La idea de una transición ecológica justa aparece con fuerza en múltiples discursos políticos, económicos o mediáticos. En ocasiones se alude simplemente al cambio en las tecnologías energéticas, otras veces se apela al escurridizo y ambiguo concepto de sostenibilidad. Creemos necesario definir con nitidez a qué nos referimos cuando hablamos de transición ecológica para que la nebulosa conceptual no reste valor a los debates ni efectividad a las propuestas que de forma urgente se deberían acometer. Se trata de un cambio de tal calado que no es posible aspirar a realizarlo tomando atajos. No es un camino sencillo de recorrer y es preciso abrir debates en torno al mismo.

¿Por qué hablar de Transición Ecosocial Justa?

En 2022 se cumplió medio siglo desde la publicación del Informe Meadows sobre los límites al crecimiento y los escenarios de futuro que aquel informe planteaba son ya el presente. Es preciso reconocer que, tras decenios de retórica sobre el llamado desarrollo sostenible, los enfoques adoptados no han servido para resolver los problemas ecológicos y sociales. Más bien, desde entonces, los indicadores de crisis y destrucción de la naturaleza han venido empeorando sistemáticamente.

Comienzan a evidenciarse con intensidad las consecuencias de vivir bajo un orden económico, político y cultural antagónico con los procesos que sostienen la vida. Caos climático, escasez ligada al uso irracional de bienes finitos, vulneración de la protección social -que afecta asimétricamente en función de la clase, de la edad, del género, de la procedencia-, degradación y graves ataques a la democracia, recortes de derechos sociales y económicos, guerras, migraciones forzosas, extractivismo y expulsión…

Las reacciones al momento que vivimos son diversas. Por una parte, emergen en todos los continentes expresiones de una ultraderecha populista y negacionista que defiende explícitamente salidas autoritarias, misóginas, racistas y violentas. Por otra, se asiste, salvo excepciones, a un repliegue de las izquierdas y los progresismos. No solo porque su presencia disminuya en los gobiernos, sino porque sus políticas se derechizan. El genocidio televisado en Gaza y el abandono de las personas migrantes en las vallas de la Europa rica evidencian que el deterioro de los valores fundantes de los Derechos Humanos se extiende más allá de los límites que dibuja la ultraderecha. Palestina o el Mediterráneo ponen delante un espejo que deforma la mayor parte de la política europea.

Vivimos el tiempo, nos recuerda Isabelle Stengers, de la intrusión de Gaia [1]. La trama de la vida aparece, de forma y evidente, como agente económico y político con el que no se puede negociar. Hoy, lo que está en juego es la supervivencia en condiciones dignas de la mayoría.

Los seres humanos, queramos o no, tendremos que construir la vida en común en un contexto de contracción material. El decrecimiento es, por tanto, el marco físico en el que hay que desarrollar propuestas políticas que se centren en garantizar condiciones dignas de existencia. Habrá decrecimiento material de todos modos. Puede ser un contexto monstruoso que expulse masivamente vida humana o puede alumbrar sociedades libres, justas y democráticas. Para ello, es preciso orientar democráticamente la contracción material bajo el principio de suficiencia, la redistribución de la riqueza y la prioridad radical de sostener las vidas concretas, dignas y con derechos.

Ni el presente ni el futuro están predeterminados ni escritos. Tenemos medios, capacidad y potencialidad para poner en marcha un proyecto que salga de la trampa que obliga a elegir entre economía o vida. Un proyecto político que no rehúya ni disfrace la realidad, no deje a nadie atrás y permita mirar el presente y el futuro con compromiso y esperanza.

Las reflexiones y propuestas que se realizan a continuación no son solo de la autora del texto, son el fruto de un proceso de trabajo colectivo que involucró a casi doscientas personas y que tuvo como resultado el documento de Transición Ecológica Justa para la elaboración del proyecto país de la plataforma Sumar. Este proceso se realizó a petición de Sumar y, junto con otros treinta y tres documentos, iba a constituir la base para la dicusión y elaboración de un proyecto de país a diez años. La convocatoria de elecciones anticipadas detuvo este proceso y las propuestas posteriores, en mi opinión, no responden al enfoque que se propuso. Sin embargo, el resultado del trabajo que se hizo tiene valor en sí mismo y constituye una base desde la que poder repensar cómo organizar la vida en común en este siglo crucial para el futuro de los seres humanos.

En un contexto de profunda crisis ecosocial, ¿qué es la Transición Ecosocial Justa?

Para que la idea de sostenibilidad sea útil políticamente hay que plantearse qué es lo que hay que sostener. Corremos el riesgo de que la lucha contra la insostenibilidad o la forma política de abordar el inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía -tanto por la escasez inducida de bienes como por la necesidad de frenar el agravamiento del cambio climático- se centre solo en indicadores de emisiones de gases de efecto invernadero o tasas de retorno energético y olvide que lo que queremos sostener, además de la vida en su conjunto, son las vidas cotidianas, concretas y vulnerables.

Judit Butler señala cómo la violencia se expresa con brutalidad cuando la sociedad se comporta como si las vidas que se pierden o sufren no merecieran ser lloradas. Siendo capaces de llorar cada vida perdida, la idea de urgencia ecosocial se amplifica. Es urgente frenar el deterioro ecológico, pero también detener las muertes en el Estrecho, el genocidio en Palestina, los feminicidios o el sufrimiento que causa el miedo, el desamparo, el hambre, los suicidios de jóvenes o la falta de techo. No son cosas incompatibles y encajarlas de forma natural en nuestras propuestas es clave para lograr un movimiento amplio y lleno de sentido para mayorías.

Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, la Transición Ecológica Justa es el camino que hay que recorrer para aspirar a mantener vidas dignas de forma generalizada. Cierto es que quienes tienen más de lo que les corresponde han de aprender a vivir con menos energía, minerales o bienes materiales, pero si pensamos en vidas con derechos básicos, económicos y sociales, cubiertos, vidas con tiempo propio disponible, derecho al descanso, cuidados compartidos y riqueza relacional, la vida de la mayoría será, sin duda, más segura.

Llamamos Transición Ecológica Justa al proceso compartido, planificado y deseado de reorganización de la vida en común, que tiene por finalidad la garantía de existencia digna para todas las personas y comunidades, con plena consciencia de que ese derecho ha de ser satisfecho en un planeta con límites ya superados, que compartimos con el resto del mundo vivo y que estamos obligados a conservar para las generaciones más jóvenes y las que aún no han nacido.

Hacerse cargo de la crisis ecológica y, simultáneamente, garantizar las condiciones de vida de todas las personas implica tener en cuenta siete ideas clave interrelacionadas: la idea de límite (relacionada con el ajuste a la realidad material de nuestro planeta), la de necesidades (que reconoce a los humanos y humanas como interdependientes), la idea de redistribución (que nos permite pensar en la satisfacción de necesidades para todas las personas en un contexto de contracción material), la idea de democracia (que pone en el centro el establecimiento de debates y la llegada a acuerdos para conseguir esa transición), la idea de urgencia (que llama la atención sobre la dinámica acelerada de la crisis ecosocial y sus consecuencias), la de precaución (que tiene en cuenta que la transición se llevará a cabo en un contexto plagado de contingencias imprevistas) y la idea de imaginación (crucial para construir horizontes de deseo compatibles con el contexto ecológico en el que han de ser materializados).

Las crisis ecológica y social son dos caras de la misma moneda. Ha llegado el momento de asumir que, mientras las propuestas y “políticas verdes” sigan ancladas al viejo paradigma, no es posible iluminar caminos alternativos. Ya no se puede dilatar en el tiempo la puesta en marcha de transformaciones que corrijan las tendencias de fondo descritas, que traten de evitar los escenarios más duros que proyectan los diferentes estudios y diagnósticos, que se adapten a los cambios que han llegado para quedarse y que tengan como prioridad la garantía de derechos y la cobertura de necesidades.

Este proceso político debe cumplir, a la vez, los siguientes objetivos:

Garantizar que todas las personas y comunidades puedan disfrutar de una vida segura y digna compatible con la restauración y preservación de sus entornos sociales, naturales y territoriales.

Sin justicia no habrá transición ecológica. Si las personas se ven obligadas a elegir entre supervivencia económica en el corto plazo, y supervivencia ecológica y económica en el medio plazo, se priorizará la primera opción, volviendo cada vez más inviable la segunda. Pero sin una política que gestione la escasez inducida por una economía que desborda los límites, con principios de suficiencia y redistribución de la riqueza, será el mercado el que racione, generando cada vez más desigualdad e insostenibilidad. El desafío político es, por tanto, asegurar una vida materialmente segura, digna y percibida como vida buena, a la vez que se adaptan los metabolismos económicos a la realidad de un planeta desbordado y en proceso de cambio.

Reducir la huella ecológica del sistema económico para compatibilizar la cobertura de las necesidades sociales con las biocapacidades locales y globales y el abordaje del cambio climático.

El modelo productivo y reproductivo de nuestro país habrá de reorientarse de modo que la huella ecológica del conjunto decrezca, sea resiliente ante el caos climático y la emergencia ecosocial y cubra las necesidades sociales. El cambio deberá estar orientado por una política general de gestión integrada de la demanda en el uso de recursos básicos (energía, agua y materiales) que se articule sobre dos elementos: la eliminación del despilfarro a través de medidas de reducción (lo que significa evitar incrementar la capacidad, aunque sea con fuentes renovables, sin haber reducido previamente y de forma sustancial el consumo de combustibles fósiles) y la transformación hacia el diseño y uso en origen de materiales reutilizables (en un contexto de contracción).

