¿Llegará un momento en el cual lo que tenga peso en la vida política y ocupe el primer plano de los debates sean propuestas de cambio económicas, sociales y culturales para hacer frente a los descomunales problemas que padece la humanidad?

Esperemos que sí, porque resultan decepcionantes y frustrantes las batallas vacías de contenido entre personas y grupos sin otro objeto que no sea el de dañar al competidor, con la única ambición de disputarle espacio dentro de las instituciones. Son rifirrafes particularmente lamentables cuando se producen entre representantes de formaciones hipotéticamente comprometidas en la defensa de los Derechos Humanos y de la igualdad. Parecen incapacitadas para generar esperanzas en un futuro de buena vida y de apoyo mutuo entre personas.

Las lideran individuos a menudo autoritarios, acompañados por grupos que buscan la hegemonía, pero que no contraponen ideas sino agravios, descalificaciones, reproches, acusaciones de deslealtad, desacuerdos puntuales sobre tal o cual cargo o lugar en una lista y, en el mejor de los casos, discusiones sobre la oportunidad de cualquier gesto o decisión burocrática, a menudo acompañadas de insultos. En este contexto los protagonistas se sienten autorizados para intercambiar favores con adversarios o para llevar a cabo cualquier tipo de maniobra por sorpresa en contra de anteriores aliados. Y actúan de esa manera como si fuera lo más natural del mundo. Actos que consideran consustanciales con la vida política y que a menudo justifican en base a no se sabe qué supuestas «discrepancias estratégicas».

¿Estrategias?

¿A qué líneas estratégicas se refieren? ¿Estrategias para llegar a qué estado de cosas?

Los diferentes bandos de la izquierda que se reivindica «transformadora» repiten desde hace tiempo que lo que pretenden es «mejorar la vida de la gente». No se puede restar importancia a la subida del salario mínimo, ni a la nueva promesa de mejora de estos sueldos, ni al incremento temporal del subsidio por desocupación, ni la anunciada reducción de la semana laboral a 37’5 horas, que habrá que considerar como una conquista histórica cuando se apruebe.

Y hay que reivindicar como victoria indiscutible la ley del «solo sí es sí», a pesar de que partidos diferentes han hecho todo lo posible para desacreditar a las autoras de la iniciativa, a propósito de algunos detalles sobre la aplicación de la norma, y han dejado en segundo término el comportamiento que exige la misma.

Hay que celebrar también y sin dudar la toma en consideración de la anunciada ley de Amnistía por parte de la mayoría en el Congreso de los Diputados. Ahora hemos de esperar a que se apruebe y se aplique, y entonces se podrá medir hasta qué punto se avanza en el respeto de libertades y derechos elementales, entre ellos el de expresión, el de manifestación y el de autodeterminación de los pueblos.

La vida de la gente también mejorará si los permisos de paternidad y maternidad tienen más duración. ¿Qué duda cabe?

No entraremos en este artículo en temas tales como la eficacia de la reforma de la reforma laboral, que los ‘progresistas’ habían asegurado que derogarían, ni en lo que supone la sustitución de contratos temporales por fijos discontinuos. No insistiremos tampoco en otras promesas olvidadas como la eliminación de la ley mordaza, que para vergüenza de cualquier demócrata bautizaron como ‘Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana’.

Convendría reflexionar a fondo sobre el poder de seducción de las instituciones, que empuja a “defensores de valores republicanos” a acoger con aplausos a la familia real, a la vez que ningunean o criminalizan a quienes se pronunciaron o pronuncian en favor del fin de la monarquía y de la proclamación de una República.

Instituciones que obligan a mirar hacia otro lado cuando se produce una matanza como la de Melilla, o a votar a favor del incremento de los presupuestos de Defensa, o a hacerse corresponsables de un Gobierno que mantiene relaciones diplomáticas con un Estado genocida como el israelí.

Brutalidad sin límites

Cualquier formación política o gobierno que se diga de izquierdas, o progresista, o como le quieran llamar, en el ámbito internacional, tiene que romper relaciones con el Estado sionista, responsable del asesinato masivo de palestinos, de la destrucción de sus poblaciones y de la expulsión de su tierra.

Seguro que habrá que esforzarse en levantar el nivel de conciencia sobre estas y otras muchas expresiones de brutalidad, pero en estas notas intentaremos escribir en positivo, con todo el respeto hacia los ‘progresistas’ defensores de las reformas del régimen actual y que prometen más del mismo. No podemos dejar de recordar las multitudes que en la década pasada y en otras más lejanas vivieron animadas con la posibilidad de conseguir un cambio social, para hacer realidad la democracia, económica y política. No nos conformábamos con las migas. Queríamos el pan entero, decíamos.

