La deriva ideològica de la societat catalana, els canvis de l’opinió pública en les últimes dècades i l’estat actual de l’esquerra són alguns dels temes que han centrat l’acte Què pot fer l’esquerra davant la dretanització de la societat?, organitzat per Espacio Público juntament amb l’Ateneu Barcelonès aquest dimarts. Jordi Muñoz, politòleg i professor del Departament de Ciència Política, Dret Constitucional i Filosofia del Dret de la Universitat de Barcelona; Sara Cuentas, investigadora feminista descolonial i coordinadora de l’escola RedMGD ; Joan Herrera, jurista especialitzat en dret de l’energia, ex secretari general d’ICV i exdiputat al Congrés i al Parlament de Catalunya ; Enric Marín, professor del Departament de Mitjans, Comunicació i Cultura de la Universitat Autònoma de Barcelona, i Montserrat Tura, política. Modera: Lídia Penelo, periodista.

“El futuro es un lugar extraño”, como diría el maestro Josep Fontana en su último libro, y añadiríamos que también es un lugar “amenazante”. Estamos viviendo la descomposición del orden neoliberal, que ha multiplicado los problemas a nivel internacional. Estamos ante la amenaza de la crisis climática, que puede hacer inhabitable gran parte del Planeta, por no hablar de la crisis migratoria, en parte derivada del anterior, la crisis económica y de salud derivada de la pandemia del COVID19 con las restricciones que se han tenido que imponer, crisis internacionales (Ucrania, Taiwan, Nigeria, etc.) cada día más graves, crisis energética, subida de la inflación, reverberaciones del trumpismo por el mundo, crisis existenciales por las cargas de trabajo y la precariedad, etc. El futuro no parece un lugar de optimismo ni de esperanza.

En este marco que se dibuja aparecen dos posturas contrapuestas, una demanda de reformas para solventar los problemas que se dibujan en el horizonte, y otra demanda que exige orden y certidumbre, que es vehiculada hacia posiciones autoritarias. Esta demanda de orden y certidumbre es un intento de buscar en los valores “eternos”, frente a un mundo que gira a demasiada velocidad y que produce cambios difíciles de digerir en todos los planos (laboral, social, económico, etc.), esa promesa de algo a lo que aferrarse que disipe dichos miedos y ansiedades hacia ese futuro extraño y amenazante. Los grupos políticos de la derecha y de la extrema derecha juegan con los conceptos de nación, ley dura, en muchos casos, religión desde su perspectiva ultra, mientras mantienen un sistema económico agonizante para seguir beneficiando a los de siempre. Esto sería una salida autoritaria, un intento de imponer una hegemonía negativa, que trata de evitar que la decadencia del neoliberalismo arrastre las conquistas realizadas por la oligarquía. Estos síntomas mórbidos del sistema neoliberal, que no termina de morir, están provocando una reacción ante su declive que utiliza la violencia verbal y, en algunos casos, física, contra la democracia y los demócratas, en un momento que el nuevo paradigma, si es que se logra imponer, no termina de nacer.

Este movimiento es global. Tiene en la figura de Donald Trump una imagen de lo que hay que hacer, y sus métodos han traspasado fronteras y están siendo imitadas por las extremas derechas populistas, y por los partidos de la derecha que se han ido dejando arrastrar hacia posiciones ultras.

Las derechas internacionales y patrias están usando la estrategia de los neoconservadores de Bush Jr., que luego perfeccionó Trump, de “tensión política”. Partiendo de la base de que el electorado progresista y de izquierdas es más susceptible de abstenerse en unas elecciones, se trata de considerar al gobierno “ilegítimo”, como hizo Trump acusando a Biden de fraude, para comenzar una campaña de acoso y derribo por todos los medios. Desde los medios de comunicación. Desde la Judicatura conservadora con los métodos del “Lawfare”, mintiendo día sí y día también, e incluso llegando a la coacción física, si es necesario. Esta estrategia terminó con el asalto al Congreso de los EEUU, que tuvo la connivencia del Presidente saliente y de parte de las fuerzas de seguridad, lo que fue un atentado contra la democracia sin precedentes.

