En su interesante aportación al Debate, ha expresado Pedro Muñoz Moreno lo siguiente: «desde la perspectiva socialista NO SE DEBERÍA TENER EN LA MENOR CONSIDERACIÓN LA VIABILIDAD DE UNA EMPRESA PRIVADA.»
Creo que esto no es solamente un error, sino que tampoco encuentra apoyo ideológico en la tradición del pensamiento socialista. Resulta a todas luces suicida, desde el punto de vista sindical y político, plantear una oposición estructural entre el ideal socialista y la viabilidad de las empresas, de las que depende el sustento de la clase trabajadora. Antes al contrario, la legitimidad del socialismo sólo será evidente cuando las masas vean en él el único medio de garantizar y compatibilizar la viabilidad de las empresas con el desarrollo humano de sus trabajadores.
Una última reflexión; podríamos parafrasear al Presidente Kennedy y afirmar: No te preguntes sólo que puede hacer el sindicalismo por ti, sino también qué puedes hacer tú por el sindicalismo.
Aprovecho para enviaros de nuevo mi documento sobre la justicia económica, que supongo que por razones técnicas u olvido no se incluyó en mi anterior aportación.
Mientras haya lucha de clases
04/10/2014
Eduardo Saborido
Presidente de la Fundación de Estudios Sindicales de CC.OO de Andalucía
No es el momento de hacer un análisis profundo y extenso, sobre un tema tan genérico, como el papel de los sindicatos en tiempos del liberalismo, mucho menos contemplándolo en el marco de una economía global, inmensa y variada, como la que vivimos. También es difícil hacerlo cuando una parte de Europa, principalmente los países del Sur, están afectados por una larga y grave crisis económica, de la cual no salimos. Asimismo parece un lujo dedicarse a ello, no solo porque todos los esfuerzos deben dirigirse a construir un frente contra esa crisis para superarla, es lo justo material y moralmente, sino porque ésta, mientras dure, distorsiona los datos, el ánimo y la razón.
En España además, uno de los países más afectado, con el nivel de paro más alto de Europa, cerca de seis millones y más de la mitad jóvenes, las condiciones descritas más arriba, son más evidentes.
La crisis , como diría Marcelino, provocada por el gran capital, utilizando los llamados productos tóxicos, los bonos basura, la burbuja inmobiliaria, la evasión de capitales y de impuestos y los fenómenos piramidales varios, han extendido una vorágine especulativa nunca vista consistente según cálculos optimistas, en varios billones de euros.
Al principio, decían los medios que nadie había visto venir la crisis antes del año 2007. Seguramente los que la provocaron, si lo tenían claro desde el principio y lo planificaron bien: conseguir el máximo beneficio en el menor tiempo posible, llevando hasta sus últimas consecuencias la codicia perversa e intrínseca del capitalismo.
En aquellos meses el G-20 compuesto por los jefes de gobierno de los países más desarrollados del mundo capitalista, se reunieron en más de una ocasión, para analizar las causas y consecuencias del estallido de la crisis. La mayoría representaban a gobiernos de derecha y estaban encabezados lógicamente por Obama. Escenificaron que a todos les había cogido por sorpresa aquel desastre y mostraban su indignación por los rasgos y comportamientos más escandalosos de la estafa. Se comprometieron a estudiar medidas radicales contra los paraísos fiscales, contra los altísimos salarios y pensiones de los directivos de los bancos y empresas más importantes, contra la evasión fiscal, destituyendo a los máximos responsables, etc. Etc.
Pasados más de cinco años, los países europeos asistentes, no han cumplido nada de aquellos acuerdos y compromisos.
En España, los sesudos economistas, tampoco la vieron y los trabajadores y los sindicatos, tardamos en darnos cuenta de su envergadura y las causas concretas que la habían originado. En estas condiciones, se sucedieron las medidas de congelaciones, reformas y recortes laborales múltiples, tomadas por los distintos gobiernos PSOE-PP, hasta llegar con nocturnidad y alevosía a modificar la Constitución en su artículo 135, que coarta y restringe el crédito y el endeudamiento público. Esto realizado a pesar de las Huelgas generales y numerosas manifestaciones convocadas y realizadas por CC.OO. y UGT. y seguidas por los trabajadores.
Por el contrario, la desfachatez de las altas castas financieras (éstas sí que son “castas” familiares de poder), no han renunciado, a pesar de la crisis, a seguir aumentando sus beneficios, engrosando fortunas y privilegios cuantiosos, ahondando la brecha de la desigualdad y apareciendo públicamente en las listas y ranquin de los multimillonarios, sin ningún pudor. No han seguido la estela del multimillonario americano Sr. Bufet, que declaró que le avergonzaba tener menos impuestos que su secretaria. O también el grupo de altos empresarios franceses, que redactaron un manifiesto laudatorio en favor de la Democracia y reclamaron que se les aplicasen mayores impuestos para ayudar a superar la crisis. Aquí en España estos gestos resultan inauditos
Como colofón de éste avatar, se ha producido un brutal y sistemático ataque contra los sindicatos más representativos y mayoritarios, con participación de empresarios, policía, jueces y fiscales y poderosos medios de comunicación. Esta triada perversa, está socavando, no sólo la credibilidad de los sindicatos, sino hasta el propio Derecho Constitucional de Huelga, que tan costoso fue para los trabajadores conquistarlo en la Dictadura.
Utilizando una vía indirecta y basándose en el apartado 3 del art. 315. Un apartado, antigualla del C. P. franquista que quedó en el Código Penal vigente, tras su revisión en el año 1995. Basándose en él, están penalizando a los participantes en los piquetes informativos. La policía en vez, de ir a las puertas de las fábricas y centros de trabajo a proteger a los que ejercen esa Libertad fundamental de huelga, protegen a los esquiroles. Esto puede ser prevaricación pues más de trescientos delegados sindicales y trabajadores, están pendientes de juicio, con peticiones varios años de años de cárcel, imputados y condenados ya en algún caso, por jueces y fiscales.
¿En este contexto tan español sobran los Sindicatos? ¡Evidentemente, no ¡
A pesar de todo, son las organizaciones más fuertes y representativas de los trabajadores y mientras vivamos en una sociedad capitalista, más aún con un liberalismo dominante que provoca tanta desigualdad, la lucha de clases es inevitable y los sindicatos son imprescindibles.
Por las mismas razones, los partidos políticos y más los de izquierda, son necesarios. Son hasta ahora el instrumento esencial para mediar en la política, pilares de la democracia representativa. La crisis también los está poniendo en cuestión. Los movimientos que se dicen alternativos y han conseguido cierto éxito en las elecciones últimas, están en un proceso del movimiento espontáneo que han sido a la organicidad que están buscando; esperamos con avidez ver en que quedan…
Los sindicatos y la dirección empresarial
03/10/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Ante la noticia de la dimisión de Rodolfo Benito de sus responsabilidades en Comisiones Obreras, por el turbio asunto de las tarjetas de crédito en Caja Madrid, tengo que manifestar lo siguiente:
Todos los afiliados de Comisiones Obreras nos merecemos una valoración preliminar por parte de la dirección del sindicato. Aunque estemos a la espera de las conclusiones de las investigaciones administrativas y judiciales en curso, yo si me siento decepcionado por el comportamiento poco ético del compañero Rodolfo Benito. Digo esto con profundo pesar, pues he sido de los que han apoyado en el pasado la trayectoria sindical de Rodolfo, persona que en sus últimas intervenciones en público ha mostrado una comprensión muy certera y valiente acerca de la orientación que debe tomar nuestro sindicato. Sin embargo, nadie puede reclamar estar libre de que se le aplique la máxima que leemos en el Fausto de Goethe: «No es sólo el mérito, sino también la fidelidad lo que salva al hombre».
En cuanto a las declaraciones de Ignacio Toxo, de que él sería partidario de que no hubieran representantes sindicales en los consejos de administración de las empresas, con todo respeto tengo que decir que esto es un error. Los consejos de administración son el cerebro y el corazón de las corporaciones, y la mejor manera de conocer su funcionamiento y hacerse una idea cabal de las mismas, así como influir y orientarlas en beneficio de los trabajadores y de los consumidores, es participando lo más plenamente posible en esos consejos. No se puede matar al dragón sin atreverse a entrar en su cueva.
Por otra parte lo acontecido con Rodolfo Benito, lo mismo que con Moral Santín en Izquierda Unida, no son meras anécdotas individuales sino expresión de problemas más profundos y que hace tiempo que preocupan a muchos economistas: el de la relación principal-agente que se da en las grandes corporaciones, o sea una relación de información asimétrica entre el consejo de administración y los accionistas, y cuyo frecuente resultado es el expolio de estos últimos. Esto ya lo denunció Marx en El Capital, y en mi opinión no hay otra forma de resolver este problema que creando Comisiones de Control realmente independientes del Consejo de Administración, reforzando la rendición de cuentas y otorgando más protagonismo a los representantes de los trabajadores y, por qué no decirlo, de las administraciones públicas y de los consumidores.
Nuevas formas de organizarse para enfrentar al capital
02/10/2014
Maria Rojo
Ex-Adjunta Empleo y Migraciones CCOO
Levantar un edificio nuevo sobre el ya existente deteriorado supone, en primer lugar, y considerando que los cimientos son adecuados y resistentes como para soportar las cargas, apuntalar las estructuras básicas que soportarán el peso de la nueva construcción, sanear los muros de carga, reforzar paredes y techos, plantear la nueva distribución, adecuándose a las nuevas necesidades, y desmontar la cubierta, haciéndola de nuevo.
Podría considerarse que los cimientos son adecuados y resistentes. La historia del movimiento obrero español, tan ligada en tiempos todavía recientes a la lucha por la democracia en nuestro país, aporta la suficiente consistencia histórica para sentar las bases de un sindicalismo fuerte,como lo ha sido en todos estos años atrás, en los que además de estar en todas las instituciones como elemento imprescindible de la construcción democrática ha conseguido importantes bases de derecho para los trabajadores. Si bien esto ha sido así, hace ya algún tiempo que la corrosión neoliberal está haciendo una profunda brecha en estas conquistas, poco a poco y casi sigilosamente. Este deterioro paulatino, en el que se han debilitado las fuerzas sindicales y su poder de actuación para la defensa de los trabajadores frente a los sucesivos envites neoliberales, ha restado poder al instrumento de negociación por antonomasia: el convenio colectivo, y ha neutralizado los instrumentos básicos de defensa: la movilización y la huelga principalmente.
Las estructuras básicas de la organización sindical, ligadas al sector y al territorio, si bien han resultado pilares fundamentales en los que sustentar la actividad durante el tiempo en el que la relación de fuerzas estaba firmemente ligada al centro y al lugar de trabajo, ya no lo son tanto, tal y como están, en cuanto que los sectores de actividad se han entretejido paulatinamente hasta constituir un bloque compacto, en el que si bien se pueden analizar elementos puramente sectoriales en su disección bruta, en producto neto, que resulta ser el objetivo neoliberal por antonomasia, dejan fuera de cobertura a la gran mayoría de trabajadores. Ni qué decir en cuanto a la estructura territorial, en el mundo de la fábrica global. Si hace unos años hemos debido adaptarnos a las circunstancias y retos sindicales que nos planteaba una inmigración masiva y gran demanda de trabajo, hoy día nos encontramos en el polo opuesto y son muchos los jóvenes y no tan jóvenes, muy cualificados además, que emigran a otros territorios, buscando lo que aquí no encuentran. Incluso ya debería haberse planteado seriamente que en gran medida, cualquier lugar y cualquier sitio es un centro de trabajo, con un ordenador y conexión a internet.
Mención especial requiere la consideración del tiempo de trabajo como unidad de valor. Si lo que llamamos las nuevas tecnologías, que no son tan nuevas desde el punto de vista empresarial, han producido profundos cambios en la organización del trabajo en cuanto a centro y lugar, en lo que respecta al tiempo de trabajo constituyen una auténtica revolución que desde la parte sindical no hemos sabido aprovechar, sino que más bien ha supuesto un beneficio inestimable para las empresas. El valor añadido a una hora de trabajo con tecnologías avanzadas, que debiera haber supuesto un extraordinario valor para el trabajador tanto en beneficio económico como en apreciado y escaso tiempo libre, no se ha distribuido equitativamente y este hecho lo demuestra el que, desde hace ya décadas, seguimos manteniendo normativamente la jornada laboral de ocho horas como estándar de “a tiempo completo”. La situación actual nos demuestra que el neoliberalismo quiere más, cada vez más, y crecen los micro-contratos como hongos en un bosque húmedo. Micro-contratos con micros en salarios, en temporalidad, en estabilidad, en seguridad social, …, contratos nefastos en condiciones laborales que no posibilitan una vida mínimamente digna para los trabajadores. Y hay razones suficientes para pensar que esto irá a más.
Hasta aquí solo he hecho algunas consideraciones obvias que mucha gente puede compartir y otra no tanto, pero si bien resulta extremadamente complicado abordar un panorama así desde la perspectiva sindical, máxime cuando comenzamos a plantear estas cuestiones a toro pasado y pillado, resulta imprescindible que paremos, reflexionemos sobre lo que estamos haciendo, y establezcamos las bases sólidas y adecuadas que necesitan unas organizaciones sindicales fuertes en los tiempos que corren. No será mi intención llegar a conclusiones que han de darse fruto del trabajo y esfuerzo colectivo, sino más bien apuntar brevemente algunas propuestas que en sí mismas darían para mucho desarrollo.
En lo relativo al ámbito sectorial, considero que son dos las cuestiones importantes a abordar. La primera y más importante es reforzar el sindicalismo de clase. En este sentido cualquier afán corporativista acaba siendo una tumba para los derechos del colectivo al que supuestamente pretende defender. En segundo lugar, enfocar la acción colectiva desde los clúster, y no desde los sectores supuestamente puros, es decir, dirigirnos a concentraciones de empresas e instituciones interconectadas en un campo particular para la competencia, como define Porter a estos elementos productivos, adquiriendo incidencia en esa competencia misma, que es en lo que las empresas pueden ser más vulnerables.
Amplificar el concepto territorial de la organización mediante una efectiva conexión en red, que aún no se produce. El que trabajadores, sindicalistas, responsables y directivos del sindicato se hallen, de hecho, conectados en múltiples redes sociales e incluso el propio sindicato cuente con elementos corporativos de conexión, no significa que esta posibilidad se manifieste en una participación activa de los múltiples sujetos implicados, lo que en la práctica supone un aislamiento real en el territorio y en los distintos niveles de participación para la construcción colectiva de un sindicalismo dinámico y apegado al terreno. La acción en la red social ha de empoderarse y sustituir necesariamente a los antiguos elementos de presión, la movilización y la huelga. Necesitamos esa participación de trabajadores alejados por ahora del sindicato: emigrantes en su destino, inmigrantes integrados y no integrados aún, trabajadores de las escasas empresas grandes y de multitud de microempresas. Todos en una causa común: valorizar el trabajo y mejorar las condiciones en que éste se desarrolla.
En relación al tiempo de trabajo, asunto éste ajeno por completo al debate sindical, hay mucho que cambiar y mucho que aportar. Desde que nos vienen hablando desde Europa de, la ya tan manida palabra, “flexiseguridad”, hemos desaprovechado un maravilloso tiempo defendiendo como gato panza arriba lo que se nos venía encima, sin incorporar realmente al debate y a las prioridades sindicales el análisis y los estudios que los estupendos técnicos de empleo llevan años realizando. Resistirse a la evidencia, como en su día ocurrió con la inminente globalización que nos atenazó, en vez de aprovecharla para el beneficio de los trabajadores, ha sido un gran error que estaremos pagando durante mucho tiempo. Es tarea del sindicato encontrar las preciosas vetas que se esconden en la roca y no dejarse aplastar por ella. Para eso y no para otra cosa se unen y organizan los trabajadores en un objetivo común.
Espacios como éste necesitamos más y muchos. Sin temor a las críticas y dinamizando las aportaciones que puedan surgir, escuchando a los trabajadores y las trabajadoras, estudiando sus problemas reales y anticipando los ataques de la fiebre neoliberal que invade el órgano colectivo de la clase, y que no se retirará sin medicamentos.
Respuesta a Pedro Muñoz
30/09/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Estimado Pedro:
Tal y como has finalizado tu intervención, ahora puedo decir que sí estoy de acuerdo contigo. Sin embargo el debate no ha sido bizantino y sí muy provechoso, pues ha servido para aclarar y precisar el contenido de los conceptos utilizados. ¡No pocos son los debates teóricos que surgen por embrollos lingüísticos!
Que dos personas adultas puedan ponerse de acuerdo tras un debate honesto y argumentado, logrando a través de ese proceso alcanzar una verdad perfeccionada, es algo que está en la base de la dialéctica socrática (conocida como ‘mayéutica’), y que debería ser el modelo a emplear entre las personas que nos sentimos de izquierda. Me entristece comprobar cómo muy a menudo, lo que se pretende es derrotar al oponente y hacer triunfar las tesis propias a cualquier precio; un tipo de dialéctica conocida como ‘agonal’, de origen escolástico y que hoy triunfa en el mundo de la judicatura y de los «talk shows». Yo sólo empleo este último método en casos muy particulares y en contra de mi inclinación natural al consenso.
Un abrazo.
Segunda respuesta a Carlos J. Bugallo: Viabilidad
28/09/2014
Piter
Parado
De la misma manera acepto naturalmente las críticas que haces, lo cual no me impide mostrar mi desacuerdo en cuanto al tema de la viabilidad se refiere. De entrada recordar la definición que das sobre la viabilidad:
“es decir, su capacidad para satisfacer las necesidades humanas con el menor coste posible, lo cual será un imperativo incluso en el socialismo”
Estoy de acuerdo en que ésa sería la definición de la viabilidad en cualquier sistema racional, pero estamos en un sistema capitalista (globalmente), un sistema que es capaz de destruir a la Humanidad por obtener un poco más de beneficio.
Entonces, para el capitalismo la viabilidad significa otra cosa, y esa es mi queja, que en general se ha asumido por la mayor parte de la sociedad, sindicatos incluidos, el concepto de viabilidad capitalista, esa viabilidad ligada a los beneficios y que justifica despidos, cierres de empresas (y las famosas “deslocalizaciones”), reducciones salariales, pérdidas de derechos…
Recordemos que en la actualidad, el consumismo es un modelo en sí, no se trata en absoluto de satisfacer las necesidades humanas, sino incluso de crearlas en aras de obtener el máximo beneficio.
Es por ello que insisto: defender la viabilidad de las empresas capitalistas es sostener el capitalismo. Y me reitero: Otra cosa sería defender la viabilidad de las empresas autogestionadas o cogestionadas, ese si sería un objetivo de la clase trabajadora, pero desgraciadamente hoy por hoy éstas son las menos, e irrelevantes a la hora de orientar la sociedad hacia la justicia social
En conclusión: Si se trata de defender la viabilidad que satisface las necesidades humanas al mínimo coste, estoy de acuerdo. Pero no es ÉSA la viabilidad que se está defendiendo.
Salut y saludos!!!
Los sindicatos bajo la hegemonía del liberalismo
24/09/2014
Leo Moscoso
Sociólogo y politólogo
El diputado Coscubiela plantea en su texto muchos problemas distintos, todos ellos de un enorme interés. Por razones de espacio, me limitaré a comentar media docena de ellos.
1. La sociedad de los trabajadores declina derrotada por la sociedad de los rentistas. Podríamos ver esta transformación como un reconocimiento tardío del “carácter ficticio de la mercancía trabajo” – al que había aludido Karl Polanyi (1944). En la medida que la capacidad de trabajo se encuentra físicamente unida a su portador, es ineludible el imperativo de repartir el trabajo y los salarios; en cambio es posible no repartir el ni el capital ni sus rentas. Las sociedades de asalariados son, por consiguiente, más igualitarias que las sociedades de rentistas En las sociedades de rentistas, los nuevos pobres – generalmente bajo la forma del trabajador sin empleo – se encuentran excluidos del consumo. Carecen de renta y, al contrario de lo que sucedió con los trabajadores de los orígenes del mundo industrial, la sociedad no los necesita. La capacidad de trabajo se encuentra repartida. Por ello, en la formación de la sociedad industrial, el destino de los trabajadores no pudo ser otro que la integración. Ahora, en los albores de la definitiva descomposición de la sociedad industrial, los trabajadores están abocados a dejar de ser necesarios. La sociedad opulenta, que ha visto declinar el peso del trabajo, ya no necesita trabajo, sino rentas. Y, al contrario que el trabajo, la distribución de la renta (funcional, generacional, sexual, territorial, ocupacional, etc.,) puede ser tan desequilibrada como se quiera. La pregunta es inevitable: ¿qué sucederá el día en que la hidra de la revalorización de los activos financieros pueda alimentarse sola?
2. La Gran Parábola del liberalismo. De manera un tanto esquemática, podríamos hablar de una gran parábola de inclusión y exclusión del trabajo y los trabajadores en la trama política de las democracias liberales. La historia da comienzo con la crisis del liberalismo decimonónico, en los años que siguieron al aplastamiento de los communards de París, y la instalación de la gran depresión finisecular. Y el comienzo del fin tiene lugar cuando la parábola empieza a regresar a su nivel de origen, cien años después, hacia 1973, que es la fecha de referencia de otra crisis finisecular de cuya resaca todavía sufrimos algunos efectos. De esta parábola, el relato que nos interesa no toca a la colisión entre la esfera de la distinción (el mercado) y las dos esferas de la igualdad (clase y estado o ciudadanía). Esta colisión terminará, ciertamente, por producirse con la crisis definitiva del liberalismo en los años de entreguerras y el reconocimiento por parte del estado-nación – ya lo dijo Polanyi – del «carácter ficticio de la mercancía-trabajo». Pero lo que ahora nos interesa es el prólogo de ese relato: la colisión, no del estado contra el mercado, ni de la clase contra el mercado, sino la que tuvo lugar entre los dos sistemas de solidaridad. Nos interesa la colisión de la clase contra el estado.
La ironía del siglo XX es que esa colisión entre estado y clase contra el mercado jamás llegó a producirse. Al menos, no la de la clase contra el mercado. Al contrario, lo que sí se produjo fue – y este es un tema célebre de los años 50 y
60 – que, aparentemente convertido, en primer lugar, en el árbitro de una disputa entre mercado y clase, el estado pasó, a continuación, a convertirse en el mismo locus de la confrontación. Ese fue el punto más alto de la parábola de inclusión-exclusión; en el momento, es decir, en el que la lucha de clases fue fagocitada por el Estado, transformando el conflicto social en conflicto político. Lo cierto es que, desde la Gran Depresión de los años treinta, el fenómeno anda ya a rienda suelta: dejamos de hablar de la «intervención social» del estado, y empezamos a hablar del fenómeno inverso. Esto es, la reducción del estado y de sus recursos económicos – el gasto público – a un mercado, es decir, a un lugar y a un sistema de intercambios y negociación de rentas entre grupos sociales organizados. De modo que, por un lado, el estado asumía un papel de institución fundamental en la regulación de las relaciones económicas; de otro lado, sin embargo, sus decisiones se convertían a su vez en objeto de negociación, es decir, de intercambio, entre terceros. Tal es el origen de los modernos sistemas de bienestar: el momento en que el estado deja de estar como un jugador más en una partida a tres bandas para convertirse en el mismo escenario del juego. Un escenario en el que sus recursos, sus rentas, pasan a estar a merced de la negociación entre grupos, que tratan de actuar sobre el mercado en contra del mercado.
En resumen, ¿qué ha sucedido entre 1873 (el momento que asociamos al comienzo del fin del liberalismo clásico) y 1973 (el momento que asociamos al final de la edad dorada de la segunda posguerra, tras la profunda quiebra del modelo liberal en los años treinta)? Sencillamente, que la asimilación de la lucha de clases en el interior del estado bajo la forma de conflictos distributivos sobre las rentas nacionales, acompañados por la ampliación constante del material jurídico del que están hechos los derechos sociales, cambió la faz del capitalismo contemporáneo. Cuando la lógica del crecimiento, o de la acumulación capitalista, entró en una fase distinta, nos encontramos con que los que estaban ya dentro del nuevo sistema de la ciudadanía industrial habían consolidado sus conquistas en forma de derechos adquiridos, toda vez que tenían intereses creados en el mantenimiento de ese statu quo. Sus derechos los habían adquirido a cambio de consenso. Pero los insiders eran, a todas luces, «más libres y más iguales» que los outsiders. Quiero decir, más independientes del mercado y de sus mecanismos disciplinarios, así como depositarios de un status que habría de conferirles un lugar privilegiado en la jerarquía de la división social del trabajo. Pluralismo senza mercato – se decía en otro país. (Véase mi contribución de hace unos años en: http://revistas.ucm.es/index.php/CRLA/article/view/CRLA0303120013A).
3. ¿Crisis de transformación del sindicalismo? ¿Dificultades de adaptación al entorno de la mundialización? Se dice que la revolución neoliberal sorprendió al sindicalismo español en plena salida de una dictadura. Ahora bien, ¿de verdad no hubo tiempo para readaptarse? Y es cierto que, después, ha venido la ofensiva antisindical de los poderes económicos. Ahora bien, ¿no se podía haber hecho algo antes? El sindicalismo nació – lo dice Joan Coscubiela – como un “espacio de auto-organización de los trabajadores para la defensa de sus intereses”, pero hoy ya nadie, o casi nadie, se reconoce en ese sujeto histórico – la clase obrera – ni en sus expresiones organizativas en partidos o sindicatos obreros. Aislados de los medios de comunicación, de las generaciones de trabajadores más jóvenes, y envejecidos sus cuadros, los sindicatos de la vieja cultura socialdemócrata y comunista se asemejan hoy a uno más de tantos otros
lobbies que compiten por la influencia en los procesos legislativos en los que se dirime la distribución de la renta. Peor aún: un lobby débil, además. La desindustrialización, la segmentación de la clase trabajadora, la precarización del empleo han segado la hierba bajo los pies del sindicalismo tradicional de clase. La economía y la sociedad industriales, y el estado-nación han dado paso a economías financiarizadas en sociedades postindustriales, en las que – más que el estado de excepción – predominan las leyes de excepción impuestas por los poderes privados de espaldas al estado, o incluso en contra de él.
En tales condiciones, con una clase trabajadora profundamente segmentada y dispersa, con las organizaciones sindicales a la defensiva, y con la inmensa mayoría de los trabajadores en precario, la huelga general no parece una herramienta muy útil: en una economía dominada por el small business y el trabajo precario del proletariado de los servicios, para que la huelga general fuera eficaz habría que contar con la cooperación de la pequeña patronal. Los patronos – especialmente esa gran patronal corrupta y habituada a la impunidad en el abuso y al atropello contra los más débiles, que exhibe procazmente su desprecio por todo cuanto tenga que ver con el interés público, temen mucho más una huelga de consumo que una huelga de trabajo. De otro lado, no hay sindicato que resista la fragmentación y la segmentación experimentadas por la fábrica fordista. La clase obrera homogénea y su entorno económico y social (economía industrial, industrialismo, estado-nación empeñado en el desarrollo industrial) han desaparecido. Ya nadie se reconoce como parte de esa realidad. Lo que ha quedado en su lugar lo hemos dicho ya: una economía dominada por el small business y el trabajo precario del proletariado de los servicios. El sindicalismo tradicional no tiene capacidad de capilarizar en un entorno laboral tan fragmentario. De modo que, cuando no se está sobre el terreno, parece mejor optar por la representación.