Ahora se ha extendido una nueva ola de escepticismo y desafección en relación a la vida política, pero aun así podemos atrevernos a recordar, en negro sobre blanco, una sintética lista de posibles ámbitos de actuación en las raíces del sistema, porque sobran los motivos para pensar en una manera alternativa de vivir y convivir.

Conviene que se explique la nueva legislación y la acción del Ejecutivo pero quien aprueba y aplica la normativa tiene que evitar la autocomplacencia, porque resulta insultante para todo aquel que padece el castigo ‘de la mano invisible del mercado’ en cualquier ámbito de la vida propia y ajena.

Tendría que parecer necesaria, conveniente, sensata y realista, por ejemplo, la renuncia al comercio de material bélico y la sustitución de las fábricas de armamento por centros civiles de investigación, ¿verdad?

Resulta perfectamente imaginable también que los estados del norte global garantizaran el derecho de cualquier persona de cualquier país a migrar sin tener que arriesgar la vida, y el derecho a tener derechos en el lugar donde quiera residir. Los gobernantes europeos celebran ahora, mira por dónde, la firma de un nuevo acuerdo en sentido contrario. La historia de la humanidad está repleta de movimientos migratorios. En el siglo XXI no podemos mantener por más tiempo la negación del derecho a tener derechos a personas migrantes, particularmente mujeres, que desde las sociedades del norte se les reclama para ofrecerles trabajos en precario en domicilios, en empresas de servicios y en explotaciones agrarias.

El trabajo no remunerado de las mujeres, además, ha sido y sigue siendo fundamental por el funcionamiento de la sociedad. Las feministas evidencian la necesidad urgente de poner punto final a este sistema extremo de explotación. Más allá de la exigencia, sin embargo, hace falta que nos arremanguemos para concretar formas efectivas de hacerlo, ¿no?

Nuestra salud tendría que dejar de representar una oportunidad de negocio para los inversores. Solo de este modo se puede garantizar que toda la ciudadanía pueda recibir asistencia sanitaria de calidad en igualdad de condiciones. Es perfectamente posible y tendría que formar parte del programa político de cualquier fuerza que se reivindique transformadora. ¿No es evidente?

La seguridad social está inventada desde hace mucho tiempo, sin embargo, muchas personas reciben una atención y una protección del todo insuficientes, y otros, si pueden, pagan cuotas a compañías privadas para sentirse “seguras” ante necesidades de atención sanitaria, accidentes, problemas en la vivienda u otras eventualidades adversas en la vida cotidiana. Este sistema de previsión, en manos del sector público, sin excepciones, tendría que garantizar igualdad de derechos y muchísima más tranquilidad al conjunto de la ciudadanía. ¿Qué tiene que pasar para que la “izquierda transformadora” reclame en algún momento la asunción por parte del Estado de todo el sistema de seguros?

¿Qué sentido tiene el mantenimiento de intereses privados en una parte más que significativa de las escuelas y universidades? La educación, en todos sus ciclos, tiene que ser considerada como un servicio público y laico, libre de la influencia de intereses económicos o religiosos.

Y en relación a las entidades de crédito, está más que dicho y repetido que lo que interesa a los banqueros no se corresponde en forma alguna con lo que necesitan las personas que viven de su trabajo o de su pensión. Hay que democratizar el sistema financiero y hacerlo significa desprivatizar la actividad bancaria.

Miles de personas se encuentran sin hogar. El mercado inmobiliario convierte en papel mojado la legislación que reconoce el derecho a la vivienda digna y adecuada. La construcción de vivienda social y las normas que ponen límites al alquiler son positivas. ¿Qué duda cabe? Resultan, no obstante, medidas del todo insuficientes ante la voracidad de las inmobiliarias. La necesidad de atacar el problema desde la raíz es una asignatura pendiente para todas las entidades sociales y políticas.

El calentamiento global, el agotamiento de los recursos, la pérdida acelerada de diversidad biológica, las sequías, la contaminación, los fenómenos meteorológicos extremos… comprometen el futuro de la vida sobre nuestro planeta. La responsabilidad de las empresas del oligopolio energético en la degradación del medio ambiente ya es más que evidente, pero los responsables políticos de los países más industrializados confían en qué quién evitará el colapso ecológico serán las mismas compañías que nos conducen hacia la catástrofe, ahora interesadas en el negocio que pueden encontrar en la explotación de fuentes de energía renovable. Ya han dejado claro que no abandonarán los combustibles fósiles y que explotarán a su manera las reservas minerales necesarias para las nuevas tecnologías.

Sería deseable que las administraciones, en vez de favorecer la actividad de estos consorcios, tomaran en sus manos el control de las principales empresas del sector, facilitaran y promovieran la creación de comunidades energéticas, hicieran posible la existencia de redes descentralizadas de generadores de energía limpia y racionalizaran el consumo.

