La pregunta lanzada por el profesor Sami Nair de ¿Qué debe hacer la Unión Europea sobre la inmigración?, me sugiere algunas observaciones:
La necesidad de distinguir entre el concepto de refugiado, que se refiere a aquellas personas que huyen de la persecución política o de conflictos armados para salvar sus vidas, y, por otra parte, el de migración, inherente al ser humano, que señala el desplazamiento con el objetivo de mejorar el nivel de vida. Las miles de personas que están siendo devueltas por la Unión Europea a la zona de guerra o a países con regímenes dictatoriales (Siria, Turquía, Irak o Afganistán), pertenecen a la primera categoría, y los Estados que se declaran democráticos están obligados a protegerles por la Convención Internacional sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951.
En el término confuso de la ‘Unión Europea’ habría que separar los gobiernos de los ciudadanos. Pues, ¿representa el actual gobierno de España a sus votantes si presentó un programa electoral y aplicó otro totalmente contrario? O, la Comisión Europea, ¿defiende los intereses de, por ejemplo el pueblo griego, si con sus exigencias (a favor de la oligarquía financiera) destrozó literalmente la vida de miles de sus ciudadanos europeos, blancos y cristianos?
Por otro lado, ¿cómo unos gobiernos europeos, que han sido corresponsables, junto con EEUU, de la muerte de al menos millón y medio de personas en las recientes guerras contra Afganistán, Irak, Yemen, Siria, Libia, Sudán, Pakistán, Somalia, Mali, etc., y han desmontado allí la vida de al menos 100 millones de seres humanos y han provocado la huida de otros 25 millones de sus hogares, pueden tener siquiera voluntad de ayudar a sus víctimas? Pedir peras al olmo confundiría a los ciudadanos.
Del mismo modo que Europa no es la única responsable de la creación de la crisis de refugiados, tampoco debe caer sobre ella toda la carga de su solución, a menos que desde el eurocentrismo le asignemos a Europa la virtud de ser la máxima expresión de los Derechos Humanos. Este enfoque, además de estar muy lejos de la verdad, desdibuja el papel de otros implicados –en el caso de los refugiados sirios, por ejemplo, el de Turquía y Arabia Saudí -, en la huida de millones de personas de Asia y de África hacia donde pueden. En Australia, por ejemplo, miles de refugiados están hacinados en los ‘Guantánamo del Pacífico’, apodo de los centros de detención de Papúa Nueva Guinea y la isla de Nauru. O en el campo de refugiados de Jordania, cientos de mujeres y niñas (incluidas de 2 o 3 años) han sido violadas.
Mientras Turquía acoge a cerca de 3 millones de huidos del infierno sirio, Jordania a 2,6 millones (un 40% de su población), o Líbano a 1,4 millones, los 27 estados de la UE (salvo Alemania) hospedarán tan sólo a 160.000.
Sin duda, la existencia de cerca de 60 millones de refugiados en el mundo, no se debe a los regímenes dictatoriales, a los que sólo se enfrentan activamente unos pocos militantes políticos e intelectuales progresistas, ni a los conflictos civiles o religiosos. Esta estremecedora cifra, cuya existencia ignoran muchos en Europa, es resultado directo o indirecto de las guerras de expolio de las principales potencias occidentales, de la farsa ‘guerra global contra el terror’ de la OTAN, o de su pantomima de ‘llevar democracia’ a los países estratégicos o propietarios de recursos naturales. ¿Habría participado Francia en la agresión militar contra Libia, uno de los países más estables y prósperos de África, si éste país no fuera la primera reserva de petróleo de África y uno de los principales caudales del agua dulce del planeta? Desde el 2011, miles de sus gentes, siguen huyendo de su tierra, desmembrada y herida, convirtiendo el Mediterráneo en el cementerio marítimo más grande del mundo, sin que por ello nadie haya sido llevado ante los tribunales por los crímenes contra la humanidad. Otro país europeo como Polonia, que participó con la OTAN en 2001 en el bombardeo y la ocupación de Afganistán (hechos que obviamente no tenían nada que ver con la guerra contra el terror), en una guerra que continua hasta hoy y ha provocado cerca de 700.000 muertos, unos 10 millones de desplazados y 8 millones de refugiados, no quiere dejar entrar ni un sólo refugiado.
La conexión de todas estas guerras se ve reflejada en el personaje de Abdelhakim Belhadj, implicado en el negocio de refugiados, el terrorista yihadista colaborador de la CIA y MI6 que tras cumplir con su misión en Afganistán fue a Libia provocando caos y terror. ¡Hasta tiene su foto colgada en la red con el senador John McCain!
¿Soluciones?
El plan de EEUU para reconfigurar el mapa de Oriente Próximo y Norte de África, que empezó por Irak, trazando nuevas fronteras, incluye a Siria, por lo que una amplia intervención militar de EEUU y sus socios europeos y regionales en dicho país sólo provocará más muertos, y forzará a sus 18 millones de habitantes convertirse en nuevos refugiados. Esta ‘solución final’ para Siria, estaría seguida por una limpieza étnica de comunidades que “equivocadamente” se encuentran, quizás desde hace siglos, en la “autonomía” equivocada.
Evitar más guerras, más tragedias humanas, y reasentar a las víctimas de las guerras pasadas y actuales, es tarea de la ONU y requiere, además de la solidaridad individual, la participación activa de todos sus integrantes, compartir la responsabilidad, y dándole a este organismo, caído en desgracia y disfuncionalidad, un soplo de aire fresco y ánimo para que, a corto plazo, ponga en marcha un ‘Plan Marshall’ para acabar con el drama de refugiados. Hoy más que nunca, es imprescindible formar una plataforma global contra las guerras y el militarismo.
Algunos matices sobre los inmigrantes
06/04/2016
Abuy Nfubea
Presidente del Movimiento Panafricanista de España
Samir Nair nunca fue un negro del campo sino un negro de la casa de Francia, pero de la casa al fin y al cabo. Lo que sí sorprende es su tono paternalista del que se deduce que: los blancos son las víctimas (como diaria José Bono) cuando afirma que: “La UE enfrenta a dos tipos entremezclados de demanda migratoria; una estructural: la de los inmigrantes económicos; otra coyuntural: la de los solicitantes de asilo”.
Es el imperialismo francés quien fomenta las dictaduras criminales como las de Paul Biya, Obiang, Bongo Gabon, Idris Camara en Guinea, Denis en en Congo, etc… Es Francia quien desestabilizó el continente africano que asesinó a Lumumba, Tomas Sankara y más recientemente a Gadafi.
¿Los negros que escapan de esos infiernos son inmigrantes económicos o solicitantes de asilo? Resulta que cuando esos genocidios se producen en Siria deben calificarse como demanda coyuntural cuya enunciación, por sí sola, ya goza de virtualidad. Este es un discurso y una exposición perversa, falsa y falseada que recuerda a la campaña Black life matter -la vida de los negros también importa- surgida en Fergusson (EEUU) tras la matanza de Michel Brown. Ambos son estructurales, ya que la separación entre la miseria que producen las guerras civiles por los intereses franceses es buscar la cuadratura del círculo. Asimismo, esconde los enormes intereses neocoloniales que tiene Europa y en especial Francia, Alemania, Bélgica y Reino Unido en África.
El uso de la terminología cosificante o zoológica esconde una relación que el enunciado legislativo que la propia UE instrumentaliza y viola en función de sus propios intereses, como es el Tratado de Schengen (1993). Esto le da a Europa la posibilidad, aunque solo sea dialéctica, de imponer una demanda migratoria para legitimar la esclavitud. Por ello, si me lo permiten, desearía resituar el debate en términos o intereses de los esclavos del campo.
Uno de los debates centrales en la pasada convención del Movimiento Panafricanista de España 2016 en Leganés bajo el título Sin mujeres no habrá reparación fue el tema de los refugiados y por extensión, de la inmigración centrada en la mal llamada segunda generación.
Este es un debate falso y falseado pues se produce frente al abandono y exclusión de las refugiadas negras en Ceuta y Melilla (España) o Lampedusa (Italia) para centrarse sólo en los refugiados blancos de Siria. De repente, los ayuntamientos descubrieron a los refugiados y pusieron en sus fachadas cartles en los que se leía Welcome refugees. Para quienes hemos vivido la Guerra Fría y sabemos cómo ésta definió África en el presente, la bondad de los ayuntamientos así como la inusual simpatía de los que salían a recibirles, sencillamente, fue insultante.
Me vino a la retina esas mujeres negras violadas en el monte Gurugu por la policía o ese chico al que entrevisté con una cicatriz de 40 centímetros producto de las concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla. Me recordaba a la misma farsa que los progres blancos europeos se han montado con la llamada revolución de los claveles donde se honra a los fascistas portugueses, mientras que a los verdaderos héroes como Cabral, Neto, Samora Machel… jamás se les ha hecho un homenaje; ni siquiera por aquellos que han llegado al poder saltando los cielos.
Como ya le dije una vez a Jorge Vestrynge en Fort Apache, fuimos esos mismos negros que, junto a los republicanos españoles, fuimos a liberar París y echamos a los nazis. Hemos sido colaboradores, socios, explotados y amigos de Europa: primero con sus colonos, misioneros y la fe cristiana; después con la Guerra Fría; y hoy con sus ONGs. Ahora Europa hace guerras para salvar a los ucranianos de los sirios, que eran sus enemigos, y a los negros hoy les matan en la valla con el aplauso de las tertulias de TV.
El profesor Nair está acostumbrado a hablarle a alumnos blancos con el mismo criterio que el gol de Iniesta en Sudáfrica, pues reproduce la espiritualidad discursiva de los gobiernos y los medios de comunicación europeos al afirmar que los negros pueden venir legalmente con visado. Sin embargo, los datos dicen claramente que en los últimos años la Unión Europea concedió 900.000 visados a rusos, a toda África negra 50.000 y al África del Norte (mal llamada Magreb) unos 300.000. Teniendo en cuenta que África es un continente habitado por 1000 millones de habitantes y que está en manos de la UE, decir las cuotas de inmigrantes anuales, a tenor de lo visto, es un disparate, ya que los blancos no podemos venir legalmente porque no nos dan los visados.
Estos datos evidencian que, efectivamente, los negros no son ningún problema cuantitativo para Europa; el problema es que son negros. La cosa no es que vengan en patera muchos más de los que vienen en avión, sino la negrofobia implícita en las cifras y las decisiones de los gobiernos, así como el silencio de la opinión pública. Sin duda, hay un plan determinado que dice que los negros, cualquiera sea su número, han de rechazarse para evitar una hipotética aplicación de los acuerdos de Durban 201, la PNL 2010.
El tercer actor que legitima la negación de la reparación son las macro ONGs blancas. Y esto es un problema claro de negrofobia y racismo institucional al que este tipo de organizaciones no pueden hacer frente porque son instrumentos al servicio del discurso neocolonial. Éstas deben abandonar la emotividad y asumir que la única forma de ayudar a las personas colgadas de la valla es sumarse al movimiento por la reparación por más de 5 siglos de esclavitud, colonialismo, Apartheid y ahora inmigración. Por tanto, la única solución es la repolitización del debate en términos de unidad temática alrededor de la famosa memoria histórica del manido concepto de ciudadanía respecto a otros inmigrantes (como los sirios).
Fanon aclara que dicho concepto de ciudadanía no está hecho para los objetos sino para los sujetos. En la tesis de Nair, los africanos solo podemos aspirar a ser objetos de estudio porque en el subconsciente e imaginario colectivo de la UE, los ciudadanos siguen siendo no negros, con papales o sin ellos. De esta manera, la integración fracasa pues el negro sigue siendo inmigrante. Por lo tanto, discrepo con el profesor Nair y niego ese marco emotivo en términos como ‘vergüenza’ para describir el trato a los refugiados e inmigrantes negros, ya que esto es parte de la epistemología sociopolítica e histórica europea. Asimismo, se explica por la incapacidad europea de descolonizar sus campos de saber en relación a la multiculturalidad, siendo éste el primer paso hacia la reparación.
Otro aspecto que me gustaría que en este debate pudiera comprenderse y desgraciadamente muy de actualidad por los atentados de Bélgica, es la negación del sentido de pertenencia de la tercera generación. En este debate están inmersas las terceras generaciones y por eso los guetos están estallando como en Los Ángeles en 1992. Eso lo hemos visto en París, Londres, Copenhagu, Lisboa, etc. Los jóvenes que van a Siria a la Yihad seducidos por el estado islámico o los que van al parque seducidos por los Latin Kings no son de Siria, ni Senegal, ni Nigeria, ni Marruecos, ni Ecuador, ni de Malí; son de Saint Dennis (Francia), Peakham (Londres), Amadora (Lisboa), del barrio del Príncipe (Ceuta), Molenbeek (en pleno centro de Bruselas). Estas personas no han venido de Marte ni de Júpiter, sino que han nacido en Francia y han leído a Moliére. Así pues, la pregunta es: ¿Por qué ha fracasado ese proyecto de integración con los hijos de negros, indios y moros que sin embrago ha triunfado con la alcaldesa de París y el primer ministro?
Debemos reflexionar con rigor, sin miedo y sin matar al mensajero sobre el fracaso de la integración de los no blancos. El miedo de la opinión pública europea –a diferencia de EEUU- a hablar del pasado colonial y hablar de la reparación invisibiliza ese problema e impide un debate serio. Desde el asesinato de Lucrecia Pérez en 1992, las consecuencias de éstos enfoques falseados como lo del profesor Nair es que el 90% de los casos hay invisibilidad, asistencialismo, tutelaje, lástima, violencia, mediación, caridad y dolor; también hay afropesimismo, pateras, tráfico de miseria como formas extremas de negación (una relación neocolonial de dependencia a través de la macro ONGs).
Las mujeres negras siguen viviendo bajo el empobrecimiento, impunidad y exclusión de un modo muy selectivo. Las personas más atrasadas materialmente que viven en lugares donde persisten endémicamente la hambruna, pobreza extrema y generalizada, marginalidad y fragmentación social, carencia de servicios básicos, agua potable, pandemias, menores expectativas de vida, alta mortalidad infantil, altos riesgos ambientales y alta vulnerabilidad a las catástrofes naturales, políticas y sociales, paro y ausencia de trabajos, bajos niveles de escolaridad y analfabetismo, alta incidencia de violación de DDHH (civiles y sociales), etc; son en su mayoría negros. No es una casualidad. El 90% de las ONG negras no tienen apoyo institucional ni espacios de reunión ni participación.
Todas las políticas siguen diseñadas para potenciar el aislamiento y genocidio negro. Ejemplos de ese racismo inconstitucional en España es el consejo de no discriminación por origen racial. La dificultad de reconocer ante la opinión pública este fracaso de la integración reside en que la evaluación de las mismas las realizan aquellos que, desde los tiempos de Arias Navarro, llevan dirigiendo este debate.
Quienes sufren todas estas violaciones de DDHH son personas con papales que han venido en avión y no en patera o bien han nacido aquí. Si coincidimos con el profesor Nair en la naturaleza política del fenómeno, frente a la visión humanitaria Tarzán. Deberíamos reconocer que para responder con cierto rigor a la pregunta ¿Qué debe hacer la UE sobre la inmigración? deberíamos cambiarla a: ¿Cuál es al trabajo que hasta hoy ha hecho la social democracia europea de Zapatero, González, Sócrates, Tony Blair y Hollande para el actual fracaso?
En los últimos 30 años, los gobiernos, las macro ONG blancas y los medios de comunicación muestran las imágenes de Melilla y las mujeres nigerianas de la Casa de Campo. Argumentan con voces en off un supuesto peligro cuando todos saben que eso supone menos del 3% de la inmigración irregular, pues la mayoría entra legalmente por La Yunquera, Bajaras y El Prat y no son personas africanas, porque como ya aclaré, no nos dan visados. Si tú como turista pides un visado y demuestras que tienes medios económicos para estar en Europa en 3 meses deberían concederlas, pero no se conceden porque hay una decisión gubernamental.
Me consta el caso de Ramidah, empresario mauritano que pretendía invertir 152.000€ en la huerta murciana. Tras muchos esfuerzos desistió, después de estar durante 9 meses en el consulado español de Nuatchok para conseguir el visado. Por eso, a veces el cayuco es el único recurso. La supuesta disyuntiva entre coyunturalidad y estructuralidad expuesta aquí por Nair con respecto a las propias leyes europeas se desvanece.
Entonces, cuando se habla de avalancha, hay que interpelar a la dictadura del Tío Tom, ya que es consciente y concomitante con esta desproporción en la respuesta: disparos con personas que están nadando, carteles en los ayuntamientos con la bienvenida, y finalmente la concesión de visados. Esta dictadura, apoyada por la UE, tiene un altísimo grado de responsabilidad por varias razones. La primera es que asumen como suyas las tesis policiales de las muertes en los CIEs mientras desde la UE se están haciendo deportaciones sistemáticas con la violación de los DDHH. Esos representantes diplomáticos nunca se presentan en el CIEs de Aluche. En segundo lugar, asumen la falsa idea esclavista de que la inmigración se mueve por la búsqueda de trabajo, esto legitima en términos epistémicos, el fundamento de la violencia institucional contra aquellos africanos que lo no lo tengan. De este modo, se trata de plantear el falso debate entre seguridad y libertad tan de moda y que ha vinculado la africanidad al trabajo esclavista como en el siglo XVII.
El Estado africano, debido a su esencia neocolonial, es muy irresponsable, ya que con las acreditaciones diplomáticas, gracias a los acuerdos con Zapatero, no sólo le permite cobrar por cada negro expulsado, sino que delega su responsabilidad en agentes ‘profesionalizados eurocéntricos’ de los CIEs.
El boom demográfico africano ha acabado con el mito de los negros, inventado por los misioneros durante la esclavitud y más tarde, recogido por las ONGs para conseguir campañas de financiación. Debemos derribar estas ideas falsas impuestas con la complicidad de los sindicatos. Pretender que una vez superada la crisis capitalista podremos volver a explotar los esclavos en los invernaderos de Almería, es un sofisma.
Por ello, para concluir, recomiendo nos apartemos de esta visión secular neocolonial propio de las novelas de Kipling. Si Europa como ocurrió durante la revolución francesa pretende mantener la Liberté, Égalité y Fraternité en París, pero la esclavitud, violencia y explotación en Haití, a buen seguro seguiremos siendo la merienda de los blancos cada vez que el terrorismo golpee en el continente. Asimismo, a estos chavales que están en la Balue viendo videos de yihadismo, del Real Madrid de Benzema, de Zidane o se encuentren en el Latin King escuchando a Don Omar, hay que hacerles un contrarelato que permita romper con la jerarquía interpretativa neocolonial del racismo institucional para seducirles y conquistar sus espacios. Sólo así recuperaremos las interpretaciones más justas de los marcos legislativos, basados en los artículos de la declaración de los DDHH que faculta a todos los seres humanos (incluso los negros) el derecho a la libre circulación. Eso no es teoría política de Zimbabwe, sino es la esencia de Europa.
Todos somos inmigrantes
05/04/2016
Miguel Fernández Blanco
Foro Galego de Inmigración
Un falso debate/problema parece querer utilizarse de nuevo en Europa para justificar las políticas migratorias restrictivas y de limitación de derechos de las personas inmigrantes. Acoger a personas refugiadas implicaría así ser más contundente aún (resulta difícil imaginar cómo) con las personas inmigrantes actualmente residentes en Europa, especialmente con las que se encuentran en situación de irregularidad administrativa.
Es falso en primer lugar, porque parece que no estamos dispuestos a acoger al número de personas que se decía en un principio, pero las políticas aun más fuertemente restrictivas ya se está poniendo en marcha en diferentes países europeos, incluso ya están limitando los derechos a las personas residentes en cuanto al acceso a las prestaciones públicas-, como los que pretende establecer Cameron en el Reino Unido para las personas extranjeras de la UE, pobres, allí residentes. Por otro lado, parece complicado pensar en actuaciones más contundentes contra las personas en situación de irregularidad administrativa: persecución policial organizada, redadas, internamiento en CIEs, vuelos de deportación masivos, privación del derecho a la salud, ingentes e inabordables tramitaciones administrativas para poder regularizar la situación, el trabajo “obligado” en la economía sumergida como única alternativa de supervivencia, etc.
Pero la principal y más peligrosa de las falsedades es la de relacionar estas dos realidades que son completamente diferentes. El derecho al refugio y al asilo político en caso de guerra y/o persecución, que compromete de forma grave la vida de las personas, es un derecho humano fundamental, que además recogen normalmente las Constituciones de la mayor parte de los países europeos. Aquí no hay debate posible, tenemos que acoger a las personas, de acuerdo con la legislación internacional y con las mismas legislaciones nacionales. Eso sucede con la inmensa mayoría de las personas que deambulan, de forma vergonzosa y vergonzante para todos/as nosotros/as, en estos momentos por muchos países europeos.
Ese es un tema derivado en buena medida además de las interesadas intervenciones de los países occidentales en conflictos civiles de determinados países o territorios. Como apunta Nair, es una cuestión coyuntural que debemos resolver ahora de forma digna e inteligente, ya que de otra manera sería imposible. Sin embargo, el acuerdo firmado entre la UE y Turquía, que permite las deportaciones masivas de personas y el cierre de fronteras de la UE para que Turquía se ocupe, en campos de concentración, de estas personas a cambio de muchas concesiones económicas y seguramente de muchos otros tipos para ese país, es cuanto menos, el peor camino elegido.
Desde hace bastantes años en Galicia, en el Foro Galego de Inmigración hemos intentado defender los derechos de las personas inmigrantes residentes en nuestro país. Aquí sí que queremos y podemos proponer alternativas que consideramos interesantes. Asimismo, la derogación de la actual Ley de Extranjería española y de la de los otros países de la UE -algunas aun más restrictivas-, deben sustituirse por una nueva legislación que sin pretensión de exhaustividad, debe al menos:
-Facilitar las formas razonables de entrada regular en el Estado español. Impedir la persecución del colectivo inmigrante con la despenalización de las situaciones de irregularidad, que deben ser consideradas como meras sanciones administrativas. Garantizar y flexibilizar los requisitos para que, con facilidad, se pueda restablecer la regularidad administrativa en los casos de pérdida de las autorizaciones .
-Garantizar que las personas inmigrantes residentes, regulares administrativamente o no, puedan acceder en condiciones de igualdad a los derechos ciudadanos básicos: educativos, sociales o sanitarios. Debe derogarse el Decreto del 14 de Abril de 2012 que amputó el derecho a la salud de las personas inmigrantes. En este tema, además no sirven los apaños que anuncian o implantan en los últimos meses algunos gobiernos autonómicos, como del PP. Hay que restituir el derecho a una sanidad pública y universal. Deben también eliminarse las limitaciones para el acceso a las prestaciones sociales, especialmente a las rentas mínimas.
– Otros cambios legislativos deben recoger el derecho de voto de este colectivo, cuestión fundamental para participar de forma activa en nuestras sociedades. Por último, retirar los nuevos e impresentables obstáculos que se han puesto para el acceso a la nacionalidad española de las personas extranjeras residentes.
En definitiva, como decimos siempre en el Foro, Todas las personas somos, fuimos o podemos ser inmigrantes, y como personas siempre debemos tener garantizado el acceso a nuestros derechos. Ese es el camino, el único camino realista y en realidad posible, para las políticas migratorias en el Estado español y en la UE, y como no, es el camino para abordar la realidad actual de las personas refugiadas en Europa.
Niños refugiados y apátridas, los invisibles
04/04/2016
Cristina de Nicolás Izquierdo
Politóloga
A pesar de la dificultad metodológica que conlleva la cuantificación de la apatridia —una persona apátrida es aquella que no es reconocida por ningún país como ciudadano—, Naciones Unidas estima que hay unas 680,000 personas apátridas en Europa, de las cuales un 10% aproximadamente son refugiados sirios procedentes de la región del Kurdistán iraquí.
La razón de su apatridia está directamente vinculada al conflicto armado, consecuencia de la obligación de huir de la violencia sin antes haber solicitado la nacionalidad, o en el momento de su solicitud no cumplían las condiciones porque las autoridades sirias no les habían registrado.
Por si no fuera suficiente, los hijos(as) de estos refugiados apátridas también heredarán la condición de apátridas del padre, porque la legislación siria no permite a los hijos adoptar la nacionalidad de la madre y, como consecuencia de la guerra, cerca de un 25% de los hogares de los actuales refugiados sirios se han quedado sin un padre que pueda acreditar su nacionalidad.
¿Cómo podrán estas personas ser reconocidas como refugiados? ¿Cómo van a registrar a los hijos(as) que hayan nacido en Europa o durante el trayecto? ¿Cómo, en el mejor de los casos, su situación va a ser siquiera analizada si formalmente no existen?
Si bien, la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de 1954 ha sido ratificada por la mayor parte de los países europeos, asumiendo en consecuencia la responsabilidad y obligación de asegurar la protección de los derechos básicos de las personas en esta situación, los procedimientos formales para determinar quién debe tener acceso a dicho derecho son apenas existentes en las legislaciones nacionales europeas.
Al horror del trauma causado por el conflicto armado y las consecuencias del dolor intenso referido por el Dr. Achotegui en esta sección, se le unen los efectos a largo plazo de una crisis que está creando una generación invisible.
Aunque la condición de refugiado no conlleva automáticamente la apatridia, la naturaleza del desplazamiento temporal que caracteriza la situación de la persona refugiada puede agravar la situación de aquellos que ya de entrada carecen de una nacionalidad formalmente reconocida.
Se trata pues de un problema complejo que pasa por la necesidad de una reforma futura de leyes de nacionalidad discriminatorias en base al género, como lo indica el ACNUR en su campaña #IBelong, pero además, los países integrantes de la Unión Europea deberían mantener y cumplir su compromiso de facilitar la ciudadanía a niños y niñas que de otro modo serán apátridas de por vida pues, una vez la protección temporal que su condición de refugiados les otorga potencialmente finalice, su estatus de personas sin nacionalidad o ciudadanía permanecerá en el futuro.
Así, entrarán a formar parte de una generación que vive en un limbo, donde ni podrán permanecer en los países que los recibieron, ni retornar a sus países de origen sin prueba de ser provenir de ellos.
Sí, estamos en peligro
01/04/2016
Corina Tulbure
Periodista
Estamos en peligro, porque mientras miles de niños nadan y duermen en el barro de Idomeni, nuestros políticos —sí, nuestros, porque los hemos elegido nosotros— conceden un rato de su cena a debatir su futuro y lo consentimos.
Estamos en peligro, porque la líder de un Partido como Alternativa para Alemania, que no está ilegalizado, puede afirmar en público que “la policía debería tener el derecho a disparar a los refugiados en la frontera” y nadie le lleva delante de un tribunal. Lo consentimos.
En el último año, cada día, cada mañana, hemos abierto los ojos con la imagen de una persona refugiada ahogada en el Mediterráneo, herida, atacada en un albergue, o sufriendo en la frontera. Y lo consentimos.
Decenas de reporteros han estado en las fronteras, han radiografiado el maltrato diario que allí tiene lugar, y hasta la fecha no se ha abierto ningún corredor humanitario para la llegada de los refugiados.
Hablamos de ‘crisis de los refugiados’ y ‘tragedia de la inmigración’ en vez de mencionar a los responsables de las decenas de muertes de personas refugiadas fallecidas en el mar. Estas muertes son un resultado directo de las políticas migratorias europeas. El movimiento de los seres humanos no es una ‘tragedia’. Las políticas que se aplican para impedirlo, en cambio, sí lo son. Y la “crisis” no es de los refugiados, es nuestra crisis, la crisis de Europa y de los derechos humanos. Los refugiados son las víctimas de nuestra crisis.
Según The Migrant File, Europa ha gastado más de un billón de euros de los fondos públicos, de tus impuestos, para construir vallas en sus fronteras, alambradas. Un negocio con futuro en la actual Europa. Esta inversión solo ha tenido un efecto: el aumento de muertes en el Mediterráneo. Según un análisis del investigador Nando Sigona, en 2015 una de cada 1.049 personas moría intentando llegar a Europa; mientras que en 2016, la proporción asciende a una de cada 409 personas que logran tocar suelo europeo.
En verano Hungría enseñó el camino a seguir: criminalizar a las personas que ayudan a los refugiados y detener a los que cruzan la frontera. La normalidad se convirtió en delito. Le siguió Dinamarca, que confiscó el dinero y las pertenencias a los refugiados.
Y ahora Europa quiere llegar a Turquía. El nuevo acuerdo y el dinero que Europa envía a Turquía tendrá un solo efecto: la criminalización y la detención de los refugiados, como ya sucedió en el año 2015, cuando Europa empezaba a coquetear con Turquía.
Turquía ya ha cerrado su frontera con Siria, se producen disparos en la frontera, así como deportaciones de refugiados a Siria, sin respetar las leyes de derecho internacional, según menciona Amnistía Internacional. No olvidar que los disparos en la frontera ya se habían producido antes en las fronteras europeas, en Bulgaria y en España, donde se asesinó a la gente.
Dentro de Europa, cada paso que una persona migrante da está restringido por las leyes de extranjería. En vez de favorecer la entrada en la sociedad, las normativas de extranjería legislan la exclusión en nombre de la “integración”. El resultado es el racismo estructural y social y la exclusión que dominan todas las sociedades europeas y que cada día crecen ante nuestros ojos indolentes. Con nuestra indiferencia apoyamos estas políticas de extranjería. Todo está a la vista, todo se sabe y lo consentimos. La pregunta es ¿por qué lo hacemos? La gente encerrada en Idomeni solo nos pide una cosa: que volvamos a actuar como personas normales. Y tal vez ellos nos salven de esta Europa que consentimos. Porque sí, estamos en peligro. Y el peligro es, de nuevo, Europa.
El juego de la Oca
01/04/2016
Lucía López Alonso
Mensajeros de la Paz
Tras el acuerdo de la vergüenza entre Turquía y la Unión Europea, llegué hace solo unos días a Grecia pensando en que el drama de los refugiados se parece más que nunca a un juego de la Oca: cuando pisas la siguiente casilla, las normas te mandan de regreso al país de la primera protección. A esa casilla donde las mafias hicieron negocio con tu asiento en la travesía. Un negocio, eso sí, más pequeño que el que están haciendo los gobiernos que han perpetuado, con este tratado, el tablero de los solicitantes de asilo; que han comprado con dinero el privilegio de la indiferencia.
Visité los nuevos campamentos de refugiados en las periferias de la ciudad de Atenas, en los que Mensajeros de la Paz ha montado su carpa. Ritsona y Malakasa tienen ambos un poco más de una semana de vida y ya albergan en sus tiendas a más de setecientas personas, familias de refugiados sirios, iraquíes y afganos.
Como si fuésemos circenses, parece que las ONGs, desde el comienzo de esta crisis de refugiados en Europa, estamos acostumbradas a ir montando -y desmontando cuando desalojan a los refugiados, como recientemente en la isla de Lesbos- nuevas tiendas, nuevas carpas, allí donde las políticas migratorias y los acuerdos firmados entre los Estados deciden que pueden quedarse por un tiempo los refugiados, antes de darles el empujón de vuelta.
Entonces llegamos a Ritsona con nuestra carpa, nuestra cocina móvil, nuestra fila de sanitarios, y nos damos cuenta de que es imposible que nosotros solos sirvamos a todas las personas que pasan hambre. ¿Acaso son suficientes menos de diez sanitarios, para las miles de personas de Ritsona? ¿Acaso esas tiendas que han montado las Fuerzas Armadas reúnen las condiciones de seguridad y comodidad que qusiéramos para nuestros hijos o abuelos? Conocí a una mujer procedente de Aleppo embarazada de ocho meses.
La vida espera, pero no demasiado. Dentro de un mes, ¿qué va a pasar con ella? ¿Qué poder va a responsabilizarse de asegurarle un médico? ¿Quién va a informar a esa pareja de los derechos de su nuevo hijo? La ayuda de emergencia no gubernamental no va a ser más que un circo hasta que deje de actuar sola, sin el apoyo de los países miembros de la Unión Europea, sin la puesta en práctica del derecho internacional humanitario.