Hablar de reconversión industrial inquieta después de haber vivido el desmantelamiento de sectores enteros sin alternativa para las personas trabajadoras, pero es preciso tener en cuenta que los sectores que hoy se encuentran en la cuerda floja no lo están porque se hayan introducido restricciones de carácter ambiental, sino por haberlos hecho crecer de forma irracional y por su extrema dependencia de minerales y energía declinantes y del cada vez más complicado suministro, porque se ven afectados por el cambio climático o porque van siendo menos rentables y por tanto abandonados por los inversores.

Sería un error inyectar recursos que hacen falta para transitar a otro modelo en apuntalar el actual modelo productivo durante un poco más de tiempo, y no dedicar dichos recursos a hacernos cargo de las personas que trabajan en ellos. Los sectores económicos tienen sentido por su utilidad social. A la hora de pensar en las transiciones justas, es preciso recordar que hemos de proteger personas, y eso no es exactamente lo mismo que proteger los sectores en los que trabajan.

Adaptar el universo del trabajo y empleo a las circunstancias de la crisis ecosocial y al servicio de la Transición Ecológica Justa.

La necesidad de acoplar la economía a los límites ecológicos tenderá a reducir el empleo en algunos sectores, pero también a aumentarlo en otros, sobre todo si se incorporan todas las tareas que exige una transición ecosocial y trabajos socioeconómicos ligados a la satisfacción de las necesidades que implica una vida digna.

Sacar de las lógicas de mercado la satisfacción de las necesidades básicas y desacoplar su garantía del empleo es de gran importancia a la hora de conseguir la transición del modelo productivo.

Desplegar procesos que acometan las situaciones de contingencia y urgencia derivadas de los efectos de la crisis ecológica y climática.

Todo hace pensar en la posibilidad de vivir momentos de sobresaltos y urgencias derivados de eventos climáticos, crisis económicas o de suministros, pandemias o tensiones geoestratégicas. Ante ello, y en aplicación del principio de precaución, es preciso avanzar en dos frentes. Por un lado, planificar lo que ya se conoce, para no tener que tratar como contingencia y con urgencia cuestiones que ya son tendencia estructural y se pueden trabajar con anticipación. Por otra, establecer programas de gestión de riesgos, establecer reservas de recursos y legislar para proteger a la población de lo que sí son circunstancias inesperadas o sobrevenidas.

Detener los principales procesos de destrucción ecológica, restaurar y favorecer la resiliencia de los ecosistemas clave del país y proteger la vida animal.

El despliegue de estrategias vinculadas a la Transición Ecosocial Justa crea un marco favorable para desplegar un programa ambicioso de protección de la bodiversidad y de recuperación y restauración de los ecosistemas clave en las próximas décadas, tales como el suelo, los bosques, las masas de agua dulce, los litorales y las áreas marinas marinas, los ecosistemas litorales, las zonas áridas o los agrosistemas.

El respeto a las formas de vida no humana y la protección de las mismas constituye un reto fundamental. Hay que eliminar el sufrimiento animal y ello comporta cambios sustanciales en la alimentación, en el vestido y el rechazo a la tauromaquia y a los festejos en los que se produce la tortura y matanza de animales.

Transitar hacia modelos territoriales justos y sostenibles que generen nuevas relaciones de cooperación entre los mundos urbanos, rurales y naturales.

La transición requiere una nueva relación con el territorio. La ordenación del mismo desde la escala biorregional puede permitir planificar las transiciones a partir de una mirada integral que reconecte las ciudades, los medios rurales y los espacios naturales.

Existen desafíos enormes en torno a los modelos de ciudad, en la actualidad altamente insostenibles y a la vez muy vulnerables, y de la transición justa en los medios rurales, con respeto y escucha al tejido social que los habita, de modo que resulten a la medida de las necesidades de las personas que viven en ellos.

La transición territorial descansa sobre comunidades que deben fortalecerse y cohesionarse.

Invertir en investigación y tecnociencia orientada a resolver los retos que plantea una Transición Ecosocial Justa.

Se requiere reorientar la investigación y la tecnociencia de modo que se ponga al servicio de la transición y se centre en la búsqueda de soluciones de bajo impacto ecológico, extensibles a todas las personas, fáciles de implementar y comunitarias. Hacen falta conocimiento e investigación que apoyen los propósitos de  transición justa y ajuste a los límites biofísicos en todas sus dimensiones: energética, industrial, arquitectura, transporte, etc.

Construir un soporte económico y financiero que haga viable la Transición Ecosocial

La construcción de un sistema de financiación público y robusto es crucial. En sociedades que producen dinero a una enorme escala, no se puede decir que no hay recursos para financiar una TEJ. Es una cuestión de prioridades y de redistribución.

El desarrollo de una fiscalidad verde y progresiva, la banca pública, la persecución del fraude… Una cuestión clave es dejar de financiar lo insostenible. Los recortes deben centrarse en aquello que se quiere eliminar y que contribuye a profundizar los problemas, y se debe denominar inversión a lo que sirva para apuntar hacia el horizonte que hemos descrito como meta.

La formulación de objetivos puede plantearse sin demasiada dificultad, pero supone una profunda transformación política, económica, cultural y ética que afecta a todas las esferas de la vida social. Afecta a todas las escalas territoriales y de convivencia: el hogar, el barrio, la comunidad local, el área metropolitana, la región, el estado, la escala supranacional, los movimientos sociales, las empresas, etc. Exigirá gestionar los limites, blindar derechos, reorganizar los tiempos y reordenar el territorio, establecer deberes, aprovechar los esfuerzos ya realizados en materia de política pública y el conocimiento de quienes los han realizado, cuestionar privilegios, repartir con justicia los esfuerzos y transformar costumbres e imaginarios arraigados.

Este proceso no puede hacerse de arriba a abajo sin correr el riesgo de caer en dinámicas autoritarias,  generar una respuesta social de oposición o caer en la irrelevancia y en el mero discurso verde, así que la transición debe construirse a partir de un proceso participativo y deliberativo real que le dote de legitimidad, fortalezca y apuntale las prácticas democráticas e implique una importante transformación de prioridades, deseos y valores.

Requiere de una proyección que maneje el corto, medio y largo plazo. Hay muchos problemas sociales que no pueden esperar a ser resueltos, y, cuanto más avance la crisis ecológica, más se restringen las opciones y oportunidades de actuación. Deben percibirse mejoras y beneficios desde el primer momento y a la vez ofrecer horizontes esperanzadores y desarrollar  compromisos con el legado que dejaremos a nuestros nietos y nietas.

Se precisa tener un enfoque integrador que permita gestionar límites globales y establecer prioridades, reconversiones y reducciones en muchos campos. Si se planifica la política económica, la energía, la agricultura, el transporte, la vivienda, el turismo, la educación, la fiscalidad o los servicios públicos por separado y sin atender a los objetivos para la Transición Ecosocial Justa, esta no funcionará.

Por último, hay que asumir que hoy los imaginarios sociales, especialmente en los países más ricos, se inscriben en los paradigmas del crecimiento, el consumo y los proyectos de vida individualizados, y que, sin un amplio apoyo social, es evidente que no se podrán abordar en profundidad y con urgencia los cambios necesarios. Es más, en situaciones de dificultad, la demagogia, la frustración y la proliferación de las opciones populistas y autoritarias podrían verse fortalecidas, tal y como ya está sucediendo en algunos países europeos.

La Transición Ecosocial Justa requiere abordar la disputa de la hegemonía cultural y no es tarea pequeña. Supone nada menos que reorientar los conceptos hegemónicos de producción y bienestar, seguridad y libertad, hacer visibles los límites negados, reconocer la vida humana como ecodependiente, frágil y necesitada de cuidado y protección y explicar de forma convincente, serena y motivadora la situación de emergencia y la necesidad de transformación.

El gran reto es la reorientación de las aspiraciones y deseos de una buena parte de la sociedad. La propia crisis ofrece posibilidades y resquicios desde los que impulsar este cambio cultural. Estos momentos abren oportunidades para introducir debates y defender el cambio y la audacia. Hasta el momento, las crisis han sido mayoritariamente usadas para aplicar la doctrina del shock; quizás con anticipación y preparación podamos aprender a convertirlas en palancas de seducción para la Transición Ecosocial Justa.

Notas:

Este texto se basa en el trabajo coordinado por el Foro de Transiciones para dar respuesta a la pregunta formulada durante el proceso de reflexión que condujo a la conformación de la plataforma electoral Sumar. El trabajo trataba de responder al encargo de proporcionar criterios para la construcción de un proyecto-país a diez años vista desde la perspectiva de la Transición Ecológica Justa.

Este texto fue publicado en el Dossier de Economistas sin Fronteras, número 52ª, invierno 2024.

[1]Stengers, Isabelle (2017), En tiempos de catástrofes. Cómo resistir la barbarie que viene, Ned Ediciones, Barcelona.

«Biólogos, climatólogos, oceanógrafos, edafólogos y otros muchos científicos de las diversas disciplinas que se dedican a auscultar el pulso de nuestra maltrecha biosfera llevan decenios aterrados: y basicamente seguimos sin hacerles caso» [1]. «Hay una gran probabilidad de que la mayor parte de la humanidad sea exterminada antes de que finalice el siglo XXI«.

El filósofo y politólogo ecologista Jorge Riechmann lo afirma rotundamente y lo ratifica en uno de sus últimos libros, Simbioética. ‘Homo sapiens’ en el entramado de la vida, con una exposición ordenada y exhaustiva de datos y argumentos.

«La distopía que Susan George esbozó con su Informe Lugano en 1998 se ha ido haciendo más probable en los años transcurridos desde su publicación», señala el ecologista sin ánimo alguno de deprimir a sus lectores.

«Nuestro sistema actual es una máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir perdedores con los cuales nadie tiene ni la más mínima idea de que hacer», escribió George en su premonitorio libro hace 25 años [2].