Y así podríamos seguir y seguir… sobre la democratización necesaria de tantos y tantos otros ámbitos de la producción, de los servicios, de la vida cultural, de la seguridad ciudadana… Y de la Justicia. El cambio en la estructura y comportamiento de un poder judicial como el español, ideológicamente sesgado hacia la derecha extrema y decidido a intervenir en la vida política, representa en la actualidad una de las tareas más complicadas en la agenda de cualquier mayoría democrática.

Hay que pensar en una fiscalidad que deje de favorecer a quién más tiene, en potenciar decididamente la economía social y solidaria y el comercio de proximidad, en unos transportes públicos libres de intromisiones del capital privado, en un sistema de telecomunicaciones totalmente público, en propiciar la creación de redes sociales de comunicación cooperativas, que marquen caminos para quitarnos de encima lo más pronto posible la dictadura de Google, Amazon y otros gigantes de la industria digital.

Se trata de poner la actividad económica e institucional al servicio de las personas y no a la inversa. Se trata, obviamente, de ideas revolucionarias y ambiciosas, que nadie puede presentar como algo fácil, pero si no se formulan propuestas concretas en este sentido, si no empezamos a dibujar de nuevo un orden de cosas justo, democrático y racional, gobernado por leyes alternativas a las del mercado, será imposible detener el avance hacia la distopía.

Hay entidades, como las que se encuentran asociadas a ECAS, o Òmnium Cultural, o Coop57, que impulsan el Projecte Lliures, o tantas otras que trabajan “por un futuro libre de desigualdades”, día a día, sobre realidades sociales y personales concretas, que no pueden dejar de señalar que la pobreza se cronifica. La precariedad laboral persiste.

Cómo salir de la pobreza

Los datos asustan. Los informes y estudios que difunden las mencionadas entidades constatan que, en Catalunya, una de cada tres personas se encuentra en riesgo de exclusión social y la mitad de la población tiene dificultades para llegar a final de mes. El sesenta por ciento de los hogares en situación de pobreza severa no reciben ningún tipo de prestación social. En la ciudad de Barcelona, 4.800 personas se encuentran sin hogar y 1.384 duermen en la calle, según los datos recogidos por la Fundació Arrels.

En el Estado español, 12,3 millones de personas viven en situación de riesgo de exclusión social, y entre ellas 1,4 millones cuentan con educación superior.

Las medidas aplicadas y anunciadas por el “progresismo” para “mejorar la vida de la gente” no se pueden menospreciar en modo alguno, pero llegan donde llegan, que es muy poco en relación a la magnitud de la fractura social existente.

La realidad, ciertamente, es la que es. El triunfalismo que caracteriza el discurso de gobernantes «progresistas» no ayuda a cambiarla. Tal como señala el informe FOESSA, «vivimos en una sociedad en la cual la integración se asienta sobre bases más débiles y la exclusión se enquista en la estructura social».

Las interpretaciones según las cuales las posibilidades de reducción de la pobreza se encuentran directamente vinculadas al crecimiento de la actividad económica y a los niveles de ocupación son excesivamente simplistas. Las recetas de la izquierda que gobierna no consiguen ni pueden conseguir cambiar la percepción que tiene una parte más que importando de la población. Un sector enorme de nuestra sociedad no ve posibilidades de salir de la pobreza, ve el riesgo de caer en ella y sufre el deterioro constante de los sistemas de educación pública, de salud, de acceso a la vivienda, del transporte, del medio ambiente…

Una parte de la izquierda consiguió suficiente apoyo para parar a la derecha extremadamente neoliberal en su pretensión de hacerse de nuevo con el aparato del gobierno central, y esto es importante, pero del todo insuficiente.

Tal como dijo el ex-diputado del la CUP David Fernàndez en un entrevista concedida a este diario, «si el programa político para que no gobierne la extrema derecha se reduce simplemente a que no gobierne la extrema derecha, únicamente como proclama, esta es la vía más corta para que gane».
Los que en otro tiempo habían escrito y hablado sobre vías de transición hacia el socialismo hace muchos años que renunciaron a las ideas de democracia económica, Dimitieron de su compromiso más o menos radical con proyectos de cambio de las estructuras sociales.

Y la mayor parte de lo que hoy se considera izquierda de la izquierda parece más interesada en ganar batallas administrativas que en la formulación y explicación de propuestas que permitan imaginar un futuro de igualdad, solidaridad y vida armónica con la naturaleza.

«Sé que las películas y series distópicas se han puesto de moda. Habrá que decir a los guionistas que no elucubren tanto, que la mayor fantasía se encuentra en el capitalismo», escribe Gustavo Duch en sus Cuentos del progreso (1). Se diría que cada vez hay más gente que entiende que la mayor parte de los problemas que sufrimos son consecuencia del capitalismo. El que falta es demasiada crítica para trabajar en favor de un cambio de sistema. Nos encontramos en un buen momento para pensar en ello, pero hay que hacerlo con urgencia.

