Mira arriba, abajo y a los lados (y II)

Víctor Sampedro Blanco

¿Por qué no hay reacción y la gente no se aterroriza? Eso se preguntan los protagonistas de No mires arriba. Y se lo preguntarán ustedes, si aceptan identificarse con ellos en este juego, que entra en su segunda y última parte. Así transcurrió la primera, dedicada a políticos y periodistas. Juguemos, de nuevo, a ponernos en la piel de Kate – J. Lawrence – y Randall – L. DiCaprio. Y hablemos ahora de movilización ciudadana, nacionalismo, belicismo, corporaciones digitales, gurús tecnológicos e industria cultural.

El motivo de la inacción ante el desastre que se avecina estriba en que lo que la propia película muestra: todo el mundo –literal, el planeta entero- permanece expectante y paralizado ante las pantallas. Mientras, estas emiten promociones electorales, bélicas y corporativas.

La “movilización popular” se prefabrica en las pantallas, cuando la perspectiva de perder las elecciones recomienda realizar un ataque preventivo contra el “planet killer”. Esto ya lo hemos vivido. Recuerden a cuántas elecciones han sido convocados y en qué plazos, sufragando campañas de “nosotros o el caos” y sin apenas mejorar el nivel de vida ni la gobernanza del país.

¿A que No mires arriba también ofrece una lectura voxista? Aunque también denuncia operaciones bélicas, comandadas por héroes de la patria y aderezadas por spin doctors que copian a Spielberg… con la consiguiente subida de las acciones de la industria de armamentos. O de las tecnológicas y las farmacéuticas.

La primera movilización de la película tiene carácter bélico-espacial. Pero es un movimiento especulativo electoral y de grandeza nacional que se transfiere a quien la encarna: la presidenta xxx. Pongan ustedes un nombre y unos apellidos de por aquí. El “pueblo” participa montando un picnic masivo, haciendo así de figurante en un media event: algo hecho para y por los medios y a escala planetaria. Este lo retransmite un supremacista blanco y homófobo que acabará disparando al cielo y representando a la Asociación del Rifle.

Pero esta operación de la NASA será revertida por una –sí, en singular y régimen de monopolio- Corporación Tecnológica. Ofrece un espectáculo más lucrativo en términos de audiencia y cotización bursátil del “mercado de futuros”. “La salvación de la Humanidad” vendrá, una segunda vez, de la mano de un magnate tecnológico que reemplaza a los gobiernos del mundo y elude el control científico. Algo así, como que la próxima invasión norteamericana será llevada a cabo por los satélites Starlink de Elon Musk, que colaboran con la US Air Force. En el ámbito doméstico, sería que gracias a Telefónica recuperásemos, al fin, Gibraltar y Perejil. (A falta de link que avale este último despropósito, podría servirles este).

El Mark Zuckerberg/Elon Musk/Jeff Bezos/Tim Cook de No mires arriba representa al CEO-gurú digital que actúa, según ciertos académicos, como un “déspota benevolente”. Encarna la deidad de los macrodatos, capaz de predecir la muerte de cualquier ser humano. (Menos la de Randall y volveremos sobre ello). Los teléfonos móviles de esta compañía ya incorporan también el Neuralink de E. Musk. Conectados a nuestros cerebros y sensores psico-biométricos, dictan lo que consumimos –hacen órdenes de compra- y prescriben los contenidos o la terapia que recibimos. El CEO, bautizado Peter -¿será Peter Thiel, uno de los personajes más oscuros de Silicon Valley– ordena y manda. El mundo, convertido en su metaverso, obedece.

La ONU amaga y, como viene siendo norma, demuestra impotencia. Las potencias extranjeras –China, Rusia y la India– también se ven rebasadas por este empresario, que se niega a definirse como “hombre de negocios”. Se cree un motor turbo de la evolución humana. Considera a un robot, que bautiza como Primo, su primer hijo. Junto a sus hermanos autómatas –esa es toda la familia del gurú- extraerá metales preciosos que convertirán “la amenaza y la tragedia en una oportunidad de negocio”. Anuncia, pues, “la gloria de una edad dorada de la especie humana”. Y la cotización bursátil de la compañía le exime de someterse a la supervisión de la comunidad científica.