Hoy el grito de alarma también lo da el secretario general de la ONU, que se hace eco del último informe de la Organización  Mundial de Meteorología, y reconoce que las temperaturas récord ya queman la Tierra y que los fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más virulentos, empujan a millones de personas hacia el hambre. Se prevé que 670 millones de habitantes del planeta quedarán sin alimentos a finales de la presente década.

«Hemos abierto las puertas del infierno», insistió más recientemente António Guterres en un nuevo llamamiento ante la Asamblea General de Naciones Unidas para referirse a las temperaturas más altas de la historia, a las sequías de larga duración, a los incendios que no se pueden extinguir, a las inundaciones catastróficas, a las tierras que se vuelven inhabitables y a los efectos terribles de todo ello sobre la vida en nuestro planeta.

Poco a poco parece que más y más personas, gobiernos, actores políticos y sociales, incluso grandes empresas, asumen que la crisis climática existe, y reconocen en cierta medida la gravedad de sus efectos, pero los gobiernos siguen empecinados en políticas de «desarrollo sostenible» y de crecimiento económico; a los inversores, naturalmente, lo que les interesa son las oportunidades de negocio que pueda ofrecer la llamada «transición energética», los hábitos de consumo no cambian, las invocaciones en favor de la utilización de energías renovables ignoran tanto la escasez de materias primeras como los daños que causan sobre el territorio los macroparques eólicos y fotovoltaicos, y en las cumbres internacionales nunca se ha abordado el problema de raíz: la extralimitación en la explotación de los recursos del planeta.

Ahora el gran problema es que aquello que sería «ecológicamente necesario es cultural y políticamente imposible», explicó Riechmann en entrevista realizada por Crític. Lo necesario sería, ha escrito, “salir a toda prisa del capitalismo, redistribuir radicalmente la riqueza, olvidarnos de la hipermovilidad y del turismo, reducir rápidamente la población humana, construir sistemas productives biomiméticos, desarrollar una cultura de simbiosis con la naturaleza… Cultivar la música en vez del crecimiento económico, el amor en lugar de la competitividad, la espiritualidad en vez de la mercantilización, la educación en lugar del poder militar…” [3].

Pronósticos escalofriantes

En su libro Simbioética cita infinidad de trabajos, informes y tomas de posición de reconocidos investigadores y pensadores, entre ellos el antropólogo Bruno Latour, que falleció ahora hace un año: «… si uno estudia seriamente cuál será la trayectoria del planeta en los próximos treinta años, la certeza del desastre es de tal magnitud que resulta comprensible que algunos se nieguen a creerla. Es como si te dicen que tienes cáncer, o bien te puedes someter a un tratamiento y luchas, o bien no te lo crees y te vas de vacaciones al Caribe para aprovechar el tiempo que te queda” [4].

Todos los datos recogidos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, IPCC, «vistas en conjunto, indican una tendencia común acelerada, síntoma de una biosfera que se dirige hacia el colapso, lo cual significa que la especie humana se perderá«.

«Hoy, ya, en el tercer decenio del tercer milenio, por desgracia hay que constatar que el Business As Usual nos lleva al exterminio de la gran mayoría de la humanidad, si no a su extinción total, y no a largo plazo»[5].

Se dice rápido, pero la lectura de afirmaciones como estas provoca una sensación difícil de describir. ¿Desasosiego? ¿Angustia? ¿Desazón? ¿Espanto? ¿Horror? ¿Pánico? Cuesta encontrar una palabra suficientemente fuerte, porque las enfermedades que sufre el planeta en el que vivimos, como consecuencia del derroche y de la explotación excesiva de recursos realizados por las últimas generaciones de seres humanos, hacen prever que, más allá del miedo y el sufrimiento que podamos sentir las personas mayores en los últimos años de nuestras vidas, nuestras hijas e hijos, o nuestras nietas y nietos se verán abocados, en la menos mala de las previsiones, a una dolorosa lucha para sobrevivir, compartida con millones y millones de seres vivos. Un escenario de pobreza y de necesidades elementales no satisfechas en el cual se pueden extender todavía más los conflictos armados y la más descarnada insolidaridad.

También hay quien mira hacia otro lado, se encoge de hombros y confía en que el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico aportarán soluciones. La tecnolatría paraliza las mentes de demasiada gente. «El capitalismo y la tecnociencia se han declarado en rebeldía ante el principio de realidad».  «La racionalidad económica dominante, movida por el dinero, nos arrastra hacia una catástrofe planetaria. Y las propuestas alternativas -bien trabadas, rigurosas, convincentes- existen desde hace decenios, pero no son atendidas», escribe Riechmann [6].  Y a propósito de la lógica del dinero y de la crisis ecosocial recuerda una contundente afirmación del antropólogo Jason Hickel: «Lo extraordinario del capitalismo es que produce el apocalipsis y después intenta venderse como la única solución razonable al apocalipsis«.

«Desarrollo sostenible» o cambio de sistema

No faltan negacionistas de los efectos devastadores del calentamiento global. Buena parte de la población mundial parece que prefiere escucharlos -y votarlos!-, pero a veces también parece como si existiera cierto consenso entre mucha otra gente, incluso entre algunos partidarios del «desarrollo sostenible», en torno a que la causa de la contaminación, del agotamiento de recursos y de minerales escasos, del calentamiento global, de la pérdida de biodiversidad, del riesgo de exterminio de la megafauna, de la desaparición de suelo fértil, de la extensión de partículas de plástico por todos los rincones del planeta y de sus organismos vivos, de la pérdida generalizada de acuíferos… se encuentra en la irracionalidad del sistema dominante de relaciones económicas y sociales. Incluso personajes como Joe Biden o Pedro Sánchez han llegado en algún momento a lamentar los efectos del enriquecimiento progresivo de unos pocos sobre la vida de la mayor parte de la gente. Lo que costa de entender es el motivo por el cual el número de personas que apuestan por un cambio de sistema y que se proclaman abiertamente dispuestas a hacer todo el posible para poner fin al capitalismo es hoy todavía tan pequeño. Mucho más pequeño incluso que en otros momentos de la historia contemporánea, en los cuales la conciencia sobre los límites del crecimiento era insignificante.

El pasado agosto, la organización Anticapitalistas dedicó buena parte de los ciclos, charlas y debates de su Universidad de Verano a tratar sobre la actual crisis ecosocial. ‘Un proyecto ecosocialista para un mundo en llamas’, fue el significativo titular de la XIII edición, en la cual Jorge Riechmann, más allá de señalar los efectos catastróficos que tiene sobre la biosfera de nuestro planeta la explotación de materias combustibles fósiles, habló ampliamente sobre la necesidad de un «cambio cultural profundo» en la concepción humana del mundo. Una transformación de la mentalidad dominante en Occidente desde hace dos siglos.

Una cultura amiga de la tierra

«Hay que ir a las raíces» de las crisis entrelazadas actualmente existentes, para las cuales «no hay solución técnica». «Estamos obligados a poner en cuestión la concepción de dominación del hombre por encima de todo«, insiste, y se pronuncia en favor de la consideración de la teoría Gaia, o Sistema Tierra, como camino para la toma de «conciencia de nuestra ecodependencia”. Se trata de «construir una cultura amiga de la tierra». La concepción del mundo que prevalece actualmente, «es muy negativa». Hay que «poner en cuestión el antropocentrismo moral’ y eso no quiere decir desconocer la singularidad humana. Explica, con abundantes referencias a los autores que han trabajado a fondo y desde diferentes puntos de vista sobre el comportamiento de la biosfera, que todos los seres vivos colaboran entre ellos y que el planeta Tierra se autorregula. Un planeta ‘simbiótico’, así denominado por la bióloga norteamericana Lynn Margulis para destacar que la simbiosis entre seres vivos prevalece por encima de la competencia y la «selección natural» darwiniana.

Lo que reclaman Riechmann y otros ecologistas es la asunción de una cultura de simbiosis con la naturaleza, «como seres vivos que a lo largo de millones de años hemos coevolucionado con el resto de organismos con los cuales compartimos la biosfera». «Nos va la vida» en esta asunción. Si seguimos con el Business As Usual, «las perspectivas apuntan hacia un genocidio que no tiene comparación posible en los doscientos mil años de existencia nuestra especie». Una cultura de simbiosis en contraposición a la antropocéntrica, que lo que se plantea es el dominio de los humanos sobre la naturaleza.

El homo sapiens, que es un ser complejo y que no deja de ser resultado de la coordinación entre bacterias preexistentes, no es independiente del comportamiento de la naturaleza. Es «el único animal que ha sido capaz de escribir la ‘Divina Comedia’ y de fabricar bombas atómicas», dice el ecólogo para remarcar la excepcionalidad de la condición humana. Tan excepcional, también, que en sus últimas generaciones «ha desequilibrado la capacidad de autorregulación de la Tierra».

Riechmann, sin embargo, considera Gaia («conjunto de todos los seres vivos de la Tierra, más su influencia sobre las condiciones de habitabilidad de nuestro planeta») como «un gran organismo que se autorepara» y que restablece sus equilibrios a lo largo del tiempo. No consuela demasiado, sin embargo, advirtió cáusticamente, la idea de que en un plazo de veinte millones de años la tierra haya sido capaz de autorregularse una vez desaparecido el género humano.

Él y otros significados ecologistas son, cotidianamente, objeto de ataques por parte de personajes adaptados a los intereses del poder corporativo. Ante los defensores del Green New Deal (capitalismo verde), que les descalifican y les acusan de catastrofistas y apocalípticos, Riechmann afirma: «El problema de fondo es que los sectores sociales que reconocemos que no hay posible solución de la crisis ecosocial dentro del capitalismo (y que esto del capitalismo verde es un oxímoron), y que nuestras sociedades siguen una trayectoria hacia el colapso, somos una ínfima minoría». «¿Cómo se llegó a convertir la economía, no en el arte del mantenimiento humano, sino en la gestión del crecimiento del PIB?», pregunta. «Sin hablar de combustibles fósiles, de capitalismo y también de irracionalidad humana, nada se entiende …»[7]. Él prescribe que hace falta «1) seguir el rastro a las mercancías desde la cuna hasta la tumba; 2) explorar vías para desglobalizar y relocalizar como forma de tomar T(t)ierra aterrizar (a-Tierra-r); y 3) dar pasos para salir de la ley del valor, lo cual, en realidad significa: salir del capitalismo».