Dicho de otra manera, la democracia se utiliza de manera instrumental, sin ser realmente un demócrata. Se rompen cualquier consenso constitucional, y se usan cualquier arma a su disposición para lograr derribar al gobierno salido de las urnas.

En el caso español, el consenso del 78 roto por la derecha en 2011, que inició un ataque sin precedentes contra la “constitución material” de la Constitución del 78, empezando por las relaciones laborales, pasando por la Educación y la Sanidad, etc. Dirigido a desguazar el Estado del Bienestar para favorecer los intereses privados, encaminado a socializar las pérdidas de constructoras y bancos hacia la ciudadanía, y con el objetivo de que una minoría saliese reforzada de la crisis del 2008 a costa de la mayoría de la población. La moción de censura exitosa en 2018 desalojó del poder a Rajoy por una alianza amplia de las izquierdas, y parte de las derechas, periféricas, de UP y del PSOE.

A partir de la caída de Rajoy, y la llegada a la Presidencia del PP del neoconservador Pablo Casado, más la subida de VOX en el Congreso, se inició una fase de acoso y derribo al gobierno que ya había inaugurado el defenestrado Albert Rivera. Se acusó al Presidente Sánchez de ser un okupa del poder, por lo que se trataba de instalar la idea de que lo había okupado ilegalmente, que traída aparejada la idea de que el poder es propiedad de la derecha en este país. Nunca hay que olvidar de que la derecha tiene un concepto patrimonialista del poder y que esta es escasamente democrática.

Si Sánchez había llegado al poder de manera ilegal, pactando con la “banda” de bolivarianos, terroristas e independentistas, cualquier método para derribar al gobierno se convierte en bueno. Hemos visto al PP, porque de VOX ya nos lo esperábamos, realizar campañas utilizando bulos como lo de las macrogranjas contra Garzón, apoyando el acoso que duró meses contra Pablo Iglesias, Irene Montero y sus hijos, bloqueando la renovación del CGPJ y otros órganos de Justicia desde los que se ha interferido en la práctica del Ejecutivo y del Legislativo a través de una mayoría conservadora caducada, apoyándose en una ofensiva mediática continua contra el gobierno, tratando de boicotear que España recibiese los fondos europeos (la Comisión Europea apoyó al gobierno sin fisuras), apostaron por derribar al gobierno en plena pandemia, se entrevistaron días antes de la crisis con Marruecos con partidos marroquíes que defienden la anexión de Ceuta y Melilla, escorando hacia la extrema derecha su discurso legitimando el discurso de VOX, dando un tamayazo en Murcia para impedir una moción de censura contra su gobierno, usando un lenguaje incendiario para caldear a su electorado e impedir cualquier tipo de acuerdo, etc. El PP echado al monte. Un PP acomplejado por VOX que le abre camino.

No contento con esto se ha producido en estos días dos hechos aún más graves, si cabe. En Lorca personas vinculadas al PP y a VOX han alentado a los ganaderos a asaltar el ayuntamiento en un momento en el que se estaba votando limitar las macrogranjas. Este movimiento es escuadrismo y nos recuerda peligrosamente a los años 30. Lo que el PP no logra por la vía democrática, lo intenta a través de los juzgados, o, como en este caso, a través de la coacción y la violencia, con el silencio cómplice de parte de los conglomerados de los medios de comunicación, que están jugando un papel nefasto en la defensa de la democracia. Si la izquierda hubiese cometido tal desafuero, o hubiese habido violencia en una manifestación de trabajadores, sería portada en todos los periódicos.