4. Variedades del Sindicalismo. Sindicalismo es término que refiere a realidades bien distintas – afirma Coscubiela con razón. La variabilidad incide sobre la función de inclusión y exclusión desempeñada por las organizaciones sindicales. La ecuación más temible es la que dice que cuanta mayor inclusión, menor control social y mayor debilidad; y, al tiempo, cuanta menor inclusión, mayor control social y menor debilidad. Control social equivale aquí a la capacidad de chantaje sobre el capital, los patronos o la sociedad… Ahora bien, la conexión invariable entre inclusión y debilidad sólo está vigente para los sindicatos entendidos a la vieja usanza, como “espacios de auto-organización de los trabajadores para la defensa de sus intereses” – una organización de los trabajadores – como escribe el diputado. Si adoptamos la otra definición (la que viene de aquellos años de los grandes acuerdos sociales, que describe al sindicato como una organización para los trabajadores), los sindicatos son organizaciones públicas financiadas – igual que muchas otras – por el estado, amparadas por las leyes, y a las que el estado encomienda la función de la defensa de los intereses del trabajo. Es verdad que esta otra definición presenta el difícil problema de la diferenciación entre partidos y sindicatos obreros (el viejo problema de cómo explicar el surgimiento del célebre doble canal, problema del que aquí no me puedo ocupar), pero en ella no se verifica la temible ecuación enunciada más arriba: en el terreno de la representación de los intereses es posible ser inclusivo y fuerte a la vez. Y es posible organizar desde ahí el conflicto o la negociación, según convenga. De modo que sí; por si no se habían dado cuenta – aunque hace tiempo que se han dado cuenta – los
sindicatos están abocados a asumir funciones que van más allá de los intereses de los afiliados. Especialmente en estos tiempos en los que los viejos partidos obreros han dejado de ser obreros, y especialmente en estos tiempos en los que el sindicalismo está condenado – si quiere prosperar – a tejer conexiones con colectivos de precarios que tienen vínculos muy volátiles con el mercado de trabajo. Cuando la relación salarial pierde centralidad, tener un empleo debería ser una de las razones menos importantes por las que un trabajador se acerca a un sindicato. Habría llegado el momento de organizar a los trabajadores fuera de la fábrica, con el objetivo prioritario de cortocircuitar, en la medida de lo posible, la salvaje competencia entre trabajadores que la hegemonía liberal ha sido capaz de implantar durante los últimos decenios. En este momento de segmentación y dispersión de la clase trabajadora, sencillamente no es posible hacer sindicalismo exclusivamente desde los centros de trabajo. Alguien tiene que decir lo que está sucediendo en los centros de trabajo y estamos tardando en darnos cuenta de que muchos de los propios trabajadores no pueden, por el momento, hablar en primera persona. Coscubiela dirá que este enfoque plantea un problema de comunicación: ¿cómo hacer sindicalismo de trabajadores y para trabajadores en medio de la descomposición de la vieja sociedad industrial? La experiencia de las smart mobs en otros movimientos sociales es prueba de que es posible afrontar esas dificultades. El sindicato obrero debe entrar en la era de la comunicación digital.
5. ¿Tiene ventajas el sindicalismo de representación (para los trabajadores) que muchos defendemos? Las tiene. Permite a las confederaciones estar encima de todos los temas, incluso si los cuadros sindicales no están sobre el terreno. Debería igualmente permitir un aterrizaje de las propias organizaciones sobre el terreno cuando los trabajadores reclaman la presencia de las organizaciones sindicales en sus empresas y lugares de trabajo. Debería – en estos tiempos de corrupción empresarial rampante que no pasa factura ni electoral ni económica a los empresarios – haber permitido a las confederaciones convertirse (cosa que no han hecho) en la herramienta de denuncia de la corrupción, la opacidad fiscal y contable, y la falta de transparencia en el mundo empresarial. Y debería – incluso si sabemos que el estado social fue, históricamente, el contingente resultado de un intercambio de derechos sociales por consenso – permitir a los sindicatos convertirse hoy en las organizaciones de defensa del estado social amenazado. En fin, ese sindicalismo de representación es el único que puede permitir además organizar respuestas transnacionales en el marco de una economía internacionalizada. Por consiguiente, los sindicatos tienen hoy más tarea que nunca. A saber: 1) deben ocuparse de sus afiliados y también de los que no son sus afiliados; 2) deben “resolver los problemas” de los primeros al tiempo que defienden a todos los demás; 3) deben rechazar la doble escala salarial, al tiempo que buscan cooperar en materia no salarial con los trabajadores de nuevo ingreso cuando la ruptura con la doble escala no ha sido posible; 4) deben comprometerse con la viabilidad de las empresas, al tiempo que fuerzan a estas a comprometerse a su vez con el desarrollo social, cultural y medioambiental de los entornos en los que operan; 5) deben fomentar la participación de los trabajadores allí donde sea posible y proteger mediante el paraguas de la representación a todos los que no pueden participar; 6) deben ocuparse de fortalecer los salarios (este país jamás saldrá de la espiral de desapalancamiento y subconsumo en la que se encuentra si los salarios no crecen, al menos mientras perdure el sobre-
endeudamiento de los trabajadores con empleo) al tiempo que se ocupan de ofrecer servicios a todos los trabajadores y, en especial, a los más vulnerables (inmigrantes, mujeres, jóvenes, precarios, parados de larga duración, parados mayores, y en fin a los cientos de miles de trabajadores que se encuentran en la desprotección, sin convenio, o bajo un convenio esclavista de los que tanto abundan por aquí, o que, simplemente, trabajan en un sector dominado por alguna mafia empresarial, de esas que también abundan tanto).
6. Desde que fue identificada como síntoma de la transición a la sociedad post-industrial, la crisis del sindicalismo se traducía, en la práctica, en el dilema de cómo conseguir, sin perder los propios apoyos, sin perder implantación o influencia en los bastiones sindicales tradicionales, defender los intereses de los que están dentro, de quienes depende el sindicato y, al mismo tiempo, haciendo la cuadratura del círculo, tratar de dar cabida en los programas sindicales, en las agendas de reforma y en el discurso reivindicativo a los intereses de aquellos que están fuera, que se encuentran excluidos, y de cuyo descontento el sindicato recibe, sin embargo, otro recurso crítico – el reconocimiento de su función representativa por parte del estado – pero cuyos problemas no tienen probablemente solución dentro del marco en el que estamos, dejando intactas, esto es, las conquistas, o el territorio ganado, por aquellos que entraron en el sistema en el momento en que las cosas iban mejor. Pese a que hay mucha más tarea detrás, ya que en muchas sociedades existe un fuerte nexo entre el acceso al empleo y el acceso a los derechos de ciudadanía, este desafío sigue siendo ineludible. De lo contrario, como dice Coscubiela, el sindicalismo terminará convertido en un movimiento conservacionista, dando la razón a esa patronal cavernícola que tacha al sindicalismo de regresivo
Las clases y CC.OO (2ª parte)
19/09/2014
JJREGATOS
Trabajador Social. Secretario General del Sector de Administración Local de CCOO en Madrid
Internacionalista, aquí solo se denota el desconocimiento del trabajo que tanto desde la Confederación, como desde muchas federaciones como Industria han llevado en la coordinación de estrategia sindical en empresas multinacionales, para compatibilizar el derecho a los puestos de trabajo en una zona y la no deslocalización en otra. O el trabajo por la sindicalización en los países de economías más pobres y con una clase trabajadora totalmente explotada. Lo de Libia tampoco lo entendí y lo criticamos muchos.
Por último, muchos son los errores que podíamos detallar en la actuación de CCOO, tanto en su máxima dirección como en cada uno de sus miles de secciones sindicales de empresa, incluso en la afiliación. Y algunos creemos que se deben hacer cambios importantes en el sindicalismo en general y en CCOO en particular. Pero hay un idea suicida de algunas izquierdas, que defienden la lucha obrera para que los ricos y poderosos no lo sean y ya está, unido a cuanto peor estemos mas lucha habrá. La lucha obrera es para qué las clases trabajadoras vivamos con derechos, dignidad, libertad, empleo, proyecto de vida y en democracia. Y si para ello deben dejar de haber clases poderosas y ricas, mejor.
Las clases y CC.OO (1ªparte)
19/09/2014
JJREGATOS
Trabajador Social. Secretario General del Sector de Administración Local de CCOO en Madrid
La mayoría de los argumentos de Quim Boix para afirmar el abandono de la clase obrera por parte del principal sindicato de clase en el Estado Español simplifican demasiado el recorrido de los últimos 3º o 40 años de CCOO.
Sobre el lenguaje, admito cierta tendencia a lo políticamente correcto y a las modas, pero ahí están los documentos y los estatutos. Solo hay que pasarse por cualquier asamblea, consejo o ejecutiva de cualquiera de las federaciones y organizaciones territoriales, para escuchar y recordar nuestra identidad de sindicato sociopolítico y de clase.
Sobre las subvenciones, curioso argumento explotado por la derecha hasta la saciedad. Condenando y trabajando por erradicar cualquier uso inadecuado o malversación de fondos, que en el caso de CCOO se haya dado, hasta el momento de forma puntual y no orgánica. El tema es si el dinero es de los gobiernos burgueses o del pueblo, y si las organizaciones sociales y sindicales no tenemos derecho a co-gestionar fondos públicos y fondos derivados de nuestras aportaciones a las cotizaciones sociales para nuestra mejorar laboral, en formación o en otro campo. O por el contrario lo debemos dejar a la gestión derivada de un empresariado interesado y poco comprometido.
Funcionamiento democrático, es necesario superar el sistema de delegación (centralismo democrático) tanto en la elección de direcciones como en la toma de decisiones. Implantando sistemas de debate y decisión más participativos. Y se han cometido intervenciones seguramente inadecuadas en diversos conflictos, como el de SINTEL.
Pero la corriente amorfa asamblearia de algunos sindicatos donde demandamos decisiones asamblearias cuando no tenemos mayorías, pero no nos vincula si no sale nuestra propuesta, debe tener una reflexión.
Representativo, si es por las elecciones sindicales lo somos, si el por los Pactos también. Confundimos las discrepancias o total desacuerdo sobre lo que se pacta, con la representación. Sin menos cabo, que algunas decisiones transcendentes tanto a nivel confederal, como en las ramas respecto a los convenios colectivos, bien se podían someter a la decisión de la afiliación en primer lugar y según el tema al conjunto de la clase trabajadora. Lo que serviría de autentico avalar nuestra posición, y dotarnos de una mejor posición de negociación frente a patronal y gobierno.
Sindicato de lucha, cada uno tenemos una vara de medir y no hay referencia objetiva. Siendo crítico con algunas propuestas o posiciones que nos ha llevado a no estar ayudando en primera línea en algunas movilizaciones como la del 22 M de este años. Que se lo digan a los compañeros y compañeras a las que les piden años de cárcel por su participación en las huelgas generales convocados por estos sindicatos que según algunos no luchan.
I+D Sindical
19/09/2014
Maria Rojo
Ex-Adjunta Empleo y Migraciones CCOO
En mi opinión, los conceptos básicos entorno a los que se desarrolla la actividad sindical hasta hoy en día: CENTRO de trabajo, LUGAR de trabajo y TIEMPO de trabajo, son elementos obsoletos ya, de facto, desde hace tiempo. En esta consideración reside el terrible conflicto que presentan los sindicatos para adaptarse a los tiempos actuales. Creo que no es necesario justificar esta obsolescencia porque resulta evidente que los centros están atomizados, los lugares dispersos, y los tiempos tampoco sirven ya para valorar una producción que puede diferir enormemente en base al valor añadido.
Considero que centrarse en estas cuestiones esenciales, posibilitaría un desarrollo innovador de la actividad sindical, adaptándose a las necesidades actuales de los trabajadores y previendo las enormes dificultades futuras que se otean en el horizonte.
Volver a la «fábrica»
18/09/2014
Eddy Sánchez
Profesor de Ciencias Políticas de la UCM y Director de la Fundación de Investigaciones Marxistas
Dada por terminada la política de “compromiso histórico” e iniciadas las primeras consecuencias de la globalización en forma de deslocalizaciones, Berlinguer acude a las puertas de la factoría de la FIAT en Mirafiori y lanza un discurso crucial bajo la consigna de “volver a la fábrica”, con la que llamaba a la izquierda italiana a responder a la nueva reestructuración capitalista, con la necesaria reorganización del PCI dentro de las empresas. Berlinguer desde la política, Bruno Trentin desde el sindicalismo de la CGIL o Raniero Panzieri desde el marco del pensamiento marxista, marcaron una tradición que puede servir a la izquierda actual a recuperar el terreno perdido después de años de divorcio entre la izquierda y el mundo del trabajo.
En estos años las viejas clases dirigentes de nuestro país diseñan un indisimulado proyecto para la España pos-crisis, que tiene en las políticas de ajuste salarial permanente su eje central, políticas que requieren de un modelo social basado en la gestión cada vez más autoritaria de la fuerza de trabajo.
El objetivo es imponer un modelo de relaciones laborales que tenga como eje el despido, expresión del regreso a una sociedad donde prime lo que el Profesor Baylos llama “la violencia privada del empresario”. Ante este horizonte, el presente artículo defiende la siguiente tesis: la necesidad de acabar con el repliegue teórico y político y recuperar el ámbito productivo -el centro de trabajo- como espacio privilegiado para el conflicto social y político.
Frente a la consideración predominante dentro de la izquierda, de tomar el territorio como marco exclusivo del conflicto social y de la dimensión del estado como único ámbito de reivindicación, necesitamos dar por terminada la fase de desatención de la izquierda de la consideración del espacio productivo como espacio político predominante y del conflicto colectivo como herramienta fundamental de la acción. Abandonar la acción en los centros de trabajo y abandonar la huelga y el conflicto colectivo como herramienta de lucha, es ceder toda la suerte de la acción popular a su dimensión electoral.
Las dificultades de estos años tras la desindustrialización y el triunfo neoliberal han calado tan hondo en la vida política, que son el contexto en el cual la izquierda desanduvo sus propios pasos, apoyando diagnósticos sobre la pérdida del predominio de la centralidad del conflicto capital-trabajo, desdibujando el rol activo de las acciones donde el eje era el centro de trabajo o el conflicto obrero y dando lugar a una serie de interpretaciones políticas de la lucha de clases, que seguro, son contradictorias con el sentido buscado en el presente artículo.
En este contexto se avanzó en una apuesta teórica y de interpretación política “por fuera de la fábrica”, que desarrolló marcos teóricos más interesados por otras esferas de la acción colectiva más centrada en el estado, los partidos y los movimientos sociales que por el mundo del trabajo. La intención del presente artículo es contribuir de manera concreta a esta iniciativa insólita en la izquierda de hoy, que nos brinda Espacio Público y el compañero Joan Coscubiela.
Contribución que elije la dimensión teórica que plantea el texto de Coscubiela, en el sentido de recuperar la consideración del centro de trabajo como ámbito privilegiado de la acción política. Para ello se estructura el artículo en dos partes: una primera en la que se exponen criterios de carácter teórico acerca de la centralidad del trabajo en las sociedades contemporáneas y una segunda, en la que se concreta dicho marco teórico en el contexto de la España en crisis.
La centralidad política del ámbito productivo
En todas las constituciones liberales, el trabajo es designado como la vía central y única de integración y de participación del sujeto en la sociedad. El trabajo es la propiedad inalienable con la que cada sujeto se inserta en la sociedad capitalista, y con cuyo libre uso alcanza el estatus que le corresponde en la jerarquía social.
Es en este sentido en el que el derecho al trabajo articula el derecho de resistencia. El trabajo en el marco de las sociedades contemporáneas, denota dependencia y contradicción, ya que tener fuerza de trabajo no es tener trabajo, sino una capacidad para adquirir propiedades, las cuales no dependen para su ejercicio de la voluntad del tenedor de la fuerza de trabajo (el trabajador) sino de la autoridad del empresario.
De esta forma el espacio productivo aparece en las sociedades capitalistas como una esfera política, en el momento en el que la acción sindical y obrera disputa la autoridad que la patronal detenta en exclusiva dentro del espacio productivo, según le otorga nuestro ordenamiento jurídico al empresariado.
Esta centralidad política del ámbito productivo, es la que obliga recuperar claves interpretativas que permitan volver a considerar ese derecho a la rebeldía obrera incluso donde parece inexistente: en la fábrica y las empresas. O mejor dicho, no podrá haber una revolución democrática en nuestro país, sin la recuperación del conflicto en el espacio productivo.
Si en las sociedades actuales es en el trabajo donde se da el marco condicionante de explotación y desigualdad, nos lleva a que de la recuperación de la acción obrera en ese espacio, dependa la viabilidad de un proyecto de cambio en nuestro país. Esto obliga a la izquierda intelectual, social y política, volver a recuperar los problemas ligados al lugar de trabajo como un ámbito central del análisis.
De aquí el valor de la huelga y la acción obrera dentro de la empresa, ya que la huelga es la instancia máxima de disputa de control del poder empresarial dentro del espacio productivo. Las relaciones sociales contemporáneas vienen determinadas por el predominio casi absoluto de la relación salarial, las cuales vienen marcadas por la potestad en exclusiva del control por parte del empresario privado de la realidad productiva, que otorga a la clase empresarial la facultad total de la mayor capacidad de violencia colectiva existente en las sociedades contemporáneas, la capacidad de despedir. De la capacidad de revertir este poder dependen las condiciones de un cambio en nuestro país.
Esta dinámica es estructural a nuestro sistema social, lo que requiere de contratendencias que sirvan de contrapeso a tal hegemonía empresarial de la planificación de nuestra sociedad, que tiene en el sindicalismo, la acción colectiva y la huelga tres de sus límites más destacados.
De todos ellos la huelga se presenta como el momento central del conflicto social en nuestra sociedad, al ser el acontecimiento que “interrumpe” la relación laboral que fundamenta la organización de la actividad empresarial y que proviene del “exterior” de la ordenación del sistema de trabajo dirigido y controlado por el empresario. La huelga tiene por objetivo alterar y paralizar la producción, con la intención -en palabras de Baylos- “de subvertir la normalidad productiva a partir del rechazo del trabajo como instrumento de dominación ejercido por un poder privado sobre las personas”.
La huelga y el conflicto obrero dentro de la empresa limitan las prerrogativas ordinarias del poder empresarial derivadas del ejercicio de la libre empresa, al desplegar sus efectos suspensivos de la relación de dominación marcada por el contrato laboral, que implica que en una sociedad donde el mercado es el eje, la clase trabajadora reivindica mediante su acción colectiva y el conflicto, su rol político para transformar la situación económica, social y cultural de nuestro país.
De ahí la obsesión por parte de la patronal, de “sacar” la acción política dentro de las empresas y hacer que sea el estado quien absorba la totalidad de las consecuencias del conflicto social y sus reivindicaciones. Lo que debe obligar a la izquierda a volver a desarrollar una práctica teórica y política que vuelva a “meter” el conflicto dentro de su ámbito principal, el espacio de la empresa.
En los párrafos anteriores se expone lo general: en el centro de trabajo está la gran transformación. Ahora la intención es aterrizar en los concreto: cómo se da esto en un espacio concreto: la España en crisis.
En el centro de trabajo esta la gran transformación
El capitalismo es un modo de producción que tiene en las crisis su mecanismo de avance y recomposición. De cada crisis le sucede una reconfiguración de la división internacional del trabajo. Este proceso tiene una dimensión nueva, al estar viviendo una realidad histórica, como es la posibilidad de conocer una Europa desplazada, una Europa (al menos la occidental) que aparece como la gran perdedora de la actual crisis, al desplazarse el eje de la acumulación del capital a nivel mundial, del eje Atlántico al eje Pacífico. Proceso que sitúa a nuestro país como una formación social periférica dentro del marco de la UE, como un país que queda descentrado dentro del proceso de globalización contemporáneo.
Esto obliga al movimiento obrero, al menos de tradición marxista, a atender más los actuales procesos de reestructuración de los aparatos productivos desde el centro de trabajo. Tal y como plantea López Bulla, es en el centro de trabajo dónde se está dando la “gran transformación” que nos permite entender la sociedad actual.
Esta “gran transformación” que en forma de involución, dan cuenta las últimas reformas laborales y de negociación colectiva en España, profundiza en la fragmentación de nuestra estructura productiva, que impulsa una rearticulación de la cadena de valor y de la división social del trabajo desde una dinámica concentración del poder decisorio sin centralización de las estructuras productivas.
Esto provoca un aumento de la dependencia tecnológica de nuestro país respecto de las áreas centrales de Europa, profundiza en los procesos de integración vertical de la producción y de la realidad empresarial que empuja a nuestras pymes a las últimas posiciones de la cadena de valor global y aumenta las dinámicas de fragmentación territorial dentro de España, como resultado de las dinámicas competitivas nacionales, donde el área de inserción central en la globalización no es el Estado nación sino la región.
Esta nueva división internacional del trabajo condiciona y presiona hacia un marco de relaciones laborales fragmentado y desarticulado, donde los factores centrales son los móviles (el capital) en contra de los intereses de los factores fijos (el trabajo y el territorio), lo que nos lleva a que el eje de las relaciones sociales del futuro serán el despido y la precariedad y no el derecho del trabajo.
De esta descripción surgen los dos elementos centrales que determinan el curso de las relaciones laborales en nuestro país. Uno en forma de configuración de una nueva división internacional del trabajo que fragmenta aún más nuestra estructura productiva, bajo una inserción dependiente en la economía mundial del futuro.
La articulación de esa nueva jerarquía productiva internacional determina el segundo aspecto, donde el instrumento de dominación del centro sobre la periferia no se manifestará ya tanto a través de las inversiones directas, de las relaciones comerciales o del uso de instrumentos como el pago de la deuda, como por medio del control tecnológico de los procesos productivos.
Esta nueva forma de dependencia económica confiere al centro de trabajo y sus futuras transformaciones un aspecto central en el debate político y sindical, que deben abordar con toda su intensidad la relación existente entre tecnología-salarios-productividad, algo imposible si las fuerzas de transformación social no pasan por un regreso de la izquierda “a la fábrica”.
Respuesta a Quim Boix
17/09/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
CC.OO dejó de ser un sindicato de clase
15/09/2014
Quim Boix
Dirigente de la Federacion Sindical Mundial
Para algunos de los lectores esta afirmación les parecerá demasiado contundente, pero lamentablemente es tan cierta que ya es difícil que pueda recuperar esta condición. No se trata de discutir desde cuando dejó de serlo, pero si recordar que CCOO, fundada ahora hace 50 años, ya no cumple con los “requisitos definitorios de un sindicato de clase”, si nos basamos en los propios documentos fundacionales de CCOO.
Los aproximadamente 4.000 caracteres, que, según me han orientado, debe tener este texto, no me permitirán extenderme. Lo haré en nuevos artículos si se me da oportunidad. Pero voy a recordar, punto a punto, lo que era en su fundación (haciéndole un referente en España y fuera de ella), y no es hoy el sindicato CCOO. Dejando claro que me refiero a la globalidad del sindicato y en especial a sus actuales dirigentes, no a casos concretos ni a partes importantes de la base sindical honesta y luchadora (que cada día cuenta menos en las decisiones de la dirección).
CCOO ya no es un sindicato de clase, al no defender a la clase obrera, a los explotados, frente a los reales ataques de su enemigo, la clase empresarial (burguesa, capitalista). Niega la existencia de la lucha de clases por el simple hecho de no hablar de ella (antes lo hacía siempre) en ninguno de sus documentos, ni congresuales ni principales resoluciones. Es más ha adoptado en su “lenguaje oficial” la terminología que usan los enemigos de la clase obrera: “agentes sociales” para designar clase social, es el mejor ejemplo de ello.
CCOO ya no es un sindicato independiente, capaz de ayudar a los asalariados a saber que son explotados y que se les roba la plusvalía de lo que producen. Sus cursos de formación no solo dependen de las subvenciones que dan la UE y los gobiernos burgueses, sino que además sus contenidos no incluyen nada que difiera, en lo fundamental, de la concepción capitalista de la sociedad.
CCOO ya no es un sindicato democrático, al no respetar, en las decisiones que adoptan los dirigentes, las opiniones de los trabajadores. En la mayoría de casos ni se consulta a los afectados (el ejemplo de PANRICO es, entre muchos, uno de los más recientes y dolorosos), y, si son consultados, no se respeta su opinión cuando no conviene a los intereses de los dirigentes.
CCOO ya no es un sindicato representativo de la clase obrera, al haber firmado muchos Pactos Sociales, entendidos como pactos en los que el beneficiario es el capitalismo. Uno de los más escandalosos y recientes ha sido la aceptación de la nueva rebaja de las pensiones, cuando hay dinero suficiente para ellas.
CCOO ya no es un sindicato asambleario, al tomar constantemente sus decisiones sin realizar las necesarias asambleas de debate y contraposición de argumentos, única forma de conseguir que el voto de cada trabajador se realice en base a argumentos contrapuestos. La última experiencia positiva de su práctica asamblearia se remonta a los años 80 cuando en Catalunya se hicieron asambleas en todas las grandes empresas y comarcas para decidir si se aceptaba el Pacto Social. La mayoría de los participantes dijimos NO a la firma del Pacto, pero los dirigentes de la CONC votaron SI en la reunión estatal.
CCOO ya no es un sindicato participativo, al redactar las propuestas que lleva a las mesas de negociación en los despachos de la cúpula dirigente, que después intenta presentarlas como lo mejor para los asalariados. En realidad hoy CCOO no consulta, ni a sus afiliados, antes de firmar los grandes Pactos con los gobiernos (del PP o del PSOE) y la patronal.
CCOO ya no es un sindicato unitario, al no trabajar por la unidad de los diversos sindicatos y al aceptar la división de la clase obrera impuesta por la patronal. Me refiero a los convenios aceptados por este sindicato (el primero el de Pirelli a finales del siglo pasado) en los que CCOO firma diferencias, en las escalas salariales y en otras condiciones laborales, según la antigüedad u otros criterios.
CCOO ya no es un sindicato de lucha, al no convocar acciones que realmente puedan obligar a la patronal a ceder frente a las justas demandas de los trabajadores. En los últimos años se ha limitado a convocar acciones (huelgas y manifestaciones) más para dejar constancia de su existencia como sindicato que para forzar un acuerdo útil para la clase obrera.
CCOO ya no es un sindicato sociopolítico, al no participar más que esporádicamente (y arrastrado por otras organizaciones) en las luchas vecinales, solidarias, medioambientales, por la vivienda, contra las privatizaciones, por las pensiones dignas, u otras, de las que antes era impulsor y protagonista.
CCOO ya no es un sindicato internacionalista, al no defender la unidad de la clase obrera más allá de las fronteras de los estados, que la burguesía tiene establecidos para hacer funcionar el capitalismo mundial, ni criticar (antes si lo hacía) al imperialismo que aquél impone (para robar las riquezas a los pueblos, como antes hacían los colonizadores). Lo más escandaloso en este aspecto ha sido el apoyo a la CSI (Confederación Sindical Internacional), de la que CCOO forma parte, en la proclama pública de aquella de soporte a la OTAN cuando esta alianza militar invadía Libia.
No entro a analizar los tristes y abundantes casos de corrupción en los que están implicados importantes dirigentes de CCOO, ni a comentar que no es una casualidad que los dos sucesores de Marcelino Camacho (me refiero a Antonio Gutiérrez Vegara y José María Fidalgo) hayan terminado en el PSOE y en el PP respectivamente. Son consecuencias lógicas del continuado abandono de las posiciones de clase.
La parábola del sindicato (2)
11/09/2014
José Luís López Bulla
3.1.– Comoquiera que hemos estado sosteniendo que el sindicalismo confederal está desubicado del nuevo paradigma, que por pura comodidad llamaremos postfordista, es de cajón exigirle que diseñe una primera aproximación a un proyecto capaz de incluirlo en esta gran transformación. Ya hemos referido que, aunque deshilvanado e incompleto, en ciertos materiales congresuales hay determinadas pistas, ciertos indicios por donde se debe empezar es construcción. Advirtamos, de entrada, que un proyecto no es un zurcido de retales dispersos: es, digámoslo así un «texto», que debe verificarse diariamente y dónde todas sus variables deben ser compatibles entre sí.Un texto, además y sobre todo, donde quede clara la función principal. Sin más dilación planteo que esa función principal debe ser la cuestión tecnológica. Y, más concretamente, algo que ya abordé hace años: en http://alametiendo.blogspot.com.es/2011/07/pacto-social-por-la-innovacion.html y en http://elpais.com/diario/2003/04/25/catalunya/1051232840_850215.html. Entiendo que, para lo que deseo proponer, los considero plenamente vigentes. Se trata de entrar en una fase de largo recorrido que llamo el «Pacto social por la innovación tecnológica». Me interesa decir que este planteamiento no sólo es válido también para el sindicalismo europeo sino que debe ser su elemento central. Desde luego, entiendo que para el sindicalismo español es el camino para: reconstruir las consecuencias de la crisis económica, trascender la reforma laboral y sus efectos y, finalmente, resituar al sindicalismo en esta fase de innovación-reestructuración.
