La hegemonía europea en África parece tocar a su fin

La hegemonía del colonialismo europeo sobre África se aproxima a su fin: al menos los últimos movimientos sucedidos en una región clave como es el Sahel apuntan en esa dirección.

Así, Níger parecía un terreno seguro para Occidente y, sin embargo, hace un año se produjo allí, de modo para muchos totalmente inesperado, un golpe militar.

Francia vio amenazados de pronto sus intereses y no se contentó con aplicar sanciones a su antigua colonia, sino que solicitó una intervención militar de los países integrantes de la ECOWAS [1].

París no logró, sin embargo, su objetivo al oponerse al mismo dos de sus quince miembros, Malí y Burkina Faso, al ver que el golpe militar gozaba de fuerte apoyo en la población del país vecino.

La agrupación económica del África Occidental estaba en aquel momento presidida por Nigeria, pero, frente a la voluntad del Gobierno de Lagos, el Senado de este país se mostró también contrario a toda intervención militar.

Lo mismo hizo Argelia, que, pese a no pertenecer a ECOWAS, no autorizó a la Fuerza Aérea de su antigua metrópoli que sobrevolara su territorio y lanzó en cambio una iniciativa de paz.

El gobierno golpista de Níger emprendió entonces, con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos, un nuevo rumbo anticolonial y, al igual que habían hecho antes Malí y Burkina Faso, expulsó del país a las tropas francesas.

Al mismo tiempo,  anunció la ruptura “con efecto inmediato” del acuerdo de cooperación militar con EEUU, país que operaba desde 2016 cerca de la ciudad de Agadez una de las mayores bases de drones del mundo.

Níger, Malí y Burkina Faso abandonaron entonces ECOWAS y fundaron en septiembre del año pasado la llamada Alianza de los Estados del Sahel.

Según esos gobiernos, ECOWAS había caído bajo la influencia de potencias externas al continente y “traicionado sus principios fundamentales y el panafricanismo” para convertirse en “una amenaza para los Estados miembros y sus pueblos”.

Fue  la respuesta de cuatro gobiernos rebeldes – el cuarto era el de Guinea, donde también se había producido en 2021 un golpe militar- a las sanciones económicas con que pretendían castigarlos la ECOWAS y sus aliados de Occidente.

Ese nuevo rumbo anticolonial se consolidó también en Senegal, donde resultó elegido el abogado y político “panafricanista” Bassirou Diomaye Faye, que había prometió luchar contra el “dominio económico francés” y eliminar el franco CFA para recuperar la soberanía monetaria.

La elección de Faye, pese a todos los intentos, detención incluida, de frustrar su candidatura, recordó a algunos los tiempos fundacionales del “panafricanismo” en los años sesenta con políticos como el maliense Modibo Keïta, el ghanés  Kwame Nkrumah o el tanzano Julius Nyerere, todos ellos impulsores de la Organización de la Unidad Africana.

En un último movimiento y en respuesta a ECOWAS, los líderes de Burkina Faso, Malí y Níger acaban de fundar formalmente en Niamey la llamada Confederación de la Alianza de Estados Africanos.

Es la señal más clara del alejamiento de África de un Occidente al que no perdonan, entre otras cosas, la  pasividad ante el genocidio de Gaza o sus presiones para que el mundo en desarrollo se sume al aislamiento de Rusia.

Todo ello ocurre además en un momento en el que, debido precisamente al conflicto con Moscú por la guerra de Ucrania, Europa parece necesitar aún más a África como fuente de materias primas y ve preocupada la creciente incursión de Rusia y de China en un continente que había sido hasta ahora su coto privado.

Notas:

[1] Comunidad Económica de Estados de África Occidental, creada en 1975 con el objetivo de promover la integración económica de la región.

 

Parece una persona convencida de tener la facultad de prescribir el comportamiento y el camino que hemos de seguir el resto de la ciudadanía. Su convicción puede llegar hasta el punto de expresar hostilidad contra cualquier discrepante o persona que no quiera recorrer la senda que él ha trazado.

Se le reconoce con facilidad. Se cita constantemente a sí mismo. Fuera o dentro de la vida política, cuando se planta ante cualquier tribuna, se pone detrás de un atril o tiene un micrófono ante sí, abusa del empleo de verbos en primera persona del singular. «Me gustaría que…», «espero que…», «yo prometo que…», «yo ya dije que…», «yo soy quién…» «votaré en contra de…», «yo no quiero que…», como si su personalidad y voluntad personal estuvieran por encima de la de cualquier «nosotros».

Su egolatría le lleva a no participar casi nunca en coloquios o actos públicos como un oyente más. Si hace acto de presencia ha de ser porque tiene espacio en primera fila. Él va a los lugares donde puede hablar o donde quiere ser visto. Se puede pronunciar a veces en favor de causas justas, pero en raras ocasiones sale a la calle entre gente trabajadora normal, entre pacifistas, feministas, ecologistas, antirracistas o defensores de derechos elementales. Va allá donde piensa que puede impartir doctrina o que puede aparecer junto a otro ‘líder’ más mediático. Lo hace para aplaudirle o para que se note que forma parte de su círculo más próximo. Una vez hecha la foto, se va. Se diría que no siente necesidad alguna de acudir a cualquier acto para prestar atención, observar y aprender.

En algún momento debió perder la capacidad de escuchar y de intercambiar argumentos. No conoce la discreción. Cuando participa en un ‘debate’ pierde los papeles con cierta frecuencia y se embarranca en una discusión incomprensible con otros ‘líderes’, en la cual abundan los insultos, las descalificaciones rotundas y las interrupciones que dificultan cualquier exposición más o menos ordenada de ideas.

Algunos, pocos, suficientemente inteligentes, saben guardar la compostura. Otros han ganado la fama de tener la habilidad de decir y hacer en cada momento aquello que les permite conservar el grado de poder que ya han alcanzado. Pero también abunda la mediocridad, la de los ‘líderes’ que han recibido tal calificación a pesar de su falta de sentido del ridículo y de conciencia de su pobreza intelectual.

El ‘líder’, estúpido o no, es dócil. Sabe seguir la agenda y el guion determinados por quien considera que le puede mandar, a la espera de que le lleguen momentos de más gloria.

En general, quien se considera a sí mismo como ‘líder’ tiene cierta tendencia a confundir desacuerdo con enemistad. Hay que suponer que es por eso que les vemos a menudo como personajes enfadados, con las cejas fruncidas o con sonrisa forzada, dispuestos para el lanzamiento de exabruptos sin ton ni son contra quienes consideran competidores o adversarios. Entonces levantan la voz y no dudan en utilizar alguna palabra altisonante.

El ‘líder’ y sus fans tienen la costumbre de despreciar el contraste entre puntos de vista diferentes. El coloquio que más les gusta es el que han organizado ellos mismos entre personas con las que están de acuerdo, para darse la razón mutuamente.

Hablan con mucha frecuencia del diálogo y de su necesidad.

El diálogo es, efectivamente, una de las herramientas más valiosas que tiene el ser humano para convivir en sociedad, y también para adquirir conocimiento y poder tomar decisiones adecuadas a la realidad, pero se practica mucho menos de lo deseable. Es una palabra desgastada, porque demasiado a menudo se apela a su conveniencia para tener la oportunidad de predicar y de imponer el criterio del jefe o dirigente por encima de cualquier otra persona. El ‘líder’ normalmente no dialoga. En todo caso, negocia.

Es la ausencia de diálogo auténtico entre iguales lo que facilita el avance del autoritarismo, abre el camino para las arbitrariedades, las decisiones interesadas, la restricción de libertades y la represión o marginación del disidente.

El concepto ‘autoridad’, no obstante, conserva bastante prestigio. Es una palabra que se pronuncia con cierto respeto. A menudo se pueden oír referencias al mismo en sentido positivo. «Hay que reservar este lugar para las ‘autoridades'» o «lo que falta en esta casa es alguien que mande» o «esta organización necesita una autoridad» o «nuestra sociedad tiene un problema de liderazgo» o «el país necesita un buen líder»…  ¿Cuántas veces hemos podido escuchar frases como estas? En el mejor de los casos se formulan para destacar la necesidad de contar con personas con cierto grado de genialidad, especialmente eruditas, inteligentes o estudiosas, o quizás con otras con buenas cualidades para la comunicación, pero su actividad no tendría que obstaculizar la reflexión colectiva y las decisiones colegiadas.

Las luchas por el liderazgo y los cultos a la personalidad han tenido y tienen efectos indeseables, y demasiadas veces espantosos. La falta de confianza en el debate, en el intercambio reposado de argumentos entre unos y otros hace dudar sobre las convicciones democráticas de quien pone tanto esfuerzo en dar instrucciones, pero también de quien se humilla, obedece y sistemáticamente se muestra de acuerdo con quien ostenta algún tipo de poder.

Los clásicos griegos tenían claro que «el diálogo es infinitamente más elevado que cualquier otro camino hacia la verdad». Para practicarlo, sin embargo, hace falta que los interlocutores se escuchen, se respeten, busquen acuerdos y renuncien al dogmatismo o a la imposición de un criterio.

Sabemos desde hace tiempo que la mayor parte de las llamadas ‘tertulias’ televisivas y radiofónicas si sirven para algo es para llenar horas de programación barata y para escenificar cotidianamente confrontaciones absurdas entre predicadores. Son conversaciones o discusiones o entre hipotéticos famosos, o ‘expertos’ sobre cualquier tema, en las que abunda la desinformación. Los espacios dedicados a los análisis serios son la excepción.

Pero durante estos días hemos asistido a debates entre candidatos a representarnos en el Parlamento Europeo y el espectáculo que nos han ofrecido en muchos momentos, particularmente los machos, ha sido más bien lamentable. Los participantes de la derecha extrema tienen por costumbre recurrir a la crispación y a la provocación. No fallan. Hacen lo que se espera de ellos. Lo que cuesta entender es la facilidad con la que consiguen distorsionar la deseable interlocución entre personas que, hipotéticamente, tendrían que intentar enriquecer la vida política y explicar la utilidad del voto a sus partidos con propuestas efectivas de mejora real de la vida en común.

Todos ellos, incluso los ultraderechistas, apelan sin rubor en sus panfletos y discursos a conceptos de gran valor, como la libertad, la verdad, la justicia, la igualdad, las soberanías o la seguridad, pero apenas hablan sobre qué condiciones son imprescindibles para que toda la ciudadanía pueda ejercer derechos elementales.

Haría falta, por ejemplo, que en algún momento, más pronto que tarde, aparezcan colectivos políticos o actores sociales con capacidad y voluntad real de poner fin, por ejemplo, a los beneficios crecientes y los privilegios de los que ya son ricos, que pongan en cuestión la benevolencia de la mano invisible del mercado y den mucha más relevancia al sector público de la economía y los servicios, dejen de hacer la vista gorda ante la pobreza y la precariedad laboral,  denuncien la farsa de la «sostenibilidad» del crecimiento económico indefinido, exijan la reducción al mínimo de los gastos en armamento, hagan respetar el derecho a tener derechos de las personas migrantes, pongan fin a las brutalidades policiales, democraticen el poder judicial y detengan su intervención partidaria en la vida política, hagan efectivo su republicanismo y se opongan frontalmente a la permanencia de un monarca al frente de la jefatura del Estado…

El ascenso de la extrema derecha en toda Europa y en buena parte del mundo asusta a todos los demócratas y se hacen llamamientos a la unidad para parar impedir su crecimiento. Parece, sin embargo, que los ‘líderes’ del progresismo no ven necesidad de análisis en torno a las causas del éxito que consiguen los ultras con sus discursos de odio y no se atreven a iniciar otro camino que no sea el de la promesa de administrar por más tiempo y de la misma forma lo que ya administran, para de ese modo «seguir mejorando la vida de la gente».

Qué poca gente formula en nuestro tiempo propuestas que permitan que crezcan las esperanzas en un futuro pacífico y en el cual las personas puedan sentirse efectivamente libres, solidarias, iguales y convencidas de que existe una perspectiva de vida para todo el mundo con razonable dignidad.

El ‘líder’ del cual hablamos tiene una agenda demasiado apretada y no tiene tiempo para pensar en la posibilidad de otro mundo.

Público’ y la Fundación Espacio Público organizan, con motivo del primer año de la entrada de los tanques a Ucrania, el acto ‘¿Qué puede hacer Europa para la construcción de la paz en Ucrania?’. El evento acoge a expertos como la periodista rusa instalada en España desde el momento en el que surgió el conflicto Inna Afinogenova; la copresidente de Transform! Europa, Marga Ferré; el colaborador de Público, excorresponsal en Rusia, antiguas repúblicas soviéticas, Japón y Corea y experto en geopolítica y seguridad mundial, Juan Antonio Sanz; y con Jordi Calvo, doctor en paz, conflictos y desarrollo, economista e investigador, además de coordinador del Centre Delàs y miembro de la Junta del International Peace Bureau. La mesa redonda está moderada por la directora adjunta de nuestro diario y experta en temas internacionales, Esther Rebollo. La inauguración corre a cargo del periodista de la Fundación Espacio Público, Marià de Delàs, y la clausura está protagonizada por la directora de Público, Virginia Pérez Alonso.

Hace unos días se presentó en la Fundación Carlos Amberes en Madrid el libro Ursula Hirschmann, una mujer por y para Europa, cuya autora es Silvana Boccanfuso y que ha sido publicado por la editorial Icaria.

En este libro, Silvana Boccanfuso reconstruye con sensibilidad femenina la trayectoria vital emocional y política de la protagonista, cuyas reflexiones, emociones, aspectos psicológicos y sensaciones también restituye.

