaleza política, esto es conflictiva y partidaria y su popularidad ha caído a niveles desconocidos desde que se tiene noticia en los eurobarómetros (1974).
El último estudio demoscópico europeo (Eurobarómetro 79/2013) publicado señala que en España hemos pasado en 6 años de una valoración positiva de +42 puntos a una negativa de -58 puntos. Lo que significa que hoy hay un 17% de españoles que confían en la UE frente a un 75% que desconfía.
Una dimensión problemática más es que también las tradiciones alternativas de izquierda se ven interrogadas sobre sus propuestas. En este espacio nunca hubo unanimidad ni acuerdo respecto a qué pensar de la UE y ahora, ocupado el espacio del repliegue nacional e identitario por las fuerzas de extrema derecha, queda por ver qué harán las organizaciones situadas tradicionalmente a la izquierda de la socialdemocracia.
Es importante, a mi juicio, esta articulación de crisis económica, crisis inducida del modelo social europeo y pérdida de legitimidad del proyecto de integración mismo.
En realidad, algunos de los problemas que hoy se consideran más destacables no son nuevos, pero su notoriedad se ha acrecentado en este nuevo escenario.
Podríamos destacar, en primer lugar, el fin de la supuesta relación virtuosa entre Europa y la Unión Europea, que se han venido utilizando como conceptos equivalentes, en una confusión entre civilización (si la hubiere) y proyecto político, claramente excesiva. La crisis y la gestión de la misma han puesto de relieve la existencia de varias Europas que no necesariamente convergen y se encuentran, rompiendo con ello el mito de que el proyecto de integración acercaba tanto las economías como las sociedades europeas.
En segundo lugar, despojado de esta perspectiva civilizatoria, el proyecto de integración aparece como lo que realmente ha sido desde el comienzo: un diseño político y económico fruto de diversas y diferentes correlaciones de fuerza. Construido sin un propósito previo pero sí mediante un método que hacía de la despolitización y de las servidumbres tecnocráticas el motivo mismo de su existencia.
La lógica del proceso de integración ha funcionado mientras ha sido posible mantener la ficción de que la UE se encargaba de cuestiones que requerían de un saber técnico y la política seguía residiendo –con sus grandezas y miserias- en el espacio estatal-nacional. La crisis ha puesto especialmente de manifiesto la naturaleza infundada de esa creencia, y que la UE es un proyecto político de los pies a la cabeza, con una elevadísima capacidad decisional, pero también con un severísimo y crónico déficit democrático. Esto quiere decir que la UE toma decisiones sobre cuestiones relevantes y decisivas para la vida de las gentes, pero lo hace a través de procedimientos insuficientemente democráticos y escasamente controlables por instituciones representativas.
En efecto, desde sus orígenes, la UE como proyecto político cuenta con una asimetría estructural que condiciona su presente y su futuro. La centralidad acordada a la construcción del mercado único ha habilitado a las instituciones europeas para llevar a cabo una tarea minuciosa de voladura controlada de los estados del bienestar. Este objetivo económico es el que ha dado sentido al funcionamiento de las instituciones europeas y ha contado con el apoyo de los estados mismos, convencidos de la bondad y pertinencia de esta estrategia. Pero pronto se descubrió que remover los obstáculos que dificultaban la construcción del mercado único venía a significar limitar las capacidades de control de las administraciones públicas sobre el desarrollo económico en sus fronteras; favorecer el empoderamiento de la empresas en la determinación de los objetivos económicos y desmontar los derechos sociales y laborales, en el buen entendimiento de que se trataba de privilegios y obstáculos en la búsqueda de un bien mayor. No pocos sindicatos aceptaron con gusto esta dinámica.
Podrían haberse transferido a la UE las capacidades para reconstruir, en el espacio europeo, las condiciones de regulación pública del mercado desmontadas en los estados-nación, pero no fue el caso. O podrían haberse determinado objetivos sociales o laborales que acompañasen, moderasen o condicionasen la instauración del mercado único. Nada impedía que hubiera podido hacerse de esta manera, pero tampoco fue el caso. Así, la Comisión Europea y el Tribunal de Justicia Europeo se convirtieron en los motores del desmantelamiento de las políticas públicas de control del mercado, convertidas en los chivos expiatorios de todos los males de las economías europeas . Pero los ajustes necesarios para paliar –o intentarlo- los efectos de ese desmontaje sistemático de los estados sociales quedó en manos exclusivamente de los gobiernos. No se transfirieron capacidades de regulación en política social, ni se legisló a nivel europeo para asegurar umbrales homologables de protección social o indicadores exigibles de gasto social, por ejemplo.