Antonio Gramsci dejó dicho que «El movimiento histórico nunca vuelve atrás y no existen restauraciones in toto» [El cesarismo en Política y sociedad. Ediciones Península, 1977]. De esta idea gramsciana deducimos que, tras la salida de la crisis, sea cual fuere la forma que adopte dicha salida, no se volverá a la situación anterior a la reforma laboral, porque esta no se concibió ni se puso en marcha en función de la crisis económica. El sindicalismo, pues, tendrá que reconstruir no restaurar. Una reconstrucción que será gradual y, posiblemente, de una gran complejidad.
Aclaro: este Pacto social por la innovación tecnológica no se refiere a un momento puntual, esto es, de una negociación convencional análoga a lo que hemos conocido como políticas de concertación. Es, más bien, un itinerario que pone en el centro de sus preocupaciones y reivindicaciones el hecho tecnológico. Ese largo recorrido no se circunscribe, sólo ni principalmente, a los acuerdos “por arriba” sino que pone en marcha un entramado extendido a todos los sectores y territorios, a todos los ecocentros de trabajo. En este nuevo eje de coordenadas, el sindicato tiene la oportunidad de ajustarse las cuentas a sí mismo. Me explico, hemos hablado en otras ocasiones de hasta qué punto el fordismo y el taylorismo colonizaron a las organizaciones sociales (también al conjunto de la política). Pues bien, interviniendo en el hecho tecnológico, en los procesos concretos de innovación-reestructuración global, cabe la hipótesis de que en ese recorrido lago del pacto social por la innovación tecnológica, el sindicalismo no sólo conteste el abuso sino el uso de la organización del trabajo. Ya nos hemos referido en otras ocasiones que, bajo el fordismo y el taylorismo, sólo contestamos el abuso. Más todavía, lo que estamos planteando no se refiere a una actitud pasiva frente al hecho tecnológico, esto es, en no obstaculizar el avance técnico, sino especialmente en una actitud activa con un esfuerzo inédito por anticipar las repercusiones del progreso técnico.
Más todavía, a partir de este (itinerante) pacto por la innovación tecnológica cabe la hipótesis de construir una honda reforma del Estado de bienestar de nuevas características. A saber, eliminando gradualmente su carácter de resarcidor en aras a abrir oportunidades inclusivas.
3.2.– Ahora bien, este planteamiento que intenta, ordenada y gradualmente, poner el sindicato patas arriba requiere, a mi entender, estos grandes desafíos: uno, ya dicho, interpretar adecuadamente los procesos reales que se desarrollan en los ecocentros de trabajo, viendo lo que va surgiendo y lo que desaparece; dos, intervenir decididamente en la organización del trabajo; tres, proponer los derechos propios de esta fase tecnológica; y cuarto, señalar con qué amistades preferentes vamos a caminar en tan largo recorrido. Vayamos por partes.
No basta, sin embargo, interpretar adecuadamente los procesos reales, es fundamental que esa interpretación con punto de vista fundamentado se encarne en praxis, tenga su fisicidad propia a la hora de la negociación difusa que estamos planteando. O, lo que es lo mismo, hay que pasar de la literatura oficial a la real: la real es la que se concreta en la plataforma reivindicativa y, tras los lógicos meandros de la negociación, llega a su punto de conclusión.
Entiendo que es preciso superar que el dador de trabajo tenga todo el poder a la hora de fijar la organización del trabajo. En ese sentido es fundamental que se proponga el instrumento de la «codeterminación»; si se lee e interpreta adecuadamente se verá que no estamos hablando de la cogestión que, a mi entender, ni está ni afortunadamente se la espera. Entendemos la cotederminación como la fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones «definitivas» en relación, por ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. A mi juicio, la codeterminación es el derecho más importante a conseguir en el centro de trabajo. Para ello, lógicamente, se precisa una reforma de algunos artículos del Estatuto de los Trabajadores. Mientras tanto, debería ser el centro de todas las plataformas reivindicativas. Más todavía, mediante la intervención sindical en todo el polinomio de la organización del trabajo cabe la posibilidad de ir eliminando todo lo que queda del taylorismo –recuérdese que hemos hablado de la defunción del fordismo, pero no del taylorismo que sigue vivo y coleando— en el centro de trabajo innovado.
Así pues, la codeterminación presidiría el elenco de derechos propios de esta fase, junto a todos los relativos a los saberes (incluidos los profesionales) y el conocimiento. Entendemos los «saberes profesionales» de esta manera: la unión de dos dimensiones complementarias: la del “saber” en su acepción más amplia, constituida por elementos de teoría, práctica, modalidades de relaciones, modelos éticos de referencia y sistemas de valor y la dimensión “profesional”, constituida por competencias necesarias para el ejercicio de determinadas actividades en uno o más ámbitos. De esta definición de los saberes profesionales llegamos a una propuesta: la necesidad de elaborar un Estatuto de los Saberes. Este Estatuto sería la conclusión de una estrategia global de redistribución del acceso a los saberes y a la información, democratizando la revolución digital y tecnológica. Lo que tiene su máxima importancia en estos tiempos que necesitan que el sindicalismo (y la política) valoren el capital cognitivo en todas sus intervenciones; una batalla a la que, lógicamente, hay que implicar a los poderes públicos. Y comoquiera que no hay batalla sin su correspondiente grito mediático, propongo el siguiente: «Más saberes para todos». A grandes rasgos podrían ser: a) la formación a lo largo de todo el arco de la vida laboral, que ya hemos citado; b) enseñanza digital obligatoria y gratuita; c) acceso a un elenco de saberes por determinar; d) años sabáticos en unas condiciones que deberán ser claramente estipuladas. Se trataría de un proyecto cuya aplicación se orientaría a todo el universo del trabajo.
Estamos hablando de un proyecto que sirve para incluir la formación, el conocimiento y los saberes –en palabras de Marx, el general intellect— en el actual paradigma, orientado a la autorealización de cada trabajador y a la humanización del trabajo, a la racionalidad y eficiencia del ecocentro de trabajo. Vale la pena traer a colación las palabras de un alto manager de Volkswagen a mediados de los años noventa: «Ahora entramos en una fase de transición y de turbulencias que durará diez años y que lo cambiará todo. ¿Cómo es posible gobernar este cambio sin una clase trabajadora y su saber hacer y con el patrimonio profesional que se ha acumulado en todos estos años? Yo no puedo arrojar a la cesta de los papeles un patrimonio de este género. Con él debo intentar cambiar y transformar la empresa». Lástima que el empresario-masa y las élites del management no hayan entendido ese mensaje. Han preferido la discrecionalidad autoritaria, incluso a costa de la eficiencia de la empresa, porque concebían que el actual proceso de acumulación capitalista (al igual que en los orígenes de la primera revolución industrial) había que hacerla sin sujetos alternativos, ni controles democráticos.
Esta batalla debe darla un sujeto extrovertido como lo es el sindicato. Que puede movilizar a un importante batallón del talento (investigadores, científicos sociales, operadores jurídicos…) para –junto a los trabajadores y a modo de los «círculos de estudios suecos»– proponer un proyecto de humanización del trabajo, liquidando los vestigios del «gorila amaestrado» del que habló con tanto desparpajo el ingeniero Taylor. En este sentido adquiere una importancia considerable la idea que repetidamente plantea nuestro amigo Riccardo Terzi, a saber, que los sindicalistas sean unos «experimentadores sociales», no sólo en las cuestiones organizativas sino en todo el quehacer del sujeto social en la relación entre ciencia, técnica y organización del trabajo.
4.– La forma sindicato y la representación
De hecho, la casa sindical tiene los mismos planos que proyectamos tras la legalización en 1977, a pesar de los grandes cambios –conquistas incluídas en este «ciclo largo»– que se operan en el ecocentro de trabajo. Nos referimos a la morfología del sindicato y a su representación. La primera observación que se deduce de todo lo anteriormente dicho es que lo que nos pareció válido hace treinta y siete años ahora he envejecido considerablemente. La nueva geografía del trabajo, que ha ido cambiando espectacularmente a lo largo de estos 37 años, tiene que ver muy poco con la de aquellos entonces cuando construimos la casa sindical. Vale la pena, pues, pararnos a pensar hasta qué punto nos es de utilidad mantener tan obsoleta morfología sindical.
Ahora bien, el problema central no estriba –sólo ni principalmente– en el envejecimiento de las formas de representación del sindicato, especialmente en el ecocentro de trabajo. La cuestión está en la afasia, de un lado, entre cambios en el centro de trabajo y el mantenimiento de las mismas formas de representación anteriores a tales mutaciones; y, de otro lado, la inserción plena del centro de trabajo en la globalización mientras las formas organizativas del sindicato –especialmente la representación– mantienen el carácter típico de los tiempos del fordismo en el Estado-nacional. En concreto: han envejecido y, a la par, se han desubicado de los procesos en marcha de la reestructuración e innovación globales. Este es, por ejemplo, el gran problema de los comités de empresa, a los que debe tanto el sindicalismo español, pero que ahora se han convertido en un freno para representar y tutelar la nueva geografía del trabajo. De ello se ha hablado largo y tendido en http://theparapanda.blogspot.com.es/2007/02/una-conversacion-particular.html, y a ella nos remitimos.
Esta crisis de representación que se ha acentuado frente a los cambios, cuantitativos y cualitativos que intervienen a diario en el cuerpo vivo del conjunto asalariado y no sólo en términos de renta y salarios, de profesiones y situación ante el empleo, también en términos subjetivos: presencias culturales diversas, exigencias diferentes y prioridades individuales distintas que hace tiempo no conseguimos aprehender y, por tanto, representar. Por ello, me esfuerzo en reclamar que tenemos necesidad de un nuevo modelo organizativo ya que la actual estructura centralista no está en condiciones de captar la complejidad frenética del tejido social.
5.— La participación como necesidad y derecho
Las estructuras dirigentes del sindicato están legitimadas por el conjunto de los afiliados. La explicación es bien sencilla: las estructuras no se autolegitiman sino que son legitimadas. Esta obviedad, sin embargo, nos interpela a sacar conclusiones. A saber, la «soberanía» del sindicato radica en su base afiliativa y— para determinadas decisiones– en el conjunto de los trabajadores, estén afiliados o no: http://lopezbulla.blogspot.com.es/2007/12/texto-definitivo-sobre-la-soberania.html Así pues, los grupos dirigentes gestionan esa soberanía. De ahí que parece conveniente repensar los hechos participativos dándoles un nuevo enfoque en dirección de una práctica, que esté reglada en los textos estatutarios. Nuevo enfoque: reconocer dónde radica la soberanía sindical y estipular de manera solemne que la participación, en consecuencia, es un derecho, además de una necesidad.
Que sea un derecho me parece una consecuencia directa de quién legitima a quién y de nuestro planteamiento acerca de la soberanía. Que es una necesidad merece razonarse adecuadamente. No sólo, con ser importante, se puede justificar en aras a la democracia deliberativa, también merece que nos refiramos al conjunto de utilidades y propuestas que surgen de toda discusión bien ordenada. Especialmente cuando este orden está precedido de unos textos escritos con claridad. Por ejemplo, propuestas de plataformas de convenio, planteamientos de nuestras contrapartes en relación a mil cosas, que no pueden dejarse a la buena de Dios de la cultura tradicional y fundamentalmente oral del sindicalismo.
Para evitar suspicacias tengo interés en reafirmar que el sindicalismo es una organización democrática. Es más, ahora que estamos ante una cierta mitomanía con las primarias para elegir los primeros dirigentes de los partidos políticos, es bueno recordar que, desde los primeros andares de algún sindicato, las listas para las elecciones sindicales eran confeccionadas sobre la base de unas primarias –no sólo referidas al primero de la candidatura sino al conjunto de los candidatos— que no nosotros llamábamos pre selección. Así pues, habrá que decirles a los mitómanos aquello de «menos lobos, señor cura».
La participación de los trabajadores, hemos dicho de manera reincidente, es un derecho y una necesidad. Al menos hoy no hace falta que nos extendamos en esta cuestión. En todo caso, es obligado que captemos las novedades que el hecho tecnológico ha provocado sobre ese particular en el ecocentro de trabajo innovado. Una de las novedades es la aparición de una curiosa equivocidad: las nuevas tecnologías, que están conformando un ecocentro de trabajo constantemente innovado, interfieren en el interior de éste el estilo de participación de los trabajadores que, por lo general, sigue siendo de matriz fordista; pero, tan vasta panoplia de nuevas y novísimas tecnologías favorece, fuera del centro de trabajo, la participación de los trabajadores, esto es, propicia la emergencia de que los hechos participativos expresen lo que, en los famosos Grundisse, Marx llamó el «general intellect» en beneficio y utilidad de la acción colectiva. Ahora bien, se trata de una contradicción entre nuevas tecnologías y hechos participativos en el ecocentro de trabajo, sino de una inadecuada forma de hacer participar a los trabajadores en el contexto de la nueva geografía del trabajo.
Hace ya muchos años, a mediados de los noventa, Juan López Lafuente –uno de los dirigentes más perspicaces de Comisiones Obreras– captó las posibilidades de vincular el hecho tecnológico con una participación informada, activa e inteligente en el ecocentro de trabajo. El relato de la experiencia de López Lafuente es, en apretada síntesis, el siguiente: el comité de empresa de Catalunya Ràdio convoca una asamblea de todos los centros de trabajo, cuyos miembros están desparramados en diversas localidades. ¿Cómo hacer que la participación sea plena, a pesar de la dispersión en tantas localidades? Alguien da en la tecla: aprovechemos todo el instrumental técnico de la empresa. Y ni cortos ni perezosos convocan la asamblea que se realiza a través de los canales internos de las ondas. «Aquí, Reus, pido la palabra»; «Tienes la palabra, Reus»; «Aquí, Girona, pido la palabra»; «Espérate a que te toque, Girona»… Finalmente, y al igual que en las asambleas tradicionalmente presenciales, nuestro Juan López hizo el resumen del debate y las conclusiones. Hoy, con los nuevos lenguajes, hablaríamos de «empoderamiento» de la nueva tecnología por parte de los representantes de los trabajadores. También es destacable la experiencia del personal de la Universidad de Castilla La Mancha: 1.500 trabajadores en cinco campus diferentes, utilizan una plataforma virtual que les permite debatir problemas, elaborar documentos, adoptar medidas de acción colectiva, quedando de todo ello reflejado en actas de acceso público para todos los miembros de la representación unitaria y en su caso para los propios trabajadores.
Es obvio que no se puede extrapolar esta experiencia. No importa. Lo que vale es la imaginación y el resultado alcanzado. Lo que tiene interés es que los representantes de los trabajadores de Catalunya Ràdio transformaron la dispersión de los centros de trabajo en una asamblea ecuménica de nuevo estilo. El hecho tecnológico dejaba de ser una interferencia para convertirse en un acicate de la participación. Así pues, que el hecho tecnológico signifique un impedimento o un acicate para la participación depende de cómo se inserte plenamente el sujeto social en el nuevo paradigma.
No ha sido infrecuente en los sectores de la enseñanza el ejercicio del conflicto de una manera nueva: la simultaneidad de estar en huelga con dar clase en la calle y centros emblemáticos de la ciudad, significando, en opinión del profesor Francisco José Trillo, «una mirada acusadora a cierto desden que niega la posibilidad de experimentar otros vías que hagan clamorosamente visible el conflicto». Ha sido un acto de protesta que, además, ha conseguido una gran simpatía ciudadana.
Hay que felicitarse del considerable avance que ha dado el sindicato con su presencia en las redes sociales. Por lo general se concreta en una vasta trama de webs y blogs de secciones sindicales y de dirigentes cualificados. Ahora bien, con ser importante la información que ofrecen –lo que no es poca cosa— de lo que estamos hablando es de la participación. Esto es, de la traducción de la información en participación. Pues bien, dadas las características de las webs y de los blogs podemos afirmar que, sin embargo y a pesar de su importancia, estas redes todavía no están pensadas para provocar la participación. Este, a mi entender, es el reto.
Alguien dirá que esta participación no puede substituir a las asambleas y reuniones tradicionalmente presenciales. Vale, eso ya lo sabemos. Pero aquí de lo que se trata es de aprovechar la democracia expansiva que puede generarse a partir de estos medios de nuevo estilo.
Por ello, todo lo que se está planteando en este capítulo se refiere a la necesidad de una mayor acumulación de democracia, de sindicalismo más próximo. En apretada síntesis, a una democracia de nuevo estilo. Por ejemplo, ¿qué impide que exista una mayor acumulación de hechos participativos en momentos tan decisivos como la negociación colectiva? Me estoy refiriendo a los momentos decisivos del convenio colectivo. ¿Acaso es un disparate que, antes de la firma o no del convenio, se proceda a un referéndum que sancione la bondad o no de lo que se ha preacordado? ¿Acaso no es exigible que aquellas organizaciones sindicales que se llenan la boca con lo del «dret a decidir» [el derecho a decidir] para asuntos políticos empiecen practicando en su propia casa exactamente eso, el derecho a decidir?
En conclusión, la participación –derecho y necesidad— para no ser mera retórica debe tener sus propias reglas con rango estatutario de obligado cumplimiento. De esta manera se va avanzando en la configuración de un «sindicato de los trabajadores», que no es exactamente igual que un sindicato para los trabajadores como tantas veces he señalado.
6.– Sobre el conflicto
Empecemos por una cuestión que el sindicalismo no parece haber comprendido de manera suficiente: la victoria del conflicto social depende de un conjunto de variables, tales como la justeza de las reivindicaciones, la relación entre formas de movilización y la plataforma reivindicativa, los niveles cuantitativos y cualitativos de la afiliación y el consenso que despierta el sindicato, en tanto que tal, entre el conjunto asalariado. Condición indispensable: que todo ello esté inserto en esta fase que ya, como se ha dicho repetidamente, no es la fordista.
Históricamente el ejercicio del conflicto se ha caracterizado por un acontecimiento rotundo: si la persona dejaba de trabajar, la máquina se paralizaba por lo general; este detalle era el que provocaba la realización de la huelga. Hoy, en no pocos sectores, la ausencia de vínculo puntual entre el hombre y la máquina (esto es, que la persona deje de trabajar) no indica que la máquina se paralice. Más aún, gran parte de los conflictos se distinguen porque las personas hacen huelga (dejan de trabajar), pero las máquinas siguen su plena actividad. Podemos decir, pues, que la disidencia que representa el ejercicio del conflicto no tiene ya, en determinados escenarios, las mismas consecuencias que un antaño de no hace tanto tiempo. Esto es algo nuevo sobre el que, a nuestro juicio, vale la pena darle muchas vueltas a la cabeza. Parece lógico, pues, que el sujeto social se oriente en una dirección práctica de cómo exhibir la disidencia, promoviendo el mayor nivel de visibilidad del conflicto. En otras palabras, la visibilidad del conflicto tendría como objetivo sacar la disidencia del espacio de la privacidad para hacerla visiblemente pública. En suma, para una nueva praxis del conflicto, apuntamos los siguientes temas de reflexión: 1) el carácter y la prioridad de las reivindicaciones, tanto generales como aquéllas de las diversidades; 2) la utilización de la codeterminación; 3) los mecanismos de autocomposición del conflicto; 4) la utilización de las posibilidades reales que ofrecen las nuevas tecnologías para el ejercicio del conflicto; 5) nuevas formas de exhibición de la disidencia, dándole la mayor carga de visibilidad en cada momento.
Importa hablar de los servicios mínimos. Yo siempre he planteado que quien convoca el conflicto debe gestionarlo con plena independencia y autonomía. De ahí mi rotunda oposición a los servicios mínimos. Como alternativa a ello me he manifestado reiteradamente a favor de un Código de autorregulación del ejercicio de la huelga. Lo dije en «L´ acció sindical en els serveis públics», Nous horitzons, Abril 1979 y, entre otros escritos, en http://www.comfia.info/noticias/37445.html. A este último me remito.
El Código de autorregulación de la huelga sería un especial instrumento para el ejercicio del conflicto en aquellos sectores donde dicho ejercicio afecta directamente a la ciudadanía: enseñanza, sanidad, transportes, limpieza de las ciudades. Entiendo que las orientaciones generales irían por: 1) proponer una acción colectiva en los sectores públicos que sea la fiel expresión del vínculo entre los asalariados del sector y el conjunto de los usuarios que utilizan los servicios públicos;
2) buscando las alianzas, estables y coyunturales, entre los que van a ejercer el conflicto y los usuarios;
2) lo que es posible mediante unas formas de presión que no provoquen bolsas de hostilidad entre los huelguistas y los usuarios.
7.– Nuestras responsabilidades como sindicato
He procurado sacar a la superficie toda una serie de cuestiones que, en mi opinión, debe corregir el sindicalismo. Lo he hecho sin pelos en la lengua. Ello, tal vez, provocará algunos zarpullidos en determinadas pieles sensibles. Y quizá algunos dirán que mi ejercicio de redacción no tiene en cuenta los niveles de agresión que recibimos desde muchos sitios. Me limitaré, con una famosa anécdota, a explicar mi atrevimiento.
Como hemos explicado en diversas ocasiones en 1956 la FIOM-CGIL sufrió una severa derrota en las elecciones sindicales de FIAT. Las primeras explicaciones que dieron no pocos dirigentes fueron tan perezosas como vulgares: «La culpa la tiene la dirección de la empresa y el resto de los sindicatos que se han vendido a ella». Pues bien, Giuseppe Di Vittorio –el primer dirigente de la CGIL– interviniendo en Turín en un salón atestado de gente, habló de esta manera: «Pues sí, la responsabilidad de la dirección de la empresa es grande, pongamos que tiene en ella un 95 %. Nosotros tenemos, pues, un 5% de responsabilidad en esta derrota. Lo que sucede es que nuestro 5 por ciento se convierte ante nosotros en nuestro cien por cien».
Dicho lo cual, la CGIL pasó a una investigación propia de su quehacer en la fábrica. De esa manera, Sísifo remontó la cuesta y la parábola del sindicato empezó a remontar.
La parábola del sindicato (1)
08/09/2014
José Luís López Bulla
Por supuesto, estamos en «tiempos neoliberales» como dice el enunciado de este debate que ha organizado Orencio Osuna en www.espacio-publico.com, y tiene como referencia el trabajo inicial de Joan Coscubiela. Ahora bien, soy del parecer que la cuestión principal es la emergencia de la cuarta revolución industrial –propiciada por una vasta, veloz y versátil novísima tecnología— que está generando un espectacular proceso de innovación y reestructuración de los aparatos productivos y de servicios, cuyos tiempos ya no coinciden con los ritmos del ciclo económico; una economía global pensada según los cánones neoliberales, ciertamente. Quedamos, pues, en lo siguiente: la madre del cordero no es la globalización, sino la revolución industrial de esta fase con sus consecuencias de innovación y reestructuración, y de ahí debe partir el sindicalismo confederal desde el centro de trabajo, que llamaremos ecocentro de trabajo, en continua mutación.
Primer aviso: esta observación inicial no está en la mirada de todo el sindicalismo europeo, lo que explicaría –aunque parcialmente– el repliegue y desorientación desde el inicio de la crisis de 2008, a pesar de las gigantescas movilizaciones que se han dado en todo este periodo. No sólo repliegue sino enclaustramiento de la práctica sindical (y de sus movilizaciones) en cada Estado nacional, y dentro de éste (en algunos casos) la emergencia de brotes nacionalistas. Es más, lo chocante del caso es que, en todo este largo periodo, el sindicato europeo –agobiado por la crisis y el aprovechamiento que están haciendo las derechas económicas y sus franquicias políticas– ha puesto en el congelador todo un cuaderno de grandes planteamientos: pongamos que hablo de la negociación colectiva a escala europea, por ejemplo. Más todavía, no es posible retomar la gran cuestión de la Europa social sin la existencia de una negociación colectiva europea, que fue un proyecto del sindicalismo europeo de los años noventa, que sigue celosamente guardado en los archivos esperando quién sabe qué ocasión.
De entrada, el elogio obligado (y justo) al sindicalismo
1.1.– Desde la legalización de los sindicatos en España (1977) hasta el estallido de esta gran crisis se ha producido el ciclo de conquistas sociales más importante en la historia de nuestro país, tanto por su amplitud como por su importancia en la condición de vida del conjunto asalariado. Lo digo, sobre todo, porque nobleza obliga. Este «ciclo largo» ha trenzado un notable elenco de bienes democráticos; de un lado, en el terreno más directo e histórico del sindicalismo como es la negociación colectiva; de otro lado, en el novísimo de los terrenos del Estado del bienestar: sanidad y educación, protección social y derechos sociales dentro y fuera del ecocentro de trabajo. Además, la novedad ha estado en que estas materias eran patrimonio exclusivo de la acción política de los partidos: los sindicatos deben preocuparse sólo (decían enfáticamente los partidos, incluidos los de izquierdas) sólo de los salarios y la reducción de la jornada laboral. Ese no fue el camino que siguió el moderno movimiento sindical español, que nunca aceptó esta artificiosa división de funciones. De modo que en el abandono de esa ropa vieja (la supeditación del sindicato a unos u otros partidos) está una de las claves más brillantes y eficaces de ese almacén de bienes que se han conseguido durante el «ciclo largo». En el epistolario de Bruno Trentin se encontró una carta que Trentin dirigió a Palmiro Togliatti el 2 de febrero de 1957. En ella el sindicalista responde a Togliatti sobre una intervención en el Comité Central del PCI. El secretario general comunista afirmó que «no correspondía a los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico» y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico se ejerce únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios». Trentin no está de acuerdo y le escribe a Togliatti: «Francamente, nosotros pensamos que la lucha por el control y una justa orientación de las inversiones en la empresa presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase obrera sobre los problemas relacionados con el progreso técnico y la organización del trabajo, intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los tiempos de realización de las transformaciones tecnológicas y organizativas».[CitadoporIginioAriemmaen http://theparapanda.blogspot.com.es/2014/08/guia-de-lectura-de-la-izquierda-de.html]
Aclaremos: ese «ciclo largo» ha tenido una tensión que ha hecho posible la acumulación de tantos bienes democráticos: la búsqueda de la personalidad independiente y autónoma del sindicalismo de todas las tutelas externas, de todos los intereses que desde fuera le encorsetaban y, no sería exagerado, decir que le constreñían. Estas conquistas se han dado en casi la mitad de tiempo de lo conseguido en Europa tras la Segunda guerra mundial. Sin embargo, tengo para mí que, desde el propio sindicalismo confederal, no se ha valorado, durante el recorrido de dichas realizaciones, la acumulación de tantos bienes democráticos. Creo que hay dos explicaciones de la ausencia de dicha valoración. Una, se ha dado más importancia –rayana en la mitomanía de los conflictos— a las luchas que a las consecuencias positivas de esas luchas; es decir, no se ha visto la relación entre movilización y conquistas sociales; de ahí que el sindicalismo, en tanto que «sujeto reformador», como hemos dicho en otras ocasiones, haya quedado diluido. La segunda explicación está en la existencia de un alma en el sindicato que parece entender lo conseguido para los trabajadores en clave de «caridad» y no de conquistas sociales.
Las consecuencias, o al menos algunas de ellas son: los trabajadores no han sido educados, desde las filas del sindicalismo, como los sujetos principales de tales conquistas, y el propio sindicato todavía no ha sido lo suficientemente consciente de su capacidad de dirección y coordinación, de su personalidad como «sujeto reformador». Un botón de muestra: ¿en qué convenio colectivo se ha hecho la crónica de esa negociación, de su conflicto y la valoración de los resultados? Desde luego, lo que ha prevalecido oralmente es la épica de las luchas, pero no la conclusión de ese trayecto. En definitiva, no pocos trabajadores, en el mejor de los casos, han visto con claridad la relación entre el protagonismo reformador del sindicato y la consecución de ese importante elenco de conquistas. Lo que tendría una conclusión evidente: los niveles de afiliación no guardan relación con la importancia de lo conseguido.