Ursu­la Hirschmann, joven socialista berlinesa (hermana del intelectual y economista antifascista Albert O. Hirschmann), tuvo que huir de su ciudad en 1933 a causa de la persecución política que sufría por parte del régimen nazi. Residió en París y en Italia, donde participó de las conversaciones clandestinas entre los desterrados antifascis­tas de la isla de Ventotene. Allí nació el Manifiesto de Ventotene – Por una Europa libre y unida (1941), documento fundacional del federalismo europeo. Fue también una de las principales artífices de la difusión de este texto entre los opositores al régimen fascista de Mussolini. Participó activamente en la creación del Movimiento Federalista Europeo en Milán (1943), apoyó la acción política de Altiero Spinelli en Suiza y Francia, y participó activamente en la organización de la Conferencia Federalista de 1945 de París, evento que también promovió Albert Camus y en el que participaron varias personas de la Resistencia y de la cultura antifascista en Europa, como George Orwell.

Desde el Berlín de la República de Weimar hasta el feminismo de los años 70, pasando por el París del exilio antinazi, el Trieste de la inmediata preguerra, la Suiza de los antifascistas, una Francia que aún no era libre, la Roma ya liberada y por reconstruir, y la Bruselas de las Comunidades Europeas: Ursula Hirschmann, casada primero con Eugenio Colorni y más adelante con Altiero Spinelli, vivió en estas coordenadas geográficas e históricas, cosmopolita –no importa si por elección o por destino– hasta el punto de perder con los años cualquier sentido de identidad o pertenencia nacional. Quizá sea precisamente en la evanescencia de la identidad nacional de Úrsula donde esté la clave para entender la profundidad de su compromiso europeísta, como ella misma señala: «Nosotros, los deracinés de Europa, que hemos cambiado de fronteras más veces que de zapatos como dice Brecht, ese rey de los deracinés-, tampoco tenemos nada que perder, salvo nuestras cadenas en una Europa unida, y por eso somos federalistas».

Con esta obra, Silvana Boccanfuso ha sacado del olvido a una de las figuras femeninas más interesantes del siglo XX.  Para Ursula Hirschmann la elección del federalismo europeo no fue una reacción temporal y emocional a los dramáticos acontecimientos contingentes (el desastre de los totalitarismos de la guerra) sino un objetivo de acción convencido que llevó adelante a lo largo de toda su vida, incluso cuando la urgencia del momento había pasado, e incluso en aquellos momentos de crisis, económica o política, en los que la idea de una Europa unida no era especialmente popular. Fue precisamente en respuesta a uno de los periodos de crisis más importantes para la construcción de la comunidad que el proyecto más significativo de Ursula Hirshmann –entendido como su propia y original contribución a la causa federalista– tomó forma a mediados de los años 70: el grupo «Femmes pour l’Europe». 

Además de la autora participaron en esta presentación Miguel Ángel Aguilar de la Fundación Carlos Amberes, Brando Benifei (Spinelli Group de Bruselas), el editor del libro Marcello Belotti, Hana Jalloul (Secretaria de Política Internacional y Cooperación al Desarrollo PSOE), Francisco Aldecoa (Presidente Consejo Federal Español del Movimiento Europeo) y  la periodista Eva Orúe, que fue la encargada de moderar el acto.

La Conferencia sobre el futuro de Europa comenzó formalmente su andadura el día 9 de mayo de 2021. En general el tono y expectativas de la Conferencia, si nos atenemos a lo expresado por los portavoces de las instituciones europeas, buscaría varios objetivos simultáneos: un ejercicio abierto y sin condicionantes iniciales de escucha de la diversidad de opiniones de la ciudadanía europea; un práctica deliberativa con el propósito de recoger opiniones y propuestas de esta ciudadanía; un empeño por que la propia práctica de debate y discusión contribuya a hacer avanzar un espacio público europeo y un método de articulación del debate de abajo-arriba cuya intención es salir al encuentro de la desconfianza y el malestar ciudadano respecto a la política en general y a la política europea en particular.

No obstante, los enunciados y expectativas están muy lejos de haberse correspondido con una Conferencia que pueda dar respuesta a esas expectativas.

Las diferencias apreciables entre las diferentes instituciones muestran que Parlamento, Consejo y Comisión no esperan lo mismo de la Conferencia. Para el Consejo y, en parte también para la Comisión, el debate público es instrumental y condicionado: debe servir para legitimar lo existente, ceñirse a las perspectivas estratégicas ya diseñadas por las instituciones y, por último, sus propuestas de reforma deben adecuarse a los principios de subsidiariedad y proporcionalidad y no puede afectar a los Tratados. El Parlamento ofrecía una ambición más ajustada con las necesidades de reforma, proponiendo un modelo de abajo-arriba, inclusivo y donde no se ponían condicionantes a las propuestas de reforma.

El modo en el que se ha organizado finalmente la Conferencia está más cerca de las expectativas del Consejo y Comisión que de las propuestas por el Parlamento. Y aunque los procesos deliberativos son procesos abiertos, en el sentido de que se sabe cómo empiezan pero no es posible determinar su final, no parece que haya condiciones para que el desarrollo de la Conferencia lleve hasta sus límites las posibilidades contempladas en la Declaración conjunta de las tres instituciones.

Finalmente, parece que estaremos, en el mejor de los casos, ante un ejercicio de opinión respecto al que las instituciones europeas –particularmente el Consejo- asumen un compromiso ligero y poco concreto. Y lo cierto es que reducida a un ejercicio de opinión la Conferencia resulta un acontecimiento más bien reiterativo e innecesario. La opinión de la ciudadanía europea respecto al proceso de integración en general y respecto a políticas más específicas es suficientemente conocida a través del Eurobarómetro, en primer lugar y de muchas otras experiencias de participación (limitada) de la sociedad civil europea en diferentes temas. El problema no es tanto no saber lo que la ciudadanía piensa, como la voluntad política para llevar a cabo esas demandas y una hoja de ruta para hacerlas posible.

Sin embargo, la Conferencia se realiza en un momento idóneo para repensar el futuro de la UE y los imprescindibles cambios de envergadura que esta debe acometer si quiere, realmente, ser un proyecto al servicio de las mayorías. La década de crisis que comenzó con el colapso financiero y que sigue activa con los coletazos (no sabemos si serán los últimos) del Coronavirus no tiene parangón en la historia del proceso de integración y debe ser evaluada como un hecho excepcional con importantes implicaciones en todos los órdenes.

Las consecuencias de la policrisis han afectado a las instituciones, a su relación, a la legitimidad de la acción de la UE como sistema político y a las principales políticas de la Unión, pero también a sus valores y principios.

La gobernanza política y económica de este turbulento período ha puesto de manifiesto la disfuncionalidad de esta estructura institucional en términos de eficacia, capacidad de gestión de situaciones inesperadas e ilegibilidad del proceso para la mayoría de la ciudadanía. Al mismo tiempo ha sido este un período de creciente politización respecto al proceso de integración. La mayor visibilidad de la UE en el contexto, por ejemplo, de la gestión de la crisis de 2008, ha suscitado enorme preocupación por sus déficits democráticos y de legitimidad pero también por la orientación neoliberal de sus principales políticas y por la presión sobre los estados del bienestar para reducir sus prestaciones y servicios. La ciudadanía ha visto, además, crecer de manera inexplicable las desigualdades sociales y el deterioro de regiones y ciudades que han hecho crecer la sensación de abandono y, en relación con la UE, de vivir un proceso de integración cuyos beneficios alcanzan solo a una minoría.

Las políticas y la retórica de la austeridad se compadecen mal con una realidad de deterioro de los estados del bienestar, de creciente desigualdad al interior de las sociedades, pero también de creciente diferenciación en el plano económico entre países.

Por otra parte, la crisis del Coronavirus ha hecho estallar los corsés de las políticas de austeridad y del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Ha puesto de manifiesto, además, la insuficiencia de un Presupuesto comunitario que apenas alcanza el 1% del PIB de la región. Y está obligando a repensar la relación entre lo estatal y lo supranacional, ante la evidencia de que sin la UE la situación provocada por la pandemia habría sido aún peor, pero sin los estados la gestión de la crisis sanitaria y social hubiera sido imposible.

Pese a constatar que la resiliencia de la UE ha sido mayor de lo, probablemente, esperada, los daños causados al edificio plantean la necesidad de una importante reforma estructural. Parece claro que los interrogantes abiertos por este período inacabable de crisis precisan de respuesta globales y de reformas que afectan al conjunto del edificio. El consenso básico cada vez más extendido es que no es posible seguir como hasta ahora y, por tanto, es necesario acometer reformas en profundidad, habida cuenta, además, de que la lógica de las pequeñas reformas y la búsqueda de soluciones “in extremis” no sirve en estos momentos.

Vivimos eso que se ha denominado “momento maquiaveliano” una situación histórica en la que el sistema político no puede seguir operando de la misma manera y precisa de cambios mayores. En este sentido, la situación, no sólo y no tanto la Conferencia en sí misma, son una oportunidad para la izquierda alternativa.

El pasado Libro Blanco sobre el futuro de Europa propuesto en 2017 por la Comisión Europea mostró el agotamiento del modelo de debate y reforma privilegiado por las elites políticas y económicas europeas y nacionales en relación con la UE: negociaciones intergubernamentales, pactos fuera del alcance y seguimiento de la ciudadanía, menosprecio de los parlamentos nacionales, etc. La lógica elitista y despolitizada que ha sido dominante en el proceso de construcción europea se ha convertido, a estas alturas, en un problema para el proceso de integración mismo.

En esta coyuntura la idea de una Conferencia ciudadana organizada de arriba-abajo y con voluntad real de facilitar la participación de las poblaciones de los países europeos, además de una actitud activa de escucha por parte de las instituciones, sonaba como una propuesta prometedora.

Podría haberse pensado, inicialmente, que la Conferencia diera lugar a un “hecho político” novedoso y fuera este la movilización masiva de la ciudadanía a favor de una estrategia de reforma de la Unión. Pero creemos que no se dan las condiciones para esa movilización y los primeros meses de desarrollo de la Conferencia demuestran que ésta está muy lejos de cumplir con sus expectativas. De una parte, los asuntos europeos siguen viéndose como complejos y alejados por buena parte de la ciudadanía y, consecuentemente, suscitan poco entusiasmo e interés. Por otra parte, no se ha creado ese espacio europeo que singularice el debate sobre los asuntos de la Unión. Los debates políticos siguen anclados en los espacios nacionales tanto en términos discursivos cómo simbólicos, de modo que la “agenda UE” se inserta en los conflictos nacionales subordinada a los debates propios y específicos de las agendas nacionales.

Llegados a este punto podría parecer que lo más razonable es dar ya por muerta la Conferencia. Pero parece más productivo un enfoque que articule el “momento maquiaveliano” al que antes hacíamos referencia con las oportunidades que la Conferencia ofrece de visibilización.

Hay opciones para que la izquierda transformadora utilice este espacio para debatir sus propias posiciones en relación con este momento, para que utilice este recurso como una oportunidad para hacer propuestas audaces de cambio y reforma del proceso de integración. Pensando en el momento más que en la Conferencia en sí misma, la izquierda alternativa podría colocar la idea de una Convención Constituyente, después de la Conferencia e incluir propuestas y reflexiones que desborden los estrechos marcos en los que Consejo y Comisión quieren mantener la Conferencia.

Notas:

*Artículo elaborado en el marco del seminario “Una Gobernanza Democrática en la Unión Europea para la Era Post COVID-19”. Subvención para la celebración de acciones de comunicación y actividades divulgativas, sobre asuntos relacionados con el ámbito de sus competencias para el año 2021 de la Secretaría de Estado para la Unión Europea.

**Pedro Chaves, Investigador IELAT y colaborador del Instituto 25M

Con Ana María López Martín como editora del proyecto, textos de Miguel Cuesta Aguirre y, sobre todo, con las espléndidas ilustraciones arquitectónicas de María del Busto Abriqueta, algunas de las cuales reproducimos en este artículo, la editorial Anaya Touring ha publicado recientemente este libro, que nos ofrece un recorrido por veinte ciudades de España y el resto de Europa teniendo como hilo conductor su camino hacia la sostenibilidad.

Siguiendo un orden alfaético nos adentramos en ciudades que han desarrollado edificios y zonas que quieren cumplir con lo dispuesto en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. El urbanismo, los ecosistemas, la biodiversidad, los eco-barrios, la economía circular, la utilización de tecnologías inteligentes, la reducción a cero de CO2 son algunas de las medidas necesarias para que los sistemas puedan mantenerse a largo plazo sin agotar los recursos, perjudicar el medio ambiente o generar injusticias sociales, es decir conseguir la sostenibilidad de las zonas y edificios que habitamos. Así, visitamos el edificio Zuidas, el centro de Arquitectura de Ámsterdam o el NEMO en Ámsterdam. Nos adentramos en el Fórum, el hospital San Pau o la Biblioteca Sant Gervasi, entre otros, en Barcelona. Berlín es una de las ciudades que nos ofrece una amplia gama de lugares y espacios: el Futurium, el Foro Humboldt o el vergel Prinzessinnengärten.

Cité du Vin- Burdeos (2016)

En Burdeos, la ciudad del Vino, no podía faltar la Cité du Vin, un museo a orillas del Garona, que además de museo es un espacio urbano ganado por los vecinos, cuyo diseño (de XTU, 2016) se presta a un sinfín de interpretaciones.

Copenhague nos ofrece sus islas flotantes, un nuevo concepto de parque público. En Estocolmo podemos ver las Slussen (esclusas) el Skansen (museo rural) o el Hammarby Sjöstad. El Centro Internacional de Artes José de Guimarães es otra de las visitas que nos ofrece este libro en el que no podía faltar la ciudad de Hamburgo con su Elbphilharmonie (la filarmónica del Elba).

Löyly, Helsinki (2016)

Löyly, en Helsinki, diseño de Avanto Architects, es un edificio que alberga un restaurante y sauna pública y cuya construcción se ha hecho con madera de telas sostenibles.

De Lisboa podemos ver la Terminal de cruzeiros. Y en Londres no podía faltar la Tate Modern, sede del Museo Nacional Británico de Arte Moderno. Madrid Río es el espacio principal de Madrid los que podemos ver en este libro.

Hotel Indigo (2018) Manchester.

El NOMA (North Manchester) es un distrito de usos mixtos que merece la pena ser visitado.