Notas:

Gustavo Duch. Cuentos del progreso. Pol·len edicions, 2021.

 

moderado por:

  • Bruno Estrada

    Economista, adjunto al Secretario General de CCOO

  • Lourdes Lucía

    Abogada y editora

Conclusión del debate

La decisión de abrir en nuestra web un debate sobre Renta Mínima Garantizada surgió a raíz de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) puesta en marcha por CCOO y UGT con la intención de reunir 500.000 firmas y presentarla en el Parlamento (en el que surja de las próximas elecciones, por supuesto).

La idea, que Carlos Bravo expone en la ponencia inicial, es asegurar recursos económicos básicos a todas las personas residentes legales en España, en edad laboral, que queriendo trabajar no pueden hacerlo, que hoy no tienen prestaciones de desempleo y carecen de recursos que les permitan vivir con dignidad.

Según datos del INE, recuerda Bravo, actualmente hay 2.151.000 personas que se encuentran en esta situación y viven en hogares con una renta per cápita inferior al 75% del Salario Mínimo Interprofesional, 5.837 euros anuales, por lo que podrían ser beneficiarios de esta prestación. Estas personas viven en hogares conformados por un total de 6 millones de personas, de los que cerca de 2 millones son niños.

La Prestación que proponen los sindicatos ascendería a una cuantía mínima equivalente al 80% del IPREM (426 euros/mes) y se vería incrementada para los beneficiarios con hijos y familiares a cargo. Para garantizar su universalidad la proponen como una prestación de la Seguridad Social en su ámbito no contributivo, cuya financiación debería garantizarse vía impuestos, a través de los Presupuestos Generales del Estado. El coste sería de 11.000 millones de euros.

Nada más publicar la ponencia, el debate empezó fuerte porque Daniel Raventós, presidente de la Red Renta Básica y miembro de ATTAC, nos remitió la primera aportación, que tituló de una manera directa y nada ambigua: “La miseria de una renta mínima garantizada, ¿estamos hablando en serio? –se preguntaba.

Para Raventós, la renta mínima garantizada (RMI) es un desastre porque , aunque respecto a la situación que tenemos actualmente, algo ayudaría a algunas personas, respecto a lo que se sería necesario para paliar la terrible situación de millones de personas la RMI es menos que insuficiente. Mientras la Renta Básica (RB) permite, según el presidente de la Red que la defiende, eludir las llamadas trampas de la pobreza y del paro, para él a RMI es un subsidio condicionado. “La RB se garantiza ex-ante, la RMI, en caso de poder tener acceso a ella, ex-post” – escribe, como podrán comprobar cuando se detengan a leer su aportación completa.

¿Qué propuesta fortalece más la posición de los trabajadores al negociar su salario?

José María Herreros, del Observatorio Renta Básica de ATTAC Madrid, la defiende argumentando que la RB permite que las necesidades fundamentales, como disponer de un ingreso con el que hacer frente a los costes de la vida diaria, no dependan necesariamente de un mercado laboral que persigue objetivos diferentes y distantes de lo que es la justicia social. Además, fortalece la posición de trabajadores y los empodera a la hora de cualquier negociación, ya que permite ‘decir no’ a condiciones laborales abusivas.

Tal vez sea ésta una de las razones –“provoca” Herreros- por la que desde el mundo sindical se ha mirado siempre con recelo la RB, pensando que restaría importancia a la acción sindical cuando sería justamente lo contrario pues no solamente reforzaría los derechos laborales sino que también permitiría o facilitaría el reparto del empleo existente y pondría en valor el trabajo que existe y que el mercado ni considera ni tiene en cuenta.

En cambio Miguel Laparra, de la Universidad Pública de Navarra, cree que el debate no es entre una propuesta de renta mínima de inclusión o una renta básica universal. Según él, el éxito de la implantación de una renta mínima garantizada será un avance significativo hacia un modelo de protección social más inspirado en derechos universales como la renta básica (aunque sea por diversas vías) y que seguramente deberá construirse progresivamente.

Cive Pérez, partidario también de la Renta Básica nos recuerda que, por definición, tanto las rentas mínimas de inserción como los subsidios por desempleo están sujetos a la condición de que el perceptor no efectúe ningún tipo de trabajo remunerado. Lo que significa que si a un perceptor de la ayuda se le ofrece la oportunidad de efectuar algún pequeño trabajo se enfrenta a un tremendo dilema: si acepta el trabajo perderá el subsidio y volverá a la pobreza; si rechaza el trabajo mantendrá el subsidio, pero como su cuantía está por debajo del umbral de pobreza, seguirá sumido en ésta. No estamos hablando, por supuesto, de un empleo bien remunerado, sino de alguna actividad eventual que le permitiera complementar el magro ingreso del subsidio.

