Un ajuste de cuentas con las nuevas izquierdas

Muchos se sorprenden todavía del fuerte avance de las derechas y las extremas derechas nacionalpopulistas en las últimas elecciones al Parlamento Europeo.

La perplejidad es, si cabe, mayor en la dirección de los partidos de izquierdas, que no acierta a entender las causas de esa debacle.

La mejor explicación la tiene la economista y dirigente política alemana Sahra Wagenknecht, fundadora de un nuevo partido que lleva su nombre y que fue para muchos la auténtica sorpresa de las europeas en su país.

Wagenknecht, esposa del ex dirigente socialdemócrata Oskar Lafontaine, que dejó ese partido por discrepancias con la Tercera Vía del canciller Gerhard Schroeder, es autora de un libro que es sobre todo un ajuste de cuentas con las nuevas izquierdas (1).

Hubo una época en la que los partidos de izquierda de Occidente –socialistas o socialdemócratas- aspiraban a representar los intereses de las clases trabajadoras y a garantizarles justicia y seguridad.

Aquella izquierda creía en la potencia transformadora del Estado, en su capacidad para corregir las desigualdades mediante la redistribución de la riqueza nacional.

El imaginario político de la nueva izquierda está, por el contrario, dominado por una tipología que Wagenknecht califica con un vocablo mitad inglés, mitad alemán, “lifestyle-Linke”, en referencia a la importancia que da al “estilo de vida” de sus militantes.

Es una izquierda que ya no pone en el centro de la acción política los problemas sociales o socioeconómicos, sino sobre todo los hábitos de consumo, la ecología y la defensa de las minorías sexuales: la famosa lista LGTBI+.

Una izquierda cosmopolita, que apoya decididamente la inmigración sin pararse muchas veces a pensar en las consecuencias que, traspasado cierto límite, pueda tener para la cohesión de la sociedad receptora.

Una izquierda que sus críticos de derechas llaman “globalista” y que, al mismo tiempo, es, como ocurre con la actual dirección de los Verdes alemanes, claramente atlantista.

Esa izquierda “light” defiende una sociedad abierta y tolerante. Y, sin embargo, sostiene Wagenknecht, es muchas veces inflexible en materia de derechos humanos y de medio ambiente.

Wagenknecht da en su libro un ejemplo de esto último cuando cuenta cómo en 2019, los jóvenes de Fridays for Future se manifestaron en la pequeña localidad de Lausitz (este de Alemania) para exigir el abandono de la minería del carbón.

Cuando los trabajadores y sus familiares, que temían quedarse sin su única fuente de ingresos, entonaron los viejos cánticos de los mineros, a aquellos jóvenes no se les ocurrió otra cosa que llamarlos “nazis del carbón”.

Al mismo tiempo, quienes hoy afirman en Alemania que el Gobierno del canciller de coalición del canciller socialdemócrata debería preocuparse del bienestar de la población, de los servicios públicos e infraestructuras del país antes que del rearme de Ucrania, se ven inmediatamente tachados por esa nueva izquierda de “reaccionarios” y “antieuropeos”.

Wagenknecht sitúa el origen de esa profunda transformación de la izquierda en la izquierda en la Tercera Vía de los Bill Clinton, Gerhard Schroeder y Tony Blair, quienes continuaron las reformas neoliberales acometidas en su día por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, limando sólo algunas de sus asperezas.

No parece entender esa nueva izquierda que si los trabajadores que antes votaban a los partidos socialdemócratas se inclinan hoy lo hacen muchas veces por las derechas populistas es porque sienten que el Estado no se preocupa de ellos, los ha abandonado.

Porque comprenden mejor que su clase social no está representada en esa nueva izquierda, que integran sobre todo jóvenes profesionales con títulos universitarios y que nada saben del mundo del trabajo.

Políticos que tienen lógicamente otros intereses y defienden valores que ya no son, como antes, la comunidad y la solidaridad sino el europeísmo, el cosmopolitismo y la competitividad. Y que parecen más preocupados por los derechos humanos en Afganistán o en cualquier autocracia que por los derechos sociales en su propio país.

Notas:

[1] “Die Selbstgerechten” (Los autoconvencidos) . Ed. Campus Verlag.

Parece una persona convencida de tener la facultad de prescribir el comportamiento y el camino que hemos de seguir el resto de la ciudadanía. Su convicción puede llegar hasta el punto de expresar hostilidad contra cualquier discrepante o persona que no quiera recorrer la senda que él ha trazado.

Se le reconoce con facilidad. Se cita constantemente a sí mismo. Fuera o dentro de la vida política, cuando se planta ante cualquier tribuna, se pone detrás de un atril o tiene un micrófono ante sí, abusa del empleo de verbos en primera persona del singular. «Me gustaría que…», «espero que…», «yo prometo que…», «yo ya dije que…», «yo soy quién…» «votaré en contra de…», «yo no quiero que…», como si su personalidad y voluntad personal estuvieran por encima de la de cualquier «nosotros».

Su egolatría le lleva a no participar casi nunca en coloquios o actos públicos como un oyente más. Si hace acto de presencia ha de ser porque tiene espacio en primera fila. Él va a los lugares donde puede hablar o donde quiere ser visto. Se puede pronunciar a veces en favor de causas justas, pero en raras ocasiones sale a la calle entre gente trabajadora normal, entre pacifistas, feministas, ecologistas, antirracistas o defensores de derechos elementales. Va allá donde piensa que puede impartir doctrina o que puede aparecer junto a otro ‘líder’ más mediático. Lo hace para aplaudirle o para que se note que forma parte de su círculo más próximo. Una vez hecha la foto, se va. Se diría que no siente necesidad alguna de acudir a cualquier acto para prestar atención, observar y aprender.

En algún momento debió perder la capacidad de escuchar y de intercambiar argumentos. No conoce la discreción. Cuando participa en un ‘debate’ pierde los papeles con cierta frecuencia y se embarranca en una discusión incomprensible con otros ‘líderes’, en la cual abundan los insultos, las descalificaciones rotundas y las interrupciones que dificultan cualquier exposición más o menos ordenada de ideas.

Algunos, pocos, suficientemente inteligentes, saben guardar la compostura. Otros han ganado la fama de tener la habilidad de decir y hacer en cada momento aquello que les permite conservar el grado de poder que ya han alcanzado. Pero también abunda la mediocridad, la de los ‘líderes’ que han recibido tal calificación a pesar de su falta de sentido del ridículo y de conciencia de su pobreza intelectual.

El ‘líder’, estúpido o no, es dócil. Sabe seguir la agenda y el guion determinados por quien considera que le puede mandar, a la espera de que le lleguen momentos de más gloria.

En general, quien se considera a sí mismo como ‘líder’ tiene cierta tendencia a confundir desacuerdo con enemistad. Hay que suponer que es por eso que les vemos a menudo como personajes enfadados, con las cejas fruncidas o con sonrisa forzada, dispuestos para el lanzamiento de exabruptos sin ton ni son contra quienes consideran competidores o adversarios. Entonces levantan la voz y no dudan en utilizar alguna palabra altisonante.

El ‘líder’ y sus fans tienen la costumbre de despreciar el contraste entre puntos de vista diferentes. El coloquio que más les gusta es el que han organizado ellos mismos entre personas con las que están de acuerdo, para darse la razón mutuamente.

Hablan con mucha frecuencia del diálogo y de su necesidad.

El diálogo es, efectivamente, una de las herramientas más valiosas que tiene el ser humano para convivir en sociedad, y también para adquirir conocimiento y poder tomar decisiones adecuadas a la realidad, pero se practica mucho menos de lo deseable. Es una palabra desgastada, porque demasiado a menudo se apela a su conveniencia para tener la oportunidad de predicar y de imponer el criterio del jefe o dirigente por encima de cualquier otra persona. El ‘líder’ normalmente no dialoga. En todo caso, negocia.

Es la ausencia de diálogo auténtico entre iguales lo que facilita el avance del autoritarismo, abre el camino para las arbitrariedades, las decisiones interesadas, la restricción de libertades y la represión o marginación del disidente.

