La editorial Periférica publica “Calle de Sentido único e Infancia berlinesa hacia mil novecientos”. Ambas obras, breves y fragmentarias, pueden servir para introducirse en la compleja obra de Walter Benjamin. Con ello, rescatamos una idea central del escritor alemán: la alegoría.
Walter Benjamin es un escritor que elige conscientemente ponérselo difícil al lector. Es poco didáctico. El prólogo de su libro “El origen del drama barroco alemán” (con el que deben ponerse en conexión los dos textos editados por Periférica) es toda una declaración de intenciones por su parte. Georg Steiner lo considera incomprensible. Y lo mismo les ocurrió a los profesores universitarios encargados de juzgarlo en el tribunal de tesis. Benjamin retiró su trabajo antes de que el tribunal emitiera un juicio, terminando así con sus posibilidades de convertirse en un profesional académico y condenándose a una vida en los miserables márgenes de la intelectualidad no institucionalizada.
El prólogo está lleno de alusiones difíciles de captar, mensajes cifrados y frases colocadas en desconexión con el resto. Siembra las claves que el lector solo podrá comprender si sigue leyendo el texto, y tendrá que hacerlo mediante un proceso de interpretación tan erudito y complejo que la empresa de leer el libro es casi irrealizable. Este procedimiento suele utilizarse en novela más que en filosofía. El escritor nos adelanta detalles de la trama que solo después comprenderemos a la luz de los hechos. Pero este método, que incluso la novela más realista y llena de lugares comunes utiliza, aplicado en filosofía complica hasta niveles inalcanzables la lectura de la obra, en general, de Benjamin.
Sus libros siempre están llenos de referencias lejanas y crípticas. El lector, más que interpretar, descodifica la maraña de citas y motivos recurrentes para intentar sacar algo en claro. El texto de “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” es falsamente breve. Una trampa. El aparato de referencias externas es tan voluminoso que para leer correctamente el libro es necesario tener en cuenta centenares de páginas de otros libros (Marx, Verlaine, el mismo Benjamin…). Si bien en el caso de “Calle de sentido único e Infancia berlinesa hacia mil novecientos” no exigen tanto al lector y pueden ser leídos al margen de exégesis desaforadas, sí que conocer algunos datos sobre el método filosófico de Benjamin puede ayudar a guiarse en la lectura.
La alegoría es un concepto clave en Benjamin. La razón por la que este hecho no está tan difundido es que se trata de un concepto sumamente complejo y no ha causado tanta predilección entre los estudiosos y los escritores como sí lo ha hecho el mucho más manejable y evocador ángel de la historia (qué le vamos a hacer…). La alegoría, en rigor, es una cadena de metáforas y en ellas un referente abstracto se mezcla con uno físico, creando efectos que perturban la realidad, mostrando caras de esta inéditas hasta ese momento.
Curtius, el romanista, explica que el ejemplo con el que los estudiantes de retórica antiguos y medievales aprendían lo que era una metáfora es “pratusridet” (el prado ríe). Sin embargo, hasta Santo Tomás las diferencias entre alegoría y símbolo no estaban del todo claras. Un símbolo podría describirse como un objeto que nunca agota su significado. Por ejemplo, una calavera, que evoca la muerte, la brevedad de la vida… Visto así, símbolo y alegoría no tienen mucho que ver, pero es un hecho que durante mucho tiempo ambos conceptos significan lo mismo y así es como Benjamin ve el problema. Por eso, la alegoría, en sus textos, es un emblema evocador que nos remite a otro plano de realidad. Las imágenes infantiles y urbanas son alegorías de la modernidad y el mundo infantil ya perdido y que siguen el método de montaje.
Por un lado, el capitalismo de las mercancías y las fantasmagorías. Por otro, la melancolía de la infancia, que ya nunca volverá. Imágenes sin conexión, colocadas la una detrás de las otras como las tomas de una película, que tratan temas distintos, pero en las que cualquier lector notará alusiones a un fondo común que nunca llega a ser revelado. En esto consiste la alegoría: todo el tiempo se nos muestra algo que alude a eso otro… Vemos la calavera y los lectores pensamos en la muerte y la brevedad de la vida. Así es como asoman los temas en Walter Benjamin. En esto consiste el método del montaje. Y así es como una técnica literaria, un recurso retórico tan antiguo como la propia literatura, se revela en método filosófico.
Benjamin no construye siempre sus libros de acuerdo con este método. El texto del drama barroco alemán es ejemplo de ello e, incluso conociendo este dato, muchos de los gestos filosóficos de Benjamin resultan incomprensibles. ¿Por qué quiso titular su “Diario de Moscú”, en el que solo se habla de Moscú, “Diario de España”? ¿Cuáles son las conexiones ocultas? ¿Cómo saber su opinión sobre la novela si se confronta su apasionada labor traductora de Proust con su texto sobre “El narrador”, en que desprecia la novela como forma artística? ¿Cómo entender su brutal crítica del París de Haussmann con su amor por esta misma ciudad que hasta lo llevó a renunciar a viajar a Jerusalén y así salvar su vida? Son tantas las preguntas… El lector interesado en estas cuestiones, sobre todo en la de la alegoría, encontrará respuestas en el libro “Dialéctica de la mirada: Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes”, de la estudiosa SusanBuck-Morss, libro fundamental para acercarse a la figura del filósofo y escritor alemán.
La sensación, sin embargo, es que cualquier acercamiento a su obra acaba por ser tan fragmentario como la misma obra. Igualmente, la experiencia de intentarlo constituye una aventura apasionante. Algunos espíritus ven el mundo también en clave alegórica, en el sentido de que todo lo que podemos ver y tocar tiene un significado oculto que nunca se muestra y el mundo nos revela… El mundo es un texto, una pintura, una calavera… Un misterio…