Milán nos presenta su Palazzo Italia, que fue estandarte de la Exposición Universal de 2015. Y en Oslo hay que ver el Vulkan, que ha convertido un viejo espacio industrializado en un barrio de filosofía sostenible, así como el Munchmuseet, diseño de Herreros finalizado recientemente (2021).

Museo Munch (Oslo) 2021 Diseño de Herreros

No podían faltar París con su Museé du Quai Branly (2006) dedicado a las civilizaciones de África, América, Asia y Oceanía, ni el Markthal de Róterdam (2014). De Viena hay una buena muestra de oficinas sostenibles, viviendas sociales y el WU (Universidad de Economía de Viena). Vitoria es otra de las ciudades españolas que aparecen en el libro. En ella destaca el Palacio de Congresos de Europa (2015), un jardín vertical de Urbanobolismo.

Tanzhaus, Zúrich (2019)

Por último, visitamos el Tanzhaus en Zúrich. Diseñado por Barozzi Veiga, esta escuela y escena de danza constituye una espléndida recuperación del paseo fluvial. Un proyecto que ha logrado enriquecer culturalmente al barrio y mejorar la movilidad a pie y en bicicleta.

Notas:

*Foto de portada: Vulkan (Oslo,Noruega) Diseño de LPO Arkitekter (2014). Ubicado a orillas del río Akerselva, un espacio industrializado ha sido convertido en un barrio con filosofía sostenible.

En las notas que siguen me aproximo a tres temas, con el deseo de fomentar o facilitar la discusión con las lectoras y los lectores de «Público». En primer lugar, recordar las predicciones para el 2016 y como confirmaron casi todo lo peor de lo que podría suceder. En segundo lugar, describo brevemente la post-crisis y efectos de alto riesgo en Europa. Por último, y antes de algunas conclusiones sobre lo que puede cambiar en Europa, una nota sobre los mayores riesgos inmediatos.

Lo que podía ser peor en 2016

A finales de 2015, varias instituciones publicaron sus listas de pesadillas acerca de todo lo peor que podría suceder en el nuevo año. En resumen, tenían tres tipos de riesgos, lo que llaman «cisnes negros» o aquello que es improbable y que, a pesar de serlo, puede incluso ocurrir: el Brexit y la crisis europea; la crisis financiera y degradación económica; y la elección de Trump y crisis de la globalización. Se suponía entonces que estos serían escenarios extremos y poco probables.

La agencia Bloomberg, basándose en encuestas de los principales empresarios, confeccionó entonces un ranking de pesadillas y presentó un cuadro para calcular sus efectos. Las tres peores serían un ataque de Daesh a los oleoductos en Oriente Medio, que empujaría hacia arriba el precio del petróleo, el Brexit y un ciberataque destructivo contra la banca internacional.

La elección de Trump, por el contrario, que pensaban que sólo era posible si Clinton desistía, apenas aparecía en las pesadillas de Bloomberg para 2016. Se consideró que formaba parte de lo casi imposible, pero se suponía que podría provocar una gran incertidumbre que favorecería a la industria militar, un acuerdo con Rusia para una nueva Guerra Fría desplazada hacia el Pacífico y efectos impredecibles sobre el orden internacional. Para la Unión Europea, la pesadilla sería la salida del Reino Unido, el debilitamiento de Merkel y la marcha atrás del Banco Central Europeo en la política de expansión monetaria. En economía, el peor escenario sería un crecimiento débil de China o la aceleración del calentamiento global con efectos peligrosos para la agricultura y el acceso al agua. Otras fuentes de tensión podrían encontrarse en Brasil si Rousseff fuera apartada del poder y en Venezuela si se prolongara la crisis.

Tal como se puede ver, casi todas estas pesadillas se hicieron realidad.
Otra institución que planteó posibles escenarios fue The Economist: el peor, aunque con baja probabilidad, sería la elección de Trump, que desestabilizaría la economía global. La Unión Europea podría fracturarse si el Reino Unido la abandonara, si la crisis de refugiados creara nuevas tensiones internas que afectaran a Merkel y si Grecia fuera empujada a abandonar el euro.

De todo eso ya tenemos bastante, pero podía ser peor. En primer lugar, la crisis europea: muros contra los refugiados y aumento de la xenofobia, la aventura de Cameron con el referéndum británico, la sangría de Grecia… Pero luego vinieron más acontecimientos: el referéndum en Italia con la derrota de Renzi y las elecciones en Austria, que confirmaron la fuerza de la extrema derecha y el desvanecimiento de los partidos tradicionales. Y en 2017 tenemos elecciones francesas, holandesas y alemanas (y quizás italianas). Cada uno de estos procesos sólo puede acentuar la crisis europea.
En segundo lugar, la victoria de Trump. Amenaza inmediata, el repudio del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Pero también hay que mirar hacia el gobierno que se perfila, con el peso de los tiburones de Wall Street y de la industria petrolera, los militares belicistas y la resurrección de los profetas ultraconservadores. Podemos ver lo que se nos viene encima: maná de los dioses para las finanzas y el neoliberalismo emparejado con el autoritarismo, como en sus peores momentos.

Pero existe todavía otra pesadilla que está por llegar: una nueva crisis financiera. La pregunta, por cierto, no es si esta crisis se producirá, sino cuándo se va a producir. El aumento de la volatilidad de los mercados financieros y la acumulación de la deuda son las consecuencias de una política amenazadora: el BCE puso dinero en circulación que revalorizó las acciones pero no impulsó la demanda y en particular la inversión, mientras que las tasas de interés negativas estrecharon los márgenes bancarios y estimularon nuevas operaciones financieras de riesgo, de las que el Deutsche Bank es un ejemplo (el valor nocional de los derivados es superior al valor del PIB mundial). Es decir, nuestro problema mundial son las soluciones al problema.

Al finalizar el año pasado, nos encontramos con una crisis de la demanda mundial y con una escasa capacidad para responder a una recesión, porque los bancos centrales no pueden hacer mucho.

Tomen nota, por favor: el centro del peligro está en Europa, que acumuló los mayores errores durante toda la década y lo pagará ahora con la ‘trumpificaçión’ de su política en Francia y Alemania.

Europa en el torbellino

La anterior crisis financiera, desencadenada por el colapso de las subprime a partir de verano de 2007, fue una oportunidad para cambiar la brújula. En el caso de la Unión Europea, el crash y la prolongada recesión fueron el contexto, la justificación y el motor para realizar mas cambios en los sistemas sociales, sometiendo la disputa social por los salarios a un nuevo mecanismo de control y transferencia de ingresos para el capital.
En crisis anteriores, el mecanismo de ajuste fue la depreciaciación de los salarios a través de la inflación o los aumentos de impuestos, reforzada mediante la depreciación de la moneda. Las políticas fiscales y monetarias se utilizaron para devaluar una parte del capital y sobre todo para devaluar el trabajo, ajustando de esta manera el proceso de acumulación.

En las condiciones actuales, ninguno de estos instrumentos se encuentra disponible, al menos en la zona euro. Así que para este cambio gradual de régimen, el aumento del desempleo estructural se ha convertido en el instrumento más importante para reducir los salarios directos, y el aumento de los impuestos para reducir el salario indirecto. La Figura 1 muestra el aumento del desempleo en la zona euro durante los primeros años de la recesión, y conviene señalar que el resultado agregado oculta los extremos, especialmente el crecimiento exponencial del paro en España, Portugal y Grecia.

Gráfico 1

F: Mark Blyth (2013). Promedio en toda la zona del euro en 2013

Este gráfico, como los siguientes, muestra la evolución durante los años inmediatamente posteriores a la crisis financiera, para dejar claros los factores agravantes de las contradicciones y la posibilidad de haber optado por una alternativa. La verdad es que esto es la historia de un fracaso (o del suceso de la destrucción): ante la crisis que el desempleo pone de manifiesto, se elige la solución de la austeridad, que agrava la crisis. La austeridad siempre fue una «idea peligrosa», tal como señaló Blyth.
Para este análisis, el indicador del desempleo es preferible al del PIB, ya que es más representativo de la evolución de la situación social y no tanto de un efecto de combinación de señales posiblemente contradictorias. Y este indicador describe el proceso de desintegración de las sociedades europeas, en particular de protectorados bajo la política de austeridad: en promedio, en la zona del euro, desde el tiempo de las subprime hasta ahora, el desempleo se ha duplicado.

La justificación para esta corrección ‘austeritária’, que condujo a un aumento del desempleo, fue la insostenibilidad de las deudas soberanas (deudas públicas), alimentadas por un gasto público excesivo e ineficiente. Sin embargo, como se puede ver en los gráficos de Mark Blyth, este es un caso en el que la causa parece ser consecuencia de la consecuencia o en al que la consecuencia parece ser causa de la causa: el aumento del gasto público se produce después de la crisis y no antes crisis.
El Gráfico 2 muestra como creció el peso de las deudas soberanas a lo largo de cuatro décadas, siendo evidente que se estabilizó durante los primeros años del nuevo siglo, para dispararse a continuación con la recesión.

Gráfico 2

F: ibid. Media no ponderada de la deuda soberana promedio de trece países de la OCDE, incluyendo las economías dominantes

Evolución del peso de las deudas soberanas hasta los programas de ajuste en Grecia, Irlanda y Portugal, 1970-2011

Lo mismo ocurrió en cada uno de los países, si se toman por separado. Ocurrió incluso en Alemania: se produjo un aumento del gasto público como respuesta a la depresión y, en consecuencia, el peso de la deuda en el Producto creció significativamente, pasando de cerca del 65% en 2008 al 80% en 2011.

Gráfico 3

F: ibid.

¿El buen ejemplo de Alemania?

La política del gobierno alemán era la misma que la que crítica o impide que se aplique en otros países: amplió la política presupuestaria para estimular la demanda, como respuesta a la crisis. Pero no permite que esto se lleve a cabo en otros países, a los que impone condiciones de austeridad, es decir, de política recesiva para responder a la recesión. En consecuencia, en los países sometidos a rescate y que, no siendo centros financieros, están obligados a pagar un interés excesivo por la financiación en los mercados internacionales, el déficit y la deuda se agravan por efecto de la recesión, al tiempo que aumenta el desempleo y las economías pierden capacidad de producción, o sea, que pierden la capacidad de resolver la crisis recesiva.

Saturno y sus hijos

¿Así que todo lo peor que podía pasar en 2016 llegó a pasar? Calma. Los pronósticos apocalípticos eran un poco exagerados y todavía hemos de ver lo peor. Estas predicciones vinieron de todas partes, es cierto: los adversarios de Brexit anunciaron la catástrofe si el Reino Unido optaba por salir de la Unión Europea, muchas gentes del continente continental suspiraban para que llegara un momento clarificador que iluminara sobre los errores de la institución europea. Y, sin embargo, «los mercados», el termómetro de nuestros días, no dijeron ni mu. No hay recesión en el Reino Unido, ni los capitales huyeron, ni la Unión desbancó..
Lo mismo en Italia. El referéndum se volvió en contra de Renzi y de sus planes de concentración de poder, forzando los resultados de las elecciones (él el primer ministro sin haberse presentado a las elecciones), pero «los mercados» se mantuvieron en lo suyo. En resumen, el Brexit todavía necesitará su tiempo y en Italia no hay aun un tipo de Brexit.

El problema empieza a partir de ahora, porque, como nos dicen, calma, Italia no está por el Brexit, no hay que asustarse, y luego Francia tampoco está por el Brexit, como Italia, Austria es un lugar tranquilo, Holanda no es Francia, Alemania no es Holanda, todos los casos son diferentes y todos tienen el mismo problema. Eso significa que tenemos el peor de los problemas: la Unión, como Saturno, quiere devorar a sus hijos. Calma, por lo tanto, pero atención, porque hay que tener en cuenta que la cosa está peor incluso de lo que parece.

Se fue Cameron y se fue Renzi. Hay que tener en cuenta la coincidencia: ambos tenían amplia mayoría parlamentaria. No les fallaron las instituciones, fue el pueblo, hasta el punto de que, confundidos en el intento cesarista de un referéndum, se embarcaron en ambos casos en juegos políticos que precipitaron su caída. Hollande también se va y probablemente Dijsselbloem también se irá, o quien lo sostiene, y vamos a ver quién más. Saturno va tras todos sus hijos, metódico y voraz, mientras los creadores de las normas europeas y sus líderes van creando vacíos a su alrededor.

De hecho, la UE no tiene un liderazgo convincente. Tiene una jefatura autoritaria, pero renuente y postrada, Merkel, que, tras el fracaso del acuerdo con Turquía sobre los refugiados, se retiró para estar pendiente de sus elecciones (tal como se ha recordado, en Europa no se hará nada hasta octubre de 2017, cuando en Alemania vayan a las urnas y poca cosa se hará de manera diferente a partir de entonces, ya que la correlación de fuerzas será todavía peor). La UE también tiene también bomberos pirómanos en los países del Este, celebra cumbres «refundadoras» cada semestre, genera discursos inconexos y, en ausencia de cualquier otra cosa, elabora llamamientos a los «valores» para conmover a los creyentes. En esencia, no sabe qué hacer y no hace nada.

En esta parálisis, el peligro es Saturno, que devora a los gobernantes, les conduce a la irrelevancia y deja pasar el tiempo. Perdida la capacidad de responder a escala nacional a la crisis económica, se vuelven rehenes de las agencias de calificación; renunciando a la democracia parlamentaria para votar los presupuestos, resuelven con reglas sin legitimidad; reducen la política al arte de la espera de un milagro y quedan reducidos a espectáculo. Y el espectáculo no es suficiente para entretener durante todo el día.

Es por eso por lo que debe asustarnos la calma de los «mercados» en Italia y en el Reino Unido. La prolongación de la agonía de una recuperación mediocre que deja a los jóvenes en el desempleo, hacer la vista gorda a las guerras del petróleo y los muros contra sus refugiados, son las opciones que agravan las divisiones, la desconfianza y la corrosión social, es decir, esto si que es el trabajo de Saturno.