El concepto ‘autoridad’, no obstante, conserva bastante prestigio. Es una palabra que se pronuncia con cierto respeto. A menudo se pueden oír referencias al mismo en sentido positivo. «Hay que reservar este lugar para las ‘autoridades'» o «lo que falta en esta casa es alguien que mande» o «esta organización necesita una autoridad» o «nuestra sociedad tiene un problema de liderazgo» o «el país necesita un buen líder»…  ¿Cuántas veces hemos podido escuchar frases como estas? En el mejor de los casos se formulan para destacar la necesidad de contar con personas con cierto grado de genialidad, especialmente eruditas, inteligentes o estudiosas, o quizás con otras con buenas cualidades para la comunicación, pero su actividad no tendría que obstaculizar la reflexión colectiva y las decisiones colegiadas.

Las luchas por el liderazgo y los cultos a la personalidad han tenido y tienen efectos indeseables, y demasiadas veces espantosos. La falta de confianza en el debate, en el intercambio reposado de argumentos entre unos y otros hace dudar sobre las convicciones democráticas de quien pone tanto esfuerzo en dar instrucciones, pero también de quien se humilla, obedece y sistemáticamente se muestra de acuerdo con quien ostenta algún tipo de poder.

Los clásicos griegos tenían claro que «el diálogo es infinitamente más elevado que cualquier otro camino hacia la verdad». Para practicarlo, sin embargo, hace falta que los interlocutores se escuchen, se respeten, busquen acuerdos y renuncien al dogmatismo o a la imposición de un criterio.

Sabemos desde hace tiempo que la mayor parte de las llamadas ‘tertulias’ televisivas y radiofónicas si sirven para algo es para llenar horas de programación barata y para escenificar cotidianamente confrontaciones absurdas entre predicadores. Son conversaciones o discusiones o entre hipotéticos famosos, o ‘expertos’ sobre cualquier tema, en las que abunda la desinformación. Los espacios dedicados a los análisis serios son la excepción.

Pero durante estos días hemos asistido a debates entre candidatos a representarnos en el Parlamento Europeo y el espectáculo que nos han ofrecido en muchos momentos, particularmente los machos, ha sido más bien lamentable. Los participantes de la derecha extrema tienen por costumbre recurrir a la crispación y a la provocación. No fallan. Hacen lo que se espera de ellos. Lo que cuesta entender es la facilidad con la que consiguen distorsionar la deseable interlocución entre personas que, hipotéticamente, tendrían que intentar enriquecer la vida política y explicar la utilidad del voto a sus partidos con propuestas efectivas de mejora real de la vida en común.

Todos ellos, incluso los ultraderechistas, apelan sin rubor en sus panfletos y discursos a conceptos de gran valor, como la libertad, la verdad, la justicia, la igualdad, las soberanías o la seguridad, pero apenas hablan sobre qué condiciones son imprescindibles para que toda la ciudadanía pueda ejercer derechos elementales.

Haría falta, por ejemplo, que en algún momento, más pronto que tarde, aparezcan colectivos políticos o actores sociales con capacidad y voluntad real de poner fin, por ejemplo, a los beneficios crecientes y los privilegios de los que ya son ricos, que pongan en cuestión la benevolencia de la mano invisible del mercado y den mucha más relevancia al sector público de la economía y los servicios, dejen de hacer la vista gorda ante la pobreza y la precariedad laboral,  denuncien la farsa de la «sostenibilidad» del crecimiento económico indefinido, exijan la reducción al mínimo de los gastos en armamento, hagan respetar el derecho a tener derechos de las personas migrantes, pongan fin a las brutalidades policiales, democraticen el poder judicial y detengan su intervención partidaria en la vida política, hagan efectivo su republicanismo y se opongan frontalmente a la permanencia de un monarca al frente de la jefatura del Estado…

El ascenso de la extrema derecha en toda Europa y en buena parte del mundo asusta a todos los demócratas y se hacen llamamientos a la unidad para parar impedir su crecimiento. Parece, sin embargo, que los ‘líderes’ del progresismo no ven necesidad de análisis en torno a las causas del éxito que consiguen los ultras con sus discursos de odio y no se atreven a iniciar otro camino que no sea el de la promesa de administrar por más tiempo y de la misma forma lo que ya administran, para de ese modo «seguir mejorando la vida de la gente».

Qué poca gente formula en nuestro tiempo propuestas que permitan que crezcan las esperanzas en un futuro pacífico y en el cual las personas puedan sentirse efectivamente libres, solidarias, iguales y convencidas de que existe una perspectiva de vida para todo el mundo con razonable dignidad.

El ‘líder’ del cual hablamos tiene una agenda demasiado apretada y no tiene tiempo para pensar en la posibilidad de otro mundo.

El próximo 30 de abril la ciudadanía paraguaya está llamada a las urnas para elegir presidente y vicepresidente/a (que ejercen el poder ejecutivo del Estado), los 45 senadores/as y 80 diputados/as que conforman el Congreso Nacional de la República del Paraguay (una asamblea bicameral —Senado y Diputados— que desempeña el poder legislativo), además de los cargos y juntas departamentales (algo parecido a las provincias en España).

Ese domingo 30 de abril las urnas distribuirán en Paraguay el poder institucional tanto central como regional de este país latinoamericano de régimen político presidencialista y unitario, fuertemente centralizado, que cuenta con alrededor de siete millones de personas y que tiene una superficie algo mayor que la de Alemania y menor que la de España. Entre las candidaturas presentadas solo una “chapa electoral” —término con el que se conoce a la dupla conformada por los aspirantes a presidente y vicepresidente— lleva a una mujer como candidata a presidenta (aunque sin ninguna opción real de ser elegida); de las dos candidaturas con posibilidades de lograr atraer el voto popular mayoritario —el conservador Partido Colorado (actualmente en el gobierno) y la Concertación Nacional (progresista y aspirante a gobernar)— solo la segunda lleva a una mujer en la chapa: la candidatura opositora conformada por Efraín Alegre y Soledad Núñez (con posibilidades reales de conseguir la victoria).

No hay lugar aquí para explicar toda la historia política del Paraguay, ni siquiera la reciente, pero sí podemos indicar ciertos aspectos históricos que resultaron clave para configurar su régimen político y su sistema electoral actual: Paraguay es un país con una escasa —siendo incluso generosos— experiencia democrática a lo largo de su historia y, como también sucedió en España, padeció durante la Guerra Fría un gobierno dictatorial militar fuertemente autoritario y personalista: el régimen del general Alfredo Stroessner, que inició en 1954 y finalizó en 1989 con un golpe de Estado interno, producido desde las entrañas del propio régimen.

Durante todo ese periodo, el dictador se apoyó en un partido político para sustentar lo que se denominó la “unidad granítica” que controló el país, conformada por el propio presidente Stroessner al frente del poder ejecutivo, las Fuerzas Armadas para mantener el orden manu militari, y la Asociación Nacional Republicana (ANR), popularmente conocida como “Partido Colorado”, para controlar el ámbito legislativo. Este el mismo partido que hoy, en 2023, sigue gobernando el país. Por entonces, en dictadura, había en Paraguay una “democracia de fachada” que permitía al régimen mantener hacia el exterior la ilusión óptica de tener una institucionalidad democrática (algo que los datos y las fuentes históricas no permiten corroborar).

No obstante, el poder de este partido y su fuerte implantación social no nace con la dictadura, sino antes: desde hace 75 años el país es dirigido por la misma organización política, la ANR o Partido Colorado, una institución corporativa con una férrea implantación en las instituciones estatales que con la dictadura se acrecentó y se consolidó, perfeccionando el modelo político de dominación y cooptación —cuando no parasitación— de las instituciones públicas. La ANR solo fue desalojada del poder ejecutivo en una ocasión durante los últimos 75 años: fue en 2008, cuando Fernando Lugo Méndez alcanzó la presidencia del país encumbrado por una concertación de partidos y movimientos de oposición que se denominó Alianza Patriótica para el Cambio; aquella coalición política de partidos de izquierda (sobre todo de partidos socialistas y socialdemócratas), incluía también al otro gran partido histórico del país, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), que alberga en su interior varias almas políticas (entre otras, la socialdemócrata, la socioliberal, y también la neoliberal). En este 2023, la oposición ha reeditado el modelo de candidatura de concertación de aquella Alianza Patriótica para el Cambio, victoriosa en 2008.