De oca a oca, nuestras furgonetas se mueven de Ritsona a Malakasa. Y qué paradoja para la fonética española que este segundo campamento ateniense nos recuerde ya con su nombre que no es ningún hogar dulce hogar. Como si fuera un aviso para esos gobernantes que estén pensando que los allí refugiados podrían quedarse en el sitio por muchos años, como ha sucedido en el campamento jordano de Al-Zaatari. No nos equivoquemos: un campamento de refugiados nunca va a ser un hogar digno.
Si en Ritsona estremecen el hacinamiento de las tiendas de campaña, la falta de electricidad, el cieno tras la lluvia, el olor de la basura y la imposibilidad de higiene, en Malakasa, pese a que sus tiendas sean más grandes, haya un comedor edificado y, por haber más espacio, nuestra organización haya podido montar una carpa-ludoteca para los niños, asustan las alambradas que los encierran y el tedio que los mantiene sin ocupación. No nos olvidemos: un campamanto militar jamás será un hogar.
El hogar, que es la grapa entre la libertad y la intimidad humanas, ese lugar del que se sale para trabajar y se vuelve para descansar, es lo que están demandando los refugiados. Hogar, asilo, refugio, casa. Hasta los animales entienden, cuando no se repliegan abandonando la vigilancia hasta que la familia se acuesta y la casa se apaga, todo lo que implican esas palabras: seguridad, dignidad, libertad, afecto; respeto de la unidad familiar y paz.
Lo que vi en el Puerto del Pireo hizo que me convenciera aún más de este pensamiento: esa sucesión de tiendecitas de campaña siquiera tiene el mínimo estructural para llamarse campamento. En nuestra carpa, los niños jugaban mientras sus abuelas cansadas y sus padres apesadumbrados afirmaban, en la cola del caldo, lo poco que dice que ellos siguen siendo una familia: «Cinco vasos más. Somos seis». Uno de esos niños me regaló su dibujo: había hecho un autobús. Un autobús enorme que ocupaba la cartulina de margen a margen.
Conservo el dibujo y pienso en sus detalles: lo único que está coloreado son las luces traseras y delanteras, las ventanas dejan ver el volante y lo más curioso es que el autobús está vacío. Ni lo conduce nadie ni nadie lo ocupa. Es un dibujo sin respuestas, porque estos niños que no saben a qué país han llegado esta vez, no saben el idioma en el que los desconocidos les hablan y no saben cuánto les queda de tablero para llegar al final, a casa, no tienen respuestas. No se las estamos dando.
En cualquier caso, lo que ese autobús dibujado me está enseñando es que en Europa tenemos miles de medios y remedios, empezando por los medios de transporte. Autobuses, barcos, helicópteros, lanchas de rescate. Si quisiéramos, podríamos llenarlos. Ese niño y toda su familia -«Cinco vasos más. Somos seis»- cabrían de sobra junto con otras muchas más personas. La cuestión es para qué Europa va a decidir o ya ha decidido usarlos: si para deportar, para devolver a estas personas a los lugares donde son perseguidos o víctimas de la necesidad, o para salvarles con medidas de acogida humanas y soluciones comprometidas con sus necesidades y sordas a la xenofobia.
También en el Pireo hablé con un afgano. Sólo tenía diecisiete años y su inglés era perfecto. Le pregunté por unas duchas que, igual que en Ritsona, no encontré. No supo explicarme: «Unos chicos… tres euros por día… Ahí, en medio del parque…». De nuevo, el negocio. Da igual de quién, a qué precio, dónde, para qué y por qué: siempre alguien aprovecha para estafar al refugiado que solo quiere que su hermano, ingeniero residente en Alemania, le encuentre.
Después le pregunté si la comida que repartimos le parece suficiente. «Es suficiente, pero yo no he venido aquí para comer». Me dio un escalofrío: si los que se dedican a catalogar a los refugiados que desembarcan en el puerto escuchan eso y ven su aspecto, caerán en la lógica equivocada del refugiado económico. Hay que seguir escuchando: «Yo vivía bien, no me faltaba comer, pero salí de ahí porque iba a morir». Y me enseñó en su móvil las imágenes de su calle bombardeada, de su cara hinchada y ensangrentada en el hospital, de su labio reconstruido. «Quiero vivir. Sólo tengo a mi hermano. Everything is my brother». Pero Afganistán ya no se considera en situación de conflicto y este chico es un desplazado económico.
Las ONG seguiremos dándoles lo que piden con urgencia cuando llegan a las fronteras: escucha y medio vaso de té, una manta y un plato de comida. Seguiremos siendo la posada del tablero de la Oca, pero no podremos ser la casa. Podremos seguir siendo también, sin problema, la casilla del circo: nuestros voluntarios seguirán haciendo malabares con naranjas a la hora del reparto, para hacer a los niños sonreír. Pero hay que hacer proyectos estructurales. Lo que hay que cambiar son las reacciones de los representantes de Europa. De las políticas de visados -la burocracia mata- a los gestos de gendarmes o la indiferencia ante las mafias. Hay que multiplicar el número de oficinas de examen de solicitantes, asegurar la reagrupación familiar, la seguridad de la ruta y la acogida final digna, con garantías y derechos, a los que se están acogiendo a la tan justa libertad de emigración, que son todos ellos.
Movamos ficha a favor de una solución segura, que resuelva el problema sin perder de vista los derechos inalienables de todo ser humano. De lo contrario, un juego de la Oca siempre lleva de lo incierto a lo incierto.
Érase una vez un derecho llamado refugio
31/03/2016
Mikel Mazkiaran
Federación estatal de SOS Racismo
En Julio de 2013, el Gobierno australiano firmaba un acuerdo con Papua Nueva Guinea por el cual los solicitantes de asilo que se dirijían a Australia serían reenviados a un centro ubicado en la isla de Manus en Papua. Este acuerdo, que se suma al que ya firmara con Naru, implicaba una política de asilo que, a pesar de ser contestada desde ACNUR, ha sido declarada constitucional por la Corte Suprema de Australia en junio de 2014.
Esa externalización del derecho de asilo comienza en septiembre del año 2001 cuando Australia denegó el acceso a sus costas del ‘Tampa’, un barco de bandera noruega con el único fin de evitar el examen de las solicitudes de asilo de las 460 personas que se encontraban a bordo. La solución consistió en el establecimiento de una autodeclarada zona de migración australiana que incluía más de 3.500 islas, más allá de la cual las personas interceptadas sólo podrían presentar solicitudes de asilo fuera de las fronteras australianas.
El periodista Paul Collier en su libro Éxodo: inmigrantes, emigrantes y países describe la situación creada por el ‘Tampa’ como un dilema moral para el gobierno australiano: si auxiliaba al barco los refugiados conseguían su objetivo, dejar que el barco se hundiera era difícilmente justificable; finalmente opta por una solución intermedia. Un dilema moral plantea una situación posible de suceder en la realidad cotidiana pero que resulta ser conflictiva desde el punto de vista moral.
La firma del 18 de marzo por parte de la Unión Europea de un acuerdo con Turquía para externalizar el derecho de asilo a ese país tras considerarlo “tercer país seguro” entra en esta categoría de dilemas sin dejar por ello de ser falsos dilemas morales. Porque una mínima moral kantiana debería obligar a los responsables gubernamentales a discutir cómo salvar vidas en primer lugar y cómo hacer efectivo el ejercicio de un derecho (el asilo) a continuación.
A nadie le sorprende a estas alturas comprobar que nada de esto se va a hacer. Lo sorprendente es ver que los 28 se han puesto de acuerdo en una medida de este calado. Y es que cada vez es más destacada la tendencia a que cada estado fije sus propios principios de funcionamiento en materia de política migratorio pasando por encima de normas comunes de gran trascendencia que no hacen sino golpear y resquebrajar la arquitectura de la policita común europea en materia de inmigración y asilo.
Aunque no hay un acontecimiento claro que marque este cambio de rumbo, es importante recordar lo ocurrido en el verano del año 2010 a raíz de las expulsiones colectivas de ciudadanos rumanos por parte del gobierno francés. La comisaria de Justicia, Viviane Reding, criticó las expulsiones y evocó a lo ocurrido en la II Guerra Mundial con las deportaciones de judíos. Pero en octubre la Comisión Europea aceptó como bueno el proyecto de ley de París en el que se adaptaba la directiva sobre la libre circulación de personas y el calendario para ello, poniendo así punto final a las investigaciones que estaba desarrollando y renunciando al procedimiento sancionador contra Francia.
Desde entonces, la inmigración y por ende el asilo se desarrollan en una suerte de política de ‘Buffet libre’, cada vez más indisimulada y atrevida. Con grandes dosis de repliegue estatal y nacionalismo policial Schengen ha quedado irremediablemente desfigurado. No en vano, un refugiado no tiene un proyecto migratorio, (sin perjuicio de que lo realice una vez asentado en el país de acogida); solo es portador de un derecho reconocido por 147 países y plasmado en la Convención de Ginebra y el Protocolo de Nueva York. Si se le despoja de este derecho se convierte automáticamente en un intruso y la frontera despliega todo su potencial.
Ocurre que este repliegue identitario combinado con el control territorial al margen de la UE (pensando que la ineficacia comunitaria se suple reforzando el orden público nacional) adquiere una relevancia desproporcionada ante atentados terroristas como los vividos en París y Bruselas. Este tipo de ataques indiscriminados a la población europea van a repetirse y la respuesta será el cuestionamiento del islam como elemento inintegrable en una ceremonia de confusión aprovechada para lanzar mensajes xenófobos y racistas. Refugiados, islam y terrorismo configuran un Triángulo de las Bermudas cuyo interior está ocupado por el no derecho y el odio al diferente.
No hay una instancia judicial que pueda condenar a la Unión Europea por un delito de omisión de socorro. La ciudadanía debe elegir entre la indiferencia y la protesta en forma de solidaridad y reconocimiento del derecho al asilo. Muchos de los derechos que hoy disfrutamos se han logrado gracias a que otras mujeres y hombres se sacrificaron para conseguir su reconocimiento (movimiento sufragista, Chicago 1877, etc.) El 18 de marzo es el principio del fin del derecho de asilo en la Unión Europea y la respuesta ciudadana es lo único que puede evitar su desaparición.
¿Cuándo murió Europa?
30/03/2016
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Sin ánimo de polemizar, me gustaría decir algunas cosas sobre cuándo creo yo que la idea de una Europa solidaria y humanista se fue al traste.
Tanto Pilar Estébanez como otros intervinientes han apuntado que las últimas decisiones de las autoridades europeas con respecto a los refugiados políticos en particular, y los inmigrantes en general, permiten fechar con precisión tan triste episodio en el 20 de marzo del corriente año. En mi opinión ello ocurrió hace unos pocos años atrás, cuando estalló la crisis de la deuda soberana en Europa.
Me explico. Como ha expuesto en un excelente artículo Joaquín Estefanía (“Los refugiados y los gorrones”, El País, 29/02/2016), cuando estalló la crisis de la deuda soberana se tomó la decisión de que los gravísimos problemas financieros que sufrían algunos Estados eran de incumbencia estrictamente nacional, y se descartó la idea de cualquier tipo de mutualización de la deuda. Ahora, cuando esos mismos países insolidarios se ven afectados por una marea humana en busca de refugio y ayuda, no pueden exigir, ni siquiera solicitar, que se mutualice la asistencia a los mismos. El mismo principio político que sustentó el veto a la mutualización de la deuda impide una gestión ordenada y planificada, tomada de común acuerdo entre todos los Estados europeos, de los recientes flujos de inmigrantes
Es cierto que en todo este asunto hay un tufo a racismo y xenofobia, pero lo esencial para entender la situación es ver con claridad y serenidad el origen real de los problemas. Y el problema es político, no ideológico. También es de carácter institucional, pues responde al diseño de la Europa de Maastricht de 1992.
Termino con uno de mis axiomas favoritos: Para atajar los síntomas, hay que ir a las causas reales.
El día que murió Europa
30/03/2016
Pilar Estébanez
Presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria
El 20 de marzo de 2016 pasará a la historia como el día en el que Europa murió. Fue el día en el que la Unión Europea decidió, en una cumbre de presidentes, cerrar las puertas del continente a los refugiados que llegaran a partir de ese momento, ratificando así el vergonzoso acuerdo firmado con Turquía. La entrada en vigor del acuerdo se selló con la muerte de dos niñas y dos hombres que se ahogaron mientras trataban de llegar a las islas griegas.
Han pasado diez días y esa vergonzosa decisión apenas ha levantado protestas, sepultada mediáticamente por el terrible atentado de Bruselas. Europa se une contra el terrorismo, pero no para socorrer a las víctimas de una guerra en la que el continente tiene su parte de responsabilidad.
Es en estos momentos cuando se echa de menos grandes figuras que lideren la batalla moral contra lo que es una claudicación de Europa y sus ciudadanos ante la violación del derecho humanitario. Ya no tenemos portavoces como Emma Bonino, o José María Mendiluce, que hubieran alzado su voz contra esta vergüenza sin precedentes.
El mero análisis superficial del contenido del acuerdo firmado entre la Unión Europea y Turquía permite vislumbrar la miseria moral de nuestros dirigentes europeos, que son capaces de poner precio a la vida y la seguridad de decenas de miles de personas. Turquía recibirá 6.000 millones de euros por recibir a los refugiados y migrantes deportados –sí, serán deportaciones, pese a que se esté negando-, y ciertos avances en su proceso de integración en la Unión Europea, como la eliminación de los visados para sus ciudadanos.
El mecanismo para llevar a cabo esta medida será cruel: un realojado por cada expulsado hasta completar una primera tanda de 72.000 personas.
Pero es que, además, Europa ni siquiera puede sacar la cara para decir que hasta ahora las cosas se han hecho bien, porque no es cierto: decenas de miles de personas permanecen estancadas en infames campamentos, durmiendo sobre el barro en condiciones inhumanas, junto a las fronteras cerradas. 75.000 personas han perdido la vida desde 2014 tratando de atravesar el Mediterráneo. En un año han desaparecido 10.000 niños que habían logrado llegar a Europa –no se conoce su paradero-. Diez mil niños, sí. Apenas el 1,3 por ciento de los refugiados sirios han sido reubicados, y la mayoría de los cinco millones que salieron de su país viven en los únicos países donde han sido admitidos, que no son precisamente los más ricos: en el Líbano uno de cada cinco habitantes es un refugiado sirio. En Jordania son el 10 por ciento de la población, y la cuarta «ciudad» más grande de país es un campo de refugiados.
En España apenas han sido admitidos una veintena de refugiados, en Francia sólo aceptarán al cuatro por ciento de la cuota que inicialmente aceptó, Holanda sólo aceptarán el siete por ciento de la cuota inicial, y el Reino Unido aceptará apenas al 20 por ciento de los que dijo que iba a aceptar en su territorio.
Mientras tanto, los refugiados –hombres, mujeres, niños y niñas, ancianos, enfermos- se pudren en asentamientos que no merecen siquiera el nombre de campos de refugiados, rodeados de alambre de espino, maltratados y agredidos en las fronteras, con todos sus derechos como refugiados -¡que debería garantizar la propia legislación europea!- vulnerados de forma flagrante… ¿Qué van a hacer con ellos? ¿Esperar a que se esfumen, desaparezcan? ¿Ha adoptado Europa la estrategia de Rajoy de no hacer nada, esperar a que los problemas se resuelvan solos?
A lo largo de los últimos dos años los responsable de Europa se han reunido incontables ocasiones para tratar el tema de los refugiados, y se han adoptado acuerdos que no se han cumplido: ni siquiera se ha llevado a cabo el reparto de refugiados que se acordó –suena a broma pesada los diez o doce mil refugiados que nuestro gobierno acordó aceptar en su día-. Europa no cumple lo que acuerda, excepto en esta última ocasión, en la que se han puesto de acuerdo para expulsar a seres humanos con derechos garantizados por las leyes y convenios internacionales, repito. Y qué podemos decir del Parlamento Europeo, donde se sientan los representantes elegidos directamente por los ciudadanos… ¿Ha servido para algo? ¿Sirve para algo ese Parlamento? ¿No creen sus diputados en los derechos humanos, en el derecho de asilo, en el refugio?
Esta no es la Europa por la que muchos hemos luchado, la Europa que lideró el humanitarismo a finales del siglo pasado, que se volcó en Ruanda, en los Balcanes –zona, por cierto, que generó centenares de miles de refugiados y desplazados durante sus guerras, y que ha sellado sus fronteras ahora para estos otros refugiados-. Esta no es la Europa de la que nos sentíamos orgullosos. No. Esa Europa ya no existe: murió el 20 de marzo.
Refugiados: una cuestión geopolítica más que humanitaria
28/03/2016
Nazanin Armanian
Profesora de CC. Políticas
La pregunta lanzada por el profesor Sami Nair de ¿Qué debe hacer la Unión Europea sobre la inmigración?, me sugiere algunas observaciones:
La necesidad de distinguir entre el concepto de refugiado, que se refiere a aquellas personas que huyen de la persecución política o de conflictos armados para salvar sus vidas, y, por otra parte, el de migración, inherente al ser humano, que señala el desplazamiento con el objetivo de mejorar el nivel de vida. Las miles de personas que están siendo devueltas por la Unión Europea a la zona de guerra o a países con regímenes dictatoriales (Siria, Turquía, Irak o Afganistán), pertenecen a la primera categoría, y los Estados que se declaran democráticos están obligados a protegerles por la Convención Internacional sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951.
En el término confuso de la ‘Unión Europea’ habría que separar los gobiernos de los ciudadanos. Pues, ¿representa el actual gobierno de España a sus votantes si presentó un programa electoral y aplicó otro totalmente contrario? O, la Comisión Europea, ¿defiende los intereses de, por ejemplo el pueblo griego, si con sus exigencias (a favor de la oligarquía financiera) destrozó literalmente la vida de miles de sus ciudadanos europeos, blancos y cristianos?
Por otro lado, ¿cómo unos gobiernos europeos, que han sido corresponsables, junto con EEUU, de la muerte de al menos millón y medio de personas en las recientes guerras contra Afganistán, Irak, Yemen, Siria, Libia, Sudán, Pakistán, Somalia, Mali, etc., y han desmontado allí la vida de al menos 100 millones de seres humanos y han provocado la huida de otros 25 millones de sus hogares, pueden tener siquiera voluntad de ayudar a sus víctimas? Pedir peras al olmo confundiría a los ciudadanos.
Del mismo modo que Europa no es la única responsable de la creación de la crisis de refugiados, tampoco debe caer sobre ella toda la carga de su solución, a menos que desde el eurocentrismo le asignemos a Europa la virtud de ser la máxima expresión de los Derechos Humanos. Este enfoque, además de estar muy lejos de la verdad, desdibuja el papel de otros implicados –en el caso de los refugiados sirios, por ejemplo, el de Turquía y Arabia Saudí -, en la huida de millones de personas de Asia y de África hacia donde pueden. En Australia, por ejemplo, miles de refugiados están hacinados en los ‘Guantánamo del Pacífico’, apodo de los centros de detención de Papúa Nueva Guinea y la isla de Nauru. O en el campo de refugiados de Jordania, cientos de mujeres y niñas (incluidas de 2 o 3 años) han sido violadas.
Mientras Turquía acoge a cerca de 3 millones de huidos del infierno sirio, Jordania a 2,6 millones (un 40% de su población), o Líbano a 1,4 millones, los 27 estados de la UE (salvo Alemania) hospedarán tan sólo a 160.000.
Sin duda, la existencia de cerca de 60 millones de refugiados en el mundo, no se debe a los regímenes dictatoriales, a los que sólo se enfrentan activamente unos pocos militantes políticos e intelectuales progresistas, ni a los conflictos civiles o religiosos. Esta estremecedora cifra, cuya existencia ignoran muchos en Europa, es resultado directo o indirecto de las guerras de expolio de las principales potencias occidentales, de la farsa ‘guerra global contra el terror’ de la OTAN, o de su pantomima de ‘llevar democracia’ a los países estratégicos o propietarios de recursos naturales. ¿Habría participado Francia en la agresión militar contra Libia, uno de los países más estables y prósperos de África, si éste país no fuera la primera reserva de petróleo de África y uno de los principales caudales del agua dulce del planeta? Desde el 2011, miles de sus gentes, siguen huyendo de su tierra, desmembrada y herida, convirtiendo el Mediterráneo en el cementerio marítimo más grande del mundo, sin que por ello nadie haya sido llevado ante los tribunales por los crímenes contra la humanidad. Otro país europeo como Polonia, que participó con la OTAN en 2001 en el bombardeo y la ocupación de Afganistán (hechos que obviamente no tenían nada que ver con la guerra contra el terror), en una guerra que continua hasta hoy y ha provocado cerca de 700.000 muertos, unos 10 millones de desplazados y 8 millones de refugiados, no quiere dejar entrar ni un sólo refugiado.
La conexión de todas estas guerras se ve reflejada en el personaje de Abdelhakim Belhadj, implicado en el negocio de refugiados, el terrorista yihadista colaborador de la CIA y MI6 que tras cumplir con su misión en Afganistán fue a Libia provocando caos y terror. ¡Hasta tiene su foto colgada en la red con el senador John McCain!
¿Soluciones?
El plan de EEUU para reconfigurar el mapa de Oriente Próximo y Norte de África, que empezó por Irak, trazando nuevas fronteras, incluye a Siria, por lo que una amplia intervención militar de EEUU y sus socios europeos y regionales en dicho país sólo provocará más muertos, y forzará a sus 18 millones de habitantes convertirse en nuevos refugiados. Esta ‘solución final’ para Siria, estaría seguida por una limpieza étnica de comunidades que “equivocadamente” se encuentran, quizás desde hace siglos, en la “autonomía” equivocada.
Evitar más guerras, más tragedias humanas, y reasentar a las víctimas de las guerras pasadas y actuales, es tarea de la ONU y requiere, además de la solidaridad individual, la participación activa de todos sus integrantes, compartir la responsabilidad, y dándole a este organismo, caído en desgracia y disfuncionalidad, un soplo de aire fresco y ánimo para que, a corto plazo, ponga en marcha un ‘Plan Marshall’ para acabar con el drama de refugiados. Hoy más que nunca, es imprescindible formar una plataforma global contra las guerras y el militarismo.
Niños refugiados y apátridas – Los “invisibles”
28/03/2016
cden
Consultora - gobernanza- protección de refugiados
A pesar de la dificultad metodológica que conlleva la cuantificación de la apatridia –una persona apátrida es aquella que no es reconocida por ningún país como ciudadano-, Naciones Unidas estima que hay unas 680,000 personas apátridas en Europa, de las cuales un 10% aproximadamente son refugiados sirios procedentes de la región del Kurdistán iraquí.
La razón de su apatridia está directamente vinculada al conflicto armado, consecuencia de la obligación de huir de la violencia sin antes haber solicitado la nacionalidad, o en el momento de su solicitud no cumplían las condiciones porque las autoridades sirias no les habían registrado.
Por si no fuera suficiente, los hijos(as) de estos refugiados apátridas también heredarán la condición de apátridas del padre, porque la legislación siria no permite a los hijos adoptar la nacionalidad de la madre y, como consecuencia de la guerra, cerca de un 25% de los hogares de los actuales refugiados sirios se han quedado sin un padre que pueda acreditar su nacionalidad.
¿Cómo podrán estas personas ser reconocidas como refugiados? ¿Cómo van a registrar a los hijos(as) que hayan nacido en Europa o durante el trayecto? ¿Cómo, en el mejor de los casos, su situación va a ser siquiera analizada si formalmente no existen?
Si bien la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de 1954 ha sido ratificada por la mayor parte de los países europeos, asumiendo en consecuencia la responsabilidad y obligación de asegurar la protección de los derechos básicos de las personas en esta situación, los procedimientos formales para determinar quién debe tener acceso a dicho derecho son apenas existentes en las legislaciones nacionales europeas.
Al horror del trauma causado por el conflicto armado y las consecuencias del dolor intenso referido por el Dr. Achotegui en esta sección, se le unen los efectos a largo plazo de una crisis que está creando una generación invisible.
Aunque la condición de refugiado no conlleva automáticamente la apatridia, la naturaleza del desplazamiento temporal que caracteriza la situación de la persona refugiada puede agravar la situación de aquellos que ya de entrada carecen de una nacionalidad formalmente reconocida.
Se trata pues de un problema complejo que pasa por la necesidad de una reforma futura de leyes de nacionalidad discriminatorias en base al género, como lo indica el ACNUR en su campaña #IBelong, pero además, los países integrantes de la Unión Europea deberían mantener y cumplir su compromiso de facilitar la ciudadanía a niños y niñas que de otro modo serán apátridas de por vida pues, una vez la protección temporal que su condición de refugiados les otorga potencialmente finalice, su estatus de personas sin nacionalidad o ciudadanía permanecerá en el futuro. Así, entrarán a formar parte de una generación que vive en un limbo, donde ni podrán permanecer en los países que los recibieron, ni retornar a sus países de origen sin prueba de ser provenir de ellos.
Niños refugiados y apátridas – Los “invisibles”
24/03/2016
cden
Consultora - gobernanza- protección de refugiados
A pesar de la dificultad metodológica que conlleva la cuantificación de la apatridia –una persona apátrida es aquella que no es reconocida por ningún país como ciudadano-, Naciones Unidas estima que hay unas 680,000 personas apátridas en Europa, de las cuales un 10% aproximadamente son refugiados sirios procedentes de la región del Kurdistán iraquí.
La razón de su apatridia está directamente vinculada al conflicto armado, consecuencia de la obligación de huir de la violencia sin antes haber solicitado la nacionalidad, o en el momento de su solicitud no cumplían las condiciones porque las autoridades sirias no les habían registrado.
Por si no fuera suficiente, los hijos(as) de estos refugiados apátridas también heredarán la condición de apátridas del padre, porque la legislación siria no permite a los hijos adoptar la nacionalidad de la madre y, como consecuencia de la guerra, cerca de un 25% de los hogares de los actuales refugiados sirios se han quedado sin un padre que pueda acreditar su nacionalidad.
¿Cómo podrán estas personas ser reconocidas como refugiados? ¿Cómo van a registrar a los hijos(as) que hayan nacido en Europa o durante el trayecto? ¿Cómo, en el mejor de los casos, su situación va a ser siquiera analizada si formalmente no existen?
Si bien la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de 1954 ha sido ratificada por la mayor parte de los países europeos, asumiendo en consecuencia la responsabilidad y obligación de asegurar la protección de los derechos básicos de las personas en esta situación, los procedimientos formales para determinar quién debe tener acceso a dicho derecho son apenas existentes en las legislaciones nacionales europeas.
Al horror del trauma causado por el conflicto armado y las consecuencias del dolor intenso referido por el Dr. Achotegui en esta sección, se le unen los efectos a largo plazo de una crisis que está creando una generación invisible.
Aunque la condición de refugiado no conlleva automáticamente la apatridia, la naturaleza del desplazamiento temporal que caracteriza la situación de la persona refugiada puede agravar la situación de aquellos que ya de entrada carecen de una nacionalidad formalmente reconocida.
Se trata pues de un problema complejo que pasa por la necesidad de una reforma futura de leyes de nacionalidad discriminatorias en base al género, como lo indica el ACNUR en su campaña #IBelong, pero además, los países integrantes de la Unión Europea deberían mantener y cumplir su compromiso de facilitar la ciudadanía a niños y niñas que de otro modo serán apátridas de por vida pues, una vez la protección temporal que su condición de refugiados les otorga potencialmente finalice, su estatus de personas sin nacionalidad o ciudadanía permanecerá en el futuro. Así, entrarán a formar parte de una generación que vive en un limbo, donde ni podrán permanecer en los países que los recibieron, ni retornar a sus países de origen sin prueba de ser provenir de ellos.
Cristina de Nicolás Izquierdo
Las personas en el centro
23/03/2016
Cerremos los CIE
Desde la Comisión Cerremos los CIE queremos hacer hincapié en lo peligroso que resulta hacer la distinción entre las personas refugiadas y las migrantes. Este tipo de clasificaciones se van asumiendo en el discurso hegemónico y frecuentemente interesado de los representantes políticos de la Unión Europea, y generan una jerarquía de migrantes, a partir de la cual nuestros gobernantes y nuestras sociedades convierten en justificadas o injustificadas las razones por las cuales las personas se desplazan.
Nuestra posición al respecto es clara. Creemos que los movimientos de población son siempre legítimos, independientemente de las causas que los motivan, así como de los intereses o necesidades de los países receptores. La libertad de circulación debería ser la misma para una persona que se desplaza de un país a otro por motivos económicos o por motivos familiares, que huyendo de la guerra.
Otra cosa es que algunas de las causas que subyacen a la migración impliquen la obligación de los Estados receptores para articular sistemas de protección de las personas que son susceptibles de acogerse a las leyes de asilo y refugio.
La exportación del modelo capitalista a nivel planetario ha provocado, de un lado, desigualdades estructurales entre países, abocando a muchos de ellos a convertirse en “siervos” de los Estados centrales hacia los que exportan población y materias primas… Por otro lado, el capitalismo también ha construido un orden hegemónico que dicta cómo debemos ser, pensar y actuar. Ese orden se difunde gracias a un robusto aparato de propaganda global que acaba modelando nuestros gustos, deseos y aspiraciones, nuestra cotidianeidad.
Muchas personas migran atraídas por este supuesto modelo de desarrollo y crecimiento económico que tan exitosamente ha sido inculcado y, de esa forma, pasan a jugar su papel de peones al albur de los intereses y necesidades económicos de la fortaleza europea.
Y este modelo capitalista, antihumanista, se sirve cada día de los movimientos migratorios haciendo negocio de ellos, porque no olvidemos que la rentabilidad, el beneficio y el dinero son su modo de ser, por encima de las personas. Aparte del negocio ilegal del transporte de personas, están los negocios legales que han desarrollado: el negocio de los vuelos de deportación, el de la vigilancia de fronteras, el de la construcción de vallas o el de la externalización de servicios en los CIE.
¿Qué pasaría si todo este dinero, dedicado a la represión, se dedicara a cubrir las necesidades de las personas?
Siendo así, la redistribución de recursos a escala mundial -que produce un asimétrico acceso y reparto de riquezas y que modela maneras concretas de ser, pensar y actuar- se rige bajo la misma lógica que la redistribución de las personas cuando ya no cumplen una función deseable en el sistema socioeconómico. Cuando de una u otra forma se quiebra ese equilibrio económico que hace que esta maquinaria perversa funcione, llegan las llamadas “crisis económicas” y el “paraíso europeo” pasa a contener, reprimir, segregar y criminalizar a aquellos que en algún momento sirvieron para mantener la estructura engranada y funcionando.
En el marco de la política migratoria europea, el Estado español ha desplegado diversas medidas que vulneran los derechos humanos de las personas que migran: la frontera sur, las redadas racistas (identificaciones raciales), la exclusión sanitaria, social y política, los CIE, los vuelos de deportación… Estos son algunos ejemplos que demuestran que el derecho a marcharse y el derecho a quedarse únicamente se ha regido a través de la lógica eurocéntrica y excluyente.
Desde el trabajo de la Comisión Cerremos los CIE hemos visto las consecuencias que estas prácticas tienen en las vidas de las personas, convertidas en objeto de persecución y a las que se les vulneran los derechos con políticas del miedo represivas e injustas. En nuestras visitas a los CIE hemos sido testigos de cómo personas con fuerte arraigo en España eran expulsadas a países de los que únicamente conocían el nombre; cómo otras veían destruido sus vínculos familiares y no se les permitía mantenerse en el mismo entorno que sus hijos e hijas; a algunas otras les despojaron de sus vidas porque el derecho a la salud se convirtió en algo exclusivo para un grupo de ciudadanos…
Frente a este modelo económico y político destructor de vidas y vulnerador de los más básicos derechos humanos, lo único que podemos hacer es lanzar un órdago. No valen solo las actuaciones a corto plazo, que no obstante es necesario poner en marcha cuando la urgencia manda, sino que es imprescindible trabajar por un cambio de modelo que ponga la sostenibilidad de la vida humana en el centro del debate, en línea con las propuestas que vienen tiempo haciéndose desde las economías feministas. Un modelo que sitúe a las personas y la satisfacción de sus necesidades como prioridad frente a los intereses gubernamentales y económicos, que dé valor al cuidado y que rebaje el peso del mercado, imposible de reproducir sin la existencia del primero… Un modelo que, en definitiva, trate a las personas de una forma equitativa protegiendo sus derechos humanos básicos independientemente de quiénes sean y de dónde procedan….