Esto conduce a una situación dramática, según Cive Pérez, porque los perceptores de una renta de este tipo, lograda tras superar arduos trámites administrativos, no pueden permitirse el lujo de perder esa ayuda por una eventualidad pasajera. Por ejemplo, aceptar un empleo de tiempo parcial o completo cuyo salario neto, aproximándose al nivel del beneficio neto, suponga para el interesado la pérdida de la totalidad del beneficio.

Y pone un ejemplo: si a una persona que percibe un subsidio de 55 se le ofrece un salario de 100, que una vez efectuada la retención fiscal se queda en 90, es normal que lo rechace ya que el hecho mismo de trabajar genera costos adicionales (transporte, comida fuera de casa, guarderías, etc) que anulan el diferencial de beneficio obtenido con la venta de tiempo vital.

Carlos Susias, presidente de la Red Europea de la Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), escribe en su aportación que “desde las Administraciones Locales y el Tercer Sector de Acción Social se debería trabajar más para ampliar el conocimiento de los mecanismos de Sistema de Rentas Mínimas y de sus características entre las personas en situación de pobreza y exclusión social, ya que aún falta desarrollar una mayor conciencia de sus derechos. Un buen sistema de rentas mínimas, enmarcado en un pacto contra la pobreza que funcione, añade, puede ser la mejor carta de presentación para una Renta Básica… y así sí se puede esperar su necesaria llegada”.

Ventajas e inconvenientes

La ensayista Carolina del Olmo, por su parte, expone cuál es a su juicio la ventaja fundamental de la Renta Básica frente a otras formas –como la que proponen CCOO y UGT- de intentar garantizar un ingreso mínimo a quienes lo necesitan. Y lo explica así: al ser incondicionada, desaparecen los trámites y papeleos, en ocasiones tan complejos que, según reconoce la Consejería de Asuntos Sociales de la Comunidad de Madrid, sólo un 10 por ciento de los expedientes que reciben para tramitar la Renta Mínima de Inserción (RMI) llegan completos.

La mayoría de los efectos beneficiosos de una RB para la erradicación de la pobreza y la redistribución de la renta se pueden conseguir, a juicio del sociólogo José Antonio Noguera, con mucho menos dinero de lo que parece y con reformas viables. Hay alternativa tanto a las medidas tímidas e incompletas como a la huida hacia adelante. Una renta garantizada que ponga a toda la población por encima del umbral de la pobreza monetaria es perfectamente viable y financiable, y se puede plantear de forma técnicamente más exigente que la propuesta sindical, asegura.

María Eugenia Rodríguez Palop, profesora de Filosofía del Derecho, considera que la RMI y la RB no se plantean objetivos muy distintos, pero técnicamente, están en las antípodas, y esto no es baladí, escribe. La distancia entre ellos es insalvable por lo que hace a sus presupuestos antropológicos (según se niegue más o menos la sociabilidad humana), su concepción del trabajo asalariado (un espacio transformado más o menos emancipatorio), su visión de la libertad como no dominación (a lo Kant o a lo Rousseau), su mayor o menor confianza en los individuos aislados o asociados, su mayor o menor preocupación por la protección de los bienes comunes, y sus distancias calculadas del sistema capitalista/crecentista.

Contra los tópicos

El economista Lluís Torrens considera que el ochenta por ciento de la población sale ganando con la combinación de renta básica y una fiscalidad del IRPF sencilla y transparente que permite calcular los efectos individuales.
Si el fraude se redujera, el tipo medio bajaría significativamente o se podrían aplicar compensaciones ad-hoc para estas clases medias aparentemente perjudicadas que ahora están el top de la pirámide de ingresos. Hace Torrens especial hincapié en el, a su juicio, inmenso valor emancipador que tiene una renta básica: la posibilidad de que los jóvenes o las mujeres dependientes se vayan de casa cuando deseen, con una asignación de partida para emprender su proyecto vital, y sin tener que declararse pobres.
“Cualquier cabeza de familia –añade- sería feliz pagando un poco más a cambio de poder liberar a sus hijos adultos de la obligación de permanecer eternamente en el hogar materno; cualquier jubilado sería feliz de no ver a sus nietos sentados en su mesa cada día únicamente porque sus hijos no tienen recursos para ponerles la mesa en casa”.