Fracaso de la humanidad

El calentamiento global demuestra que la humanidad ha fracasado en su intento de dominar la naturaleza. Los humanos «interferimos en casi todo en la natura, pero no controlamos casi nada».

«El problema de los ecologismos», afirma Riechmann en libro más reciente, es que «durante demasiado tiempo nos acomodamos en exceso al posibilismo del desarrollo sostenible«[8]. «Necesitaríamos una izquierda no productivista, pero esto prácticamente no existe», lamenta.

La catástrofe medioambiental, además, no se puede entender sin tener presentes las desigualdades sociales y económicas. La batalla contra la degradación del planeta no se puede librar en el mercado. El «derecho» a contaminar no se tendría que poder vender ni comprar. Hay que recordar tantas veces como haga falta que las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por las sociedades más ricas afectan sobre todo a la población más pobre del planeta, a la cual no se puede atribuir ninguna responsabilidad en la tragedia climática.

Herramientas del ecologismo

La izquierda, en general, tiene cierta conciencia de esta realidad, pero según Riechmann, «la crisis ecológico-social contemporánea es tan profunda que nos invita a considerar los fundamentos mismos de las ideologías y el sentido común dominante» [9]. Nos invita a «construir concepciones contra-hegemónicas». Para hacerlo posible haría falta que muchos izquierdistas revisaran a fondo sus herramientas de análisis y de intervención. De esto se discutió tanto en la Universidad de Verano de Anticapitalistas como en la más reciente Escola d’Estiu de la CUP. En uno y otro lugar se expusieron estrategias para hacer frente en la crisis ecosocial y catálogos de propuestas tácticas y de experiencias del activismo realmente existente.

En las diferentes charlas se habló sobre las posibilidades de favorecer la “desmercantilización” de la vida económica, la planificación democrática de la economía, la democratización de la participación en medios de producción, la extensión de la economía social y solidaria, el crecimiento en sectores como la educación, la sanidad y los cuidados, la implementación de cambios profundos en los sectores del transporte y la energía…

Pero no faltó quién pusiera de manifiesto que muchas de estas ideas se plantean desde hace décadas y que ahora hace falta que el ecosocialismo incorpore un factor de importancia descomunal: «el choque con las limitaciones físicas de nuestro planeta».

El ingeniero y divulgador científico Ferran Puig, que ya hace un año se declaraba “escalofriado” con la lectura del informe del grupo II del IPCC sobre la situación actual del planeta, en todo el que hace referencia a los niveles de contaminación y a los datos actuales sobre extinción de especies, pero sobre todo ante la probabilidad de fenómenos extremos mucho más graves y frecuentes de lo que se pensaba, lanzó preguntas clave: «¿Cuánto tiempo puede durar la vida en estas condiciones?«, «¿dónde se encuentra la defensa de la vida?».

Activar el «freno de emergencia»

La negativa a emprender el camino del decrecimiento nos ha conducido hacia la destrucción de vida civilizada, a eliminar otras formas de vida y a degradar radicalmente la biosfera, mantienen los estudiosos de los ecosistemas.

¿De cuánto tiempo disponemos todavía para evitar el colapso? Riechmann comparte con Antonio Turiel la idea de que «nunca es tarde» para evitarlo, pero al mismo tiempo asegura sin tapujos que «nos empobreceremos colectivamente por las buenas o por las malas”. Hay que impulsar, dice, «dinámicas de decrecimiento material y energético, redistribución masiva, educación en libertad e igualitarismo, relocalización productiva, tecnologías sencillas, retorno en el campo de nuestras sociedades, renaturalización de zonas extensas de la biosfera, cultivo de una Nueva Cultura de la Tierra…”[10].

Otro gran interrogante, sin embargo, se encuentra en si hay manera de conseguir que la población adquiera conciencia sobre la necesidad de poner fin a dos siglos de crecimiento económico acelerado. ¿Qué se puede hacer para que en las sociedades industrializadas se produzca la interrupción del viaje hacia la catástrofe? ¿Cómo activar el necesario «freno de emergencia» que ya reclamaba Walter Benjamin? «¿Qué partido político con voluntad de obtener representación en las instituciones estará dispuesto a defender en sus campañas electorales que hay que reducir radicalmente el consumo?», preguntó un militante de larga trayectoria, Joxe Iriarte, Bikila, en una de las mencionadas charlas.

La elevación del nivel de conciencia y la salida de la cultura antropocéntrica hacen necesaria la actividad de los movimientos sociales, las luchas. «La conciencia no precede a la acción», «la principal tarea de nuestro tiempo es la de construir un bloque ecosocialista popular, diverso pero sólido, con capacidad de actuar estratégicamente y de golpear de forma conjunta desde diferentes frentes», mantiene el investigador ecosocialista, Martín Lallana. Él mismo y Júlia Martí Comas, doctora en Estudios de Desarrollo, explicaron que el momento actual de eco-crisis exige actuaciones urgentes, y aunque no nos encontremos en una  coyuntura de grandes movilizaciones hay que favorecer la existencia de movimiento de base «que interpele a las instituciones». Un movimiento que se conserve a sí mismo y resista, que utilice las «palancas institucionales», que tenga capacidad de actuar y de bloquear operaciones que atentan contra los ecosistemas, que pueda explicar sus objetivos al conjunto de la sociedad, que se implique en el cooperativismo y en actividades de la economía social y solidaria, que fortalezca su retaguardia y que plante la semilla para futuras luchas.

Más en concreto, presentan como referencias muy actuales el movimiento Soulèvements de la Terre, o la organización sindical del campesinado Confédération Paysanne, radicalmente opuestas a la agroindustria, a los macroproyectos energéticos, a las empresas contaminantes, al extractivismo irresponsable y a las operaciones nocivas de carácter especulativo.

Soulèvements de la Terre, que agrupa a un centenar de entidades defensoras del territorio de diferente perfil, se ha hecho especialmente conocido a lo largo de los últimos años por su capacidad creciente de actuar localmente y en todo el territorio del Estado francés, a pesar de la dureza de la represión ejercida por el Gobierno de Emmanuel Macron, que además de ordenar actuaciones policiales de extrema brutalidad ha querido ilegalizar este movimiento. Entre las iniciativas más celebradas de Soulèvements, explicó en la Escuela de la CUP uno de sus activistas, se encuentra la creación de las llamadas ZAD (Zonas A Defender), para «intentar construir desde ya el mundo que queremos«.

Esta idea, la de un activismo ecologista, descentralizado, arraigado a localidades y a zonas concretas, la valora especialmente el economista catalán Joan Martínez Alier, conocido internacionalmente y desde hace muchos años por sus estudios sobre cuestiones agrarias y sobre el ecologismo político. Él habla de la existencia de un «movimiento mundial de ecologismo ambiental, que  no tiene politburó, como tampoco lo tiene el feminismo», «un ecologismo popular que crece y que se vincula con otros movimientos».

Martínez Alier dirige una iniciativa de investigación de l’Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA) de la UAB para catalogar y situar geográficamente «miles de casos de resistencia contra proyectos perjudiciales para el medio ambiente y la población«.

La multiplicación de estas plataformas de resistencia es, seguramente, una condición indispensable para que se produzca la necesaria «contracción económica de emergencia, sustanciada en una salida rápida e igualitaria del capitalismo, acompañada de la renaturalización masiva del planeta Tierra». Es lo que se reclama desde el ecosocialismo.

Referencias:

1. Jorge Riechmann. Simbioética. Madrid. Plaza y Valdés Editores, 2022 p. 330

2. Susan George. Informe Lugano. Barcelona. Icaria, 2001, p. 254

3. Riechmann. op. cit. p 184

4. Cita de Jorge Riechmann en Simbioética  (p. 307) a entrevista con Bruno Latour. El Mundo, 19 de febrero de 2019. La modernidad está acabada

5. Riechmann. op. cit. p. 306

6. Riechmann. op. cit. p. 137

7. Riechmann. op. cit. p. 151

8. Jorge Riechmann. Bailar encadenados. Vilassar de Dalt. Icaria, 2023. p. 250

9. Jorge Riechmann. Simbioètica. Madrid, Plaza y Valdés Editores, 2022 p. 231

10. Jorge Riechmann. Bailar encadenados. Vilassar de Dalt. Icaria, 2023. p. 255-256

¿Qué cambio económico y social se puede realizar y con qué recursos? ¿Cómo combatir la concentración de la riqueza, las desigualdades, las amenazas de las guerras y la depredación del planeta? ¿Cómo afrontar los nuevos retos que plantea la crisis energética en el Estado español y en la Unión Europea? ¿Cómo construir un modelo de sociedad más justo de “buen vivir” para todas y todos?

Para analizar estos temas contamos con la participación de técnicos, investigadores, ecologistas, periodistas, economistas, analistas, y responsables del gobierno, que aportaron diagnósticos y propuestas.

moderado por:

  • Lourdes Lucía

    Abogada y editora

  • Marià de Delàs

    Periodista

Transición ecológica: una cuestión de justicia global y supervivencia

  • Cristina Narbona

    Vicepresidenta Primera del Senado. Presidenta del PSOE

 1. Introducción

Hace cincuenta años se celebró en Estocolmo la primera reunión de Naciones Unidas dedicada a los problemas ambientales (1). Los gobiernos escandinavos fueron los más activos a la hora de introducir tales cuestiones en la agenda internacional: sus ciudadanos estaban ya entonces concienciados y preocupados por el fenómeno de la peligrosa “lluvia ácida”, consecuencia de actividades muy contaminantes en los países de su entorno, en particular en el Reino Unido.