La importancia de un Plan B
17/03/2016
Patricia Orejudo
Profesora de Derecho Internacional Privado de la Universidad Complutense. de Madrid
Interior, tarde. Un grupo de hombres. Discusión acalorada. Una voz se alza sobre el resto: “¡Que no pisen la costa! ¡Empujadlos mar adentro!¡Que se ahoguen!”
La conversación es propia de barra de bar a altas horas de la noche. La frase podría salir de la boca del típico cuñao facha que ha tomado una copa de más. Un Torrente. Porque están hablando de seres humanos que llegan a las costas de Grecia exhaustos, empapados, enfermos, algunos, muchos, incluso muertos.
Se refieren a niños, mujeres, hombres y niñas que tienen derecho a asilo o a protección subsidiaria. Derecho. No es una cuestión de mera solidaridad u obligación moral. Esas personas tienen derechos y (o porque) los Estados a los que llegan tienen obligaciones. Y esto lo tienen claro algunos de los participantes en la escena tabernaria; pero incluso los menos informados deben de estremecerse ante la propuesta: dejarlos morir, o -más bien- matarlos.
Pero no ocurrió en un bar, sino en una reunión de los ministros de Interior y Justicia de la UE que tuvo lugar en Ámsterdam el pasado 25 de enero. Y el autor de la ocurrencia es un señor con rango de Secretario de Estado. Lo ha contado en una entrevista a la BBC uno de los presentes: Yiannis Mouzalas, Ministro griego de Inmigración. Mozaulas narra lo que “Bélgica” propuso, sin mencionar el nombre del vocero belga. Por la prensa sabemos que se trata de un tal Theo Franken, y que no expresaba en ese momento, según Katrien Jansseune, portavoz del Ministerio, la opinión de su Gobierno.
Resulta aún más sorprendente que la falta de desmentido que el comunicado se limite a esa precisión: “Bélgica” no piensa de ese modo. Luego cabe deducir que su Secretario de Estado, sí. Exponía su opinión. Y ya. Como si todas las opiniones fuesen respetables. No. Las hay intolerables y conviene no pasarlas por alto. No cabe proponer acabar con la vida de personas.
No cabe ignorar, cuando eres parte del poder de un Estado, que el ordenamiento jurídico internacional, y el de la UE, y el del propio Estado, obliga a proteger a esas personas. No estaría de más saber, por tanto, qué hizo el resto de los presentes. Mouzalas solo afirma que no apoyaron la propuesta. Faltaría más. Pero ¿alguno le recriminó la ocurrencia? ¿le exigieron retirar la boutade o abandonar la reunión? No sería la primera vez que se invita a un miembro del Consejo a marcharse.
Pero en la ocasión que recuerdo, el expulsado, un ministro con toda su delegación, no propuso matar seres humanos. Sólo intentaba lograr un respiro para el austericidio al que la UE ha sometido a su país.
Ese (hoy ex) Ministro, Yanis Varoufakis, impulsa un movimiento europeo, “Un Plan B para Europa”, que tiene un eje fundamental en el tema migratorio, lo cual es todo un acierto: como bien indica Sami Nair, la actuación colectiva de la UE en esta materia es fundamental.
Los Estados miembros conservan aún gran parte de sus competencias para actuar en el ámbito de la Extranjería, y de ahí que países como Hungría y Eslovenia hayan instalado alambradas made-in-Spain contra los refugiados (y no pasa nada), o que otros como Alemania y Dinamarca les confisquen bienes (y tampoco pasa nada). Mientras, la UE exige a Grecia (aquí sí pasa) que “cumpla sus obligaciones” bajo amenaza de exclusión de Schengen, sin proporcionar soluciones tolerables al grave problema con el que este país, y el conjunto de la Unión, se enfrentan. Están muriendo miles de personas. La prioridad es evitarlo.
Es preciso proyectar prácticas comunes asentadas en el respeto absoluto de los derechos humanos. Y tener muy presente la “defensa de la libertad de migrar” que Nair menciona. Porque la libertad de hacer algo -en este caso, cruzar una frontera- comporta necesariamente la posibilidad de no hacerlo. Ser libre para marcharse, por ser libre también para quedarse.
Cuando alguien ya no puede vivir en el lugar donde ha nacido, o donde se encuentra, no puede ver denegada esa libertad, al llegar a otro lugar, porque en realidad no la está ejerciendo. Quien se ve obligado a salir, tiene que tener dónde entrar. Es básico, es lo más inmediato. Y a continuación, habrá que plantearse las causas de los obstáculos a la verdadera “libertad de migrar” y tratar de removerlos. Algunos privilegiados, pocos, ya gozan de esa libertad. Es de justicia extenderla de forma universal.
Crisis migratoria de la UE: Crónica de una ignominia
15/03/2016
José Antonio Moreno Díaz
Consejero del Comité Económico y Social de la UE
Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.
En la Unión Europea existe un amargo regusto al viejo poema. Durante los años 90 España impetró ayuda y cooperación a la UE cuando nuestras costas recibían pateras y cayucos cargados de personas que huían del hambre y la desolación en África, pero también de la privación de sus derechos fundamentales o de las múltiples guerras que asolaban –y asolan- el continente. La UE dijo que era una cuestión de índole nacional y nos ‘concedieron’ algunas migajas presupuestarias y cierta colaboración simbólica de la agencia Frontex.
Hace unos años, con el hundimiento -inducido, en gran parte, por intereses geoestratégicos- del estado en Libia y la inestabilidad en Egipto y Túnez, lanchas y barcos llenos de seres humanos que huían de la guerra y la miseria intentaban llegar a las costas de Malta y principalmente Italia, muriendo muchas veces en el intento. Ya se nos ha olvidado en nuestra sociedad líquida (Bauman) la masacre de Lampedusa. La UE -y sobre todo sus estados miembros- dijo que era una cuestión básicamente nacional.
La guerra comenzó en Siria hace ya 5 años. Una guerra alentada –cuando no directamente sustentada- por potencias extranjeras con intereses geoestratégicos en la región. Desde entonces, de una población de casi 23 millones de sirios, casi 8 se han desplazado forzosamente dentro del propio país y 5 millones han huido al extranjero. De ellos, 3 millones han ido a Turquía donde se han juntado con cerca de otros 500.000 personas que escapan de Iraq, Afganistán o Paquistán.
Sin embargo, Turquía no es un país seguro. Y las personas que buscan protección internacional lo saben.
Mientras, la UE y sus estados miembros –como antes- han mirado hacia otro lado. El ‘recipiente turco’ ya ha rebosado: las personas buscan seguridad y protección y siguen huyendo. La diferencia es que ahora ya llegan –o intentan llegar- al corazón de Europa. Y ahora sí, ya es una cuestión (un ‘problema’ dicen) de la UE.
Obviamente no es sólo una cuestión de la UE. Es, además, una cuestión de índole internacional. No obstante, no podemos olvidar que los refugiados son la consecuencia de un problema. Y ese problema es la guerra.
Las instituciones de la UE y los propios estados miembros han estado perdiendo un tiempo vital desde hace 5 años. Asimismo, se ha perdido el tiempo desde la aprobación en el año 2013 de las directivas 32 y 33 sobre normas y procedimientos –respectivamente- para la acogida de solicitantes de protección internacional donde se establecía un plazo de transposición obligatorio que finalizó en julio de 2015: nos encontramos pues sin un sistema común de asilo en la UE, ya que los estados no han cumplido su obligación y las instituciones comunitarias no han exigido su cumplimiento. Ahora ya es tarde, las personas están aquí –o lo intentan– y todo es improvisación aun a costa de la vulneración del propio acervo de la UE y –lo que es peor- de los Derechos Humanos y del derecho internacional.
Ahora la UE quiere un parapeto. El problema no es la guerra, ni el sufrimiento de millones de seres humanos, ni los derechos de los mismos. El problema es que lleguen a la UE.
La propuesta de acuerdo con Turquía vulnera el derecho internacional: en concreto la Convención de Ginebra de 1951 sobre el derecho de asilo la cual exige unos determinados procedimientos en cada solicitud de asilo formulada por un solicitante de protección internacional. También, vulnera el derecho al ‘non-refoulement’ o derecho a la no devolución del solicitante al país del que pudiera sufrir persecución.
Asimismo y pese al intento de la Comisión de proponer una lista de países seguros, la Comisión debe conocer que Turquía si bien es firmante de la Convención de Ginebra de 1951, no ha ratificado íntegramente el Protocolo de Nueva York de 1967 y practica una ‘excepción geográfica’. Luego sólo admite como refugiados a los europeos perseguidos como a los ciudadanos ucranianos.
La comisión sabe o debe saber que sirios, iraquíes, paquistaníes, afganos… nunca serán refugiados en Turquía conforme a la legislación internacional. Esto significa que no tienen un estatus jurídico; ni reconocido ni estable.
Esa falta de previsión tanto de las instituciones de la UE como –especialmente- de los estados miembros, afecta no sólo a la responsabilidad internacional de los mismos sino a los propios principios y valores democráticos y de respeto a los Derechos Humanos reconocidos como fundamentales en el Artículo 2 del Tratado de la Unión Europea.
La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las minorías. Estos valores son comunes a los estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres.
No esperemos a que no quede nadie. Exijamos, movilicemos, actuemos ya. Por ellos. Por nosotros. Por todos.
Increíble drama de los refugiados y emigrantes: la UE, insolidaria, ilegal, inmoral
11/03/2016
Federico Mayor Zaragoza
Escritor y diplomático
La reunión de los 27 en Turquía para abordar de una vez la inmensa y sangrante tragedia de los emigrantes y refugiados ha concluido -con un acuerdo, por fortuna provisional- de la forma más inaceptable y lamentable posible. Por las reacciones que ha producido en la sociedad y en el Euro Parlamento, es de esperar que el próximo día 17 no lo ratifiquen. Que, avergonzados, decidan cumplir las pautas que inequívocamente figuran en los Tratados internacionales y, desde luego, en las directrices éticas. Tanto hablar del “Estado de derecho” y, a la primera de cambio, no sólo toman decisiones inmorales sino ilegales.
He llamado varias veces la atención sobre el reiterado incumplimiento de los principios tan lúcidamente expuestos en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (2000). El artículo primero se refiere a la igual dignidad. El segundo al derecho a la vida…
Desprovista de liderazgo, envuelta en el huracán del neoliberalismo más acendrado, la Unión Europea no sólo es incapaz de adoptar las medidas apropiadas en tiempo oportuno sino que, además, consiente la aparición inquietante de brotes de xenofobia y discriminación clasista.
Con gran forcejeo y aspavientos, la Europa monetaria –tan generosa con instituciones financieras a la deriva- ha prometido abonar en tres años una cantidad que sonroja e indigna cuando se compara con los fondos destinados a pagar la “deuda”, con la evasión fiscal, con lo aportado a un sólo banco en España, con las inversiones en armas y gastos militares (3.000 millones de dólares al día), con las multimillonarias fortunas de algunos magnates “cuya mano se cierra opaca”, en versos de José Ángel Valente…
Digamos las cosas claras. Digamos cuál es la situación de los paraísos fiscales, cuál es la realidad para poder transformarla. Y busquemos serenamente y con rigor las raíces de esta terrible situación a la que tenemos que hacer frente. ¿Quién invadió Irak basado en la mentira? Miles y miles de muertos y mutilados, miles de desplazados… que han ido germinando en algunos casos –menos de los que sería de esperar- animadversión y hasta odio. ¿Quiénes resolvieron sin orden ni concierto los resultados de la “primavera árabe”? La Unión Europea debería de ser, en primer lugar, una unión política y social y económica dotada de seguridad autónoma… y es solamente una unión monetaria. ¿Y quiénes y por qué deciden reducir hasta anular prácticamente la ayuda al desarrollo con el fin de prevenir los flujos migratorios forzados por el hambre y la pobreza extrema?
Hasta ahora los ciudadanos europeos han sido espectadores impasibles de tanta incompetencia. Pero estoy seguro de que ahora “Nosotros, los pueblos”… no podremos seguir mirando los ojos a estos niños tristes, angustiados y perplejos que suscitan emociones y despiertan consciencias, de tal modo que, en poco tiempo, se alzará un gran clamor popular para que se produzca un cambio radical en las actuales conductas de la Unión Europea. Y que se pida con apremio que se convoquen sesiones extraordinarias en la Asamblea General de las Naciones Unidas para que sea el multilateralismo democrático y no la reconocida incapacidad de los grupos plutocráticos quienes lleven las riendas del destino común. Problemas globales requieren instituciones globales. Situaciones sin precedentes –como ha dicho Amin Maalouf– requieren soluciones sin precedentes.
El año 2016 ha sido declarado por el International Peace Bureau de Ginebra, Premio Nobel de la Paz en 1910, año internacional del “desarme para el desarrollo”. Con lo que se gasta en muy pocos días en armas y gastos militares podrían resolverse muchos problemas que hoy acucian al mundo entero sin que se afectara la seguridad a escala internacional.
De este modo sería posible la transición de una economía de especulación, deslocalización productiva y guerra a una economía de desarrollo sostenible y humano a escala planetaria, basada en el conocimiento. Una transición desde una cultura de imposición, dominio y violencia a una cultura de encuentro, conciliación, alianza y paz.
Tengamos en cuenta, no me canso de reiterarlo, que actualmente pueden alcanzarse puntos de no retorno y que, por tanto, es apremiante actuar resueltamente de tal modo que sean los derechos humanos y los principios éticos y democráticos los que guíen la acción en estos momentos, que son, a la vez, de profunda consternación y de esperanza. Y es que, por primera vez en la historia, en estos albores de siglo y de milenio no sólo se podrá oír progresivamente la voz de todos los seres humanos sino que deberá escucharse.
Dos lugares llamados Moria
10/03/2016
Ione Belarra
Diputada de Podemos por Navarra y responsable del Área de Ciudadanía
Escucho las críticas y condenas al principio de acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, que ampara la deportación de personas solicitantes de asilo a Turquía y, posiblemente, desde allí a sus países de origen, el mismo día que visito Lesvos.
Decenas de organizaciones de defensa de los Derechos Humanos, como CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) o Amnistía Internacional, han advertido de que esta decisión vulnera los tratados internacionales y la legalidad europea, como el principio de non refoulement. Esa legalidad que hemos asumido como parte del trato a la hora de formar parte de Europa. Esa que las ciudadanías de los distintos países miembros se han dado a sí mismas para construir un proyecto común, basado en el respeto a los Derechos Humanos y la solidaridad.
Existe, en mi opinión, un imaginario social que nos lleva a pensar que de un modo u otro finalmente la Comisión Europea y los Estados miembros entrarán en razón, abrirán por fin los ojos y actuarán ante una crisis humanitaria que no ha hecho sino evidenciar algo que ya sabíamos, que nuestro sistema común de asilo europeo hace aguas por todas partes. Sin embargo, la Unión Europea camina con paso firme y decidido hacia el abismo de la insolidaridad, la desigualdad, la exclusión y la muerte.
Este acuerdo es un paso en un camino marcado de antemano. Quieren convertir a Turquía en el nuevo Marruecos, y a Grecia, con su Gobierno valiente al frente, en la nueva Melilla. Quieren externalizar aún más las fronteras europeas en una táctica antigua pero eficaz: lo que no se ve no existe.
Y es que al igual que la doctrina económica de la austeridad, que nos ha llevado al desastre, la doctrina en política migratoria y de asilo es presentada como incuestionable. El mensaje que se lanza entre líneas es inequívoco: que no entre nadie. Consignas racistas, neocoloniales y xenófobas recorren Europa. Recordemos al secretario belga de Asilo y Migración instando al Ministro griego de Migración a saltarse la ley y a empujar a los refugiados hacia atrás, aunque eso implicase ahogamientos.
Y recurrentemente Europa encuentra un único culpable: Grecia. Culpable de haber cuestionado las políticas austericidas y culpable ahora de actuar con humanidad, de rescatar a personas a punto de ahogarse en alta mar. No obstante, Grecia tiene que saber que no está sola. El chantaje al que está sometida, la amenaza de convertirla en un país más allá de las fronteras Schëngen, como Ceuta y Melilla, es poderoso. Especialmente en una Europa profundamente autorreferente, que todavía se tapa los ojos y oídos para no reconocer su pasado colonial y sus privilegios construidos sobre la explotación de otros pueblos.
Sigo toda esta sinrazón desde Lesvos, mientras conozco el campo de refugiados que activistas de diferentes organizaciones han puesto en marcha enfrente del centro de identificación de personas refugiadas y migrantes de Moria, uno de los llamados hotspots. Ese hotspot donde la controvertida Frontex está formando a la policía griega en identificación de perfiles entre las personas que llegan a la isla.
En mi opinión, pocos lugares en el mundo evidencian con tanta crudeza dos mundos que se miran pero que apenas se tocan. El mundo de los más, que acomodan a las personas refugiadas en tiendas de campaña colocadas sobre chalecos salvavidas para que el suelo sea mullido; que articulan, en medio de la precariedad y el frío, un espacio para tomar té; que acogen a los expulsados y expulsadas por el sistema: las personas de Bangladesh, Nepal, Eritrea… Y el mundo de los menos, que te coloca una pulsera identificativa al llegar (A o B), y determina en una entrevista de apenas quince minutos quién eres, de qué nacionalidad y tu grado de vulnerabilidad. Sólo el primer paso para categorizarte y, si es posible, deportarte. El problema es que los menos siguen articulando las políticas que determinan las vidas de los más.
El abismo entre dos mundos, separados por apenas unos metros, es profundo y se enraiza en dos lógicas que están en constante disputa en la Europa actual. Los centros de identificación, como el de Moria, aplican una lógica de control. No estamos ante personas refugiadas cuyos derechos debemos proteger, sino ante sujetos a controlar. Enfrente: la Europa de los pueblos. Esa que clama “welcome refugees” y entiende que las personas tienen derecho a buscar una vida mejor, a huir de la guerra, la miseria o la persecución. Esa que defiende los derechos humanos.
Lesvos se ha convertido en un delicado ecosistema fronterizo donde el más mínimo cambio en las políticas migratorias tiene un efecto devastador, como el reciente cierre de la frontera entre Grecia y Macedonia, la tristemente famosa Idomeni. Miles de personas permanecen en esta isla griega a la espera de conseguir un ticket (que pagan ellos mismos) para el ferry a Atenas. Los campos de refugiados en Lesvos y en el continente están llenos, y la ansiedad y la tristeza de no saber qué ocurrirá se suman a la tragedia ya vivida de las personas refugiadas.
El drama de las imágenes, las sobrecogedoras historias personas de las personas que llegan y de las que no llegan, y también las ganas irrefrenables de “hacer algo” no pueden hacernos olvidar una cuestión fundamental: este drama podría terminar mañana si quienes toman las decisiones políticas tuvieran la voluntad necesaria.
En primer lugar sería fundamental, como reclamaron miles de personas en las calles de toda Europa el pasado 27 de febrero, articular vías legales y seguras de entrada en Europa que evitaran que las personas refugiadas y migrantes tuvieran que tomar rutas cada vez más peligrosas y que las mafias se hicieran de oro.
En segundo lugar, necesitamos abandonar el sistema de cuotas que a todas luces no está funcionando y trabajar activamente por reforzar los sistemas de asilo ineficaces como el español.
Por último, es imprescindible que Europa y nuestro país cambien el enfoque de relaciones internacionales. Mientras sigamos sembrando guerra, vendiendo armas, financiando regímenes totalitarios, etcétera, las personas tendrán que huir de sus países de origen, tendrán que buscar una vida mejor en cualquier parte, les dejemos o no.
Por una solución duradera y sostenible
10/03/2016
Ana Gómez Pérez-Nievas
Periodista y responsable de medios de comunicación en Amnistía Internacional España
De confirmarse, el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía sobre la crisis de refugiados permitiría el “intercambio” de manera que por cada refugiado sirio que sea devuelto a Turquía desde Grecia se reasiente a otro en la UE. O lo que es lo mismo: cada plaza de reasentamiento dependería de que otra persona arriesgue su vida en un peligroso viaje por mar a territorio heleno.
Escribir o hablar sobre personas refugiadas tiene una parte importante de dolorosa actualización. Y es que las cifras aumentan cada día: de los casi 4.000 muertos cruzando el Mediterráneo en 2015 a los 410 más que añadimos a esta macabra lista en lo que llevamos de 2016. También sumamos noticias desesperantes: al hermetismo y la discriminación de medidas como las de Hungría y Eslovaquia, tenemos que agregar los últimos hechos, como los recientes desalojos forzosos de los campos de Calais, el uso de gases lacrimógenos una vez más en la frontera con Macedonia, o el cierre de fronteras y el caos producido en Idomeni, Grecia, donde en los últimos días 10.000 personas solicitantes de asilo han quedado atrapadas en precarias condiciones.
Y cumbres. Cumbres que no falten, aunque paradójicamente tengamos que esperar hasta septiembre de 2016 para “asistir” a una cumbre mundial de Naciones Unidas sobre refugio. El último encuentro, el de la UE-Turquía celebrado en Bruselas este lunes 7 de marzo, nos ha dejado claro una vez más el mensaje de los líderes comunitarios para las personas más vulnerables del planeta: manténganse fuera de Europa. Aunque huyan de la guerra y la persecución, aunque la legislación internacional les proteja, la UE no está dispuesta a combatir esta crisis a largo plazo. Aunque las personas vayan a emprender ese viaje igualmente, a cualquier precio.
La fortaleza Europa ha sido construida a base de más de 235 km de vallas en las fronteras exteriores de la Unión Europea: entre Hungría y Serbia, Grecia y Turquía, Bulgaria y Turquía, España y Marruecos y, la semana pasada, Austria y Eslovenia. También a través de “guardias fronterizos” que actúan como retenes, países vecinos como Turquía y Marruecos que han devuelto a personas migrantes, solicitantes de asilo y refugiadas; en algunos casos, incluso han disparado contra ellas.
Y por medio de acuerdos que van a saltarse el procedimiento individual, justo y con todas las garantías, a solicitar asilo, justificándose en el concepto de “tercer país seguro”. Un país que ha detenido, golpeado e incluso expulsado de manera ilegítima a Siria a solicitantes de asilo y refugiados se llama “seguro”.
Lo cierto es que Turquía, con tres millones de personas refugiadas, actualmente ostenta el ránking de recibir al mayor número de sirios, seguida de Irak, Líbano, Jordania y Egipto. Pero, pese a estos esfuerzos, la realidad es que estas personas se encuentran viviendo en condiciones que no reúnen los estándares mínimos internacionales. Además, las especialmente vulnerables como las mujeres, niñas y niños, personas con discapacidad, y enfermas, entre otras, no están viendo cubiertas sus necesidades.
Porque las siete mil personas atrapadas en Idomeni, Grecia, en terribles condiciones, nos señalan la crisis en nuestras puertas, pero no podemos olvidar que el 86% se encuentran en países en desarrollo vecinos a las regiones en conflicto. Y que no solo se trata de Siria, o Irak: el número de gente en todo el mundo que se ha visto forzada a huir de sus hogares ha pasado ya los 60 millones, de los cuales 20 son refugiados, y no todos tuvieron la misma atención mediática.
En la Unión Europea (compuesta por un total de 28 Estados y más de cuatro millones de kilómetros cuadrados de extensión) entraron un millón de personas en 2015 de manera irregular, de los que más de 800.000 lo hicieron a través de Grecia, “Mantenemos nuestra esperanza en esta cumbre”, decían este lunes algunos refugiados a nuestros investigadores de Amnistía Internacional, secando sus ropas al sol después de dormir a la intemperie, bajo el frío, a la espera de poder moverse de la frontera griega, colapsada. Sus esperanzas han sido una vez más aplastadas.
Mientras no se abran rutas legales y seguras, ofreciendo procedimientos rápidos de reasentamiento y reubicación sin aplicar criterios restrictivos de selección, facilitando la reunificación familiar y un programa de ayuda humanitaria que alivie la presión que sufre Grecia, el año 2015, y no sabemos si también el 2016, será recordado por la grave crisis de personas refugiadas que la Unión Europea no ha sabido afrontar.
¿Será la presión popular, harta de fotos de cadáveres, enferma de injusticia ante personas que huyen de persecución y conflictos la que haga “otro tipo de historia” y exija de una vez por todas una solución duradera, sostenible y equilibrada a estos líderes sin memoria? ¿La que recuerde que este intercambio, “el uno por otro”, pone en peligro a una de esas dos personas? Estados miembros de la UE, por favor: no perdamos de vista que en ese uno por uno, puede quedarse uno solo.
Acerca de la política migratoria de la Unión Europea
09/03/2016
Cambalache
Desde la Ruta contra’l Racismu y la Represión pensamos que hoy más que nunca es necesario defender los valores antirracistas y seguir denunciando socialmente todas las conductas xenófobas, incluidas las institucionales.
Por eso es tan importante continuar cuestionando la política europea y estatal sobre la migración que permite la existencia de CIES, redadas racistas, expulsiones masivas y denegaciones sistemáticas de asilo, entre otras cuestiones. Ese tratamiento prioriza un enfoque de la migración securitario, policiaco y sancionador en lugar de uno protector de los derechos humanos, puesto que elegir el lugar del mundo donde se quiere residir es un derecho fundamental que los Estados no deberían perseguir.
Las migraciones, o mejor dicho determinadas migraciones, han sido problematizadas, es decir, vistas y construidas como un problema, sólo desde la mirada occidental; así se explica el doble rasero utilizado entre las que tienen lugar norte-sur (incuestionadas) y las del sur-norte, éstas sí entendidas como un fenómeno que hay que limitar, a la vez que Europa se aprovecha de la mano de obra más barata y precaria que genera ese tipo de migración clandestina e ilegalizada.
Por eso parece necesario plantear un giro en la mirada que incluya la contextualización del fenómeno a través del análisis de las condiciones históricas que generaron el escenario actual. Porque no puede abordarse la migración sin considerar las viejas relaciones coloniales (extractivas y depredadoras tanto de recursos naturales como de personas) entre los países del Norte y el Sur.
Relaciones que las actuales geoestrategias internacionales perpetúan con el capitalismo y la globalización, a través de la existencia de fronteras políticas, administrativas y económicas, artificialmente creadas para preservar el reparto del mapa mundial entre las antiguas metrópolis occidentales y los países tercermundializados y empobrecidos.
En estos últimos la gente se está viendo forzada a abandonar sus lugares de origen en busca de mejores condiciones de vida en occidente como consecuencia de la precariedad generada. Por eso proponemos un cambio en la perspectiva, analizando la cuestión migratoria no desde los intereses europeos, sino desde las condiciones de existencia del Sur. Porque no habría países receptores de mano de obra sin países exportadores.
Ello nos obliga a varias cosas. La primera, reivindicar, antes que el derecho a emigrar, el derecho a la inmovilidad, es decir, a seguir residiendo en sus comunidades originarias, sin necesidad de tener que abandonarlas para poder sobrevivir. Este derecho va de la mano y es compatible con la reivindicación del fin de las fronteras, de la libre movilidad humana, aún más urgente aquí y ahora en la medida en que el derecho a la permanencia está convirtiéndose en una quimera.
La segunda, la necesidad de que Europa asuma la responsabilidad histórica y actual en este estado de cosas, contribuyendo a que ese derecho a la inmovilidad se convierta en una realidad. Por último es importante también reconocer la capacidad de agencia y resistencia de las personas que migran, superando una mirada victimista o paternalista que las minoriza y construye como sujetos pasivos que no realizan aportes culturales, sociales y económicos en los países de acogida.
No habrá alternativa mientras los países receptores no revisen esas condiciones estructurales desde una perspectiva crítica y continúen optando por criminalizar la migración, levantando muros cada vez más altos para tratar de detener, inútilmente, un éxodo imparable. Esa realidad ya la conocemos, y su fracaso está evidenciado.
Una respuesta humana, un trato digno
07/03/2016
Pino González
Cooperante de Médicos del Mundo
La vieja Europa parece haber olvidado lo devastadora que es una guerra y por qué quienes la sufren se ven en la obligación de migrar para salvar sus vidas y las de sus familias.
Así, se sigue mostrando incapaz de dar una respuesta efectiva al drama del que somos testigos en nuestras costas y por el que ya parece normalizado en nuestra sociedad ver en el telediario a niños muertos flotando boca abajo en sustitución de aquellos pequeños malnutridos del África subsahariana, que siguen sufriendo hambrunas, pero que ya no nos «incomodan» a la hora de comer.
¿Qué debería hacer Europa?
Por una parte, valorar esta situación como una oportunidad y no como una amenaza a nuestro bienestar. La llegada de personas jóvenes y de mediana edad podría ayudarnos a paliar el grave problema demográfico que azota a la mayoría de países europeos y que no tiene visos de mejorar en las próximas décadas.
¿Podrían estas familias alojarse en los pueblos que parecen condenados a desaparecer? ¿Podrían estos niños y niñas ser nuestro personal sanitario o nuestro profesorado en el futuro? ¿Podría ser la salida a esta situación un quid pro quo?
Por otro lado, Europa debería dar ejemplo y poner sobre la mesa aquellos valores sobre los que fue fundada. No deberíamos ser un continente que viola los derechos humanos sistemáticamente y que pone la zancadilla una y otra vez a estas personas que, no nos olvidemos, vienen huyendo del horror que supone vivir en medio de una guerra cruenta y salvaje, en la que ya no se respetan ni escuelas ni hospitales.
A este respecto, propondría dos medidas concretas:
– Garantizar corredores humanitarios y vías seguras de emigración. De esta forma podrían acceder a bienes básicos como alimentos y atención sanitaria o salir de manera segura, hasta que el fin de la guerra sea una realidad. Además de evitar caer en las manos de traficantes de personas y de chalecos y embarcaciones ahogavidas.
– Garantizar un trato digno y el respeto a los derechos fundamentales. No debemos obviar que la UE es titular de obligaciones respecto a las personas que están llegando y que empiezan por el propio salvamento y rescate en el mar, para continuar con información sobre sus derechos y con una protección internacional efectiva.
En definitiva, aplicar y respetar el Derecho Internacional Humanitario. Normativa ratificada por los países miembros de la Unión Europea.
Comentar por último que, una vez más, las ONG parecemos ser la punta de lanza ante un problema global, cuando son los estados, en este caso los miembros de la UE, quienes tienen la obligación, no solo moral sino también legal, de hacerlo.
¡Que la UE empiece a respetar los principios básicos de Derecho Internacional!
04/03/2016
Carlos Arce
Coordinador de APDHA
Es difícil dar una repuesta unitaria y unívoca a la pregunta formulada, ya que en realidad no se puede hablar de una política común de migraciones, asilo y fronteras de la Unión Europea en sentido estricto. En todo caso, deberíamos hablar en estas materias de las políticas, en plural, de la Unión y de sus Estados miembro, ya que en las mismas éstos son especialmente refractarios a la hora de hacer concesiones de soberanía nacional.
Y como bien señala Sami Naïr, en el actual contexto donde los desafíos que representan los flujos migratorios de diferente índole se hacen especialmente patentes, el juego de intereses estatales contrapuestos de las distintas Europas (Norte-Sur, Este-Oeste) está impidiendo la existencia de una gestión coordinada desde las instituciones europeas, con un alto coste en forma de graves vulneraciones de Derechos Humanos de personas migrantes y refugiadas.
Sin embargo, también atinadamente apunta el profesor Naïr, que en aquellas ocasiones que desde la Unión Europea se han logrado alumbrar instrumentos político-normativos sobre fronteras, migraciones o asilo, éstos han estado presididos por una perspectiva eminentemente policial y “securitaria” escasamente respetuosa de los derechos fundamentales (desde el reglamento de Dublín a la Directiva de “retorno”, pasando por la funciones y directrices políticas asignadas a la agencia Frontex).