El Tratado de Maastrich (1992) significó la consolidación de ese proceso histórico, y confundió a las opiniones públicas europeas, hasta entonces entusiastas del proceso de integración. El apoyo a la UE cayó por primera vez en más de diez puntos respecto al período anterior y, hasta ahora, no sólo no se han recuperado los niveles de aceptación previos a Maastricht, sino que se han deteriorado significativamente.
Según el eurobarómetro antes citado (79/2013), sólo el 31% de los europeos confían en la Unión Europea (en 2007, confiaban el 57%); los que tienen una imagen positiva de la UE son el 30% frente a un 29% que la tienen negativa; y el 67% de los encuestados considera que su opinión no cuenta en la UE.
Esa asimetría fundacional determina el funcionamiento mismo de las instituciones y sus capacidades, más allá de la voluntad coyuntural de algún actor político o institucional en particular. Además, las instituciones europeas y los estados miembros han sido protagonistas de ese diseño y defensores de sus consecuencias. Por alguna razón, se instaló el convencimiento generalizado de que la construcción del mercado único traería aparejada la instauración de un orden político democrático equiparable y equivalente a los modelos democráticos afirmados en el proceso histórico de construcción del estado nación, como si la politización fuera un proceso natural.
Pero las fuerzas que hicieron posible mantener el encantamiento respecto a las bondades inherentes al mercado único -el intergubernamentalismo, o la legitimidad de los estados; la propuesta federal, o un futuro político para este proyecto; y el mercado único, o una propuesta de prosperidad incremental- han agotado ya todas sus capacidades de embelesamiento. La gestión de la crisis ha revelado con contundencia tanto la disposición ideológica de la mayoría de los gobiernos a servir dócilmente a la globalización financiera y sus servidumbres, como la exquisita funcionalidad del proceso de integración en su actual configuración para esos fines.
En este punto, la actual arquitectura institucional de la UE ha revelado sus severas limitaciones democráticas y sus servicios prestados a la despolitización de decisiones sustancialmente políticas.
El frankestein institucional que conforman la Comisión Europea, el Consejo Europeo, el Parlamento Europeo y el Tribunal de Justicia Europeo, ha favorecido un marco decisional donde la participación ciudadana y la capacidad de control misma sobre lo que estas instituciones deciden están excluidas.
El modelo es ilegible políticamente para la mayoría de la sociedad europea y no existen condiciones para que instancias ajenas a las mismas instituciones puedan ejercer su capacidad de control y exigencia de responsabilidad.
La arquitectura institucional de la UE hace prácticamente imposible que puedan materializarse las exigencias de responsabilidad política, rendición de cuentas, control democrático y capacidad de escuchar a la sociedad, exigibles para cualquier institución democrática.
Esto permite que las instituciones de la UE –especialmente la Comisión Europea- puedan decir que no saben nada de las políticas de austeridad, y que los gobiernos nacionales a su vez culpen sistemáticamente a la Comisión Europea y sus exigencias de las mencionadas políticas. En este contexto un mero aumento de los poderes del Parlamento Europeo, aunque pudiera paliar parcialmente el problema, no resuelve la condición no democrática de este diseño institucional. Sirva como anécdota de este desencuentro entre intenciones y realidades, y como ejemplo (aquí ya sin consideraciones anecdóticas) de las dificultades sistémicas de la arquitectura institucional de la UE para ofrecer espacios de participación y control democrático, que este año 2013 ha sido declarado por la Comisión Europea como el año de la ciudadanía europea; y está a punto de terminar este momento señalado para la participación ciudadana, sin que la ciudadanía concernida se haya siquiera enterado de que estaba convocada para algo.