Sin embargo, aquella interrupción de la hegemonía colorada lograda por la coalición progresista en 2008 terminó de forma abrupta en 2012, cuando todavía no había finalizado el periodo de gobierno de Fernando Lugo (los mandatos presidenciales en Paraguay duran 5 años). Menos de cuatro años después de ser elegido por el voto popular, Lugo fue destituido mediante un golpe parlamentario (pueden llamarlo también juicio político, golpe blando, impeachment… les dejo que elijan el término que más les guste), golpe que fue orquestado por la ANR —entonces en la oposición— y también por un sector del propio PLRA.

Así, en la única ocasión en que el sistema político paraguayo tuvo la oportunidad de cambiar la organización política que venía gobernando desde décadas atrás —incluyendo todo el periodo dictatorial— y de alternar con ello el signo ideológico en el gobierno del Estado, la experiencia acabó en trauma: el presidente fue destituido en apenas 48 horas sin mayor motivo que un nuevo cálculo político de las élites, la coalición de gobierno quedó deshecha, y todo el campo de la oposición histórica paraguaya estalló por los aires, con reproches más que justificados de traición política y con una izquierda ideológica, en consecuencia, empujada de nuevo hacia la atomización y la marginalidad electoral, en una sociedad en la que no se habla de ideología ni de proyectos de país, y donde los dos partidos tradicionales copan prácticamente entre el 60% y el 90% del padrón electoral.

Pero hoy, a diez años vista, aquella ruptura parece olvidada entre la oposición, sabedora de la necesidad de concentrar el voto en una “chapa” con posibilidades de victoria, bien conocedora también del resultado invariable de una concurrencia dividida a los comicios. La oposición asumió en 2022 que si quieren tener una oportunidad de ganar deben acudir detrás de un proyecto común que combine tres elementos: un programa económico riguroso y coherente, para captar el voto la clase media paraguaya y de una juventud mucho mejor formada e informada que antes; un programa social ambicioso, para convencer a las clases populares de que asumirán el reto de alterar su durísima e incomprensible situación; y finalmente un proyecto político que respete, incorpore y ofrezca espacio de participación a todos los actores, sectores partidarios y colectivos sociales que se han implicado en ese proyecto —para no romper la unidad de la Concertación—, y quizá también algunos independientes externos para ampliar el apoyo en el último tramo de la campaña o incluso después —si ganaran— para gobernar.

Sin esos tres elementos no existe oportunidad, porque enfrente se encuentra un partido-Estado (la ANR) que aunque dé muestras de desgaste interno y a pesar de todos los desastres de su gestión, rehúsa perder el poder, sencillamente porque perder el poder es perder su casi único canal de financiación. La ANR es una organización muy antigua (fue fundada en 1887), tiene mucho arraigo social, con cerca de dos millones de afiliados de los siete millones de personas del país (lo que representa el 40% de la población y el 60% del padrón electoral). Sí, han leído bien: alrededor del 60% de los electores en Paraguay están afiliados al mismo partido que gobierna desde hace 75 años (lo que no significa que invariablemente todos ellos voten por “su” partido).

¿Por qué ocurre esto? El crecimiento o mantenimiento de la masa afiliada a la ANR se produce principalmente por vía de la adscripción comunitaria o identitaria de la militancia, una incorporación que las más de las veces es familiar: “soy colorado porque mi familia es colorada”, así se afilian muchos jóvenes en Paraguay. Por fortuna, otras y otros paraguayos ya no lo hacen, lo que permite atisbar luz en el horizonte. Pero esta afiliación identitaria no valdría por si sola para mantener la lealtad del militante y del votante: “para todo lo demás, Mastercard” (como decía el anuncio), o sea, billetera. Y es que el Partido Colorado es la organización que mejor maneja los mecanismos propios del funcionamiento clientelar y prebendario en las instituciones públicas; además, el control de las mismas durante tanto tiempo, así como el modelo de manejo e incorporación de funcionarios, asesores, contratos de servicios públicos, etc., han dotado al partido de un aparato y un músculo económico y social descomunal.

Básicamente, y mirado con cierta perspectiva histórica, desde que comenzó el proceso de democratización en Paraguay —y ya hace más de tres décadas de aquello— en la ANR jamás dejaron de participar “dopados” en las elecciones (y no estoy hablando de droga, al menos no todavía). Si quieren conocer más y mejor sobre cómo funcionan los partidos políticos paraguayos recomiendo a las lectoras y lectores acudir a los investigadores que más y mejor están abordando el asunto: Lorena Soler, Marcello Lachi, Raquel Rojas Scheffer, Marcos Pérez Talia, Fernando Martínez Escobar, Magdalena López, Félix Pablo Friggeri o Benjamín Arditi, entre otros y otras especialistas.

Pero el dopaje electoral crea adicción, y parece que en la ANR ya no supieran escapar de la trampa en la que se metieron; no es raro, en consecuencia, que cuando en 2008 perdieron el poder perdieran también una buena parte de ese músculo económico, lo que explica que el partido terminara cayendo en el encantamiento del dinero, derretido en los brazos del empresario Horacio Cartes Jara, en un gran “abrazo colorado” que puso también colorada a la propia democracia paraguaya (pero en otro sentido). El poder económico de Cartes y algunos otros socios permitió al partido sobrevivir tras los años de sequía del torrente de billetes que otrora fluían desde las arcas públicas merced a la presencia de la ANR en las principales instituciones del Estado. Basta con googlear las palabras clave “Horacio-Cartes-negocios-droga-corrupción” para hacerse una idea de la dimensión de la situación, porque Cartes no solo logró entrar y presidir el Partido Colorado (del que no era militante) sino que además fue presidente del país desde 2013 hasta 2018. Presidente del país, que no es cualquier cosa…

El partido todavía hoy vive y necesita de su liquidez, pero la soga empezó a estrecharse cuando, a comienzos de este año, la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos sancionó al expresidente Horacio Cartes y al actual vicepresidente del país, Hugo Velázquez Moreno (también de la ANR) por “participación en corrupción desmedida que socava las instituciones democráticas en Paraguay” (según rezaba el comunicado de prensa del 26 de enero de 2023 de la Embajada norteamericana en Asunción). Para empezar a entrar en esa materia les recomiendo este trabajo del portal digital independiente paraguayo El Surti.

Como afirmaba recientemente la periodista paraguaya Estela Ruiz Diaz, la decisión estadounidense de señalar a Cartes es una medida que “pone en jaque todos sus proyectos porque el pedido de extradición pende como espada de Damocles”, y continuaba señalando que la grave acusación internacional de corrupción genera “una interrogante que lacera las carpas coloradas, ya que tanto la presencia como la ausencia de Cartes tendrá fuerte impacto». Estela Ruiz se mostró muy tajante a este respecto: “Horacio Cartes, el salvador de la ANR en el 2013, el poderoso empresario que puso bajo sus pies a medio Estado, a empresarios y a políticos a base de dinero, se está convirtiendo en un peso muerto para la ANR, mientras Santiago Peña busca desacoplarse de su controvertida figura”.

Santiago Peña es el actual candidato de la ANR para la presidencia (comparte chapa con el también colorado Pedro Alliana), y a día de hoy compite casi en pie de igualdad de oportunidades de victoria con la chapa conformada por Efraín Alegre (PLRA) y Soledad Núñez (independiente, aunque afiliada desde mayo de 2022 a la Concertación Nacional, la fórmula electoral que reúne a más de una decena de partidos de oposición para estas elecciones). No obstante, a diferencia de la chapa opositora (con mucha mejor imagen política y social), el candidato de la ANR carga a sus espaldas varios hándicaps nada desdeñables.