Teniendo en cuenta que estamos en un contexto político-jurídico multifocal, la primera respuesta a la cuestión planteada sería que la UE y sus Estados miembro empiecen a respetar los principios básicos de Derecho Internacional que se ven reiteradamente vulnerados en el control de las fronteras europeas y en la “gestión” de los flujos migratorios.
El Convenio Europeo de los Derechos Humanos, la Convención de Ginebra, la Convención de la Prevención de la Tortura o el Derecho Internacional del Mar, por ejemplo, instrumentos internacionales ratificados por todos los Estados de la UE, excluyen expresamente comportamientos que desgraciadamente se han convertido habituales en nuestras fronteras exteriores.
Devoluciones colectivas o por vías de hecho, falta de acceso adecuado al procedimiento de asilo, priorizar el control migratorio sobre el rescate en el mar, no respeto al principio de no devolución (que impide deportar a una persona a un país donde sus derechos corran el riesgo de ser violados)…están estrictamente prohibidos por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, por lo que este primer paso no es opcional, es una pura obligación legal. Aunque la Unión esté demostrando una escasa voluntad por incorporar esta normativa a su acervo (ver resolución del TJUE de 2015 sobre la posible adhesión de la UE a la Convenio Europeo de DDHH del pasado año), en este caso “vía estatal” no puede zafarse de la misma.
Otro elemento clave sería establecer vías de acceso legales y seguras a territorio europeo para personas migrantes y refugiadas ya que, en el contexto actual, son prácticamente inexistentes. Esa circunstancia, unida al incremento de la presión policial y el blindaje de las fronteras, paradójicamente está creando el caldo de cultivo perfecto para aquéllos que se lucran con los flujos migratorios por vías irregulares, cuando en teoría con ello se intenta prioritariamente “luchar contras las mafias que trafican con personas”.
La imposibilidad de un acceso normalizado al espacio Schengen ha consagrado las vías irregulares y a quienes las controlan como la única puerta de entrada real a Europa, con el insoportable coste de vidas humanas y de vulneración de derechos que conlleva. La teoría de que esas vías razonables de vía de acceso legal y seguro supondría un efecto llamada incontrolable es desmentida por la realidad, ya que a estas alturas es innegable que en los flujos migratorios contemporáneos el “efecto expulsión” representado por las condiciones de vida incompatibles con la dignidad humana de los países de origen tienen un peso mucho más relevante que cualquier modificación normativa en los países de destino.
Por otra parte, la España de los últimos años es un ejemplo perfecto del natural carácter cíclico de las migraciones preponderantemente económico-laborales: tras el incremento de la inmigración durante el periodo económico expansivo, desde el año 2010 estamos asistiendo a una constante incremento de la emigración (también de nacionales española, pero mayoritariamente de personas extranjeras que retornan a su país de origen o buscan nuevos destinos más atractivos) a causa del contexto de crisis social y económica.
Por lo expuesto una política más razonable de visados de trabajo, de búsqueda de empleo y de reagrupación familiar de la UE y sus Estados miembro no traería ninguna avalancha migratoria incontrolable y sí que reduciría drásticamente la utilización de las vías irregulares de acceso y las inevitables violaciones de DDHH a ellas asociadas. Todo lo anterior sería aplicable también a las personas refugiadas, siendo si cabe su situación más flagrante por su especial vulnerabilidad y la específica protección que le es debida.
Por supuesto que muchas consideraciones merecerían las políticas de externalización de fronteras europeas en países de una dudosa trayectoria en materia de derechos fundamentales o la inaceptable cooperación al desarrollo condicionada al control de los flujos migratorios. Pero dado el escaso espacio del que disponemos, tan sólo apuntar como las políticas restrictivas de la UE y de sus países miembro en cuestiones migratorias y de fronteras tienen un impacto muy negativo también en derechos básicos de los propios ciudadanos europeos.
El fuerte ataque que está sufriendo la libertad de circulación en la Unión pone seriamente cuestión el propio concepto de ciudadanía europea, teórico pilar clave del proceso de construcción europea. Por lo tanto debemos concluir, una vez más, que en materia de Derechos Humanos no existen compartimentos estancos.
Que la vulneración de los derechos básicos de un colectivo concreto no dejará indemnes los del resto de la sociedad, ya que antes o después se extenderá como la gangrena y corroerá todos los rincones del sistema democrático y el Estado de Derecho, que en realidad se construyen en un entramado de vasos comunicantes de la dignidad humana de cada uno de los miembros de la comunidad socio-política. La Historia y la realidad contemporánea no están precisamente escasas de ejemplos de ello.
Llamemos a las cosas por su nombre
02/03/2016
Begoña Olabarrieta
Periodista. Autora de "El quinto país del mundo"
Europa está asistiendo, algo atónita, a una llegada de personas en busca de refugio a bordo de frágiles embarcaciones, o por tierra tras largos días de huida hacia las fronteras de la esperanza.
Un movimiento sin precedentes en nuestra historia reciente, en cuanto número e intensidad, que llama a las puertas de unos países sumidos en la crisis. No sólo en la crisis económica de la que no acabamos de recuperarnos, sino en la crisis política, con un repunte de los partidos xenófobos y excluyentes.
Es una Europa en la que las personas inmigrantes, que en número de población conformarían el quinto país del mundo, están siendo utilizadas como el perfecto chivo expiatorio de situaciones de falta de gobierno, de recursos públicos mermados por la mala gestión, de desunión y falta de acuerdo de las estructuras, nacionales y de la UE.
Es a esta situación a la que están llegando los refugiados que huyen de un conflicto al que pocos parecen tener voluntad de poner fin. Un escenario en el que a las primeras muestras de solidaridad y apoyo se están sucediendo las de rechazo y tergiversación.
Indigna ver cómo se están levantando vallas y muros para impedir la entrada de los refugiados, desoyendo la extrema necesidad de las personas, rompiendo en pedazos todos los tratados internacionales relativos a los derechos de asilo, refugio y de atención a las víctimas de los conflictos. Pero es aún más indignante ver cómo se está generando, desde muchos discursos públicos, un estado de opinión desfavorable en la ciudadanía, que empieza a asumir como verdad la idea de que no podemos hacer frente a la situación o, peor, que no debemos hacerlo porque en realidad esas embarcaciones están cargadas de personas que ‘fingen’ ser refugiados para colarse en nuestras fronteras.
Una vez más, el modelo de chivos expiatorios parece ponerse en marcha y los rumores, empiezo a pensar que perfectamente orquestados por ciertas ideologías, se convierten en ideas interiorizadas, en opiniones compartidas y más tarde en prejuicios.Creo que es hora de rebatir los discursos xenófobos y excluyentes.
¿Inmigrantes económicos camuflados? Uno de los discursos más recurrentes para justificar la falta de humanidad de la UE es que en realidad muchos de los que dicen ser refugiados son en realidad inmigrantes económicos, es decir que vienen a buscar trabajo. En el caso de España, la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados lo ha rebatido sin tapujos: tanto para aquellos que llegan por el Mediterráneo, como los que lo hacen por Ceuta o Melilla se ha reducido el perfil de migrante por esos motivos.
¿La UE es incapaz de atender a los refugiados que huyen del conflicto? Es la justificación de las justificaciones, la de que no podemos asistir a esas poblaciones en su derecho internacional de refugio y asilo dada la mermada capacidad económica de nuestros países. Un discurso que ha calado hondo en la opinión pública que, en algunos sectores, justifica el rechazo a los “cupos de reparto” de personas refugiadas dentro de la Unión.
Según datos del ACNUR (referidos a 2014), Turquía es el país que acoge al mayor número de refugiados (1,6 millones), seguida de Pakistán (1,5) y de Líbano (1,5). En este ranking les siguen por orden países como Irán, Etiopía, Jordania, Kenia, Chad, Uganda y China.
10 países que acogen más refugiados
1.Turquía 1,6 millones
2.Pakistán 1,5 millones
3.Líbano 1,15 millones
4.República Islámica de Irán 950.000 millones
5.Etiopía 659.500
6.Jordania 654.100
7.Kenia 551.400
8.Chad 452.900
9.Uganda 385.500
10.China 301.000
Fuente: ACNUR
Creo que las cifras hablan por sí mismas al decir que la ecuación de que a países más ricos, mayor capacidad de refugio, no se sustenta.
Así que es hora de que empecemos a llamar a las cosas por su nombre y a actuar frente a esos discursos. Ver qué hay detrás de los discursos que quieren una Europa cerrada a cal y canto, insolidaria, inhumana y en la que algunos dirigentes aprovechan la ocasión para legitimar sus posturas xenófobas.
Y una vez aquí, ¿qué? Deficiencias del sistema de asilo español
29/02/2016
Red Solidaria de Acogida
Cuando en estos días se cumplen dos años de la muerte de 15 personas en la frontera de Tarajal, y ante las más de 3700 muertes durante el pasado 2015 en el Mediterráneo, se hace evidente que un cierre de fronteras no es la solución. Y no solo porque el primer derecho vulnerado es el derecho a migrar, y a hacerlo de forma segura; también porque quienes arriesgan su vida para llegar a Europa no tienen nada que perder, salvo la certeza casi absoluta de la muerte en sus países de origen.
Pero llegar a Europa no es, ni mucho menos, el final del camino: queda aún por alcanzar un logro que requiere otro esfuerzo titánico: rehacer la vida en un país que no es el propio.Teniendo en cuenta la inexcusable falta de voluntad política para evitar o acabar con los conflictos que generan la salida masiva de personas desde su lugar su origen, nos enfrentamos a un doble reto: cómo regular la entrada de personas a Europa, y cómo atenderlas una vez aquí. La revisión del sistema de asilo español es urgente. Si su objetivo es amparar a quienes asiste la Protección Internacional, de modo que accedan con la mayor normalidad posible a una nueva vida, el fracaso es evidente.
El primer contacto con España se produce muchas veces en la frontera de Melilla, desde donde se traslada al CETI a los migrantes. La mayoría llegan extenuados y arruinados, tras verse obligados a pagar a los traficantes de personas para atravesar unas fronteras que se cierran a cal y canto.
Aunque se diseñó como centro administrativo, el CETI se ha convertido en una especie de cárcel cuyos internos quedan atrapados por un tiempo indeterminado, dificultándose su acceso a la península. Del Centro solo se puede salir cuando se aparece en una lista publicada semanalmente. El número de residentes duplica su capacidad, cuando no la triplica. Quienes han pasado por él denuncian el hacinamiento, la falta de información, la separación de las familias basándose en el género de sus miembros o las dificultades de higiene, por poner solo unos ejemplos.
La frustración que implica encontrarse atrapados ya en suelo europeo tras recorrer miles de kilómetros provoca la desesperación de estas personas. Los criterios para confeccionar la lista son un misterio, y parecen cambiar aleatoriamente, de modo que hay quienes llegan a permanecer en este centro ocho meses, como es el caso de los 18 refugiados que iniciaron una huelga de hambre en las pasadas semanas, con el fin de que se les concediera el permiso para salir de Melilla.
Cuando por fin se abandona el CETI, las personas solicitantes de asilo en España ingresan en un Centro de Atención al Refugiado. Algunos de estos centros son gestionados directamente por el Ministerio de Empleo, aunque en su mayoría se encargan de ello tres ONG (Cruz Roja, ACCEM y CEAR), para lo que reciben una subvención pública. Allí se ofrece a las personas refugiadas manutención, alojamiento, clases de español y apoyo psicológico.
También tienen derecho a la escolarización obligatoria, a la sanidad pública y a una pequeña ayuda económica mensual, cuya cuantía depende del centro: tampoco en este caso se sabe el criterio aplicado, aunque suelen asignarse entre 25 y 50 € mensuales por persona. En los CAR puede permanecerse hasta seis meses. Una vez más, el periodo de estancia depende de un arbitrio ajeno a las propias personas interesadas. El plazo coincide también con la concesión del permiso de trabajo.
Medio año durante el cual se come, se duerme, se reciben un par de clases de español a la semana y alguna consulta con un psicólogo, que casi nunca domina el idioma de su paciente; compartiendo espacio con desconocidos, siguiendo unos horarios impuestos por las lógicas necesidades organizativas del centro, que no puede abandonarse ni siquiera unos días salvo permiso expreso; en caso contrario, supondría la pérdida del derecho al acceso al sistema de asilo durante al menos seis meses.
Lo mismo sucede cuando se infringe alguna de las normas del centro. La sensación de infantilización es una queja habitual entre muchas de las personas que han pasado por un CAR, y se ve reforzada por la falta de información. Las condiciones internas dependen mucho del centro. Es una cuestión, de nuevo, subordinada al azar.
Una vez fuera del CAR, nuestro sistema de asilo cuenta con una segunda fase, en la que se tiene derecho a una pequeña ayuda para la manutención. Se trata de un laberinto burocrático en el que nadie orienta a quienes se enfrentan aún con dificultades idiomáticas que en muchos casos no se han resuelto del todo, diferencias culturales, traumas psicológicos provocados por la situación que los obligó a abandonar su país… a lo que se suman las enormes dificultades de arraigo e inserción y los prejuicios de los arrendatarios para alquilar su casa a solicitantes de asilo, a pesar de que el pago de la cuota está garantizado institucionalmente, ya que la ayuda para el alquiler no pasa por las manos de la persona solicitante de asilo, sino que se traslada directamente al propietario.
Aunque sí en la teoría, en la práctica no hay un periodo fijo para la duración de estas ayudas de segunda fase. Cuando éstas se agotan, los solicitantes de asilo deben afrontar por su cuenta todas las dificultades que se derivan de establecerse definitivamente en un país extranjero. Así, existen casos en los que varias familias conviven en un piso, ante la imposibilidad de hacerlo por separado. Otras están a la espera de ser desahuciadas.
No existen facilidades específicas para, por ejemplo, continuar unos estudios que se truncaron al abandonar el país de origen. En definitiva, una carrera de obstáculos para su integración que, lejos de amparar a las personas bajo protección internacional, genera, paradójicamente, demasiadas situaciones de exclusión social y desarraigo.Esta situación de vulnerabilidad y de marginación no es sino caldo de cultivo para los extremismos, y una prueba más del fracaso de los planes multiculturales o de asimilación europeos que no proporcionan las herramientas necesarias para que estas personas puedan desarrollarse plenamente en los países de destino.
Todo este peregrinaje por el sistema de asilo español se impone, en muchos casos, a las personas que se ven abocadas a solicitar Protección Internacional en España tras aplicárseles el Convenio de Dublín, por el que no se puede interponer la solicitud en el país final de destino, sino en aquel por el que se accedió al espacio Schengen. La sensación de haber fracasado es absoluta.
Una vez en España, se suele reingresar en el sistema de asilo, lo que muchas de las personas afectadas ven como un retroceso. Por si todo ello fuera poco, saltan cada día noticias de cómo son tratados en Europa quienes deberían estar protegidos: medidas como la confiscación de bienes, el señalamiento, o plantearse modificar el salario mínimo en el caso de contratación de personas refugiadas representan no solo una vulneración de sus derechos; son una amenaza para todas.
Asistimos al auge del racismo, el fascismo y la xenofobia en una nueva instrumentalización de la injusticia que, una vez más, enfrenta a los pobres contra los pobres. Ante una situación nueva, al menos por su envergadura, se hace imprescindible dotarse de nuevas soluciones, sin mermar los ya escasos recursos destinados a atender a quienes, independientemente del lugar donde hayan nacido, lo necesitaban hasta ahora.
Europa en disputa: refugiados, xenofobia, identidades y lucha de clases
26/02/2016
Miguel Urban
Europarlamentario de Podemos. Coautor con G. Donaire de 'Disparen a los refugiados'
Hoy más que nunca, a Europa le sangran las fronteras y le brotan las alambradas. Y es que la UE está respondiendo a la mayor crisis de refugiados de su historia (y al que posiblemente sea su mayor desafío en décadas) levantando muros, instalando centros de internamiento masivo, y recortando derechos y libertades a nativos y migrantes.
Muros construidos no solo con concertinas, sino sobre el miedo al otro, a lo desconocido, y que agrandan la brecha entre ellos y nosotros. Muros tras los que se refuerzan los repliegues identitarios y los nacionalismos excluyentes. Muros que reavivan antiguos fantasmas que hoy, de nuevo, recorren Europa. Los mismos fantasmas contra los que, supuestamente, aquel sueño europeo se levantó hace décadas.
Los cadáveres de los náufragos de las pateras, los muertos en los desiertos y las vallas fronterizas son la expresión de otra forma de racismo: la xenofobia institucional. Un racismo de guante blanco, anónimo, legal y poco visible pero constante, que sitúa una frontera entre los que deben ser protegidos y los que pueden o efectivamente resultan excluidos de cualquier protección.
Una degradación de la seguridad jurídica y policial organizada con el objetivo de quebrar al migrante, para que se dé la vuelta o para que termine entrando sin derechos ni garantías, generando así una mano de obra dócil, amenazada y fácilmente explotable gracias a unas políticas públicas que vulneran sus derechos y les vuelve vulnerables.
Una estrategia de exclusión de la ciudadanía plena que busca fragilizar a un colectivo, el migrante, para contribuir así a fragmentar aún más a toda la población. Es una peración consustancial a la guerra entre los pobres, a la lucha de clases de los últimos contra los penúltimos, donde prima la competencia entre autóctonos y foráneos por acceder a recursos cada vez más escasos: el trabajo, y las prestaciones y servicios de bienestar social.
Desde las instituciones europeas y los partidos del establishment son recurrentes las llamadas de alerta ante el auge de actitudes racistas y organizaciones xenófobas. Sin embargo estas instituciones y partidos, en lugar de plantear propuestas, medidas o políticas para combatir los discursos xenófobos y excluyentes, están aceptando el terreno de confrontación que propone la extrema derecha, y asumen buena parte de sus postulados. En última instancia, normalizan ese discurso y legitiman el espacio político que conjuntamente van generando.
Es lo que en Francia se conoce desde hace años como “lepenización de los espíritus” y que hoy recorre casi toda Europa. Solo tenemos que comprobar cómo las instituciones y gobiernos de la UE han endurecido tanto sus declaraciones como las leyes de migración y asilo ante la crisis humanitaria de los refugiados. Especialmente conocidos son los casos de países de tránsisto como Hungría o de acogida como Dinamarca, pero lamentablemente no son los únicos.
Pero ni la xenofobia institucional ni esta operación de exclusión de matriz económica son los únicos caldos en los que se cultiva la xenofobia política y social que hoy vemos brotar por toda Europa. Cabe señalar también los esfuerzos permanentes por estigmatizar a la población migrante, presentándola social e institucionalmente como un problema de orden público. De esta forma se facilita la xenofobia institucional y se pretenden justificar las leyes y medidas regresivas, pero también se abre la puerta a la retórica del populismo punitivo, como hemos podido comprobar en los casos de la expulsión de roms en Francia o en campamentos como los de Calais.
Una situación (recordémoslo: fabricada políticamente, que no cae del cielo cual fenómeno meteorológico) que normaliza el discurso de la extrema derecha y le otorga una audiencia de masas, especialmente entre sectores de la clase obrera y de las clases medias duramente golpeadas por la crisis económica. Pero no todo el mérito es de quienes contribuyen a sembrar: hay que reconocer que los nuevos partidos post, neofascistas y populistas xenófobos están aprendiendo rápidamente a recoger estos frutos. Capitalizan políticamente la cuestión migratoria y la crisis humanitaria de los refugiados, cargando la culpa de cualquier malestar social a estos “otros”, supuestamente portadores de una alteridad irreductible y que, además, compiten a la baja en un mercado laboral en crisis.
Como escribía Vicenç Navarro hace unos años en este mismo medio, “hay que entender que es racista no el más ignorante, sino el más inseguro. Es precisamente esta inseguridad lo que explica el gran crecimiento de la derecha y ultraderecha en Europa.” En este sentido, ante la inseguridad por la competencia laboral, la pérdida de derechos y prestaciones sociales, se exacerba la utilización del aparato represivo y penal como herramienta principal para resolver los problemas de (in)seguridad social.
Paralelamente, la pobreza también se construye como enemigo, pero el objetivo no es tanto acabar con la pobreza como acabar con los pobres. De esta forma, hemos pasado de atender la pobreza desde la extensión del Estado social a combatirla desde la profundización de un Estado policial que estigmatiza y criminaliza a las personas empobrecidas. Ante la imposibilidad de solucionar la inseguridad derivada de las políticas de ajuste y austeridad, de la precarización del mercado laboral y de la pérdida de derechos y prestaciones sociales, se problematizan fenómenos sociales como la migración o la pobreza. Y se proponen resolverlo con “mano dura”: más policía, más cámaras de seguridad, más reclusos en las cárceles. La UE está hoy en guerra contra la inmigración y contra los pobres en general, fomentan una guerra entre pobres que canaliza el malestar social en su eslabón más débil (el migrante, el extranjero o simplemente el “otro”), eximiendo así a las élites políticas y económicas responsables del expolio.
Ante esta inseguridad social, la extrema derecha con reclamo identitario configura la imagen de un peligro potencial para la integridad de la comunidad nacional. Un recurso, por cierto, reiteradamente utilizado a lo largo de la historia para fortalecer la cohesión y asegurar el consenso social. Una estrategia que aporta no solo un enemigo sobre el que dirigir el malestar, sino también una propuesta en positivo: reconquistar la identidad como comunidad, salvaguardar el concepto agregativo “nosotros”. Una movilización que supera así la inmediatez de la protesta y de la reacción frente al malestar coyuntural a través de un proyecto de largo aliento: reconstruir una identidad amenazada. Amenazada por peligros que se construyen y renuevan permanentemente, convirtiéndose así en identidades “predatorias”.
Vemos pues cómo se conforma un populismo de exclusión y carácter diferencialista que apela explícitamente a la discriminación de sectores sociales según su origen o pertenencia cultural, y que va entrando de tal forma en el tuétano de la sociedad que contribuye a justificar su expulsión, de manera más o menos explícita, de la comunidad. Una restricción al concepto de pertenencia “nacional” o “europea” que ataca directamente el concepto de protección jurídica en relación a la pertenencia a la comunidad, que llega incluso a la exclusión legal y sienta las bases programáticas de la xenofobia política del siglo XXI.
Pero frente a la xenofobia institucional, el auge de movimientos racistas y los recortes de derechos y libertades, existe otra Europa en marcha desde abajo: propuestas políticas como la de las Ciudades Refugio o los innumerables ejemplos de redes de auto-organización, apoyo mutuo y solidaridad ciudadana con las personas refugiadas y migrantes que nos demuestran que no solo otra Europa es posible, sino también y sobre todo que hoy la propia idea de Europa y del proyecto europeo está en disputa.
Que el campo de batalla se esté desviando cada vez más hacia las identidades y las pertenencias muestra, por un lado, que a día de hoy existe una disyuntiva real entre luchas xenófobas y lucha de clases y que, en esa disputa por determinar el campo de batalla, por el momento vamos perdiendo. De nosotros depende cambiar la situación. Y eso pasa, también, por disputar Europa.
Refugiados, cifras que duelen
24/02/2016
Estrella Galán
Secretaria general de CEAR
Este año se han superado, a nivel mundial, las cifras de la vergüenza. 60 millones de personas obligadas a huir de sus hogares por la guerra o la persecución, según los datos de ACNUR. Son los parias de la tierra, los sin nombre, solo cifras que si formaran un país sería el vigesimocuarto más poblado del mundo, justo por detrás de Italia.
Mientras Europa se echa las manos a la cabeza y lo vive como “un problema”, lo cierto es que el 86% de las personas refugiadas se encuentran en los países más empobrecidos. Por ejemplo, de los 4’6 millones de sirios que han huido del país, 3’7 han sido acogidos por Turquía, Líbano y Jordania.
Europa vive un incremento en la llegada de los refugiados, pero desde luego no se trata de una emergencia inasumible e imprevisible. Por eso también resulta más dolorosa la pasividad demostrada por parte de los líderes de la Unión, enredados en debates estériles mientras los ‘sin nombre’ continúan esperando una respuesta humana y justa a todo su dolor. En lo que va de año habrían llegado a Europa 580 mil personas a través del Mediterráneo.
Como medida extraordinaria la UE se ha comprometido a dar acogida a 160 mil refugiados en dos años. A la pregunta ¿qué pasará con los solicitantes de asilo que no entren en esa cifra? Nadie ha dado todavía una respuesta, algo que nos estremece.
Mientras los líderes europeos regatean a la baja las cuotas a acoger y retrasan las medidas a adoptar, sí son rápidos a la hora de levantar o reforzar vallas. Aproximadamente, 260 kilómetros de cemento y alambradas se han puesto en pie en los últimos años, sirviendo, sobre todo, para representar la insolidaridad institucional y la crisis de valores a la que se enfrenta Europa.
Este blindaje de la Europa de los valores ‘oxidados’ provoca que miles de personas se vean obligadas a optar por rutas cada vez más peligrosas. Cuánto más se invierte en vallas y controles, no vienen menos, simplemente se incrementa el dolor, el sufrimiento y obliga a las personas refugiadas a ponerse en manos de las mafias.
Así, ante la falta de vías legales y seguras para obtener protección (posibilidad de solicitar asilo en Consulados de terceros países y Embajadas, visados humanitarios…), las personas refugiadas deben emprender peligrosas rutas para llegar a un país europeo. Muchas de ellas pierden su vida en el mar Mediterráneo, que se ha convertido en la ruta peligrosa del mundo, con más de 25.000 muertes en los últimos 15 años, más de 3.700 sólo en 2015. Y en apenas un mes y medio de 2016 esta dramática cifra ya superaba los 400.
Desde muchas organizaciones, estamos tratando de paliar esta situación dentro de nuestras capacidades. Pero son los Estados miembro de la Unión Europea los que deben dar una respuesta coordinada con respecto al derecho de asilo —como principal objetivo—, frente a una perspectiva de control de fronteras. La pregunta es ¿cuántas personas más tienen que morir?, ¿cuántas imágenes de cadáveres, familias heridas en alambradas o caminando desamparados tenemos que ver para que los dirigentes europeos aborden este asunto de forma humana y eficaz? Los ‘sin nombre’, es decir, los refugiados, son mucho más que cifras.
CEAR ha puesto en marcha la recogida de firmas #UErfanos para exigir a la UE medidas para que se respete el derecho de asilo de las personas refugiadas. www.uerfanos.org.
Europa, ¿qué haces? ¿Qué podemos hacer desde la ciudadanía?
23/02/2016
Gloria Cavanna
Portavoz de la AV Valle-Inclán de Prosperidad
Desde la Asociación de Vecinos Valle-Inclán de Prosperidad— en un barrio de Madrid—, nos estamos preguntando qué podemos hacer ante la crisis humanitaria que vivimos día a día y que según nos dicen, en los medios y en los contactos cercanos, el éxodo es superior al que hubo en la II Guerra Mundial. Somos conscientes de que el tema de los refugiados se está agravando por momentos, pero también en nuestro país, en nuestra ciudad, se están endureciendo las condiciones de vida de los inmigrantes sin permiso de residencia y sin trabajo.
Nos pareció que una de nuestras tareas prioritarias y posibles era sensibilizar, dar a conocer realidades, causas, consecuencias e intentar buscar respuestas a los interrogantes de esta situación tan inhumana. Hemos compartido informaciones, escritos, charlas, etc. Y sobre todo, escuchar a los que están en nuestro país, sobrevivientes de las vallas, de las pateras, de la exclusión social. Sin duda, fuente cercana de conocimiento, para conocer por qué y cómo emigran y especialmente, el testimonio cercano para que la empatía humana renazca.
Todos tenemos derecho a emigrar, en circunstancias normales y en las extraordinarias; a buscar una vida digna; a disfrutar personal y familiarmente de los recursos que gratuitamente nos ofrece la tierra, la naturaleza o la técnica; pero que tenemos que saber compartirlos, para que no haya nadie excluido.
Hemos apoyado manifestaciones, denuncias; hemos tomado postura frente a las políticas que afectan directamente a la entrada o no de los flujos migratorios. Hemos reconocido, con vergüenza, la acogida a los menos de veinte asilados, y al rechazo del cupo ‘asignado por la UE’, y peor aún, el que se impida la decisión de la Comunidad Valenciana de flotar un barco para traer a unos cuatrocientos refugiados, haciéndose cargo a todos los efectos de su integración en la propia Comunidad.
Es una vergüenza. A veces, incluso, nos hace sentirnos culpables de la venta de armas que mantienen las guerras o de las vallas con concertinas en las fronteras de Ceuta y Melilla que se saldan con miles de vidas y devuelve a otros cientos emigrantes al desierto, lugar de nada ni de nadie. Vallas de construcción nacional, que se han exportado a otros países de Europa. No tenemos palabras ante las muertes en el Mediterráneo, la reducción de ayuda europea para su rescate y compartimos el profundo desasosiego ante la desaparición de más de 10.000 menores.
Junto a esto, una guerra que destruye países, culturas milenarias, casas y hábitats como Siria, Afganistán o Iraq… Sus habitantes, los que viven, han estudiado y/o trabajado, tienen un entorno cultural y familiar; son precisamente los que huyen para sobrevivir. Sin contar con los bienes culturales identitarios desde hace siglos que se están destruyendo.
Y las hambrunas de Eritrea, Somalia o Libia, consecuencia de las guerras tribales, que muchas veces ocultan la explotación de recursos naturales que son exportados a Europa para su manipulación y vida de confort de unos pocos, a costa de lo que sea; y lo que es peor, de vidas humanas. Se está fortaleciendo, primando la Europa de los mercaderes del capital.
Para mantener el mercado hay que crear consumidores. La conciencia de que el estado de bienestar es un derecho universal, ha pasado a ser un privilegio para “los que puedan acceder a ello”, aunque cada vez menos, ya que las trabas de acceso al derecho y los recortes en las propias prestaciones de sanidad, educación y dependencia están causando profundas desigualdades en los países más ricos de Europa. Asimismo, para justificar y sostener estas medidas ha habido que trasmitir un cambio de valores.
La pobreza y exclusión son el caldo propicio para fomentar el miedo, crear mecanismos de control, represión, leyes que al asumirlas pueden impedir manifestaciones y gritos de libertad frente a las políticas locales y/o globales… Se controla la libertad de expresión a través de unas instituciones como los CIES, donde se vulneran los derechos civiles y humanos. Paralelamente, hay un desarrollo incipiente de xenofobia y racismo, en nuestro país, y en otras ciudades del entorno europeo.
¿A dónde vamos?
En diciembre, con motivo de las fiestas de Navidad —o de Invierno, para que todos se sientan incluidos—, realizamos una invitación abierta a los vecinos, de aquí y de allá, que se titulaba Europa, ¿dónde estás? Utilizamos cuadros plásticos sobre la represión en fronteras, la avalancha de refugiados para sobrevivir a las guerras y hambrunas, la atención de voluntarios in situ a los que estaban en situaciones infrahumanas, niños y adultos, y al final, el sueño de la apertura de Europa y la acogida solidaria de la ciudadanía, plastificada en un amplio mural del Abrazo de Genovés. Fue una obra original de Maribel Rodríguez y representada por el equipo voluntario de teatro de la asociación que, por supuesto voluntariamente, estamos dispuestos a compartir.
Este final, utópico hoy, pero urgente, es la ruta que queremos marcar en nuestros compromisos, desde nuestro País, nuestra ciudad, nuestro barrio. Queremos compartir, acoger y luchar por los derechos de todos, por la convivencia sin exclusiones, apostando no sólo desde una actitud personal, sino desde la política.
Los acuerdos de la UE nos interesan. Si destruimos los lazos humanos y culturales comunitarios, estaremos construyendo un país en el que no podamos vivir dignamente, en el que los odios y la lucha del más fuerte —económicamente hablando— se imponga.
Hay que humanizar, fomentar otros valores que construyan la colectividad, en la que los más débiles sean reconocidos y puedan vivir; en el que de verdad podamos ser felices. Tenemos derecho a soñar, a esperar que todo esfuerzo solidario crezca, a no desfallecer en el intento.