Ese mismo año se publicó “Los límites del crecimiento”, un informe del Club de Roma(2), encargado a diecisiete científicos del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), que predecía un colapso ambiental generalizado a finales del presente siglo, si no cambiaban profundamente las pautas de producción y de consumo del modelo económico dominante. En 2020 se habían cumplido ya buena parte de sus pronósticos, que fueron rotundamente descalificados como catastrofistas durante mucho tiempo.

Diez años antes, se había publicado “Primavera silenciosa”, de la bióloga estadounidense Rachel Carson (3). Este libro -una contundente denuncia de los riesgos de los pesticidas químicos sobre la salud- produjo un importante efecto en la opinión pública norteamericana, con efectos muy relevantes: algunos años después, se prohibía el DDT en EEUU, y se creaba la Agencia de Protección Ambiental (EPA).

Estos tres hechos constituyen, según mi opinión, hitos fundamentales en el inicio de lo que hoy denominamos la “transición ecológica” de la economía. Por “transición ecológica” entendemos la transformación gradual del sistema productivo, de forma que se reduzca el consumo de recursos naturales así como todo tipo de contaminación, y que se preserven y restauren los ecosistemas, hasta alcanzar una situación compatible con el mantenimiento de los principales equilibrios ecológicos.

Ello exige el uso de nuevas tecnologías, pero también un cambio substancial en los hábitos de vida, y por lo tanto un esfuerzo colectivo de máxima responsabilidad.

Los avances de la ciencia y de la concienciación ciudadana, han sido determinantes para conocer cada vez mejor los efectos de la acción humana sobre la salud del planeta -y sobre las correspondientes consecuencias para la salud de todos los seres vivos-, así como para transmitir este conocimiento a la opinión pública, incentivando su implicación.

El problema más grave es sin duda la lentitud en el necesario cambio de paradigma económico, teniendo en cuenta la velocidad de las alteraciones en los ecosistemas, -muy superior a la prevista hasta hace poco por la comunidad científica- que comportan ya situaciones de extrema vulnerabilidad, en particular para los ciudadanos más desfavorecidos y para los países más pobres.

La resistencia al citado cambio es el resultado de la concentración de poder económico y mediático en muy pocas manos, lo que conlleva una gran capacidad para cuestionar la realidad de los problemas ambientales, de forma que la opinión pública llega a creer que tales problemas no son tan graves y que son, en todo caso, el precio ineludible del progreso económico y social. Todavía demasiadas personas están convencidas de que, si aumenta el PIB, se está generando riqueza y bienestar. Afortunadamente cada vez hay más baja evidencia de esta peligrosa falacia (4).

Todo lo anterior remite a la imprescindible aproximación ética al tema objeto de esta ponencia: quienes se ven más perjudicados por el cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, son precisamente quienes menos han contribuido a provocar dichos procesos.

En África, en el Sudeste asiático, en buena parte de América Latina y en las pequeñas islas del Pacífico, se sufren severas y crecientes hambrunas, sequías, inundaciones, elevación del nivel del mar… así como gravísimos episodios de contaminación del suelo, del aire y del agua causados por la acumulación de residuos, muchos de ellos tóxicos, procedentes de los países más ricos del planeta. Una reciente investigación (5) sobre el aumento de las exportaciones de residuos electrónicos desde el mundo más desarrollado hacia los países más pobres, pone de manifiesto la cara oscura de la supuesta “economía limpia” de la que presumimos en nuestro entorno… La transición ecológica constituye por tanto una cuestión de justicia, de “equidad global”, cada vez más evidente: el consumismo exagerado y el cortoplacismo del modo de vida occidental, afectan en particular a aquellos países de los que obtenemos materias primas -pensemos simplemente en la deforestación acelerada de la Amazonia, o en los recursos mineros que se extraen con serias consecuencias para la salud de los mineros-, y que convertimos también en nuestros vertederos.

Un ejemplo: la Unión Europea y Estados Unidos generan más del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de China, durante los procesos de fabricación de productos que después se consumen en nuestros países.

Cuando hablamos de “transición ecológica”, tenemos por lo tanto que añadir “justa”, es decir acompañada por medidas específicas para evitar consecuencias sociales indeseables tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.

2. Lo que la ciencia nos dice

La comunidad científica venía alertando de los riesgos ambientales mucho antes de que éstos aparecieran en la agenda política internacional. Tanto el cambio climático como el agujero en la capa de ozono habían sido identificados durante la primera mitad del siglo XX como la consecuencia de determinados gases de efecto invernadero (GEI ), en el primer caso, y de ciertas substancias químicas en el segundo. Asimismo, eran ya conocidos en esa época muchos de los efectos de la contaminación sobre la salud humana, y, de hecho, en muchos países occidentales se promulgaron leyes sobre calidad del aire y del agua potable, antes de que existieran compromisos al respecto a nivel supranacional.

La ciencia fue incorporándose gradualmente como soporte de decisiones políticas nacionales e internacionales: el caso más importante fue la creación en 1988 del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPPC), impulsado por el Programa de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente (PNUMA) y por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que está compuesto por centenares de expertos en diferentes disciplinas, apoyados por el trabajo de aproximadamente cinco mil especialistas. Los informes periódicos del IPCC -el último en 2021-(6) han ido reflejando el avance de la ciencia en la comprensión del proceso de calentamiento global, con hallazgos recientes que confirman la gravedad de la denominada “emergencia climática”. Hoy conocemos mucho mejor, por ejemplo, la relación entre el océano y la atmósfera, que actúa como acelerador del cambio climático, aumentando la frecuencia y la intensidad de huracanes e inundaciones; y también la progresiva pérdida de capacidad del océano como sumidero de GEI, a causa del aumento de la temperatura y de la contaminación en nuestros mares. Sabemos ya que la desaparición de la capa de permafrost en las regiones más próximas al Polo Norte está liberando ingentes cantidades de metano (uno de los más dañinos GEI) y provocando una peligrosa inestabilidad de los suelos, en áreas donde se ubican instalaciones industriales e incluso plantas de energía nuclear.

Lo más relevante es que -a pesar de la dificultad, reconocida por los científicos, para predecir el momento en que el calentamiento global produce efectos irreversibles-, existe un alto consenso sobre la inminencia de ese momento de “no retorno” en numerosos procesos de la vida en nuestro planeta.

La ciencia nos alerta también sobre la conexión entre el cambio climático, la degradación de los suelos, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, conexión que agrava la evolución de cada uno de estos procesos.

El equipo de científicos del Instituto para la Resiliencia de Estocolmo lleva varios años profundizando en el concepto de los “límites planetarios”, que entre otras cosas permite estimar el momento de “no retorno” anteriormente aludido, en un total de nueve procesos básicos para la supervivencia de la especie humana. (7)

El conocimiento científico ha permitido -además del diagnóstico sobre los desafíos ecológicos- el desarrollo de nuevas tecnologías más eficientes y menos contaminantes, (cruciales para la transición energética gracias al coste decreciente de las energías renovables y de la electrificación del transporte), así como de las denominadas “soluciones basadas en la naturaleza” (por ejemplo, los llamados “filtros verdes” como alternativa a las depuradoras convencionales).

De todo ello se deduce la importancia de tener en cuenta los avances de la ciencia y de la tecnología en la toma de decisiones tanto en el ámbito del sector público como del sector privado: se trata de cuestiones que afectan ya a la salud y a la seguridad de la especie humana, y que por supuesto condicionarán la calidad de vida de las generaciones futuras.

3. La concienciación ciudadana

Toda actuación humana conlleva un impacto sobre el medio ambiente. Nuestra “huella ecológica“ depende de miles de decisiones diarias: aunque esas decisiones pueden tomarse de forma más o menos sostenible, dependiendo de la regulación y de los incentivos establecidos por la legislación, hay una evidente responsabilidad individual en nuestra alimentación, nuestros modos de transporte, nuestros hábitos de consumo… e incluso en nuestras preferencias a la hora de votar a unas opciones políticas o a otras. Y es obvio que no se puede poner permanentemente a un policía detrás de cada ciudadano para comprobar la sostenibilidad de sus actos.

Hoy día las nuevas tecnologías de la comunicación permiten acceder con facilidad a toda la información disponible sobre las causas y las consecuencias de los problemas ambientales; y permiten también compartir esta información con millones de personas, facilitando un auténtico activismo global. Es una buena noticia, ya que sin una implicación mucho más generalizada de la ciudadanía en el necesario cambio de paradigma económico, dicho cambio no será viable o, en todo caso, se producirá demasiado tarde, cuando hayamos superado el punto de “no retorno” en los denominados “límites planetarios”. Los ciudadanos pueden, con sus decisiones sobre lo que consumen, cómo se mueven o cómo votan, influir significativamente en las empresas y en los gobiernos.