En primer lugar, Santiago Peña no es colorado de cuna —pertenecía antes al Partido Liberal—, pues se afilió a la ANR para ser el delfín de Cartes (toda vez que éste no podía ser reelegido porque en Paraguay está constitucionalmente prohibida la reelección presidencial), algo que le resta abolengo colorado (y ser colorado añeteté —en lengua guaraní, “colorado verdadero”— es una baza con la que no cuenta Peña para convencer a una parte de la militancia de la ANR); en segundo lugar, que precisamente ser el delfín de Cartes en estos momentos es un gran problema político por la imagen de corrupción ya difícilmente disimulable; en tercer lugar, que una chapa electoral conformada solo por hombres puede tener un cierto coste político a pesar del conservadurismo de la sociedad paraguaya; y en cuarto lugar, porque flaco favor se hace el candidato veleta cuando, como hizo en unas recientes declaraciones de finales de febrero, elogia la dictadura de Stroessner —aunque fuera con matices— ante los medios de comunicación.

Es difícil destruir más la imagen de un candidato que pretende ganar unas elecciones democráticas que cambiando de partido como de chaqueta, asociándose con la corrupción, abanderando el machismo institucional y blanqueando la dictadura; demasiado peso para tan poco carro. Sobre todo si, como parece que va a ocurrir, esta vez tanto la Unión Europea como la Organización de Estados Americanos van a tomarse en serio su Misión de Observación Electoral en Paraguay, que puede impedir las tradicionales artimañas electorales antidemocráticas —algunas de carácter expresamente fraudulento— a las que tanto se ha recurrido desde los partidos en el gobierno.

¿Pero cuál es la alternativa a la ANR? Todos los especialistas consultados apuntan a una única opción real: la chapa conformada por Efraín Alegre y Soledad Núñez, o sea, la Concertación Nacional, coalición progresista de centro izquierda con la incorporación de algunos grupos de derecha moderada cansados de la corrupción y la mala gestión del coloradismo. Si la ANR es la “espada”, ellos son la “pared”, literalmente un lienzo en blanco. ¿Qué podrían hacer? Esa es una buena pregunta. Por lo pronto, renovar el espíritu democrático, abrir las ventanas, y airear; lo que no es poca cosa en la situación actual. El país necesita un cambio: en algunos indicadores internacionales Paraguay aguanta el tirón general de América Latina —sin poder alardear, pero aguanta—, mientras que en otros va mal, o de mal en peor, y entre estos figuran la educación, la sanidad y la confianza en la democracia; nada más, y nada menos. En esta coyuntura cualquier cambio parece que tiene que ser, por fuerza, a mejor.

En las elecciones de 2013 la diferencia entre la ANR y la candidatura opositora de coalición (que también encabezó el propio Efraín Alegre) fue muy reducida, de apenas 75.000 votos (una diferencia inferior al 4%). Hoy, a la luz de los pocos datos y encuestas fiables de los que se puede disponer en Paraguay, esa diferencia se ha reducido, e incluso puede haberse revertido ya en intención de voto. Por su parte, en lo tocante al exterior, el voto paraguayo desde el extranjero a las candidaturas de oposición fue de hecho superior en 2013 al resultado obtenido por la ANR, y en 2018 la diferencia aumentó, cuando la alianza opositora recibió 4.444 votos frente a los 2.849 obtenidos por los colorados; una superioridad manifiesta que muy probablemente se repetirá o se ampliará el mes que viene en las mesas electorales habilitadas en Argentina, España, Brasil y Estados Unidos.

Conviene tener en cuenta que en España están radicados decenas de miles de paraguayos y paraguayas, quienes tienen el derecho constitucional al voto desde el exterior. En las elecciones paraguayas de 2013 había en España unos 4.000 electores inscritos en el Registro Cívico Permanente (RCP) —y que en consecuencia podían participar en aquéllas— de los que votaron algo más de 1.600; cinco años después, en 2018, el número de electores paraguayos en España se había incrementado hasta los 6.500 inscritos, votando unos 2.100. Para las elecciones paraguayas del 30 de abril de 2023 hay 7.248 personas registradas en el RCP que son residentes en España; esas 7.000 personas constituyen el 10% de los votos que hubo de diferencia en 2018 entre la ANR y el cambio político.

Para las elecciones paraguayas del próximo 30 de abril, las encuestas revisadas y los especialistas consultados hasta la fecha vaticinan un resultado que puede oscilar entre un empate técnico entre las dos candidaturas principales y una victoria ajustada de la Concertación Nacional (la chapa progresista de Efraín Alegre y Soledad Núñez), que ganaría por un reducido margen de votos (entre un 1% y un 3% superior al resultado de la ANR). El ciclo progresista en América Latina puede tener la guinda con un cambio histórico y muy necesario en Paraguay. Como en los mejores partidos de fútbol habrá emoción hasta el último minuto, y contará cada voto.

Ante un panorama político y social incierto que padecemos en la actualidad, el próximo 2 de abril, supongo que por fin se pondrá en marcha el Proyecto Sumar, con Yolanda Díaz al frente de este ambicioso proyecto progresista de participación ciudadana integrado por distintas formaciones políticas.

Esta iniciativa es, no sólo largamente esperada, sino que, posiblemente, el proyecto de futuro más ambicioso, desde un punto de vista democrático y humanista, planteado en este país como forma de recuperar y ensalzar el concepto de Soberanía Popular; por medio de una idea de democracia popular en contraposición a la fracasada democracia liberal procedimental, que ha encadenado, durante estas últimas décadas, un sin fin de crisis financieras, políticas y sociales, incrementando la desigualdad, eliminando servicios y derechos sociales hacia la supresión de la Justicia Social alterando el principio de convivencia.

El deseado éxito del Proyecto Sumar requiere una verdadera unidad de las distintas fuerzas progresistas, dejando de lado egos personales y con el firme propósito de avanzar en un plan común con la mayor celeridad posible, debido al actual panorama político incierto con el riesgo de padecer un gobierno futuro entre PP y Vox como ya ocurre en Andalucía, Castilla León y Madrid.

En absoluto se trata de apelar al voto del miedo, más bien todo lo contrario, recuperar el voto de la esperanza de la revolución social permanente en busca de la recuperación de los derechos y servicios públicos básicos para la ciudadanía con la consiguiente mejora de la Seguridad Jurídica para un mejor desarrollo social y económico.

Para la consecución del éxito de este Proyecto y sus propósitos, se requiere destacar una serie de puntos que considero fundamentales y que se deben profundizar con la mayor rapidez y seriedad posible para la credibilidad de un programa social para todas y todos:

– Impulso y Desarrollo del Sistema de Educación Pública bajo el principio de «educar en derechos humanos, igualdad y respeto de género, interculturalidad y en la lucha contra la pobreza». Para esto debemos reforzar la figura de las educadoras y educadores social y económicamente. Además, es imprescindible planificar de forma eficiente la educación pública en el mundo rural muy desfavorecido en la actualidad.

La educación pública es la piedra angular para una verdadera cohesión social y la forma más eficiente de luchar contra la desigualdad social, por consiguiente el modo de conseguir una sociedad más empática y humanista basada en el respeto común a través del conocimiento y el pensamiento crítico.

– Leyes que refuercen la Sanidad Pública Universal con una financiación adecuada para su desarrollo y sostenibilidad, así como su implantación dentro de todo el territorio incidiendo, de nuevo, especialmente en las zonas rurales para que a nadie se le niegue la asistencia médica pública.

– Nueva Ley sobre la Función Pública que dote de eficiencia y prestigio a los funcionarios públicos como ejecutores del desarrollo de las políticas sociales más importantes en la lucha contra la desigualdad social. Para impulsar este punto abogo por la creación de una carrera universitaria, media y superior, de Gestión de los Servicios y Recursos Públicos para una mayor profesionalización en la gestión administrativa en sectores públicos estratégicos (hospitales, centros educativos,…etc).