Debemos reconocer que aquí aparece un problema vinculado al tipo de respuesta que la ciudadanía dé a la pregunta de ¿qué queremos hacer con la UE? Si la respuesta es “marcharse a toda prisa”, el entramado institucional y sus complejidades serán solo preocupación de académicos y curiosos. Si la respuesta es “apoyamos la perspectiva del proceso de integración, pero esto no nos vale”, entonces tenemos que encontrar respuestas a la cuestión de cómo construir una democracia supranacional. Es decir, el entramado institucional existente hasta ahora reproduce y amplifica el déficit democrático de manera permanente y, por tanto, no nos sirve si nos preocupa hacer de la UE un proyecto democrático. Pero tenemos que construir un diseño democrático supranacional que hasta ahora, carece de modelo. Este diseño debería dar respuestas a las problemáticas de la participación ciudadana en el espacio europeo y la construcción de un espacio público europeo, y a la cuestión de si es necesaria alguna identidad europea para hacer posibles lógicas de participación y empoderamiento; de qué papel deben jugar los parlamentos nacionales en este diseño, y de cuánta transferencia de soberanía es soportable sin que se pierda la condición democrática de las decisiones políticas.
Un aspecto más e igualmente importante tiene que ver con la dimensión exterior de la UE. Hay razones relacionadas con la pérdida de peso y de dinamismo económico de esta región del planeta en relación con otras más pujantes. Pero además de esa dimensión económica, está la proyección exterior de la UE y su presumida condición de defensora de un nuevo paradigma en las relaciones internacionales. Hay que decir que la historia de la UE se compadece mal con esa voluntad de proponerse como una baluarte de los derechos humanos en un mundo hostil y hobbesiano. Lo cierto es que la política exterior de la Unión Europea ha sido un espacio más caracterizado por los discursos que por las prácticas. Éstas han quedado en manos de los estados, que a menudo han buscado complicidades en la UE, no siempre con éxito.. La evidencia del escaso interés que los países de la Unión daban a la política exterior común se sustanció en la elección de una Alta Representante (la señora Alhston), cuyo papel y funciones poca gente conoce y cuyo nivel de competencia técnica es puesto en cuestión regularmente.
En fin, los desafíos y preguntas que a día de hoy son pertinentes en relación con la UE tienen un calado sistémico. No son asuntos de matiz o de detalle, no se trata de mejorar una u otra política. La crisis económica y la gestión de la misma han desnudado el proyecto de sus ropajes tecnocráticos y despolitizados y han mostrado al emperador desnudo. La cuestión ha dejado de ser la de “empujar para hacer posible ‘más Europa’”. En realidad, habría que decir que esa formulación fue, en general, una manera de justificar el proceso de integración realmente existente eludiendo más preguntas sobre el mismo.
Lo pertinente e imprescindible hoy es responder a la siguiente pregunta: ¿necesitamos esta Unión Europea? Ninguna de las dos respuestas posibles nos conduce, necesariamente, a una sola alternativa. Tanto el “sí” como el “no” pueden sugerir propuestas que, en un caso serán pensadas como reformas mayores o menores, y en el otro como la necesidad de pensar en profundidad para refundar el proyecto europeo.
TRIUNFA EL EUROESCEPTICISMO
06/01/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Cada vez estoy más convencido de que aquellos que defendemos la conveniencia de la salida de España de la Unión Monetaria Española (UME), como un medio para poder aplicar las medidas de estímulo macroeconómicas que el país necesita, terminaremos ganando esta batalla ideológica.
Son varias las razones que me han persuadido de ello. En primer lugar, porque esta posición está siendo defendida con argumentos sólidos por personas de gran prestigio intelectual (como, por ejemplo, Vicenç Navarro en nuestro país y Costas Lapavitsas en el exterior).
En segundo lugar, porque las personas honradas que siguen creyendo que lo mejor sería permanecer en la UME se muestran cada vez más vacilantes e inquietas, y algunas hasta renuncian a rebatir públicamente los argumentos de quienes defendemos la salida del Euro.
En tercer lugar, por la manifiesta pereza o incompetencia intelectual de aquellos críticos –como los Editoriales del periódico ‘El País’- que se empeñan en vincularnos con los movimientos populistas y de extrema derecha. Esta estrategia es infantil y no conseguirá dar sus frutos.