La Unión se destruye por dentro, porque es divergencia y no es Unión. En otras palabras, la calma Europea es solamente miedo. Miedo a que se necesite inyectar rápidamente varios miles de millones en el banco Monte dei Paschi di Siena (Nota: esto fue escrito a mediados de diciembre, antes de la decisión sobre el Monte), miedo de que venga después Unicredit, miedo lo que pueda dar de sí el Deutsche Bank, el miedo al dominó.

Pero, sobre todo, Europa tiene miedo de todas las elecciones. Es esto lo que se viene abajo. La diferencia es la siguiente: ya estuvieron Berlusconi y Sarkozy en el Consejo Europeo, como Trumps avant la lettre, la cosa iba bien desde los tratados si pusieran en pie para hacer cumplir las reglas del euro; ahora el virus de la desconfianza rompe esquemas, descompone a los partidos de la postguerra, se convierte en un calvario de desmantelamiento. Es la obra de Saturno.

Conclusiones para la política

Esto me permite presentar seis conclusiones, mediante revisando los argumentos aquí compilados y sugiriendo otros para el debate.
La primera es que las crisis forman parte del pulso del capitalismo, aunque en las últimas dos décadas las burbujas especulativas hayan tenido mayor volumen e impacto como resultado de la globalización y la liberalización financiera.

La segunda es que esta combinación de acumulación de dificultades por medio de la extracción de los ingresos financieros ha creado un proceso de endeudamiento insostenible, que condujo a la crisis de las subprime de 2007 y a la recesión de 2008, después de un largo período recesivo.

La tercera es que este proceso de endeudamiento se vio alimentado por la creciente desigualdad que, al igual que en la década anterior a la primera depresión (1929), estimuló la transferencia de ingresos de los trabajadores y pensionistas hacia las finanzas, primero a través de la deuda privada y luego de la deuda pública.

La cuarta es que la política de austeridad orientada hacia el aumento del desempleo tiene un efecto estratégico: debilitar el poder de negociación de los trabajadores y de los movimientos sociales y obtener la privatización los bienes públicos esenciales, y se diferencia así de las políticas de respuesta a la primera gran depresión, con las que se procuraba aumentar la inversión para crear puestos de trabajo.

La quinta conclusión es que la recesión y austeridad generan el espiral de la deuda, por lo que la austeridad es la causa más que la cura de la depresión. La austeridad es además una idea peligrosa. Para responder a la depresión es preciso poner fin a la austeridad y, por lo tanto, la reestructuración de las deudas.

La sexta conclusión es que para reestructurar las deudas es preciso abandonar el euro e imponer y reconvertir la deuda en la nueva moneda nacional, devaluada para promover la sustitución de importaciones y mejorar los saldos comerciales y, sobre todo, permitindo asi la emisión monetaria y, por tanto, dejar de depender de la financiación a través de los mercados financieros, recuperando un banco central nacional. Después de la experiencia del gobierno griego, no es posible que la izquierda siga fomentando la ilusión de que la Unión Europea permite una negociación amable para un acuerdo que salve las economías endeudadas. Si Grecia ha enseñado algo ha sido que el castigo político y la destrucción de un país serán los instrumentos de la Comisión y del BCE para garantizar la protección de los acreedores y las rentas perpetuas para apoyar la financiación.

El centro y la izquierda en la evolución europea

Con la actual correlación de fuerzas y con la polarización política que la victoria de Trump acentúa, la pregunta más difícil de responder es si las izquierdas pueden protagonizar la alternativa. Deben hacerlo, en todo caso. Como que la Unión es la divergencia, caminará hacia la descomposición o recomposición y, si los movimientos populares no tienen la capacidad de determinar las políticas, estos serán los primeros objetivos del populismo y de las instituciones que lo instigan. Así, la recuperación de la iniciativa por parte de los movimientos populares significa la movilización de las mayorías que, en este contexto de desintegración, puede levantar al mismo tiempo la legitimidad democrática (y por lo tanto las identidades de los estados-nación, que son el único sostén de la democracia) y un proyecto de lucha por el pleno empleo (y, por tanto, la reestructuración de la deuda con la salida del euro y la nacionalización de los bancos).

¿Puede esta mayoría hacerse con el centro? No puede, o al menos no se puede hacer de forma estable de tal manera que responda a la crisis europea. El centro está desapareciendo, porque los partidos socialistas, al igual que otras formaciones, fueron absorbidos por la doble idea del predominio de las finanzas (que es el modo de reproducción social de la élite) y la idolatría del neoliberalismo (que es la ideología autoidentificadora y constitucional de la UE). En casi todos los países, empezando por Alemania, los líderes del PS forman parte de los engranajes de la máquina de justificación de la austeridad, la privatización y la desregulación. El discurso sobre los «valores» de Europa se ha convertido en el mantra que unifica a las élites gobernantes y que preside su educación y reproducción, sin admitir excepciones ni disensiones.

La doctrina y las reglas de la libertad de circulación de capitales, que destruye la posibilidad de que las políticas de expansión de la demanda o de reorganización de la oferta y de los sistemas de producción, es el dogma que se escribe en los tratados europeos, blindados a alteraciones que puedan favorecer políticas anti-cíclicas. En otras palabras, la Unión Europea sólo reconoce las políticas destructivas para responder a una recesión y sólo se reconoce en el discurso que las ensalza.

Es cierto que ha habido algunas excepciones en el campo de los partidos socialistas en los últimos tiempos: la revuelta de las bases del Partidos Laborista contra Blairismo con la elección y reelección de Corbyn, y la aceptación por parte del PS portugués de un acuerdo con la izquierda, en contra de toda su historia. Estos casos muestran que las políticas de izquierdas tienen que encontrar caminos unitarios, siempre que se puedan medir en logros sociales importantes, que se contrapongan a la cultura de sumisión a la austeridad. Si el nuevo gobierno portugués aumenta el salario mínimo a pesar de la ira de la patronal y de la presión europea, si se compromete a no privatizar y a dar marcha atrás todo lo posible en esa política a pesar de las presiones internacionales, a reducir los impuestos sobre el trabajo y a reequilibrar el sistema fiscal en detrimento de los grandes patrimonios, si se incrementan las pensiones y se recupera los salarios recortados durante el período de la troika, entonces eso ayudaría a recomponer la correlación de fuerzas. Así que hay que poner mucha atención en el contenido específico de la política y la responsabilidad de luchar por nuestra gente.

Pero éstas son excepciones creadas por las circunstancias. En Alemania, el SPD es parte de la mayoría Merkel; y tanto Gabriel como Schauble se alinean en el ataque contra Grecia. En España o en Francia, el centro se va fragmentando por haber seguido la orientación que criticó y contra la que prometía ofrecer una alternativa.

El centro vive bajo una amenaza. La amenaza es su propia ortodoxia neoliberal y, en particular, el riesgo de una próxima crisis financiera que acentúa la agresión económica neoliberal, es decir, la trumpificación de la política europea. Mediante la adopción de políticas neoliberales, el centro ha dado la victoria a la derecha en casi todos los países y, después de diez años de recesión y estancamiento, la situación social y la capacidad de respuesta es disminuida por la austeridad. Europa está menos preparada para responder a una nueva crisis: los bancos centrales no pueden actuar con impacto rápido (los tipos de interés ya no pueden bajar), el desempleo es mayor que en cualquier período anterior a las recesiones pasadas, y la vulnerabilidad social es más pronunciada. La desigualdad, que es el nombre de la explotación en la sociedad de clases, es ahora mayor que antes de la crisis de 2007-2008. Conclusión: una nueva crisis financiera provocará políticas sociales más duras y continuará destruyendo el centro.
Europa está cambiando, sí, pero sus instituciones forman parte de esta deriva hacia la derecha. La UE se ha convertido en una máquina para la hegemonía de la derecha, su agenda se reduce a la política neoliberal y aplica únicamente la vieja solución: búsqueda de más valor absoluto, más tiempo de trabajo, con menores salarios y pensiones más bajas, menor salario indirecto (escuela, salud, políticas sociales) y más sumisión.
A los analistas y lectores, una nota: no hay que olvidar nunca lo esencial. Todo lo que está en juego es la distribución de lo que se produce.

A los militantes de izquierda, sólo un consejo: no piensen que la música que sonará será la misma de siempre. La historia comienza como farsa puede terminar como tragedia. Todo depende de quién esté y de lo que hagamos.

moderado por:

  • Lourdes Lucía

    Abogada y editora

  • Teresa Gómez

Conclusión del debate

El cambio que necesita Europa para que la gente se sienta segura

Europa está en crisis y la izquierda europea no es capaz de dar respuesta. Cuando la izquierda no encuentra la respuesta «la extrema derecha es el plan del B del sistema». Este fue el debate que se puso sobre la mesa este miércoles en el coloquio organizado por Espacio Público. Existe una mayoría social que anhela un cambio, en cambio la izquierda europea está en crisis y esto lo está aprovechando la extrema derecha.

En un debate organizado por Espacio Público, la política y exministra socialista Cristina Narbona, el economista y miembro del Consejo de Estado de Portugal Bloco de Esquerda, Francisco Louça, la antropóloga y activista ecofeminista Yayo Herrero, el periodista Josep Ramoneda y el economista Nacho Álvarez han reflexionado este miércoles sobre el auge de la extrema derecha y las oportunidades para el cambio en Europa. El debate ha sido moderado por la directora de Público, Ana Pardo de Vera.

Europa necesita el cambio, pero ¿de qué forma puede hacerlo? Hay puntos de intersección sobre las crisis europeas. Hay quienes proponen promover el cambio a través de las instituciones y quienes piensan que lo mejor es acabar con Europa y empezar de nuevo.

La extrema derecha en Europa

«El problema al que vamos a asistir es que una parte de la derecha clásica se acerca a la extrema derecha que tratará de homologarse”, explicaba el periodista Josep Ramoneda. Ramoneda ha explicado que a la izquierda social demócrata le está costando encontrar las claves para responder a las inquietudes de la ciudadanía. A día de hoy hay un malestar profundo y la extrema derecha se está convirtiendo en la consecuencia final de “una fantasía”.

Marine Le Pen es ejemplo de ello. Ramoneda explica lo siguiente: «Ha habido una evolución del discurso de Le Pen, pasó de un discurso de mujer moderna con dos demonios: Europa y el islam. Al mismo tiempo en el seno de su partido estaba su sobrina, quien representa un núcleo ideológico muy duro, muy católico, integrista y conservador. Esta mezcla ha hecho posible que la capacidad de atracción fuese importante».

A día de hoy, y en opinión del escritor, “la diferencia entre fascismo, derecha y extrema derecha se está acortando”. Por este motivo Ramoneda llama a recuperar la idea del progreso con una perspectiva de futuro ya que alerta de que “la extrema derecha es el plan B del sistema”.

El periodista explica que la extrema derecha ha aspirado más que la extrema izquierda y que a esto se le ha llamado «populismo». Un término al que Ramoneda se niega utilizar. Considera que «no es una categoría que explica sino que es una categoría que etiqueta. Solo quiere decir que ‘estos señores no son aceptables para gobernar en el régimen en el que vivimos’, y por tanto no me interesa como categoría».

Las democracias liberales están en crisis y parecen no tener respuesta al movimiento de extrema derecha europeo. En cambio esta situación en Portugal es diferente.

El caso portugués

Francisco Louça, dirigente del Bloco de Esquerda en Portugal alerta: “Todas las sociedades europeas tienen miedo de las decisiones en Europa, eso quiere decir que se tiene miedo a la solución que se basa en la democracia”. En el país vecino la extrema derecha no tiene significado y esto, según explica Louça, se debe a que en Portugal la democracia surge de la revolución y con la derrota de la dictadura se desplaza a la política. En Portugal “la mayor amenaza es lo que ocurre en Europa”.

Además, Louça advierte de que en Europa se está utilizando la amenaza “para justificar un paso que no se había dado hasta ahora” y es el de “limitar las libertades y favorecer la militarización”.

El político portugués llama a “mirar con atención a la extrema derecha europea”, aunque afirma que a pesar de ser una gran “amenaza” existen problemas más terribles en nuestro continente.

Louça alude a la economía para tratar la crisis europea. «Pensar que el desarrollo del capitalismo europeo es el resultado histórico inevitable tiene una idea por detrás del contrato social europeo, una solución socialdemócrata. Habría una forma de democratizar europea».
Además, afirma que dar un paso más a la reconstrucción «es peligroso». El cambio del capitalismo provoca la supremacía de las finanzas.
Louça explica que la única forma de encontrar una solución a la moneda europea pasa «por la devaluación», es decir «reducir salarios y pensiones». El economista portugués alude al caso de Grecia y afirma que «solo se pueden discutir soluciones basándonos en el caso de Grecia».

Asimismo, explica el término de varias velocidades: «Todos los gobiernos dicen que estarán en la primera velocidad, y esto es solo publicidad. La única razón política es que nadie sabe que son varias velocidades». Francisco Louça concluye que «el cambio necesario está en la correlación de fuerzas democráticas».

«Si la izquierda no lo evita triunfará la tecnocracia»

Cristina Narbona también quiso dar su punto de vista sobre la situación de la extrema derecha en Europa. “El mundo a día de hoy se enfrenta a una crisis social y ecológica y debe ser la izquierda la que ponga los límites”, de esta forma analizaba la situación europea la militante socialista.

La exministra de Medio Ambiente considera que el mundo se enfrenta a una fuerza civilizadora y que “si la izquierda no lo evita triunfará la tecnocracia conservadora que conducirá al colapso”. Solo podrá forzar un cambio las alianzas progresistas que surjan en cada país. “Debemos insertar en nuestro debate la evolución del proyecto europeo y cómo cambiarlo, algo que solo podrá cambiar con una alianza de fuerzas progresistas”.

La militante socialista considera que en España se está iniciando “un nuevo tiempo político que sirva para crear un espacio positivo de consenso”. A pesar de ello alerta del auge de la extrema derecha y pide “una vacuna contra los pliegos de la extrema derecha”. Considera que la única vacuna posible contra las posiciones conservadoras es “una revisión del contrato capital-trabajo para poder construir un nuevo contrato que persiga un progreso más justo, seguro y duradero”.