Y por favor, desde todos los ámbitos (medios, cultura, políticos…) hay que seguir llamando a las cosas por su nombre, como esta vez, que no es la primera, lo hace Sami Naïr. Estos debates nos ayudan. Os necesitamos y nos necesitamos mutuamente.
Schengen, o la ficción de una UE de derechos y libertades
22/02/2016
Marina Albiol
Diputada en el Parlamento Europeo y responsable de relaciones internacionales de Izquierda Unida
Hoy, con gran parte de las bases fundacionales de la Unión Europea en crisis, son cada vez más las voces que ponen en cuestión el discurso europeísta que promueven las Instituciones. Asistimos a la transformación de la percepción de una UE que hace décadas fuera sinónimo de democracia y progreso, pero que hoy percibimos como un complejo entramado opaco de grupos de poderosos a los que no ha votado nadie y que imponen acuerdos comerciales, privatizan servicios públicos y chantajean a gobiernos democráticos.
La transformación no ha sido tal. La UE fue desde el principio un instrumento al servicio de esos poderosos. Pero con una situación económica y geopolítica cada día más adversa, se han ido derrumbando las pantallas de democracia que rodeaban el proyecto elitista de un Banco Central Europeo y una Comisión Europea que se deben a los intereses del capital. E imponen su proyecto con tal agresividad que ni siquiera les importa la imagen que de ellos tienen las clases populares europeas.
Schengen era uno de los pilares ideológicos de la UE. La idea de la libertad de movimiento entre los diferentes Estados. Sin restricciones, ni pasaportes. La idea de difuminar fronteras en pro de un espacio compartido. En los últimos años, sin embargo, ya había empezado a hacer aguas con la expulsión de ciudadanos de otros países de la UE.
Los empresarios que un día se frotaron las manos con la idea de la llegada de mano de obra más barata proveniente del Sur, ya no se alegraban tanto con la presencia de trabajadores españoles, portugueses o rumanos desempleados en Bélgica u Holanda. Y ahora que esos trabajadores son más y vienen de más lejos, han decidido directamente cerrar sus puertas y blindarlas.
La llegada de refugiados y migrantes a la UE ha crecido exponencialmente en los últimos años. Primero, por tunecinos, egipcios y libios huían de la inestabilidad en sus países. Y hoy, como estamos viendo, con los millones de sirios, afganos e iraquíes que tratan de llegar a la UE llegando dejando atrás la guerra. La respuesta de la UE no ha sido solo la militarización del Mediterráneo y el refuerzo desmesurado de las fronteras externas, sino que el sistema que permitía la libertad de movimiento dentro se ha desmoronado.
La UE ha sido incapaz de imponer criterios de solidaridad, ni para los que huyen de la guerra, el hambre, y la explotación, ni entre los diferentes Estados para dar la acogida a la que estas personas tienen derecho de acuerdo a la legislación internacional.
En los últimos meses, en lo que puede denominarse sin dobleces como un ejercicio de xenofobia institucional, gobiernos de países que forman parte del espacio Schengen como Austria o Suecia han cerrado sus fronteras. Pero no podemos obviar que la política de bloquear los accesos no genera más que situaciones de emergencia humanitaria en las puertas del Estado que lo hace.
De eso sabemos mucho en el Estado español, que ha blindado su frontera Sur hasta el punto de que a un refugiado saharaui le resulte más fácil llegar a la UE para demandar asilo a través de Grecia, jugándose la vida en un peligroso trayecto marítimo de varios días, que a través de nuestro Estado, mucho más cercano y con una responsabilidad directa en la ocupación del territorio saharaui, que debería hacernos sentir una obligación aún más fuerte para con los perseguidos por Marruecos.
Por esto, que el Espacio Schengen desaparezca y vuelvan los controles fronterizos dentro de la UE, es una restricción en la libertad de movimientos y supone crear nuevas trabas innecesarias que ponen en peligro a migrantes y refugiados de manera innecesaria.
Oficialmente, las Instituciones europeas se posicionan en contra de este cierre de las fronteras internas. Sin embargo, no hemos oído voces críticas, ni sugerencias de activar los mecanismos existentes para quienes se saltan las normas comunitarias.
Cuando un país se niega a reforzar la Europa fortaleza, todas las alarmas se activan. Grecia ha decido no hundir los barcos que llegan cada día a sus costas y solucionar la llegada de seres humanos ahogándolos en el mar, tal y como propuso el Ministro de Interior belga durante una reunión del Consejo Europeo. Por el contrario, y a pesar de la precaria situación que atraviesa, ha decidido dejar el país abierto al tránsito de migrantes y refugiados hacia otros países en los que solicitar asilo y protección. Y así lo hacen cada día miles de personas pese a que cuando llegan a la frontera la Policía de Macedonia sólo permite el paso de sirios, iraquíes y afganos, mandando de vuelta, a menudo con una paliza, al resto que intenta cruzarla.
Esto, que podría considerarse un corredor humanitario improvisado, sí que tiene consecuencias en la UE. De ahí vienen en parte todas las amenazas a Grecia que hemos escuchado de líderes de la UE desde hace semanas. Es decir, por negarse a asesinar seres humanos como pedía el Gobierno belga, por permitir a migrantes y refugiados continuar su ruta y no encerrarlos en una cárcel llamada CIE como hacemos en el Estado español, llegan incluso a pedir la expulsión de Grecia del Acuerdo de Schengen.
Su modelo no pasa por expedir visados humanitarios en los países de origen y garantizar unas vías de llegada segura, tal y como dicta el derecho internacional. Tenemos recursos suficientes para ello y, sin embargo, nos los gastamos en reforzar la Europa fortaleza. El modelo europeo es la prueba de la debilidad de la ficción de una Europa de derechos y libertades. Y lo que subyacen son los intereses económicos de unos pocos, que promueven un modelo cada vez más escorado a la derecha, donde la mercancía se mueve libremente pero las personas sólo pueden hacerlo a merced de las grandes corporaciones.
¿Y dónde está la izquierda mientras tanto?
19/02/2016
Ussama Jandali
Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio
Europa parece que quiere revivir los peores momentos de su historia, atrapada entre el resurgir nacionalista y la mayor ola de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
La xenofobia, afortunadamente, sigue siendo socialmente rechazada y condenada en un gran número de países de la Unión Europea. Sin embargo, su hermana gemela, mucho más sexy para algunos, se está asimilando a un ritmo tan alto, que simplemente un día despertaremos y nos encontraremos una Europa que se parezca más a la de 1933 que a la de 2010.
La islamofobia ha penetrado en las raíces de la visión sobre el mundo y sobre los sucesos que en él acontecen, siendo este uno de los puntos flacos más notorios de la respuesta que socialmente se está dando a esta crisis en Europa. La izquierda, por su parte, se ve atrapada en una profunda contradicción que deja todo el espacio político libre a merced de los mercaderes del miedo.
Europa va camino de estar copada por los clones de Le Pen, que son los clones de Putin, y que en poco difieren del populismo nacional-cateto de Donald Trump.
Mientras tanto, la izquierda está paralizada, atrincherada bajo la pancarta del Refugees Welcome, pero sin una política clara. Un ejemplo de ello es como, en las pasadas elecciones en el Estado español, los partidos no confrontaron el debate sobre cómo gestionar esta situación y, menos aún, se movilizaron para frenar los bombardeos que a día de hoy son el mayor estímulo que tienen las personas para tirarse al mar con poco más que lo puesto.
Algunos creen que la respuesta yace en el fortalecimiento de los restos que quedan de los estados para que puedan poner orden a todo esto, especialmente al régimen de Al-Asad, dado que la implosión de Siria es una de las grandes causas de lo que estamos viviendo. Este planteamiento que comparten los susodichos Le Pen, Putin y sus semejantes es tan irreal como enfermo. Guste o no, desde 2011, la sociedad civil árabe vive un momento histórico de ruptura con su antiguo régimen, y en todos los países se comparte un mismo sentimiento que perdurará durante generaciones, y que de forma irremediable, abrirá un mayor espacio de confrontación política en el que el islam político (equivalente a la democracia cristiana) tendrá su papel.
No desearlo no significa que no vaya a suceder, y luchar contra la voluntad de los sujetos históricos sólo trae más guerra y más dolor. Se podrá posponer, pero no frenar, la voluntad soberana de los que quieren poder decidir su destino. Que la izquierda, o parte de ella, se oponga es un síntoma de contagio: la islamofobia ha penetrado con fuerza en su propia idiosincrasia y en su propia ideología.
Desde la izquierda, se debe de exigir una Europa abierta a los refugiados, que aún diferenciando entre el migrante económico y el migrante forzoso, garantice derechos y vías de acceso a ambos. Una Europa que recupere el mar Mediterráneo como un punto de encuentro entre culturas, sellando la fosa común en la que se ha convertido en la actualidad. Una Europa que apoye a las sociedades civiles árabes, tengan el color que tengan, siempre que estén de acuerdo en jugar al juego político en democracia. Una Europa social que recupere su memoria histórica y su convicción de que sus peores desgracias no pueden volver a repetirse.
Esa Europa será más segura para los pueblos de los países aledaños, pero también será más segura para sí misma, ya que sus mayores amenazas a lo largo de la historia han nacido en su propio seno. Mientras la izquierda siga escondiendo la cabeza, esa Europa que tanto necesitamos estará cada día más lejos.
Mantener unidas a las familias refugiadas para proteger su salud mental
18/02/2016
Joseba Achotegui
Psiquiatra y profesor titular de la Universitat de Barcelona
Una de las circunstancias más dramáticas que se están dando con la llegada de los refugiados a Europa es la separación de las familias. Sin embargo, este tipo de situaciones que suele darse en todas las guerras y conflictos podrían ser evitadas, en muchas ocasiones, si se plantearan unas estrategias de intervención mejor diseñadas.
La unidad de las familias refugiadas depende, en gran parte, de los planes de acogida de los países receptores de refugiados. No tiene que ver con la guerra de origen. No es ninguna fatalidad que no podamos controlar en la Europa del siglo XXI.
Tenemos datos: desde la segunda guerra mundial, la salud física y mental de las personas que vivían situaciones dramáticas era mejor cuando éstas permanecían junto a sus seres queridos, especialmente en el caso de los niños.
Ya en los terribles bombardeos nazis sobre Inglaterra en el año 1941, se observó que los niños que permanecían con sus madres estaban mejor que los que habían sido enviados a lugares más seguros. Junto a ellas, los niños pasaban menos miedo durante un bombardeo que solos, lejos de su familia y temerosos por la suerte que podrían tener sus seres queridos.
En la guerra de Yugoslavia se volvieron a constatar los mismos hechos. Los niños enviados a Suecia y a otros países nórdicos, en los que contaban con todas las atenciones necesarias para la salud y seguridad de los acogidos, estaban mucho más angustiados que los que sufrían junto a sus padres, a pesar de estar instalados en campamentos cuyas condiciones eran pésimas.
La explicación psicológica a estos hechos proviene de la importancia que tiene en los seres humanos (y ya en todos los mamíferos) un instinto denominado ‘apego’, que vincula intensamente unos seres con otros.
Desde la perspectiva evolutiva, este instinto del apego es muy relevante y sería una de las explicaciones más sólidas de nuestro éxito como especie. Pero cuando el apego se rompe, como es el caso de las familias separadas a la fuerza, especialmente en los niños, el sufrimiento que desencadena es muy importante y puede desestructurar si hay una vulnerabilidad previa, es decir, si la persona tiene ya dificultades personales.
Diariamente, los periódicos nos traen noticias de familias separadas, incluso se hace referencia a la desaparición de más de 10.000 niños refugiados de camino a Europa. Esta es una responsabilidad exclusivamente nuestra, de los europeos. No existe ninguna justificación para que hechos así se den en la Europa del siglo XXI, donde tenemos tecnología y medios hasta para monitorizar la ruta migratoria de un simple pajarillo.
Es muy grave que nuestra despreocupación y apatía a la hora de auxiliar, agrave de manera tan intensa el dolor de los que han tenido que dejarlo todo por las guerras que asolan gran parte de Asia y África, en las que, por cierto, muchas empresas y gobiernos europeos están implicadas.
Otra política de inmigración es posible
17/02/2016
Roberto López Diez
Activista de SOS Racismo Madrid
Como bien explica Sami Naïr en el texto que abre este debate, la Unión Europea ha llevado a cabo, desde hace más de 30 años, unas políticas de inmigración basadas en el cierre casi total de fronteras (con requisitos para acceder cada vez más difíciles), el control policial de la población inmigrante y la consideración de esa población con un criterio fundamentalmente utilitaria: mano de obra útil en épocas de crecimiento económico, pero indeseada (y hostilizada) en tiempos de crisis. En España, la primera ley de extranjería, de 1985, era ya un ejemplo de ese tipo de políticas.
Esas políticas, que presentaban a la población inmigrante con tintes de inferioridad y amenaza, han ido alimentando los prejuicios xenófobos de una parte de la sociedad en los distintos países europeos; las políticas de extranjería orientadas más al control policial de la población inmigrante que a su integración social en condiciones de igualdad han influido en que muchos europeos vean a sus vecinos inmigrantes (o de origen inmigrante) como enemigos, dando alas así al crecimiento de partidos y movimientos racistas y xenófobos, que han llegado al gobierno en varios países de la UE. El racismo institucional alimenta el racismo social, y de éste se nutren la extrema derecha y el fascismo.
En estos 30 años esas políticas migratorias no han dejado de endurecerse, tanto en las fronteras europeas como en el plano interior, afectando tanto a inmigrantes económicos como a refugiados, produciéndose numerosas violaciones de derechos humanos que han sido denunciadas por SOS Racismo y otras organizaciones sociales. Y con la reciente crisis de los refugiados de 2015 han alcanzado sus extremos de hipocresía, ineficacia y falta de humanidad, hasta llegar a las medidas abiertamente xenófobas que están estableciendo muchos gobiernos europeos.
En las fronteras hemos visto un doble proceso de ‘blindaje’, con control militar y de alta tecnología (que cada vez supone un gasto mayor), y de ‘externalización’, con el soborno a los países limítrofes (Turquía, Libia, Marruecos…) para que impidan la llegada de los flujos migratorios e instalen en sus territorios centros de retención. Las fronteras españolas de Ceuta y Melilla han sido escenario de las terribles heridas provocadas por las concertinas de las vallas, del uso de material antidisturbios contra personas en el agua (hace dos años, más de 15 muertos en la playa del Tarajal), de expulsiones en caliente sin cumplir los procedimientos legales…
En el interior de Europa se ha incrementado el control policial, la dureza del trato y las expulsiones de inmigrantes en situación irregular, aunque en algunos casos tuviesen un arraigo claro en el país. Las ‘redadas racistas’ (controles de identidad con criterios étnicos), los Centros de Internamiento de Extranjeros, las políticas discriminatorias que se han aprobado en varios países europeos (en España, por ejemplo, la ley de Sanidad, que dejó sin tarjeta sanitaria a 800.000 inmigrantes) son un claro exponente de esas políticas de mano dura hacia las personas inmigrantes.
Lo paradójico es que, al tiempo que se endurecían las políticas migratorias y se multiplicaban los presupuestos dedicados a control de fronteras y seguridad, la inmigración irregular no dejaba de crecer —lógico, puesto que acceder a Europa legalmente es cada vez más difícil—, y a la par crecía el negocio de las denostadas mafias y las muertes de personas que trataban de alcanzar el soñado paraíso europeo.
Parece claro que los objetivos que se pretendían conseguir (frenar la inmigración irregular y luchar contra las mafias) no se han alcanzado, todo lo contrario, pero a cambio han provocado un sufrimiento humano terrible, con más de 30.000 muertos en los últimos 20 años. Los planes de la agencia Frontex (que se encarga del control de las fronteras europeas) no contemplan el salvamento de inmigrantes que naufraguen, porque eso produciría un “efecto llamada”: es preferible que se ahoguen.
Y también han supuesto, a pesar de su falta de eficacia, un gasto para los presupuestos de la UE de miles de millones de euros: Claire Rodier ha expuesto en su libro El negocio de la xenofobia, con abundancia de datos, el interés que tienen muchos grupos empresariales en que continúen esas políticas, con las que ganan muchísimo dinero, y capacidad para influir en ciertos mandatarios europeos.
La actual crisis de los refugiados está marcando un punto de inflexión en la identidad de Europa. El horror al que estamos asistiendo en nuestras fronteras solo es equiparable a la falta de ineptitud, la indiferencia ante el dolor y el egoísmo de los gobiernos europeos, que han pasado de la hipocresía inicial (buenas palabras y falta de hechos) a poner en marcha medidas durísimas contra los refugiados. En paralelo, proliferan los mensajes xenófobos que levantan sospechas hacia esas personas que huyen de la guerra y la persecución, y hacen crecer a las formaciones racistas cuyo discurso termina siendo aceptado por los partidos mayoritarios.
Es imprescindible cambiar radicalmente el rumbo de las políticas europeas de inmigración, poniendo el acento en los derechos humanos, si no queremos terminar en un escenario de fascismo más o menos encubierto. Son posibles, y necesarias, políticas que atiendan, de manera prioritaria y urgente, al derecho de los refugiados y desplazados a solicitar asilo, estableciendo formas seguras y sencillas, y que priorice también a las personas que naufragan en el Mediterráneo, o que malviven en nuestras fronteras en condiciones espantosas, dando visados por razones humanitarias. Políticas para afrontar una emergencia humanitaria a la que Europa no puede ser indiferente.
Y, a más largo plazo, establecer cauces de llegada de inmigrantes razonables, que tengan en cuenta los derechos de esas personas y no solo los intereses y miedos del país de destino; esa sería la mejor manera de luchar contra la inmigración irregular. Asimismo, impulsar políticas de integración social, con igualdad de derechos y deberes, en lugar de las políticas de discriminación y represión policial que, hasta ahora, sólo han conseguido extender los prejuicios xenófobos y racistas entre las sociedades europeas.
Muros contra los derechos
16/02/2016
Carlos Girbau
Colaborador de Asamblea de Cooperación Por la Paz
Un millón de refugiados llegaron a Europa durante 2015: 15 mil de ellos, al Reino de España. En lo que va de año, la media de personas que entran en el espacio de la Unión Europea para pedir protección internacional es de unas 2.200 personas diarias.
Más allá de las cifras concretas, los números demuestran que la realidad del refugio crece y que ha llegado para quedarse. Intentar responder ese reto con más vallas, pintando puertas de rojo, confiscando bienes a quienes vienen, racaneando el auxilio, pagando a terceros países para que alberguen refugiados o suspendiendo la libre circulación de las personas dentro del espacio Schengen, no resolverá el problema, sino bien al contrario, lo agravará. Y es que al obligado movimiento de las personas víctimas de la guerra y la violencia, hay que sumar, de un lado, el sufrimiento, la arbitrariedad y la muerte por no encontrar vías seguras para efectuar el desplazamiento al que los refugiados se ven forzados; y del otro, los efectos que provoca en la calidad democrática el no cumplimiento de los compromisos libremente aceptados que con la legalidad internacional tiene la Unión Europea y los 28 Estados que la componen. Además, existe un tercer y perverso efecto provocado por esta forma de orientar la realidad del refugio: la xenofobia y el racismo que ahondan los miedos de parte de nuestras sociedades y se alimentan de desempleo, recortes en las políticas sociales y ansias de supuesta seguridad.
Como bien se ha señalado en diversas aportaciones al debate, encarar seriamente todos los retos que nos supone (a la ciudadanía y a los Estados) la llegada de personas refugiadas implica una política prolongada en el tiempo, pero sobre todo, una política basada en derechos.
Parece evidente que la seguridad para la población no la proporciona la alambrada más alta o el policía mejor armado. Al contrario, lo primero es mirar cara a cara a la realidad y no empeñarse en negarla o apartarla. La actual crisis de refugio y migración tiene profundas razones que beben en el neoliberalismo y en la explotación inmisericorde de recursos, así como en el uso sin escrúpulos de divisiones y fraccionamientos sociales. Solo será posible avanzar frente a ello, con la aplicación de los derechos reconocidos por la legalidad internacional y del uso de los instrumentos que ésta, hoy por hoy, nos otorga.
Precisamente por todo lo anterior, resulta imprescindible reseñar el papel fundamental que las ciudades juegan en el desarrollo y el ejercicio de cualquier política basada en los derechos y, en este caso que nos ocupa, en los relativos a la acogida, la autonomía y la integración de las personas refugiadas. Cuando un buen número de ciudades europeas, ente ellas una cantidad nada despreciable de españolas, tomaron resoluciones afirmando su voluntad de acoger a personas refugiadas (Refugees Welcome), estaban haciendo frente positivamente a una responsabilidad democrática tan fundamental como ineludible. Responsabilidad para que la que fue determinante el apoyo y complicidad del tejido asociativo. Fue justamente esa imprescindible colaboración entre actores y movimientos sociales de todo tipo y los ayuntamientos, lo que en última instancia dio alas y base a un movimiento que permitió mostrar una de las mejores partes de nuestras sociedades.
Unos meses después de ese esfuerzo, es importante seguir insistiendo en el papel de ayuntamientos y tejido asociativo, en la necesidad de dotar su iniciativa de medios materiales y recursos para que la integración legal, económica y social de las personas refugiadas en el país que las acoge sea una realidad. La integración se da siempre en un espacio determinado y ese espacio, en muchas de sus dimensiones, es precisamente la ciudad.
Reforzar su protagonismo, su peso en la política pública es fundamental para construir sociedades más democráticas, más seguras y desmontar los muros que hoy impiden una y otra cosa. Sin duda hay problemas de dinero, pero también y, sobre todo, de voluntad política por reforzar y reconocer este núcleo básico de cualquier democracia que es el ámbito municipal.
Exiliados por/para amar
16/02/2016
Jesús Generelo
Presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales
El exilio ha sido una circunstancia inherente a una gran mayoría de personas lesbianas, gais, bisexuales o transexuales. Poder llevar una vida coherente con nuestra forma de ser o sentir nos ha exigido con frecuencia tener que escapar, alejarnos de los ojos controladores y estigmatizadores de los nuestros, de nuestro entorno más próximo y querido.
Esto es algo conocido por cualquier estudioso de la cuestión LGTB. Hablamos de aquí y de ahora. De la España actual. Las cosas han empezado a cambiar muy recientemente pero hasta hace nada lo habitual era alejarse de la familia y del pueblo para poder vivir, buscar espacios de anonimato para lograr respirar y, en ocasiones, no ser víctimas de los diferentes niveles de violencia que esas familias y pueblos podían ejercer sobre nosotros.
¿Nos cuesta tanto, entonces, entender que esto que ha sido la tónica habitual en España lo siga siendo todavía en otros muchos países?
Hace falta recordar que en al menos 7 países del mundo las orientaciones homosexual o bisexual están castigadas con pena de muerte. En otros 76 como mínimo, perviven leyes que criminalizan y hostigan a las personas por su orientación sexual o identidad de género. En muchos donde legalmente se protege la diversidad sexual, la persecución social está a la orden del día. Las cifras son pavorosas: entre 2008 y 2014 han sido contabilizados 1.700 asesinatos de personas transexuales en el mundo. Solo en Brasil, donde la legalidad las acoge pero no las protege, en 3 años ha habido más de 100 asesinatos. Si tenemos en cuenta que se trata de una minoría muy pequeña, podemos entender que se trata de un auténtico genocidio.
Entre los miles de refugiados que nos llegan ahora de oriente medio, de Irak, Siria, etc., con toda seguridad, también hay numerosos LGTB. Que a los motivos del horror que los obliga a huir de su tierra se suma la cruenta persecución que el ISIS está ejerciendo a cualquier persona que consideren “desviado”, “pervertido” o “pecador”. Terribles son las imágenes de jóvenes lanzados desde lo alto de edificios por haber sido acusados de homosexualidad. En esta represión se asemejan a su enemigo Irán.
Muchos de estos migrantes pertenecientes a minorías sexuales no pueden desembarazarse del estigma y la persecución en Europa y reciben un trato degradante incluso por parte de sus compañeros de exilio y persecución.
El ayuntamiento de Amsterdam, por ejemplo, ya ha tenido que abrir un par de casas refugios como medida de emergencia para socorrer a los refugiados que han sufrido abusos y hostigamiento por parte de sus propios compañeros en centros de acogida. Si esto les sucede en la tolerante y protectora Europa, entre grupos de iguales que también huyen del horror, ¿cómo dudar de cuál era su destino en sus países de origen?
No obstante, en Holanda ya se ha empezado a dar formación a grupos de refugiados para promover el respeto hacia las minorías sexuales, demostrando que cualquier situación de conflicto puede entenderse como una oportunidad de progreso.
En España tenemos una ley de asilo que recoge la obligatoriedad de atender las demandas provocadas por la persecución sexual. Tal como llevan años instando tanto la ONU como la Unión Europea. Sin embargo, existen serias dudas de que la ley se esté aplicando con rigor en nuestras fronteras.
Nos llegan noticias de frecuentes denegaciones de asilo por motivos diversos que parecen querer disimular, e incluso poner en duda, la persecución que sufren muchas personas en sus países de origen. Willy Brandt tenía como máxima de comportamiento “Ante la duda, la libertad”. En nuestras fronteras parece que la actuación es la contraria: ante la duda de que se cuele algún falso LGTB, mejor que muchos, intolerablemente demasiados, vayan a las cárceles o a las cunetas de sus países.
Especialmente sangrante fue el caso de Christelle Nangnou, demandante de asilo procedente de Camerún, donde el lesbianismo es penado con hasta 7 años de cárcel. Christelle huyó de su país tras el linchamiento mediático que sufrió, siendo acusada de liderar un colectivo de lesbianas. A pesar de aportar esta prueba evidente que, sin duda, la ponía en serio riesgo, España le denegó el asilo. A pocas horas de su deportación, solo la movilización social consiguió que pudiera quedarse en nuestro país, pero sin el asilo garantizado.
Si España, uno de los países pioneros en la plena igualdad por orientación sexual e identidad de género, y Europa no muestran una especial sensibilidad frente a estos demandantes de asilo es que no hemos aprendido nada de tanto dolor causado y sufrido por algo tan sencillo como el derecho a amar, a ser o a parecer como cada cual necesite.
—
*Para entender un poco mejor estas historias, imprescindible el informe de CEAR perseguidoslgtb.org.
Necrópolis mediterránea
15/02/2016
Fede García, Kaddour Sbai y Pierre Mawoo
SOS Racismo
Persisten con renovada insistencia los descalabros de cientos, miles, de seres humanos, que se despeñan, día tras día, antes las puertas de una Europa insensible, calculadora y mal pensada, que rechaza de hecho, lo que admite de palabra: DERECHOS HUMANOS como alegato formal, que encubre las negligencias propias en la aplicación y reconocimiento de los mismos.
Los diarios, telediarios, informativos de cada día, incluyen un apartado específico del arqueo diario de víctimas en caliente, cuyo balance concreto, lo certifican los artefactos de ¿salvamento? abandonados en la playas como certificados a la vista de su llegada.
Desgraciadamente, ¡no son bienvenidos! No lo han sido nunca. Los Gobiernos de las pedanías de la Unión Europea, actúan al hilo de sus particulares reservas e intereses locales: se alambran a conciencia las cercas, se establecen tasas y peajes, se factura a los sobrevivientes con etiqueta de gasto revertido a pagar siempre en destino – previa tasación individualizada de pertrechos personales a la vista – con el aval parlamentario oportuno (caso danés), y se establecen limbos a gusto de cada cual, sin que el común denominador del derecho a sobrevivir de las personas prevalezca sobre los intereses espurios de unas autoridades entusiasmadas con planes de reactivación ¿temporal? de los controles de acceso entre los predios locales…
Siempre habrá buenas excusas para rechazar a quienes llaman a la puerta muy a su propio pesar e interés.
Las cifras sí importan, siempre. Pero los treinta y tres cadáveres, los dieciocho últimos, se van añadiendo a la lista de ofrendas forzosas a las puertas de una Europa negligente y soberbia. Lesbos, Kos, Ceuta, etc. No parece que importe lo más mínimo a casi nadie. Son víctimas que nutren las listas abiertas de los excedentes forzosos de las guerras conocidas de nunca acabar.
Vienen, pero no llegan todos ni todas. Vienen, dejando atrás todas las esperanzas. Vienen armados únicamente con el instinto vital natural de la supervivencia. Desgraciadamente, ese exclusivo visado, connatural a los seres humanos, no parece que esté contemplado en las legalidades locales, supuestamente vacunadas en materia de reconocimiento y defensa de los Derechos Humanos, trátese de las Leyes de Asilo y Refugio, Leyes de Extranjería y normas específicas que siguen amañadas, bajo la sospecha de que los refugiados pueden ser profesionales del embaucamiento, la falsedad y la mentira.
En todo caso, la insensibilidad política de los gobiernos y autoridades en general con puesto en plaza, es un hecho lamentablemente contrastado en estas materias, al margen del color político que cada uno detente.
No conocemos reacciones suficientes por parte de los gestores y administradores locales y comunitarios, que enfrenten de modo eficaz la atención debida a las víctimas de estas nuevas ¿Limpiezas étnicas? que sin dudar un solo momento, se cargan directamente en el Haber de las inclemencias climáticas, sin ningún sonrojo ni asomo de vergüenza alguna.
Parece que no da para más – por el momento – la sordidez de una UNIÓN EUROPEA que se blinda ante unas realidades incuestionables, sean éstas noticias de primera plana, o por el contrario, sean objeto de simples comentarios de barra de Bar. Esto es un hecho. Ésta es la impresión que nos produce la ausencia de decisiones políticas por parte de unos países que en su calidad de consortes de la U.E. tienen la obligación de atender a personas concretas (por decenas, centenares o miles) de modo acorde con el legítimo derecho a sobrevivir.
La vacuna de la INSENSIBILIDAD hace estragos, más allá de las caras y fotos de circunstancias de los gestores de la cosa común: Gobiernos y demás titulares temporales en los ámbitos locales o súper-comunitarios. ¿Cuántas víctimas más son necesarias en la Necrópolis Mediterránea- Comunitaria, para que se adopten medidas, no sobre lo previsible, si no sobre la realidad vigente, en estas cuestiones? Es cierto, que se hacen proyecciones sobre lo porvenir: para el año 2016, se prevé que llegarán más de Un millón de nuevos viajeros sin papeles, ni visados, ni hatillos de supervivencia, pero también es cierto que hasta el momento lamentablemente, no se remangan nada más que determinadas ONGs de intervención rápida armadas de voluntad y equipos de supervivencia personal, que según convenga, pueden ser detenidos, como recientemente ha sucedido, ante el silencio y vergüenza de Gobiernos propios y, también ajenos.
Por otra parte, hay que recordar que cincuenta y dos ciudadanos extra-comunitarios han sido recientemente decapitados en aplicación de las Leyes vigentes en la Arabia Saudita. Lamentablemente no hay recurso alternativo alguno frente a decisiones inapelables ante semejante barbaridad, salvo el de citarlo y denunciarlo. Es un hecho que desde los principios de la historia de la especie humana hace decenas de miles de años, nada ha cambiado en la gestión de la discrepancia sea política, religiosa, cultural o social. La gestión de la discrepancia ha sido y sigue siendo resuelta eliminando a los sujetos discrepantes, sean por razones ideológicas, culturales, religiosas o de cualquier otra naturaleza. Los comportamientos que causan estragos en lo personal o colectivo, aunque éstos sean de muy difícil digestión social o política, según las normas vigentes, pueden ser sancionables… ¿Deben de ser repudiables y condenables? Lo que hoy es excepción, mañana es norma. Cortándoles la cabeza a los condenados, no parece que se resuelva ni la discrepancia, ni los problemas que la justifican.
Silencio de nuevo: se rueda. Los deberes y haberes del Reinato-Saudí, hacen fortuna en forma de enjuages industriales, militares, económicos, o petroleros, y, por tanto, son suficientes para esconder las vergüenzas de una Unión Europea cauta en los pronunciamientos de denuncia, por temor a los efectos directos de los mismos, aunque éstos estén suficiente y fehacientemente justificados ante la decapitación en directo de cincuenta y dos seres humanos, por ejemplo.