Y para rematar, ayer se producía la votación de la reforma laboral, medida estrella del gobierno. Parte de los socios de la investidura han votado en contra, esperando que el Gobierno tuviese los votos amarrados, por motivos electoralistas, ya que, por ejemplo, ERC, BILDU y el BNG ven con ansiedad las posibilidades electorales de Yolanda Díaz, por lo que han intentado desgastarla y casi se llevan por delante el gobierno de coalición. El PSOE había amarrado su flanco derecho ante la desafección de los antes mencionados y del PNV, esto garantizaba una votación favorable, pero por un margen estrecho. Sin embargo, Teodoro García Egea, Secretario General del PP, tenía preparado un nuevo tamayazo al estilo murciano, logró que los dos diputados de UPN rompiesen la disciplina de partido y votasen no. Sólo un error de un diputado del PP, que se equivocó votando, ha salvado la reforma y al gobierno. Ahora empezarán la campaña de juego sucio para seguir con aquello de “gobierno ilegítimo”.

Lo que está en juego no es derribar el “Régimen del 78”, ni la revolución, lo que está en peligro es la democracia. ERC, el BNG, BILDU y el PNV lo tendrían que tener claro, o sacar alguna conclusión de lo que pasó ayer. El electoralismo se puede llevar por delante la legislatura y darle una oportunidad a que la derecha y la extrema derecha llegue al poder, con un programa autoritario que pretende asaltar el Estado del Bienestar. El PSOE debe aprender a que no hay otra mayoría que la mayoría de la investidura. El giro al centro es una ensoñación. Algunos dirigentes de Podemos deberían de realizar menos aspavientos y crear conflictos innecesarios. El izquierdismo y el tacticismo se nos puede llevar por delante.

En este país sigue habiendo una mayoría de centro-izquierda, aunque no sabemos por cuánto tiempo. La izquierda debe de entender que en una situación de pandemia, y con tantas amenazas en el horizonte, deben de encarnar un proyecto sólido, confiable, que aporte seguridad, con menos tacticismos y más mirada amplia, que vaya a la raíz de los problemas y mejore la vida de la ciudadanía, que reduzca la ansiedad y los miedos. Si no logramos armar ese proyecto y una práctica política más sólida, y menos de política espectáculo, lo que terminaremos perdiendo es la democracia y una oportunidad de oro, que no sabemos cuándo se volverá a repetir, de construir un país más justo socialmente y poder lograr que la gente viva con dignidad.

De la derecha antidemocrática no podemos esperar nada. No fallemos nosotros.

Lo sospechábamos. Al menos desde la época aquella de tanto ex abrupto, codo con codo con lo más granado del entonces existente Partido Popular del País Vasco, en contra del Lehendakari Ibarretxe y de su malograda propuesta soberanista. Éramos muchos los que sospechábamos desde hacía tiempo que el filósofo vasco era, en realidad, de derechas. Muy de derechas. Aunque le está pasando al profesor un poco como al cómico ese que cambia de partido con más frecuencia de lo que exigirían la coherencia y el recato. Cada día era más difícil saber dónde estaba Savater, pero ahora ya lo sabemos: está en el PP. Él mismo lo dice con inusitado entusiasmo.

No es que tenga nada de malo estar con el PP, aunque en España, la verdad, un poco de malo sí tiene alinearse con una derecha como la española que no ha sido capaz de condenar con firmeza los crímenes del franquismo o de rendir el debido tributo a sus centenares de miles de víctimas y a sus deudos. Nuestra todavía mediocre democracia les debe mucho a todos aquellos luchadores antifascistas de las más diversas persuasiones ideológicas. Está un poco feo y no es, que se diga, muy patriota no reconocerlo.

Es cierto que si miramos en la otra dirección, hacia el “centro izquierda”, tampoco lo que asoma por el horizonte tiene mejor pinta. Tiene gracia escuchar a los de la generación que ha monopolizado el poder político y la influencia durante los últimos cuarenta años: ahora quieren pagarles el primer mes de alquiler a los menores de treinta. Aunque es posible que en este momento estén pensando en sus propios hijitos, la verdad es que hace más de cuarenta años que conocían los problemas de la juventud para acceder a la vivienda, y nunca se les había ocurrido mover un dedo y hacer algo para remediarlos. Al contrario, en su partido las hubo incluso partidarias de “agilizar los desahucios”.