– Potenciar un verdadero parque de vivienda pública.

– Desarrollo legislativo que bloquee e impida la privatización de los servicios y derechos públicos esenciales.

Lo expuesto hasta el momento es una humilde y sencilla pincelada básica como base por la lucha de igualdad de género, lucha contra el bullying escolar o cualquier otra discriminación, por el cuidado y protección de nuestros mayores, por el desarrollo y prevención de la ley de garantía integral de la libertad sexual, por la protección a la salud mental… En definitiva, devolver la soberanía y condición de ciudadanos a las personas en contraposición al concepto de súbdito como principio de sociedad gregaria que hemos padecido durante estas últimas décadas y que, en la actualidad, buscan mantener las élites y privilegiados sociales, económicos y eclesiásticos.

Recuperar la condición de ciudadanos significa, a mi modo de ver, promover la participación dentro del espacio público; centros educativos, centros de salud, asociaciones vecinales…como definición de DEMOCRACIA de John Rawls «el ejercicio de la Razón Pública» para ser partícipes de una sociedad más participativa, solidaria y humanista, siempre en busca de una mayor Igualdad, Respeto y Justicia Social.

Necesitamos que en la formación de este nuevo proyecto Sumar se ejerzan los principios de diálogo, debate y consenso con la mayor participación ciudadana posible, desde una perspectiva positiva, para la consecución de nuevos avances sociales con prosperidad, con un desarrollo económico justo y sostenible.

Considero que nos queda poco tiempo, pero que no es tarde para unificar nuestras fuerzas e ideas, que el mensaje debe de llegar hasta el último rincón de la ciudadanía para contrarrestar bulos y sofismas vertidos por la derecha y sus élites privilegiadas, así como evitar el grave problema de la abstención; pero no sólo movilizar el voto, sino concienciar e incentivar a la ciudadanía en la participación pública… en el espacio de todas y todos.

El PP ha logrado una victoria contundente en las elecciones anticipadas en Andalucía. VOX logró menos de sus expectativas y la izquierda se ha metido un bacatazo importante. Este sería el resumen de una jornada que marca un punto de inflexión en la legislatura en curso. La duda será saber si es un cambio de ciclo, o se queda en una seria advertencia a la coalición de izquierdas que gobierna España. Las anteriores elecciones de 2018 nos invitan a la prudencia, ya que las tres derechas sumaron, y el PSOE arrasó en las generales de 2019, movilizando la izquierda 1 millón más de votos que la derecha.

Es evidente que el marco de la pandemia ha beneficiado al PP, partido gobernante, mientras que el de la inflación y los choques dentro del gobierno central, junto a la guerra, han empeorado las expectativas de la izquierda. Esto se ve reflejado en la abstención, mayoritariamente de izquierdas. Hay un cierto castigo a la izquierda gobernante incapaz de ofrecer un relato coherente que ponga en solfa sus éxitos, y demasiado acostumbrada a generar ruido en un momento, y en un marco, donde la gente reclama seguridad y certezas.

El PP ha logrado repetir los buenos resultados de Arenas en 2012 (1,58 millones de votos), consolidando su hegemonía en el Sur, sustituyendo al PSOE como en Partido Institucional Andaluz. El PP regó con 50 millones de euros a los medios de comunicación. El PP logró, con las encuestas del CENTRA y de los medios antes de la convocatoria electoral, instalar dos ideas: Moreno es un moderado (aunque no tenga nada que ver con sus políticas),  y no hay posibilidades de que la izquierda gobierne.

Con ese marco, que compró mucha gente, incluido muchos dirigentes de la izquierda andaluza, la campaña «que viene VOX», junto con la campaña de Olona, muy sobreactuada, benefició al PP, que es probable que se haya beneficiado de un trasvase de votos del PSOE para frenar a VOX, ya que los votantes percibían que la izquierda no tenía posibilidades de alcanzar el gobierno.

El PP ha logrado con una imagen “centrista”, que poco tiene que ver con las políticas que ha realizado, recuperar parte del electorado que se marchó a VOX en 2019, casi absorber a CS, y superar a toda la izquierda junta. Es un espaldarazo a Feijóo, frente a Ayuso, y un voto de castigo a Sánchez. La campaña de VOX fue un desastre y ha frenado las expectativas de la extrema derecha tras CyL, lo que beneficia al PP como partido alfa de la derecha española, y se beneficiará de cara a las Generales.

Mientras la derecha ha logrado superar en Andalucía los 1,8 millones de votos obtenidos en 2012 (han llegado a los 2,1 millones), la izquierda se ha dejado un millón de sufragios en casa. No logra movilizar a los 700.000 que se dejó en las anteriores elecciones, y se deja más de 260.000 en estas.

La izquierda ha sido incapaz de romper la imagen de moderado y sacar a relucir la agenda antisocial y neoliberal de Moreno. La sensación es que éste no ha tenido oposición (o no ha aparecido en los medios), favorecido por la pandemia, que ha evitado manifestaciones de todo tipo frente a su política neoliberal. Si observamos a las candidaturas de izquierdas el panorama no era alentador y no favorecía un clima para un cambio de gobierno. La gestión de Moreno no había sido contestada en los años anteriores, por lo que no se percibía como mala, y la izquierda no presentaba una alternativa. Bonilla lo ha tenido fácil.

El PSOE apostó por un liderazgo centrista, sevillano y con experiencia de gestión, pero poco consistente. Esto ocurrió porque Susana se empeñaba en querer continuar al frente de la SG y María J. Montero no quería enfrentarse a su antigua compañera, a pesar de ser la mejor apuesta. Escoger a un dirigente vinculado a una época de gobierno anterior, y falto de una ideología clara, no daba la imagen de renovación que hacía falta.

Teresa Rodríguez se opuso, desde la segunda reunión, a sumar en una candidatura conjunta, con la esperanza de reconstruir una suerte de PSA «à la CUP». El resultado es que, a pesar de que saca 2 diputados, ha restado más de lo que ha sumado y ha favorecido la mayoría absoluta del PP. Si sumamos las candidaturas de P.A y AA se han perdido 6 escaños, y hubiesen quedado empatados con VOX, además de evitar la mayoría absoluta del PP. El ciudadano/a común no ha entendido en qué se diferenciaban dos candidaturas que se reclamaban lo mismo (feministas, andalucistas y verdes).

El resultado de Por Andalucía era previsible. Una candidatura hecha a toda prisa (cuando hubo tiempo para realizarla), con un nombre que se podía confundir con el de AA, una candidata desconocida, con todo el sarao del cierre de la candidatura jugando al «chicken game», son los principales motivos que han provocado este resultado. ¿Alguien le daría un voto de confianza para gestionar una Consejería cuando no habían logrado presentar los papeles a tiempo de la coalición?

Por Andalucía vuelve a porcentajes de voto un poco superiores a los de IU en 2008, y si sumamos a AA, que obtiene votos del mismo espacio político, se queda en resultados superiores a IU en 2012, pero lejos de 2018 (4% menos), y de 2015 (8% menos). La confrontación resta, como restó en Galicia. Se vuelven a perder votos y a no obtener trasvase de los votantes socialistas.

En Por Andalucía hubo la posibilidad de colocar a un independiente de prestigio, ampliando el espacio, y haber cerrado gran parte de la coalición en febrero, permitiendo una precampaña larga y obligando al PSOE a moverse. IU y Podemos prefirieron negociar hasta el último minuto para colocar a su candidato/a, con el resultado conocido. Se perdió una oportunidad histórica de salir a la ofensiva y marcar, de nuevo, como en 2014-15, la agenda política.

Se hizo una lectura conservadora tras el bacatazo de CyL, apostando a que se iba a la baja y saliendo a «empatar», con el resultado ya sabido. Profecía autocumplida de manual. La campaña ha sido poco imaginativa. IU ha sido poco permeable a ideas innovadoras de campaña, ni a argumentarios potentes. Se ha hecho una campaña clásica sin tener una gran cantidad de militantes para poder realizarla. La comunicación un desastre, sin capacidad, apenas, de incidir en la agenda. Sólo ha salvado los muebles en los actos la presencia de Yolanda Díaz, que animó un poco la movilización.