Y en último lugar pero no en importancia, por la información aparecida en la prensa local (Levante-EMV, 06/01/2014), que señala que según datos del Eurobarómetro el porcentaje de ciudadanos que confía en la Unión Europea ha caído 24 puntos en los últimos años, tendencia aún más acusada en los países del Sur: especialmente en España, donde este porcentaje ha pasado del 74% en 2007 al 23% en 2012, un descenso de 51 puntos, el mayor de toda la UE. Aunque el porcentaje de quienes consideran positiva la pertenencia de España a la UE era de un 55%, aún no sabemos qué ha ocurrido en 2013.
Una alianza peligrosa de las élites políticas y económicas
03/12/2013
Luis Cifuentes
Docente prejubilado
Solamente quiero resaltar algo del artículo de Pedro Chaves: su certero análisis del origen de la creciente desafección política de los ciudadanos europeos. Según el último eurobarómetro en España el 75% no confía ya en las instituciones europeas ni en su modo de gestionar esta crisis. Eso significa que los españoles hemos perdido casi toda la confianza en que Europa podía ser la solución a nuestros problemas económicos y sociales. Los «señores de negro» de la troika son considerados por muchos ciudadanos como los representantes de un poder económico que limita hasta niveles vergonzosos nuestros derechos económicos y sociales y que está creando una brecha de desigualdad enorme en España.
La cuestión que quiero plantear con el título de mi comentario es la alianza tan estrecha de las dos élites que gobiernan Europa y el mundo: la económica que domina a través de los grandes bancos y la empresas multinacionales y la política que gobierna al dictado de los mercados. Ambas élites se ha unido ahora más que nunca para someter a naciones y a pueblos enteros, sobre todo a los del sur de Europa, a unas condiciones casi infrahumanas en todos los derechos económicos y sociales. ¿Para qué sirve la Declaración de Derechos Humanos si todos los gobiernos europeos la están convirtiendo casi en papel mojado? ¿Quién debe ser el sujeto real de la política y de nuestra historia? Si las élites políticas y económicas se han aliado para aplicar esta injusticia global, creo que no queda otro remedio que reinventar otra forma de hacer política y otra forma de crear redes de acción social que se enfrenten democráticamente a estas élites que están masacrando impunemente a millones de ciudadanos europeos y generando dos tipos de ciudadanos: una minoría cada vez rica y mejor situada en el mercado global y una mayoría cada vez más excluida y más pobre. No se puede admitir que un 90%, por no decir un 99%, esté en manos de un 10% o un 1% de la población. El resultado está siendo catastrófico: un desastre civilizatorio sin precedentes para los seres humanos y para el ecosistema.
La UE es la culpable, siempre lo fue, nuestros gobiernos también
29/11/2013
Adoración Guamán
Profesora de Derecho del Trabajo
La pregunta lanzada al debate, Unión Europea ¿para qué? requiere analizar los orígenes de las Comunidades Europeas para ver si es posible una reorientación de la Unión (una nueva «salida hacia adelante») o directamente es necesario proceder a su cuestionamiento global y plantearnos la necesidad de acabar con esta experiencia de construcción supranacional.
Una aproximación a estos orígenes puede realizarse a través de la dialéctica entre «estado social» y Unión Europea, idea que proponía el profesor De Cabo, repasando la dinámicas y los objetivos «constitucionales» de ambos modelos.
Como punto de partida es necesario señalar que el crecimiento económico y en buena medida social que ha acompañado a la Unión Europea durante buena parte de su historia se construyó sobre las bases de un previo y continuado desarrollo económico y social conseguido en el plano nacional por Estados enmarcados en el constitucionalismo social de posguerra, es decir, con dinámicas intervencionistas y planteamientos redistributivos. Así, el innegable crecimiento económico y el desarrollo social de los países que conforman la Unión Europea debe atribuirse a las dinámicas de los Estados sociales que la conformaron, y no a los efectos de la integración económica supranacional. De hecho, el progreso social no entró en los Tratados originarios como un objetivo en sí, sino como un derivado «necesario» de la integración económica, que era el objetivo prioritario.