La cobertura “informativa” de esta segunda misión espacial corporativa es una promoción sin fin. Incluye una plegaria del spin doctor, hijo de la presidenta. En el culmen del materialismo, reza “por las cosas”: por vivir para consumir. Las noticias-propaganda de esta pseudocracia -el régimen del poder de la mentira- se acompañan de teléfonos de asistencia psicológica. Pretenden ser un gesto “filantrópico”, de responsabilidad social corporativa. Pero se trata de una vía fraudulenta de ingresos, con cargos y “costes de itinerancia” apenas audibles en el anuncio.

La esfera pública de No mires arriba, como la nuestra, solo da cabida al consumo y al lucro corporativo. No hay opción a la disidencia porque, en esos términos, no hay competencia. Si el baremo fuese el interés público, el número de afectados y la gravedad de la amenaza Kate y Randall habrían sido escuchados. Pero los astrónomos y el cargo de la NASA afín son “sacados del mapa”; es decir, de las pantallas y los medios.

Eso mismo viene ocurriendo con los “alertadores” de verdades incómodas como Edward Snowden, Julian Assange y Chealsie Manning. También sobre ellos se hicieron canciones y biopics laudatorios. Pero ni siquiera uno de cada diez de “mis” alumnos de Periodismo les conoce. Casi nadie les admira y menos aún revindica. La ausencia de “hackers” disidentes en el grupo activista de los astrónomos rebeldes aleja No mires arriba del inconformismo “ciberpunk” y “criptopunk” que Assange y compañía invocan como modelo.

Borrar la disidencia digital priva a la generación Netflix de la rebeldía y la capacidad de respuestas necesarias para revertir la situación. Las llamadas a la desconexión digital son desoídas y reprimidas en la película. El catastrofismo de los astrónomos, convertidos en celebrities, se diluye en programas infantiles. Una película de gran presupuesto sobre el colapso, lejos de tomar partido, recomienda “mirar arriba y abajo para evitar la división”.

La alianza de Kate y Randall con la pareja musical del momento evidencia la imposibilidad de movilizar a la ciudadanía desde la industria cultural. Para empezar, ese no es su objetivo. Y, en caso de que lo fuese, apagar la pantalla y tomar las calles perjudicaría el negocio. Las iniciativas de Bob Geldorf y de Bono de U2, en los años 80 y 90, ya demostraron en plena hegemonía neoliberal la inanidad política del pop-rock convencional. Ni el hambre ni la deuda externa fueron ni serán erradicadas desde los escenarios. Tampoco por las estrellas del K-Pop que representa Ariana Grande en No mires arriba.

La sentimentalización y la hiper-personalización del activismo, lo convierten en show y exhibicionismo de marcas identitarias. Lucir “productos críticos” -sean camisetas, canciones o libros- es apenas una marca de distinción, sin impacto político alguno. Consumismo cultural para progres autocomplacientes y autoindulgentes: encantados de haberse conocido y saciados con clickactivismo. A este público parece dirigida la postura a adoptar que nos sugiere la película. La escena final y dos breves epílogos entre los títulos de crédito así lo aclaran.

En la entrega anterior señalé que la película acaba con una “última cena” de tintes bíblicos. Se desmiente así el pronóstico realizado por el gurú digital de que Randall moriría solo. Como Jesús, aceptará su inmolación, precediéndola de un ágape con los más próximos. El liberalismo estadounidense e incluso la socialdemocracia europea no dan más de sí. Apenas nos dejan con el apoyo y los cuidados mutuos; pero fuera de las instituciones, tras aceptar el desmantelamiento del estado de bienestar.

Instalados en el malestar y antes del apocalipsis, apenas cabe rezar. Y parece bastar con una plegaria como la dirigida por el novio porrero de Kate. Aunque laico o ateo –o eso parece-, recupera la educación evangélica que recibió de sus padres. ¿Estamos ante una llamada a la conversión religiosa, previa al Armagedón? Morir en gracia de Dios –por si acaso- y rodeado de los tuyos consuela ¿O es la escena final una mano fraterna, tendida a los evangélicos que se aliaron primero con Reagan y luego Trump? En cualquier caso, sugieren los guionistas, oremos porque ya es demasiado tarde. Pero como programa político solo se traduce en inacción.