Esto es el fin de una forma de hacer política inaugurada en 2014. Campañas poco profesionalizadas, falta de encuestas, negociaciones hasta el último minuto, falta de extensión territorial, no meter publicidad en los medios, amauterismo, programas poco trabajados, coaliciones realizadas, siguiendo a Borges, “más por espanto que por amor”. Si la izquierda alternativa quiere pintar algo, tiene que tratar de revertir estos malos hábitos, así como formar a sus cuadros y realizar precampañas largas, con datos, encuestas, extensión territorial, etc.

El problema no es que Podemos estuviese invisibilizado en campaña o en el nombre. UP lleva dándose bacatazos desde las elecciones autonómicas anteriores (y locales). El problema es la falta de proyecto de país, falta de extensión territorial, calidad de cuadros, conflictos internos (donde ha habido tortas las expectativas de votos han bajado), exceso de ruido en el gobierno central, falta de relato, falta de autocrítica, etc. Es urgente abrir un proceso de reflexión o la historia nos llevará por delante volviendo al bipartidismo. La mayor parte de la ciudadanía no va a votar a una opción política que ande ensimismada en sus batallas internas, y peleada, como ya le pasó al PCE en los 80. Aprendamos de la historia, aprendamos de la experiencia.

Otra cuestión a tener en cuenta. El horizonte de la izquierda no puede ser volver a 2008. Ya en 2008 había problemas serios, no existe la “belle époque”. Hay que avanzar y progresar y significa trascender los marcos resistencialistas. No podemos continuar “defendiendo los servicios públicos” cada día más degradados, ni “defender el Estado del Bienestar”, como si este hubiese sido magnífico previo a la crisis de 2008. Hay que reformar dichos sistemas y explicar su utilidad, como la del pago de los impuestos justos, en suma, dar la batalla ideológica en torno a un proyecto de reformismo fuerte, su suscite consensos de gran parte de la población. Hay que recordar que lo que antes dábamos por hecho (democracia, Estado del Bienestar, etc.) ha sido desacralizado en años de descapitalización, privatizaciones y degradación. La política debe de acercarse más a la ciudadanía y hacerla partícipe, dar argumentos e ideas. Tenemos que construir la  política sobre la sociología española realmente existente, y no sobre la falsa ideología que hace pasar la realidad por nuestro molde mental. Tenemos que estudiar.

Es necesario trascender el espacio de UP, que no deja de ser una coalición electoral. Necesitamos cuidar la cultura de la cooperación y el apoyo mutuo, y dejar de comprar la competitividad y el homo hominis lupus en nuestras organizaciones, que tienen que ser netamente democráticas y fraternalmente republicanas. Hay que reinventarse y lograr ensanchar el espacio y aumentar la militancia. Hay que levantar un proyecto de país, que trascienda unas elecciones, y organizar candidaturas potentes con buenos cuadros. Sabiendo que la mayor parte de los medios de comunicación te es hostil, hay que volver a tejer alianzas con la sociedad civil, con la ciudadanía, con el sindicalismo de clase, con los trabajadores y trabajadoras, y los estudiantes. Esa es la clave del éxito. Sin horizonte de esperanza no hay victoria para la izquierda, sin Perestroika no hay futuro, sin dar seguridad a una vida convulsa y futuro incierto la tendencia es al conservadurismo y a la reacción. Esperemos que el proyecto de Yolanda Díaz lo consiga. A día de hoy, es nuestra única oportunidad.

Espacio Público reunió el jueves 31 de marzo en la sala Ecooo a líderes de los partidos madrileños Más Madrid, PSOE, Unidas Podemos, Izquierda Unida y Anticapitalistas en el debate Cómo ganar Madrid: la izquierda ante el espejo. Fue un encuentro para fomentar el diálogo en torno a la situación de la izquierda y preguntarse cómo desarrollar estrategias para recuperar el poder para las fuerzas progresistas en el Ayuntamiento y la Comunidad. Participaron Manuela Bergerot (Más Madrid), Pilar Sánchez Acera (PSOE Madrid), Jesús Santos (Podemos Madrid), Álvaro Aguilera (IU Madrid) y Lorena Cabrerizo (Anticapitalistas Madrid) y fue moderado por Ana Pardo de Vera, Directora Corporativa y de Relaciones Institucionales de Público. Se centró en los elementos clave para entender fenómenos como como la deriva hacia la ultraderecha, el caso Isabel Díaz Ayuso, la influencia de Vox en los gobiernos del PP, la tolerancia institucional hacia la corrupción, la privatización de lo público, la hostilidad hacia el feminismo de fuerzas que apoyan al gobierno regional, la aporofobia, la xenofobia, o el crecimiento de la propaganda reaccionaria.

Las próximas elecciones andaluzas, que podrían ser en junio o en octubre, según le den las encuestas a Juanma Moreno Bonilla, no son unas elecciones autonómicas normales. Estas elecciones son las primeras del nuevo ciclo político lleno de incógnitas y en una situación internacional y nacional inestable. La inflación escala y la crisis energética se acentúa en el contexto de una guerra entre Rusia y Ucrania, que ha supuesto duras sanciones a Rusia, por ser el país agresor. Las consecuencias de esta guerra no van a ser inocuas en el Continente y, salvo que se haga una política social y económica decidida, va a golpear con dureza, especialmente a los más vulnerables.

Andalucía es la frontera sur de la UE, con un vecino conflictivo y por el que pasan desde tuberías con gas provenientes de Argelia (muy necesarias en la actual crisis energética provocada por la guerra de Ucrania y por el conflicto de Argelia y Marruecos) hasta una gran cantidad de mercancías. Es una frontera muy sensible a los cambios que se están produciendo de manera acelerada con el cambio climático, las llegadas de inmigración irregular, o los choques entre Argelia y Marruecos. La UE necesita una frontera Sur calmada, que evite choques innecesarios como los protagonizados por Salvini, cuando fue Ministro de Interior en Italia. Además, el PPE ve con malos ojos la entrada de los amigos de Órban, Putin, Salvini, Le Pen, etc., en el gobierno de Castilla y León, y verían con mucha alarma la entrada de estos en Andalucía. Por tanto, las elecciones tienen una importante dimensión europea.

Las elecciones andaluzas no son unas más debido al peso demográfico de nuestra Comunidad (ocho millones y medio de personas), por la cantidad de diputados que elige (61), además de por el peso simbólico de ser una Comunidad Autónoma que ha sido baluarte de la izquierda, y que vivió con sorpresa la llegada a la Junta de la derecha con la carambola que supuso el récord de abstención en la izquierda y máxima movilización de la derecha en 2018. Si el gobierno de coalición pretende continuar necesita un buen resultado en Andalucía (y como mínimo en Cataluña y/o Valencia). Si Yolanda Díaz quiere que su movimiento tenga futuro necesita de un buen resultado en Andalucía, como ella misma ha reconocido. Si Feijóo quiere ver desbrozado su camino a la Presidencia necesita retener la Junta para su partido. Por lo que podemos afirmar que estas elecciones son “la madre de todas las batallas”.

Si aterrizamos en el terreno nacional, tras la defenestración de Pablo Casado, ha asumido el poder en el PP el dirigente gallego Núñez Feijóo, con la promesa de lograr formar gobierno en un viaje “hacia Ítaca” (el centro político) pero que ha asumido la contradicción de que en Castilla y León la extrema derecha entre en las instituciones de manos del PP, que pone en entredicho “giro centrista”.  Este giro queda desmentido ya que le han abierto el espacio a VOX, vuelve a utilizar “fake news” contra el gobierno de coalición, y sigue entrampados en la corrupción, tal y como se ha demostrado con el caso de las facturas del hermano de Ayuso. Si VOX es necesario para la gobernabilidad, en un contexto de hundimiento de CS, no nos cabe la menor duda de que estos entrarán en el gobierno de manos del “moderado” Moreno Bonilla.