Para conseguir este objetivo, la integración del mercado, la construcción de la UE dejó al margen los elementos propios del Estado social mientras se procedía a la cesión de soberanía estatal en el ámbito económico. Sin embargo, pronto fue patente que el mercado único primero y luego la moneda única no se conseguirían si se mantenían intactos los sistemas sociales estatales, razón por la cual el desarrollo del proceso de integración ha necesitado erosionar hasta asfixiar los modelos sociales estatales, hasta el punto de poder afirmarse que la evolución de la Unión Europea ha devenido incompatible con el mantenimiento del Estado social en el ámbito nacional.
Esto, que en el plano jurídico y más técnico parecía una evidencia, se hace patente a partir de Maastricht y se desvela a las mayorías sociales tras la crisis de 2008, con la paralización total de los resquicios de política social y la acentuación del modelo neoliberal.
La primera cuestión fundamental es que no ha habido ningún giro brusco, que en esta dinámica no se han «separado de sus objetivos originarios»: la UE siempre ha sido así y su legitimidad estaba basada en una mentira, utilizando los efectos socio-económicos positivos derivados de los restos de nuestros Estados sociales.
La segunda cuestión es que, en toda esta dinámica, ha habido una cooperación necesaria y fundamental de los Gobiernos, que han apoyado un mayor peso de la UE para tener una vía indirecta, y más a salvo de la presión social, para introducir reformas contra las mayorías sociales…
Por qué caemos
26/11/2013
witelchus69
parado
La actual fractura de la Unión Europea es consecuencia de la falta de respeto a los ciudadanos que la componen.
Pero por desgracia en ésta sólo mandan los tecnócratas, que sólo miran el libre mercado, sin tener en cuenta a sus ciudadanos.
Esto será lo que lleve a la Unión Europea a su total disolución.
No se puede crear una unidad sin contar con todos, mirando sólo la parte económica y liberal, que nos ha llevado a esta crisis, tanto en los aspectos económicos como sociales.
Un programa que no mira la realidad de sus ciudadanos y sólo se fija en unos mercados y privilegios, la convierte en inviable.
Las dictaduras que atenazaron durante el pasado siglo a nuestra vieja Europa cayeron fruto justamente del afán autoritario, privilegiador de élites económicas, sociales y religiosas.
Si quieren una Europa de corte dictatorial, no tardarán en gestarse revoluciones, que nos llevarán a más des-unión entre los pueblos del viejo continente.
Tenemos que hacer una Europa con sólidos conceptos de lo social, ya que de lo contrario, como muestra nuestra historia, volverán a resurgir fascismos de uno u otro signo, que ya fueron anteriormente consecuencia del hambre y de las desigualdades en Europa.
Existen muchas cosas buenas en la UE, pero pueden desaparecer con gran rapidez, cuando ha costado tantísimo tiempo conquistar esos derechos.
Una visión contrahegemónica desde Andalucía
24/11/2013
Antonio Garrido
Empleado Público
La crisis financiera originada en 2008 está tensionando hasta límites insoportables la justificación incluyente y social de la UE. Su fuente de legitimidad se desmorona, porque no era interna ya que no podía emanar de la sustancia democrática de sus instituciones, sino externa, basada en los resultados económicos y de prosperidad que generase. En 2005, los franceses y los neerlandeses rechazaron el proyecto de Tratado constitucional europeo. A pesar de ello, lo impusieron más tarde con el nombre de Tratado de Lisboa, el blindaje jurídico y la maquinaria institucional al servicio de los intereses de los grandes grupos económicos europeos y transnacionales. El déficit democrático de base se muestra ahora más evidente ante el recrudecimiento del deterioro económico y, como siempre, las élites capitalistas se muestran incapaces de prefigurar salidas cooperativas. Los grandes dogmas de fe de la UE, la libertad de los mercados y de lealtad a la OTAN, han situado todo su entramado institucional en un papel subsidiario y de mero gestor de imperativos externos. La UE ha despojado a los estados-nación de poder político y sus propios órganos de decisión, mandatados para liberar a los mercados de las obligaciones derivadas de las reglas sociales, han quedado a merced de imposiciones de la eurocracia que distancian cada vez más sus propuestas de los intereses y los problemas ciudadanos. Para aquellos Estados-nación con un profundo problema de legitimidad e integración de las naciones que lo componen, como es el caso de España, la crisis económica y la gestión neoliberal emanada de las directrices de la UE no hacen sino acentuar la salida centrífuga y la inclusión en la agenda política del derecho de autodeterminación. La democracia, la influencia de la opinión social en la toma de decisiones sufre así un doble bloqueo: el determinado por la construcción tecnocrática, neoliberal y elitista de la UE y el que responde al vaciamiento de poder político operado contra los Estados nacionales. Las altas tasas de desempleo, la restrictiva política monetaria del Banco Central Europeo y el corsé presupuestario impuesto por el Pacto de Estabilidad imprimen un freno al dinamismo de la economía europea y a su competitividad. En este escenario, primará la polarización centro-periferia y el control de la Troika sobre las políticas nacionales.