Dos breves epílogos, insertos entre los créditos, desmienten el diálogo o entendimiento con quienes representan a “los malos”. Apenas la mitad de ellos alcanza un nuevo planeta habitable en el avión interestelar en el que desertaron de la Tierra. Y la presidenta acaba devorada por un “bronteroc”, tal como había profetizado el gurú Peter. Este, en un alarde de infantilismo, recomendará no tratar estas alimañas prehistóricas como mascotas. En un segundo epílogo, el spin doctor, abandonado por su madre en tierra, se convierte en “el último habitante” del planeta. Inconsciente de ello y enajenado se inmortaliza con un selfie pidiendo un like.

Fotograma de la película (Netflix)

En resumen, tras implorar valor a Dios Padre para asumir una extinción ineludible –privados de gobernantes, periodistas, científicos y creadores de cultura- los guionistas nos invitan a reírnos de los Poncio Pilatos que nos desgobiernan. La mejor crítica proviene de la autoparodia que la propia película ofrece.

Por si se les había olvidado identificarse con los protas, dice Kate: «Quizás la destrucción de todo el planeta no se supone que sea divertida. [Ni solventable o reparable con plegarias, cabe añadir]. Tal vez se supone que debe ser aterradora [y movilizadora, añado]». Y Randal afirma: «No todo tiene que sonar tan malditamente inteligente o encantador o simpático todo el tiempo. A veces sólo necesitamos ser capaces de decirnos cosas. Necesitamos ser capaces de escuchar cosas». Digámoslas y escuchémonos, pues.

Que las risas y los rezos no apaguen la conversación y las iniciativas que, supuestamente, quiere inspirar esta película con tanto jugo para quien quiera exprimirlo. Por cierto, el juego que les proponía no es el del calamar. Aquí no gana nadie. Se trata de examinar las razones y las responsabilidades del fracaso presente.

Fotograma de la película (Netflix)

BONUS para maestr@s, profes, y sus trasuntos en casa, bar, curro o pachanga musical… Y, sobre todo, en Twitch.

*** REGLAS PARA JUGAR al Mira arriba, abajo, a los lados… y adelante.***

0. Consultar los links de este texto (en sus dos entregas, mejor).

1. Repartirse entre ser Kates y Randalls. El resto, que hagan de secundarios ;-)

2. Dividirse en grupos para identificar * políticos, ** periodistas, *** gurús tecnológicos, **** iconos progres y ***** voces de la ciencia que en este u otros temas no (nos) dejan hacer, ni decir, ni escuchar, ni ver lo evidente, lo necesario y lo urgente.

3. Continuar el relato que, leído de forma más radical –yendo a las raíces– nos propone esta más que aprovechable y nutritiva peli.

El objetivo final sería (r)escribir otra escena final y otros dos epílogos, tan breves o más que los que están en los títulos de crédito. Propongo estas interpretaciones y versiones de los mismos.

– Reunámonos para cocinar juntos, comer y charlar. Démosle la mano a próximos y a quienes no lo son tanto. No digamos en público cuándo fuimos más felices en este mundo sino en el que vamos (re)construir. Y entonemos las oraciones más transversales: las que atraviesan más fronteras. Si es necesario, démosle la vuelta a las que heredamos de nuestros padres. Apropiémonos de ellas para “salvarnos”.

Y pensemos en “los malos” viéndolos de esta manera:

– Cuando los hiperricos y plutócratas inmundos llegan a crear un nuevo planeta demuestran que son parásitos de los trabajadores. De hecho, este era uno de los finales que estaba pensado (aunque nos privaría del desnudo masivo: ¿El emperador va desnudo).  Proponían los guionistas que arrancase una puja entre estos inútiles magnates -gurús-megaVIPs por contratar a alguien que les construyese una casa. No encontraban a nadie. Y, claro, la puja especulativa no paraba de subir. ¿Lo pillan? ¿Se les ocurren otros finales?

– Creo que el segundo y último epílogo nos representa a todos y todas. Confesémoslo, quisiéramos ser (o contratar los servicios de) Iván Redondo. Somos huérfanos de la presidenta mala madre. Estamos empantallados. Tanto que cuando llegue el fin no percibiremos que no queda nadie más vivo, excepto nosotros. Y, aún así, pediremos un like, un retuit… una suscripción.

INSTRUCCIONES PARA USUARI*S AVANZAD*S: Doblad el final y los epílogos, filmad otros en línea con los propuestos. Viralizadlos como hámsters en una jaula que saben abrir.