1.2.– En este «ciclo largo» (1977 – 2008) se ha producido un giro copernicano en las relaciones intersindicales: pasada una primera etapa de gresca y mutuos sectarismos se ha ido concretando una rica experiencia de unidad de acción. Soy del parecer que aquí está la madre del cordero de lo alcanzado en el «ciclo largo». Vale la pena señalar que tan prologada fase de unidad de acción ha sido construida no en base a criterios ideológicos sino en la práctica diaria, poniendo siempre en primer plano coincidencias y objetivos. Ni qué decir tiene que la fuente de esta unidad ha sido el itinerario de los sindicatos en busca de su personalidad independiente. En todo caso, entiendo que se han llegado a unos niveles que se acercan a la construcción de un sindicato unitario. Alguien dijo que «la unidad sindical no es solamente un instrumento sino un valor tan relevante como los objetivos que queremos alcanzar», y desde luego dio en el clavo.
1.3.– Existe ya una densa literatura sindical sobre hasta qué punto las derechas políticas y económicas –con sus franquicias de toda laya– arremeten contra los sindicatos haciendo del conflicto social una cuestión de orden público y de la huelga un problema de código penal. Primera consideración: en todo nuestro largo recorrido nunca nos fueron fáciles las cosas; segunda, si fuéramos un sujeto cooptado, compadre acrítico de los cambios y transformaciones, nos jalearían, pero perderíamos el consenso del conjunto asalariado desde el ecocentro de trabajo.
1.4.– Por otra parte, es destacable la intuición difusa en el mundillo sindical de la necesidad de proceder a una refundación o repensamiento del sujeto social. Precisamente en esa dirección se orienta este trabajo –un largo ejercicio de redacción sin otras pretensiones— cuya voluntad es echar una mano. Así pues, intentaré desarrollar someramente la gran mutación que se ha producido, que no ha hecho más que empezar y el nuevo enfoque sindical que, en mi opinión, se requiere. Un enfoque radicalmente nuevo en torno al nuevo paradigma, la personalidad del sindicalismo confederal con relación a sus paredes maestras: la contractualidad y los instrumentos de la representación sindical. Son unos problemas que acucian al sindicalismo español y, por supuesto, con grados diversos al movimiento sindical europeo.
Los rasgos más relevantes del nuevo paradigma
2.1.– Siguiendo las investigaciones de Bruno Trentin, especialmente las de su «libro canónico» La ciudad del trabajo podemos convenir que el fordismo (no así el taylorismo) se está convirtiendo en pura herrumbre en los países desarrollados. El fordismo fue esencialmente un sistema de organización de la producción que, junto al taylorismo, logró imponer un tipo determinado de sociedad, que ha recorrido todo el siglo XX. La caída de este sistema determina la desaparición –repetimos, en los países desarrollados– de una forma de trabajar, unas relaciones sociales y una nueva geografía del trabajo completamente distintas. La permanente revolución de las fuerzas productivas, basadas en las novísimas tecnologías de la información, en un mundo globalizado, han provocado un nuevo paradigma: un ecocentro de trabajo en constante mutación, donde lo nuevo queda obsoleto en menos que canta un gallo. Se trata, pues, de un proceso de innovación y reestructuración gigantesca de los aparatos productivos, de servicios y del conjunto de la economía. Este proceso podemos decir –incluso con cierta indulgencia– ha pillado con el pie cambiado a la izquierda social y al conjunto de la política. No sólo en España, también en Europa. Hablando con recato, se diría que los sujetos sociales y políticos han estado distraídos.
En paralelo a este proceso irrumpe enérgicamente la globalización y la interdependencia de la economía. Sin embargo, en esta metamorfosis (la innovación-reestructuración en la globalización) el sindicalismo y la política de izquierdas mantienen su quehacer y «la forma de ser» como si nada hubiera cambiado. Cambio de paradigma, pues, excepto en los sujetos sociales y políticos, que siguen instalados en las nieves de antaño. Este desfase es, en parte, responsable de que (por lo menos en el sujeto social) se tarde en percibir que se estaba rompiendo unilateralmente –primero de manera lenta; después abruptamente– el compromiso fordista-keynesiano que caracterizó el «ciclo largo» de conquistas sociales, especialmente los derechos en el centro de trabajo y la construcción del Estado de bienestar. He repetido hasta la saciedad que el objetivo neoliberal era el siguiente: proceder a una «nueva acumulación capitalista» para sostener una fase de innovación-reestructuración en la globalización de largo recorrido al tiempo que se rocede a una potente «relegitimación de la empresa», como ya dijera, hace años, un joven Antonio Baylos en Derecho del Trabajo: Modelo Para Armar. De ahí las privatizaciones y la eliminación de controles; sobran, pues, en esa dirección tanto la Carta de Niza (diciembre de 2000) como, en España, el acervo de conseguido durante el «ciclo largo». Este y no otro es el objetivo central de las diversas entregas de la llamada reforma laboral. Dramáticamente podemos decir: los intelectuales orgánicos de las diversas franquicias de la derecha aprovecharon el cambio de paradigma, mientras la izquierda estaba en duermevela o bien –como critica Alain Supiot– entendió que frente a la ruptura del pacto fordista-keynesiano sólo cabían planteamientos paliativos.
Vale la pena decir que el sindicalismo confederal español se opuso, y no retóricamente, con amplias movilizaciones de masas, tanto a los estragos de las llamadas reformas laborales como a la desforestación de lo público en terrenos tan sensibles como la sanidad y la enseñanza. Sin embargo, hemos de constatar un hecho bien visible: lamentablemente no ha salido victorioso, y ni siquiera esa partida ha acabado en tablas, aunque en determinas zonas haya conseguido frenar una parte de los estragos. Tras el parón del «ciclo largo» y la imposición de la reforma laboral, dentro y fuera del ecocentro de trabajo, la parábola del sindicalismo ya no es ascendente. Tres cuartos de lo mismo ha sucedido en Europa.
Surge, entonces, la siguiente pregunta: ¿por qué las movilizaciones sostenidas y ampliamente seguidas no consiguieron su objetivo? Como es natural, echarle la culpa a las derechas y sus franquicias no resuelve gran cosa. El problema de fondo está, a mi juicio, en qué responsabilidades propias tenemos nosotros, el sindicalismo confederal, en toda esta historia. O, lo que es lo mismo: ¿qué verificación hacemos de nosotros mismos, eliminando las auto complacencias y la auto referencialidad? Intentaré decir la mía, aunque me cueste la animadversión de amigos, conocidos y saludados.
Si es evidente que existe una relación directa entre el interés del poder privado, empresarial y político, en aplicar autoritariamente los procesos de innovación-reestructuración en la globalización, es claro que dicho poder privado ha inscrito su estrategia –primero, «guerra de movimientos», después «guerra de posiciones»– en el paradigma realmente existente, esto es, la emergencia que ha sucedido al fordismo. Sin embargo, el sindicalismo ha dado esa batalla con el mismo proyecto y la misma organización de la época de hegemonía fordista. Así las cosas, el sindicalismo plantea una necesaria batalla, aunque ésta –en su proyecto, contenidos y formas organizativas– se encuentra desubicada del paradigma realmente existente.
Lo que, además, explicaría la pérdida de control sobre los horarios de trabajo y el conjunto del polinomio de las condiciones de trabajo. Concretando: las relaciones de fuerza para ganar se crean en la realidad efectiva; de ahí que, si se está en Babia, el resultado está cantado de antemano.
2.2.– Podemos afirmar, en todo caso, que en el sindicalismo confederal hay intuiciones en torno al gran cambio que se ha operado tanto en el ecocentro de trabajo como en el conjunto de la economía. Unas intuiciones que, aunque deshilvanadas, figuran en la literatura oficial, esto es, en los informes y documentos congresuales. No obstante, esa literatura oficial (aprobada por amplias mayorías en las grandes solemnidades congresuales) no encuentra eco en la literatura real, a saber, en las prácticas cotidianas de los procesos de negociación colectiva que, como bien afirma Juán Manuel Tapia, es la «centralidad del proyecto sindical». Sin embargo, esa literatura sigue siendo un ajuar ineficazmente chapado a la antigua, esto es, instalado en la chatarrería del sistema fordista. Que esto es así lo demuestra un problema que viene de lejos. Pongamos que hablo de la batalla por la reducción del horario de trabajo. Habrá que convenir que de esa lucha no hemos salido bien parados. Muy cierto, los empresarios se han opuesto a sangre y fuego. Pero, ¿cuáles son nuestras propias responsabilidades en ello? Pocas o muchas deben analizarse. Y, en esa dirección, me pregunto: ¿no será que, debido a nuestra desubicación del nuevo paradigma, hemos hecho un planteamiento como si todavía estuviéramos en un campante fordismo? ¿No será que una reivindicación necesaria y justa como ésta se ha llevado a cabo al margen de la realidad de las gigantescas transformaciones en curso? Más todavía, ¿no es cierto que, por lo general, concebimos la reducción de los horarios de trabajo también al margen del resto de las variables de la organización del trabajo y como si fuera una «variable independiente» de todas y cada una de ellas? Instalarnos, pues, en que la responsabilidad es de nuestras contrapartes empresariales, sin ver las nuestras, dificulta –¡y de qué manera!– salir de ese laberinto.
En resumidas cuentas, no habrá refundación del sindicato –así en España como en Europa– si nuestra praxis no se orienta, al menos, en estas dos direcciones: la comprensión de que el fordismo es ya pura herrumbre y, en consecuencia, urge que los contenidos reales de los procesos negociales sean la expresión de la transformación de este, y no otro que ya murió, paradigma de la innovación-reestructuración global e interdependiente. La hipótesis es, pues, la siguiente: sólo en este paradigma actual puede el sindicato remontar su parábola que hoy es descendente; sólo en el paradigma actual se puede intervenir en la crisis de representación y de eficiencia en la que nos encontramos; y sólo en ese paradigma se puede crear, gradualmente, una nueva relación de fuerzas que nos sea favorable. Y, más todavía, sólo en ese paradigma, que es global e interdependiente, puede el sindicalismo iniciar la remontada. Lo que implica tirar por la ventana toda práctica de enclaustramiento sindical en cada Estado nación y, a la par, evitar las derivas parroquianas de la emergencia de algunos nacionalismos.
(N de R.-El jueves 11 publicaremos la segunda parte de este artículo)
Participación y representatividad en las elecciones sindicales ¿Legitimidad?
04/09/2014
Ángela Sánchez García
Miembro de CGT
De todos es sabido que a partir de la transición española, para obtener representatividad en unas elecciones políticas, cualquier partido político que se presente a éstas ha de obtener al menos un 5% de representatividad entre el electorado y, por tanto, capacidad para estar presente en las instituciones para las que sea elegido.
Desde hace un tiempo venimos asistiendo al reclamo por parte de algunos partidos políticos, por supuesto no de aquellos que han presidido el bipartidismo en España desde la transición, de una rebaja del 5% del tope para entrar en el cómputo y obtener representación política. Razonablemente piden que la representatividad corresponda a una equidad proporcional.
Cada día que pasa la sociedad exige con mayor ímpetu democracia directa, que las minorías sean tenidas en cuenta y no ser aplastadas por el rodillo de las mayorías.
El último invento del partido del poder, PP, es cambiar una vez más la ley en su provecho, con la propuesta de que los alcaldes de las ciudades sean los que obtengan más votos. Fuera pactos, acuerdos o alianzas para ser elegidos. Propuesta criticada por gran parte de la sociedad y demás partidos.
Curiosamente en el sistema de elecciones sindicales no se aplica la misma vara de medir. Al filtro del 5% para obtener representatividad se une la barrera antidemocrática del 10% para estar en las mesas sectoriales de negociación, (es decir, que sería como si a un diputado le exigieran llegar al 10 % para entrar al Congreso y tener derecho a la documentación y demás actuaciones propias de su cargo y de la representatividad de las personas que lo han votado). CGT ha denunciado el que no se nos deje asistir ni si quiera a las mesas sectoriales como “observadores” ¡Ya les vale a los que dicen defender la participación de los trabajadores!
No deja de llamar la atención que los mismos que piden menor índice de representatividad para ser tenidos en cuenta en el terreno político, es decir rebajar ese tope del 5%, aprueben sin rechistar que en el terreno sindical permanezca el muro del 10%. Hasta la fecha no he oído a ningún representante político de partidos “menos mayoritarios” ni una queja, ni una propuesta al respecto. De los partidos mayoritarios nunca he concebido esperanza alguna. De los grandes beneficiarios de este sistema (CCOO y UGT) no espero que se dignen a contestar en este debate. Pareciera que mantener el statu quo les conviene más.
Los que pactaron durante la transición el modelo de representatividad dejaron las cosas atadas y bien atadas. Modelo bipartidista para el sistema político, con el PSOE y PP, y modelo bisindical, con CCOO y UGT. Los que pactaron el modelo eran ellos mismos e imponen ese modelo por ”tempus aeterna”.
La LOLS es una ley que hoy en día podríamos calificar de antidemocrática en muchos aspectos y otorga de facto poderes y atribuciones a CCOO y UGT como sindicatos más representativos, a modo de título nobiliario que les permite estar en todas las mesas sectoriales de negociación incluso sin alcanzar el famoso 10%. Trabas para unos, privilegios para otros.
La LOLS fue pactada en su momento por los dos sindicatos, la patronal y el gobierno del PSOE (Felipe González de presidente, 1985). Nunca debatida ni refrendada por los trabajadores y trabajadoras. En ella se posibilita la obtención de horas sindicales para la acción sindical, siendo esto en principio positivo, se ha convertido en la actualidad en un auténtico freno a la participación y en un apoyo a un modelo sindical jerarquizado y burocratizado.
En las grandes empresas y sobre todo en la administración pública las horas sindicales se han convertido en un verdadero caballo de batalla. Se posibilita la acumulación y por lo tanto las liberaciones totales.
Una cuestión que no deja de tener importancia es el tiempo de liberación total de las personas dedicadas a tareas sindicales y el tiempo de permanencia en el mismo cargo de responsabilidad en un sindicato.
En este terreno se puede optar por varias opciones que yo sepa: liberación total por tiempo indefinido o indeterminado, liberación por un tiempo determinado y no más, no a las liberaciones a tiempo total.
De todos es conocido el caso de organizaciones que en sus filas mantienen de por vida a liberados que se perpetúan años y años, hasta la jubilación, como si de un oficio fijo se tratase y que a mi entender pierden el contacto con el trabajo en la empresa. En mi sindicato, CGT, tenemos aprobado que una persona tiene un tiempo límite para la liberación sindical plena, y pasado ese tiempo ha de volver a ejercer su trabajo de antes. Entendemos que esta permanencia transitoria es sana para no enquistarse ni perpetuarse tanto en cargos como en liberaciones. Si no aceptamos profesionales de la política, tampoco aceptamos profesionales del sindicalismo. Pensamos que no hay nada como una cura de realidad y poner los pies en el suelo del trabajo en la empresa. Nadie es imprescindible. Todos somos necesarios.
Más grave si cabe es el caso de los llamados “liberados institucionales”, que saltándose la LOLS se obtienen no por representatividad, sino como pago a los servicios prestados en aras de “una buena negociación” tras la firma de acuerdos y convenios. Recordemos el revuelo que se formó con el recorte de liberados institucionales en la comunidad de Madrid.
Es hora de que las organizaciones sindicales hablemos del modelo de representación de los y las trabajadoras y reconozcamos que la LOLS es una ley caduca y poco democrática que habría que cambiar.
Gracias a Antonio Antón
01/09/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Gracias por tu magistral intervención: alejada de la autocomplaciencia de unos y de la crítica desabrida y genérica de otros. Y estoy completamente de acuerdo con tus conclusiones.
Ante el triste espectáculo actual, en el que opinadores de izquierda se permiten comentarios sin valor informativo y ofensivos, es de agradecer que alguien se tome la molestia de razonar con inteligencia y con datos. Gracias de nuevo.
El sindicalismo frente a la austeridad
01/09/2014
Antonio Antón
Sociólogo y politólogo (profesor de la Universidad Autónoma de Madrid 2003/2022, actualmente jubilado)
Frente a los recortes sociales y la política de austeridad promovida por el Consejo Europeo y la Troika (FMI-BCE-CE) y aplicada hoy en España por el Gobierno del PP, en el marco de una gestión liberal-conservadora de la crisis, se han generado distintas respuestas sindicales y ciudadanas. Aquí se analizan tres aspectos: 1) la política ambivalente de pacto y conflicto social; 2) las perspectivas abiertas con la erosión de la política de austeridad, y 3) el papel reivindicativo y sociopolítico del movimiento sindical.
1. Una estrategia sindical doble: pacto y conflicto social
Es habitual en los sindicatos definir su estrategia como una combinación entre el acuerdo y la movilización. Con la crisis económica y de empleo y la aplicación generalizada de políticas regresivas de austeridad, con fuertes recortes sociolaborales, las dinámicas precedentes han cambiado. Han producido nuevos desequilibrios en las relaciones laborales y la capacidad contractual de los sindicatos. Por tanto, el problema no viene de la existencia de esos dos componentes –negociación y movilización-, siempre presentes, sino del énfasis en cada uno de ellos y su interrelación, según cada ámbito y contexto.
El sindicalismo y las fuerzas progresistas están en un ciclo ‘defensivo’. A pesar de la masividad e intensidad de la protesta social, todavía no es capaz de impedir la aplicación del grueso de las medidas; las condiciones socioeconómicas e institucionales finales son peores respecto a las de antes de la crisis. El nivel de movilización social es insuficiente para doblegar a los poderosos adversarios y, entre los sectores más comprometidos, deja un sabor de impotencia. Los de arriba imponen el empobrecimiento y la pérdida de derechos de los de abajo (y de en medio).
Al mismo tiempo, la acción sociopolítica de la ciudadanía indignada, incluida la movilización sindical, y la reafirmación democrática de la sociedad, es la mejor forma de influir y restar credibilidad social a estas medidas. Y, sobre todo, asegura las bases alternativas para los avances o las reformas progresistas, la regeneración del sistema político y la renovación y el fortalecimiento del sindicalismo y las izquierdas sociales y políticas. La evaluación de la acción sociopolítica se hace más compleja y está sometida a su propia especificidad y referencias: articular un campo social progresista y democrático, con una orientación reformista fuerte, socioeconómica y de renovación política.
La acción sindical y la función de los sindicatos se legitiman por los logros sustantivos alcanzados en su doble finalidad: avances reivindicativos (o freno a los retrocesos) y capacidad representativa y transformadora.
2. Perspectivas abiertas: La erosión de la política de austeridad
En España y otros países del sur europeo es creciente y muy amplio el proceso de deslegitimación de esas medidas regresivas y de desconfianza hacia las élites gestoras. Ello supone una erosión relevante de esa gestión antisocial de la crisis y pone de manifiesto el déficit democrático de las grandes instituciones y las élites políticas y económicas dominantes. Junto con la evidencia del fracaso de la actual política de austeridad para garantizar el empleo decente y los derechos sociales de la ciudadanía, ese desgaste de su legitimidad y esa presión social por el giro hacia una salida de la crisis más justa y democrática supone un factor significativo para frenar esa dinámica y abrir un horizonte de cambio. Es ya un impacto inmediato positivo y relevante.
El movimiento sindical, como una fuerza relevante en estos años en la movilización social, y el conjunto de sectores progresistas y la izquierda social y política, sigue en una encrucijada estratégica: 1) adaptarse con resignación, aceptando esta grave situación socioeconómica y contemporizando con los duros ajustes, sin una diferenciación clara contra esta deriva antisocial y con déficit democrático, intentando sobrevivir con críticas débiles, pasividad social y un mínimo de legitimidad ciudadana; 2) consolidar una apuesta de confrontación contra la política de austeridad y por el empleo decente y los derechos sociolaborales con un horizonte de unificar y ampliar la activación de sus bases sociales y del conjunto de fuerzas ciudadanas progresistas que pueda culminar en un proceso de conflictividad general hasta asegurar una salida justa de la crisis.
En la realidad reciente ha tenido más peso la segunda, pero con limitaciones y elementos de la primera, que han cobrado peso últimamente. El futuro dirá en qué proporciones se combinan las dos tendencias y cómo se conforma una dinámica intermedia o mixta.
Se ha producido un amplio rechazo social a los recortes y, al mismo tiempo, un limitado prestigio de los sindicatos. Tienen importante representatividad pero déficit de legitimidad ciudadana.
3. El papel reivindicativo y sociopolítico del movimiento sindical
La imposición gubernamental de esas políticas regresivas, con el apoyo del poder económico y financiero, conlleva el fracaso del sistema de diálogo social como vía de freno a esas medidas y marco para establecer una política equilibrada y compartida frente a la crisis.
En los últimos años la estrategia sindical de diálogo social ha materializado tres grandes pactos generales: Acuerdo para la negociación colectiva del año 2010; acuerdo social y económico con el aval a la reforma de las pensiones del año 2011, y nuevo acuerdo para la negociación colectiva del año 2012. Ninguno de ellos ha supuesto avances sustantivos ni mejoras significativas para trabajadores y trabajadoras. Los supuestos compromisos de las contrapartes a los sacrificios salariales y de pensiones acordados, también se han incumplido, y las arduas negociaciones posteriores han fracasado.
Las tres grandes reformas han constituido un fracaso en los dos planos: retroceso de condiciones y derechos sociolaborales, y debilitamiento de la capacidad contractual del sindicalismo (reforma laboral y de la negociación colectiva) o de su legitimidad social (reforma de las pensiones). Los intentos negociadores en torno a ellas no las han modificado y han fracasado. Siguen pendientes los objetivos de revertir esos retrocesos: garantías laborales y salariales, equilibrios en las relaciones laborales y derechos de jubilación (65+35).
Combinado con esos pactos globales se han promovido tres grandes huelgas generales, con importante participación y mayor apoyo popular a sus objetivos. Han sido procesos de reafirmación del sindicalismo y aumento de su legitimidad social, imprescindibles tras las evidencias de las fuertes agresiones gubernamentales, su incumplimiento de las promesas anteriores y el fracaso de la negociación. Han expresado el otro componente fundamental de la acción sindical: la firme voluntad sindical y la masiva contestación popular contra medidas impuestas e impopulares. Es verdad que tampoco han conseguido sus objetivos reivindicativos inmediatos de echar atrás las respectivas reformas laborales. Pero han señalado el camino para ello, han consolidado una opinión ciudadana contra los recortes sociales y laborales y en defensa de un empleo decente, han debilitado la credibilidad gubernamental, y apuntan a una rectificación de esa política regresiva. Suponen también una relegitimación de la actuación representativa y de liderazgo del sindicalismo, aspecto crucial ante los intentos conservadores de su marginación.
La estrategia sindical de diálogo social o acuerdos generales no ha ofrecido soluciones a los grandes problemas y objetivos externos (reivindicativos) e internos (capacidad representativa y contractual). Tampoco ha servido, significativamente, en un sentido defensivo, como veto o freno a dinámicas mucho más agresivas.
La acción sindical fundamental no pasa por la prioridad de un diálogo social subordinado y de colaboración con esa dinámica. La pasividad o simple inercia tampoco es suficiente.
La experiencia de las tres huelgas generales ha expresado los límites de participación y de resultados reivindicativos, aunque ha permitido ampliar el apoyo social a los objetivos y la representatividad de los propios sindicatos. Igualmente, las importantes movilizaciones y mareas ciudadanas en diversos ámbitos sectoriales y territoriales (como la enseñanza en Madrid o los empleados públicos en Cataluña) han demostrado el amplio respaldo a esas iniciativas sindicales, aun cuando sean lejanos o parciales los frutos reivindicativos. En su conjunto, se han puesto de manifiesto las dificultades sindicales para garantizar los derechos sociolaborales y evitar la involución social. La realidad de la crisis socioeconómica y de empleo y las regresivas políticas gubernamentales son un obstáculo para avanzar en una salida equitativa y progresista de la crisis. Pero ha quedado claro que la política sindical de colaboración o pasividad con los recortes de derechos tiene efectos perniciosos para la población trabajadora y el propio movimiento sindical, y que la oposición a los mismos condiciona su aplicación y facilita un mayor prestigio y legitimación del sindicalismo, palanca desde la cual se posibilita el avance posterior.
En definitiva, el sindicalismo, junto con diversos grupos sociales, ha sido capaz de activar un amplio movimiento sociopolítico contra la austeridad. Constituye una fuerza social clave para defender a las clases trabajadoras y promover un cambio de rumbo. Pero ha cometido algunos errores que han debilitado su legitimidad social y su capacidad transformadora. Y sus inercias organizativas dificultan una mejor vinculación con significativos segmentos de la sociedad. A los sindicatos se les puede pedir más: evitar actuaciones erróneas, incrementar su dinamismo y firmeza en la acción sindical y renovar sus dinámicas organizativas y sus discursos. Así se fortalecerá su doble dimensión reivindicativa y social.
Claves de utilidad (2)
29/08/2014
Demetrio Vazquez
Secretario General Unión comarcal CCOO A Coruña
Empezamos nuevamente un período álgido de elecciones sindicales. Otra vez durante más de un año nos ponemos a hacer un larguísimo ejercicio de demostración de la pureza democrática de nuestra representación. Meses y meses de confrontación, a veces hasta cruenta, entre nosotros por un escaso porcentaje de subida o bajada de los delegados y delegadas elegidos, y de centrar la acción sindical en aquellas empresas que tienen más de 6 trabajadores relegando, una vez más, a quienes sufren las peores condiciones laborales.
Enorme esfuerzo y enorme gasto para obtener casi los mismos resultados. La interlocución en la negociación colectiva es otra de las cosas que hay que regular de otra manera. El protagonismo de la misma ha de ser de los sindicatos y no de las actuales RLTs. Tenemos que centrar nuestros esfuerzos y nuestros recursos en la organización y la atención de las personas trabajadoras que nos necesitan y no a demostrar lo que está más que demostrado.
Elecciones sindicales sí, pero generales y acotadas en un breve período de tiempo. También aquí habrá que aprovechar los progresos tecnológicos.
Por último ¿Qué utilidad tenemos para encuadrar a todas aquellas personas que comprenden la necesidad de organizarse en un sindicato y que trabajan en “micro” o pequeñas empresas donde la sección sindical es imposible, o que por la precariedad de sus empleos hoy trabajan en un sector y mañana en otro, a los desempleados, a los estudiantes que van tomando conciencia de su complicado futuro laboral?
Llamaba en mi primera intervención a la participación de los “jóvenes indignados”, con toda su carga crítica, en el reforzamiento de los sindicatos. Cómo acogerlos y ofrecerles la posibilidad de participar y construir las nuevas formas de ser y hacer sindicalismo es otro de los retos que tenemos delante. Ellos y ellas también necesitan sentirse útiles.
Claves de utilidad (1)
29/08/2014
Demetrio Vazquez
Secretario General Unión comarcal CCOO A Coruña
Decía en mi anterior intervención en este muy interesante debate que la única razón que tenemos de existir es ser útiles para enfrentar colectivamente los problemas que nos afectan como clase.
¿Estamos siendo útiles los sindicatos? ¿Cómo comprobamos esa utilidad? ¿Quién determina si lo somos o no? ¿Podemos serlo aún más si la respuesta es afirmativa?
A la primera pregunta no hay una respuesta única. Es afirmativa o negativa dependiendo por una parte de la presencia activa en los centros de trabajo o de los frutos de la negociación colectiva, principalmente de los convenios colectivos.
En las empresas donde las plantillas de personal por su número permiten la existencia de organizaciones sindical, y ésta existe, la percepción de la utilidad es generalmente más positiva. Más incluso cuando existe una dinámica de negociación colectiva en la propia empresa. Si el centro de trabajo es una “micro” o una pequeña empresa donde no es posible la organización, donde la representación sindical es por naturaleza débil y la negociación se aleja del centro de trabajo y se vuelve sectorial, y además, tras la reforma laboral, sus acuerdos dejan de ser de obligado cumplimiento por la empresa en aplicación de la normativa que permite los descuelgues, la utilidad del sindicato no se percibe, aunque se necesite incluso más que en las grandes empresas porque es en las pequeñas donde las condiciones de explotación suelen ser más leoninas.