¿Qué solución le queda a un país como Andalucía en este contexto de estafa democrática y de hegemonía del programa de ajustes capitalistas? Desde la izquierda, asumir un proyecto estratégico sustentado en dos pilares: la defensa de la soberanía política nacional (quebrar la institucionalidad española) y un programa antineoliberal basado en la recuperación de una banca pública, la reforma agraria, el blindaje de los servicios públicos y un modelo económico definido sobre las bases de la sustentabilidad y la ecología política.
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SOLIDARIDAD
22/11/2013
akila
Parado
La UE, se ha basado en el aspecto económico, eso es incuestionable. ¿Ha dado resultado?. No soy yo muy avezado en temas económicos, pero los tiempos que vivimos son malos. Todo el sistema montado para favorecer a los países mas pobres, en una búsqueda de equilibrio norte – sur, pobres ricos, se ha ido al garete, ha dejado de ser una prioridad, que nunca lo fue pero asi nos lo vendieron. Ahora el decorado de la democracia cristiana sobra y saca sus recetas de siempre e intenta arrastrarnos a todos en esa deriva conservadora al igual que lo ha hecho con su politica economica.
Está muy bien la libre circulación, la creacion de una Europa culturalmente hablando, no solo económicamente. No creo en la globalizacion pero si en la solidaridad. Si la CEE va a ser un marco de solidaridad de apoyo mutuo entre los ciudadanos mas que los países y la banca, bien, somos Europa y como europa veo un proyecto, pero no tiene nada que ver con la comunidad ECONOMICA europea, foro de mercaderes burócratas y represores. Sí a una Europa solidaria, no a la Europa de los tiburones.
Seguir batallando para cambiar la UE
21/11/2013
paisvecino
Profesor titular de Economía Aplicada, UCM
Pienso que Pedro Chaves lleva razón y/o plantea bien varias cuestiones clave: a) la integración europea se ha servido del equilibrio socialdemocracia – democracia cristiana; b) se confió en el mercado (y la moneda) para avanzar en la integración; c) la crisis ha roto esos equilibrios y propuestas, por lo que la UE se ve como parte del problema (no aporta soluciones). Luego, es legítimo preguntarse ¿para qué necesitamos esta UE?
Podemos decir “no me gusta esta casa, yo me quiero ir a otra”. Pero si no puedo cambiarme, seguiré viviendo en ella. Podemos decir que “la moneda” (sea cual sea) está al servicio de los poderosos. Pero también están al servicio de los poderosos el arte, la moda, la política, el circo romano, la universidad… Depende de cómo sucedan las cosas…
¿Necesitamos esta UE? No sé muy bien cómo responder: por eso escribí un artículo que está citado abajo, haciéndome más preguntas. Otros moverán los eurobarómetros de otra manera. Pero tengo claro que Europa es una “isla en el mundo”, por su escaso peso demográfico global, por los efectos de esta globalización que silba por encima de nuestras cabezas, y porque los “valores” sobre los que se levantó la UE cotizan a la baja: los valores de la “economía social de mercado”, la cohesión, la solidaridad, la democracia, parecían abrir la puerta de la economía para avanzar después hacia más integración. Pero no ha sido así.
¿Qué hacemos?, ¿cambiamos de casa?, ¿sacamos nuestra raíz judeocristiana y le echamos la culpa de nuestro males al euro?, ¿tomamos las elecciones al Parlamento Europeo como un “carnaval”, en el que cada uno hace lo que quiere o puede, o lo contrario?