Narbona considera necesario insertar «nuestro debate en la evolución del proyecto europeo y en cómo puede cambiar. Solo puede cambiar con una alianza de fuerzas progresistas. Esto se debe empezar a construir en el ámbito de cada país y en España estamos en el inicio de un nuevo tiempo político que sirva para crear una espacio positivo de consenso.»

Además, Narbona, ya en el plano económico, reconoció que la reforma del artículo 135 de la Constitución «era un error» ya que «obligaba a respetar los límites». Hasta 2011 la Constitución reconocía lo siguiente: «El Gobierno habrá de estar autorizado por Ley para emitir Deuda Pública o contraer crédito», es decir, el artículo facultaba al Gobierno para emitir deuda pública y así financiarse. En cambio tras la reforma el artículo se amplió a cinco puntos y ponía tope al gasto del Estado y a la exigencia de pagar la deuda pública antes que nada.

Narbona considera que se debe producir de otra manera y aspira a soluciones «supranacionales». Sus argumentos coinciden en este plano con los de Yayo Herrero.

Un progreso «más justo»

Un progreso más justo también lo reclamaba la activista ecofeminista Yayo Herrero. Yayo denuncia que “dentro de nuestro modelo económico solo se ve lo productivo y no se ven las necesidades humanas”. Las sociedades creen “en la economía y no en quien las sostiene”.

La antropóloga denuncia que las rentas de trabajo bajas no mantienen el modelo económico. A Herrero le preocupa el incremento del PIB y considera necesario tener en cuenta el «cómo, quién y para qué» se produce.
Además, explica que existen rentas bajas «porque no se puede mantener el crecimiento». De esta forma critica que se impidan la llegada de recursos naturales.

Yayo alude al discurso homófobo de Le Pen de “no cabemos todos” para denunciar que con este argumento la líder de la ultraderecha francesa es capaz de proporcionar un discurso “más creíble y fundamentado” y ahí radica el problema actual de Europa. “El sostenimiento de este modelo requiere que haya otras personas excluidas y por eso el sur de Europa tiende a la expulsión de los focos”.

Herrero apela a la necesidad que tienen las izquierdas «de hacer propuestas creíbles” ya que hasta que no los hagan “no tomarán tierra”. La activista incide en los datos y rechaza «considerarlo catastrofismo», cree que las políticas deben gestionar la demanda. Considera que «la izquierda tiene que tomar tierra».

Yayo Herrero debatió con Josep Ramoneda sobre la posible solución de Europa. Mientras que el político explicaba que aludir al catastrofismo no era la solución, y se resistía al aquí no acabemos todos y «se debía debatir» porque imponía el «miedo y la inseguridad». Ramoneda afirmaba entender que «una de las urgencias principales es reconocer que los miedos y las inseguridades son fundadas y por tanto hay que construir sobre ellas.» Yayo explicaba que estos eran los datos. La activista ecofeminista aludía a la huella ecológica para defender sus argumentos.

Herrero defendió que «si toda la población del planeta viviese como la vida de una persona nos harían falta 3 planetas. Desde los años 80 los rendimientos del trabajo han ido descendiendo y lo que ha ido subiendo son rentas financieras. Las rentas del trabajo bajan porque no hay condiciones materiales que sostengan el modelo de crecimiento»

«La crisis de la UE es la crisis de la socialdemocracia»

El economista Nacho Álvarez también ha querido mandar un mensaje a las izquierdas europeas para salvar su situación y hacer frente a la extrema derecha. Álvarez pide que sean capaces de “construir discursos que puedan transmitir la idea de que la seguridad pasa por el cambio”, y en ningún caso la izquierda debe dar a elegir entre seguridad y cambio porque de esa forma no triunfará.

El economista hacía referencia a que «la crisis de la Unión Europea es la crisis de la socialdemocracia» y explicaba la existencia de dos tipos de crisis: una de tinte social y otra política.

El responsable de economía de Podemos explicaba así la crisis de la izquierda : “Buena parte de las sociedades europeas entienden que no solo hay una crisis económica y que la gestión se torna en una suerte de estafa y esto ocurre cuando se visibiliza la ruptura del contrato social.” Alude a dos planos uno nacional y otro supranacional.

En España esta ruptura se visibilizó con el movimiento 15M. En Europa hay una mayoría social “que anhela un cambio” y para ello Álvarez propone que se construya “un frente que se oponga al neoliberalismo de los últimos años”.
La crisis de la izquierda preocupa a los demócratas y por ello Ramoneda opta por “construir una idea de progreso”. Es necesario que la gente tome conciencia “de que lo que está lejano está ya aquí”. Por tanto es importante acortar la distancia mentalmente y que la recuperación «se produzca en el ámbito de las ciudades».

Opinión que comparte Louça quien pide atención para “mirar lo que se puede hacer a corto plazo” y denuncia que «la unión provoca la desunión».

Cierre de los debates de ‘Espacio Público’

Desde la fila cero hubo quien quiso apuntar sus conclusiones. Jaime Pastor afirmó que «la Unión Europea es irreformable». Eddy Sanchez explicó que «la batalla política está en la periferia. Ambos habían participado en los debates de Espacio Público.

Con este coloquio se ha cerrado el debate iniciado en Espacio Público sobre las oportunidades para el cambio en Europa, propuesto por Francisco Louça y la discusión sobre el auge de la extrema derecha que arrancaba con un texto de Josep Ramoneda.

Ambos debates han contado con la intervención de intelectuales y dirigentes como Rosa Regàs, Ska Keller, Marina Albiol, Nick Dearden, Miguel Urban, Carlos Berzosa, Héctor Maravall, Isidor Boix, Julián Ariza, Javier Madrazo, Pere Vilanova, Joan Subirats, Jaime Pastor, Javier Doz, Sabino Cuadra, Daniel Albarracín, Fernando Luengo, Eddy Sánchez, Gabriel Flores…

Ponencia inicial

El ascenso de la extrema derecha en Europa

El ascenso de la extrema derecha en Europa

Notas sobre el auge de la extrema derecha en Europa

1.- La extrema derecha no es el fascismo, aunque en algunas cosas se le parezca. Podríamos decir al modo de Emmanuel Terray que la extrema derecha “se mueve en el espacio intermedio que separa a la derecha clásica del fascismo”. Si en la derecha hay siempre una pulsión a favor del orden establecido, no es el caso del fascismo que pretende la construcción de un Estado nuevo, que alienta a las masas contra las élites, que cree en la violencia y en la guerra como estado superior de la realización humana y que hace del vínculo directo entre el líder y las masas la forma suprema de la política.

No hace falta recordar que para Carl Schmitt el estado nazi y el estado bolchevique tenían una cosa común: era las dos formas de estado modernas. Esto no significa que no haya espacios de proximidad entre la extrema derecha y el fascismo. Buena parte del programa –sobre todo por lo que hace a la exaltación nacional, la defensa de una identidad excluyente conceptualmente cercana a la idea de raza y a la identificación pueblo patria- es compartida.La derecha democrática se mueve actualmente entre los parámetros del llamado neoliberalismo económico y el conservadurismo social.

Los neoliberales ponen el acento en la desregulación de la economía, en el papel ancilar de la política supeditada a las exigencias del poder financiero global, en el cosmopolitismo, en la globalización sin fronteras, en la prioridad del crecimiento y del beneficio empresarial sobre la redistribución y la cohesión social. Aunque el crecimiento de momento sólo beneficie a unos pocos, a la larga acabará reportando beneficios a todos, como el agua que cae del cielo.

El escritor suizo Jonas Luescher bautizó este argumento como teoría del estiércol de caballo: “Cuanta más avena demos al caballo, más abundante será su producción de excrementos y los pajarillos tendrán más para comer”. Apoteosis de la idea de desigualdad y del desprecio del neoliberalismo por el común de los mortales. El conservadurismo apuesta por la continuidad, por la tradición, por los valores cristianos, por el orden por el marco patriótico y nacional. Ambas concepciones raramente se dan en estado puro, y más bien se han ido acoplando en la medida en que el neoliberalismo marca los límites de la gobernanza económica y el conservadurismo aporta la cobertura política, para hacer más llevaderas las incertidumbres que el proceso de globalización genera en los ciudadanos.

François Fillon es un ejemplo casi perfecto de ello: él mismo se presenta como liberal en lo económico y radical conservador en la tradición de la derecha católica francesa.En este contexto, la extrema derecha representa la radicalización de los valores conservadores para encuadrar a unas clases medias y populares que se sienten abandonadas e indefensas. Los valores fundamentales son compartidos: orden, autoridad, jerarquía, desigualdad, defensa de las instituciones, nacionalismo fundamental, prioridad a los nacionales, lo que vería es el nivel de intensidad. Volviendo a Emmanuel Terray: “Si la derecha clásica sólo admite la violencia si se ejerce en los límites fijados por la ley; la derecha extrema la contempla como un medio entre otros, a utilizar en función de las circunstancias”. Y así el rechazo al extranjero se convierte en xenofobia, el patriotismo en nacionalismo identitario y chauvinismo, la lucha antiterrorista en guerra al Islam, la autoridad en autoritarismo.

Y una última precisión conceptual: hay que abandonar la inflación de palabras usadas con intencionalidad política, ya que nada significan: no aportan conocimiento sino confusión; no sirven para entender sino para fomentar la ignorancia. La razón de su uso es estrictamente descalificatoria. Simplemente, se trata de colocar una etiqueta al adversario que le marque como excluido. Me refiero especialmente a populismo y antisistema. Y ahora está entrando en escena una tercera que camina rápidamente hacia este papel de gadget ideológico para todos los servicios: posverdad.A juzgar por los discursos oficiales, Marine Le Pen, Trump, los Grillini, el independentismo catalán y Podemos tienen en común que son populistas y antisistema. Magnífico recurso para descalificar a todo aquello que desborda los estrictos límites del monopolio tradicional del poder, sin aportar información ni conocimiento alguno. Lo único que une a cosas tan dispares es que son diferentes expresiones al malestar generado por los estragos provocados por los años nihilistas en que se creyó que todo era posible, que no había límites al capitalismo, que acabaron con la crisis de 2008, y por la gestión que de ella hicieron los gobiernos conservadores y socialdemócratas.

Pero la extrema derecha, ya sea en su versión norteamericana –Trump- o en su versión francesa –Le Pen- no tiene nada de antisistema, al contrario, es el plan B autoritario del sistema, y el independentismo catalán será anticonstitucional pero sumamente respetuoso con el sistema económico y social.Igualmente, populismo es una palabra que atrapa todo, que ya no significa nada. Sus definiciones más solventes son dos: hacer promesas a la ciudadanía a sabiendas que no podrán ser cumplidas. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Nada se ajusta tanto a esta definición como la campaña electoral de Rajoy de 2011. La otra definición gira en torno a la conversión del pueblo en sujeto político de cambio, bajo liderazgos personales fuertes. Pero el pueblo es un concepto demasiado amplio, que sólo adquiere sentido desde la pluralidad que lo constituye. Algunos dirigentes de Podemos han hecho suya la idea de populismo, para identificar la construcción de un nuevo relato de base popular. Pero que poco tiene que ver con el uso descalificativo que se hace del término populismo, y con los otros movimientos identificados como tales. En cuanto a la posverdad -`presentar como novedad la apelación a los sentimientos y a las emociones en política’-, me parece ridículo. La novedad es que la viralización de las mentiras las convierte en verdades con grandes dificultades para combatirlas. Para revisar el crecimiento de la extrema derecha en Europa hay que despojarse de estos tópicos.

2.- En general, toda Europa viene sufriendo un desplazamiento a la derecha desde los años 80. La inseminación de la derecha clásica por el llamado neoliberalismo, que ha dado lugar a una síntesis a menudo llamada neoconservadurismo, en un contexto de inseguridad e incertidumbre creciente; y la incapacidad de la izquierda para dar respuesta al desamparo de las clases medias y populares hundidas por la crisis, ha dejado espacio libre al crecimiento de la extrema derecha en Europa. La derecha clásica ha sido radical en las devastadoras políticas económicas, pero discreta y prudente en el discurso público. Y la extrema derecha, sin complejos a la hora de levantar la voz, ha canalizado las iras de muchos sectores. Y ha conseguido arrastrar a buena parte de la derecha –e incluso a la izquierda en algunos casos- para hacer su propia agenda.La extrema derecha se nutre de las crisis de las clases medias. Como ha descrito Marina Subirats, desde los años 90 se fue construyendo la ilusión de que toda la sociedad era una inmensa clase media, con unos pocos ricos en la parte de arriba de la pirámide que habían optado por la secesión, y unos sectores marginales, casi invisibles, por la parte de abajo. Unos compraban en Zara y otros incluso en Louis Vuitton pero la quimera de la felicidad estaba construida con los mismos mimbres mentales del consumismo de masas. Esta ilusión se quebró con la crisis de 2008 que rompió a las clases medias por la mitad. Los que conservaron el empleo y pudieron mantener su trabajo profesional, favorecidos por la caída de la inflación, pudieron trampear la crisis razonablemente, pero se sintieron asediados por una de los sentimientos que más rápidamente se propagan en las clases medias: el miedo.

Los que perdieron posición y se encontraron ante un abismo que creían ya superado para siempre, entraron en el desconcierto y la angustia. Y muchos de ellos abandonaron a los partidos en los que habían confiado al sentirse traicionados y se dejaron llevar por el rechazo a la política o por las promesas de redención comunitarista que ofrecía el discurso duro de la extrema derecha. La izquierda vio cómo su propio electorado se iba al otro lado del espectro. Y la derecha, pero también la socialdemocracia, optaron por el mimetismo de la extrema derecha: seguridad, xenofobia y miedo, con lo cual no hicieron más que reforzarla.3.- La ciudadanía, en su desamparo, necesitaba chivos expiatorios: los encontró en los inmigrantes y en las élites. La crisis de los refugiados –a la que Ángela Merkel intentó inicialmente responder con franqueza, pero acabó acomodándose al estado general de opinión- reforzó el discurso contra los extranjeros, convirtiendo a los nacionales en víctimas y presentando a los inmigrantes como privilegiados que nos roban bienes y derechos.