Por otro lado, el gobierno de coalición navega en aguas turbulentas, con cierto desgaste, y con una de sus patas (UP) en una crisis existencial, a la espera de que Yolanda Díaz lance su proyecto. A pesar de todo, lo único estable en nuestro país en la actualidad es el Gobierno de coalición de izquierdas y progresista, y más ante la crisis del PP y sus problemas con su relación con VOX y con la corrupción.

Sin embargo, el crecimiento de la inflación, y las consecuencias de la guerra de Ucrania se sienten en Andalucía y proyectan un futuro incierto y generan ansiedad en la población. La recuperación podría descarrilar si no se toman medidas. El “futuro es un país extraño y amenazante”, parafraseando al maestro Fontana. Por consiguiente, existe la necesidad de ofrecer certidumbres, de construir un proyecto sólido, que no pretenda cambiarlo todo en pocos años, y que tenga una proyección de futuro. Si no acometemos la ardua tarea de ofrecer un proyecto transformador y realista no tendremos éxito frente a aquellos que lo único que defienden es volver al pasado.

¿Qué riesgos corremos en estas elecciones? Que la derecha se normalice en la Junta de Andalucía y siga con su labor de colapsar los servicios públicos, mientras favorece a las grandes empresas que se reparten espacios de negocio a costa del Estado del Bienestar. Nos jugamos que la extrema derecha continúe marcando la agenda al Presidente Juanma Moreno Bonilla, que pese a que se ha labrado una “imagen” de moderado, no deja de realizar políticas muy de derechas en nuestra Comunidad. Nos arriesgamos a que la extrema derecha gobierne nuestras instituciones democráticas, y logren cambiar la sociología de nuestra tierra e influyan en las políticas de la Junta, así como que los Fondos Europeos acaben en manos de cuatro empresas amigas del Presidente y de su Partido. Nos jugamos la democracia, nada más y nada menos.

Las políticas de la actual Junta son lesivas para los intereses de la mayoría social y pretenden revivir el modelo de los “pelotazos urbanísticos” de las décadas infaustas de inicios del 2000. Un ejemplo de ello ha sido tratar de amnistiar a los regantes que obtienen agua ilegal del Parque nacional de Doñana, que está en estado crítico por la falta de lluvias, el permitir la construcción de hoteles en parajes naturales, echar a 8000 sanitarios antes de la sexta ola, echar a 2500 docentes además del cierre continuado de aulas públicas, echar a 1000 trabajadores del INFOCA, realizar una reforma fiscal regresiva que beneficia a los que más tienen, etc. Un giro hacia el pasado que no tiene ninguna respuesta a los problemas del presente ni del futuro. Un repliegue hacia recetas fallidas que ya sabemos hacia donde nos llevan: al aumento de la desigualdad, a enriquecer a los que más tienen, a aumentar el cambio climático, aumentar la pobreza, y mantener en la precariedad a miles de andaluces y andaluzas.

El PSOE-A ha escogido a un candidato con poco fuelle en Andalucía para tratar de ganar la Junta. Juan Espadas es un político centrista, del aparato, con poco carisma y sin muchas ideas. Ha dado bandazos intentado realizar una “oposición útil” (no se sabe a qué) y casi acaba metido en la trampa presupuestaria que hábilmente le puso Moreno Bonilla. El PSOE-A está en un estado de apatía y tiene unas perspectivas mediocres. No podemos, salvo sorpresa de última hora, esperar grandes movimientos dentro del PSOE para revertir la situación. Siguen empeñados en querer “pescar” en el voto centrista que votaba a Ciudadanos, y que ahora se ha derechizado. Estrategia que tuvo escaso éxito en las campañas de Madrid y Castilla y León.

Teniendo en cuenta la situación del PSOE-A, nuestro espacio político, la izquierda alternativa, debe de dar un paso al frente. Salir de lugares comunes y avanzar hacia un diseño de candidatura que mire hacia el futuro, y que sea innovadora. No se trata sólo de sumar siglas, que son condición necesaria pero no suficiente, sino de sumar a personas provenientes de la sociedad civil, de los sindicatos de clase, de la Universidad, etc., que hagan más rica la candidatura y permita ampliar el espacio con vistas al futuro. Tenemos que reflexionar con la ciudadanía andaluza de izquierdas y progresista qué modelo de sociedad queremos construir para la próxima década que sea justa socialmente, ecologista, feminista, centrada en el mundo del Trabajo y federalista. Debemos ser “el Partido” del Estado del Bienestar, de la Transición Ecológica y la Justicia Social.

Debemos evitar el repliegue sobre nosotros mismos en momentos de incertidumbre. No podemos caer en buscar un candidato/a del apparátchik, sino a uno/a, que supere y amplíe el espacio político y logre movilizar parte del electorado que ve con perplejidad la situación actual de la izquierda. Las lecciones de Castilla y León son demoledoras, el espacio de la izquierda alternativa, sin un proyecto definido, sin sumar a más gente que la que hay, con falta de implantación territorial, y con liderazgos agotados, tienen un recorrido corto y una curva descendente. Hay que hacer lo contrario a lo que pregona Ignacio de Loyola, “en tiempos de crisis haz mudanza”. La fortuna nos ha dado una nueva oportunidad a la izquierda alternativa con la aparición en escena de Yolanda Díaz, y con su buen hacer en el Ministerio de Trabajo. Si sabemos aprovechar la oportunidad podremos virar el tablero político hacia la izquierda y construir un espacio político que nos permita llegar a la Junta de Andalucía en un gobierno de coalición progresista y de izquierdas, que encare los problemas heredados del pasado, como afrontar los grandes desafíos al que nos enfrentamos en el futuro, como la gestión de los Fondos Europeos o el cambio climático.

Tenemos esta oportunidad. No la desaprovechemos, si no: “la Historia nos juzgará y no nos absolverá”.

Notas:

*Pedro González de Molina Soler es ExSecretario de Educación y Formación de Podemos Canarias. Profesor de Geografía e Historia en el IES Vega de Mar (Málaga).

#estassonnuestrasarmas  #estassonnuestrasbalas (3)

Hace más de un año, al inicio del confinamiento, un grupo de artistas plásticos y visuales lanzó un Manifiesto en defensa de lo Público como iniciativa que expresaba su apoyo a la Sanidad Pública y en defensa de los servicios públicos.

Durante este tiempo, uniéndose a Salva lo Público, un buen número de artistas han enviado obras creadas expresamente por ellos para ser difundidas como muestra de su compromiso con la iniciativa del Manifiesto.

Con ocasión de la presente campaña electoral madrileña la invitación de un artista a la creación de mensajes que apoyaran la defensa de los servicios públicos y de los valores democráticos como derecho irrenunciable ha sido acogida por SalvaLoPúblico difundiendo a través de nuestra web y redes sociales las colaboraciones enviadas por los artistas.

Espacio Público ofreció sus páginas para difundir las creaciones artísticas y solidarias, contribuyendo a difundir y extender durante varias semanas esta iniciativa. Como hemos hecho en días anteriores, hoy volvemos a acogerles publicando la tercera y última entrega de esta serie, llamando a la participación ciudadana el 4 de mayo para llenar las urnas de votos  que defiendan la democracia, los servicios públicos y el bienestar social. Porque en lugar del odio, el fascismo y la violencia, nuestras armas son la democracia, las urnas, la convivencia y la solidaridad.

Colaboración de Eneko para Salva lo Público
Emilio Gallego

“Pasado de rompe y rasga”. Anónimo
Gaspar García
 Antonio Merinero
Antonio Merinero
Enric Bardera
Mariana Laín
J. L. Santalla
Mariana Laín
Gaspar García
Monica Alberola. “Stop fascismo”
Gaspar García

Notas:

*La foto de portada es de Gaspar García.