El Impuesto Negativo sobre la Renta (INR)

José Antonio Herce, profesor de Economía en la Complutense madrileña, considera que para conseguir los efectos deseables de una RB o de una RMI sin caer en ninguno de sus efectos indeseables, es mucho más eficaz y eficiente un esquema de Impuesto Negativo sobre la Renta (INR). Los elementos de tal esquema ya existen en todos los ordenamientos de imposición personal del mundo y solo con un elemento adicional de transferencia para quien cumpla una sencilla condición dinámica de ingresos se lograría el resultado deseado. Además, el aparato administrativo necesario para su operación ya existe y no sería precisa ninguna adaptación costosa para adaptarlo a la funcionalidad requerida por un esquema de este tipo.

El INR es simplemente un esquema de impuesto sobre la renta (proporcional a tipo único, o progresivo, lo mismo da) en el que la existencia universal de un mínimo exento determina una transferencia al contribuyente exento del pago del impuesto por un importe equivalente a la diferencia entre dicho mínimo exento y sus ingresos efectivos. Así de simple. Quien esté 1 euro por debajo del mínimo exento recibe un euro (puede hacerse por tramos casi continuos) y quien esté 1 euro por encima del mínimo exento paga los impuestos que le corresponda a ese euro. Solo se pagan impuestos por el exceso de renta más allá del mínimo exento, de forma que, en su caso, no se pierde toda la transferencia si antes se estuviese debajo del mínimo. El esquema, incluso con un tipo único (que a muchos asusta, inexplicablemente) puede hacerse tan progresivo como se desee o la sociedad admita, solo con ajustar el mínimo exento.

La Renta Garantizada de Ciudadanía

Sobre este asunto habla en el debate Diosdado Toledano, representante en Catalunya de la Comisión Promotora de la ILP de Garantía Ciudadana. Razona por qué este derecho es fundamental para superar la pobreza en Catalunya y garantizar la dignidad de las personas se encuentra en una etapa decisiva para su aprobación como Ley. La propuesta de ley de la Renta Garantizada de Ciudadanía (RGC), tras superar una larga carrera de obstáculos a lo largo de dos años y medio, desde la aceptación de esta Iniciativa Legislatura Popular (ILP) por la Mesa del Parlament a principios de 2013, acaba de entrar en la fase de ponencia, debate de enmiendas y votación.

¿En que se fundamenta la reclamación de este derecho? En el redactado del artículo 24.3 del Estatut d’Autonomía de Catalunya aprobado en 2006, que dice textualmente: “Las personas o las familias que se encuentran en situación de pobreza tienen derecho a acceder a una renta garantizada de ciudadanía que les asegure los mínimos de una vida digna, de acuerdo con las condiciones que legalmente se establecen”.

Sobre la aceptación social de las propuestas

Desde un punto de vista del sistema general de protección, las prestaciones a los mayores y a los trabajadores (estos cada vez menos) continúan siendo la parte fuerte del sistema. Nos lo recuerda en su aportación Guillermo Fernández Maíllo, miembro del Comité Técnico de la Fundación FOESSA para explicar que seguimos teniendo un sistema excesivamente asimétrico. Un sistema que los jóvenes entienden claramente injusto hacia ellos. El volumen económico de nuestro sistema de prestaciones asistenciales, aún siendo cuantitativamente importante, es muy ineficaz en términos de reducción de la pobreza comparativamente con los países de nuestro entorno. Necesitamos con urgencia, reclama Maíllo, acometer el incremento de la renta por diversas vías porque estamos consolidando una fractura social que no nos imaginamos las consecuencias que tendrá en el largo plazo. En el corto no se puede permitir que las discusiones de este espacio de reflexión se anulen entre sí. Todas deben sumar, desde distintas experiencias y formas de ver la realidad. Los ciudadanos llevan mucho tiempo esperando.

En su segunda intervención, Daniel Raventós replica a quienes piensan que la RB no es la mejor alternativa para enfrentarnos de forma inmediata al contexto de emergencia social en la que nos encontramos y se pregunta: Si en situaciones de mayor bonanza económica y social no era una medida “inmediata” y tampoco lo es en una situación de emergencia social como la actual, ¿será la Renta Básica alguna vez una medida a tener en cuenta?

A quienes sostienen que la Renta Básica tiene menos aceptación social que, por ejemplo, la Renta Mínima de Inserción, Raventós les replica que “la aceptación social es algo que varía muchísimo. Hace solamente un año, ya no digamos tres, ¿había alguien que pensase que las nuevas alcaldesas de Barcelona y Madrid, mero ejemplo, tenían mucha aceptación social? Una de las buenas formas para que algo que no goza de mucha aceptación social consiga tenerla cabo de no mucho tiempo… es aportando razones.
La escritora María Pazos también interviene en el debate y afirma que necesitamos discutir a fondo los principios de la política social en democracia y cómo aplicarlos efectivamente. “A cada persona según sus necesidades y de cada persona según sus posibilidades”, un planteamiento algo distinto a darle a cada persona una cantidad y que se las arregle como pueda.
Pero estos debates no son los que estamos manteniendo –escribe Pazos-. “En cambio, continúa, nos enfrascamos en otros en los que, curiosamente, no salen a relucir esos principios en torno a los que se forjó un pacto social en la segunda mitad del siglo XX. Diferentes premisas que se confrontan sin explicitarse y convierten la conversación en un diálogo de sordas/os. Lo que es más triste, este escollo nos está haciendo perder un tiempo precioso para debatir las medidas urgentes de política social”. Y remata su intervención con este lamento: “Al final yo también he terminado hablando de la Renta Básica. ¡Qué pena!”.