Nos preguntamos: ¿También son cincuenta y dos candidatos a minorar sobre las previsiones de llegada de refugiados en 2016?
Recuperar el derecho a la igualdad de derechos
12/02/2016
Pascual Aguelo y Francisco Solans
Subcomisión de Extranjería del Consejo General de la Abogacía
Leemos con muchísimo interés el debate propuesto por Sami Naïr, y nos alegra comprobar el hecho mismo de que un debate sobre la inmigración reciba la atención de los medios, de intelectuales, de representantes varios de la sociedad civil, y esperamos que finalmente de la llamada “clase política”, es decir, de aquellos que pueden y quieran asumir los términos del debate para emprender las medidas y reformas necesarias.
No hace tanto tiempo la inmigración era un lugar marginal, algo reservado a unos pocos especialistas o a unos cuantos visionarios que ya anunciábamos la importancia futura que cualitativa y cuantitativamente debía tener. El tiempo nos ha dado la razón.
Vamos a intentar centrarnos, desde nuestra posición de juristas, en cuál deba ser la traducción de muchos de esos términos que afloran de las palabras de los intervinientes, formuladas en posturas ineludiblemente abstractas, a un lenguaje como es el lenguaje jurídico, que si bien se mueve en un terreno de abstracción común con el filosófico, el sociológico, y otros, tiene una vocación de concreción en leyes y medidas mucho mayor.
Compartimos el esquema de refugiados-coyunturalidad, inmigrantes-estructuralidad, del que se parte, aunque compartimos con Javier de Lucas un llamamiento a tener en cuenta las zonas intermedias, como de hecho se han tenido legalmente, aunque con poco éxito de aplicación.
Sin embargo, debemos partir de un axioma previo, y es que, aunque en materia social, psicológica, etc, los distintos modelos arrojan distintos resultados que permiten planificar una actuación, ese “qué hacer con la inmigración” que da título a toda la sección, con pluralidad de alternativas, la experiencia jurídica y legislativa de todos estos años, desde los setenta hasta ahora, en esta materia, no es algo de lo que quepa aprovechar un gran bagaje, si no es desde la perspectiva dialéctica: no es más que un cúmulo de errores y fracasos de los que habrá que aprender, pero para no repetir. A salvo queda la labor correctora jurisdiccional que ha sido capaz de corregir las aristas más agudas de ese íter legislativo ineficaz y plagado de yerros.
Debemos constatar con toda la contundencia de que seamos capaces que el modelo basado en la contención, represión y discriminación, con el que se ha construido la “no política”, visceral, y centrada en responder a los miedos, y no a las reflexiones, constituye un fracaso estrepitoso. Lejos de contribuir a construir sociedades plurales y abiertas, las leyes que han afrontado el fenómeno migratorio desde los países occidentales han puesto palos en las ruedas, han fomentado la exclusión, la discriminación, el odio, la diferencia , han caído en la óptica del extranjero como sospechoso cuando no directamente enemigo, molesto aunque necesario, permitido o tolerado pero nunca reconocido en derechos y obligaciones.
Por tanto, la primera respuesta que debe darse a la gran pregunta, desde el punto de vista jurídico, es de índole constitucional al más alto nivel, y requerirá, desde luego, de una pedagogía social que lamentablemente está ausente del actual ambiente, pero que aún no es tarde para afrontar: la recuperación de la no discriminación e igualdad de derechos y obligaciones como valor supremo del ordenamiento jurídico, y la titularidad de éstos por la persona humana, superando el ya obsoleto ciudadano/nacional, que no hace sino alimentar periclitados conceptos identitarios culturales inspirados bajo mano por otros de mucha más ranciedumbre como tradición o raza.
Las tensiones políticas a las que se enfrentan unas democracias mercantilizadas por un voto atado a esas dinámicas hace que no podamos confiar en ellas para semejante cambio: sólo el derecho internacional de los Derechos Humanos puede asumir el tránsito desde la reciprocidad hacia la universalización de derechos.
Por otra parte, la construcción de la Unión Europea ha dado ejemplos muy ricos de otra dinámica, y hoy es el derecho procedente de la Unión el que obliga a los estados a asumir posturas mucho más progresivas que las que por gusto asumen algunos mediocres gobernantes, atacados de un provincianismo nacionalista tan fácil como ramplón, y es el Tribunal de Justicia de la Unión una inesperada instancia en la que defender, mejor incluso que ante tribunales nacionales, los derechos de los inmigrantes.
En el ámbito del Consejo de Europa, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos es hoy el mejor garante de derechos humanos frente a las tendencias que se dan en los estados de reconcentrarse dentro de sus fronteras, y otra instancia a la que debemos acudir cada vez con más frecuencia los defensores de los inmigrantes.
Necesitamos más Europa, pero una Europa que sea capaz de imponer leyes antidiscriminatorias y de reconocimiento de la igualdad de derechos y obligaciones para los inmigrantes. La libertad de circulación de los ciudadanos europeos, la supresión de fronteras hoy amenazada, la parte más saludable de los acuerdos de Schengen, han sido precisamente la aportación más exitosa – precisamente por ser excepción – de aquellos modelos que antes denunciábamos.
Ese es el camino que ya hemos transitado y que ha demostrado además –por mucho que se empeñen quienes manipulan las cifras a su antojo– lo beneficioso y ventajoso de seguirlo. La prueba de que un miedo es irracional es cuando uno entra en la casa que nos parece llena de fantasmas y no pasa nada. Europa suprimió sus fronteras y dio libertad de circulación a todos sus ciudadanos inaugurando un “ius migrandi europeo” –y se hizo con no poco miedo y excesiva precaución– y no sólo no pasó nada sino que lo que pasó fue enormemente saludable para todos.
En el terreno interno o nacional, la reivindicación de la igualdad como derecho de la persona humana, y no como derecho del ciudadano debe ser continua, pero no conseguirá avanzar si no es con el impulso externo del derecho internacional de los derechos humanos.
El artículo 14 de nuestra Constitución tiene un clamoroso vacío en la propia titularidad de ese derecho: “los españoles son iguales ante la Ley…”. ¿Y qué pasa con los que, sin ser españoles, han nacido o tienen hijos aquí, o cónyuges, o un trabajo, un pasado, un futuro, una contribución y unas expectativas legítimas? ¿Acaso ellos no están amparados por el artículo 1 de la Declaración Universal cuando dice “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”?.
Sin embargo, socialmente percibimos que la diferencia que se consagra en el primer texto es asumida con enorme facilidad, en tanto la del texto universal cuesta defenderla y se nos rebate como una ingenuidad utópica y vacía. Tanto es así que la evolución legislativa en las sucesivas reformas dela Ley de Extranjería, el Código Penal, y tantas otras leyes del tronco constitucional, no sólo no han avanzado hacia la igualdad, sino hacia un subrayado repulsivo del extranjero como invitado molesto, aditamento prescindible o parásito expulsable. Es absolutamente necesario revertir esa tendencia.
Algunos analistas políticos han tendido a identificar, con excesiva ligereza, a todos los movimientos políticos ascendentes como dentro del mismo saco, como “populismos” en los que meten a los más zafios extremismos de derecha neofascista junto a los que a renglón seguido son acusados de izquierdosos anarquizantes y otras lindezas. Sin embargo, todo el mundo olvida que quizá con el elemento de los derechos de los extranjeros estemos ante una “prueba del algodón” de temperatura democrática frente a los verdaderos populismos.
Esa tendencia que antes denunciábamos de profundizar en la diferencia de derechos -discriminación negativa claramente– de los extranjeros, tiene su origen en una demagogia claramente “populista” en el peor sentido de la palabra, puesto que busca su apoyo en dar gusto a las más bajas pasiones de un pueblo concebido como inculto y visceral, demagogia a la que no han dudado en entregarse con los brazos abiertos nuestras élites y gobernantes patrios.
Preguntémonos quién es más populista: quien pide el cierre de los CIES por ser privaciones de libertad administrativa inconcebibles en una moderna democracia, o quien sostiene su vigencia porque al fin y al cabo los que entran dentro son extranjeros y no tienen ni pueden pretender tener nuestros mismos derechos.
Esa fe en la no discriminación e igualdad ante el Derecho como valor esencial e irrenunciable de nuestros ordenamientos, como valor esencial de la identidad europea, desde esa cumbre conceptual, tendría una aplicación casi revolucionaria en el resto de las leyes y reglamentos a los que en teoría inspira. No sólo en cierres de CIES y en aperturas de fronteras —¡controladas, ordenadas y medidas, por favor, que seguro que alguien ya está acusándonos de perseguir el caos de fronteras completamente abiertas ¬¬–, tanto a las personas como a los mercados y las mercancías, como en la superación de absurdas exigencias burocráticas, sino en una forma de trato a las personas por parte de las instituciones del estado: la aproximación progresiva hacia el final de la sospecha permanente, del control previo, del castigo desproporcionado, de la exigencia constante de excelencia, de la inseguridad del sometimiento a intereses cambiantes y arbitrarios de otros, de la imposibilidad de la participación y del ejercicio de influencia política, el final del abominable eslogan de “los españoles primero” que con tanta frecuencia vemos escrito en el entrelineado de nuestras leyes, reglamentos, instrucciones, sentencias…
Derechos civiles plenos para blindar los derechos humanos
10/02/2016
DimitriDefranc
Concejal de Sant Cugat del Valles por el Procés Constituent (grupo CUP-PrC)
Uno de los problemas que tenemos los inmigrantes es la falta de acceso a los derechos civiles que nos diferencian de los ciudadanos de pleno derecho ya comentado de manera desmenuzada por Sami Nair.
A la vez los ciudadanos de pleno derecho que poseen DNI también están sectorizados por capas, lo que nos es que nos convierta en la última parte de la pirámide sino que nos deja fuera de la pirámide del escalafón social.
Ahora desde Cataluña aprovechamos la coyuntura del Proces Constituent para poner sobre la mesa una serie de derechos hasta ahora limitados a los ciudadanos con NIE y más aún a los que no lo tienen.
Las constituciones modernas tienen que caminar hacia el concepto de la “ciudadanía universal” donde los ciudadanos de todos los rincones no sean tratados como ciudadanos de segunda o de tercera.
-Luchar porque una Constitución blinde los derechos civiles para que nadie pueda ser encerrado en prisión por una falta administrativa.
-Caminar hacia la nacionalidad sobrevenida sin hacer discriminación entre los ciudadanos latinoamericanos, de la UE o de lugares como Asia, África son alguno de los reclamos de parte de los Constituyentes Catalanes, que ven en Cataluña la posibilidad de crear el primer estado de los derechos humanos y que con su ejemplo contagie cambios constitucionales en España, Francia…
-Promocionar estas campañas o ideas entre todas las personas que quieran escuchar y entender.
Estos son algunos de los pasos posibles a seguir para dejar en el pasado la discriminación y el hecho que existan ciudadanos de segunda, tercera…
Así algún día estas faltas de respeto a los derechos humanos serán sombras de una vieja historia como ahora lo comienza a ser la esclavitud en muchos países y regiones de la tierra.
Europa naufraga
10/02/2016
Mercedes Ruiz-Giménez Aguilar
Presidenta de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo
Quien no aprende de su historia está condenado a repetirla. La actitud de Europa ante la mayor crisis de refugiados/as tras la Segunda Guerra Mundial, da cuenta de la ausencia de humanidad, responsabilidad y solidaridad. Los valores fundacionales europeos están siendo tirados por la borda y con ellos, de manera flagrante e impune, la vida de miles de personas.
En estos días se ha hecho público un dato escalofriante que debería hacernos temblar como humanidad: 10.000 menores han desaparecido; nadie sabe dónde están. Una situación absolutamente inaceptable que puede situar a niñas y niños en manos de redes de tráfico de personas. Una cifra que se suma a las 250 personas que han muerto en el Mediterráneo en el mes de enero. La situación de las mujeres que llegan a Europa huyendo de los conflictos también es extremadamente preocupante. El riesgo de que sufran violencia sexual y de género es altísimo.
La irresponsabilidad de Europa: criminalizar a las víctimas y a quienes les apoyan.
Solo en el mes de enero más de 250 personas han muerto en el Mediterráneo, 8 por día. Mientras tanto, de las 160.000 personas refugiadas que Europa se comprometió a acoger en varias Cumbres, apenas unas 400 ha sido reubicadas. La UE opta por políticas que en lugar de responder a los convenios internacionales y a su propia legislación en materia de refugio, dan la espalda y criminalizan tanto a la población refugiada como a quienes les acogen. La ONG Statewatch ha denunciado la intención de la UE de sacar adelante una normativa que obligaría tanto a las ONG como a personas voluntarias a registrarse antes de prestar ayuda a la población migrante y refugiada. De salir adelante esta iniciativa, supondría una muy preocupante criminalización de quienes asisten a personas que lo han perdido todo y ejercen su derecho al refugio.
A ello se añaden las medidas que están asumiendo algunos países europeos. Medidas que pasarán a la historia de la infamia por la terrible violación de derechos humanos que suponen. Dinamarca ha comenzado a confiscar el dinero en efectivo de las personas refugiadas que supere los 1.340 euros. Países como Suecia, Holanda y Finlandia han anunciado deportaciones masivas. Y en muchas de nuestras fronteras se construyen muros y alambradas que impiden la entrada de quienes tienen pleno derecho a la circulación por vías legales y seguras, y a una adecuada acogida.
Consecuencias extremadamente peligrosas
Las graves consecuencias de este tipo de decisiones ya se están dejando ver. Los discursos y propuestas políticas xenófobas ganan terreno y con ellos los ataques a centros de acogida. Aunque afortunadamente, aún son residuales, la UE y sus Estados miembros deberían mantener la alerta para evitar que se repitan los graves errores del pasado.
Gran parte de la ciudadanía está muy por encima de las decisiones políticas. ONG, grupos sociales, voluntarios y voluntarias se están organizando tanto en los puntos de llegada como en múltiples ciudades para salvar vidas, atender a quienes llegan a nuestros países y contrarrestar los mensajes y discursos que criminalizan a quien debe ser protegido.
La Humanidad o el colapso
Desde muchos sectores y rincones de la UE venimos denunciando la enorme gravedad e injusticia que supone esta situación. No actuar con urgencia, solidaridad y responsabilidad nos lleva a un callejón sin salida, al colapso como humanidad. Nunca antes fue tan evidente la debilidad del proyecto europeo. La obscena preeminencia de los intereses económicos y políticos sobre las personas supone una gravísima violación de derechos. Ni la legislación europea, ni sus instituciones están a la altura de los complejos retos a los que nos enfrentamos. Ahora, más que nunca, deben primar los valores fundacionales de la Unión Europea y la defensa a ultranza de los derechos humanos. No hacerlo sería volver a infames errores del pasado.
Es urgente abrir y garantizar vías seguras para que las personas que huyen de graves conflictos puedan hacerlo en la mejor de las circunstancias. Debe garantizarse, especialmente, que las mujeres no estén sometidas a violencia sexual y de género. Urge coordinar todos los esfuerzos posibles, de instituciones y de la sociedad civil, para localizar a los y las menores desaparecidos. Deben ponerse en práctica medidas firmes contra las redes de trata de personas. Europa ha de cumplir los acuerdos asumidos en materia de acogida, con compromisos de hospitalidad e inclusión.
Debe garantizarse la protección de las organizaciones y personas que apoyan a la población refugiada. La complejidad de la situación hace que su trabajo sea absolutamente necesario y debe ser complementario al que las instituciones europeas están obligadas a realizar. Punir la humanidad es intolerable. España, por su parte, debe agilizar los trámites de acogida con los que se ha comprometido y debe respetar los derechos humanos en la frontera sur.
Por último, aunque no por ello menos importante, hemos de estar alerta ante el peligro de narrativas y discursos xenófobos puede llevarnos a situaciones de extrema gravedad. Contrarrestar este tipo de argumentos es crucial para nuestro futuro como humanidad; las consecuencias de no apostar por ello pueden ser tremendamente preocupantes.
La debilidad de las lecciones de la historia: de nuevo, los refugiados
09/02/2016
Rosa Torán
Historiadora
El 31 de agosto del año pasado difundimos un comunicado titulado ‘La desmemoria europea’ en el cual denunciábamos la postura de la vieja Europa que negaba acogida y humillaba a millares de personas refugiadas. Lo hicimos con la responsabilidad que nos otorgaba nuestro deber de mantener viva la memoria de nuestros refugiados, aquellos que, en el invierno de 1939, se vieron obligados a permanecer, a enfermar y a morir en los mal llamados campos de refugiados del sur de Francia, y también la de los supervivientes de los campos nazis que, tras su liberación, formularon el juramento del «Nunca más”, en pro de la fraternidad universal.
Aún no ha transcurrido medio año para que nuestras mentes y nuestros corazones se vean todavía más convulsionadas ante la trágica realidad que envuelve la mal llamada civilizada Europa. No cabe repetir lo que los medios de comunicación y las ONG —por cierto, criminalizadas por algunos— nos ofrecen a diario: niños desaparecidos en la nada, naufragios mortales en el Egeo, incautaciones de bienes, alzamiento de alambradas, creación de guetos invisibles, sobornos a terceros países, como Turquía para frenar la llegada a Europa, amenazas a Grecia para convertirla en un muro de contención hacia el centro y norte del continente, identificación con pintura en las viviendas de emigrantes… todo ello acompañado de infames agresiones y manifestaciones xenófobas que llegan a marcar la política de los gobiernos.
El pasado mes de noviembre recordamos La Noche de los Cristales Rotos y tan sólo hace una semana instituciones públicas han conmemorado el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto y de Prevención de Crímenes contra la Humanidad. Homenaje y recuerdo merecido a todos los colectivos que sufrieron en su propia carne el acoso, la persecución y la muerte en manos del nacionalsocialismo, régimen criminal que basó su política en la consideración de la desigualdad de los seres humanos y en su derecho a decidir quienes tenían derecho a la vida y quien estaban condenados a la esclavitud y la muerte. Nos inquieta que la segunda parte de la declaración de la ONU, la Prevención de Crímenes contra la Humanidad, quede no tan sólo relegada a las palabras, sino que planee sobre ella la indiferencia ante hechos consumados, que pueden calificarse, sin duda, como un atentado a la dignidad de las personas, ante el cual los gobiernos e instituciones internacionales no muestran ni tan sólo compasión ni decencia, al contrario, parecen más interesados en la conservación del poder y de un orden internacional injusto.
¿Qué nos enseña la historia? ¿Por qué tantas referencias inanes a aprender del pasado? En Évian-les-Bains, durante 9 días, en el mes de julio de 1938, se reunieron delegados de 32 países, por iniciativa de Franklin D. Roosevelt, con el objetivo de tratar propuestas de ayuda hacia los judíos perseguidos por el régimen hitleriano, pero el miedo a trastocar la política de apaciguamiento hacia el Reich y a amenazar la débil inestabilidad internacional, dio como resultado la negativa a acoger a refugiados judíos, con la única excepción de la República Dominicana, cuyo dictador Rafael Leónidas Trujillo vio en la acogida una posible fuente de riqueza. Un panorama desolador con argumentos al uso: las intocables cuotas de inmigración, la pésima situación económica, el temor a crear problemas internos…
A partir de entonces, los nazis pudieron comprobar que a nadie les importaba el destino de los judíos y realizar con total impunidad el criminal ataque contra las comunidades judías, en la Noche de los Cristales Rotos antes aludida, dando por cierta la declaración del líder sionista Chaim Weizmann, el futuro primer presidente de Israel, después del resultado de Evian: «El mundo parece estar dividido en dos partes: Una donde los judíos no pueden vivir y la otra donde no pueden entrar».
Hoy, en el mundo, ACNUR contabiliza hasta 60 millones de refugiados, hombres, mujeres y niños que no pueden vivir ni crecer en sus casas, situación que ha devenido crónica en la mayoría de ellos, sin que el bienaventurado mundo occidental reaccione y se reconozca el origen de los conflictos, en buena parte de los casos. Cuando estos refugiados tocan a nuestras puertas, se hace realidad la frase de Weizmann: guerras y hambrunas hacen imposible la vida en muchos lugares del planeta y se alzan barreras a la protección y dignidad de los seres humanos en nuestras casas. Recordemos que Líbano, un país de poco más de 4 millones de habitantes acoge unos dos millones de refugiados, mientras que Europa, con casi 739 millones, no puede o no quiere acoger al medio millón que ha alcanzado sus fronteras. Los signos de alerta ante situación tan catastrófica vienen de lejos sin que se hayan arbitrado medidas políticas y sin que la decencia y la compasión hayan marcado las iniciativas gubernamentales, una vez consumados los hechos de una diáspora sin precedentes.
Si nadie duda en calificar el Holocausto y la persecución y exterminio de millones de personas como el fracaso de la humanidad, ¿cómo se juzgará en el futuro la consunción del tamaño del crimen contra los refugiados en la Europa que se creyó depositaria de los derechos humanos? Nos duele la pasividad e inoperancia de los foros internacionales y de los gobiernos, más atentos a sus rendimientos electorales que a la defensa de las personas. Por responsabilidad, por el deber contraído con nuestros antepasados, los republicanos antifascistas, por nuestra dignidad, no cejaremos en denunciar las palabras vanas frente a la asunción de las lecciones de la historia.
Realismo, precisión y humildad
08/02/2016
Pablo Sapag M.
Profesor-investigador
Como bien plantea Sami Nair, lo primero que debe hacer Europa es entender y asumir que una cosa son los refugiados y otra cosa son los inmigrantes económicos. La distinción es importante. En primer lugar, el grado de desesperación y por lo tanto de urgencia de unos y otros es distinto. En segundo lugar, mientras la crisis de los refugiados actual tiene un origen localizado —el principal foco es Siria—, es coyuntural y reversible; la de los inmigrantes económicos es y seguirá siendo permanente y multifocal. Aceptarlo permitiría abordar cada caso de manera precisa, específica y efectiva. Los propios inmigrantes no quieren ser confundidos ni en la definición de su condición ni en las medidas dirigidas a cada uno.
En segundo término, Europa —sus estados, dirigentes, sociedades, individuos y medios de comunicación— deben asumir que su supuesta superioridad moral y civilizadora no es tal y por lo mismo dejar de hacer discursos grandilocuentes sobre esos supuestos. La crisis migratoria —en sus dos vertientes— es concreta y real y problemas de esas características demandan soluciones prácticas, efectivas y alejadas de toda retórica autocomplaciente y generadora de expectativas irrealizables, tanto para los que vienen como para unas sociedades europeas cuyos temores también deben ser atendidos y respetados.
En la crisis actual ha habido mucho exhibicionismo vacuo en torno a una solidaridad inicial que apenas cinco meses después se ha trocado en contra de las medidas legales, políticas, fronterizas y policiales; incluso peores que las preexistentes. Medidas, por cierto, contrarias a ese modelo ‘superior’ que supuestamente actúa como imán de los inmigrantes. Los desplazados huyen de algo concreto y real y los inmigrantes económicos simplemente quieren vivir materialmente mejor. Todo lo demás, sobra. Junto a ese accionar exhibicionista e involucionista de gobernantes y legisladores, unas sociedades y medios de comunicación que han pasado de la abrumadora movilización a la pasividad en apenas meses. Esos bandazos contradictorios hablan mal de los Estados y las instituciones, pero también cuestionan a las propias sociedades europeas. Al tiempo, generan frustraciones innecesarias entre los que vienen y quienes les acogen.
Circunscrita la situación a lo que es y eliminada la retórica, se pueden hacer cosas en uno y otro ámbito migratorio. Respecto a los refugiados, sobre todo los de Siria, las sociedades europeas deben de exigir ya a sus gobiernos un cambio inmediato en sus políticas hacia Siria. Cinco años después del comienzo de la crisis —antes y con todos sus problemas nadie se iba; incluso Siria acogió a un millón y medio de desplazados iraquíes desde 2003— está claro que el componente principal de la misma es la desestabilización que Siria ha sufrido por parte de estados con los que la UE tiene relaciones preferentes. Arabia Saudí, Qatar y Turquía —ninguno de ellos modelo para Siria— han estado apoyando de todas las formas posibles a grupos armados islamistas que han desestabilizado el país. Hay que exigirles que dejen de hacerlo, aunque solo sea por el propio interés europeo.
Ahora bien, eso puede suponer la pérdida de algunos negocios lucrativos, pero llegados a este punto hay que optar. O business o seguridad, estabilidad y menos demandantes de refugio y asilo. Las dos cosas son incompatibles. Las sociedades europeas deben de exigir a sus gobiernos que cambien sus políticas desestabilizadoras. Unas políticas justificadas en esa supuesta e inexistente superioridad civilizadora y moral. El caso de Siria es escandaloso en ese sentido. Se trata de una sofisticada sociedad multiconfesional que desde su independencia de Francia se dotó de un sistema político aconfesional para garantizar una coexistencia milenaria entre cristianos y musulmanes inimaginable en una Europa con pasado reciente de genocidios y limpieza étnica. En Siria jamás han existido códigos de vestuario, imposiciones culturales a partir de las religiones o limitaciones a la construcción de templos de cualquier confesión. Su calendario laboral, por ejemplo, incluye fiestas cristianas y musulmanas. Nada de eso pueden decir no ya los socios de Europa en la región, sino los propios estados de la UE, donde aún hay miembros con religión de Estado y países en los que existen códigos de vestuario; Francia, sin ir más lejos.
En aquellos lugares de Siria donde los grupos armados han sido desalojados, la población desplazada empieza a volver. Los desplazados tienen allí sus casas y sus vidas. Con un simple cambio de políticas exigidas por las sociedades a sus gobiernos se puede ayudar a que más personas recuperen las suyas. En ese sentido, la UE no puede seguir siendo rehén de sus negocios de corto plazo, las resentidas políticas neoimperiales francesas y el fracasado e inmoral ‘caos creativo democratizador’ impulsado por unos EEUU que saben que por distancia geográfica el costo de la desestabilización no lo pagan ellos sino Europa.
Respecto a los inmigrantes económicos, las medidas que plantea Sami Nair son realistas y efectivas. A largo plazo hay que apuntalar el desarrollo de los países emisores. A corto, evitar la salida de personas formadas, favoreciendo la llegada a Europa de mano de obra con poca cualificación que aquí puede instrirse con rapidez y enviar remesas que contribuyan al desarrollo de sus países. Eso también pasa porque Europa acepte que su modelo de desarrollo económico ni es superior ni mucho menos sostenible. En definitiva las dos aristas de la crisis migratoria exigen más realismo, menos retórica y bastante más humildad.
Matices y contrapuntos
05/02/2016
Javier de Lucas
Catedrático de filosofía del derecho y filosofía política
El análisis de Sami Nair sobre los errores de las políticas migratorias y de asilo de la UE me parece impecable y aun diría que no puedo no compartirlo, pues en él se inspira buena parte del trabajo que vengo realizando sobre esos temas desde hace más de veinte años; en gran medida, además, en colaboración con el propio Nair. Señalaré sólo algunos matices de discrepancia en lo que se refiere a las causas y síntomas y trataré de añadir algo en lo que toca a las propuestas.
1. Es evidente la diferencia entre algunos de los principales rasgos definitorios de esos dos movimientos de población, lo que permite explicar las migraciones como un fenómeno estructural, ineludible y aún capital para la comprensión de nuestro mundo, ligado a la división internacional del trabajo en esta fase del proceso de globalización impuesto por el capitalismo global, mientras que los refugiados serían el resultado coyuntural de problemas concretos de persecución. Sin embargo, aquí convendría –a mi juicio- apuntar dos importantes matices sobre los que el mismo Nair ha llamado la atención en otras ocasiones.
1.1.Ante todo, la contingencia del fenómeno de los desplazados y refugiados es engañosa, por cuanto obedece en el fondo a las mismas razones estructurales que configuran las relaciones internacionales: en esas persecuciones, guerras civiles, etc, subyacen las mismas estrategias de quienes compiten en el mercado global. Por ejemplo, de las industrias de armamento (tan importantes para países como EEUU, el Reino Unido, Francia, España, Italia…) que hacen caja vendiendo sus “productos” a buena parte de los Estados en conflicto (incluso a los dos bandos) de los que huyen los refugiados; por no hablar de las empresas transnacionales que expolian materias primas y recursos energéticos entre los que el agua cobra cada día mayor importancia y que sostienen a regímenes dictatoriales que son los que se afanan en tales persecuciones de las que refugiados y desplazados se ven en el estado de necesidad que les lleva a huir.
1.2. En segundo lugar, y aunque esta es una vexata quaestio que los iusinternacionalistas expertos en derecho internacional humanitario suelen dar por zanjada y atribuyen al desconocimiento de los aspectos técnico-jurídicos, lo cierto es que los desastres ambientales han dado lugar a un nuevo tipo de desplazamientos que sólo si se habla de modo superficial podemos considerar inevitables e imprevisibles, según el parámetro del terremoto de Lisboa que tanto afectó a nuestros ilustrados. Lo diré llanamente: creo que hay que encontrar una propuesta para la existencia de lo que inevitablemente habría que considerar como refugiados medioambientales. Quizá al margen del actual sistema internacional de Derecho de refugiados, sí. Pero me parece obvio que la degradación del medio ambiente es también el resultado de un modelo de explotación depredador, característico de la penúltima y última fases del capitalismo (industrial y posindustrial) y que son, somos esos agentes los responsables de que millones de seres humanos se vean obligados a huir de sus países.
2. Comparto en su totalidad el diagnóstico sobre los errores de la política migratoria europea: su cortoplacismo, su dimensión únicamente instrumental y torpemente unilateral y el fracaso al que conducen unas políticas que se orientan siempre al primado de la contención de las supuestas invasiones o movimientos migratorios incontrolados a fin de racionalizarlos mediante un modelo hidráulico (vasos comunicantes) que las define y que tiene en la externalización de las policías migratorias su principal instrumento. Y tiene toda la razón Nair al denunciar la ceguera de quienes todavía piensan que pueden parar los movimientos migratorios cuando no lo necesiten, ignorando que las migraciones seguirán, siempre. Como también al identificar la torpeza e ignorancia propias de ese egoísmo que en aras de las particularidades (innegables) conduce a los Estados miembros a un proceso de renacionalización que imposibilita cualquier política comunitaria (salvo la de control policial).
2.1.Por mi parte, subrayaría el error básico en la respuesta de la UE a la mal llamada crisis de refugiados: ante todo, la UE y los estados europeos no han puesto la prioridad en donde debieran, esto es, que afrontan la exigencia de garantizar obligaciones jurídicas vinculantes, derivadas del derecho internacional de refugiados del que son todos parte y no un problema de generosidad moral. Luego lo primero es poner los medios materiales y personales para hacer efectivos los derechos de los refugiados en lugar de quejarse de la supuesta incapacidad para hacer frente a este indiscutible desafío; hacerlo solidaria y proporcionalmente, sí.
2.2.Y, en segundo lugar, quiero hacer constar que la UE no puede llamarse a andana ante los millones de refugiados sirios, afganos o eritreos como si fueran algo imprevisible, cuando esas tragedias que les hacen huir vienen sucediendo desde años (4 en el caso sirio) ante nuestros ojos y con nuestra complicidad por acción u omisión.
3. Finalmente, en lo que se refiere a las propuestas, a lo que debe hacer Europa, estoy también de acuerdo con la docena de iniciativas concretas que propone Nair, en lo que se refiere a política de asilo y migratoria. Matizaría y añadiría a lo ya expuesto por él lo siguiente, que son medidas encaminadas a que funcione de hecho un verdadero Sistema PERMANENTE y COMÚN EUROPEO de asilo (que, teóricamente existe y aún está dotado de medios):
• La UE debe contar con una Autoridad o Agencia específica para la gestión del sistema de Asilo y Refugio y de la protección subsidiaria (con especial atención a los programas de reasentamiento). No basta a mi juicio con la FRA (Agencia Europea de derechos fundamentales) ni, evidentemente, con FRONTEX ni aún en su modalidad de verdadera policía de fronteras propuesta por la Comisión en su comunicación del 15 de diciembre. Otra Autoridad o Agencia similar debiera ser creada para lo referente a Inmigración. Cabría decir, claro, que paralelamente debería crearse en España una Alta Autoridad interministerial con rango mínimo de Secretaría de Estado, al frente de una Agencia de Refugiados y otra al frente de una Agencia de Inmigración, asimismo de carácter interministerial.