#estassonnuestrasarmas  #estassonnuestrasbalas (2)

Hace más de un año, al inicio del confinamiento, un grupo de artistas plásticos y visuales lanzó un Manifiesto en defensa de lo Público como iniciativa que expresaba su apoyo a la Sanidad Pública y en defensa de los servicios públicos.

Durante este tiempo, uniéndose a Salva lo Público, un buen número de artistas han enviado obras creadas expresamente por ellos para ser difundidas como muestra de su compromiso con la iniciativa del Manifiesto.

Con ocasión de la presente campaña electoral madrileña la invitación de un artista a la creación de mensajes que apoyaran la defensa de los servicios públicos y de los valores democráticos como derecho irrenunciable ha sido acogida por SalvaLoPúblico difundiendo a través de nuestra web y redes sociales las colaboraciones enviadas por los artistas.

Espacio Público ofreció sus páginas para difundir las creaciones artísticas y solidarias, contribuyendo a difundir y extender durante varias semanas esta iniciativa. Hoy volvemos a acogerles, publicando la segunda entrega de esta serie, para contribuir a un mayor conocimiento de estas obras, que defienden la democracia, los servicios públicos y el bienestar social. Porque en lugar del odio, el fascismo y la violencia, nuestras armas son la democracia, las urnas, la convivencia y la solidaridad.

Enric Bardera. “A las Armas”
Mariana Laín. “La sanidad pública está en tus manos”
Gaspar García. “4M-Tú decides”
Raúl Arias. “Estas son nuestras balas”
Ira Tierra. “Madrid vota cultura”
Ira Tierra. “Vota vivienda pública”
Ira Tierra. “Por un Madrid más verde, por favor”
Ira Tierra. “Vota transporte Público”
Mariana Laín. “Vota por la educación pública”

Notas:

*Foto de portada de Ira Tierra.

Hace más de un año, al inicio del confinamiento, un grupo de artistas plásticos y visuales lanzó un Manifiesto en defensa de lo Público como iniciativa que expresaba su apoyo a la Sanidad Pública y en defensa de los servicios públicos.

Durante este tiempo, uniéndose a Salva lo Público, un buen número de artistas han enviado obras creadas expresamente por ellos para ser difundidas como muestra de su compromiso con la iniciativa del Manifiesto.

Con ocasión de la presente campaña electoral madrileña la invitación de un artista a la creación de mensajes que apoyaran la defensa de los servicios públicos y de los valores democráticos como derecho irrenunciable ha sido acogida por SalvaLoPúblico difundiendo a través de nuestra web y redes sociales las colaboraciones enviadas por los artistas.

Espacio Público ofreció sus páginas para difundir las creaciones artísticas y solidarias, contribuyendo a difundir y extender durante  varias semanas esta iniciativa. Hoy volvemos a acogerles para contribuir a un mayor conocimiento de estas obras, que defienden la democracia y del bienestar social. Porque en lugar del odio, el fascismo y la violencia, nuestras armas son la democracia, las urnas, la convivencia y la solidaridad.

Gaspar García
J. L. Santalla
Seanmackaoui
Alberto Pina. “Madrid, no te rindas”
Marián Alzola. “Democracia o fascismo”
Mariana Laín
Mónica Alberola. “Estas son nuestras armas”

moderado por:

  • Bruno Estrada

    Economista, adjunto al Secretario General de CCOO

  • Iván H. Ayala

    Investigador asociado al ICEI y miembro de econoNuestra

Conclusión del debate

Las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo han sido un momento importante en la construcción europea. Los siete años de crisis han puesto a prueba la idea común de Europa y no parece que sea tan sólida como se creía a la vista de los resultados electorales. Es precisamente la percepción de que necesitamos Otra Europa la que ha hecho que se abriese durante dos meses este debate.

El punto de partida ha sido un documento elaborado por EconoNuestra. A modo de resumen se pueden destacar tres puntos fundamentales. En primer lugar la relación entre la Europa económica y la Europa social. La economía debe estar al servicio de una propuesta de construcción del estado del bienestar y de reducción de las desigualdades; estas últimas se están acrecentando tanto en los que se refiere a los ciudadanos de cada país como en términos regionales, con una polarización centro-periferia cada vez más acentuada ¿queremos una Europa de las finanzas o de los ciudadanos?

El segundo punto es el modelo económico ¿qué sistema financiero? ¿Nos sirve este Euro? ¿Cuál debe ser el papel del Banco Central Europeo? ¿Qué hacemos con la deuda? ¿Necesitamos una fiscalidad común? A estas preguntas se suman las que vienen del modelo productivo. Se ponen sobre la mesa la sostenibilidad, el paro, la precarización laboral…

El último punto es la construcción política ¿qué entramado institucional necesitamos? ¿Cómo mantener la soberanía? ¿Están funcionando las instituciones europeas? ¿Generan Confianza? Es precisamente la falta de confianza la que genera desafección y hace que no haya una idea de ciudadanía común y que se esté lejos de tenerla.

El debate se ha desarrollado por dos vías que han estado en permanente interrelación: las intervenciones escritas en el ágora de la página web y las mesas redondas retransmitidas por streaming. Han sido 25 las intervenciones escritas y 3 los debates en vivo. El primero fue un cara a cara entre Fernando Luengo (EconoNuestra) y Manuel de la Rocha (Economistas Frente a la Crisis); el segundo fue un seminario promovido conjuntamente con la Universidad Complutense de Madrid en el que participaron Josep Borrell, Ángel González Martínez-Tablas, Emilio Ontiveros y Juan Francisco Martín Seco. El último, una mesa redonda con la participación de Yayo Herrero, Fernando Luengo, Pablo Padilla, Pedro Chaves y Santos Ruesga. Los tres actos se encuentran disponibles en el archivo de Espacio Público.
Un debate sobre un tema tan amplio y complejo está lleno de matices, pero en un intento de sistematizar el intercambio diríamos que se ha centrado en dos bloques . El primero se refiere a la construcción del proyecto europeo:

1. ¿Nos encontramos ante problemas estructurales o coyunturales ¿Se trata de ajustar algunas instituciones y su funcionamiento o es cuestión del diseño y de la orientación del mismo? Estas preguntas se traslucen a lo largo del debate, ya sea en los temas económicos o sociales y las aportaciones van hacia el carácter estructural del problema.

2. No se trata sólo de cómo están diseñada la Europa actual, sino también de si son suficientes las instituciones: Parlamento europeo y Banco Central Europeo son claros ejemplos de esta insuficiencia. En este sentido también se echan en falta políticas conjuntas en aspectos tan cruciales como la fiscalidad o los presupuestos.

3. ¿Se ha quedado el proyecto europeo a la mitad? ¿Ha perdido impulso? Da la sensación de que en estos momentos hay “poco proyecto” y que los pasos que se dieron inicialmente con fuerza ahora son tibios e indecisos ¿tal vez el proyecto era sólo la integración económica y de una determinada dirección ideológica?

Hay un segundo bloque que tiene que ver con las consecuencias:

1. Hay una importante asimetría territorial que ha terminado en la Europa de dos velocidades. Hay centralidad y periferia en casi todos los aspectos: políticos, financieros, productivos, de movilidad humana,…

2. Existe una desigualdad creciente que empieza a pasar de ser efecto a ser causas de nuevos problemas que pueden romper el proyecto. El peso de la Europa económica hace que apenas se piense en la Europa social.

3. El binomio economía financiera-economía productiva se ha desequilibrado hacia la primera. Esto ha llevado a que la influencia del sector financiero en las decisiones políticas sea cada vez mayor.

4. La falta de centralidad de la economía productiva ha hecho que el paro haya crecido. Además no se ha introducido el elemento sostenibilidad en el sistema.

El resultado es un proceso de desconfianza y desafección crecientes que se ha instalado en la ciudadanía europea y que les lleva a preguntarse ¿merece la pena esta Europa? ¿Es mejor bajarse de este tren u otra Europa es posible?

Ponencia inicial

Otra Europa

Otra Europa