De momento pienso que es difícil cambiar de casa. Prefiero hacer arreglos: me iré de fiesta con algunos vecinos (del sur), tapiaré las ventanas que miran a otros vecinos (mientras Merkel esté en la cocina), pediré que el pago de mi cuota a la comunidad se utilice bien, etc…
Tampoco me gustaría cambiar de moneda. Cualquier moneda puede estar al servicio del poder. Pero cada vez más “se me caen los argumentos y se me levanta el ánimo de rebelión”, y no es porque vea algo atractivo en el vecindario, sino más bien lo contrario: porque veo un BCE que bloquea la entrada de aire fresco y también las alcantarillas (excepto para sus amigos banqueros, a los que les presta dinero barato).
¿Por dónde empezar los arreglos? Esta puede ser una forma de ampliar el debate y el diagnóstico, para ver si acordamos cómo actuar. ¿Compramos un megáfono, para ver si la UE se entera de que hay que cambiar las reglas de juego del BCE?
Al final, ¿para qué nos sirve esta UE? Nos da refugio. Fuera llueve demasiado. Si dentro de la casa hace frío, hay ruido o huelen mal las tuberías, habrá que priorizar las actuaciones. Pero no descarto irme a vivir Caribe. Ni que aquí venga un tifón.
LINK: José Antonio Nieto. Público 15-9-13: http://blogs.publico.es/econonuestra/2013/09/15/si-me-dices-europa-no-se-que-pensar/
Jerarquía en Europea y los «PIIGS»
20/11/2013
Jorge Delicado
Estudiante
En primer lugar, dar las gracias a Diario Público por esta saludable iniciativa que permite a un simple estudiante de bachillerato que se las da de inteligente, solo por utilizar un lenguaje hasta cierto punto intelectualoide y llevar una imagen del PCI, debatir con gente de tanto prestigio.
El problema de la UE, es que es una organización con una jerarquía especialmente acentuada. Un ejemplo: Yo estaba viendo la televisión con mi padre, cuando en televisión aparecieron reunidos los principales presidentes de la UE. En primera fila aparecían caminando Merkel, Cameron y Sarkozy, los presidentes de las tres mayores potencias de la UE. Atrás se encontraban otros presidentes de las potencias menores (Zapatero, el todopoderoso Berlusconi…) y más atrás, se encontraban presidentes desconocidos por la mayor parte de la población…
La única solución que veo yo, es que se unan España, Portugal, Italia, Grecia e Irlanda (los PIIGS) y otros países discriminados por la UE, y adviertan a la UE: «O nos dejáis en paz, o nos vamos». Pero esto es difícil. En Irlanda, España y Portugal es difícil que un gobierno lance este mensaje (en España, he oído a militantes de IU quejarse del poco debate sobre el euro que hay en la organización, aunque esto parece cambiar en el PCE) en Italia la única fuerza que podría conseguirlo, el Movimiento 5 Estrellas, ha perdido mucha fuerza y en Grecia Syriza ha mantenido su voluntad de permanecer en el euro y en la UE. Mientras que ND y el PASOK jamás abandonarían Europa, el KKE difícilmente ganará un día las elecciones y me reservo la opinión sobre Amanecer Dorado.
En mi opinión, debemos abandonar la UE, pero España sola no podría, debería de haber cierto consenso entre los «PIIGS». Es casi imposible, pero no conozco otra solución.
¿Europa, un espacio fallido?
13/11/2013
Félix Taberna
Sociólogo-Consultor Social
Abrir un debate sobre la necesidad y deriva de Europa es de sumo interés ante un tiempo donde la ciudadanía europea deberá tomar decisiones en la conformación de su Parlamento. Quedan apenas cinco meses para la campaña electoral europea. Una campaña que, como las anteriores, tendrá traducción netamente nacional. La campaña europea será percibida por el ciudadano como una oportunidad para castigar o dar confianza a su gobierno propio. Éste es quizás el primer espacio fallido europeo, no existe opinión pública europea, ni partidos, ni sindicatos, ni asociaciones europeas. No hay un escenario netamente europeo con sus agentes sociales.
A pesar de todo, merece la pena reflexionar sobre la realidad política europea. Una realidad que tiene al menos tres dimensiones, las tres cuestionadas. La de Unión de Mercado con sus rígidas normas sobre competitividad que han provocado niveles muy altos de pobreza; la Arquitectura Institucional cada día más compleja y lejana; y el Espacio Social Europeo como civilidad, que se ha difuminado.