Desde esta perspectiva se han ido desplegando todos los tópicos del discurso de extrema derecha: excepción nacional, antieuropeísmo, repliegue identitario, prioridad a los autóctonos, comunitarismo, rechazo a la diversidad cultural. Los atentados del terrorismo yihaidista han reforzado el rechazo al extranjero, convirtiendo a los musulmanes en principal chivo expiatorio.El complemento ideológico de la extrema derecha es el discurso antiélites, que les permite presentarse como lo que no son: una alternativa al sistema. En realidad, la extrema derecha es el plan B del sistema: la vía más directa hacia el autoritarismo posdemocrático. Pero se trata de capitalizar la reacción de la ciudadanía contra unas clases dirigentes y contra una clase política que, escondida detrás del discurso de los expertos, se ha ido alejando de la ciudadanía y desconectando de ella. Y para ello se presenta como personas ajenas a los que mandan, cercanas al pueblo y parte de él. Autenticidad popular como fondo de legitimación: somos como todos. El discurso antiélites es también una respuesta a una política que está transformando la democracia por la vía de la transferencia de la soberanía hacia la aristocracia de los expertos. Es decir, hacia la liquidación de la democracia liberal.4.- La derechización de Europa debilita enormemente los valores de las grandes tradiciones liberales y republicanas europeas. Como si la enorme inundación producida por la globalización, que siguió a la caída del muro de Berlín, siguiera todavía activa. Primero, se llevó por delante al comunismo, después a la socialdemocracia, ahora tocaría al liberalismo.

La razón crítica, la conciencia universal expresada en el imperativo categórico kantiano, la idea de humanidad como portadora de derechos básicos de todas las personas, las libertades civiles, se sienten amenazadas. Y el principio republicano es reemplazado por un comunitarismo de la peor especie. Y lo grave de la situación es que la derecha abandona el liberalismo ideológico –que no el económico- para hacer suya la agenda de la extrema derecha. Lo hemos visto en Francia donde la derecha católica, tradicional y conservadora ha desplazado al más liberal de los candidatos de las primarias, Alain Juppé, a favor del neoconservadurismo de François Fillon. Y no olvidemos que la derecha española ha sido pionera en este sentido. Mariano Rajoy intentó imponer una contrarreforma en los primeros años de su mandato. El presidente quiso demostrar que la derecha había recuperado el poder sin complejos, y puso en acción al arsenal católico, conservador y centralizador. Desde la impunidad de la mayoría absoluta, implementó tres proyectos estrella que encargó a los tres ministros con más carga ideológica del Gobierno: la ley de Educación de Wert, la ley Mordaza de Fernández Díaz, y la del Aborto, en manos de Alberto Ruiz Gallardón. La propina fue la reforma laboral. Los tres ministros ya no están, sacrificados a mayor gloria del presidente. La reforma del aborto quedó en intento. La Lomce ya ha decaído, envuelta en una promesa de pacto sobre la educación. Y la ley Mordaza está en el punto de mira de la oposición. España resiste, en parte porque la reacción contra la crisis nihilista ha venido de la izquierda y no de la extrema derecha.

moderado por:

  • Carlos Enrique Bayo

    Periodista

  • Henrique Mariño

Conclusión del debate

Tras crisis de los refugiados subyace el fracaso político de la UE. Es la conclusión a la que han llegado este jueves los ponentes del debate Europa ante la inmigración, organizado en Madrid por el foro Espacio Público, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y el diario Público. No sería, pues, una crisis coyuntural debido al éxodo motivado por la guerra siria sino la constatación de que las políticas comunitarias han dado la espalda a los extranjeros que buscan un futuro mejor o huyen de conflictos.

“La UE fracasó en su política de emigración, dejándola treinta años en manos de las mafias. No es un problema de individuos sino un problema estructural”, cree el politólogo Sami Naïr, encargado de abrir el acto, celebrado en Ecooo, y que llenó por completo los espacios habilitados para seguir el debate. “La crisis de los refugiados ha demostrado la ausencia de una política común”, añade el filósofo francés de origen argelino, que considera que “Europa ha pisoteado sus valores”.

El último ejemplo, el pacto con Turquía para expulsar a los solicitantes de asilo llegados a Grecia, que a su juicio “no va a funcionar porque los países miembros no lo van a aplicar o lo aplicarán según sus intereses”. Es decir, que no acogerán a los refugiados que deberían. Basta el ejemplo de España, que en seis meses sólo ha recibido a dieciocho de las casi 16.000 personas que se comprometió a traer a nuestro país.

“Puede erigir los muros que quieran, porque las migraciones seguirán”, añadió Naïr, convencido de que hoy en día “la UE no existe” y de que “sus dirigentes no representan a las sociedades europeas”. Frente a esa pasividad institucional, son las ONG quienes asisten a los recién llegados, lo que lleva al responsable de relaciones externas de Médicos Sin Fronteras, Carlos Ugarte, a considerar “impresentable” que sean los voluntarios quienes tengan que asumir la función de la Unión Europea.

“El faro a la hora de adoptar una solución política es tratar a la gente con humanidad”, cree el miembro de MSF. “Uno no puede blindar las fronteras sin que se desvíen los flujos migratorios hacia los puntos más peligrosos, es decir, hacia el mar”. Ugarte, que recordó que en 2015 hubo casi 60 millones de personas desplazadas en el mundo, criticó a Frontex por estar orientado a la protección de las fronteras, “lo que demuestra la ceguera absoluta de la UE”, que permite que el mar “haga una criba”.

“No sólo es una crisis humanitaria sino también una crisis de derechos humanos”, explicó Itziar Ruiz-Giménez Arrieta, profesora de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autonóma de Madrid. También supone una “crisis de valores de las instituciones europeas, que debería repensar su política exterior”, añadió la moderadora del acto, que dio paso a Estrella Galán, convencida de que “el derecho de asilo ha sido secuestrado, por no decir que ha sido ahogado intencionadamente en el Mediterráneo”.

La secretaria general de CEAR no sólo fue crítica con la “deshumanización” de Bruselas, cuyas estrategias “son parches porque las rutas van a cambiar”, sino también con el Gobierno de Mariano Rajoy. “España ha enseñado a la UE cómo expulsar legalmente a los refugiados, al tiempo que les sigue exigiendo el visado de tránsito, un trámite que no se puede realizar cuando las embajadas cierran debido a las guerras”.

Marina Albiol quiso dejar claro que “ésta no es una crisis humanitaria inevitable sino consecuencia de políticas llevadas a cabo por la UE y Estados Unidos debido a intereses económicos, que es lo que hay detrás de todas las guerras”. La europarlamentaria de Izquierda Unida advirtió además de que “la extrema derecha no está sola”, pues su discurso está siendo compartido por partidos socialdemócratas, conservadores y liberales.

“El acuerdo con Turquía, ilegal e inhumano, es un mercadeo de intereses, pues se compran y venden personas por 6.000 millones”, concluyó Albiol, quien llamó a la movilización de la ciudadanía: “No vamos a ganar nada en los Parlamentos que no se haya ganado previamente en las calles”.

Tras su intervención, tomaron la palabra una veintena de expertos, periodistas, políticos y representantes de ONG. Julio Rodríguez, exjefe del Estado Mayor de la Defensa, criticó el uso de la “estrategia del miedo” por parte de la UE, que ha fracasado por aplicar “soluciones cortoplacistas a problemas que vienen de lejos». El número dos de Podemos al Congreso por Zaragoza, que finalmente no fue elegido diputado en las pasadas elecciones generales, recordó que, tras los atentados de París, las empresas armamentísticas se dispararon en bolsa.

Antonio Miguel Carmona, que encabezó la candidatura del PSOE al Ayuntamiento de Madrid, trajo a la memoria que “Europa creció gracias a la llegada de inmigrantes”. A su juicio, Bruselas no lleva a cabo una política migratoria sino “antimigratoria”, por lo que la gestión de los refugiados supone una “vergüenza”. Carmona, al igual que antes había hecho Galán, censuró que los campos de refugiados se hayan convertido en “campos de internamiento” o de detención. Y abogó por una Europa multicultural: “Debe abrir sus fronteras porque no pertenece a los europeos sino al mundo. Si no es así, dejará de ser Europa”.

Fede García, que trabaja con inmigrantes desde SOS Racismo Araba, criticó “unas leyes que impiden que personas que llevan en nuestro país muchos años no puedan conseguir los papeles”, mientras que el secretario de la federación estatal de la citada organización no gubernamental, Mikel Mazkiaran, pidió la retirada de subvenciones a los partidos que fomentan el odio. “La UE está cometiendo un delito de omisión de socorro, pero como no la podemos enviar a un tribunal, la ciudadanía tiene que tomar la acción”, apuntó.

La necesidad de dar ese paso adelante fue compartido por varios ponentes. Así, la socióloga Cristina Santamarina consideró que “la sociedad civil tiene que pasar a la acción y generar un movimiento cívico, porque no se está poniendo en juego la humanidad de las personas que buscan refugio sino también nuestra propia humanidad”. Por su parte, Patricia Orejudo, profesora de Derecho Internacional Privado de la Universidad Complutense, creyó conveniente “recapacitar sobre cómo nos hemos venido comportando para cambiar esa actitud”.

Rosa Martínez, diputada de Equo, incidió en que en los desplazamientos forzosos también influye el cambio climático, que podría afectar en el futuro al sudeste español. “Es un multiplicador de los efectos políticos, como se refleja en Siria, donde seis meses antes de la guerra una sequía provocó el éxodo a las ciudades”. Por su parte, Nuria del Viso, investigadora Fuhem Ecosocial, subrayó el “problema estructural” de que “pocas personas tengan un nivel de vida despilfarrador a fuerza de explotar los recursos de muchas personas, lo que provoca que termine habiendo desplazados”.

El mundo del periodismo también tomó la palabra. Fernando Berlín se refirió al “fracaso de la moral individual”; Jesús Maraña, director editorial de infoLibre, advirtió del “peligro de la ausencia democrática”, que provoca “que se actúe a espaldas de lo que exige la ciudadanía”; y Pepe Mejía pidió el derecho a voto para los inmigrantes, el cierre de los CIE y el fin del “negocio» de las deportaciones.

Ussama Jandali, portavoz de la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio, coincidió con Albiol en el peligro que representa el avance de la extrema derecha y abogó por luchar para que los ultras y otros partidos “no puedan capitalizar lo que está ocurriendo, llevándonos a la deriva”. Jandali también consideró que “hay que trabajar en origen para evitar que la gente no tenga que huir” y fue crítico con la “hipocresía” de ciertos discursos de izquierda que critican los bombardeos de EEUU pero se tapan los ojos ante los de Rusia.

El economista Manuel Garí denunció que la UE ha sufrido “una involución autoritaria”, por lo que resulta necesaria “una labor ingente de reconstrucción de otra globalización de la solidaridad y la cooperación”, mientras que Pablo Sapag, profesor de la Universidad Complutense y del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, se refirió a la “malversación conceptual” que lleva a “confundir a inmigrantes con refugiados”.

La presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria, Pilar Estébanez, mostró finalmente su tristeza porque “la primera vez que la UE de los Veintiocho tiene una crisis hemos tratado a las víctimas sin dignidad”, lo que le llevó a sentenciar que “la Europa social está muerta”. Para que cambie, Estébanez también apostó por “salir a las calles” para protestar contra “la cloaca y el vertedero de los derechos humanos” en los que se han convertido nuestras fronteras, en palabras de un asistente al acto que intervino tras los invitados.

Este debate presencial, que contó con la presencia de numeroso público e hizo necesario habilitar otra sala en la que los presentes pudieron seguir las intervenciones a través de una pantalla, pone fin al debate online ¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?, que desde finales de enero puede seguirse a través de la web de Espacio Público.

Ponencia inicial

¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?

¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?

¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración?

  • Sami Nair

La UE se enfrenta a dos tipos entremezclados de demanda migratoria; una estructural: la de los inmigrantes económicos; otra coyuntural: la de los solicitantes de asilo. Los primeros intentan escapar de la miseria en países pobres no comunitarios, los segundos huyen de situaciones de guerras civiles. Ahora bien, desde que se proyectó una estrategia de contención de los flujos migratorios en 1986, por causa de la creación de un espacio económico común, materializado por el Acta Única (1986), el Tratado de Maastricht (1991) y los Acuerdos de Schengen (1993) seguidos por el Convenio de Dublín (2003), la UE siempre tuvo una visión de la demanda migratoria instrumental y cortoplacista. Esquemáticamente definido, el lema era: primero favorecer la libre circulación de los comunitarios (adopción de la libertad de circulación y establecimiento en el Tratado de Maastricht), segundo, los extra comunitarios sólo pueden ser aceptados cuando se les necesitan.

Se instauraron varias medidas: el cierre de la libertad de inmigración laboral para los no-comunitarios a cambio de un aumento de la reagrupación familiar para aquellos instalados legalmente en Europa; la reducción drástica de la concesión del estatuto de refugiado y, por tanto, del derecho de asilo; la gestión policíaca del control de fronteras y, por fin, la adopción, en 2003, del principio por el cual el solicitante de asilo no puede interponer su solicitud en el país final de destino sino que debe hacerlo en el de llegada a Europa. Esta última decisión, impuesta por los países del primer círculo europeo (principalmente Alemania y Francia) obligaba a los demás a volverse gendarmes de la estrategia migratoria europea. De ahí la creación de barreras en las fronteras externas europeas para contener a los inmigrantes (campos de internamientos y Frontex).

Esta estrategia ha funcionado con un éxito relativo hasta 2008. Pero la crisis económica, el aumento de las desigualdades entre Europa y África del norte y subsahariana, el empobrecimiento súbito de los países del este sometidos a políticas despiadadas de ajuste estructural, la extensión incontrolable del caos en Oriente Medio con la destrucción del Estado iraquí en 2003 y la descomposición de Siria desde 2011, provocan la huida de millones de personas hacia Europa. Frente a esa enorme demanda de socorro, la muralla de los acuerdos de Schengen y Dublín se ha derribado. Y más grave aún, la UE ha sido incapaz de reaccionar colectivamente.