Basándome en los datos del artículo “Una breve panorámica de las elecciones sindicales 2011, con apuntes de su evolución desde 2003” de Pere Jódar, Ramón Alós, Pere J. Beneito y Óscar Molina, que forma parte del capítulo 8 (afiliación y representación sindical) del Anuario 2012 de la Fundación 1º de Mayo, a finales de 2011 había 1.848.974 empresas que tenían 10 o menos personas asalariadas (1.687.310 ente 1 y 5 y 161.664 de 5 a 10) (Tabla 2) y el porcentaje de empresas con representación sindical en las empresas entre 6 y 10 personas asalariadas (las de menos de 6 no pueden elegir representantes) era del 11,3% (Tabla 3).
Lo anterior quiere decir que en 1.705.578 empresas españolas, en aquel momento, no había representación sindical.
En las empresas en las que sí la hay, es decir ese 11,3% en las de 6 a 10 más el porcentaje correspondiente, inferior al 30%, a las empresas pequeñas que cuentan entre 10 y 20 asalariAdos, la capacidad de presión negociadora en el ámbito cerrado de la empresa es muy escaso. Tanto en las micro-empresas como en las pequeñas, se percibía la utilidad de los sindicatos en la negociación de los convenios sectoriales. La Reforma laboral, si no logramos revertirla en ese aspecto, nos hace una herida muy seria. El resultado de la batalla por la negociación de los convenios y su jerarquía normativa es uno de los primeros condicionantes para determinar si la herida es o no mortal de necesidad.
Está en crisis el sindicalismo o qué sindicalismo está en crisis
28/08/2014
Ignacio Martín
Colaborador de la Oficina Precaria
El sindicalismo no es más que la respuesta de los trabajadores ante el modelo productivo y ha tenido diferentes reflejos a lo largo de la historia, no es lo mismo el sindicato profesional de finales del siglo XIX que el sindicato de masa de las fábricas europeas de la post guerra.
Desde esta visión, los sindicatos son herramientas de aquellos que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo y como tal deben ser útiles. No sirve de nada que diseñemos sindicatos a medida de un modelo soñado o añorado, sino que han de nacer de la práctica y de la experimentación.Es en el momento actual, frente a la crisis del sindicalismo, cuando debemos garantizar el saber acumulado en los sindicatos de masa, pero con audacia, y atreviéndonos a romper con las ideas preestablecidas sobre los mismos.
Los modelos productivos cambian con el fin de superar las resistencias de los trabajadores y por ello las herramientas han de modificarse para volver a cambiar las relaciones de fuerzas, para recuperar la iniciativa. De esta manera, no podemos defender el trabajo sin pasar por resistir en todos los espacios donde se desarrolla, desde una fábrica cada vez más automatizada a un supermercado o una start-up. Defender el trabajo pasa por defender la dignidad de la vida.
Porque el problema principal es que el empleo ya no es mecanismo de integración, es sinónimo de precariedad y pobreza. Y es por ello que la lucha quizá no pase por defender el empleo, sino por defender la vida, la dignidad no del empleo, sino de nuestro día a día. Los sindicatos deben ser útiles en ese proceso y la oficina precaria pretende ser útil en este proceso. En caso de que no lo sea, ya crearán los trabajadores una nueva herramienta más útil.
Sindicalismo y movimientos sociales: El sindicalismo como movimiento social
Somos una sociedad de puertas cerradas. Con esto no me refiero únicamente a que haya una generación de jóvenes que se debate entre el 50% de desempleo, la precariedad generalizada o el exilio, sino a toda una sociedad que ve cómo las posibilidades de acuerdos sociales son cada vez más limitadas, por no decir que exterminadas.
Pero ante esto lo que el ciclo 15M ha puesto encima de la mesa es lo siguiente: Cuando una puerta se cierra nosotras abrimos la ventana, quieran o no quieran.
Se nos ha cerrado la democracia y las mareas han tomado las calles, trabajadores formales e informales; estudiantes con profesores por una producción democrática y en manos de la ciudadanía; usuarios y profesionales de la medicina por los derechos de las mayorías frente al ánimo de lucro de los menos.
Se nos ha cerrado el Estado del bienestar y hemos parado desahucios, tomado casas y garantizando el derecho a la salud de los migrantes. Hemos construido una solución mutualista y comunitaria que se asemeja a las soluciones obreras del inicio del capitalismo y donde tiene su origen este bienestar que reclamamos.
Nos cierran la negociación colectiva y la abrimos con las huelgas, nunca tan perseguidas. Coca-Cola, Panrico, las basuras de Madrid han sido luchas que abren la posibilidad de acuerdo, no acuerdos que nos permiten la lucha.
En este campo tenemos que repensar qué papel juega lo social en el movimiento sindical, asumir que el centro de trabajo ha perdido parte de su fuerza como núcleo organizativo. Tenemos que pensar cómo podemos construir una organización sindical sobre el entero espacio social. La huelga general nos mostró cómo el conflicto laboral desbordaba el mero centro de trabajo y la consigna de orden paso a ser “hoy no se trabaja, hoy no se consume”.
Un movimiento social es una experiencia compartida, es una lucha que se desarrolla fuera de los márgenes de la política convencional. Cuando la concertación social se cierra, la democracia agoniza y los derechos son un recuerdo, el sindicalismo sigue siendo un movimiento social, aquel que pelea por los derechos de la mayoría, de los que sólo se tienen a sí mismos y a sus compañeros. No esperemos nada del Estado ni de los partidos del régimen o sus leyes, esas son puertas cerradas. Esperémoslo todo de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros vecinos y de nuestra solidaridad, ese será el viento que barra todo, esa es nuestra ventana.
Adaptar los sindicatos a los nuevos tiempos
25/08/2014
Juan Manual Tapia
CC.OO de Catalunya
Una primera constatación, es la evidencia del importante nivel de coincidencia con las opiniones que expresa el texto del compañero Joan Coscubiela. Por un lado, la necesidad de comprender el sujeto sindical hoy, su necesidad objetiva, su legitimación, y la utilidad de su función social, a partir de tres grandes factores que se interrelacionan: su propia crisis de transformación, el contexto de la crisis, y el nuevo escenario del conflicto capital-trabajo
Es una coincidencia de partida lógica, que además de opiniones personales, tiene su origen en el hecho de compartir durante muchos años un rico patrimonio de análisis y propuestas sindicales colectivas en CCOO.
También me parece interesante el enfoque de un texto que pretende ser el inicio de un debate. Descender a preguntarse sobre la propia naturaleza del hecho sindical hoy, su sentido, y a continuación apuntar una serie de cuestiones derivadas, de problemas del movimiento sindical. Cuestiones que con buen criterio plantea no como “lista cerrada”, si no con vocación de orientar las reflexiones del debate hacia los temas neurálgicos.
Organizaré mis opiniones alrededor de dos ejes, como eslabones de una misma cadena, planteando algunos puntos de vista que conectan con los de la ponencia introductoria, otros que creo que abren nuevas dimensiones al tema, y todos vinculados, lógicamente, al objeto central del debate: el sindicalismo hoy, su futuro, su devenir histórico.
El primero.- El sindicalismo hoy, como siempre, solo tiene sentido si responde a la vocación de “auto organización”, de esa concepción básica depende su propio futuro. Es de justicia señalar que esa concepción, “sindicalismo de los trabajadores”, y no para los trabajadores, es uno de los hilos conductores de pensamiento consciente que incorporó a las reflexiones de nuestro movimiento sindical José Luis López Bulla, y que formuló de forma explícita como “el contrato moral”. Las propias CCOO, responden en su nacimiento, de forma nítida a esta lógica.
El origen del sindicato viene determinado por ese concierto de las personas del mundo del trabajo, por ese acuerdo para actuar, para la acción, para la negociación. Por la creación de ese vínculo societario que los reivindica y reivindica el trabajo que ellas representan. Es la construcción de un espacio de existencia propia, en el sistema económico y social capitalista que niega su personalidad y sus intereses.
De ese hecho fundacional deriva su dimensión colectiva y su función social. Deriva la “alteridad” que el sindicalismo representa, su sentido de transformación social y su trascendencia política. Deriva la centralidad que tiene la negociación colectiva en el proyecto sindical. Deriva su propia configuración autónoma, fundada sobre el vínculo del trabajo, independiente de las creencias personales, pero compartiendo la fuerte carga ideológica “a la izquierda” que representa el mundo del trabajo frente al capital.
La auto organización como génesis del sindicato es un hecho tangible que se vive en centenares y centenares de centros de trabajo cuando aparece la incipiente organización sindical y ésta se convierte en realmente colectiva, viable y estable. El problema es que no siempre existe la conciencia de este fenómeno, incluso entre los cuadros sindicales con responsabilidades en las estructuras sindicales, y no se obtienen plenamente las potencialidades que la auto organización tiene para la acción sindical: fortaleza de lo colectivo, vínculo estable al proyecto sindical de acción colectiva, democracia sindical, renovación generacional natural, etc.
Desafortunadamente, el propio éxito del movimiento sindical, especialmente el europeo, a lo largo del siglo XX, que se materializa en su propia constitucionalización, y la de los derechos colectivos y personales del trabajo, tanto en las constituciones de los estados nación como en la propia Unión Europea, y que es la consecuencia de la conquista de mejoras materiales de las condiciones de trabajo y vida para las clases trabajadoras y la expresión de su propio poder de clase, ha creado el riesgo de la desmemoria colectiva, el riesgo a la pérdida de conciencia del sentido profundo del hecho sindical.
Lo mismo ocurre con el estado social de derecho, sea en su dimensión político democrática como en la configuración del estado social del bienestar. Cualquier análisis histórico mínimamente riguroso, encontrará en la dimensión política del sujeto social sindicato, y en su peculiar y diversa relación con la izquierda política, el hilo conductor básico de ese histórico viaje de nuestra civilización. De los derechos sociales a los derechos sociales de ciudadanía.
Parecería que la sociedad vino al mundo como hoy es: con sindicatos y derechos políticos democráticos y sociales de ciudadanía. Perdiéndose la pista del esfuerzo y el sacrificio, épico en tantas ocasiones, del movimiento de los trabajadores.
De ahí, que forma parte de la propia naturaleza sindical, la defensa del estado democrático, del estado social del bienestar, al que tanto hemos contribuido. Las alianzas sociales, hoy en su defensa, tienen que tener una continuidad estratégica para su crecimiento y nuevos desarrollos de futuro.
De la misma forma, hay que continuar formulando nuestra contribución específica a una sociedad democrática más avanzada y participativa en su aspecto político-ciudadano, o en como hacer realidad un sistema económico que responda, al menos, a un modelo real de economía “social” de mercado, que haga realidad un sistema económico bajo control social y democrático, al servicio del interés general.
Lejos del viejo fantasma del pansindicalismo, es una exigencia de hoy configurar cultura, política y propuestas, desde nuestra autonomía sindical, en este sentido.
Por todo ello, es oportuno volver a preguntarse hoy sobre qué somos, qué significamos, y si respondemos hoy, como ayer, al esfuerzo de autoorganización de las personas trabajadoras. Pero más oportuno aún, es responder que lo necesario, es orientar, o reorientar, al movimiento sindical para que se regenere permanentemente, sobre el mismo esquema y lógica base que tuvimos en nuestro origen: cultura sindical de auto organización, autonomía, papel de la negociación colectiva y del ejercicio del conflicto social, y trascendencia política de nuestro sujeto social.
El segundo.- Ese esfuerzo de continuidad de la auto organización, como permanente regeneración del sindicato, debe realizarse en el mundo del trabajo, tal y como se configura hoy, en los nuevos centros de trabajo, en los complejos procesos productivos descentralizados, en el escenario de la globalización, desde las nuevas realidades profesionales e intereses diversos. Es la referencia que hace el texto inicial al sindicalismo en transformación, en una organización del trabajo y productiva en cambio que tiene la globalización como escenario.
El sindicalismo hace tiempo que ha realizado los diagnósticos correctos, hace tiempo que ha identificado, los grandes trazos de las alternativas para esta adaptación permanente a las nuevas realidades, pero hemos de confesar una cierta tónica de lentitud.
Hoy, como en el pasado demostraron los sindicalistas del congreso de Sans y los sindicatos únicos, Salvador Seguí y Joan Peiró, por referenciarlos, la organización del trabajo cambiante es la clave de la organización y la acción del sindicato. El reto permanente. Desde este convencimiento parten el tronco de nuestro proyecto sindical, de nuestras estrategias sindicales de organización flexible, y cooperativa en toda la cadena de producción y los espacios de trabajo multisectoriales, de nuevos contenidos y organización articulada de la negociación colectiva, del valor transversal de la igualdad y la diversidad, de nuestra apuesta por los derechos de las personas en el trabajo, etc.
Forma parte del mismo problema, y exige profundizar y acelerar la construcción de alternativas que permitan incorporar a la representación sindical, con nuevas fórmulas, a los millones de personas que trabajan en las pequeñas empresas, y el amplio universo del trabajo autónomo.
La cultura de la auto organización es también la clave para acelerar la construcción y extensión del sindicalismo europeo e internacional. Si negar los avances conseguidos en este terreno, a pesar de las dificultades que comporta la crisis económica global y las políticas neoliberales del capitalismo financiero, una mirada desde la cultura de la auto organización puede significar comprender que es necesario poner un nuevo énfasis en la construcción de nuevos espacios de contractualidad europea e internacional, que aceleren la consolidación del sindicalismo global. La negociación colectiva y la concertación europea e internacional necesitan de nuevos impulsos, nuevas luchas, para alimentar una nueva dialéctica de crecimiento del conflicto y la organización sindical.
Las nuevas tecnologías de la comunicación, las redes sociales, el periodismo y el debate digital, se han incorporado con rapidez a la realidad organizativa, y comunicacional del sindicalismo, tienen muchas potencialidades en las nuevas organizaciones del trabajo y la actividad económica. Pero necesitan y no pueden sustituir a un mayor esfuerzo para hacer realidad la descentralización organizativa y de recursos sindicales al servicio de un sindicalismo, fuertemente confederal, de proximidad.
Los derechos sindicales en la empresa, anquilosados en los antiguos esquemas reactivos de la legislación laboral de los 80, exigen una profunda revisión, que sea capaz de expresar un poder sindical proactivo en el proyecto empresarial.
Se dirá, con acierto, que las contrarreformas laborales, el conjunto muy diverso de políticas antisindicales, tienen justamente una dirección contraria, y son un escenario de nuevas dificultades. Sin embargo, la necesidad de profundizar en estos cambios y transformaciones del sindicalismo, era una realidad y un reto anterior a las reformas. Y no existe una verdadera acción colectiva del sindicato contra las políticas neoliberales y una alternativa que no signifique la profundización de estas estrategias sindicales.
Objetivo: Construir la Europa social
21/08/2014
Flo
Secretario Organización AVALOT
Creo que el sindicalismo europeo tiene un gran reto por delante y es nada más y nada menos que el construir la Europa Social.
Para llegar a donde estamos, posiblemente las organizaciones obreras no lo hemos hecho todo lo mejor que debiéramos pero prefiero pensar que el rival, en esto de la lucha de clases, es el que contaba con más recursos y tenía las cosas más claras.
Creo que tenemos que empezar a valorar la posibilidad de crear convenios de aplicación europea, no tiene sentido que trabajadores de la república Checa se disputen productos con los de Catalunya etc, así como quizá otras normativas laborales a nivel Europeo.
A nivel de país las organizaciones sindicales debemos de intentar llegar allá donde no llegamos, pequeña y mediana empresa, considero que empezar a agrupar trabajadores/as de diferente formas es la clave. Los trabajadores/as necesitamos sentirnos parte de algo para intentar conseguir metas conjuntas, no es más que el actúa en local y piensa en global.
Respecto a las movilizaciones, considero que debemos potenciar nuevos plataformas «Prou Retallades» o Cumbre Social serían un ejemplo y abandonar un poco el protagonismo de las siglas ya que hay trabajadores/as que no se acercan a nosotros/a y eso, evidentemente, es el primer paso, para mi las siglas se tornan historia cuando no sirvan para conseguir aquello en que creemos.
A nivel de protesta es indispensable rentabilizarlas, es decir menos frecuentes y más masivas, que vean que vamos a más.
Creo que estamos en la etapa de abrir cabezas y meter ideológia, conciencia de clase, y aprender a coordinarnos a nivel global (las nuevas tecnologías tienen un papel fundamental) lo demás vendrá con esfuerzo y ganas y evidentemente con la ayuda de las organizaciones ciudadanas.
El panorama es complicado, pero somos herederos de aquellos que consiguieron lo que hoy no están quitando, en unas condiciones cuanto mínimo más «peligrosas», ¿No vamos a estar a la altura?
Por otro lado discrepo de aquellos que consideran que su forma de hacer sindicalismo es la más pura respecto a las otras opciones, porque el sindicalismo ha de servir para transformar la sociedad y no para criticar a los que la transforman mientras impolutos se postran en el escaparate de no tener poner en juego sus propias contradicciones.
La Izquierda y su organización
21/08/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Reinventar el sindicato
21/08/2014
Isidor Boix
Ex Secretario de Negociación Colectiva y Acción Sindical Internacional de FITEQA-CCOO.
¿Crisis del sindicalismo? Sí, sin duda, como crisis de nuestra sociedad, de las relaciones de producción capitalistas, del modelo social europeo, del modo de hacer política, … ¿Es útil, o necesario, el sindicato? Pues creo que es inevitable, en el mejor sentido de esta palabra. Inevitable y necesario, porque lo considero parte consustancial de nuestra sociedad, del modo de producción capitalista, de las relaciones sociales a él inherentes. Con una u otra denominación, es inevitable que los asalariados (los trabajadores, pero me parece mejor la habitual fórmula de los franceses) se asocien para lo que considero en definitiva la esencia del sindicalismo: contribuir a fijar el precio (en dinero, en condiciones de trabajo, en derechos, …) de una mercancía tan consustancial con esta forma de relaciones sociales como es la fuerza del trabajo. Pero habría que reinventarlo en las condiciones de hoy, y a ello pueden, aún, contribuir las actuales organizaciones sindicales.
Me parece una muy oportuna iniciativa la de este “espacio público” sobre el sindicalismo, así como acertado abrirlo con esta intervención de Joan Coscubiela. Plantea Joan preguntas que son en mi opinión de aparentemente fácil respuesta, aunque quizás de más difícil justificación de ésta. Algunos apuntes pues con mi opinión al respecto.
Los sindicatos somos parte de la sociedad capitalista, y en ella instrumento para su transformación porque somos una de las partes de una, y fundamental, de sus contradicciones de intereses, la del trabajo-capital. Asumir que la referencia es esta contradicción de intereses, significa que nuestra asociación (organización de la solidaridad) no lo es en función de una teoría, de una propuesta social y/o política, de un modelo de sociedad de futuro, utópico o no, sino precisamente de intereses actuales, de intereses sociales colectivos, tutela de los individuales, que nos unifican. Y así de sencillo sería preconizar, desde la libertad, por ejemplo la unidad sindical, la relación de autonomía (independencia) respecto de los partidos políticos, para hacer política no a partir de programas previos, sino de los intereses colectivos de los asalariados en cada momento, de las reivindicaciones por ello “inmediatas”. Perdonad esas referencias, nada obvias en la práctica, para responder a lo que Coscubiela define como la “pregunta más básica”, y aterrizar en el debate propuesto.
La crisis económica, y social, y política, primero del mundo desarrollado, luego de todo el mundo, se ha traducido en una nueva dificultad para la práctica sindical. Hemos formulado respuestas iniciales tan folclóricas (para simplificar) como “que paguen ellos” (los culpables, los capitalistas obviamente), deduciendo de ahí un rechazo global de la “austeridad” en lugar de discutir, proponer, pelear, por un tipo determinado de austeridad, sus contrapartidas, los nuevos derechos necesarios. Ha significado un intento de negar la realidad en lugar de plantearse su transformación. Y me estoy refiriendo no sólo al sindicalismo español, sino también al europeo y al global. Hemos denunciado, gritado (más en la calle que en los centros de trabajo), las terribles repercusiones de la crisis, pero las hemos aceptado de hecho, con una práctica en la que muchas, demasiadas, veces no ha coincidido lo que hacíamos con lo que decíamos, lo que ha llevado a una tremenda dificultad para analizar nuestra propia experiencia y aprender de ella, para volcar sobre ella precisamente el balance, la reflexión, de nuestra acción, construyendo la teoría sindical de cada momento.
Reitera Joan la pregunta de sindicalismo “para” o “de” los trabajadores. Creo que sólo puede ser “de los trabajadores” y, siéndolo, será también “para”, para aquellos espacios, individuales y colectivos, ausentes de la acción y organización colectivas.
Pregunta también si hay que “limitarse” a las condiciones de trabajo o abarcar “otros aspectos sociales”. Entiendo que la respuesta vale también para otras preguntas, sobre todo para la posible intervención sindical en la vida política. Hoy, con una tan intensa y creciente interrelación entre todos los ámbitos de la acción humana, creo que es fácil responder que no debe haber espacios prohibidos para el sindicalismo, ni su reparto con otras instancias, las políticas por ejemplo. El problema está en cuál es la referencia básica para tal intervención: si un programa previo, una “ideología”, o las necesidades y reivindicaciones elaboradas desde los intereses colectivos “de los trabajadores”, de todos, precisamente en cada ámbito y en cada momento. Lo que significa no rehuir ningún ámbito (de empresa y de sector, nacional y transnacional, hasta el mundial global, presentes siempre los derivados de las específicas cualidades del trabajo), conscientes de la creciente heterogeneidad que ha ido adquiriendo la clase trabajadora. Y partiendo en todos los supuestos de donde se expresan en primer lugar las relaciones sociales del “asalariado”: el centro de trabajo. Todo ello supone al mismo tiempo no pretender, desde el sindicalismo, llenar los espacios del propio trabajador como ciudadano, como sujeto de otros intereses sociales colectivos, de creencias políticas, religiosas, etc.
Y una última consideración para relacionar lo anterior con circunstancias (quizás menos coyunturales de lo que pudieran parecer) del presente.
Algunas experiencias sociales recientes, como el interesante éxito de “Podemos” o la también interesante elección del Secretario General del PSOE por el voto directo (de los afiliados, apuntando ya al de los ciudadanos interesados), están poniendo en cuestión (con una corriente de moda que facilita cómodamente la irreflexión sobre el tema) la democracia representativa (con sus inherentes formas de delegación), incluso la propia necesidad y funciones de las estructuras organizadas, abocando en éstas a prácticas presidencialistas (con tentaciones poco democráticas) que pueden llegar a convertirlas en innecesarias o simples aparatos al servicio del jefe, sustituibles permanentemente por la “democracia directa” . ¿Tendremos que aplicarlo también a las organizaciones sindicales?, ¿necesitamos dioses, reyes o tribunos?
Necesarios y con necesidades
20/08/2014
Demetrio Vazquez
Secretario General Unión comarcal CCOO A Coruña
Organizaciones necesarias y con necesidades
Tengo delante de mí una copia de uno de aquellos primeros carnés que mi sindicato, CCOO, nos entregaba al afiliarnos al final de los años 70. En la portada el logotipo de la rueda de los 15 brazos con las herramientas de cada rama, que en Galicia llamábamos el percebe por asociación con la forma en que se agrupan estos crustáceos. En la contraportada la siguiente leyenda: “La Confederación Sindical de CCOO reivindica la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de todos los trabajadores, asume la defensa de todo aquello que les afecta como clase, en la perspectiva de la supresión de toda opresión nacional y de la explotación del hombre por el hombre”.
Despues de tantos años me sigo identificando plenamente con esos principios pero tengo la impresión de que hemos olvidado algo primordial: contárselos a los trabajadores y las trabajadoras de nuestro país, porque la mayoría hace tiempo que no nos oyen hablar de ellos. Y el sistema educativo aleja cada vez más de las aulas la vida real.
¿Cuánto hace que que no utilizamos en nuestro discurso términos como clase, explotación, plusvalía o reparto de la riqueza creada. Hablamos, eso sí, de salario, jornada, negociación colectiva, convenio, salud laboral, conciliación…asuntos de la mayor importancia, pero lo inmediato. Hemos dejado de enmarcarlos en la perspectiva estratégica del cambio social y la lucha contra la explotación.
Refrescar la memoria a algunos y enseñar lo que queríamos y queremos ser a las nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras, podría responder a bastantes de los interrogantes que Joan Coscubiela nos plantea en su ponencia. Tenemos que decir bien alto el por qué de nuestra existencia.
CCOO, y todos los sindicatos, nacimos para tratar de resolver colectivamente problemas que no era posible solucionar de manera individual. De uno en uno perdemos siempre. La unión hace la fuerza dice la sabiduría popular.
Unos por problemas puntuales, otros corporativos, otros por los trabajadores de un territorio, otros por los generales y de todos. Estos últimos somos los sindicatos de clase (aunque no sé por qué se ha puesto el disfraz de “confederales”).
Somos trabajadores que sin ser, por desgracia, la mayoría nos organizamos para defender unas mejores condiciones de vida y de trabajo para todos. Tenemos conciencia de clase.
Conciencia de que las personas que venden su fuerza de trabajo, intelectual o física, para crear la riqueza no reciben a cambio lo que les corresponde, de que otros se apropian, ahora cada vez más, del fruto del esfuerzo de cada uno sin importarles nada más que ese botín. Conciencia, pues, de ser una organización de trabajadores y trabajadoras para todos los trabajadores y trabajadoras.
Que reivindicamos, que movilizamos y negociamos, que sabemos que nuestro salario no es sólo lo que aparece en la nómina a fin de mes. Que unos servicios públicos eficaces y eficientes al servicio de todos, que una protección social en caso de desempleo, de jubilación o de dependencia, que unos pueblos y ciudades habitables, o el libre acceso a la cultura, son formas de salario indirecto que nos permiten una calidad de vida que complementa a la que nos permite la nómina.
Por eso no somos corporativos y somos sociopolíticos. Actuamos en todo aquello que nos afecta como clase. Por eso representamos una amenaza a los intereses de la otra clase y ésta hace todo lo posible por acabar con nosotros.
A quienes compartimos estos valores y hemos compartido en el tiempo las luchas por alcanzarlos, nos duelen algunas críticas que llegan desde personas y organizaciones que pertenecen a nuestro campo natural de la izquierda. Las de la derecha, por esperadas, duelen menos.
¿No será que quienes desde “la política” han sido incapaces de poner en práctica sus propuestas alternativas de sociedad, han creido que ese papel nos corresponde a las organizaciones sociales?
Los sindicatos no somos partidos. No nos presentamos a las elecciones políticas (con las sindicales tenemos bastante). Intervendremos autónomamente gobierne quien gobierne y no se nos puede pedir que asumamos como propias las que son funciones genuinas de los partidos. Movilizaremos, negociaremos, concertaremos lo que creamos que es útil para las trabajadoras y los trabajadores, porque esa es la única razón que tenemos para existir: Ser útiles.
Para seguir siéndolo, como coinciden todos los intervinientes en este debate y por tanto no voy a repetir (la intervención de Joan Carles Gallego me parece excelente), tenemos que adecuar el discurso, la información y la organización a tiempos cambiantes, leyes cambiantes y otras formas de organización del trabajo. Nos estamos “repensando” y la crítica nos ayuda a ello.
Una gran parte de la sociedad está también repensándose: El 15-M, la Izquierda Plural en todas sus formas, Podemos, ¿el PSOE?, están buscando fórmulas para poder sacudirnos el pesado yugo que nos ha puesto al cuello el neoliberalismo, que tiene en España a los diversos partidos de la derecha, encabezados por PP, CIU y PNV, como eficaces capataces.
Ese “repensamiento” no debe olvidar dos cosas: la primera es que casi todo lo que se reivindica ya lo hemos reivindicado antes los trabajadores organizados, porque nos iba la vida en ello, y seguimos haciéndolo. La segunda es que dada la importante componente generacional joven de las nuevas o renovadas opciones políticas, sus integrantes son el relevo que necesitamos, son los herederos y herederas de nuestras luchas.