• Se debe incrementar la implementación de vías legales para la solicitud de asilo y en particular garantizar la posibilidad de pedir asilo en embajadas y consulados en los países de origen, limítrofes y tránsito y que se abra así el expediente de asilo, sin que sea necesario llegar a territorio europeo para hacerlo. Para ello, es decisivo el esfuerzo en incrementar las oficinas europeas de examen de solicitudes de asilo, que deberían multiplicarse y asegurar en ellas la presencia de representantes de ACNUR.
• Ese incremento correspondería, en buena lógica, a la UE, que debe y puede multiplicar las oficinas diplomáticas y consulares (esa es una contribución de los 28: no hace falta que todos los países las abran en todos los países de riesgo o en sus Estados limítrofes. Se trata de coordinar la aportación de los Estados miembros para ese incremento), sobre todo en los países limítrofes a aquellos en los que existen situaciones de conflicto que generan desplazamientos de refugiados. Es ingenuo pensar en hacerlo en Siria, Afganistán o Eritrea. Pero no en Jordania, Líbano, Iraq o Turquía, por referirnos sólo a ejemplos que afectan los refugiados sirios.
• Hacer realidad la Directiva Europea de Protección Temporal activando el mecanismo contemplado para hacer frente a emergencias humanitarias, la Directiva 2001/55CE del Consejo que, pese a su antigüedad, nunca ha sido aplicada” y que habilita medidas que pueden beneficiarse del Fondo Europeo para refugiados. Como ha señalado por ejemplo Pascual Aguelo, basta recordar el nombre completo de la directiva: “Directiva relativa a las normas mínimas para la concesión de protección temporal en caso de afluencia masiva de personas desplazadas y a medidas de fomento de un esfuerzo equitativo entre los Estados miembros para acoger a dichas personas y asumir las consecuencia de su acogida’. La directiva provee iniciativas para hacer seguro y equitativo el deber de solidaridad entre los Estados miembros de la UE. Es decir, que EXISTE ya un SECA, EXISTE una normativa en vigor que hace posible adoptar medidas, EXISTE dotación presupuestaria.. Entre esas medidas se incluye eliminar la exigencia del visado de tránsito para aquellas personas que proceden de países en conflicto
• Mejorar los programas de reunificación familiar
• Reforzar e incrementar los programas de reasentamiento en coherencia con el número de refugiados existente, asumiendo un reparto equitativo y solidario entre todos los Estados.
Añadiré las peculiaridades que plantean Estados como España, en los que hay que optimizar la coordinación entre los diferentes niveles de la administración para evitar el despilfarro de recursos y mejorar la eficacia, sin que ello suponga tratar de negar la autonomía y las competencias de Ayuntamientos, Diputaciones y Comunidades autónomas (CCAA).
• 1. Hay que elaborar y aprobar ya, de modo urgente y en colaboración con las ONGs especializadas y con el Defensor del Pueblo, el Reglamento de la ley de asilo. Debe prestarse especial atención al desarrollo del artículo 46 de la Ley de Asilo que hace referencia a las personas en situación de especial vulnerabilidad.
• 2. Es conveniente diseñar un Plan estatal de acogida de refugiados (y también de quienes obtengan la protección subsidiaria), en colaboración con Ayuntamientos, Diputaciones, CCAA y ONGs especializadas y prestando especial atención a la experiencia y recomendaciones formuladas reiteradamente desde el Defensor del Pueblo en sus informes Anuales y en sus recomendaciones puntuales para su distribución equitativa.
• 3. España dispone de la FEMP (Federación Española de Municipios y Provincias) que sería el interlocutor idóneo para ayudar a coordinar las iniciativas de Ayuntamientos y Diputaciones con las de la Administración central del Estado. Y del mismo modo con las CCAA: se trataría de que el Gobierno del Estado utilizara los cauces institucionales para coordinar –desde el mayor respeto a las competencias de las CCAA- la actuación concreta y la distribución de la acogida de refugiados en el territorio de soberanía española.
• 4. Es necesario diseñar, por el mismo procedimiento y condiciones, políticas de protección social para quienes soliciten y obtengan asilo o protección susbsidiaria. Para ello es importante contar con la experiencia de ONGs especializadas, en lugar de multiplicar las ayudas a todas las ONGS. Deberían concentrarse las subvenciones en CEAR y ACCEM. Y en coordinación los medios que pueden proporcionar Ayuntamientos (FEMP) y CCAA. Es urgentísimo, en materia de atención a los inmigrantes, que se restaure de inmediato y con dotación de al menos 400 millones de euros el Fondo de ayuda a acogida e integración inmigrantes, para Ayuntamientos y CCAA, que fue ya muy reducido en el último tramo del Gobierno de Rodríguez Zapatero, al abrigo de las dificultades de la crisis y simplemente suprimido por el Gobierno Rajoy en 2012.
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*Catedrático de filosofía del derecho y filosofía política, Instituto de Derechos Humanos Universidad de Valencia. Acaba de publicarse la segunda edición (2016) de su libro Mediterráneo, el naufragio de Europa.
La Europa de los mercaderes
04/02/2016
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Además de historiador, soy lo bastante mayor para acordarme de cuando el PSOE hablaba de la Comunidad Europea como una “Europa de los mercaderes”. Definición clara, precisa y exacta, que resumía en esencia cuáles eran las fuerzas sociales protagonistas del proceso. Después vendrían, como en el caso de la OTAN, las rectificaciones apresuradas y sin explicaciones. Era tal el relumbrón del sueño europeo que hasta políticos como Julio Anguita se abstuvieron en la votación que finalmente aprobó el Tratado de Maastricht -querido Julio, aquella no fue un oposición firme y resultó un error.
Ahora, frente a las injusticias y desmanes de la Unión Europea, no sólo contra los infelices refugiados políticos, sino ayer contra Grecia y antes de ayer contra Ucrania, se erigen voces críticas que hablan de los “errores” de la Unión Europea, que se supone podrán ser subsanados si se siguen los consejos de la minoría esclarecida y sabia de los intelectuales progresistas. (¡Ay Platón, qué alargada es tu sombra!). Pero yo discrepo de este análisis. Lo que está ocurriendo es la consecuencia lógica y necesaria de un proyecto que aspira ser poco más que una Zona de Libre Comercio, pero destinada a ampliarse a los Estados Unidos si se consuma ese nuevo crimen político que es el TTIP. Que nadie se asombre del egoísmo y la miopía intelectual de la mayor parte de la burguesía europea: su único lema es, como bien apuntaba un comerciante italiano del siglo XIV en su Libro Mayor de contabilidad, “En el nombre de Dios y del beneficio”.
Enseguida los críticos pedestres me acusarán de ser un retrógrado antieuropeo; pero se equivocan. Creo profundamente en el sueño europeo, pero no como un fin en sí mismo sino como una fase de transición hacia el verdadero fin socialista: el internacionalismo. Empero, no me hago ilusiones; al igual que el gran intelectual valenciano Joan Fuster, que consideraba que “el País Valenciano será de izquierdas o no será”, yo también pienso que la Unión Europea será de izquierdas o no será. Y lo que vemos es que hasta ahora, son los “mercaderes” quienes guían el proceso, y a ellos les trae sin cuidado los derechos humanos.
Cierto que ahora las fuerzas de izquierda, más fuertes y conscientes que antes, reclaman un ‘Plan B para Europa’, dirigido e implementado por ellas. No seré yo quien se oponga a tal idea, pues no la veo como un imposible aunque sí muy difícil en la práctica. Aquí resulta útil recordar lo dicho por Marx: “En la historia como en la naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida”.
Una política migratoria basada en los derechos fundamentales: ¡Exijamos el cierre de los CIE!
04/02/2016
Pepe Mejía
Periodista y activista social
La Unión Europea tiene un conjunto de mecanismos de control y represión de los flujos migratorios entre los que se encuentran los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE). Siete en España y alrededor de 170 en Europa.
El internamiento en los CIE se encuentra regulado en la Directiva 2008/115/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 16 de diciembre de 2008, relativa a normas y procedimientos comunes en los Estados miembros para el retorno de los nacionales de terceros países en situación irregular. A la conocida «Directiva de la Vergüenza» se añaden leyes, reglamentos de extranjería, redadas racistas, políticas de externalización de fronteras o la Agencia FRONTEX.
Diversos informes elaborados por distintas universidades, ONGs y Oficinas del Defensor del Pueblo, señalan que en esos CIE se violan derechos fundamentales de las personas. Los inmigrantes que están recluidos en los CIE no han cometido ningún delito sino una falta administrativa. Sin embargo, muchas de ellas han sufrido torturas físicas y psíquicas, malos tratos y en algunos casos hasta la muerte.
A pesar de que su funcionamiento está reglamentado, no existen informes oficiales sobre los CIE, verdaderos campos de tortura, exclusión y muerte. No existe fiscalidad ni transparencia y todo es opacidad. La prensa no puede entrar en estos «Guantánamos» situados en el corazón de la opulenta Europa.
Los Centros están hechos para que las personas sufran y para ayudar a criminalizar al inmigrante. Las cárceles tienen más derechos garantizados que en los CIE. A las personas que se les interna, en estos nuevos campos de concentración de este siglo, se les asigna un número que nos recuerda a la época nazi.
Las condiciones de internamiento llegan a ser humillantes. Por ejemplo, se ha constatado que en ocasiones no se da permiso a los internos para acudir a los baños, con lo que deben hacer sus necesidades dentro de las celdas. Las celdas están cerradas con llave.
El internamiento por la mera comisión de una infracción administrativa debería preocupar al conjunto de la sociedad. La ciudadanía no debe tolerar la existencia de estos centros, que son contrarios a los derechos humanos e incompatibles con una sociedad libre. Se da la paradoja de que vivimos en una sociedad en la que el poder judicial indulta a un Consejero del Banco Santander, acusado de fraude, y mantiene en los CIE, privándoles de libertad, a miles de inmigrantes que han cometido una falta administrativa.
El sistema está diseñado para detener a personas por lo que son y no por lo que han hecho. Los inmigrantes son seres humanos con derechos. Cuando deshumanizamos a otros, nos deshumanizamos a nosotros mismos.
Teniendo en cuenta que la emigración es una consecuencia de las políticas y prácticas de la UE, sus estados miembros y sus empresas transnacionales en los países de origen, Europa tiene que establecer una política migratoria integral, coherente y basada en los derechos fundamentales porque, como ha recordado el relator especial de Naciones Unidas para los Derechos Humanos de los Migrantes, François Crépeau, los miles de refugiados e inmigrantes que están llegando a sus costas «son personas como nosotros».
Ni vallas, ni concertinas, ni naufragios, ni centros de internamientos van a parar los flujos migratorios. Negarles el agua, el alojamiento o los alimentos no nos va a conducir a nada. Porque la política migratoria de Europa, basada en el control de la inmigración y la noción utilitarista desde el punto de vista laboral, está ocasionando conculcaciones de los derechos fundamentales de las personas y de los pueblos.
Para conjugar soberanía de los Estados y derechos de los residentes, tengan o no un estatus legal, deben tener acceso a los derechos sociales básicos, como la salud, la educación y la protección.
Y el primer paso es exigir el cierre de los CIE, porque es posible y depende de la voluntad política, puesto que su existencia no es una cuestión obligatoria para ningún estado de la Unión Europea según su propia legislación.
Así lo ha entendido la campaña Ciudades Libres de CIE, que tiene un balance muy positivo puesto que se han aprobado mociones en el Parlament de Catalunya, así como en el Ayuntamiento de Barcelona con los votos favorables de todos los grupos parlamentarios y municipales a excepción de Ciutadans y el Partido Popular de Catalunya. También se ha aprobado en las Cortes Valencianas y en los Ayuntamientos de Valencia, Burjassot y Moncada. A esto se suman declaraciones institucionales y aprobaciones en ciudades de Galicia y Navarra.
Un posicionamiento claro por parte de las instituciones locales para instar al gobierno central al cierre de los CIE y para desarrollar su compromiso a favor de los Derechos Humanos en aquellos aspectos de la política migratoria represiva que alcanzan su competencia.
No construyamos ciudadanía por exclusión que es lo que hace el CIE.
La Europa de los mercaderes
03/02/2016
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Además de historiador, soy lo bastante mayor para acordarme de cuando el PSOE hablaba de la Comunidad Europea como una “Europa de los mercaderes”. Definición clara, precisa y exacta, que resumía en esencia cuáles eran las fuerzas sociales protagonistas del proceso. Después vendrían, como en el caso de la OTAN, las rectificaciones apresuradas y sin explicaciones. Era tal el relumbrón del sueño europeo que hasta políticos como Julio Anguita se abstuvieron en la votación que finalmente aprobó el Tratado de Maastricht -querido Julio, aquella no fue un oposición de verdad y resultó un error.
Ahora, frente a las injusticias y desmanes de la Unión Europea, no sólo contra los infelices refugiados políticos, sino ayer contra Grecia y antes de ayer contra Ucrania, se erigen voces críticas que hablan de los “errores” de la Unión Europea, que se supone podrán ser subsanados si se siguen los consejos de la minoría esclarecida y sabia de los intelectuales progresistas (¡Ay Platón, que alargada es tu sombra!). Pero yo discrepo de este análisis. Lo que está ocurriendo es la consecuencia lógica y necesaria de un proyecto que aspira ser poco más que una Zona de Libre Comercio, pero destinada a ampliarse a los Estados Unidos si se consuma ese nuevo crimen político que es el TTIP. Que nadie se asombre del egoísmo y la miopía intelectual de la mayor parte de la burguesía europea: su único lema es, como bien apuntaba un comerciante italiano del siglo XIV en su Libro Mayor de contabilidad, “En el nombre de Dios y del beneficio”.
Enseguida los críticos pedestres me acusarán de ser un retrógrado antieuropeo; pero se equivocan. Creo profundamente en el sueño europeo, pero no como un fin en sí mismo sino como una fase de transición hacia el verdadero fin socialista: el internacionalismo. Empero, no me hago ilusiones; al igual que el gran intelectual valenciano Joan Fuster, que consideraba que “el País Valenciano será de izquierdas o no será”, yo también pienso que la Unión Europea será de izquierdas o no será. Y lo que vemos es que hasta ahora, son los “mercaderes” quienes guían el proceso, y a ellos les trae sin cuidado los derechos humanos.
Cierto que ahora las fuerzas de izquierda, más fuertes y conscientes que antes, reclaman un ‘Plan B para Europa’, dirigido e implementado por ellas. No seré yo quien se oponga a tal idea, pues no la veo como un imposible aunque sí muy difícil en la práctica. Aquí resulta útil recordar lo dicho por Marx: “En la historia como en la naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida”.
El cambio climático como factor determinante en las crisis migratorias
03/02/2016
Florent Marcellesi
Coportavoz de Verdes Equo y ex-eurodiputado de Los Verdes/ALE
El cambio climático es ya hoy la primera causa de migraciones en el mundo. Solo en 2011 más de 40 millones de personas dejaron sus hogares por fenómenos ambientales, una cifra que podría llegar a los 1.000 millones de personas en los próximos 50 años. Sin embargo, pese a estar frente a una realidad incontestable —las causas climáticas y sus víctimas—, los refugiados climáticos, parecen quedar a menudo fuera del debate sobre los factores que determinan los flujos migratorios.
Cambio climático y migraciones: dos caras de la misma moneda
La sobreexplotación de recursos, la deforestación, la desaparición de tierras fértiles y en general cualquier fenómeno climático o ambiental que altere las condiciones de vida y de acceso a los recursos básicos de la población pueden ser el detonante o el multiplicador de una crisis, en la que intervienen condicionantes políticos, sociales y productivos. Asimismo, tal como explica Robin Mearns, especialista en cambio climático del Banco Mundial, los factores climáticos “tienden a amplificar problemas existentes”.
Y esto es lo que ciertamente ha ocurrido en Siria. Como bien documentó Thomas L. Friedman, premio Pulitzer y columnista en el New York Times, en el caso sirio los factores medioambientales han sido causas de migraciones internas, que a su vez reforzaron la inestabilidad y conflictos en el país, que desembocaron en migraciones masivas a nivel regional y europeo. Más concretamente, entre 2006 y el 2011 una sequía desgraciadamente histórica en el noroeste de este país dejó a millones de personas en la extrema pobreza. Tal y como recuerda Luis González, el 75% del campesinado perdió sus cosechas, el 85% del ganado falleció afectando alrededor de 1’3 millones de personas y decenas de miles de personas tuvieron que migrar a núcleos urbanos empobrecidos, verdaderos caldos de cultivo para el conflicto.
De la misma manera, las Primaveras Árabes —o mejor dicho las revueltas del hambre— en Túnez, Egipto, o Libia no se pueden entender sin tener en cuenta la crisis alimentaria que azotó la zona y sus profundas raíces medioambientales, climáticas y energéticas.
El impacto del cambio climático sobre las migraciones ya se siente, pudiendo ser mucho más severo en los próximos años si las emisiones contaminantes continúan creciendo y sobre todo si no empiezan a decrecer de forma contundente. De ahí, que sea necesario, más que nunca, que la comunidad internacional de una respuesta amplia a este fenómeno: los refugiados climáticos. Es necesaria una solución coherente y vinculante, que incluya definiciones apropiadas, instrumentos legales, instituciones y financiación.
Propuestas para reconocer y visibilizar los refugiados climáticos
Es evidente que los marcos normativos y narrativos del siglo XX se han quedado desfasados en la era de la crisis ecológica. Tal como afirma la Organización Internacional para las Migraciones, es el momento de reconocer sin ambigüedades que existen ‘migrantes medioambientales’, es decir, «personas o grupos de personas que, por razones imperiosas de cambios repentinos o progresivos en el medio ambiente que afectan negativamente a la vida o las condiciones de vida, se ven obligados a abandonar sus hogares habituales».
Y un reconocimiento sería un primer paso para lograr su protección legal e institucional. En la actualidad, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 (ONU), permite solicitar asilo a una persona por “fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas”, obviando claramente la crisis climática y sus efectos en los flujos migratorios.
La inclusión en la Convención de un protocolo específico sobre ‘refugiados climáticos’ así como la ampliación en este sentido de los Principios Rectores de Naciones Unidas sobre desplazamientos internos, serían pasos significativos. También la Unión Europea tendría que integrar a estos ‘refugiados climáticos’ en su legislación existente sobre protección temporal, internacional o trabajadores estacionales, y España incluir en sus políticas de migración y asilo el concepto de ‘migrantes ambientales’, tal como hacen otros países como Suecia y Finlandia.
Pero además del reconocimiento legal, es imprescindible actuar en el origen de las causas. La lucha contra el cambio climático es el gran reto del siglo XXI. En la senda del acuerdo de París alcanzado en la cumbre de COP21, es hora de salir de la era de la energía fósil y descarbonizar la economía. Si bien no reconoce los refugiados climáticos, este acuerdo allana el camino al recordar que la (mayor) responsabilidad del cambio climático es de los países del Norte (lo que incluye Europa y España), mientras los que principalmente lo sufren son los países del Sur. En base a este principio de diferenciación y utilizando el acuerdo de París como gancho, reducir a largo plazo las migraciones climáticas pasa por:
.Una transición en los países del Norte hacia un modelo de producción y de consumo sostenible.
.Un apoyo económico a los países más empobrecidos en su lucha contra el cambio climático y las medidas de adaptación para la prevención de desplazamientos y migraciones. Esto supone una financiación adicional, por ejemplo a través del fondo verde del acuerdo de París.
Es hora de visibilizar la relación íntima entre migraciones y cambio climático. Y es urgente aportar una solución legal y social para los millones de refugiados climáticos. Además, a nivel estructural, es el momento de dar un salto cualitativo en el cambio de modelo social y económico hacia otro que respete a la vez el planeta y las personas. Si nos tomamos en serio las migraciones masivas no deseadas, es más que nunca el momento de luchar contra el cambio climático y sus responsables. Por tanto, significa poner la transición ecológica y justa en el centro de nuestras prioridades políticas y sociales.
Agitando el miedo líquido: tan peligroso como afectivo
02/02/2016
José Guillermo Fouce
Presidente Fundación Psicologia sin Fronteras
Desde que los dirigentes europeos decidieron que había que blindar las fronteras del viejo continente alejándose de los viejos principios del mundo más avanzado que siempre definieron esta parte del mundo, desde que se decidió que la política a seguir era y es “los nuestros primero” se acompañó esta medida con un manejo emocional de una impresión tan útil como peligrosa como ya mencionaba Maquiavelo en su clásico y conocido libro ‘El príncipe’; nos estamos refiriendo al miedo.
En el día a día no hay inmigrantes por motivos económicos y por motivos de persecución en dos realidades claramente diferenciales, en general, unos se mezclan con los otros y con frecuencia ocurren las dos cosas al tiempo en un espacio continuo que por muchas fronteras y limitaciones que quieran ponerse, no evitaran los flujos migratorios porque, como bien dicen muchos de los que emigran en terribles y peligrosos viajes, no lo hace ya por ellos que dan su vida y su futuro por perdido, lo hacen para que sus hijos puedan tener una oportunidad de futuro, una fuerza incontrolable y que les hace capaces de superar todas las dificultades: la fuerza de la supervivencia.
El miedo es el condimento emocional que acompaña a la insolidaridad, que acompaña a las políticas de la ‘Europa fortaleza’, una emoción básica que va unida a las políticas egoístas con el otro diferente y también con el otro desigual que comparte espacio pero que acaba siendo responsable de su situación en un mundo de personas aisladas a su propia suerte en competencia feroz por sobrevivir mientras que un instrumento como la economía se convierte en fin, en principio y final y la austeridad en la política estrella, en el que la desigualdad crece imparable.
Un miedo que se agita en el siglo del ‘miedoceno’ como señalaba agudamente hace un tiempo Forges, un miedo liquido en expresión de Bauman, que impide tener un plan de respuesta porque no sabemos a qué debemos tener miedo, que genera el peor de los miedos posibles: la indefensión, un temor que nos acompaña, nos activa y nos pone a la defensiva ante todo lo que sea diferente, un miedo, emoción básica y que conecta con nuestro cerebro mas animal, al tiempo peligroso y útil como emoción básica. Un miedo que una vez que se activa se vuelve tan irracional como incontrolable arrastrando a la solidaridad o la justicia.
Inmigrantes a los que tenemos miedo, a los que, por momentos se idéntica con terroristas, con personas diferentes que vienen a quitarnos lo que es nuestro, a invadir nuestros espacios, a romper nuestras costumbres, a desadaptar nuestras vidas.
Uno de los retos más importantes a afrontar será, precisamente, construir discursos integradores, fijar la atención en lo que nos une y no en lo que nos desune, recuperar conceptos como la solidaridad, el diálogo, el aprendizaje a partir de las diferencias, el respeto a los otros y, por encima de todo, la construcción de sociedades que vuelvan a juntarse, en el que se reconstruyan espacios para compartir, para conocerse, para caminar juntos, porque el miedo solo se combate si se le mira a los ojos y la desigualdad solo se rompe desde proyectos colectivos; se tratara de rearmar las relaciones sociales y grupales, recuperar el agora y recuperar la política, recuperar la alegría, sonreír, empatizar y dialogar para que el miedo ya no sea la emoción dominante de nuestro tiempo, para que rompamos el individualismo y la competitividad extrema.
Para empezar a cambiar las cosas en esta dirección convendría preguntarse a quién beneficia el miedo, quién lo construye y porqué se hace y conocer sus usos y costumbres, como la generalización a partir de un caso concreto: un árabe es un terrorista, los árabes son terroristas por ejemplo, tengamos miedo, pensemos en ellos como amenaza, como peligro, alejémonos de ellos e impidámosle la entrada en nuestras vidas.
‘El negocio de la xenofobia’
01/02/2016
Claire Rodier
Jurista cofundadora de Migreurop Claire Rodier
Prefacio para la edición argentina de El negocio de la xenofobia, editado por Clave Intelectual
En la primera edición del libro, El negocio de la xenofobia, cuando planteamos la pregunta acerca de la utilidad de los controles migratorios, postulábamos que la energía y los recursos consagrados a frenar la circulación de personas responden a objetivos diferentes del que se exhibe, el de ‘manejar los flujos’.
La historia y la experiencia muestran que esta gestión se inscribe en un proyecto engañoso: sin negar que las políticas que pretenden dominar esos flujos puedan tener efectos a corto plazo, estas no tienen, a largo plazo, más que un impacto marginal sobre los desplazamientos de población.
La crisis migratoria del año 2015 y, de manera más amplia, la evolución del contexto migratorio europeo en el transcurso de los quince primeros años del siglo XXI, lo prueban: a pesar de las medidas tomadas por los Estados de la Unión Europea para luchar contra la inmigración ilegal, según los datos que brinda la agencia Frontex, esta no habría dejado de aumentar al punto de alcanzar, a mediados del año 2015, un umbral que fue presentado como excepcional con más de 700.000 cruces ilegales de fronteras, es decir, tanto como el total registrado durante los cinco años anteriores. Al mismo tiempo, continuó desarrollándose el mercado de la seguridad migratoria y el de las economías oportunistas a las que el control de fronteras ofrece un nicho.
‘Fronteras inteligentes’… y costosas
Para cerrar herméticamente sus fronteras, la Unión Europea no escatima esfuerzos. Desde 2013, se dotó de ‘fronteras inteligentes’ (smart borders), que se basan en tres nuevos instrumentos: un sistema de entrada/salida (SES), un programa para viajeros registrados (PVR) y el dispositivo Eurosur. El primero apunta a controlar de una manera más eficaz la duración de la estadía de los viajeros gracias al registro electrónico de los cruces de fronteras, para permitir alertar rápidamente a las autoridades nacionales en caso de que se excedan las duraciones autorizadas. El segundo tiende a facilitar el acceso a los países europeos de los extranjeros que viajan allí con frecuencia, gracias a un sistema de reconocimiento individual automatizado que les permite entrar y salir del continente sin formalidades, en algunos pocos segundos. Por último, Eurosur, lanzado en diciembre de 2013, es una red de comunicación protegida entre países europeos que les permite compartir en tiempo real imágenes y datos sobre las fronteras externas de la Unión, especialmente en la zona del Mediterráneo, recolectadas por medio de varios instrumentos de vigilancia (satélites, helicópteros, drones, sistemas de notificación de buques, etc.) con el fin de intervenir rápidamente en caso de amenaza (por ejemplo, un movimiento de inmigrantes detectado cerca de las fronteras externas).
Es difícil evaluar el costo de funcionamiento de este dispositivo. Las estimaciones varían entre 338 millones de euros desde este año al 2020, según la Comisión Europea, y 874 millones de euros, según algunos expertos. En 2015, al ‘sistema de los sistemas’, como se lo llama, se le dio un empujoncito financiero de 9,3 millones de euros para permitirle estar plenamente operativo. La conmoción que suscitó la muerte por la muerte de 366 personas muy cerca de la isla de Lampedusa, el 3 de octubre de 2013, llevó a la comisaria europea de Asuntos Internos, Cecilia Malmström, a poner el acento en el rol que podría desempeñar Eurosur —concebido para “detectar y combatir la inmigración ilegal y la criminalidad transfronteriza”— en materia de rescate de vidas humanas. Un anuncio bien imprudente: en 2014, al año siguiente de su lanzamiento, se alcanzó la cifra (en ese entonces) récord de 3.500 personas muertas en migración en el Mediterráneo.
Aunque no sea eficaz para impedir los naufragios ni para cerrar las fronteras, Eurosur no resulta inútil para todos. La Organización Europea para la Seguridad (European Organization for Security, EOS), un grupo de presión que representa los intereses de unas cuarenta sociedades implicadas en la defensa y la seguridad, entre las que se encuentran EADS, Thalès, Safran-Morpho, Finmecanicca e Indra, firmas particularmente activas en el ámbito de la vigilancia de las fronteras, siguió de cerca el proceso de su puesta en marcha. En 2014, el responsable de EOS, vicepresidente del grupo español Indra, estimaba que el dispositivo Eurosur representaba un escenario óptimo para definir una hoja de ruta tecnológica europea que permitiera que los sectores público y privado trabajaran juntos en un modelo de gestión integrado de las fronteras, fundado en la interoperabilidad y en un programa de inversiones adecuadas (1). EOS reclama la creación de un mercado único de la seguridad con el objetivo de reforzar la reindustrialización de Europa. Y tiene posibilidades de ser escuchado: ya que si la industria de la seguridad explotó a nivel mundial, la porción que tienen las empresas europeas (25% del mercado) tiende a disminuir, y la Comisión Europea prevé que puede caer cinco puntos de aquí a 2020 si no se toman iniciativas para mejorar su competitividad.
Según el consorcio de periodistas The Migrants’ file, desde el comienzo de la década de 2000 la Unión Europea habría destinado 13.000 millones de euros a la lucha contra la inmigración ilegal. Si bien esos fondos no van todos a la industria de la vigilancia fronteriza, algunos se esfuerzan para que esta esté bien ubicada entre los beneficiarios. Entre los comités de expertos independientes de los que se rodea la Comisión Europea para que la ayuden a definir las orientaciones que debe tomar en el marco del programa “Horizonte 2020”, que agrupa los programas de investigación e innovación europeas, uno de ellos, el Grupo Consultivo para la Seguridad (Security Advisory Group), se especializa en las tecnologías de la seguridad. Junto a algunos investigadores, reúne a representantes de la industria como Airbus, Sagem, Finmeccanica e incluso Siemens. Sin sorpresas, se constata que las recomendaciones de ese grupo van en el sentido de un incremento de la seguridad en las fronteras de la Unión Europea. ¿Cómo podría ser de otra manera, cuando varias de las sociedades cuyos proyectos están apoyados financieramente por la Comisión Europea son miembros de ese grupo? Es el caso del grupo Airbus, implicado en el proyecto Perseus, que busca poner en red los sistemas de vigilancia en las fronteras marítimas existentes aportando innovaciones tales como la integración del segmento espacial como medio de detección.
Un regalo para los fabricantes de satélites… como, por ejemplo, Airbus, que pronto podrá poner sus capacidades al servicio de una sofisticación de los dispositivos de vigilancia de cuya necesidad habrá contribuido a convencer a las instancias europeas. Por lo tanto, además de los drones con los que ya están equipados varios países de la Unión, se puede esperar una fuerte introducción de los satélites en el arsenal europeo destinado a la lucha contra la inmigración ilegal. A pesar de los riesgos evidentes de conflicto de intereses, esta interacción entre los principales actores de la industria aeronáutica o armamentística y las instituciones europeas, en espacios en los que aquellos que definen los problemas luego son los encargados de resolverlos, es asumida por la Comisión Europea. Interrogada en 2013 acerca de este tema por la agencia IPS, su Dirección General de Empresa e Industria estimaba que esta alianza, enmarcada dentro de la reglamentación europea, es indispensable para transformar el análisis teórico de las necesidades de seguridad en funcionamiento práctico; además agregaba que la Unión tiene la obligación legal de sostener su industria. No todos comparten su opinión: dentro del Parlamento Europeo, se alzan voces para denunciar la opacidad en medio de la que se toman las decisiones en ese ámbito y, de esa manera, la connivencia que reina entre el mundo de la industria y algunos políticos.
¿Qué eficacia?
Por su parte, uno de los pocos asesores del Grupo Consultivo para la Seguridad que no pertenece al mundo de la industria, investigador del Instituto de Investigación para la Paz, de Oslo, señala que “aquellos que tienen más interés en que Europa esté mal protegida también son los que proveen los equipamientos de seguridad” (2). En efecto, vuelve la punzante cuestión de la relación costo-eficacia de las significativas inversiones que la Unión Europea concede a la investigación en el ámbito de la seguridad de sus fronteras, para material y dispositivos que luego serán comprados por los Estados miembros, o la agencia Frontex: poco tiempo después de la triplicación de su presupuesto, en el mes de mayo de 2015, ¿acaso esta última no anunció que, para hacer frente a la presión migratoria sobre las fronteras marítimas y ante la ausencia de apoyo suficiente de parte de los Estados miembros, debería recurrir a empresas privadas para garantizar la vigilancia aérea de esas zonas? A falta de mecanismo de evaluación ad hoc, es muy difícil apreciar esa relación.