Unos y otros tienen mucho en común. En seguida han adoptado ese gesto tan característico de una oligarquía que lleva decenios creyendo que el país es suyo y que quienes no comulgamos con sus planteamientos no tenemos derecho a existir o se nos puede insultar impunemente. Los del “centro izquierda” nos llaman cabezones; los del  “centro-derecha” nos dicen cosas mucho peores. Y ahora el filósofo vasco de derechas llama “cráneos privilegiados” a los que hemos firmado un manifiesto que, entre otras cosas, dice que el último cuarto de siglo de hegemonía electoral del Partido Popular en Madrid ha sido una “época infernal”.

Pero fue, en efecto, una época infernal: regalos fiscales a los ricos, dumping fiscal frente a otros territorios, privatizaciones fraudulentas, recortes y corrupción. Y cuando han llegado los que no se llevaban su quiñón del botín de los fondos públicos en forma de propiedades inmobiliarias, o los que no dejan que las tramas universitarias corruptas les expidan títulos académicos sin haber estudiado, o simplemente cuando han llegado los que no roban en los supermercados, entonces ha llegado Ayuso. Es la expresión perfecta de esa especie de ley de hierro de la sociología de la corrupción: como los negocios exigen cierto pragmatismo y no principios, los corruptos no suelen ser muy fanáticos; de manera recíproca, los muy fanáticos tampoco suelen dejarse corromper. Es lo que tienen las convicciones.

Ayuso marca un cambio de época. Es verdad que presenta un fuerte parecido de familia con el resto de los liberales españoles: les parecen mal las subvenciones y el crédito público barato excepto si son para las personas y empresas de su entorno. Pero al menos está claro que esta luminaria del liberalismo español no trafica con apartamentos en la costa del sol, ni guarda un millón de euros en el altillo de la casa de sus suegros, ni obtiene títulos universitarios por la cara. Tampoco, por lo que parece, roba en los supermercados. Ha traído aviones con material sanitario, y está apoyando a los hosteleros de Madrid, o eso dicen ellos.

Convendrá no olvidar que Ayuso también ha dejado extraviar remesas de material sanitario, o fondos públicos contra la pandemia que no se sabe bien dónde han ido a parar, ha sobre-financiado la construcción de un centro de reclusión de infectados que parece una granja de pollos, y que no habría hecho falta hacer funcionar si se hubieran dotado las plantas vacías, las camas sin ocupar y los contratos del personal sanitario necesario dentro de la red asistencial ya existente. Ha abandonado a su suerte a los mayores que no disponían de un seguro médico privado, y los ha dejado morir sin cuidados dignos en residencias no medicalizadas convertidas en auténticos morideros. Ha dejado marchar a sus consejeros de salud más coherentes y ha nombrado en su lugar a consejeros y vice-consejeros de salud tan necios que ni siquiera han entendido que no son las relaciones sociales voluntarias (familiares) sino las forzosas (transporte hacinado, prestaciones laborales presenciales, etc.) las responsables de los contagios.  Esos políticos mediocres y técnicos ineptos han tenido la desfachatez de contar al pueblo de Madrid la fábula idiota de que el virus se origina espontáneamente en nuestros cuartitos de estar, y que por eso es mucho mejor —¡dónde va a parar!— ir a ver a la abuela en una cafetería. Y lo peor: se ha servido de la tragedia sanitaria que vivimos para enfrentar a los ciudadanos de Madrid con el gobierno de la nación y está dispuesta a gobernar con esa escisión del Partido Popular que es actualmente el mejor remedo del viejo fascismo made in Spain.

Por todas estas cosas, francamente —y de cráneo a cráneo— querría volver a decirle al profesor vasco —no a Gabilondo, sino al otro— que el dilema no es comunismo o libertad, sino democracia o fascismo. Eso es justo lo que hay que recordar, porque algunos estamos hartos de tanta brocha gorda: ni a todos los comunistas les falta compromiso con la democracia, ni todos los campeones de las libertades privadas están libres de connivencia con el fascismo. Lo que socava la fuerza de nuestras democracias son los discursos de odio contra las mujeres, contra el colectivo LGTBI, contra las minorías racializadas o contra los pobres. Si eso no es el fascismo, la verdad es que se le parece mucho. Y esa, la del fascismo, sí que era una mala idea.