Nadie duda de la necesidad de la organización sindical, por lo tanto, con todas las críticas que se puedan hacer por como estamos abordando los problemas, con todas las propuestas alternativas, exigiendo una mayor democracia interna…¿a qué esperan para venir a reforzar a las mayores organizaciones sociales, a las que más han contribuido a la libertad y a la consecución de derechos colectivos en este país?
Sed útiles, combinad la palabra con los actos. No trateis de inventar la pólvora que ya está inventada. Hacen falta militantes activos, cuadros con ideas, cotizaciones para no depender de subvenciones…
¿Habeis oido hablar de la “correlación de fuerzas?
El sindicalismo, entre la necesidad, la legitimidad y la utilidad
17/08/2014
Joan Carlos Gallego
Secretario General CC.OO Catalunya
Hoy se cuestiona la legitimidad, representatividad y credibilidad del sindicalismo. No es un ejercicio neutro, porque tampoco es la fiel descripción de la realidad, pero aún así apunta algunos elementos que no pueden dejar indiferente al propio sindicalismo, que está obligado a reflexionar y debatir en su seno para rehacer prácticas y formas organizativas para mantenerse fuerte y útil en un contexto de precariedad económica, social y democrática, donde su función es, posiblemente, más necesaria.
Los cambios legales operados en los últimos tiempos mediante las contrarreformas laborales, debilitan sus capacidades de actuar, de organizar y de tutelar trabajadores. Los cambios que se van produciendo en los procesos productivos,financiarizados y transnacionales, y la creciente descentralización productiva hacen obsoleta alguna forma organizativa. Y la fragmentación de las agrupaciones laborales y de las condiciones de trabajo superan algunas de las propuestas de acción que han sido válidas en otras épocas. Sin duda, también, el sistemático acoso mediático a las estructuras sindicales evidencian estas contradicciones y, aunque pueden ser exageradas en alguna formulación o interesadas en su explicitación, explican en buena parte -y construyen- la percepción social que se tiene del sindicato. El entorno económico, social y político, cambiante y complejo, en el que vivimos, empuja al sindicato a renovar formas organizativas, prácticas y propuestas para la acción y la negociación. Hay que hacerlo para seguir siendo útil a la propia función social y ser referencial para impulsar los cambios que mejoren las condiciones de trabajo y de vida de la gente trabajadora.
Con todo, sin embargo, no podemos obviar que hoy, a pesar del cuestionamiento, el sindicalismo mantiene viva su capacidad de influencia y de gestión del conflicto social. Esto lo atestigua la serie de conflictos laborales de ámbito de empresa o sector, en defensa del empleo y de las condiciones de trabajo, las movilizaciones sociales en contra de los recortes de los servicios públicos, en defensa de la negociación colectiva o la capacidad de denuncia de las injusticias y de propuesta alternativa para impulsar la reactivación económica, generar empleo de calidad y garantizar la protección de las personas en situación de desempleo o exclusión social. Hoy, CCOO sigue siendo la primera organización social del país, en número de personas afiliadas cotizantes -cerca del millón en el conjunto del Estado y 150.000 en Cataluña- pero también la primera organización social en términos de representatividad democrática, validándose cada cuatro años en elecciones sindicales que tienen niveles de participación superiores al 80% de las plantillas y que incorporan mecanismos de revocación, de rendimiento de cuentas y de toma de decisión participativa en cuanto a convocatorias de movilizaciones o firma de acuerdos. Si hablamos de la suma de todas las organizaciones sindicales, podemos estar hablando de un 15% de la población ocupada afiliada a unas organizaciones que, con su acción y capacidad de negociación representativa, dan cobertura de derechos a través de la negociación colectiva a más del 85% de los trabajadores y trabajadoras asalariados del país. Desafortunadamente hay amplios sectores de trabajadores excluidos del mecanismo de representación sindical directo, ya que en las empresas de menos de 6 trabajadores no se contempla la posibilidad legal de que puedan elegir un o una delegada de personal. Este es posiblemente el principal escollo de las organizaciones sindicales que tienen dificultades, a pesar de dar cobertura de derechos con su acción general, para actuar y tener presencia organizada directa en las empresas que ocupan a una parte muy importante de la clase trabajadora y que es principalmente donde se dan las condiciones laborales más precarias y donde se necesita de mayor organización.
Si queremos repensar la necesidad, legitimidad y utilidad del sindicalismo hoy, lo primero que debemos preguntarnos es qué es el sindicato. Muchas veces se confunde el sindicato con las estructuras de la organización sindical, a las que se tacha de alejadas de los trabajadores y trabajadoras. La primera característica del sindicalismo es la autoorganización de los trabajadores de una empresa o centro de trabajo. Es la agrupación voluntaria de las personas que consideran que tienen unos determinados vínculos entre sí y unas problemáticas comunes para la posición que ocupan en el trabajo, y que quieren actuar y negociar con el empresario, o los directivos, que ocupan una posición diferente a la de ellos o ellas en la empresa. Hablamos de sindicato «de» los trabajadores, no de sindicalismo «para» los trabajadores. Por eso hablamos de vínculo societario o asociativo para reivindicarse, para la acción y la negociación, en un sistema económico y social que niega a los trabajadores su personalidad y sus derechos en la empresa. Cuando hablamos de sindicalismo hablamos de la fortaleza que da esta dimensión colectiva y la función social que le es propia, que es organizar y defender personas e intereses colectivos, hablamos de la estabilidad del vínculo que se establece entre los trabajadores y el proyecto sindical-propuestas-, hablamos de democracia sindical y de renovación generacional. Las estructuras sindicales son la forma organizativa última que se da a esta autoorganización colectiva de personas e intereses en el centro de trabajo y se construye desde la realidad concreta de cada momento histórico en base al proyecto sindical que permite la mayor utilidad a la acción y a la negociación en todo aquello relativo a las condiciones de trabajo y de vida.
El movimiento obrero organizado, el sindicalismo, ha sido desde sus orígenes fuente de derechos para los trabajadores y trabajadoras. No se explica el contrato de trabajo, la conquista de la jornada de 8 horas, la limitación del trabajo infantil en la Inglaterra de finales del siglo XIX, o el propio proceso de cambio de régimen en nuestro país, entre otros, sin la acción organizada de los trabajadores y trabajadoras, donde la fuerza acumulada organizándose en las empresas permite la acción colectiva del sindicato para actuar y negociar mejoras de condiciones de trabajo y de vida. En nuestro país, no se explicaría la construcción de un entramado de derechos sociales, educación, sanidad, seguridad social, protección social, sin la acción organizada del sindicalismo. La generalización de derechos, laborales y sociales, dentro y fuera del centro de trabajo, no se explica sin la fuerza movilizadora y la capacidad organizativa de las organizaciones sindicales. Precisamente esta capacidad es la que ha permitido la constitucionalización del propio sindicalismo, su reconocimiento como interlocutor social y representativo de intereses colectivos y de los derechos colectivos y personales del trabajo. Pero es precisamente este hecho, la constitucionalización del sindicalismo, lo que provoca la desmemoria colectiva en relación al sindicato y su función en la defensa y consecución de derechos. Buena parte de la población considera un dato preexistente el mundo que le rodea y es ajena a los procesos históricos que lo han ido configurando, se considera, por tanto, heredera natural de los derechos y reglas sociales. Parece haberse borrado de la memoria colectiva, fruto de años de franquismo y de la posterior desmemoria histórica, que los derechos se conquistan en la lucha y se defienden cada día.
No hay una cultura colectiva que reconozca la dimensión política del sujeto social que es el sindicato y de cómo su acción explica la conquista y extensión de los derechos de ciudadanía. El estado democrático y el estado de bienestar se explican casi exclusivamente en clave de la acción de los actores políticos institucionales, gobiernos y partidos, negando la acción de los sujetos sociales colectivos, entre los que el sindicalismo, como sujeto social político, ha sido clave y determinante para explicar buena parte de la historia de este país. Tal vez esto se explica por la propia independencia del sindicalismo mayoritario que se acaba imponiendo en nuestro país. Porque una de las características del sindicalismo es la autonomía e independencia en relación a los poderes económicos y políticos, la capacidad de elaborar propuestas y definir proyecto en base a la realidad organizada de los trabajadores y las trabajadoras, a sus análisis y sus intereses. Posiblemente esto hace que las organizaciones políticas entren en contradicción con la función de los sindicatos cuando éstos ejercen su autonomía e independencia sindical. Querrían relegar la función exclusiva de estos en el centro de trabajo e impedir la intervención en la esfera social y política. Pero precisamente la propia independencia sindical reclama la intervención sociopolítica, ya que la clase trabajadora no puede obviar la importancia de las políticas públicas a la hora de dar cobertura a los derechos y a la protección social. Quizás éste es uno de los elementos que explica la alta beligerancia de los gobiernos con el hecho sindical y como están aprovechando la actual situación de hegemonía política e ideológica neoliberal para ralentizar al máximo el diálogo social, debilitar el derecho a la negociación colectiva, limitar derechos sindicales, atacar la financiación de la función sindical, perseguir el ejercicio del derecho de huelga, etc.
Hoy, sin embargo, el sindicalismo tiene ante importantes retos. La profundidad de la embestida al modelo social -de derechos y libertades- que impulsa la política dominante, los cambios que se producen en la esfera económica y de la producción, enmarcada por una globalización bajo la dirección de la concentración del capital financiero, sin reglas ni contrapoderes, y la transnacionalización de la actividad productiva y de la cadena de valor, y la creciente oligopolización de los procesos de creación y difusión del conocimiento, están generando cambios importantes en la composición de la clase trabajadora fruto de la descentralización productiva y la fragmentación y precarización laboral. Sabemos que la organización del sindicato se deriva de la forma como se organiza el trabajo y el proceso productivo. Si a principios del siglo XX el sindicalismo catalán supo superar el sindicalismo de oficios para dar paso al sindicalismo de sector para dotar de mayor utilidad a la acción sindical, hoy es necesario repensar qué elementos tenemos delante para mejorar nuestra capacidad de intervención en términos de utilidad. Repensar la organización pero asentándola en los principios propios, consustanciales, el hecho sindical que son la autoorganización de los trabajadores en el centro de trabajo con prácticas democráticas y de renovación permanente, la autonomía e independencia de cualquier poder, la capacidad de ejercer el conflicto social y protagonizar la negociación, la voluntad de ser sujeto político social con voluntad de transformar la realidad para conquistar nuevos derechos dentro y fuera del centro de trabajo.
Hoy necesitamos organizar el sindicato de forma más flexible y cooperativa y dotarlo de capacidad de actuar en toda la cadena de producción. De organizar, para la acción y la negociación, en espacios de trabajo multisectoriales. De incorporar nuevos contenidos a la negociación colectiva -en relación a la fractura generacional, el papel del conocimiento y la formación permanente, a la aportación a la innovación, en relación a la sostenibilidad, etc. … – y articularse en diferentes niveles -sector, subsector, espacios multisectoriales, grupos de empresa, empresa … -. De introducir elementos de transversalidad en la acción sindical en relación a la igualdad y diversidad, a la democracia en la empresa, a los derechos personales en el trabajo, etc. De agrupar y organizar a los trabajadores y trabajadoras de pymes, los autónomos dependientes, los trabajadores de los sectores de la economía social.
La globalización evidencia la limitación de la acción sindical a nivel local o nacional. Hacen falta espacios de contractualidad en Europa y en el mundo. De ahí la articulación del movimiento sindical europeo y mundial en la Confederación Europea de Sindicatos (CES) y en la Confederación Sindical Internacional (CSI). Hay que acelerar la construcción de un sindicalismo global útil, con capacidad de movilización y negociación en el ámbito supranacional. El impulso de comités de empresa europeos y mundiales es pieza clave en este proceso. Consolidar espacios de negociación colectiva y de diálogo social que den perspectiva a las reivindicaciones en relación al trabajo digno en todas partes, a la responsabilidad corporativa, a la transición justa.
Los cambios en las tecnologías de la información y la comunicación se añaden a los cambios operados en el proceso de concentración de los grupos que controlan la difusión de la información a nivel global y generan, sin duda, nuevos retos al movimiento sindical, que debe entender lo que está pasando y situarse reactivamente, para garantizar que los valores propios y la creación cultural e informativa de la realidad de la clase trabajadora no sea intermediada o suplantada. No se trata de repensar sólo en qué y cómo comunicar e informar, que también, sino de abrir todo el espectro potencial que se abre a nuevas formas participativas y de movilización con voluntad de masividad y efectividad.
Hay que repensar el cuadro de derechos sindicales y la propia financiación sindical. Nuevos derechos sindicales que incorporen las nuevas realidades: cómo pasamos del tablón de anuncios sindicales los ciberderechos sindicales que garanticen la información telemática; como pasamos del delegado sindical de empresa al delegado sindical sectoterritorial que dé tutela y organice a los trabajadores de las pymes; como logramos nuevos derechos de participación en las empresas y nos planteamos la relación, presencia, intervención en los consejos de administración; como superamos la interlocución con los gestores de las empresas para interrelacionarnos con los propietarios; como superamos la contradicción de sindicatos que afilian pero que representan a todos y que esta función la realizan con los recursos de los que se afilian; etc.
Retos sin duda inacabados en su exposición, pero alcanzables en su consecución, ya que parten de un análisis concreto de una situación determinada y de la voluntad de seguir operando para transformarla, desde la voluntad de permanencia en la función social que se considera propia del sindicalismo, que es la autoorganización de los trabajadores en el centro de trabajo para la defensa de sus intereses dentro y fuera de la empresa.
Del sindicalismo realmente existente al sindicalismo que necesitamos
14/08/2014
Desde los inicios del siglo XIX (donde nació una nueva conciencia de clase y las primeras asociaciones obreras) hasta nuestros días, hemos asistido a sucesivos cambios en la organización del movimiento obrero y sindical. El siglo XXI no podía ser una excepción.
La hegemonía ideológica del neoliberalismo ha centrado el debate en la sociedad sobre si son o no necesarios los sindicatos. A mi entender ésta es una “reflexión” tramposa; orientada a destruir todos los obstáculos a la libre explotación del Capital sobre el trabajador.
Nuestra reflexión es bien distinta. Las organizaciones sindicales siguen siendo tan necesarias como a comienzos del siglo XIX. Si algo no ha cambiado desde la primera Revolución Industrial hasta el Capitalismo Global, es que se trata de un sistema basado en dos grandes premisas: la extracción de plusvalor y la acumulación ilimitada de Capital.
Este es uno de los innumerables testimonios recogidos por el historiador marxista E.P.Thompson en su obra “The Making of the English Working Class”:
“¿Qué sería de nuestro oficio, si no nos organizásemos? ¡Quizá seríamos tan pobres como vosotros ahora! ¡Mirad a otros oficios! Todos se organizan (si exceptuamos los tejedores de Spitalfields, y en qué miserable condición viven). Mirad los Sastres, Zapateros, Encuadernadores, Laminadores de oro, Impresores, Sastres que confeccionan capas y abrigos, Sombrereros, Tintoreros de piel, Albañiles, Hojalateros, ninguno de estos oficios reúne menos de 30s. (1Libra y 50 Peniques) a la semana, y de esta cifra a cinco Guineas (5 Libras y 25 Peniques) todo lo consigue la Organización, sin ella sus oficios serían tan pobres como el vuestro…”.
El debate por lo tanto no debería ser si las organizaciones de los trabajadores son o no necesarias; sino qué organizaciones se necesitan, cuáles son los modelos sindicales que han entrado en crisis y cuáles son las distintas alternativas que se están proponiendo y llevando a la práctica en estos momentos.
1.- Causas de la crisis del sindicalismo actual
¿Hay crisis del sindicalismo tradicional o mayoritario en este país? Nuestra opinión es que sí. Se trata de una crisis desigual y que no afecta de la misma manera a todos los sectores, pero negarla es insostenible.
Los compañeros que niegan que exista crisis entre los grandes sindicatos argumentan (la mayoría de la veces) con datos sobre afiliación o participación en las elecciones sindicales. En nuestra opinión, ésta es una visión estática. No tienen en cuenta la realidad con todos sus matices y complejidades. Tampoco estamos diciendo que estos sindicatos hayan dejado de ser mayoritarios entre los trabajadores; lo que afirmamos son otras cuestiones.
La misma palabra “crisis” puede tomarse desde varios puntos de vista, como punto de inflexión en un proceso de cambios o como elemento negativo de un balance. Para nosotros, en el tema de los sindicatos, ambas cuestiones son ciertas.
Comenzando por el segundo significado, la crisis de las organizaciones sindicales tradicionales, tiene su mayor expresión en el cambio de relación entre los trabajadores y estas organizaciones. La percepción de una gran parte de las clases trabajadoras de este país, es que los sindicatos ya no les representan, que están alejados de sus problemas reales, que se han burocratizado y que responden más a sus intereses corporativos que a los intereses y sufrimientos de una población en situación de emergencia social. ¿Cómo olvidar la foto de Toxo y Méndez con el Gobierno y el Presidente de la gran patronal cuando miles y miles de trabajadores se acercaban a Madrid en las Marchas por la Dignidad? Nada más claro que esas dos fotos de la situación para reflejar lo que durante muchos años ha pasado en este país.
Tampoco hace falta ser un parado de larga duración o un precario estructural para tener ese sentimiento. Algunos que pertenecemos a la sanidad madrileña lo hemos vivido con la Marea Blanca. El papel de los grandes sindicatos (incluidos los profesionales) en el impulso, desarrollo y formación de la Marea Blanca fue irrelevante. Cuando vieron la magnitud de la movilización social y ciudadana, decidieron subirse a un tren en marcha. No es extraño por lo tanto que la Marea Blanca se desarrollara por los cauces de la auto-organización asamblearia organizando las grandes manifestaciones, los encierros o la consulta ciudadana por la sanidad. Así nacieron las plataformas de trabajadores y usuarios, o tomaron protagonismo nuevos sindicatos como AFEM.
Pero no todo es por “culpa” de las políticas de las grandes centrales sindicales. La crisis de los sindicatos tiene su origen también en dos causas de signo muy distinto. Por un lado la contra-revolución económica y social llevada a cabo por el Neoliberalismo durante 35 años, que abrió un ciclo de retrocesos y derrotas modificando la relación de fuerzas establecida en el período del boom económico de la potsguerra, y por otro, los cambios de época que han tenido lugar: las transformaciones de una sociedad fordista a un capitalismo financiarizado, la deslocalización de la gran industria hacia países con mano de obra barata, la emergencia de clases medias asalariadas sin conciencia de clase, la precarización creciente y masiva a nivel mundial, la destrucción ecológica, la incorporación de la mujer al mercado laboral y el aumento exponencial de la pobreza estructural y las desigualdades sociales.
A estos desafíos hay que darles respuesta no solo desde las instituciones políticas, sino también desde los movimientos sociales y sindicales.
2.- Tres alternativas a la crisis
En líneas generales vamos a distinguir tres grandes propuestas que se están dando, a la crisis del antiguo modelo sindical.
1.- La alternativa neoliberal que se ha basado en la destrucción del Estado de bienestar social, la liquidación de las conquistas y derechos de los trabajadores y del conjunto de la población sea o no asalariada. Su doctrina se resume en anteponer el interés individual al colectivo; pero fundamentalmente, el Neoliberalismo es la respuesta de las clases dominantes a la crisis de hegemonía que se manifestó en el período de ascenso de los movimientos obreros, estudiantiles y de emancipación nacional durante los años 60 y 70 del siglo pasado. La versatilidad de su práctica abarca un abanico tan amplio como el golpe de estado en Chile contra el Presidente Salvador Allende, hasta la política austericida implementada contra el pueblo griego por parte de la Troika.
2.- La alternativa sindical corporativa que ha reaccionado a la ofensiva neoliberal con estrategias basadas en la colaboración y concertación social. Intentan contener la hemorragia social causada por la gran alianza reaccionaria (clases dominantes, clases medias altas, gobiernos y corporaciones nacionales o supranacionales); mediante políticas de participación y acuerdos en los que los sindicatos no pierdan más relevancia social y, al mismo tiempo, puedan sobrevivir a los “nuevos tiempos” con ayudas del Estado (ya sea a modo de subvenciones, cursos de formación, participación en la gestión pública o privada, Cajas de Ahorro, Eres, etcétera). Esta estrategia que nosotros llamamos “sindical corporativa” ha tenido resultados negativos porque ni ha frenado la ofensiva neoliberal, ni ha detenido la caída libre en la que se han visto abocados los grandes sindicatos de trabajadores.
3.- El sindicalismo alternativo que desde muy diversas formas y maneras tratamos de abrirnos paso (no sin enormes dificultades). Su existencia no es de ahora sino que ha venido desarrollándose a lo largo de los años, ya fuera como prolongación de opciones políticas (CSUT o SU en la Transición), ya como una corriente estatal (CGT); ya como sindicatos de empresa, rama, sector y nacionalidad (COBAS, Sindicato Ferroviario, MATS, Plataforma Sindical de la EMT, LAB, CUT…).
Las señas de identidad de esta propuesta son, tanto la impugnación al sistema como a la subordinación del movimiento a estrategias de concertación social.
Pero el mayor desafío que enfrentamos es la capacidad de metabolización con los nuevos movimientos nacidos al calor de la “onda larga” del 15M. El sindicalismo alternativo estará a la altura de las circunstancias históricas si entiende y actúa en los nuevos sujetos sociales, en sus procesos reales y en sus nuevas formas de lucha y de auto-organización.
Nuevamente nuestra experiencia en la Marea Blanca es ilustrativa. De ella deberíamos extraer tres grandes lecciones: la primera, partimos de una relación de fuerzas tan desfavorable respecto a la alianza neoliberal, que no basta con las fuerzas del mundo del trabajo. Se necesita forjar un nuevo sujeto, un frente entre los profesionales con la ciudadanía (esto es esencial para los trabajadores de los servicios públicos como sanidad, educación, transportes, etcétera).
En segundo lugar, hay que saludar los cambios que el movimiento 15M y las Mareas han introducido. La cultura de la horizontalidad, la democracia desde la base, la auto-organización, la utilización de las redes sociales como un instrumento de contra-poder, todo esto que es percibido por los sindicatos mayoritarios con distancia y no pocos recelos; debe ser una parte de nuestro código genético.
Por último, la Marea Blanca demostró también que la utilización inteligente de todas las vías posibles: la jurídica o la institucional, es lo que dio lugar a los recursos ante la justicia que pusieron patas arriba el proceso privatizador y, finalmente, nos permitieron obtener la primera victoria. Aunque sea inestable y parcial.
Por lo tanto si durante años intentamos aprender de las grandes derrotas, ya va siendo hora de que aprendamos también de nuestras pequeñas victorias.
¿Qué relación con la afiliación y qué fuentes de recursos?.
12/08/2014
Daniel Albarracín Sánchez
Consejero de la Cámara de Cuentas de Andalucía. Sociólogo y economista. Miembro de Anticapitalistas y del Consejo Asesor de Viento Sur.
¿Qué relación con la afiliación?. ¿Qué democracia interna?.
Sin embargo, la crisis de legitimidad, aparte de la generada por el ruido mediático, también responde a un problema de relación con la sociedad y el mundo del trabajo. El centralismo verticalista, la formación de tribus (y no corrientes) sindicales que sólo persiguen perpetuarse en las direcciones, cocinando los procesos congresuales, las listas, y la pulverización de la deliberación abierta y la discusión cualificada son las principales causas del deterioro de la orientación y de la relación con los y las trabajadoras. Sin duda alguna, la participación de la afiliación, la generosidad de los grupos más estables con el mayor protagonismo y compromiso de los grupos laborales más vulnerables, constituyen otra fuente de energía, tiempo y recursos de dedicación claves para fortalecer al movimiento obrero y acercarlo a las necesidades de la gente.
¿Qué recursos?.
Aparte de la desorientación estratégica, el desplazamiento de la influencia en la negociación colectiva y el diálogo social, el problema material que atraviesa el sindicalismo es el desplome de sus recursos. Se han retirado subvenciones y se acaba el monopolio de la gestión de algunas políticas públicas como la gestión de la formación para el empleo. ¿Dónde financiarse?.
a) Principalmente cuotas de afiliación, moduladas por niveles de ingresos y grado de vulnerabilidad laboral.
b) Financiación a cargo de impuestos (en base a proporción del impuesto de sociedades) o, en su defecto, porción de la nómina. Esos recursos se repartirían en función de la representatividad de cada sindicato en las elecciones sindicales. Esos recursos debieran ser con finalidad justificada: acción sindical en conflictos laborales, servicios de asesoramiento en situaciones de despido individual o colectivo, estudios sociolaborales, formación, salud laboral, etc…
c) Actividad autogestionada por el sindicato: economía social, proyectos solidarios, etc…
Un sindicalismo reorganizado y democrático para hacerle frente al capital
12/08/2014
Daniel Albarracín Sánchez
Consejero de la Cámara de Cuentas de Andalucía. Sociólogo y economista. Miembro de Anticapitalistas y del Consejo Asesor de Viento Sur.
El trabajo asalariado sufre permanentes cambios, fruto de ser el vástago de las correspondientes variantes de capitalismo. La fragmentación de la condición obrera se origina en las condiciones de trabajo, vulnerabilidad y competencia. El principal problema que atraviesa el movimiento obrero es que ha de enfrentarse a un escenario de corporativización del conflicto. Los intereses aparentes se muestran muchas veces rivales.
El mundo sindical reproduce, a veces producto de la inercia y la falta de estrategia, esquemas empresariales. La estructuración en federaciones, con poderes de negociación diversos y jerarquías e influencia diferentes al externo y al interno, conduce a un esquema importado. Esquema que hará difícil evitar las “negociaciones oportunistas” a nivel de empresa que la reforma laboral permite. Hace correr el riesgo al sindicalismo confederal quedarse en mera marca simbólica.
Queda mucho futuro al sindicalismo, pero de no haber contraestrategia este será microcorporativo (pudiendo darse en los sindicatos de clase, debido a su estructuración sectorial desligada entre sí), de empresa o amarillo. Para que no fuese así, sería preciso impulsar un proyecto de contestación sindical y una nueva relación con las iniciativas políticas emergentes y con los movimientos sociales.
¿Nuevas formas de empresa y producción?.
El sindicalismo ha de lidiar con el capital. Y ha de hacerlo en su terreno de juego, con el objeto tanto de influir, interrumpir o incluso tratar de aspirar a dominar la cadena de valor. Constataciones:
a) El capital se mueve en un proceso continuo (reproducción, extracción, financiación, producción, distribución comercial y servicios finales) para acumular y rentabilizar. Los sectores se concatenan en esa lógica, aunque en la competencia se apropien de su rédito de manera desigual. Los sectores son constructos administrativos y estadísticos. No podemos adaptarnos a una abstracción, lo sustancial es la cadena de valor.
b) Las empresas son instrumentales. Los y las capitalistas utilizan a las empresas y no al revés. La geometría variable que adoptan es consecuencia del uso del capital al derecho societario, mercantil y fiscal a su beneficio. La empresa-red (matriz de grupo empresarial-filial-subcontrata-franquicias…) es el vehículo para minimizar y externalizar riesgos y hacer competir a grupos profesionales.
c) Los centros de trabajo son definidos, a veces arbitrariamente, por el capital. La referencia no puede ser fragmentaria, sino la unidad y proceso de trabajo que abarca a toda la fuerza laboral implicada.
d) No hay deslocalización, sí relocalización productiva. Se producen nuevas localizaciones productivas y de servicios, en nuevos espacios laborales: polígonos industriales, polígonos de oficinas, centros y parques comerciales, destinos turísticos, etc…
e) En esos espacios de concentración laboral la agrupación ha de ser el territorio. En las actividades dispersas, la cadena de valor.
f) Sin internacionalismo no hay salida
Desde la trinchera
11/08/2014
Moises Torres
Secretario Servicios Comunidad -Responsable limpieza y recogida UGT
Como militante sindical de UGT me niego a creer que el sindicalismo es para los trabajadores. Tengo la firme creencia de que los sindicatos son trabajadores unidos, organizados, solidarios, que realizan su actividad intentando mejorar su entorno laboral y tienen como meta una sociedad más justa e igualitaria.