La tendencia actual de renacionalización de las políticas migratorias, que se perfilaba desde los años 2010, lo demuestra con creces.

En realidad, si las políticas de contención de estos últimos treinta años saltan hoy, es, por un lado, porque han llevado a la acumulación de una enorme demanda migratoria insatisfecha de las poblaciones migrantes y, por otro, porque la UE no tenía una política común de gestión de la misma en su entorno geoeconómico.

Era una ilusión irresponsable considerar que se podía construir un espacio económico europeo rico e integrador sin tener en cuenta la situación económica y política del contexto regional extra europeo: la población de la orilla sur del Mediterráneo va a superar los 356,9 millones de habitantes para mediados de 2030 sin que se pueda prever una mejora en la capacidad integradora de los mercados de trabajo en estos países. En África subsahariana, la población está creciendo rápidamente y va a alcanzar los 1.369 millones de habitantes para mediados de 2030, con un aumento estimado, según proyecciones de la ONU, de 200 millones de personas por década. A eso hay que añadir que África subsahariana no ha reducido su tasa de pobreza estos últimos 25 años. Según un informe del Banco Mundial, “solo consiguió sacar a un 28% de la población de la penuria, porcentaje que chirría frente al norte de África (81%), sudeste asiático (84%) y América Latina y el Caribe (66%).» En consecuencia, la demanda migratoria será incontenible.

Por otra parte, si los países del Este no sufren el mismo auge demográfico, en cambio sí que afrontan una importante demanda de empleo pues sus condiciones de vida y poder adquisitivo están cada vez más condicionados por el euro y el mercado único europeo. De ahí la irreprensible necesidad de emigración hacia la zona euro. Y si desde Afganistán, Iraq, Siria, la demanda migratoria es de peticionarios de asilo, en el fondo también se trata de una emigración económica. Igual desde Eritrea, Somalia, Níger, Libia.

Hoy en día, es de hecho muy difícil diferenciar entre los solicitantes de asilo y los inmigrantes económicos, puesto que todos padecen la misma condición económica y social.

Frente a esta situación, los países europeos están divididos: unos necesitan inmigrantes (Alemania), otros no. Y cada uno va a lo suyo. La única manera de salir de este círculo vicioso, es replantear radicalmente la estrategia europea en materia de inmigración. Por ello, es preciso tener claro una visión de largo alcance.

En primer lugar, se debe admitir claramente, y explicárselo a la opinión pública, que los flujos migratorios seguirán: es verdad, por varias razones, que es imposible abrir las fronteras para volver a la libre circulación e instalación que prevaleció casi hasta 1980, pero la gestión policíaca imperante hoy en día no basta. El aumento de la inmigración ilegal, las dificultades de integración vinculadas a la reagrupación familiar y la proliferación de las mafias de trata de seres humano atestiguan la complejidad del fenómeno migratorio.

En cuanto a la crisis actual de los refugiados, se necesitará años para resolverse, si se resuelve, pues no se puede descartar el derrumbe definitivo de unos Estados actuales y el surgimiento de un nuevo mapa geopolítico, tal y como lo pretende hoy en día el supuesto Estado islámico. Es decir nuevas olas de refugiados.

La UE debe tomar en cuenta este contexto; y por ello, reorientar su política migratoria con unas medidas imprescindibles:

1) Para los refugiados:

  • Proponer a los socios europeos una cumbre para elaborar un balance de los Acuerdos Schengen y revisar el Reglamento de Dublín. Es muy peligroso aceptar la metodología impuesta por Alemania que modificó su ley de asilo sin consultar al resto de los países europeos.

  • Reexaminar los criterios de definición actualizando la noción de países seguros y también adaptar la vinculación al primer país de llegada a territorio europeo con el procedimiento de solicitud de asilo.

  • Incrementar la implementación de vías legales para la solicitud de asilo y en particular garantizar la posibilidad de pedir asilo en embajadas y consulados en los países de origen, limítrofes y de tránsito.

  • Incrementar las oficinas europeas de examen de solicitudes de asilo, que debieran multiplicarse, y asegurar en ellas la presencia de representantes de ACNUR, sobre todo en los países limítrofes a aquellos en los que existen situaciones de conflicto que generan desplazamientos de refugiados. Es imposible hacerlo en Siria, Afganistán o Eritrea, pero se puede conseguir en Jordania, Líbano, Iraq o Turquía, por referirse sólo a ejemplos que afectan a los refugiados sirios.

  • Activar específicamente y de forma flexible los visados humanitarios.

  • Flexibilizar la exigencia del visado de tránsito para aquellas personas que proceden de países en conflicto.

  • Hacer realidad la Directiva Europea de Protección Temporal activando el mecanismo contemplado para hacer frente a emergencias humanitarias.

  • Reforzar e incrementar los programas de re-asentamiento en coherencia con el número de refugiados existente, asumiendo un reparto equitativo y solidario entre todos los Estados, a partir de un sistema común europeo de asilo. Es decir, aceptar las cuotas obligatorias.

2) Para los inmigrantes estrictamente económicos:

  • Flexibilizar las entradas, y no sólo para los cualificados. En realidad, son las capas populares quienes necesitan de la emigración para poder enviar remesas a su país de origen.

  • Crear, junto a los permisos de residencia ya existentes en todos los países de la zona euro, documentos de residencia «movilidad» de los trabajadores, de acuerdo con los países de origen y en función de las necesidades de los países de acogida. Hay que establecer una política de visados más democrática, aumentar significativamente su número para la entrada de trabajadores con permisos de residencia temporal y renovable en aquellos sectores en que sean necesarios. Esos permisos pueden dar lugar, al término de un período determinado y en condiciones específicas, a un permiso de residencia permanente.

  • Incentivar una política europea común de codesarrollo vinculada a los flujos migratorios. Ésta debe ser articulada con las políticas nacionales de cooperación, del mismo modo que se debe aumentar el presupuesto europeo consagrado a la ayuda al desarrollo para financiar proyectos empresariales (comerciales e industriales), medio-ambientales y agrícolas en los países de origen.

Desde el Consejo europeo de Tampere (1999) se ha aceptado la vinculación de los flujos migratorios no comunitarios con una política de codesarrollo, es decir, de ayuda al desarrollo de los países de origen utilizando el vector migratorio. Hay que aplicar esta decisión, instaurando una gestión de ida y vuelta de la inmigración, ayudando a quienes quisieran volver a sus países con proyectos económicos factibles y sin quitarles el derecho de regresar a Europa para implementar sus actividades.

  • Elaborar una estrategia común con los países fronterizos para luchar contra las mafias y, bajo mandato de la ONU, para actuar en mar y en tierra ayudando a los Estados fallidos.

Es, por lo tanto, crucial que las instituciones europeas inicien juntas una reflexión que elabore una estrategia solidaria de gestión a largo plazo de las migraciones. Que sean de trabajo o de asilo, las migraciones serán uno de los grandes desafíos del siglo XXI, así como el medio ambiente o la pobreza. Es un reto no sólo social y económico, sino también cultural e identitario. A la hora de la acogida, los países europeos no deben vacilar en dejar claro a los recién llegados las condiciones de la misma: respeto de los valores, normas y adhesión a la identidad común. Cada colectividad tiene el derecho a defender su identidad. Pero eso no significa aceptar el repliegue nacionalista y xenófobo. Hoy en día, en el contexto de crisis del empleo, en todos los países europeos se están desarrollando comportamientos de rechazo a la inmigración, de desprecio a los refugiados. Y, por lo tanto, de restricción drástica de los derechos de los extranjeros, ya sean inmigrantes o refugiados. Es imprescindible luchar contra esta corriente y afirmar, con la máxima determinación, que la defensa a la libertad de emigrar es una causa profundamente justa y humana. No hay que dejarse impresionar por el contexto de hostilidad actualmente dominante.

El continente europeo, el espacio más rico y desarrollado del planeta, debe apostar por relaciones cooperativas y solidarias con su flanco mediterráneo, zona de las más peligrosas fracturas del mundo. Porque, al fin y al cabo, el porvenir de ambos es indisociable y común.

moderado por:

  • Bruno Estrada

    Economista, adjunto al Secretario General de CCOO

  • Iván H. Ayala

    Investigador asociado al ICEI y miembro de econoNuestra

Conclusión del debate

Las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo han sido un momento importante en la construcción europea. Los siete años de crisis han puesto a prueba la idea común de Europa y no parece que sea tan sólida como se creía a la vista de los resultados electorales. Es precisamente la percepción de que necesitamos Otra Europa la que ha hecho que se abriese durante dos meses este debate.

El punto de partida ha sido un documento elaborado por EconoNuestra. A modo de resumen se pueden destacar tres puntos fundamentales. En primer lugar la relación entre la Europa económica y la Europa social. La economía debe estar al servicio de una propuesta de construcción del estado del bienestar y de reducción de las desigualdades; estas últimas se están acrecentando tanto en los que se refiere a los ciudadanos de cada país como en términos regionales, con una polarización centro-periferia cada vez más acentuada ¿queremos una Europa de las finanzas o de los ciudadanos?

El segundo punto es el modelo económico ¿qué sistema financiero? ¿Nos sirve este Euro? ¿Cuál debe ser el papel del Banco Central Europeo? ¿Qué hacemos con la deuda? ¿Necesitamos una fiscalidad común? A estas preguntas se suman las que vienen del modelo productivo. Se ponen sobre la mesa la sostenibilidad, el paro, la precarización laboral…

El último punto es la construcción política ¿qué entramado institucional necesitamos? ¿Cómo mantener la soberanía? ¿Están funcionando las instituciones europeas? ¿Generan Confianza? Es precisamente la falta de confianza la que genera desafección y hace que no haya una idea de ciudadanía común y que se esté lejos de tenerla.

El debate se ha desarrollado por dos vías que han estado en permanente interrelación: las intervenciones escritas en el ágora de la página web y las mesas redondas retransmitidas por streaming. Han sido 25 las intervenciones escritas y 3 los debates en vivo. El primero fue un cara a cara entre Fernando Luengo (EconoNuestra) y Manuel de la Rocha (Economistas Frente a la Crisis); el segundo fue un seminario promovido conjuntamente con la Universidad Complutense de Madrid en el que participaron Josep Borrell, Ángel González Martínez-Tablas, Emilio Ontiveros y Juan Francisco Martín Seco. El último, una mesa redonda con la participación de Yayo Herrero, Fernando Luengo, Pablo Padilla, Pedro Chaves y Santos Ruesga. Los tres actos se encuentran disponibles en el archivo de Espacio Público.
Un debate sobre un tema tan amplio y complejo está lleno de matices, pero en un intento de sistematizar el intercambio diríamos que se ha centrado en dos bloques . El primero se refiere a la construcción del proyecto europeo:

1. ¿Nos encontramos ante problemas estructurales o coyunturales ¿Se trata de ajustar algunas instituciones y su funcionamiento o es cuestión del diseño y de la orientación del mismo? Estas preguntas se traslucen a lo largo del debate, ya sea en los temas económicos o sociales y las aportaciones van hacia el carácter estructural del problema.

2. No se trata sólo de cómo están diseñada la Europa actual, sino también de si son suficientes las instituciones: Parlamento europeo y Banco Central Europeo son claros ejemplos de esta insuficiencia. En este sentido también se echan en falta políticas conjuntas en aspectos tan cruciales como la fiscalidad o los presupuestos.

3. ¿Se ha quedado el proyecto europeo a la mitad? ¿Ha perdido impulso? Da la sensación de que en estos momentos hay “poco proyecto” y que los pasos que se dieron inicialmente con fuerza ahora son tibios e indecisos ¿tal vez el proyecto era sólo la integración económica y de una determinada dirección ideológica?

Hay un segundo bloque que tiene que ver con las consecuencias:

1. Hay una importante asimetría territorial que ha terminado en la Europa de dos velocidades. Hay centralidad y periferia en casi todos los aspectos: políticos, financieros, productivos, de movilidad humana,…

2. Existe una desigualdad creciente que empieza a pasar de ser efecto a ser causas de nuevos problemas que pueden romper el proyecto. El peso de la Europa económica hace que apenas se piense en la Europa social.

3. El binomio economía financiera-economía productiva se ha desequilibrado hacia la primera. Esto ha llevado a que la influencia del sector financiero en las decisiones políticas sea cada vez mayor.

4. La falta de centralidad de la economía productiva ha hecho que el paro haya crecido. Además no se ha introducido el elemento sostenibilidad en el sistema.

El resultado es un proceso de desconfianza y desafección crecientes que se ha instalado en la ciudadanía europea y que les lleva a preguntarse ¿merece la pena esta Europa? ¿Es mejor bajarse de este tren u otra Europa es posible?

Ponencia inicial

Otra Europa

Otra Europa

moderado por:

  • Teresa Carreras

    Periodista. Profesora UAB. Presidenta Associació Periodistes Europeus de Catalunya (APEC)

  • Olga Rodríguez

    Periodista y escritora especializada en asuntos internacionales

De: “Más Europa” a: «La UE, ¿para qué?»

No podrá decirse que la palabra crisis es ajena a la Unión Europea. Prácticamente desde su constitución los avatares de la construcción europea han ido vinculados a situaciones de estancamiento y/o de incertidumbre en el proceso de integración. Hasta ahora era normal considerar que esas situaciones se saldaban con algún progreso en el proceso de transferencia de soberanía nacional y de reforzamiento de las instituciones comunitarias, en una suerte de teleología del proceso de integración que ha mostrado toda su insustancialidad en estos momentos. El futuro de la UE no es necesariamente un modelo de estado federal al que caminamos inexorablemente de la mano fría, pero firme, del mercado único.

Por primera vez la idea de crisis sobrevuela Bruselas, proyectando una sombra amenazante sobre el futuro de Europa. No es que nadie haya propuesto o proyectado un futuro sin la UE, pero hay dudas más que razonables sobre lo que quedará del famoso modelo europeo tras la gestión de este tsunami económico.