La Estrategia Europea 2020, sucesora de la de Lisboa, estableció cinco ambiciosos objetivos en materia de empleo, innovación, educación, integración social y clima/energía. A menos de siete años, qué decir de sus resultados… la mayor crisis habida en mucho tiempo en la economía ha tirado por los suelos este optimismo planificador. La Crisis ha supuesto para Europa una mayor renacionalización de la política y una amenaza de populismo xenófobo y apolítico.
¿Es necesaria Europa? A mi modo de ver, lo necesario es un Federalismo Europeo como suma de voluntades políticas que puedan reivindicar en el espacio mundial un estilo de vida propio, un modelo social basado en la cohesión y justicia social que condicione al mercado. No apuesto tanto por fórmulas acabadas de construcciones europeas, sino por suma de voluntades en proyectos comunes. Cierto es que lo pequeño es hermoso, próximo, entendible…; y más al contemplar cómo proyectos cooperativos como Fagor Electrodomésticos, han caído, entre otras razones, por su magnitud. Pero la razón me lleva a apostar por soluciones políticas de agregación. Las soberanías en estos momentos deben ser compartidas, entrelazadas, interdependientes.
La UE necesita legitimidad democrática
11/11/2013
Pepe Ribas
Escritor y periodista
Cuando la ciudadanía de un país acepta que las sentencias del Supremo y del Constitucional se dicten manipuladas por las presiones del poder político, la lealtad a la democracia se descompone y la corrupción de los poderosos campa a sus anchas. Eso es lo que ocurre en algunos países de la UE. Una unión imperfecta que ha sido poco cuestionada hasta hace bien poco, quizá porque en vacas gordas soltaba palas de dinero en forma de fondos de cohesión. Pero gran parte de estos fondos no han servido para modernizar los sectores industriales en decadencia y alentar el tejido productivo, ni para ayudar a la creación de empleo sólido, sino que se han empleado en inflar burbujas inmobiliarias gigantescas, o crear absurdas infraestructuras que facilitaban el pago de comisiones millonarias. Muchos de los que ahora denuncian han sido cómplices hasta ayer de su propia instrumentalización. La democracia, el Estado del bienestar y la prosperidad de un pueblo exigen la responsabilidad de cada uno de sus ciudadanos en el espacio común. No se puede votar una y otra vez a partidos políticos poco democráticos que además incumplen los programas electorales. Mantener el Estado del bienestar exige economía productiva y dejar de imitar a los países que viven de la especulación financiera y de la industria del espectáculo.
La irrupción de la crisis obliga a profundizar y ejercer la democracia en cada Estado de la Unión y democratizar y acercar al ciudadano los mecanismos que han hecho posible el desarrollo de la UE; un laberinto de complejidades y mestizajes en permanente contradicción. Pero esa construcción imperfecta, tras dos guerras mundiales, ha posibilitado una paz y una prosperidad sin precedentes. Europa se ha construido sin modelo pues no existe una aventura semejante en la historia del mundo; ha crecido a golpe de la voluntad entusiasta de algunos presidentes de los estados fundadores y de la necesidad de los sobrevenidos. Carece de instituciones adecuadas y el presidente de la Comisión y del Consejo son dos personas distintas, lo que provoca confusión ya que los ciudadanos no saben quién los representa en las instituciones europeas. Muchos de los estados miembros no son verdaderas democracias al no existir una verdadera separación de poderes, ni sus ciudadanos tiene las suficientes garantías de que la Justicia funcione con honradez. Decisiones importantes que afectan a millones de ciudadanos nadie sabe de dónde salen ni por qué se toman. Desde que el mercado global, que ninguna institución democrática controla y provoca una concentración de poder económico y tecnológico inconcebible, ha colonizado nuestros cuerpos y nuestras mentes, la cohesión social se está viniendo abajo. No comprendemos por qué no se imponen tasas a las transacciones financieras, o por qué no se gravan las importaciones de países que no respetan los derechos de los trabajadores. La UE necesita legitimidad democrática para imponer al mundo los derechos humanos y la justicia social.