Llegados a este punto cabría preguntarnos qué podemos hacer con las convicciones. Si no las tenemos, podemos sentirnos huérfanos de principios y buscarlas. Es posible que algunos (generalmente los que menos presumen de ello) incluso las tengan, pero lo que no podemos hacer con ellas es emplearlas para arrojárselas a nadie a la cara. Si principio es lo que va primero, nuestros principios han de ser la premisa de la acción. De ningún modo pueden ser su objetivo. Estaríamos frente a una cruzada moral y las cruzadas morales sólo conducen hacia esas sociedades fanáticas y rotas en las que todos acaban haciendo lo contrario de lo que dicen y diciendo lo contrario de lo que piensan. Si queremos vivir con principios necesitamos lazos de solidaridad. Es difícil imaginar el entusiasmo sin la fraternidad. Por eso es poco creíble el entusiasmo de un liberalismo que en lugar de la solidaridad prescribe la competencia a degüello entre los seres humanos.

Me parece que fue el poeta William Butler Yeats quien escribió aquello de que mientras los mejores pierden toda convicción, los peores se hinchan de ardor apasionado. Nada más peligroso que un cretino convencido de tener razón. Por ello deberíamos andar con cuidado de tanto lobo solitario del entusiasmo: el método del entusiasmo, que es la esperanza, no puede estar suspendido de la nada, sino que ha de encontrarse radicado en una acción mancomunada. De lo contrario, lo más probable es que lo que tenemos enfrente seguramente no sea un entusiasta sino un exaltado idiota.

Pasados ya varios días del Orgullo más mediático de los últimos años podemos hacer un análisis claro de lo sucedido. Para empezar me gustaría recordar que Ciudadanos lleva acudiendo al Orgullo muchos años y que su presencia nunca ha sido pacífica. Casi desde el comienzo su vinculación con el Orgullo tenía que ver con la defensa de una igualdad formal que no requiere de ninguna transformación social para disfrutarse y, al mismo tiempo, con la defensa a ultranza de los vientres de alquiler. Ciudadanos se ha convertido en el máximo representante y defensor de las empresas que ofertan estos “servicios” y ha convertido la defensa de una ley que regule esta práctica en una de sus señas de identidad como partido, además de su casi única vinculación con la comunidad gay, suponiendo falsamente que esta es una reivindicación generalizada en el colectivo. Debido a esto ya el año pasado hubo gente que les abucheó en varios tramos del recorrido, pero aún Vox no había llegado a las instituciones. Este año se ha dado un paso más y hemos vivido la expresión masiva de rechazo a la presencia de Ciudadanos en el Orgullo, lo que tiene que ver con la situación política general, y con la lucha de la derecha por ganar posiciones en las batallas culturales alrededor de algunos consensos sociales que en los últimos años se están configurando desde posiciones contrahegemónicas que están contribuyendo a cambiar un mapa político que parecía confirmar una derrota global de la izquierda; tiene que ver con cuestiones algunas más coyunturales y de consumo interno y otras claramente relacionadas con la resistencia a las políticas neoliberales en todo el mundo. El feminismo anticapitalista, alejado del feminismo liberal que ha dominado los discursos y las instituciones en los últimos años; el movimiento LGTBI, obligado a reaccionar ante los ataques de la extrema derecha; el movimiento ecologista, necesariamente alejado del capitalismo verde…y otros movimientos, como el de personas con discapacidad, tienen que ver con el empeño de Ciudadanos por convertir este Orgullo en una muesca más que añadir a su ya larga trayectoria mamporrera. Ahí está la necesidad, por parte de la derecha, de despojar de cualquier significado transformador a aquellos movimientos que parecen estar ganando posiciones sociales, y así poder reducirlas a sus significados más inanes. No les está saliendo bien.