Desde esa creencia llevo muchos años luchando con las contradicciones del día a día, muchas de ellas han sido expuestas de manera brillante en la ponencia: “Los sindicatos solo se preocupan de sus afiliados”,“los sindicatos no me resuelven el problema”… U otras como: “no negociéis“, “no podemos hacer una huelga que luego nos descuentan”, “ esto lo tenéis que resolver vosotros que para eso estáis”, etc.
Pues bien, a pie de obra, esas y otras afirmaciones parecidas han estado siempre ahí. Quiero decir que no son producto de la crisis, aunque hoy de manera interesada están mas a la orden del día, sino que son producto de nuestros errores, de nuestra “comodidad”, no solo como sindicalistas -acabamos creyendo que todos conocemos las cosas y que las explicaciones ya no son necesarias- sino como ciudadanos que tendemos a apuntarnos a la idea que nos transmiten los medios de comunicación sin avanzar mas.
Los sindicatos, o al menos al que yo estoy afiliado, se construyeron y crecieron con la sangre de muchos luchadores, y al igual que este pasado no debe servir para creer que eso nos legitima, sí debe servir para incrementar nuestro nivel de responsabilidad en nuestras acciones. Durante los últimos 20 años (a excepción de los 6 de crisis) el sistema parecía rodar con aceptable mejora de las condiciones de vida de los españoles; los sindicalistas, verdaderos actores del proceso de cambio, utilizamos el conflicto o el dialogo para avanzar, y nadie, salvo los de siempre, ponían en duda la razón de ser de las organizaciones sindicales. Fueron tiempos no exentos de lucha y conflicto, no solo en los “tajos”,también fuimos persistentes en las acciones políticas que dieron como resultado leyes que apostaron por el bienestar social y la mejora de las condiciones de los ciudadanos, se continuó en la lucha para internacionalizar la acción sindical -desde los comités de empresa europeos hasta la presidencia de organizaciones sindicales internacionales por sindicalistas españoles- y criticamos y dimos alternativas para otro modelo de sociedad, no especulativa, sin el espejismo del ladrillo o el turismo como motor del país.
Yo, como sindicalista, afirmo que la de los sindicalistas no es una historia de ociosos liberados. Es una vida marcada por una ideología, a veces de utopía, llena de trabajo y problemas pero ilusionante en cualquier caso; llena de personas (delegadas y delegados), que lejos de la imagen trasmitida por el poder económico ponen su tiempo, su imaginación y su dinero en una lucha -la de clases- que hoy vamos perdiendo. Eso sí, si se termina la ilusión, se termina el sindicalista.
Y es con esta afirmación con la que me atrevo a decir que el sindicalismo no está en crisis, los procesos de adaptación de los sindicatos a las nuevas realidades sociales y laborales son constantes, quizá lentos, pero constantes. Somos los propios trabajadores los que cambiamos la configuración de los sindicatos para adaptarlos a los cambios estructurales de la economía y de la sociedad y por tanto, las asociaciones de trabajadores, es decir los sindicatos, son regeneradores y no conservacionistas.
Pero no se nos puede escapar que estos sindicatos, los de verdad, son de izquierdas y por tanto no solo están sometidos al desprestigio del poder por la autodefensa de los trabajadores, sino que también están estructurados para defender el modelo de sociedad desde sus respectivas organizaciones y es este otro motivo mas para que muchos poderes apuesten porque desaparezcan. Hay hoy, mas que nunca, expertos formadores de opinión empeñados en el encargo de destruir el movimiento sindical.
Me reafirmo en que el sindicalismo hoy es mas útil que nunca porque sus naturales relaciones con movimientos sociales que comparten espacio e instrumentos para crear otro tipo de sociedad son mas importantes que nunca. La respuesta social al pensamiento único debe ser objetivo prioritario para eliminar la desigualdad social y caminar juntos hacia la senda de la transformación social. Cada uno desde sus posibilidades, cada uno desde su propia libertad, pero sin duda unidos ya que no existe, a mi juicio, en el sindicalismo de empresa, ninguna decisión que tomar entre negociación o conflicto; el sindicato ha de ser un contrapoder real, con capacidad de negociar en igualdad de condiciones y en muchas ocasiones es, solamente, el conflicto lo que iguala esa capacidad. El objetivo termina siendo casi siempre un acuerdo.
Y soy de los que piensan que los sindicatos deberían autofinanciarse -esto ya es casi una realidad-, que debería hacerse exclusivamente de sus afiliados, que habría que racionalizar mas las cuotas sindicales en función de los ingresos y que los no afiliados debería poder suscribirse a los beneficios de sus acuerdos mediante tasas que igualen a los afiliados con los no afiliados. No se trata de que unos soporten los gastos y otros se lleven los beneficios, se trata de solidaridad y compromiso. Tampoco estoy a favor de las elecciones sindicales, la representatividad de los sindicatos tendría que medirse en términos de afiliación. Ninguna empresa, grande o pequeña debería estar exenta de representantes sindicales.
No quiero acabar esta aportación sin contar una realidad que plasma algunas respuestas a los interrogantes de la ponencia:
Mi responsabilidad sindical me llevó hace unos meses a entablar un conflicto en la ciudad de Madrid. Las condiciones de la privatización de los servicios de limpieza viaria de la ciudad fueron modificados por su Alcaldesa y las empresas adjudicatarias nos plantearon la reducción salarial de un 42% y el despido colectivo de 1.400 trabajadores.
La respuesta sindical fue la huelga de 13 días que plantó cara al Ayuntamiento y las grandes Constructoras del país. Tanto barrenderos como sindicatos lograron parar sus despreciables intenciones, y para eso fue fundamental tener un objetivo común, el compromiso de todos los trabajadores, la unidad de acción, la información a la ciudadanía, la acción conjunta con organizaciones sociales, la solidaridad de la gente, la utilización de nuevas tecnologías para mantenernos informados y coordinados, el apoyo popular y sobre todo, la esperanza y la ilusión de ganar una lucha justa.
Esta es la misma esperanza e ilusión que nos hace pensar que con unidad podemos ganar la lucha, que nuestros sindicatos son útiles, que debemos participar más de lo que lo hacemos, que nuestras críticas han de ser constructivas y que nosotros, los sindicatos, debemos ser aún más permeables a ese tipo de criticas. Somos personas luchando juntas por intereses comunes, no somos instituciones ni deben tratarnos como si lo fuéramos, cometemos errores y tenemos que ser responsables de nuestros actos pero mi apuesta es que en un sindicato tenemos que caber todos, aunque estemos apretados.
No es esta una visión de grandes soluciones globales para el sindicalismo de hoy, pero es la que puedo aportar desde mi posición en la trinchera.
Empoderar a los trabajadores en las empresas
07/08/2014
Joaquim González
Exsecretario General de FITEQA CCOO
Joan Coscubiela en su excelente ponencia “necesidad, legitimidad y utilidad del sindicalismo” nos invita a reflexionar desde una batería de interrogantes, que confirman la fuerza y el poder que tienen las preguntas como herramientas para la investigación y la innovación.
Una pregunta directa y descarnada que formula es: ¿es útil hoy el sindicato?. Mi respuesta y la de muchos ciudadanos será, por experiencia propia e ideología, un rotundo sí. Pero la matizamos, para hacerla más adaptable a la reflexión y nos preguntamos si los trabajadores y las trabajadoras perciben hoy la utilidad del sindicato, posiblemente la respuesta será un mayúsculo: Depende.
Dependerá del ámbito profesional y laboral en el que se encuadré el trabajador y trabajadora, del sector y de la empresa y también de lo que entienda de la función de un sindicato. Sabemos que hay amplios sectores de la sociedad que pueden identificar más a otras organizaciones sociales y políticas como protagonistas en la lucha por la justicia social y contra las desigualdades, aunque vean al sindicalismo compartir plazas y calles en sus luchas y objetivos, lo que probablemente puede expresar que el trabajo y sus condiciones colectivas, para una parte importante de la sociedad, han dejado de ser la base donde se dirime la lucha por la transformación social y que el empleo ya no es la base de la ciudadanía portadora de derechos y obligaciones.
La condición de trabajador ha perdido fuerza en favor de otras identidades «no materiales»: raza, género, edad o territorio. Identidades, que para muchos ciudadanos y trabajadores con media y alta cualificación, generan mayores estímulos que el empleo y las condiciones de trabajo para acudir a la acción colectiva ya que entienden más útil el ámbito individual para la defensa de su profesionalidad que el colectivo, al que identifican con los trabajadores de mas baja cualificación, precarios o fuera del mercado de trabajo y al sindicato más en la acción social y política, que es lo que transmiten los medios de comunicación.
Tenemos un sindicalismo institucional y socialmente fuerte, y menos fuerte dentro de las empresas, desorientado en la nueva empresa pos-fordistas, donde no ha conseguido como la mayoría de la izquierda pasar de discusiones nominales sobre la globalización, el cambio tecnológico o la flexiseguridad, etc, sin situar una nueva tabla programática y reivindicativa donde alinear la acción más allá de la resistencia.
El cambio en las empresas se ha hecho sin una atención sindical suficiente y desde un pensamiento neoliberal cuyo objetivo es marginar al sindicalismo de los centros de trabajo y de las nuevas formas de gestión, y hacerlo prescindible para amplios colectivos de trabajadores y trabajadoras. Hay muchas empresas donde lo importante sucede al margen de la representación sindical, como la gestión de las carreras profesionales, la retribución por objetivos y resultados, las nuevas formas de comunicación abiertas y verticales entre las personas, borrando jerarquías y generando nuevos e informales liderazgos, el impulso del emprendimiento interno, las encuestas de clima laboral y los procesos de feedback, el voluntariado corporativo en el que participan cientos de trabajadores y trabajadoras, la acción social o la información sobre las políticas de Responsabilidad Social.
La pregunta es qué papel aspira a jugar el sindicalismo en las grandes y medianas empresas -que son la base de su afiliación – que desde canales y formas nuevas se promueve la participación de amplios colectivos dejando fuera a los representantes sindicales cuya función se reduce a representar sólo a una parte de la plantilla y a negociar solo cuando la situación es de crisis.
Hemos concedido un débil valor a la participación en la empresa, como lo demuestran los escasos resultados en la negociación colectiva en esta materia, quedando incluso sin desarrollar en la gran mayoría de convenios colectivos los tímidos avances que en materia de participación se han ido incorporando durante décadas en los Acuerdos Confederales.
Ese débil interés por conquistar espacios de participación en la empresa no deja de ser un contrasentido cuando hoy el «empowerment» ha entrado hasta lo más profundo del pensamiento de la izquierda y es el centro de los ámbitos políticos, sociales y culturales. Como dice Ignacio Muro, refiriéndose a las relaciones laborales en su libro imprescindible «Esta no es mi empresa», el “empoderamiento” del trabajo es una prioridad que significa que generar influencias es necesario para ser reconocido y respetado ya que, más que nunca, tener poder vale la pena».
Creo que, sin abandonar un ápice la acción sociopolitica, una prioridad del sindicalismo está en conquistar poder en las empresas y en los centros de trabajo, precisamente allí donde más le molesta y le teme la derecha conservadora y al poder económico.
Crisis Empresarial
06/08/2014
JJREGATOS
Trabajador Social. Secretario General del Sector de Administración Local de CCOO en Madrid
La disyuntiva entre sindicato para los trabajadores o sindicato de trabajadores y trabajadoras, coloca al sindicato en el primer supuesto como un agente económico de mercado más, dependiendo su éxito de los parámetros del mercado: posición frente a la competencia, afiliados como clientes.
Si defendemos el sindicato de trabajadores, nuestra razón de ser es continuar defendiendo de forma colectiva los intereses de las personas trabajadoras, sus familias que viven de su profesión, salario o pensión.
Ante la globalización radical, la sustitución de las instituciones democráticas por instituciones transnacionales derivadas de una parte de los actores económicos (banca, energía, etc.). En nuestro caso unido al también fin de ciclo del pacto constitucional. Los grandes sindicatos UGT y CCOO se perciben injustamente ligados a las instituciones responsables de la crisis.
La ausencia de relevo generacional, una juventud sin trabajo destinada a trabajar en micro empresas sin regulación, la percepción del sindicalismo como fracaso de un sueño de sus padres, pueden provocar en 10 años la desaparición del sindicalismo de clase. Podemos quedarnos en la autocomplacencia de los buenos e importantes que fuimos, las mejoras que conseguimos (cierto, aunque no se valoren ahora). Mientras tanto las personas siguen cayendo en las redes de un mundo neoliberal salvaje convirtiéndose en “esclavos por deudas” a través de las hipotecas.
Qué hacer. Agitarnos para cambiar de forma radical nuestras formas de organización y actitudes. Abrir las puertas, dejar las energías dedicadas solo a conseguir el poder interno del sindicato, eliminar las limitaciones de cristal a la participación interna, y desburocratizar. En todo ello llevamos años comprometidos en el conjunto CCOO, pero con muchas resistencias.
Sacar el sindicato a la calle, no solo para manifestarse, sino para recuperar lo que convirtió el sindicalismo de clase en una referencia absoluta del desarrollo social. Entre otras cosas, hablar, debatir y reconocernos entre nosotros. Las personas trabajadoras no están en la mina y en las grandes fábricas, debemos organizarnos e incorporar otras herramientas: grupos de desempleados, colectivos profesionales, entornos comerciales, polígonos de micro empresas, las redes sociales, etc.
Mantener nuestro método de propuesta – negociación – movilización. Incorporar mecanismos de decisión y elección de interna más directa y participativa. Ser contundentes son casos de corrupción interna.
Asumir que no solo CCOO y UGT tienen que liderar las movilizaciones de la ciudadanía. Afrontar unas relaciones laborales con más sindicatos y agentes implicados, sin renunciar al peso mayoritario del sindicalismo de clase. Tomarnos una taza de humildad, mejorar la capacidad de cooperación y negociación multilateral.
Demandar de forma enérgica una reforma empresarial, de sus prácticas y códigos, la gran dependencia de la administración. En definitiva la crisis empresarial.
Los sindicatos vistos desde el pensamiento clásico
05/08/2014
darwiniano
profesor universitario jubilado
Dice Aristóteles que una sociedad es una reunión de familias o de tribus que buscan el «provecho común», principalmente a través de la complementariedad de oficios. Para que las sociedades europeas formaran una unidad política ordenada tuvieron que superar la división en tribus, porque ello implicaba el peligro de crear estados dentro del estado. Pero con la llegada del marxismo, que ve a la sociedad como la lucha de dos clases antagónicas, surgió el «sindicalismo de clase» que ha ido extendiéndose desde la fábrica hasta abarcar a todo el estado, constityéndose así en una fuerza social que puede ejercer de «contrapoder» frente al poder político, y ello no deja de ser un problema para cualquier sociedad, sobre todo funcionando con la legislación establecida al respecto.
Dice Platón que en democracia aumenta espectacularmente la actividad judicial, de modo que los abogados cobran gran protagonismo. Y parece que ha sido el «modus operandi» de éstos que busca el «interés del defendido» sin cuidarse de los topes que pudiera requerir la justicia social, el que ha impuesto la idea de que los sindicatos están para «defender los intereses de los trabajadores» y bajo la amenaza de huelga. Pero si el compromiso básico de quienes viven en sociedad es la complementariedad de oficios, parece claro que la «huelga» (al igual que el cierre patronal) subvierte el orden básico de la sociedad, y por tanto no se entiende cómo ha llegado a considerarse un «derecho» social, por más que la constitución así lo recoja. En todo caso, si una guerra no se justifica cuando los males que produce son mayores que los beneficios que reclama, esa norma debería servir también para la huelga.
En una sociedad democrática, a la hora de las elecciones, los sindicatos no tienen más remedio que entrar en el demagógico juego de «a ver quien consigue más» en la mejora de la vida del trabajador, como si las reivindicaciones laborales no tuvieran un tope de justicia social, pero resulta que el trabajador europeo medio ya tiene un nivel de vida que lo sitúa muy por encima de los trabajadores del segundo y tercer mundo; y ello está haciendo que el sector de manufacturas de nuestra economía haya dejado de ser competitivo y que muchas industrias huyan de nuestras latitudes, generándose así el terrible problema del paro. Obviamente el problema del paro lo crean los sindicatos, porque -como diera a entender Darwin- la raíz del problema social está en la reproducción de la población que en el tercer mundo sigue sin control, y en mundo globalizado ello repercute sobre nosotros.
Pero en todo caso, parece claro que en la situación actual los sindicatos no pueden seguir con sus crecientes reivindicaciones, aferrados a una ideología marxista que ya no es válida en un mundo globalizado. Y si persisten en ello, debería ser el poder político el que hiciera frente a ese «contrapoder» que finalmente está perjudicando a la sociedad.
¿Crear un nuevo sindicato?
04/08/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Con profunda inquietud y preocupación leo en ‘El Boletín.com’ (04/08/2014) que en la nueva formación de Podemos se está discutiendo la posibilidad de promover la creación de un nuevo sindicato.
Si esta idea llegase a materializarse se estará repitiendo uno de los errores cometidos en el pasado, cuando la dirección de Comisiones Obreras pasó a manos de Antonio Gutiérrez, primero, y luego de José María Fidalgo, basculando hacia posiciones cada vez más conservadoras. Como respuesta a esta situación algunos obreros de buena fe se mudaron a sindicatos anarquistas, o fundaron sindicatos ‘más radicales’, o simplemente abandonaron la lucha sindical.
Como réplica a esta idea comentada, y complementando todo lo manifestado por mí en el presente Debate, me he permitido elaborar un documento donde recojo las aportaciones de Lenin a la cuestión del movimiento sindical, pues por la claridad y el rigor de sus mensajes es el intelectual que más ha influido en mi visión del tema. Podréis apreciar cómo los dilemas actuales ya se daban hace 100 años, y que casi podríamos repetir aquello que se lee en el Eclesiastés: ‘Nihil novum sub sole’ (nada nuevo bajo el sol).
Un arma colectiva contra la degradación del trabajo
04/08/2014
Juan José Castillo
Catedrático Sociología UCM
Ante los retos de la fragmentación del trabajador colectivo, frente a su dispersión, las posibilidades de agregar intereses, para los sindicatos, son cada vez más difíciles de abordar.
Y no es sólo cuestión de la precarización general, de los contratos que ni siquiera existen como tales, de los ‘autónomos por cuenta ajena’, que hoy han sido consagrados incluso por la ley.Sino también de lo que con acierto ha llamado Danièle Linhart la “precarización subjetiva”, la que se convierte en intensificación del trabajo, a veces insoportable hasta el suicidio, también para trabajadores fijos y con cualificaciones de excelencia, como refleja el desgraciado caso de France Telecom, por ejemplo.
Junto a ello, las políticas sistemáticas, generales e institucionales, que preparan el terreno a las políticas empresariales que favorecen y fomentan el desmigajamiento de los colectivos de trabajo.
Una de las políticas más utilizadas para conseguir esa subordinación sin precedentes de las trabajadoras y trabajadores es menoscabar y socavar la capacidad de acción sindical.
En la situación que estamos no vale la ingenuidad del sálvese quien pueda, manifestada por un delegado sindical en un ayuntamiento y recogida por Köhler: “Tenemos la suerte de que en nuestras empresas no tienen [los empresarios] lo de ‘me voy a Chequía o me voy a Filipinas…’ Porque el ayuntamiento no se lo van a llevar a Filipinas y la producción y la limpieza en un hospital tampoco. Quizá eso en la industria lo tengan que tener muy en cuenta, pero nosotros aquí, partimos con ventaja. Las empresas no se pueden ir…”
Desde luego que no se pueden ir con el ayuntamiento a cuestas, pero, ¿quién no ve que la ola de subcontratación y de externalización, de privatización real de los servicios públicos, también está en esos sectores?. ¿Quién no ve que también ahí se está construyendo el tercer mundo en casa?. Con trabajadores y trabajadoras “autóctonos” o inmigrantes: es lo mismo. Con trabajo degradado y cada vez menos decente. Y con graves problemas para la actuación sindical.
Para poder hacer, mejor, ese camino de interpretación de las tendencias en curso, de mirar mucho más allá de lo inmediato, el sindicato necesita, cada vez más capacidad de interpretación, fuerza y apoyo de los trabajadores, representación y reconocimiento social.
Los caminos de ese fortalecimiento necesitan, es mi opinión, de mucho trabajo y reconocimiento de experiencias que pueden, en principio, parecer lejanas. ¿Quién iba a pensar, con los viejos esquemas, que el movimiento obrero norteamericano podría refundarse, como ha mostrado Ruth Milkman sobre Los Angeles, cuya base han sido las acciones y organización de los trabajadores descualificados, inmigrantes?. O su más reciente (2014) sobre “los trabajadores precarios y el futuro del movimiento obrero”, en Nueva York. Un ejemplo de combinación entre buena investigación implicada en los nuevos movimientos y acciones de colectivos que surgen al margen, pero al lado de los sindicatos.
Las ciencias sociales se refundan con este reto planteado por y a los sindicatos: porque nos obliga a plantearnos cómo, qué y para qué y quién investigamos. Cómo difundir y hacer sentido común el conocimiento establecido. Cómo hacer nuestro, compartiéndolo con los trabajadores y sindicatos el conocimiento científico, cuando tenemos enfrente a tantos ‘economistas de todo a cien’, que hacen valer posiciones ideológicas como saberes.
Mirando más allá de unas fronteras nacionales, pero partiendo de ellas, un ejemplo de estos retos es el de Michael Burawoy. Para lo que aquí nos interesa, con consecuencias muy importantes para esta construcción de conocimientos compartidos, serios, rigurosos, y partidarios, en el más noble sentido de la palabra, de los trabajadores y trabajadoras.
Burawoy apuesta por un giro desde el proceso de trabajo al movimiento obrero, diríamos nosotros. Para ayudar a fomentar sus saberes. Para preguntarse, más tarde, “¿Qué hacer?”, con explícita referencia a un sociólogo ruso. Para plantear un conjunto de tesis “Sobre la degradación de la existencia social en un mundo globalizado”. Lo que remata pidiendo un giro global, sobre lo que podría llamarse investigación de excelencia pro-labour, esto es que mira con simpatía hacia el fortalecimiento del movimiento obrero y de la capacidad de acción organizada de trabajadoras y trabajadores de todas clases.
‘Se puede’ fue el eslogan que movilizó a los trabajadores inmigrantes descualificados en Los Angeles. ‘Se puede’ tiene que ser la orientación que frente a los retos del presente oriente la reflexión sindical, apoyada en los saberes de las ciencias sociales, para fortalecer su capacidad de liderazgo en las luchas sociales hoy en día. Juntos podemos.
¿Moderar al capitalismo es su función?
01/08/2014
Ramón Alós y Pere Jodar
Profesores U.Autónoma y Pompeu Fabra. Barcelona
El texto de Joan Coscubiela plantea numerosos interrogantes que, en sus palabras, no tienen respuesta fácil ni única; también por las dificultades de reflexionar serenamente en torno a los tres planos que destaca. El primero, la crisis de transformación del sindicalismo, es una cuestión básica en la que están plenamente inmersos los sindicatos, en general. Cuestión nada fácil, pues los cambios deben ajustarse a un horizonte lleno de incertidumbres. El segundo, las dificultades añadidas por la crisis, puede tener un carácter más “coyuntural”, pese a que llevemos ya varios años en la misma.
Pero nos centramos en el tercer plano, la ofensiva de los poderes económicos y sus representantes políticos, que nos conduce a la cuestión ¿qué función social se asigna a los sindicatos? Si los sindicatos son sólo tratados como una organización de trabajadores para la defensa de sus condiciones de empleo, que lo son, es lógico que se les combata desde posiciones patronales rancias y políticas ultra liberales. Pero si el sindicalismo, cumpliendo la función indicada, corrige disfunciones del mercado, lucha contra situaciones de sobre explotación y los salarios de pobreza, se enfrenta al trato discriminatorio y arbitrario empresarial, o evita itinerarios vitales desestructurados para muchas personas, permitiendo el acceso a vidas más o menos dignas y a los derechos de ciudadanía social, ahí cabe considerar que el sindicalismo es algo más que una estricta defensa de intereses corporativos de unos trabajadores y plantea escenarios más solidarios.
En Europa hay suficientes ejemplos que ilustran esta diversidad de consideraciones sobre los sindicatos. Si nos fijamos en los países escandinavos, las evidencias muestran que los sindicatos tienen una muy amplia aceptación social, fruto de las responsabilidades que se les reconoce, también como agentes del estado social. Precisamente en estos países encontramos las menores desigualdades sociales, unos servicios públicos ampliamente funcionales y una elevada cohesión social.
¿Qué sucede en España? Desde hace ya algunos años asistimos a una fuerte ofensiva, ideológica y legislativa, cuyo objetivo es socavar las funciones sociales de los sindicatos. Algunos recordarán las palabras del entonces ministro socialista Carlos Solchaga, asimilando los sindicatos a una corporación. Desde Fedea, fundación cuyos patronos son los principales grupos empresariales españoles, se da una amplia difusión a informes, supuestamente científicos, denigrando a los sindicatos. Y las recientes reformas laborales, incluida la última del gobierno de Zapatero, recogen medidas que amputan claramente las posibilidades de intervención de los sindicatos. Pero lo que resulta más significativo, es que las citadas reformas limitan sobre todo su intervención como instrumentos de defensa de los sectores más débiles del mundo del trabajo. Sin olvidar la criminalización de sindicalistas Se trata de una ofensiva “neocon”, que incumbe al conjunto de la población, pues con ella se define un modelo de sociedad que relega a un último plano la cohesión social y condena a muchos al empobrecimiento. Amputados de brazos y piernas, no es de extrañar que los sindicatos españoles se sitúen en la cola en cuanto a la confianza que obtienen por parte de la población: según el Eurobarómetro de la UE de otoño de 2010 sólo obtienen la confianza del 30%, mientras un 59% desconfía de ellos. Como no podía ser de otra forma, en las antípodas están los países escandinavos, en los que los anteriores resultados se invierten. Sólo en Bulgaria, Grecia, Rumanía y Eslovenia los sindicatos obtienen peores resultados a los de España.
Para nosotros no caben dudas: el sindicalismo pertenece a los trabajadores y refleja sus contradicciones. Pero definir qué funciones y reconocimientos se asigna a los sindicatos va más allá de su área específica de representación de intereses, para ser una cuestión que afecta e interesa al conjunto de la sociedad, si se quiere evitar un modelo basado en los bajos salarios, elevadas desigualdades y la exclusión social.
Respuesta a Begoña Marugán
30/07/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Estoy de acuerdo en todo lo que dices, y es un toque de atención serio a los sindicatos -que todos debemos asumir- en cuanto a incorporar una perspectiva de ‘género’ a la lucha sindical.
Por otra parte, es una vergüenza que el trabajo domestico no compute en la elaboración del PIB, pero sí el de la prostitución. ¿Quién dice que la economía no incorpora juicios de valor?
En las encrucijadas del neoliberalismo patriarcal
29/07/2014
Begoña Marugán
Profesora Sociología Trabajo Univ. Carlos III Madrid.
La comunicación resulta determinante y por ello saludo esta iniciativa y aprovecho la misma para reflexionar desde una perspectiva aún no tratada en el debate: la de género.
Por empezar por el principio, adjetivaría el neoliberalismo como patriarcal. Quizá sea ésta una redundancia, pero en los regresivos tiempos que corren conviene explicitar esta realidad. La dominación masculina no sólo se reproduce, sino que se agiganta en los tiempos de crisis y por ello una organización socio-política como la sindical, tan necesaria para continuar luchando contra las desigualdades sociales, deberá tenerla en cuenta
Centrarse sólo en la igualdad de clase y olvidar la dominación de género sería seguir como Hobbes o Locke clamando por la igualdad de todos los hombres, pero paradójicamente negándosela a la mitad de la población, la femenina, o reforzando la maquinaria misógina armada por filósofos como Hegel, Nietzsche, Kierkegaard o Schopenhauer. También sería continuar las prácticas sindicales de principios del siglo XIX donde, en muchos casos, las mujeres debieron organizarse solas ante el poco interés de los sindicatos en defenderles. Una situación actualmente imposible cuando el 37% de la afiliación sindical es femenina.