Como colofón al debate en la web, Público TV emitió por streaming el jueves 25 de junio un coloquio moderado por Juan Tortosa en el que, además del ponente, Carlos Bravo, los participantes fueron Miguel Laparra, José Antonio Herce, María Eugenia Rodríguez Palop, Lluís Torrens, Guillermo Fernández Maíllo y Daniel Raventós, todos ellos autores de distintas aportaciones durant4e el tiempo que el debate se mantuvo abierto en nuestra página web.

Ponencia inicial

Completar las redes de protección social, una necesidad

Completar las redes de protección social, una necesidad

  • Carlos Bravo Fernández

    Secretario de Protección Social y Políticas Públicas. Confederación Sindical de Comisiones Obreras

Alejar a la economía de la recesión no es lo mismo que sacar a las personas de la crisis. A pesar de los datos de crecimiento económico de los últimos trimestres, la cifra de demandantes de empleo supera con creces los 5,5 millones de personas, de ellos más de la mitad son mujeres, y el número de desempleados de larga duración se sitúa cerca de los 3 millones de personas.

De no hacer nada, la recuperación económica terminará provocando una salida de la crisis que va a dejar atrás a cientos de miles de personas, muchas de ellas trabajadoras y trabajadores cuyas edades, cualificaciones, etc., han dejado de ser interesantes para las empresas. La garantía del acceso al derecho al trabajo para todos y todas es una prioridad de los sindicatos, y por ello venimos proponiendo políticas económicas y laborales radicalmente diferentes a las impuestas hasta ahora, pero hasta que se concrete la recuperación del empleo, hasta que este empleo sea de calidad y de estabilidad económica real a las personas y, en cualquier caso, con carácter estructural, debemos garantizar protección social a quienes no la tienen.

Las reformas de la protección por desempleo, lejos de haberse adaptado al actual mercado de trabajo y de dar respuestas al elevado desempleo y subempleo estructural, han estado guiadas por el objetivo de la reducción del gasto, lo que ha derivado en una reducción de más de 25 puntos porcentuales en los índices de cobertura del desempleo. No sólo se ha precarizado el mercado laboral sino también la prestación por desempleo. Se ha restringido el número de beneficiarios y la duración y cuantía de su percepción.

El conjunto del actual sistema de protección social, siendo importante, se ha visto claramente sobrepasado por la crisis y los recortes, de modo que crecen las lagunas de desatención. El número de hogares en los que todos sus miembros carecen de cualquier tipo de renta laboral (salario, desempleo, subsidios, pensiones,…) no ha parado de crecer y ya alcanza los 771.000. El riesgo de pobreza alcanza a 1 de cada 4 personas y se concentra mayoritariamente en las personas en desempleo. Tristemente, la pobreza infantil ya no es sólo un problema de los países en vías de desarrollo.

En el siglo XXI un Estado moderno y desarrollado como el español debe cuidar de todos sus ciudadanos, ampliando y completando los sistemas de protección social. Tiene el deber de intervenir en la economía para frenar el empobrecimiento que está sufriendo a parte muy importante de nuestra sociedad. La reducción de la pobreza, y la integración social y laboral, deben ser objetivos prioritarios para los poderes públicos. Todos los ciudadanos y ciudadanas deben tener garantizada una adecuada protección social pública.

Por ello, CCOO y UGT hemos propuesto mediante una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) la creación de una Prestación de Ingresos Mínimos que asegure unos recursos económicos básicos a todas las personas residentes legales en España, en edad laboral, que queriendo trabajar no pueden hacerlo, que hoy no tienen prestaciones de desempleo y carecen de recursos que les permitan vivir con dignidad. Según datos del INE, actualmente 2.151.000 personas se encuentran en esta situación y viven en hogares con una renta per cápita inferior al 75% del Salario Mínimo Interprofesional, 5.837 euros anuales, por lo que podrían ser beneficiarios de esta prestación. Estas personas viven en hogares conformados por un total de 6 millones de personas, de los que cerca de 2 millones son niños.

La Prestación de Ingresos Mínimos que proponemos UGT y CCOO ascendería a una cuantía mínima equivalente al 80% del IPREM (426 euros/mes) y se vería incrementada para los beneficiarios con hijos y familiares a cargo. Para garantizar su universalidad la hemos propuesto como una prestación de la Seguridad Social en su ámbito no contributivo, cuya financiación debe garantizarse vía impuestos, a través de los Presupuestos Generales del Estado.