En primer lugar, el boicot a Cs tiene que ver con la coyuntura política relacionada con la llegada a las instituciones de un partido de extrema derecha, visceralmente opuesto a los derechos de las personas LGTB (y de las mujeres), partido con el que Ciudadanos está pactando sin complejos y al que está contribuyendo a blanquear. Así que para el colectivo LGTBI ya no hablamos de cuestiones más o menos opinables, sino que entramos en el terreno de la lgtbifobia explícita, la que busca acabar con nuestras vidas (ya sea de manera real o simbólica). No hay mucha discusión ahí, quien pacta con quienes nos quieren hacer desaparecer, no puede tener espacio en una manifestación política de reivindicación de derechos. Los organizadores de la manifestación exigen que para participar como organización en la manifestación se firme un compromiso explícito de no cooperación con la extrema derecha. PP y Cs no quieren firmarlo y se les niega entonces su participación como partidos.

En segundo lugar, al encontrarse vetados para participar como partido, Ciudadanos se encuentra con la oportunidad deseada de organizar otra de las performances que vienen organizando por toda España y que, según ellos mismos desvelan en comunicados internos, les permiten ser objeto de atención pública y salir en los medios. Ir allí donde no los quieren les confiere un aura de valientes, de rebeldes y de víctimas. En el caso del Orgullo, mi opinión es que no les ha resultado bien. Pretender ocupar el lugar de las víctimas ante un colectivo que ha sido históricamente encarcelado, torturado y asesinado, es grotesco. Impugnar una exclusión que se fundamenta en el hecho, absolutamente cierto, de que Cs está pactando con quienes quieren devolver al colectivo LGTB a la oscuridad, tampoco resulta de recibo. Acusar de fascistas a quienes hemos sido víctimas del fascismo no tiene mucho recorrido.

Pero, en tercer lugar, y volvemos al principio, lo ocurrido en el Orgullo y el tratamiento que se ha hecho en los medios de este asunto permite sacar varias conclusiones que creo que merecen atención más allá del caso concreto del Orgullo y que están relacionadas con los intentos de Ciudadanos (de la derecha, en realidad) por socavar ciertos nuevos consensos que se están construyendo en torno a cuestiones políticas que reflejan la resistencia global al neoliberalismo. La pugna se está produciendo en torno al empeño neoliberal por escindir completamente la idea de libertad de las condiciones materiales que la hacen posible. Este empeño se ha referido tradicionalmente a las condiciones materiales pero ya ni siquiera a estas, va más allá y alcanza incluso a las cuestiones de reconocimiento simbólico que son imprescindibles (recordamos a Fraser) para que la libertad de quienes están oprimidos pueda ejercitarse. En los últimos años algunos movimientos sociales han ido construyendo nuevos consensos sociales en torno a sus reivindicaciones. Algunos son más disputados y más frágiles, aunque se están extendiendo, caso del feminismo de raíz anticapitalista; otros son mayoritarios, como la igualdad LGTBI; otros en fin, pueden convertirse en mayoritarios rápidamente, como el ecologismo.