Desde la acción pública se puede, y se debe, incentivar la participación pública para avanzar en la concienciación ciudadana en materia ambiental. Un buen ejemplo es la puesta en marcha de la Asamblea Ciudadana por el Clima, prevista en la ley sobre cambio climático, compuesta por cien personas representativas de nuestra sociedad en términos sociales, de género y territoriales, que han presentado recientemente al gobierno sus primeras recomendaciones. (8)

4. Cómo se puede incidir desde la política para acelerar la transición ecológica. El caso de España.

Lo primero que cabe decir es que no sirve de nada promover la transición ecológica desde un ámbito específico del gobierno (local, nacional o supranacional), si no se interiorizan sus objetivos y sus condicionantes en todas y cada una de las áreas de la acción pública. De nada sirve, por ejemplo, que se incentive el ahorro y la eficiencia en el consumo de agua, si desde la política agrícola se continúa fomentando la expansión del regadío, incluso con acuíferos sobreexplotados; de nada sirve exigir responsabilidad ambiental a las empresas dentro de nuestras fronteras, si dichas empresas, gracias a los tratados de comercio y de inversión internacional, pueden deslocalizar parte de su producción hacia países con una regulación ambiental laxa… La coherencia entre las diferentes políticas es crucial para avanzar de verdad en la transición ecológica. Esa coherencia resulta menos compleja de conseguir si quien tiene la responsabilidad en materia de transición ecológica está en un nivel jerárquico superior respecto a los responsables de otras políticas sectoriales. Por eso, la decisión de crear una vicepresidencia para la transición ecológica en el gobierno de Pedro Sánchez, con capacidad para orientar decisiones de distintos ministerios, constituye un hito muy notable que debería ser replicado en las administraciones territoriales.

A nivel europeo se cuenta también con una de las vicepresidencias de la Comisión Europea con análogas competencias.(9)

Existen numerosas medidas útiles para promover el uso de tecnologías más limpias y eficientes, así como para fomentar comportamientos individuales más responsables, comenzando por la educación. Las generaciones más jóvenes ya están aprendiendo, desde muy pequeños, las consecuencias de nuestros actos sobre nuestro entorno natural; las normas vigentes sobre el curriculum educativo exigen reforzar este conocimiento, asociado al aprendizaje de valores éticos fundamentales para que esos niños y niñas sean en el futuro ciudadanos responsables respecto de su propio comportamiento y a la vez exigentes frente a empresas y a gobiernos.

El acceso a la información, a la participación y a la justicia en materia ambiental son derechos incorporados a nuestra legislación desde 2006 (10), año en el que también se creó la Fiscalía especial de Medio Ambiente y Urbanismo, que cuenta actualmente con más de 170 fiscales dedicados a la prevención y persecución de los delitos ecológicos y urbanísticos.(11)

España ha consolidado un potente liderazgo a escala internacional en materia de energías renovables, gracias a una prolongada acción política desde la década de los noventa, interrumpida sólo durante las etapas de gobierno del Partido Popular, que llegó a eliminar los correspondientes incentivos en 2012, provocando entre otras cosas la pérdida de 80.000 puestos de trabajo. Actualmente se está desarrollando una ambiciosa hoja de ruta, el Plan Nacional Integral de Energía y Clima (PNIEC) (12), para cumplir con los compromisos asumidos en el Acuerdo de Paris sobre reducción de las emisiones de GEI, hasta alcanzar la plena descarbonización de nuestra economía en el año 2050. El PNIEC contempla además un calendario de cierre de las centrales nucleares, establecido de forma que dicho cierre se produzca cuando esté plenamente garantizado el suministro alternativo de electricidad.

El transporte (terrestre, marítimo y aéreo) es uno de los sectores donde resulta más difícil reducir la correspondiente contaminación, al consumir casi exclusivamente combustibles fósiles, causantes tanto del cambio climático como de importantes problemas de salud. La Comisión Europea está avanzando en el establecimiento de normas que, entre otras cosas, prohibirán la venta de vehículos que utilicen gasolina o diesel a partir de 2035, impulsando con potentes incentivos el vehículo eléctrico, así como el uso de biocombustibles y del transporte público.

Una de las cuestiones más complejas para el éxito de la transición ecológica en España es la política del agua, ya que todavía parte de la opinión pública (en particular en el medio rural) sigue convencida de que la simple construcción de embalses o conducciones garantiza sin límite los recursos hídricos. Lamentablemente, el cambio climático comporta ya una drástica reducción de precipitaciones que se acentuará en los próximos años, y que obliga a cambiar el enfoque de oferta hasta hoy dominante. Las condiciones climáticas exigen un replanteamiento de las actividades agrícolas y ganaderas para una mejor adaptación al cambio climático, a partir de una reducción del uso del agua para regadío, que supone en la actualidad más del 80% del consumo total del agua.

Es urgente además evitar la contaminación y la sobreexplotación de los acuíferos, así como la consideración de los denominados “caudales ecológicos”, es decir del establecimiento de un volumen de agua no destinable a ningún uso consuntivo, para preservar la biodiversidad fluvial y la necesaria aportación de sedimentos y de agua dulce en las desembocaduras de los ríos, para garantizar también la estabilidad del litoral así como la biodiversidad marina.

Actualmente se están tramitando los nuevos planes hidrológicos de todas las cuencas hidrográficas, para adaptarlos a las exigencias de la Comisión Europea.

Por último,- sin perjuicio de muchas otras medidas – cabe destacar la importancia de la preservación y restauración de la biodiversidad marina, objeto de Estrategias ya aprobadas por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Dichas estrategias deben contribuir tambien tanto a la fijación de población en el medio rural como a la garantía de suministro de alimentos y a la prevención de enfermedades. La pandemia del COVID 19 ha puesto de manifiesto la estrecha relación existente entre nuestra salud y la salud de los ecosistemas: más del 70% de las enfermedades infecciosas son la consecuencia de alteraciones en los mismos. (13).

La existencia de los fondos europeos Next Generation supone una extraordinaria oportunidad para impulsar la transición ecológica en España, ya que el 40% de los 140.000 millones de euros concedidos a nuestro país tienen que destinarse precisamente a dicha transición. Y, lo que no es menos importante, la aplicación de la totalidad de los fondos tiene que cumplir el principio de “no regresión ambiental”, es decir que no podrán financiar inversiones que resulten perjudiciales para el medio ambiente.

Vivimos, por lo tanto, un momento excepcionalmente positivo en términos de compatibilidad entre economía y ecología. Pero no cabe ignorar el avance de planteamientos negacionistas respecto del cambio climático o de la Agenda 2030  -esa hoja de ruta, comprometida por nuestro Gobierno, que integra objetivos económicos, sociales y medioambientales con un acertado enfoque holístico-.

Notas:
(1) Cumbre de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, 1972. www.un.org
(2) Club de Roma, “Los límites del crecimiento”, D. Meadows y otros, Fondo de Cultura Económica, 1972.
(3) R. Carson “Primavera Silenciosa” Editorial Crítica, 1962.
(4) “Más allá del PIB”, Banco Mundial, 2021.
(5) UNICEF: "Medio ambiente e infancia” 2022 www.unicef.org.
(6) IPCC: “Sexto Informe”, 2021 www.ipcc.es , 9 agosto 2021.
(7) Instituto para la Resiliencia de Estocolmo. “Planetary bounderies”, Nature 2009.
(8) Asamblea Ciudadana para el Clima. www.asambleaciudadanadelcambioclimatico.es
(9) Frans Timmermans, Vicepresidente para el Pacto Verde Europeo.
(10) Ley 27/2006 de 18 de julio por la que se regulan los derechos de acceso a la información, 
la participación y la justicia en materia ambiental.
(11) Incorporada en la Ley 10/2006 de 28 de abril por la que se modifica la Ley 43/2003 de Montes.
(12) Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030 www.miteco.es.
(13) Fernando Valladares: “La ciencia tiene que aprenderse a hacer valer”. Ethic, 31 marzo 2022.

 

¿Por qué no hay reacción y la gente no se aterroriza? Eso se preguntan los protagonistas de No mires arriba. Y se lo preguntarán ustedes, si aceptan identificarse con ellos en este juego, que entra en su segunda y última parte. Así transcurrió la primera, dedicada a políticos y periodistas. Juguemos, de nuevo, a ponernos en la piel de Kate – J. Lawrence – y Randall – L. DiCaprio. Y hablemos ahora de movilización ciudadana, nacionalismo, belicismo, corporaciones digitales, gurús tecnológicos e industria cultural.

El motivo de la inacción ante el desastre que se avecina estriba en que lo que la propia película muestra: todo el mundo –literal, el planeta entero- permanece expectante y paralizado ante las pantallas. Mientras, estas emiten promociones electorales, bélicas y corporativas.

La “movilización popular” se prefabrica en las pantallas, cuando la perspectiva de perder las elecciones recomienda realizar un ataque preventivo contra el “planet killer”. Esto ya lo hemos vivido. Recuerden a cuántas elecciones han sido convocados y en qué plazos, sufragando campañas de “nosotros o el caos” y sin apenas mejorar el nivel de vida ni la gobernanza del país.

¿A que No mires arriba también ofrece una lectura voxista? Aunque también denuncia operaciones bélicas, comandadas por héroes de la patria y aderezadas por spin doctors que copian a Spielberg… con la consiguiente subida de las acciones de la industria de armamentos. O de las tecnológicas y las farmacéuticas.

La primera movilización de la película tiene carácter bélico-espacial. Pero es un movimiento especulativo electoral y de grandeza nacional que se transfiere a quien la encarna: la presidenta xxx. Pongan ustedes un nombre y unos apellidos de por aquí. El “pueblo” participa montando un picnic masivo, haciendo así de figurante en un media event: algo hecho para y por los medios y a escala planetaria. Este lo retransmite un supremacista blanco y homófobo que acabará disparando al cielo y representando a la Asociación del Rifle.

Pero esta operación de la NASA será revertida por una –sí, en singular y régimen de monopolio- Corporación Tecnológica. Ofrece un espectáculo más lucrativo en términos de audiencia y cotización bursátil del “mercado de futuros”. “La salvación de la Humanidad” vendrá, una segunda vez, de la mano de un magnate tecnológico que reemplaza a los gobiernos del mundo y elude el control científico. Algo así, como que la próxima invasión norteamericana será llevada a cabo por los satélites Starlink de Elon Musk, que colaboran con la US Air Force. En el ámbito doméstico, sería que gracias a Telefónica recuperásemos, al fin, Gibraltar y Perejil. (A falta de link que avale este último despropósito, podría servirles este).