Se trata de una prestación común para todo el Estado, compatible con las competencias en materia de asistencia social de las comunidades autónomas. Es una propuesta ambiciosa, sin duda, pero realizable. Con un coste mínimo en el momento actual, de extrema necesidad para millones de personas, de 11.000 millones de €, que irían a consumo inmediato en su totalidad y, con ello, ayudarían a mejorar la actividad económica y generarían, en consecuencia, ingresos adicionales al Estado que facilitarían su financiación. Su coste estructural sería, una vez fuera de la crisis, inferior, pero seguiría siendo necesario para evitar los vacíos de cobertura de nuestros sistemas de protección social. Hoy son mayores, pero existen siempre.

Esta Prestación se configura así como un pilar fundamental de una política económica y social basada en la lucha contra la pobreza, ya que garantiza el acceso a la protección social de una parte importante de la población que en la actualidad no está siendo amparada por ninguna prestación. El objetivo es el de completar nuestro actual sistema de protección social y dar respuesta a las necesidades esenciales de millones de personas castigadas por la crisis y por las erróneas políticas económicas aplicadas.

Para lograr la creación de esta Prestación de Ingresos Mínimos, CCOO y UGT junto a otros colectivos sociales, impulsamos una Iniciativa Legislativa Popular que requerirá de una importante movilización social, a la que desde aquí invitamos a todos cuantos compartan con nosotros el objetivo de garantizar una protección social pública suficiente para todas las personas y una salida social y justa de la crisis.

moderado por:

  • Bonifacio Cañibano

    Periodista

  • Carolina Bescansa

    socióloga y profesora de la Universidad Complutense de Madrid

Conclusión del debate

El debate, que se abrió en noviembre pasado y se ha prolongado durante tres meses, ha promovido 54 intervenciones, además de publicar una ponencia de planteamiento de las cuestiones y dos decenas de documentos relevantes de los analistas y grupos que durante el último año han tomado postura sobre esas cuestiones. Todos los textos continuarán accesibles en la sección de Dossieres de Espacio Público y se invita a leerlos a quienes no lo hayan hecho. Los interesados en esta cuestión –y todos los ciudadanos deberían serlo- encontrarán en estos textos un inventario polémico de las posturas y las vías para construir la mayoría social de cambio que necesitamos urgentemente.

Que esta mayoría de cambio es necesaria nadie lo discute. Que es posible lo cuestionan algunas de las intervenciones, pesimistas respecto al futuro inmediato, pero en todo caso es la hipótesis de trabajo para avanzar y no instalarnos en la lamentación. Es necesario construir una mayoría social de cambio, y en eso estamos.

En este debate algunos llamamos ‘izquierda’ a lo que otros llaman simplemente ‘democracia’. No es cuestión de discutir sobre palabras. Se manipulan las palabras y muchas veces se llama, sea ‘izquierda’ sea ‘democracia’, a cosas que no son tales, que son su negación. La izquierda de verdad y la democracia real son hoy una misma cosa.

Cómo construir esta mayoría necesaria es la cuestión fundamental. Una mayoría en la calle –en las movilizaciones populares- y en las instituciones –en los parlamentos y en los gobiernos de todos los ámbitos-. Si para construir esa mayoría deben confluir, en unidad estratégica, los movimientos populares y las izquierdas políticas organizadas es materia de debate, y hay posiciones diversas sobre ello. Pero hay que preguntarse si es posible construir esa mayoría y que sea realmente de cambio sin esa confluencia. No se produce cambio real sin cambiar las instituciones políticas y para ello no basta con pedirlo a gritos, es preciso intervenir en ellas, es indispensable ganar elecciones y gobiernos. Y elecciones y gobiernos no cambiarán realmente nada sin la movilización popular.

En este foro ha quedado patente la desconfianza que suscitan los partidos políticos, pero también que no puede confundirse a todos en el mismo saco. Junto a muchas personas ajenas a los partidos, en las movilizaciones han participado muchos militantes políticos. De los movimientos populares están surgiendo nuevos partidos, o si se prefiere, nuevas organizaciones políticas, para intervenir en procesos electorales y en las instituciones. Desde el principio y al final, izquierdas políticas y movimientos sociales confluyen en las luchas concretas. Discutimos en este debate cómo hacer que esa confluencia sea posible y más eficaz.

Hoy el debate se cierra en este Foro, pero continúa en la sociedad. El reto de los próximos meses y años seguirá siendo cómo construir una mayoría social de cambio.

Ponencia inicial

¿Cómo lograr una mayoría social de cambio?

¿Cómo lograr una mayoría social de cambio?