El Partido Popular, abiertamente opuesto a las reivindicaciones LGTB, no buscó nunca participar en la manifestación del Orgullo porque ha sostenido abiertamente posiciones contrarias a los objetivos de esta manifestación. El PP ha reivindicado siempre en este punto, sus posiciones reaccionarias, alineadas con la derecha tradicional y con la jerarquía católica. Ciudadanos, en cambio, pretende ser una derecha puramente neoliberal, despojada de cualquier principio conservador (de cualquier principio en realidad), y defensor de una igualdad puramente formal basada en la capacidad de consumo; una igualdad que no impugne en ningún caso ni el privilegio ni las desigualdades estructurales. Ciudadanos ha sido el partido que ha defendido un concepto de libertad más abstracto, el más alejado de cualquier idea de igualdad, alejado también de cualquier principio moral. Para los representantes de Ciudadanos, libertad puede ser casi cualquier cosa siempre que no se altere el statu quo. Y mientras que el Partido Popular parece optar por no meterse de lleno en estas batallas ya que su nicho sociológico de votantes ya está construido, Ciudadanos ha optado por pelearlas todas, desde los derechos LGTBI hasta el feminismo pasando por el ecologismo o la discapacidad. Su estrategia es muy conocida. Consiste en proclamar que las reivindicaciones de estos movimientos son “de todos”, en escenificar un apoyo enfático pero puramente estético y, sobre todo, en utilizar la palabra “política” con la intención de socavar cualquier reivindicación transformadora. Parece obvio que los derechos de las mujeres, la situación de las personas LGTB o el ecologismo son cuestiones puramente políticas, pero sin embargo existe una fuerte corriente (política por cierto) que en su lucha por la hegemonía social trata de utilizar “política” en ese sentido despolitizador. Es una lucha por el sentido. Se trata de una estrategia que busca conectar con un cierto sentimiento social de hartazgo y crítica de la política tradicional y que busca, al mismo tiempo, imponer un nuevo consenso sobre la idea de que la política es mera gestión de lo existente, que la gestión de los asuntos públicos no es política, que no hay alternativa al capitalismo y que lo único que está en discusión, por tanto, es como lo hacemos funcionar. Ciudadanos no está solo en esto. Carmena utilizó esta misma estratagema cuando afirmó que la política municipal era una cuestión de gestión y que, por tanto, no buscaba perfiles políticos; lo mismo está haciendo ahora Pedro Sánchez cuando afirma que sólo acepta ministros de Podemos que no tengan perfil político. Es un movimiento peligroso que busca el beneficio rápido al sumarse al descredito popular de la política institucional pero que puede volverse rápidamente en contra y degenerar en un cuasi fascismo social.

Ciudadanos llegó a la política asumiendo como bueno el término “violencia doméstica” y tenía a Toni Cantó como máximo exponente de su neomachismo. Posteriormente, según la ola feminista crecía, pretendió surfearla sumándose a las manifestaciones, diciendo que el feminismo es de todas y oponiéndose furibundamente al manifiesto, no porque estuvieran en contra del mismo (lo que habría requerido más explicaciones) sino porque era “político”. Con el Orgullo le ha pasado lo mismo. Pensaban que podían sumarse a la visibilidad LGTBI leyendo su visibilidad como un ejercicio de visibilidad despolitizada, ignorando que la propia visibilidad contrahegemónica ya es política y que es imposible despolitizar un movimiento que pretende trastocar (y que lo está consiguiendo) lo que hasta hace poco eran consensos mayoritarios acerca de la sexualidad, el amor la identidad, la familia o la heterosexualidad…pero que ahora se están convirtiendo en consensos simplemente conservadores.

Ciudadanos pretende apropiarse del capital simbólico de movimientos sociales de transformación y, mediante una operación supuestamente despolitizadora, volverlos inanes e inútiles. Y en esta operación tan evidente cuentan con el apoyo masivo de unos medios de comunicación capaces de convertir en agresiones gravísimas una protesta pacífica que consistió en una sentada, en la expresión del rechazo a la participación de este partido en una manifestación a la que se les había pedido que no asistieran, y en el lanzamiento de una botella vacía de plástico. Días y días en los que todos los medios, a pesar de los informes policiales que lo negaban, han alimentado el bulo de las agresiones y en los que han pretendido ganar un relato que resulta imposible ganar, porque llamar fascistas a víctimas tradicionales del fascismo no resulta fácil ni para ellos.

En los próximos años les veremos tratando de sumarse a la ola ecologista pretendiendo que es posible serlo sin transformar las pautas de consumo y de producción, igual que ahora (lo sé por mi experiencia con ellos en la Asamblea de Madrid) pretenden erigirse en los defensores de los derechos de las personas con discapacidad mientras que se defienden los recortes que convierten en un infierno las vidas de estas personas. Me parece que con el Orgullo no les ha salido bien. El 8 de marzo que viene veremos a Arrimadas y Cía. pretender convertirse en víctimas de un feminismo “politizado”. No les va a ser fácil.