El Mark Zuckerberg/Elon Musk/Jeff Bezos/Tim Cook de No mires arriba representa al CEO-gurú digital que actúa, según ciertos académicos, como un “déspota benevolente”. Encarna la deidad de los macrodatos, capaz de predecir la muerte de cualquier ser humano. (Menos la de Randall y volveremos sobre ello). Los teléfonos móviles de esta compañía ya incorporan también el Neuralink de E. Musk. Conectados a nuestros cerebros y sensores psico-biométricos, dictan lo que consumimos –hacen órdenes de compra- y prescriben los contenidos o la terapia que recibimos. El CEO, bautizado Peter -¿será Peter Thiel, uno de los personajes más oscuros de Silicon Valley– ordena y manda. El mundo, convertido en su metaverso, obedece.

La ONU amaga y, como viene siendo norma, demuestra impotencia. Las potencias extranjeras –China, Rusia y la India– también se ven rebasadas por este empresario, que se niega a definirse como “hombre de negocios”. Se cree un motor turbo de la evolución humana. Considera a un robot, que bautiza como Primo, su primer hijo. Junto a sus hermanos autómatas –esa es toda la familia del gurú- extraerá metales preciosos que convertirán “la amenaza y la tragedia en una oportunidad de negocio”. Anuncia, pues, “la gloria de una edad dorada de la especie humana”. Y la cotización bursátil de la compañía le exime de someterse a la supervisión de la comunidad científica.

La cobertura “informativa” de esta segunda misión espacial corporativa es una promoción sin fin. Incluye una plegaria del spin doctor, hijo de la presidenta. En el culmen del materialismo, reza “por las cosas”: por vivir para consumir. Las noticias-propaganda de esta pseudocracia -el régimen del poder de la mentira- se acompañan de teléfonos de asistencia psicológica. Pretenden ser un gesto “filantrópico”, de responsabilidad social corporativa. Pero se trata de una vía fraudulenta de ingresos, con cargos y “costes de itinerancia” apenas audibles en el anuncio.

La esfera pública de No mires arriba, como la nuestra, solo da cabida al consumo y al lucro corporativo. No hay opción a la disidencia porque, en esos términos, no hay competencia. Si el baremo fuese el interés público, el número de afectados y la gravedad de la amenaza Kate y Randall habrían sido escuchados. Pero los astrónomos y el cargo de la NASA afín son “sacados del mapa”; es decir, de las pantallas y los medios.

Eso mismo viene ocurriendo con los “alertadores” de verdades incómodas como Edward Snowden, Julian Assange y Chealsie Manning. También sobre ellos se hicieron canciones y biopics laudatorios. Pero ni siquiera uno de cada diez de “mis” alumnos de Periodismo les conoce. Casi nadie les admira y menos aún revindica. La ausencia de “hackers” disidentes en el grupo activista de los astrónomos rebeldes aleja No mires arriba del inconformismo “ciberpunk” y “criptopunk” que Assange y compañía invocan como modelo.

Borrar la disidencia digital priva a la generación Netflix de la rebeldía y la capacidad de respuestas necesarias para revertir la situación. Las llamadas a la desconexión digital son desoídas y reprimidas en la película. El catastrofismo de los astrónomos, convertidos en celebrities, se diluye en programas infantiles. Una película de gran presupuesto sobre el colapso, lejos de tomar partido, recomienda “mirar arriba y abajo para evitar la división”.

La alianza de Kate y Randall con la pareja musical del momento evidencia la imposibilidad de movilizar a la ciudadanía desde la industria cultural. Para empezar, ese no es su objetivo. Y, en caso de que lo fuese, apagar la pantalla y tomar las calles perjudicaría el negocio. Las iniciativas de Bob Geldorf y de Bono de U2, en los años 80 y 90, ya demostraron en plena hegemonía neoliberal la inanidad política del pop-rock convencional. Ni el hambre ni la deuda externa fueron ni serán erradicadas desde los escenarios. Tampoco por las estrellas del K-Pop que representa Ariana Grande en No mires arriba.

La sentimentalización y la hiper-personalización del activismo, lo convierten en show y exhibicionismo de marcas identitarias. Lucir “productos críticos” -sean camisetas, canciones o libros- es apenas una marca de distinción, sin impacto político alguno. Consumismo cultural para progres autocomplacientes y autoindulgentes: encantados de haberse conocido y saciados con clickactivismo. A este público parece dirigida la postura a adoptar que nos sugiere la película. La escena final y dos breves epílogos entre los títulos de crédito así lo aclaran.

En la entrega anterior señalé que la película acaba con una “última cena” de tintes bíblicos. Se desmiente así el pronóstico realizado por el gurú digital de que Randall moriría solo. Como Jesús, aceptará su inmolación, precediéndola de un ágape con los más próximos. El liberalismo estadounidense e incluso la socialdemocracia europea no dan más de sí. Apenas nos dejan con el apoyo y los cuidados mutuos; pero fuera de las instituciones, tras aceptar el desmantelamiento del estado de bienestar.

Instalados en el malestar y antes del apocalipsis, apenas cabe rezar. Y parece bastar con una plegaria como la dirigida por el novio porrero de Kate. Aunque laico o ateo –o eso parece-, recupera la educación evangélica que recibió de sus padres. ¿Estamos ante una llamada a la conversión religiosa, previa al Armagedón? Morir en gracia de Dios –por si acaso- y rodeado de los tuyos consuela ¿O es la escena final una mano fraterna, tendida a los evangélicos que se aliaron primero con Reagan y luego Trump? En cualquier caso, sugieren los guionistas, oremos porque ya es demasiado tarde. Pero como programa político solo se traduce en inacción.

Dos breves epílogos, insertos entre los créditos, desmienten el diálogo o entendimiento con quienes representan a “los malos”. Apenas la mitad de ellos alcanza un nuevo planeta habitable en el avión interestelar en el que desertaron de la Tierra. Y la presidenta acaba devorada por un “bronteroc”, tal como había profetizado el gurú Peter. Este, en un alarde de infantilismo, recomendará no tratar estas alimañas prehistóricas como mascotas. En un segundo epílogo, el spin doctor, abandonado por su madre en tierra, se convierte en “el último habitante” del planeta. Inconsciente de ello y enajenado se inmortaliza con un selfie pidiendo un like.

Fotograma de la película (Netflix)

En resumen, tras implorar valor a Dios Padre para asumir una extinción ineludible –privados de gobernantes, periodistas, científicos y creadores de cultura- los guionistas nos invitan a reírnos de los Poncio Pilatos que nos desgobiernan. La mejor crítica proviene de la autoparodia que la propia película ofrece.

Por si se les había olvidado identificarse con los protas, dice Kate: «Quizás la destrucción de todo el planeta no se supone que sea divertida. [Ni solventable o reparable con plegarias, cabe añadir]. Tal vez se supone que debe ser aterradora [y movilizadora, añado]». Y Randal afirma: «No todo tiene que sonar tan malditamente inteligente o encantador o simpático todo el tiempo. A veces sólo necesitamos ser capaces de decirnos cosas. Necesitamos ser capaces de escuchar cosas». Digámoslas y escuchémonos, pues.

Que las risas y los rezos no apaguen la conversación y las iniciativas que, supuestamente, quiere inspirar esta película con tanto jugo para quien quiera exprimirlo. Por cierto, el juego que les proponía no es el del calamar. Aquí no gana nadie. Se trata de examinar las razones y las responsabilidades del fracaso presente.

Fotograma de la película (Netflix)

BONUS para maestr@s, profes, y sus trasuntos en casa, bar, curro o pachanga musical… Y, sobre todo, en Twitch.

*** REGLAS PARA JUGAR al Mira arriba, abajo, a los lados… y adelante.***

0. Consultar los links de este texto (en sus dos entregas, mejor).

1. Repartirse entre ser Kates y Randalls. El resto, que hagan de secundarios ;-)

2. Dividirse en grupos para identificar * políticos, ** periodistas, *** gurús tecnológicos, **** iconos progres y ***** voces de la ciencia que en este u otros temas no (nos) dejan hacer, ni decir, ni escuchar, ni ver lo evidente, lo necesario y lo urgente.

3. Continuar el relato que, leído de forma más radical –yendo a las raíces– nos propone esta más que aprovechable y nutritiva peli.

El objetivo final sería (r)escribir otra escena final y otros dos epílogos, tan breves o más que los que están en los títulos de crédito. Propongo estas interpretaciones y versiones de los mismos.

– Reunámonos para cocinar juntos, comer y charlar. Démosle la mano a próximos y a quienes no lo son tanto. No digamos en público cuándo fuimos más felices en este mundo sino en el que vamos (re)construir. Y entonemos las oraciones más transversales: las que atraviesan más fronteras. Si es necesario, démosle la vuelta a las que heredamos de nuestros padres. Apropiémonos de ellas para “salvarnos”.

Y pensemos en “los malos” viéndolos de esta manera:

– Cuando los hiperricos y plutócratas inmundos llegan a crear un nuevo planeta demuestran que son parásitos de los trabajadores. De hecho, este era uno de los finales que estaba pensado (aunque nos privaría del desnudo masivo: ¿El emperador va desnudo).  Proponían los guionistas que arrancase una puja entre estos inútiles magnates -gurús-megaVIPs por contratar a alguien que les construyese una casa. No encontraban a nadie. Y, claro, la puja especulativa no paraba de subir. ¿Lo pillan? ¿Se les ocurren otros finales?

– Creo que el segundo y último epílogo nos representa a todos y todas. Confesémoslo, quisiéramos ser (o contratar los servicios de) Iván Redondo. Somos huérfanos de la presidenta mala madre. Estamos empantallados. Tanto que cuando llegue el fin no percibiremos que no queda nadie más vivo, excepto nosotros. Y, aún así, pediremos un like, un retuit… una suscripción.