El sistema entrada/salida, una de las dimensiones del programa ‘Fronteras inteligentes’, implica la recolección y el almacenamiento de datos tales como la fecha y el lugar de entrada, la dirección de un eventual contacto en la Unión Europea y datos biométricos (huellas digitales y una foto digital) para los entre 100 y 150 millones de visitantes que entran cada año en el espacio europeo, con el objetivo de detectar si permanecen allí ilegalmente. ¿Vale la pena semejante despliegue? Hay razones para ponerlo en duda, si se tiene en cuenta un estudio llevado a cabo en Estados Unidos en 2008, que muestra que el control biométrico a la entrada del país había permitido identificar a 1.300 visitantes indeseables por un monto de 1.500 millones de dólares; dicho de otra manera, un millón de dólares por persona…
En principio, el programa ‘Fronteras inteligentes’ es menos costoso: su puesta en marcha está evaluada en 450 millones de euros y su funcionamiento en 190 millones por año. Pero hay que recordar que las previsiones a veces son desmentidas por la realidad: la mejora del sistema de información Schengen (SIS II), que centraliza los datos utilizados por los funcionarios de aduana, los servicios de policía y las autoridades que expiden las visas de 26 Estados miembros de la Unión Europea, en particular las que conciernen a las personas buscadas y los extranjeros que no tienen derecho a cruzar las fronteras, es la prueba. Después de años de retraso, su costo, inicialmente estimado en 68 millones de euros, terminó costando ocho veces más al contribuyente europeo. En un duro informe de mayo de 2014, el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea le recriminaba a la Comisión Europea, artífice de la mejora, no solamente su mala gestión, sino también “no haber procedido a una revisión del análisis de rentabilidad a fin de demostrar que el SIS II seguía siendo una prioridad que ofrecía una mejor rentabilidad que otras opciones”. En otros términos, el SIS no solamente es caro, también hay motivos para pensar que no es muy eficaz.
Pequeños y grandes beneficios de las fronteras y de su gestión
El lobby industrial de la seguridad no es el único sector que sabe sacar provecho de las políticas migratorias. Cada vez más, a las sociedades privadas se les confía, por ejemplo, la subcontratación de la expedición de visas, lo que los lleva a gestionar —y a facturar— las solicitudes de entrevistas, la toma de datos personales, huellas y fotos digitales necesarias para, tal vez, obtener la llave que permita atravesar legalmente la frontera del país deseado. O no: dado que la instrucción de los expedientes y la toma de decisiones siguen dependiendo del servicio consular de ese país y los prestatarios privados solo se ocupan de la administración.
En alrededor de diez años, algunas compañías se especializaron en ese mercado, que reduce los gastos de personal de las administraciones enriqueciendo a esos prestatarios. También se podría hablar de las compañías de seguros que intervienen en el lucrativo mundo del comercio marítimo, las que, mediante el pago de fuertes primas, protegen contra el “riesgo migratorio” a las empresas de transporte que son penalizadas con fuertes multas si conducen a inmigrantes, pasajeros clandestinos, a bordo de sus barcos.
Incluso se podría mencionar el caso de la empresa española ESF (European Security Fencing) que fabrica los alambrados erizados de cuchillas de las vallas que rodean los enclaves de Ceuta y Melilla. Objetada tanto por las ayudas financieras que habría recibido de parte de los poderes públicos como por el carácter calificado de “inhumano” de sus alambres de púa, con los que numerosos inmigrantes resultaron gravemente heridos, ESF se felicita de ser la única que produce ese tipo de cercado agresivo y lo exporta a más de veinte países: con ESF se habría provisto el gobierno húngaro para edificar, en 2015, un “muro anti inmigrantes” en su frontera con Serbia.
En este libro, se ha tratado ampliamente la cuestión de las compañías privadas a las que se les subcontrató la gestión de los centros de detención en los que se ubica a los migrantes en espera de expulsión. En marzo de 2014, una investigación realizada por la agencia IRIN registraba, a partir de casos estudiados en Australia, Reino Unido y Estados Unidos, los riesgos que genera esta subcontratación. Entre otros, pone en evidencia la falta de transparencia acerca de las modalidades de intervención de las sociedades prestatarias, la pérdida de control de las autoridades estatales sobre sus actividades, la falta de información sobre el costo real de la subcontratación, la situación cuasi monopólica de algunas multinacionales que, a escala mundial, se dividen el mercado de la detención, la connivencia entre sus dirigentes y ciertos responsables políticos y, por último, el proceso de criminalización de los inmigrantes promovido por la privatización (3).
En ciertos países de la Unión Europea en los que importantes llegadas de solicitantes de asilo obligaron a los poderes públicos a tomar disposiciones para su acogida, el mercado del alojamiento de urgencia de ese público vino a completar al de la detención. En Italia, donde el Estado destina 35 euros por persona alojada a las estructuras que administran los centros de acogida, toda clase de entidades se lanzaron a esta actividad que en ciertos casos puede resultar ser la gallina de los huevos de oro: cuanto más grandes son los centros y modestos los servicios brindados, más lucrativa es la empresa. El mayor centro de Italia, situado en Sicilia, con una capacidad de 2.000 lugares pero que puede alojar a 4.000 personas, permite que sus administradores acumulen ganancias que llegan hasta los 140.000 euros por día. En Suiza, una empresa privada, ORS Service AG (Organisation für Regie und Spezialaufträge), que alberga a 5.000 solicitantes de asilo en cincuenta centros y 500 departamentos, frecuentemente recibe críticas por las malas condiciones que se le infligen a las personas que tiene a cargo. En particular, está en tela de juicio la falta de formación de su personal y de efectivos, la que le permite ser muy competitiva en relación con las asociaciones que se ocupan tradicionalmente de los refugiados. Presente también en Austria, donde recibió los mismos reproches, ORS presentaba en 2014 un volumen de negocios de 85 millones de euros. En Suecia, en 2014, el principal empresario del alojamiento de solicitantes de asilo fue el ex líder de un partido populista convertido en productor de música, con un volumen de negocios de 25 millones de euros de los que contaba sacar entre el 6 y el 10% de ganancias. Acusado de ser un usurero, reconocía con facilidad que hay dinero para ganar en el sector de la acogida de los solicitantes de asilo, en el que, a falta de alojamientos disponibles, el gobierno está obligado a subcontratar.
El falso viraje de la crisis migratoria de 2015
Después de los terribles naufragios de inmigrantes y refugiados que enlutaron las costas italianas en el mes de abril de 2015 (cerca de 1.500 personas murieron ahogadas en algunos días intentando alcanzar las costas de Grecia y de Italia), la Unión Europea pareció descubrir las consecuencias desastrosas de su política de cierre de las fronteras. Mientras que, desde el principio de la crisis siria en 2011, numerosas voces –entre las cuales estaba la del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados– exhortaban a los Estados miembros a abrir vías legales de migración a los cientos de miles, luego los millones, de exiliados que huían de su país, la Unión se obstinó en tratarlos como “riesgo migratorio” y en cerrarles las puertas, obligándolos a tomar la peligrosa vía del Mediterráneo. Invitados por la Comisión Europea a adoptar medidas enérgicas para “poner fin a los dramas de la inmigración”, finalmente la mayoría de los países europeos se comprometieron, aunque no sin reticencias de parte de algunos, a recibir a algunas decenas de miles de personas entre las ya presentes en Europa. Pero ese gesto se negoció como contrapartida de un refuerzo de las medidas destinadas a disuadir a otros inmigrantes.
El detalle del paquete financiero excepcional que concedió la Unión Europea, en octubre de 2015, para “hacer frente a la crisis de los refugiados”, lo prueba. De los 801 millones de euros asignados a los gastos de 2015, la Unión destina 100 millones al fortalecimiento de la asistencia de urgencia a los Estados miembros más afectados por la recepción de inmigrantes (los que se encuentran situados en las fronteras externas, especialmente marítimas, de la Unión).
El resto está enteramente consagrado, por un lado, a la selección destinada a expulsar lo más rápido posible a los que no podrán acceder a una protección y, por otro, al alejamiento de los refugiados por medio del apoyo financiero a los países de primera acogida –aquellos que, como Turquía, El Líbano o Jordania, ya reciben a la parte principal de los exiliados provenientes de Siria–. A este paquete excepcional se agregan las sumas movilizadas por la Unión Europea para incitar a los países de tránsito de inmigrantes –Turquía, Serbia, Macedonia, pero también numerosos países africanos– a cooperar con su política migratoria, es decir, a “retener” a los candidatos a viajar a Europa. Esos fondos podrán destinarse a la creación, en esos países, de campamentos de tránsito, selección, expulsión o detención. Otras tantas inversiones que, combinadas con un refuerzo de la vigilancia de las fronteras, perpetuarán los riesgos de los migrantes y los beneficios de aquellos que se enriquecen gracias a los controles migratorios.
A menudo se designa a los “pasadores” y a las redes criminales como los principales responsables de los “dramas de la inmigración”. Para combatirlos, en el mes de junio de 2015, los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea decidieron iniciar una operación militar en la parte sur del Mediterráneo central para “desmantelar el modelo económico de los traficantes”. Dicha operación permite que los Estados miembros intervengan en alta mar para inspeccionar los navíos sospechados de dedicarse al tráfico de inmigrantes, “capturar y neutralizar a esos navíos”, y “eliminarlos y dejarlos inutilizables”. ¿El método adecuado? Ciertamente, el cruce de fronteras por parte de personas desprovistas de documentos que los autoricen a hacerlo legalmente se convirtió en un comercio rentable, aprovechado por organizaciones criminales con métodos a veces violentos y tarifas a menudo exorbitantes. Pero este comercio no se desarrollaría si estuvieran abiertas las vías legales de paso. Al luchar contra los pasadores sin prever alguna alternativa para aquellos que tienen una necesidad imperiosa de encontrar una tierra de acogida, esta intervención militar amenaza con reforzar la peligrosidad de la travesía y dinamizar la actividad que pretende combatir. No hay que ver en esto una paradoja: tanto legal como ilegal, el business de la inmigración se nutre de políticas que persiguen objetivos diferentes de los que exhiben.
Claire Rodier
París, octubre de 2015.
Traducción: Bárbara Poey Sowerby
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1. Véanse las palabras de Santiago Roura, presidente de la Organización Europea para la Seguridad, 29-9-14, en línea en el sitio de la EOS.
2. Peter Burgess, citado por Der Spiegel, 19-4-15.
3. IRIN, “Les sociétés de sécurité privée prospèrent à mesure que le nombre des migrants augmente”, marzo de 2014.
El mayor desafío en la historia de la Unión Europea
29/01/2016
Alberto Sicilia
Freelance desde Ucrania, Grecia, Siria, Egipto y Gaza
Estando de acuerdo en el marco general que plantea Sami Naïr, creo que sería relevante añadir tres asuntos a tener en cuenta: soluciones inmediatas, un viaje seguro para los refugiados y el riesgo de la ruptura de Europa.
Soluciones inmediatas
Discutamos sobre soluciones a largo plazo, pero ahora mismo debemos enfrentar una emergencia humanitaria de carácter inmediato.
Cada semana se ahogan decenas de refugiados al cruzar desde las costas turcas a las islas griegas. Y muchos de los que se llegan sanos y salvos deben sus vidas a los voluntarios y las organizaciones no gubernamentales que realizan la mayor parte de las labores de rescate marítimo.
Resulta inaudito que, en el año 2016 y en las puertas de Europa, miles de vidas dependan de la disponibilidad de los equipos de Greenpeace o Médicos Sin Fronteras.
La Unión Europea debería organizar inmediatamente una operación de salvamento profesional y minuciosa en las costas del Mar Egeo.
Un paso seguro para los refugiados
El ‘deal’ que Europa está ofreciendo a los refugiados es inhumano, pues les estamos diciendo: “juéguese usted su vida cruzando el Mediterráneo y luego ya, si usted sobrevive, pensaremos si le podemos ayudar en algo”.
En la práctica, para obtener el estatus de refugiado, estamos poniendo como condición necesaria lanzarse al Mediterráneo y sobrevivir. Y esa condición, únicamente, para comenzar el proceso.
La UE debe de instaurar de manera inmediata un paso seguro para los refugiados. Los refugiados deberían de poder hacer esos kilómetros de mar en barcos seguros o en autobús por la frontera turco-griega (actualmente cerrada).
Con respecto a ello, una dolorosa curiosidad: el trayecto entre las costas griega y turca, por el que los refugiados pagan miles de euros, cuesta apenas 10 euros a un turista europeo.
Nunca ha existido mayor riesgo de que se rompa Europa
Los dos puntos anteriores concernían a problemas que debemos afrontar de forma inmediata para paliar una catástrofe humanitaria que se está desarrollando frente a nuestros ojos.
En este tercer y último punto quiero subrayar un asunto más a largo plazo:
La crisis de refugiados es el mayor desafío en la historia de la Unión Europea. Si los países de la UE no son capaces de afrontarla y resolverla de una manera adecuada, corremos el riesgo de destruir el trabajo que han hecho dos generaciones por la unidad europea.
La situación al momento no llama precisamente al optimismo: varios países han abolido los acuerdos de Schengen y se están levantando muros en varias fronteras. No se están cumpliendo siquiera las promesas firmadas más recientemente. Cuatro meses después de alcanzar un acuerdo para distribuir 160.000 refugiados de Grecia e Italia hacia otros países, apenas se han repartido 272, es decir, un 0,17% (!)
El riesgo de ruptura para la UE se juega en varios frentes:
1. Una Europa ‘a dos velocidades’, donde los Estados que han hecho un esfuerzo para acoger refugiados (Alemania, Suecia, Países Bajos, etc) se distancien de quienes no están cumpliendo con los compromisos (notablemente los países del este).
2. El crecimiento de grupos políticos xenófobos y de extrema derecha que aprovechen la crisis de refugiados y alcancen gobiernos nacionales. Esta posibilidad ya la hemos visto recientemente en Polonia (caso extremadamente curioso que por cierto, se trata de un país que ni está en la ruta de los refugiados ni tampoco los ha acogido).
3. La interacción entre la tensión política por la crisis de refugiados con la crisis económica de la que la periferia europea no acaba de salir. Aquí encontraríamos un tercer frente europeo: centro vs perifieria.
La UE ha de cumplir con la responsabilidad institucional a la que está llamada
28/01/2016
Cristina Santamarina
Socióloga
La pregunta con la que se incia el debate es muy compleja porque implica el inevitable cruce de “miradas” cargadas de sospechas y reticencias entre dos instancias de carácter muy diferentes: una institución política de carácter supraestatal bajo la que late una amplia, diversa y compleja realidad de Estados en conflicto latente (la UE) y un movimiento de desplazados humanos de gran heterogeneidad en su composición, sus intereses, sus expectativas, y sobre todo, en algo que ninguno de los miles y miles que lo forman, conoce: su futuro.
A diferencias de los migrantes, de los exiliados, el concepto de refugiado que es el urgente denominador actual es un concepto flotante que ni siquiera construye identidad estratégica positiva. Y ese es hoy, el llamado problema de la migración en la UE. No se trata solo de movimientos en pro de una vida mejor, sino sobre todo, de una vida; n o están pretendiendo estar mejor, simplemente seguir estando; no aspiran en lo inmediato a mejorar la vida de sus hijos, sino garantizar que respiren, coman, tengan salud y puedan ser educados. No es tanto lo que les atrae de Europa, como lo que los echa de sus lugares de pertenencia.
Ahora bien, este conflictivo encuentro implica para la UE reconocer/se en el umbral de las responsabilidades políticas que implica su propia pretensión de representar a uno de los continentes que más se enorgullece de su trayectoria institucional: desde la invención de la democracia hasta la ejemplaridad de las experiencias de Estados del Bienestar en diversos territorios nacionales y proyectivamente en el amplio territorio de Europa.
1º) La UE no debe olvidar que tanto su fortaleza institucional como la disponibilidad de riqueza (aunque desigualmente distribuida, claro) le implican una responsabilidad moral ante estos casos flagrantes de emergencia humanitaria.
2º) Debe ejercer la autoridad institucional que se le ha transferido democráticamente para gestionar el reparto de acogida de los refugiados de manera proporcional entre todos los Estados miembros de manera equitativa, para evitar que ningún Estado ostente protagonismo o que otro quede exento, dos situaciones que provocarían graves desgarros en la cohesión interna. La respuesta ante este reto ha de ser verdaderamente comunitaria, cada cual debe aceptar una parte alícuota de refugiados y asumir el desafío de su acogida e inserción.
3º) Debe promover el apoyo económico también en los países extracomunitarios, más cercanos geográfica y hasta culturalmente de muchos de los países de origen de los desplazados, lo que facilitaría tanto la superación de las circunstancias de emergencia inmediata, como la plausibilidad de mecanismos de inserción real o – en el extremo contrario -, de un retorno a los países de pertenencia.
4º) Debe desarrollar una estrategia de sensibilización social ante la situación de emergencia humanitaria que active a todos los agentes implicados en esta realidad: a las sociedades civiles receptoras y el conjunto de sus instituciones sociales, culturales, políticas, religiosas y económicas. Y también a los segmentos desplazados que son no solo muchos en número, sino muy variados y complejos en su composición. No se trata en ningún caso de prefigurar políticas de asimilación, ni repetir el error de los guetos. El desafío es, irrenunciablemente, apostar por la interculturalidad.
5º) Y en ningún caso, la llegada de refugiados puede ser excusa para el restablecimiento de los controles de las fronteras internas, ni para alentar el levantamiento de nuevos muros físicos o virtuales. La libre circulación (no carente de conflictos, es evidente) es un pilar de la construcción europea que no puede ser derogado, ni amenazado so pena de traicionar los mismos principios que inspiran la identidad de Europa.
6) Debe tener una verdadera voluntad de actuación en política exterior que dé cuenta de su papel (hoy muy debilitado) en el panorama internacional. Porque sin agentes con autoridad moral, capaces de ser interlocutores en medio de los problemas que las intolerancias de todo tipo están promoviendo, es posible que la desterritorialización de los conflictos acabe acampando en el viejo continente.
Como siempre que la historia se precipita hacia situaciones límites, lo que se pone en juego no es solo la necesidad de supervivencia del otro, de los otros, sino la de quienes se imaginan en el lugar de no incertidumbre, en el sitio de los salvados, en la idea de que es posible vivir en una comunidad cerrada como forma de garantizar la inmunidad ante el drama de lo insospechado que puede venir. Si la UE no cumple con la responsabilidad institucional a la que está llamada para construir los cimientos de una Europa responsable, no sólo fracasará como proyecto ante los comunitarios, lo hará fundamentalmente ante las sociedades que la han erigido y ante las que perderá cualquier argumento de legitimación.
La política frente a las migraciones
26/01/2016
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Los fenómenos migratorios han sido una constante en la historia humana. Sus flujos han podido variar en dirección o en intensidad con el transcurrir de los siglos, pero siempre han sido un elemento fundamental a la hora de explicar los procesos históricos y la configuración de las sociedades del presente. Por ejemplo, si el ‘homo sapiens’ no hubiera migrado del continente africano, posiblemente los europeos seguiríamos siendo neandertales. Con razón Federico Engels, el amigo de Marx, vio en esta capacidad de las personas de migrar y adaptarse a ecosistemas bien distintos como un rasgo sobresaliente y privativo de la Humanidad.
Pero sorprende la esquizofrenia o fractura ideológica con que se ve en la actualidad, tanto a derecha como a izquierda del discurso político, los fenómenos migratorios. Los liberales, que defienden la libertad absoluta del Capital para migrar de un país a otro, sin embargo juzgan ahora que este principio no sirve para el factor Trabajo –al contrario que durante el siglo XIX. Por esta contradicción clamorosa podemos decir que los liberales auténticos, lo mismo que los dinosaurios, hace tiempo que se extinguieron. Además, ellos que se las dan de cosmopolitas e internacionalistas, levantan barreras y concertinas, extienden visados y multiplican los efectivos policiales en un claro ejemplo de nacionalismo económico.
Pero en la izquierda también se dan contradicciones evidentes. Algunos de sus exponentes, que por una parte exigen controles de capitales para embridar la especulación financiera internacional, no dudan en defender la libertad más absoluta de los flujos migratorios, como si estos no fueran también capaces de generar, cuando se dan en grandes magnitudes, serios trastornos tanto en los países receptores como en los de salida.
Mi opinión es que los flujos migratorios de personas, como los flujos internacionales del Capital, deben regularse y planificarse. En determinadas circunstancias y en determinadas dosis homeostáticas pueden ser fuente de grandes beneficios; pero cuando se mueven de forma descontrolada pueden ser, como nos enseña la Historia, origen de muchos trastornos.
En resumen: seamos todos más cautos y menos doctrinarios.
La respuesta es más Europa, no menos
26/01/2016
Luis Matias
Columnista de Público sobre temas internacionales
Levanta el ánimo pasar por la madrileña plaza de Cibeles y ver en la fachada del palacio de Correos, sede del Ayuntamiento, un enorme cartel que reza: “Refugees welcome”, cuando a lo largo y ancho del continente europeo se multiplican las barreras para frenar la avalancha de huidos de la guerra y del hambre. La declaración de intenciones del consistorio que preside Manuela Carmena, más allá de su valor simbólico o real, supone un canto a la virtud que más se está echando en falta en esta crisis: la solidaridad.
Hay algo de admirable en el hecho de que la tremenda recesión que ha dejado en paro a más de cinco millones de personas no haya provocado en España una oleada de xenofobia que se cebara en los trabajadores extranjeros que acudieron en masa en los años del boom inmobiliario. Otro tanto cabría decir de la emocionada pero nada sectaria reacción que siguió a los salvajes atentados de los trenes que en 2004 se cobraron cerca de 200 vidas, sin que ello supusiera una reacción islamófoba o diese alas a la emergencia de partidos de extrema derecha.
Hay que decirlo con todas las reservas, porque no es que la extrema derecha no exista en España, sino que constituye la peor de las almas del partido del Gobierno, pero conforta ver que incluso este país lastrado por la desigualdad y la injusticia puede dar en cierta medida a Europa ejemplo de madurez, de asimilación no conflictiva del otro, de no confundir islam, inmigración y refugiados con terrorismo o competencia desleal en la lucha por el pan y el trabajo en años de vacas flacas.
No puede decirse lo mismo en Francia, tradicional tierra de asilo, donde el Frente Nacional se hace más fuerte con cada muerto en atentado y hasta se cambia la Constitución para defender la seguridad interna; o en el Reino Unido, donde el canal de La Mancha es la menor de las barreras contra el flujo migratorio mientras se cuestiona la permanencia en una UE que “no defiende sus fronteras” de la invasión de desheredados a los que se quiere negar el pan y la sal; o en Hungría y otros países en primera línea del flujo migratorio, donde el alambre de espino rasga los sueños de una vida mejor de quienes dejan atrás un país destrozado por el sectarismo asesino o un siniestro horizonte de hambre y muerte; o incluso en Alemania, donde la canciller Merkel reculó de su política inicial de puertas abiertas ante la magnitud del éxodo y el peligro para sus perspectivas políticas, y donde ha bastado la supuesta implicación de inmigrantes árabes en el acoso a mujeres en Colonia para que se multipliquen las voces (no solo desde el xenófobo movimiento Pegida) que asocian al extranjero indeseado con el delincuente.
Peor aún ha sido que la respuesta a los atentados de París y a la avalancha migratoria haya sido levantar los altos muros de la Fortaleza Europa y poner en jaque una de las bases constitutivas de una UE más lejos que nunca en varias décadas de avanzar hacia una unión política, económica y social. No por nada, el primer ministro francés ha dicho en el foro de Davos que la crisis de los refugiados representa “la mayor amenaza de ruptura de la unión”, en tanto que su homólogo de Grecia, Alexis Tsipras, cuyo país sufre de forma especialmente cruda el impacto de la avalancha migratoria, denunciaba que “es una vergüenza la incapacidad de la UE”.
La libertad de movimiento de las personas, consagrada en el acuerdo de Schengen, una seña de identidad clave en la construcción continental, inscrita ya en el ADN europeo, está en grave peligro de quedar desnaturalizada. Incluso las fronteras interiores ya no son lo que eran, como demuestran, por ejemplo, los controles impuestos por Suecia a quienes lleguen a Malmoe por el puente que la une con Copenhague.
Mientras los refugiados fluyen por riadas, los líderes europeos deciden acogerlos en sus países con cuentagotas, y ni siquiera cumplen con celeridad y coherencia sus cicateros compromisos. Prima la idea del ¡sálvese quien pueda!, de que los otros paguen la parte del león de la factura, de que la carga recaiga sobre todo en quien castiga la geografía.
Es justo lo contrario de lo que debería encarnar la filosofía constitutiva de la UE, que no se entendería sin la aplicación a ultranza del principio de solidaridad. Y no solo entre los países miembros, o entre los que forman parte del espacio Schengen, o entre los de la eurozona, sino sobre todo con quienes hoy están más necesitados de ayuda: los refugiados, huyan de lo que huyan: de la guerra o de la miseria.
Europa no puede ser una isla de prosperidad, ni justificar su racanería con la crisis. Antes al contrario, tiene un compromiso moral, existencial e identitario hacia los países que viven entre las bombas y el hambre, en muchas ocasiones como consecuencia de conflictos bélicos y catástrofes humanas de los que Occidente es, cuando menos, corresponsable.
Si Europa no actúa con coherencia, si no ataca el origen de los conflictos y, además de medidas de otra índole, no articula un plan de rescate económico de los países grandes emisores de migrantes, es decir, si no es coherente con sus teóricos principios fundamentales, si se olvida de lo que millones de habitantes del continente sufrieron por las guerras del siglo XX, si se encierra en sí misma, si su respuesta a la crisis es un egoísta mirarse el ombligo y cerrar los ojos a las tragedias externas, estará gritando que no es la Europa armónica y solidaria con la que soñaron los padres fundadores.
Por el contrario, si responde con eficacia y corresponsabilidad al desafío, será más Europa. Y tal vez así, en el hallazgo de lo mejor de sí misma, el futuro de la UE no sea tan negro como el que pronostican los agoreros. Porque también en este caso la frase Más Europa, no menos debe dejar de ser una consigna para convertirse en una línea de acción.
La política frente a la inmigración
25/01/2016
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Los fenómenos migratorios han sido una constante en la historia humana. Sus flujos han podido variar en dirección o en intensidad, pero siempre han sido un elemento fundamental a la hora de explicar los procesos históricos y la configuración de las sociedades del presente. Por ejemplo, si el ‘homo sapiens’ no hubiera migrado del continente africano, posiblemente los europeos seguiríamos siendo neandertales. Con razón Federico Engels, el amigo de Marx, vio es esta capacidad de las personas de migrar y adaptarse a ecosistemas bien distintos como un rasgo sobresaliente y privativo de la Humanidad.
Pero sorprende la esquizofrenia con que se ve en la actualidad, tanto a derecha como a izquierda del discurso político, los fenómenos migratorios. Los liberales, que defienden la libertad absoluta del Capital para migrar de un país a otro, sin embargo juzgan ahora que este principio no sirve para el factor Trabajo. Por esta antinomia clamorosa podemos decir que los liberales auténticos, lo mismo que los dinosaurios, hace tiempo que se extinguieron. Además, ellos que se las dan de cosmopolitas e internacionalistas, levantan fronteras, extienden visados y multiplican los efectivos policiales en un claro ejemplo de nacionalismo económico.
Pero en la izquierda también se dan contradicciones evidentes. Algunos de sus exponentes, que por una parte exigen controles de capitales para embridar la especulación financiera internacional, no dudan en defender la libertad más absoluta de los flujos migratorios, como si estos no fueran capaces de generar, cuando se dan en grandes magnitudes, serios trastornos tanto en los países receptores como en los de salida.
Mi opinión es que los flujos migratorios de personas, como los flujos internacionales del Capital, deben regularse y planificarse. En determinadas dosis homeostáticas y en determinadas circunstancias pueden ser fuente de grandes beneficios; pero cuando se mueven de forma descontrolada pueden ser, como nos enseña la Historia, origen de muchos trastornos.
Corolario: seamos todos más cautos y menos doctrinarios.
Identidades y refugiados en Europa
25/01/2016
Eugenio García Gascón
Periodista
Europa es el continente más rico y se comporta como tal: en gran medida ha cerrado sus puertas a los refugiados subsaharianos y árabes que tratan de buscar un lugar mejor para ellos y sus familias. Este comportamiento responde a una natural inclinación humana a proteger en la medida de lo posible un estatus de vida no solo económico sino también social, y hasta religioso.
Pero aunque es un comportamiento natural no es justo ni está acorde con nuestra época. El caso de Jordania puede servir de ejemplo contrario. Este pequeño país ha acogido a cerca de un millón y medio de sirios a los que deben sumarse cientos de miles de iraquíes que han huido de sus hogares desde la invasión americana de 2013.
Siria, que se ha convertido en el primer exportador de refugiados, fue hasta que se inició la guerra civil en 2011 un país de acogida que autorizó la entrada de cientos de miles de iraquíes sin ponerles absolutamente ningún obstáculo.
Naturalmente, estos tres países mencionados son de cultura árabe y de religión predominantemente musulmana.
Prácticamente todos los refugiados iraquíes que en su momento acogió Siria se integraron rápidamente en un país que atravesaba una situación económica desastrosa causada en su mayor parte por el aislamiento y el bloqueo impuesto por la comunidad internacional. En cuanto a los refugiados acogidos en Jordania, una parte de ellos se hallan en campamentos pero la inmensa mayoría ya están circulando por Ammán y por otras ciudades del país sin ninguna restricción.
Europa, en cambio, ha puesto en lo más alto de sus intereses la salvaguarda de la identidad grupal, un concepto que alcanzó su apogeo a partir del siglo XIX de la mano de las ideologías románticas y nacionalistas pero que en el siglo XXI debe verse como un concepto retrógrado puesto que la identidad grupal suele utilizarse por los políticos y los ciudadanos como un arma opuesta a la identidad individual y universal, que son las únicas que pueden justificarse en nuestros días.
La utilización de la identidad grupal contra las identidades individual y universal es usada por los elementos más reaccionarios de las sociedades europeas que se resisten a dar paso al espíritu más abierto en los tiempos actuales. La identidad grupal es con frecuencia un elemento represivo que puede explicarse y entenderse como un miedo a quien es distinto, pero que no puede justificarse a estas alturas de la historia de la humanidad.
La identidad grupal que en Europa se opone a la acogida de refugiados es la misma identidad grupal que ha causado y sigue causando un sinfín de conflictos, no solamente en Europa, es cierto, sino también en países que están más allá de sus fronteras, incluido el tercer mundo.
El éxodo masivo de refugiados a Europa es un fenómeno reciente. Hasta hace algunas décadas los países europeos presumían de haberse convertido en un santuario para toda clase de refugiados políticos. Francia mismo se enorgullecía de ello. Naturalmente, entonces los refugiados eran apenas un puñado, mientras que los refugiados económicos y políticos de ahora llegan al viejo continente en una cantidad considerable.
Cuando Europa habla de integración de los refugiados en realidad está hablando de asimilación, y son dos cosas diferentes. Los refugiados musulmanes se van a integrar, o ya se han integrado en Europa, pero difícilmente van a asimilarse, y este es el miedo que tienen muchos europeos cuando se encuentran con millones de musulmanes en su territorio, como ocurre en Francia.
Europa debe acostumbrarse a convivir con estos refugiados e inmigrantes que tienen otros valores y que no siempre están dispuestos a renunciar a ellos, como querrían los europeos. Y ante todo, Europa debe fundamentar su futuro en la identidad individual y universal de sus ciudadanos y renunciar a las identidades grupales de raíz romántica que han jugado un papel importante, y a menudo trágico, en Europa en los dos siglos últimos pero que ahora son obsoletas.
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