La crisis y la gestión de la misma han puesto de relieve hasta qué punto el “mantra” neoliberal estaba interiorizado en la cabeza y en los corazones de las principales familias políticas en los estados nacionales. Resumiendo: tanto la tradición socialdemócrata como la democratacristiana, ambas abanderadas de este proceso de integración, se han señalado también como defensoras –con mayores o menores dosis de pasión- de la ortodoxia macroeconómica vinculada al pensamiento económico dominante y de las recetas de devaluación interna, estabilidad presupuestaria, privatizaciones y auxilio sin límites al sistema financiero que han caracterizado la salida a la crisis por doquier.

En lo que nos concierne, el resultado es una pérdida llamativa de derechos sociales y de retroceso de las políticas públicas en toda Europa. La intensidad mayor en la destrucción se la llevan los países del Sur de Europa, precisamente aquellos a los que los años de prosperidad sobrevenida solo habían llegado para construir un estado del “medio-estar”. Pero la dinámica general va en la misma dirección: desmantelar los estados del bienestar. Recientemente en Holanda, el príncipe llamaba, en un giro político-conceptual digno de ser reseñado, a transformar el “estado social en un estado participativo” (sic).

Aún en 2010, el Grupo de reflexión sobre el futuro de Europa presidido por Felipe González destacaba el hecho de vivir “un punto crítico de nuestra historia”, y llamaba a utilizar la crisis como una oportunidad, así como a resolver dos desafíos relacionados: “garantizar la continuidad de nuestro modelo social y económico, y desarrollar los medios de apoyar y defender dicho modelo”. Difícilmente podría seguir defendiéndose eso mismo hoy.

Pero este giro en los objetivos de la UE manifiesta un problema desde varias perspectivas: en primer lugar, está por ver si esta modificación de los objetivos originales de la UE, toda vez que la gestión de la crisis se ha llevado o se va a llevar por delante lo que queda de los estados del bienestar, mantiene el vínculo de las dos grandes familias políticas en relación con el proyecto europeo. En segundo lugar, obliga a la tradición socialdemócrata a reformular sus objetivos a corto y medio plazo. En tercer lugar, quiebra una seña de identidad sobre la que se había construido hasta ahora un icono que singularizaba a Europa frente a la globalización anglosajona, y con ello una de las razones de legitimación del proceso tecnocrático y despolitizado de integración.

En ausencia de legitimidad de origen –vinculada a procesos democráticos de decisión- la UE se había legitimado sobre la base de los efectos prácticos de sus políticas, en la medida en que parecía que el resultado de las mismas era tanto una mejora del bienestar general como un incremento del valor añadido específicamente europeo, consistente en un estado social que ofrecía perspectivas de integración, seguridad y bienestar creciente a la mayoría. Sin esa perspectiva de integración y bienestar, la UE ha comenzado a ser percibida por su ciudadanía como parte de los problemas y no como parte de las soluciones. En consecuencia su gestión ha adquirido naturaleza política, esto es conflictiva y partidaria y su popularidad ha caído a niveles desconocidos desde que se tiene noticia en los eurobarómetros (1974).

El último estudio demoscópico europeo (Eurobarómetro 79/2013) publicado señala que en España hemos pasado en 6 años de una valoración positiva de +42 puntos a una negativa de -58 puntos. Lo que significa que hoy hay un 17% de españoles que confían en la UE frente a un 75% que desconfía.

Una dimensión problemática más es que también las tradiciones alternativas de izquierda se ven interrogadas sobre sus propuestas. En este espacio nunca hubo unanimidad ni acuerdo respecto a qué pensar de la UE y ahora, ocupado el espacio del repliegue nacional e identitario por las fuerzas de extrema derecha, queda por ver qué harán las organizaciones situadas tradicionalmente a la izquierda de la socialdemocracia.

Es importante, a mi juicio, esta articulación de crisis económica, crisis inducida del modelo social europeo y pérdida de legitimidad del proyecto de integración mismo.

En realidad, algunos de los problemas que hoy se consideran más destacables no son nuevos, pero su notoriedad se ha acrecentado en este nuevo escenario.

Podríamos destacar, en primer lugar, el fin de la supuesta relación virtuosa entre Europa y la Unión Europea, que se han venido utilizando como conceptos equivalentes, en una confusión entre civilización (si la hubiere) y proyecto político, claramente excesiva. La crisis y la gestión de la misma han puesto de relieve la existencia de varias Europas que no necesariamente convergen y se encuentran, rompiendo con ello el mito de que el proyecto de integración acercaba tanto las economías como las sociedades europeas.

En segundo lugar, despojado de esta perspectiva civilizatoria, el proyecto de integración aparece como lo que realmente ha sido desde el comienzo: un diseño político y económico fruto de diversas y diferentes correlaciones de fuerza. Construido sin un propósito previo pero sí mediante un método que hacía de la despolitización y de las servidumbres tecnocráticas el motivo mismo de su existencia.

La lógica del proceso de integración ha funcionado mientras ha sido posible mantener la ficción de que la UE se encargaba de cuestiones que requerían de un saber técnico y la política seguía residiendo –con sus grandezas y miserias- en el espacio estatal-nacional. La crisis ha puesto especialmente de manifiesto la naturaleza infundada de esa creencia, y que la UE es un proyecto político de los pies a la cabeza, con una elevadísima capacidad decisional, pero también con un severísimo y crónico déficit democrático. Esto quiere decir que la UE toma decisiones sobre cuestiones relevantes y decisivas para la vida de las gentes, pero lo hace a través de procedimientos insuficientemente democráticos y escasamente controlables por instituciones representativas.

En efecto, desde sus orígenes, la UE como proyecto político cuenta con una asimetría estructural que condiciona su presente y su futuro. La centralidad acordada a la construcción del mercado único ha habilitado a las instituciones europeas para llevar a cabo una tarea minuciosa de voladura controlada de los estados del bienestar. Este objetivo económico es el que ha dado sentido al funcionamiento de las instituciones europeas y ha contado con el apoyo de los estados mismos, convencidos de la bondad y pertinencia de esta estrategia. Pero pronto se descubrió que remover los obstáculos que dificultaban la construcción del mercado único venía a significar limitar las capacidades de control de las administraciones públicas sobre el desarrollo económico en sus fronteras; favorecer el empoderamiento de la empresas en la determinación de los objetivos económicos y desmontar los derechos sociales y laborales, en el buen entendimiento de que se trataba de privilegios y obstáculos en la búsqueda de un bien mayor. No pocos sindicatos aceptaron con gusto esta dinámica.

Podrían haberse transferido a la UE las capacidades para reconstruir, en el espacio europeo, las condiciones de regulación pública del mercado desmontadas en los estados-nación, pero no fue el caso. O podrían haberse determinado objetivos sociales o laborales que acompañasen, moderasen o condicionasen la instauración del mercado único. Nada impedía que hubiera podido hacerse de esta manera, pero tampoco fue el caso. Así, la Comisión Europea y el Tribunal de Justicia Europeo se convirtieron en los motores del desmantelamiento de las políticas públicas de control del mercado, convertidas en los chivos expiatorios de todos los males de las economías europeas . Pero los ajustes necesarios para paliar –o intentarlo- los efectos de ese desmontaje sistemático de los estados sociales quedó en manos exclusivamente de los gobiernos. No se transfirieron capacidades de regulación en política social, ni se legisló a nivel europeo para asegurar umbrales homologables de protección social o indicadores exigibles de gasto social, por ejemplo.

El Tratado de Maastrich (1992) significó la consolidación de ese proceso histórico, y confundió a las opiniones públicas europeas, hasta entonces entusiastas del proceso de integración. El apoyo a la UE cayó por primera vez en más de diez puntos respecto al período anterior y, hasta ahora, no sólo no se han recuperado los niveles de aceptación previos a Maastricht, sino que se han deteriorado significativamente.

Según el eurobarómetro antes citado (79/2013), sólo el 31% de los europeos confían en la Unión Europea (en 2007, confiaban el 57%); los que tienen una imagen positiva de la UE son el 30% frente a un 29% que la tienen negativa; y el 67% de los encuestados considera que su opinión no cuenta en la UE.

Esa asimetría fundacional determina el funcionamiento mismo de las instituciones y sus capacidades, más allá de la voluntad coyuntural de algún actor político o institucional en particular. Además, las instituciones europeas y los estados miembros han sido protagonistas de ese diseño y defensores de sus consecuencias. Por alguna razón, se instaló el convencimiento generalizado de que la construcción del mercado único traería aparejada la instauración de un orden político democrático equiparable y equivalente a los modelos democráticos afirmados en el proceso histórico de construcción del estado nación, como si la politización fuera un proceso natural.

Pero las fuerzas que hicieron posible mantener el encantamiento respecto a las bondades inherentes al mercado único -el intergubernamentalismo, o la legitimidad de los estados; la propuesta federal, o un futuro político para este proyecto; y el mercado único, o una propuesta de prosperidad incremental- han agotado ya todas sus capacidades de embelesamiento. La gestión de la crisis ha revelado con contundencia tanto la disposición ideológica de la mayoría de los gobiernos a servir dócilmente a la globalización financiera y sus servidumbres, como la exquisita funcionalidad del proceso de integración en su actual configuración para esos fines.

En este punto, la actual arquitectura institucional de la UE ha revelado sus severas limitaciones democráticas y sus servicios prestados a la despolitización de decisiones sustancialmente políticas.

El frankestein institucional que conforman la Comisión Europea, el Consejo Europeo, el Parlamento Europeo y el Tribunal de Justicia Europeo, ha favorecido un marco decisional donde la participación ciudadana y la capacidad de control misma sobre lo que estas instituciones deciden están excluidas.

El modelo es ilegible políticamente para la mayoría de la sociedad europea y no existen condiciones para que instancias ajenas a las mismas instituciones puedan ejercer su capacidad de control y exigencia de responsabilidad.

La arquitectura institucional de la UE hace prácticamente imposible que puedan materializarse las exigencias de responsabilidad política, rendición de cuentas, control democrático y capacidad de escuchar a la sociedad, exigibles para cualquier institución democrática.

Esto permite que las instituciones de la UE –especialmente la Comisión Europea- puedan decir que no saben nada de las políticas de austeridad, y que los gobiernos nacionales a su vez culpen sistemáticamente a la Comisión Europea y sus exigencias de las mencionadas políticas. En este contexto un mero aumento de los poderes del Parlamento Europeo, aunque pudiera paliar parcialmente el problema, no resuelve la condición no democrática de este diseño institucional. Sirva como anécdota de este desencuentro entre intenciones y realidades, y como ejemplo (aquí ya sin consideraciones anecdóticas) de las dificultades sistémicas de la arquitectura institucional de la UE para ofrecer espacios de participación y control democrático, que este año 2013 ha sido declarado por la Comisión Europea como el año de la ciudadanía europea; y está a punto de terminar este momento señalado para la participación ciudadana, sin que la ciudadanía concernida se haya siquiera enterado de que estaba convocada para algo.

Debemos reconocer que aquí aparece un problema vinculado al tipo de respuesta que la ciudadanía dé a la pregunta de ¿qué queremos hacer con la UE? Si la respuesta es “marcharse a toda prisa”, el entramado institucional y sus complejidades serán solo preocupación de académicos y curiosos. Si la respuesta es “apoyamos la perspectiva del proceso de integración, pero esto no nos vale”, entonces tenemos que encontrar respuestas a la cuestión de cómo construir una democracia supranacional. Es decir, el entramado institucional existente hasta ahora reproduce y amplifica el déficit democrático de manera permanente y, por tanto, no nos sirve si nos preocupa hacer de la UE un proyecto democrático. Pero tenemos que construir un diseño democrático supranacional que hasta ahora, carece de modelo. Este diseño debería dar respuestas a las problemáticas de la participación ciudadana en el espacio europeo y la construcción de un espacio público europeo, y a la cuestión de si es necesaria alguna identidad europea para hacer posibles lógicas de participación y empoderamiento; de qué papel deben jugar los parlamentos nacionales en este diseño, y de cuánta transferencia de soberanía es soportable sin que se pierda la condición democrática de las decisiones políticas.

Un aspecto más e igualmente importante tiene que ver con la dimensión exterior de la UE. Hay razones relacionadas con la pérdida de peso y de dinamismo económico de esta región del planeta en relación con otras más pujantes. Pero además de esa dimensión económica, está la proyección exterior de la UE y su presumida condición de defensora de un nuevo paradigma en las relaciones internacionales. Hay que decir que la historia de la UE se compadece mal con esa voluntad de proponerse como una baluarte de los derechos humanos en un mundo hostil y hobbesiano. Lo cierto es que la política exterior de la Unión Europea ha sido un espacio más caracterizado por los discursos que por las prácticas. Éstas han quedado en manos de los estados, que a menudo han buscado complicidades en la UE, no siempre con éxito.. La evidencia del escaso interés que los países de la Unión daban a la política exterior común se sustanció en la elección de una Alta Representante (la señora Alhston), cuyo papel y funciones poca gente conoce y cuyo nivel de competencia técnica es puesto en cuestión regularmente.

En fin, los desafíos y preguntas que a día de hoy son pertinentes en relación con la UE tienen un calado sistémico. No son asuntos de matiz o de detalle, no se trata de mejorar una u otra política. La crisis económica y la gestión de la misma han desnudado el proyecto de sus ropajes tecnocráticos y despolitizados y han mostrado al emperador desnudo. La cuestión ha dejado de ser la de “empujar para hacer posible ‘más Europa’”. En realidad, habría que decir que esa formulación fue, en general, una manera de justificar el proceso de integración realmente existente eludiendo más preguntas sobre el mismo.

Lo pertinente e imprescindible hoy es responder a la siguiente pregunta: ¿necesitamos esta Unión Europea? Ninguna de las dos respuestas posibles nos conduce, necesariamente, a una sola alternativa. Tanto el “sí” como el “no” pueden sugerir propuestas que, en un caso serán pensadas como reformas mayores o menores, y en el otro como la necesidad de pensar en profundidad para refundar el proyecto europeo.