INSTRUCCIONES PARA USUARI*S AVANZAD*S: Doblad el final y los epílogos, filmad otros en línea con los propuestos. Viralizadlos como hámsters en una jaula que saben abrir.

Debatir si No mires arriba, el reciente estreno de Netflix, nos llama a actuar ante el cambio climático resulta aburrido y, sobre todo, estéril. Una película pensada para el consumo masivo, como es esta, no pretende convocar solo a la chavalada seguidora de Greta Thunberg. También hará guiños a los retardistas y negacionistas del colapso. Por otra parte, reírse del desastre que se avecina y parodiar nuestra inactividad amplía la audiencia, rebaja la crítica y consuela.

Se me ocurre proponerles un juego en dos tiempos –esta es la primera entrega– que parta de las obviedades anteriores. No mires arriba no es cine político ni social, sino un relato apocalíptico que busca un público masivo. Para alcanzar ese reto, hace digerible la distopía que anticipa. Aborda con humor la imbecilidad individual y colectiva con la que asistiremos al fin del mundo. Cuando este llegue, como ahora, nos limitaremos a negarlo y, luego, a esperar sin poder hacer apenas nada para evitarlo. No mires arriba, ayuda a reconocer el problema; pero no a resolverlo.

Les propongo sacar provecho de la mayor virtud de la película. Diría que reside en la dificultad para distinguir la parodia futurista del relato crítico y veraz sobre nuestro presente. La sátira es el ingrediente base de este pretendido cuasi-documental, que rebaja su tono ficticio con referencias a la actualidad. Pero anticipar el fin acarrea un riesgo inmovilizador. ¿Para qué luchar contra lo inevitable? La risa rebaja la crudeza del pronóstico y normaliza el horror con cinismo.

No les anticipo, aún, el final de la película. Pero adelanto que propone aceptar la inmolación a escala planetaria. No se precisa mucho análisis fílmico para lanzar esta tesis. Y sobran aspavientos por no estar ante una obra altermundista y anticapitalista. ¿Alguien se esperaba otro The End? El “This is the end, my friend” de los Doors, que Coppola filmó con un fondo de Vietnam-USA en llamas y olor a napalm, no cabe en Netflix. La plataforma nunca producirá una segunda parte de Apocalypsis Now emplazada, por ejemplo, en Afganistán. Para empezar, porque Coppola se arruinó haciendo la suya. Y Netflix, por modelo de negocio, no financia proyectos que no aseguren beneficios.

El mayor riesgo de las plataformas –y, por extensión, de la tecnología digital– reside en que cortocircuiten la conversación social y, así, cercenen nuestras facultades para percibir la realidad y actuar sobre ella. No mires arriba aborda este asunto de forma muy lúcida: no queremos saber, sino posicionarnos a favor o en contra. Así que les invito a desplegar ante las pantallas un juego de rol. En esta primera parte deben pensar en los políticos y periodistas que salen en la película.

Vuelvan a ser niños viendo esta peli. Escoja quién será en ella, como ensayo de quién quiere ser “de mayor”. Solo vale pedirse un personaje. Y hay que mantenerlo. Queda prohibido cambiar según las tornas del guion. A lo dicho, hecho y pecho.

Apechugar con lo que escojas ser y hacer esta vida. Esta es la máxima. Porque este juego de rol va sobre nuestra responsabilidad personal y colectiva, sobre lo que decimos y callamos, hacemos o evitamos, en este caos que hemos montado. Lo que sigue, por tanto, contiene spoilers.

Les “estropearé la peli” proponiéndoles que la comenten, antes, durante y después de verla. Miren arriba, abajo y a los lados de la pantalla. Paren la proyección cuando les pete. Encuéntrense allí y entonces con otros espectadores. Se trata de que la sonrisa descreída, el consumo “crítico” y los rezos de una “última cena” no sean las únicas propuestas de acción. Se trata de abrir el debate que los creadores de No mires arriba se arrogan haber planteado pero que, de hecho, clausuran.

Elijan entre ser la joven astrónoma o el investigador senior que protagonizan la película. Cuentan ustedes con seis meses y dos semanas para preparar el mundo ante una “extinción masiva”. Asuma, por tanto, la misión de certificar la inminencia de un “planet killer”: una verdad, una certeza empírica, avalada con datos incontestables y que nadie quiere escuchar. Si la ciencia le trae al pairo, escoja otro personaje. Pero acepte que es un secundario.

La pareja de astrónomos y el cargo de la NASA que les respalda lo tienen claro. El resto del elenco se dedica a boicotearles, con contadas excepciones. Son dignas de ser identificadas, porque sus lazos no se basan en el interés sino en los afectos. Y, con todo, se demuestran impotentes. Los cuidados que se brindan en la película se limitan a convocarse por última vez en familia ante una mesa. Aceptan el final anunciado y dan gracias “por haberlo intentado”. Pero ¿qué? Si además han fracasado.

Identificarse con la pareja de astrónomos ayuda a identificar el resto de roles que nos impiden hacer lo necesario. No quieren consensuarla realidad, porque se niegan a aceptarla. Por eso la endulzan, la niegan o la imputan a conspiraciones y bulos del bando contrario. De modo que la comunicación se convierte en un ejercicio constante de manipulación. Escamotean lo evidente con realidades “alternativas” al gusto del consumidor desaforado y el espectador desquiciado. Y la realidad que se impone depende del lucro que genera para una plutocracia que se sabe impune.

Imaginando que somos los protas de esta historia, Kate –interpretada por Jennifer Lawrence– y Randall –Leonardo DiCaprio–, identificaremos con facilidad los trasuntos del resto de personajes que pueblan nuestra cotidianeidad. En eso consiste el juego: asumida nuestra reticencia a actuar ante tamaña amenaza, señalemos e interpelemos a quienes nos lo ponen imposible y aceleran el desastre. Agrupemos personajes, repasando la película de principio a fin. Convertidos en Kates y Randalls, a ver si desmienten o completan este repaso a políticos, periodistas, gurús tecnológicos y celebrities-creadores de contenidos. Ahora nos fijaremos solo en los dos primeros grupos.

La “clase política” está representada por una presidenta populista, por su hijo y principal consejero, y por un sheriff –antes estrella porno– nominado al Tribunal Supremo. Pónganles nombres y apellidos patrios. Recuerden titulares de quienes negaban tesis científicas por no brindar el 100% de certeza. Y a quienes se sentaron a “aguardar y evaluar” medidas inaplazables, sin permitir que se fiscalizaran las que ellos llevaban a cabo. Y cómo las supeditaron a las encuestas que, a pesar de su enorme incertidumbre, determinaron los calendarios electorales y las designaciones de cargos.

Señalar al clan familiar trumpista y al ayusismo como los correlatos reales de esta forma de hacer “política” apenas tiene mérito. ¿Cuánto tiene de Hillary Clinton o de Kamala Harris la presidenta de No mires arriba que interpreta Meryll Streep? Se lo pregunta Forbes, no yo. ¿Cuánto del Sr. X o M.R. –no son letras al azar–, la presidenta de la CAM? Rebusquen otros perfiles, pero con la óptica del cuñao/á voxista que le amargó estas Navidades. Y encontrarán, entonces, razones comunes para señalar otras muchas dianas. Revestidas de “autoridad y legitimidad democráticas” también han renunciado a hacer política sustantiva. Y también la reemplazan con esa retórica de autobombo que se apaga en el momento de enunciarla.

La inacción política ante los retos que afrontamos también es consecuencia de una inanidad ideológica y programática generalizada. Gestores y representantes públicos la disimulan con gestos, postureos y puestas en escena. Pero, de seguir así, el espectáculo democrático final, como ocurre en el último mitin de la presidenta que encarna M. Streep, se saldará con el apedreamiento de los actores. Esa toma del escenario por los espectadores en No mires arriba ya se produjo el 6 de enero de 2021 ante el Capitolio. Un año después, la degradación de la democracia estadounidense se evidencia en las encuestas: la condena a los instigadores de la subversión y la aceptación de los resultados electorales dividen a la población.

Si el poder no actúa, quizás la Prensa le empuje a hacerlo. Sí, aquel periodismo que se escribía así mismo con mayúsculas. ¿Ya le han encontrado pariente español al New York Herald –¿Times? al que acuden los científicos para filtrar información? ¿Muestran la misma impotencia para convertir un escándalo de tal magnitud en algo más que un pico de visitas a la web? ¿Y ya han dado con los representantes domésticos de los conductores del Daily Rip? Atrévanse a pensar en un pack Ana Rosa/Ferreras/Évole/Motos/Risto; jueguen a los parecidos y las diferencias. No propongo igualarles ni que apliquen la equidistancia. Piensen en qué coinciden y qué deberían diferenciarse quienes se arrogan la condición de informadores profesionales.

Adam McKay, director y productor de No mires arriba

Resultaría burdo imputar la banalización y la mercantilización informativas a un puñado de prestitutos o pseudoperiodistas. Y denotaría una enorme irresponsabilidad eximirnos de la lacra que comportan la trivialización y la polarización digitales. Tanto meme-memez, en su obsesión por el contagio y los baremos de popularidad, conlleva el vaciamiento de sentido y la imposibilidad de diálogo. ¿Cuál es la capacidad de Randall para responder a sus detractores en las redes? ¿Encarna otro papel que el de científico madurito sexi-follable? ¿En qué personaje convierten las plataformas y los medios a Kate? Destrozan su credibilidad y la presentan como una desgraciada por decir a bocajarro lo innombrable. Incluso los padres, en quienes busca refugio, se niegan a acogerla: “ya hay bastante división en este país, no la queremos en casa”.

Queda un segundo tiempo de juego. La que antes fuera heroína en Los juegos del hambre no ha dicho la última palabra.