Aunque la transversalidad no se ha alcanzado, la mirada de género – gracias al esfuerzo de las secretarías de mujer e igualdad- se va abriendo paso en la política sindical. Cada vez es más frecuente la realización de estudios con perspectiva de género a través de los cuales los sindicatos informan de múltiples discriminaciones laborales. Así, aunque desgraciadamente se observa una tendencia hacia la igualdad en la precariedad, dentro de la misma, las mujeres se llevan la peor parte. La tasa de paro femenina (26,87%) es mayor que la masculina (25,31%) a pesar de tener las mujeres una tasa de actividad trece puntos inferior a la masculina. Del conjunto de las ocupadas, 26,3% desempeña trabajos a tiempo parcial frente al 8% de los varones. La brecha salarial está lejos de reducirse. El salario de las mujeres supone el 77,5% del salario de los hombres y el 16% de las mujeres ganaba, en 2011, menos del SMI, frente a un 6,8% de los hombres. Todo ello además produce el fenómeno de re-precarización en las prestaciones. Más del 70% de las pensiones que cobran las mujeres están por debajo del SMI y son ellas las que mayoritariamente han de sobrevivir con la renta mínima de inserción.
Estos pocos datos estadísticos muestran la discriminación en las condiciones de empleo, pero también hay discriminaciones en las condiciones de trabajo. El mercado laboral se caracteriza por la segmentación horizontal. En torno al 50% de las mujeres ocupadas se concentran en sólo 6 ocupaciones diferentes (empleadas domésticas y personal de limpieza, servicios personales, dependientes de comercio y restauración, sanidad y educación). En muchas de ellas se perpetúa el papel tradicional de cuidadoras de personas dependientes y responsables de las tareas del hogar. Y además perdura la segmentación vertical, ya que las mujeres se concentran en categorías profesionales inferiores.
Tras siglos de discriminaciones laborales, conseguir la igualdad no es fácil, y menos hoy día donde las medidas adoptadas por el gobierno multiplican las desigualdades sociales y pretenden meter a las mujeres en casa. La presión del poder para avanzar en esta dirección es mucha, pero prefiero pensar proactivamente en lo que podemos hacer como contrapoder para avanzar en un nosotros sindical colectivo.
Los sindicatos pueden y deben luchar contra las discriminaciones laborales femeninas, pero éstas tienen mayoritariamente su origen en el desigual reparto de tareas domésticas y de cuidados familiares. Y en ese sentido, a la vista de que las medidas adoptadas en el empleo no bastan, invito a reflexionar sobre la necesidad de aprender de las enseñanzas feministas y abrir el objeto de atención sindical del empleo al trabajo para, aplicando una perspectiva de género, intentar romper la división sexual del trabajo, elemento clave de desigualdad y discriminación.
El feminismo ha destruido la idea dicotómica ilustrada de la división del mundo en dos mitades y ha mostrado que entre lo que denominamos productivo y reproductivo hay un continuum y no puede existir el uno sin el otro. Para que pueda darse producción debe haber personas socializadas, atendidas y cuidadas en el ámbito de la reproducción -asignada socialmente a las mujeres-. Otra enseñanza importante del feminismo socialista, surgida a partir del debate sobre el trabajo doméstico, es la distinción entre el trabajo y el empleo. El trabajo es toda actividad humana útil para un fin preestablecido, existiendo diferentes tipos (por beneficios y/o remunerado, doméstico, voluntario, político, comunitario, etc.). Sin embargo, se ha producido un efecto metonímico y socialmente denominamos como trabajo a uno sólo de sus tipos: el asalariado.
El origen de esta metonimia reside en el pacto social de postguerra. La norma social de empleo tomó la parte (el empleo) por el todo (el trabajo) y desde entonces se otorgaron derechos de ciudadanía a las personas asalariadas, olvidando que existían otros trabajos -sobre todo los domésticos y de cuidados- que realizaban las mujeres. De este modo las mujeres, a pesar de su importante aportación social, se vieron privadas de los derechos más básicos y tuvieron que pelear incluso por conseguir poder votar.
Durante años, en consonancia con este planteamiento, los sindicatos se ha ocupado del empleo, pero vemos como el modelo fordista del obrero industrial masculino se ha acabado y el mercado laboral se caracteriza por la feminización del trabajo, por tanto ¿no empieza a ser hora de que el sindicalismo ante: las dificultades de las empleadas, el desigual reparto de la carga de trabajo (asalariado y no asalariado) y la crisis de cuidados se ocupe de todo el trabajo?
La crisis actual es sistémica e implica la degradación generalizada de las condiciones de vida. A la crisis económica se añade la ecológica, la alimentaria, la de gobernanza y sobre todo la de cuidados. Un problema importante, pero al que socialmente se le ha dado poca relevante y menor valor porque hasta ahora lo hacían las mujeres Pero ¿por qué tiene más valor social ir a un despacho a escribir al ordenador que dar un biberón a tu hija? ¿Por qué tiene más prestigio pronunciar una conferencia en un congreso que quitar los pañales a tu padre anciano? ¿Por qué a esto último lo pagamos cuando lo hace alguien extraño a la familia y supone una obligación para las mujeres de la misma? ¿Por qué cuándo esto se paga, las mujeres que lo realizan -porque prácticamente todas son mujeres- tienen un Estatuto Especial de Empleadas de Hogar diferente al resto del personal asalariado? ¿Es que es más importante escuchar una diatriba que un bebé sea alimentado o una persona mayor esté atendida y cuidada? Y, sí es tan importante que las personas estemos cuidadas ¿El sindicalismo no debería prestar atención al trabajo de cuidados y entender el trabajo en toda su extensión y no sólo reducirse su actuación al ámbito del empleo?
La destrucción progresiva del Estado de bienestar supone que cada vez habrá menos medios y servicios para atender a una mayor población “dependiente”. Por tanto, la sociedad actual se enfrenta con un problema a resolver porque las mujeres ni quieren, ni pueden seguir cuidando debido a que las condiciones materiales de empleo se lo impiden. Los cuidados y la asistencia que el Estado deja de ofrecer vuelven a tenerse que dar en los hogares y no debería recaer únicamente sobre las espaldas de las mujeres como hasta ahora. Los hombres tienen también el derecho y el deber de cuidar. Habría que socializar los cuidados, pero además pensar cómo se compensa esta actividad. Los cuidados tienen un componente afectivo-emocional, pero no dejan de ser trabajo.
Por otra parte, se constata cómo los problemas laborales específicos que las mujeres tienen en el mercado de trabajo derivan de la tensión que les genera la obligación social de atender al resto de la familia. Las políticas sindicales se esfuerzan en mejorar la conciliación entre lo familiar, lo laboral y lo personal, pero las políticas de conciliación europeas se diseñaron a partir de las políticas de empleo donde la empleabilidad de todas las personas era el objetivo y por tanto había que hacer más soportable la imposible doble carga de las mujeres. En el momento actual la apuesta sindical es la corresponsabilidad, pero los permisos y licencias de cuidados familiares se siguen otorgando a las mujeres. Habría que revalorizar los cuidados y diseñar leyes que reconozcan licencias iguales y paritarias para hombre y mujeres. Pero también modelos donde el empleo se reaparta y las actividades dejen de ser propias de alguno de los sexos.
Las mujeres hemos protagonizado una revolución silenciosa que está inacabada y que lo va a seguir estando si no se acaba con esta distinción entre empleo y trabajo y se concibe el trabajo doméstico y de cuidados como un trabajo que otorgue derechos de ciudadanía. Asumir socialmente esta idea es vital para el futuro y desde el sindicalismo podrían darse pasos en este sentido. Algunos tímidamente ya se están dando cuando se reconoce el periodo de prestación de maternidad como tiempo trabajado, pero hay que seguir avanzando. Iniciar esta discusión implica reabrir el debate, nunca cerrado, sobre el trabajo doméstico y quién, cuándo y cómo se debe valorar y compensar. Hace años escuché a una líder sindical con perspectiva de género debatir aquello de “trabajar menos para trabajar todxs”. La cuestión entonces era intentar conseguir las 35 horas laborales. Cuando esta mujer hablaba de repartir el trabajo estaba hablando de repartir el de casa y el de fuera, no se centraba en el empleo, sino en la carga global de trabajo, donde hombre y mujeres compartieran el empleo y los cuidados.
Muchas son las encrucijadas que se le presentan al sindicalismo actual, invertir la metonimia y tomar el trabajo y no el empleo como referente de acción sindical supone poner la vida en el centro y afrontar conjuntamente –hombres y mujeres- el complejo reto de los cuidados. No sólo se trata de una cuestión de justicia con las mujeres y de reparto de trabajos, responsabilidades y derechos entre los sexos, sino también de un posicionamiento político de confrontación con el capital al cambiar la lógica del mercado por la de la sostenibilidad de la vida. Y para mayor abundamiento permitiría colaborar sinergicamente con el movimiento feminista y el ecologista en la difícil tarea de conseguir la igualdad. Cuidar el medio, las comunidades y las personas se hace imprescindible para garantizar un futuro más vivible para todxs.
Nueva respuesta a Pedro Muñoz
28/07/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Estimado amigo:
Acepto de buen grado tus comentarios críticos, pero no los comparto.
En primer lugar, porque es un error confundir la ‘viabilidad’ de las empresas –es decir, su capacidad para satisfacer las necesidades humanas con el menor coste posible, lo cual será un imperativo incluso en el socialismo- con la obtención de ‘beneficios privados’, algo que sí se cuestionan tanto el marxismo como el anarquismo.
Estos términos deberían ser claros para todo activista social, pues como pone en evidencia el movimiento cooperativo todos los días, no son idénticos.
En segundo lugar, considero una afirmación muy tajante decir que las estrategias de los sindicatos mayoritarios han fracasado. Si esto fuera así –opinión que, por otra parte, también comparten los miembros del sindicato CGT que han intervenido en el Debate- uno no entiende cómo estos sindicatos, tanto UGT como Comisiones, año tras año han conseguido en torno al 80% de la representación sindical en las empresas. ¿Hay que suponer que los trabajadores son unos zotes que no saben lo que votan?
Mi opinión es, por el contrario, más equilibrada. Creo que hay muchas cosas positivas en el Haber de los sindicatos mayoritarios, como también algunos errores en el Debe. A pesar de mi insatisfacción con algunas de las debilidades y carencias de mi sindicato, Comisiones Obreras, mi corazón y mi cerebro me dicen que hay que estar allí donde está la mayoría de los trabajadores; «donde -como decía Lenin- se pueda hablar a los obreros e influir sobre las masas obreras». Y todo discurso político progresista que no se atenga a este principio es palabrería hueca, venga de donde venga.
Espero haber sabido responder a tus argumentos. Un saludo.
Respuesta a Carlos Javier Bugallo
27/07/2014
Piter
Parado
En efecto Carlos Javier, has elegido la afirmación más polémica de mi intervención, la cual precisamente había resaltado entre otros motivos, por eso mismo. Simplemente había planteado la afirmación, sin desarrollar los argumentos sobre los cuales sustentarla, cosa que voy a intentar hacer ahora.
En primer lugar, decir que (lógicamente) estoy en desacuerdo con tu afirmación de que mi proposición no encuentra apoyo en la tradición del pensamiento socialista, por cuanto las grandes corrientes del socialismo, tanto marxistas como anarquistas, pregonan la erradicación del capitalismo como una de las causas principales de las desigualdades humanas y de la opresión.
En este contexto, pues, es en el que hay que interpretar mi afirmación: Si estamos ayudando a sostener la viabilidad de una empresa PRIVADA a costa de los derechos humanos de sus trabajadorxs, en aras de la conservación de determinado número de puestos de trabajo, estamos sosteniendo el capitalismo. Por muy triste que pueda ser, no es menos cierto.
Entiendo no obstante tu inquietud en cuanto a las CONSECUENCIAS de tal actitud: De un lado la preocupación de lxs trabajadorxs por la conservación de su sustento, es decir del trabajo, y de otro la mediatización y falsificación a que tan acostumbradxs nos tienen lxs adalides del capitalismo: La falta de viabilidad de la empresa es responsabilidad de la intransigencia de los sindicatos/lxs trabajadorxs, nos dicen.
El resto del comentario en el documento adjunto
Defensa y reivindicación del sindicalismo
25/07/2014
Pere Beneyto
Universidad de Valencia. Fundación 1º de Mayo
Agradezco, de entrada, a Público la apertura de este espacio de debate sobre el sindicalismo en tiempos difíciles, planteado en torno a la ponencia presentada por Joan Coscubiela, que constituye toda una invitación abierta a la reflexión crítica y propositiva, a la que pretendo contribuir, modestamente, con las siguientes consideraciones sobre el retorno de la cuestión social, la legitimidad de la intervención del sindicalismo confederal (CC.OO. y UGT, fundamentalmente), su relación con los nuevos movimientos sociales y la necesidad de articular un nuevo ciclo de protestas y propuestas en el combate contra la desigualdad.
La crisis actual ha roto el espejismo de la supuesta sociedad de clases medias, que consideraba anacrónico el conflicto y parecía interesarse sólo por demandas post-materialistas (Inglehart, 2006), más asociadas al consumo que a la producción, confiriendo de nuevo al trabajo (su búsqueda, ejercicio, condiciones, regulación, etc.) una mayor centralidad como factor de identidad y ciudadanía (Castel, 1997), así como su reconocimiento como institución fundamental en la distribución y redistribución del poder social (Bourdieu, 2000), al tiempo que inauguraba un nuevo ciclo de protesta social que, partiendo del área laboral, alcanza de forma creciente al conjunto de la sociedad civil.
1.- Un debate necesario
Cuando la gestión neoliberal de la crisis económica ha convertido a nuestro país en el más desigual de la Unión Europea y la reforma laboral impuesta por el gobierno está devastando el mercado de trabajo, el debate sobre y desde el sindicalismo resulta siempre pertinente, tanto en términos de reflexión teórica (funciones y estrategias, fortalezas y debilidades) como de intervención práctica (reforzar su afiliación, representatividad y capacidad de acción, articular su colaboración con otros movimientos sociales).
Se trata, sin embargo, de un debate tan necesario como difícil puesto que en él confluyen enfoques, intereses y actores muy diferentes: desde la revisión sociológica sobre los cambios en el sistema productivo y la estructura ocupacional que han modificado las bases tradicionales de la acción sindical y las relaciones laborales, hasta el discurso ideológico de inspiración thatcheriana sobre las disfunciones del sindicalismo, pasando por la estrategia gubernamental y patronal para su deslegitimación (social, mediática) y debilitamiento (legal, real), complementaria a las políticas de austeridad y desregulación, cuyo desarrollo requiere de la marginación de los sindicatos de clase, como instrumentos de agregación y promoción de los intereses colectivos del trabajo asalariado, y su progresiva sustitución por la individualización de las relaciones laborales y el nuevo paradigma emprendedor.
2.- El retorno de la cuestión social
Desde sus ya lejanos orígenes (siglo XIX), el sindicalismo se ha planteado como objetivo central la lucha por la justica y contra la desigualdad social, tratando de reducir la profunda asimetría que caracteriza la relación individual empresa/trabajador y desarrollando, a tal efecto todo tipo de dispositivos colectivos, desde el iuslaboralismo a la negociación de convenios y la convocatoria de huelgas y protestas sociales, en defensa y promoción de los derechos e intereses de los asalariados.
Durante la fase expansiva del capitalismo industrial (siglo XX), la intervención sindical resultará decisiva como protagonista del contrato social keynesiano, actuando tanto sobre la primera distribución de la renta (salarios, condiciones de trabajo, regulación del mercado laboral) a través de la negociación colectiva, como sobre los mecanismos propios de la segunda re-distribución (política fiscal, prestaciones sociales, Estado de Bienestar) mediante su participación institucional y presión social.
En términos agregados, el balance de la intervención histórica del sindicalismo es claramente positivo, tanto en su función de prescriptor social como en la de factor de igualdad; habiendo contribuido de forma decisiva, en el primer caso, a convertir en derechos consolidados lo que inicialmente se presentaba como utópicas reivindicaciones obreristas (asociación, negociación, huelga, jornada, vacaciones, seguridad social…) y, en el segundo, a reducir considerablemente la desigualdad social, mediante una distribución más equitativa de los ingresos y una mayor re-distribución por la vía de las políticas fiscales y de bienestar (educación, sanidad, pensiones…), hasta el punto de que los estudios comparados confirman que el poder sindical, medido en términos de tasa de afiliación, es la única variable institucional que se asocia siempre con menos desigualdad (Pontusson, 2003), poniendo de manifiesto la correlación positiva entre intervención sindical y cohesión social, tanto a nivel de empresa (Stiglitz, 2012) como entre países y sistemas de relaciones laborales (Visser, 2008).
Desde finales del siglo pasado y principios del XXI, dicho proceso se ha ralentizado y amenaza, incluso, con revertirse como resultado de una serie de cambios estructurales (globalización y crisis del modelo fordista, segmentación del mercado de trabajo, aumento del paro…), institucionales (agotamiento del modelo anterior de concertación social y negociación colectiva) y culturales (tendencias individualistas emergentes, ofensiva neoliberal de deslegitimación de la acción colectiva) que han afectado tanto al escenario como a los actores y a la propia gestión de las relaciones laborales.
La gestión conservadora de la crisis actual ha agravado dicho proceso mediante sus políticas de austeridad y recortes, complementarias a la reforma laboral (prevalencia del poder empresarial y desarticulación de la negociación colectiva) y la ofensiva contra el sindicalismo (marginación contractual y deslegitimación social), con el resultado de una creciente desigualdad tanto en el ámbito laboral (paro, diferencias salariales, precarización…) como civil (pobreza, desahucios, recortes en educación, sanidad, pensiones, dependencia…).
Estamos, pues, ante el retorno de la cuestión social, cuya magnitud y dramatismo se abren paso contra la hegemonía del pensamiento neoliberal y las propuestas economicistas (Touraine, 2011), poniendo de manifiesto la correlación, ahora negativa, entre el acoso a los sindicatos, el debilitamiento de la negociación colectiva y el incremento de la desigualdad que registran todos los informes y estudios especializados (OCDE, FMI, Oxfam, Caritas…)
3.- Legitimidad de la intervención sindical
Se trata, en definitiva, de una estrategia concertada que con el actual gobierno del PP está alcanzando sus más altas cotas de virulencia: mientras, por una parte, se alienta una amplia campaña de acoso y desprestigio global del sindicalismo (acusado de anacrónico, disfuncional, poco representativo, subvencionado…), por otra se impone una reforma laboral que está reduciendo considerablemente la cobertura de la negociación colectiva, (descuelgues, empresarización, fin de la ultractividad…), al tiempo que se intenta restringir el derecho de huelga y se reprime su ejercicio (81 procedimientos judiciales abiertos contra 260 sindicalistas), retrotrayéndonos a tiempos oscuros que creíamos largamente superados.
El impacto negativo de la reforma laboral puede medirse, entre otros indicadores (aumento y abaratamiento de los despidos, recortes de derechos y garantías…) en la espectacular contracción de la negociación colectiva: mientras que en 2011 se firmaron 4.585 convenios que regulaban las relaciones laborales de 10.662.783 trabajadores, en 2013 los convenios suscritos fueron 2.259 (-50,7%) y los trabajadores afectados 6.811.728
(-36,1%), a lo que habría que añadir la práctica congelación salarial y las dificultades crecientes para el mantenimiento de conquistas sociales anteriores.
Hacer frente a la estrategia de desregulación laboral y a la campaña de marginación del sindicalismo que la acompaña, exige de éste un esfuerzo sostenido en la triple dirección de defender su legitimidad y representación, superar sus limitaciones, e incluso errores, y reivindicar en la práctica el reconocimiento positivo de su función social.
En el primer caso, se trata de poner en valor la legitimidad de origen del sindicalismo como prescriptor de derechos y factor de igualdad social, y su representatividad como el mayor movimiento organizado a nivel europeo (sesenta millones de afiliados, equivalente al 23% de la población asalariada) y español (tres millones de adscritos y una tasa de afiliación del 19%), que se amplía considerablemente a través de las elecciones sindicales que, en nuestro país, suponen la elección cada cuatro años de más de 300.000 delegados por parte de los trabajadores de 100.000 empresas aproximadamente.
Cabe señalar en este punto que según la última Encuesta Europea de Empresas, la tasa de cobertura de la representación sindical en España (57,1% sobre el total de empresas de más de 10 trabajadores) es muy superior a la media comunitaria (32,1%), si bien los recursos (materiales, formativos, de tiempo…) disponibles por los representantes electos para el ejercicio de sus funciones son, en nuestro caso, sensiblemente inferiores.
Por lo demás, reivindicar la legitimidad y representación de nuestros sindicatos no implica ignorar sus propias insuficiencias (débil presencia en las micro y pequeñas empresas, dificultades de agregación de jóvenes, precarios y parados), ni minimizar el reconocimiento de los errores que han erosionado su imagen social, desde algunos excesos en su dimensión institucional que los han hecho aparecer alejados de los colectivos laborales más periféricos, hasta los casos de malas prácticas que no por minoritarios y puntuales dejan de suponer un fuerte coste reputacional para el conjunto del sindicalismo.
A este respecto, el movimiento sindical no puede mirar hacia otro lado ni imputar todos sus problemas a campañas exógenas de desprestigio (aunque haberlas, haylas!), porque lo que las personas perciben como real es real en sus consecuencias, es decir, que las percepciones sociales, por manipuladas que puedan estar (…y respecto del sindicalismo lo están en muchos casos!), acaban condicionando el comportamiento de las gentes.
Así pues, el reto del sindicalismo pasa por actualizar el impulso ético de la mejor tradición obrera y renovar sus prácticas en materia de trabajo de proximidad, transparencia, autofinanciación y ejemplaridad, anticipándose incluso a los requerimientos legales, lo que sin duda contribuirá decisivamente al desarrollo de sus funciones en defensa de los trabajadores y a la regeneración democrática del conjunto de la sociedad española, necesaria también para garantizar una salida social de la crisis.
Junto a la de origen y representación, es la legitimidad de ejercicio la que avala la utilidad de la intervención sindical y merece el reconocimiento social, lo que exige reforzar la visibilidad de la intervención sindical en los centros de trabajo, el espacio fragmentado en el que cotidianamente se defienden los derechos y dirimen los conflictos.
4.- Acción sindical y visibilidad social
En los sistemas modernos de relaciones laborales, los sindicatos asumen las funciones de, por una parte, agregación y representación de los intereses de los trabajadores mediante mecanismos asociativos (afiliación directa) y de representación (elecciones sindicales) y, por otra, de intermediación y defensa de dichos intereses ante sus interlocutores empresariales e institucionales, utilizando los correspondientes procedimientos de negociación, asesoramiento y gestión del conflicto.
Respecto de la negociación colectiva hay que hacer constar que, pese a las restricciones impuestas por la última reforma, sigue siendo el sistema por el que se regulan las relaciones laborales de millones de trabajadores, cuya representación se determina a través de elecciones sindicales en las que, según los últimos datos oficiales correspondientes a 2013, se habrían elegido 297.252 delegados, de los que el 92,2% proceden del sector privado y el 7,8% del público, acumulando entre CC.OO. y UGT el 72,3% del total de los electos.
Cabe señalar que si bien los beneficios de la negociación colectiva (salarios, regulación de jornada, promoción profesional, prestaciones sociales…) son de cobertura universal, los costes materiales y humanos (30.000 negociadores sindicales, más los correspondientes técnicos y asesores) son asumidos exclusivamente por los sindicatos.
Tal es la grandeza y también la debilidad del modelo español de relaciones laborales que si, por una parte, permite alcanzar niveles de cobertura negocial e intervención institucional superiores al de muchos países de nuestro entorno, por otra desincentiva la participación directa y fomenta la de carácter delegado e instrumental.
Además de sus funciones centrales de negociación colectiva y atención individual a los trabajadores en las empresas, los sindicatos realizan otras de ámbito y orientación diferente, desde las ya clásicas de asesoramiento legal a otras de más reciente implementación, como las de prestación de servicios, prevención de riesgos laborales, formación, representación ante tribunales e instituciones…, de difícil cuantificación y escasa visibilidad mediática, pero que constituyen el núcleo central del sindicalismo de proximidad y dan respuesta a las necesidades y demandas de millones de trabajadores, como puede deducirse de algunos datos parciales, tales como:
– 5.000.000 de votantes en las elecciones sindicales
– casi 300.000 representantes electos con presencia permanente en más de 100.000 empresas,
– 90.000 delegados de salud laboral y prevención de riesgos
– más de 1.000 abogados laboralistas que atienden anualmente las consultas de unos de 500.000 trabajadores e intervienen e unos 100.000 juicios ante los tribunales y servicios de intermediación laboral, lo que representa en torno al 40% de la actividad jurisdiccional en el ámbito social
– 400.000 participantes en cursos de formación para el empleo gestionados por los servicios especializados de los sindicatos, para lo que han dispuesto del 7% del presupuesto de la Fundación Tripartita
Actividades todas ellas que los sindicatos realizan, fundamentalmente, con sus propios recursos materiales y humanos, con un alto componente de compromiso y voluntarismo pero que requieren, asimismo, de estructuras organizativas (locales, comités, federaciones…) y de servicios profesionales (técnicos, asesores, administrativos…), así como de contraprestaciones públicas (poco más 10 millones de euros en 2013, equivalente a 0’6 euros por trabajador y año) y disponibilidad de recursos humanos en términos de créditos horarios (0,09% de la jornada anual media) y “liberados” (4.000 aproximadamente, lo que supone apenas una tercera parte de los que correspondería de aplicar la ratio media europea de 3,5% sobre el total de delegados electos), para el ejercicio de sus funciones dentro y fuera de las empresas.
Se trata, en ambos casos, de dotaciones de recursos económicos y humanos legalmente reguladas por la normativa nacional e internacional, que sólo desde la ignorancia o la maledicencia pueden imputarse como causa o efecto de dependencias o corrupciones, si bien obligan a los sindicatos a extremar los controles y la transparencia en su gestión para evitar casos como el de los de los EREs de Andalucía que tanto daño han causado a la buena imagen de los sindicatos, pese a que las irregularidades investigadas por el Juzgado nº 6 de Sevilla afectan sólo a 144 expedientes, lo que equivale apenas al 0,01% sobre el total de 107.273 EREs en los que han intervenido los sindicatos en los últimos diez años.
Según la última Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, realizada en 2010 por el ministerio correspondiente, la valoración de la actividad sindical por parte de los trabajadores oscila entre un 29,1% que le otorga una puntuación baja (entre 0 y 3 en una escala de 10), el 44,3% que le da una nota intermedia (entre 4 y 6) y un 26,6% que la valora positivamente (entre 7 y 10).
Hay que hacer notar a este respecto que dicha valoración está directamente condicionada por la mayor o menor proximidad de la actividad, sindical de manera que la valoración positiva en las empresas que cuentan con representación sindical es prácticamente el doble de la registrada en las que no existe esta (30,6 y 18,0 por cien, respectivamente), invirtiéndose la relación en cuanto a la valoración negativa (23,2% en las empresas con representación sindical y 41,6% en las que no disponen de ella).
En consecuencia, la nueva estrategia sindical pasa por ampliar, hacia dentro, su acción de proximidad con los trabajadores en las empresas y mejorar, hacia fuera, la visibilidad de sus actividades respecto del conjunto de la ciudadanía con objeto de consolidar su legitimidad, reforzar la utilidad de su intervención entre los colectivos periféricos (parados, precarios…) y articular su convergencia con los movimientos sociales.
5.- Sindicatos y movimientos sociales
Se trata de una relación tan necesaria como difícil por cuanto, al menos en origen, ambos actores operan conforme a lógicas distintas y en escenarios diferentes.
El espacio de intervención del sindicalismo tradicional es el de la producción y relaciones laborales en la empresa fordista en torno al conflicto capital/trabajo, mediante la creación de organizaciones formales y sólidas, de carácter tanto defensivo como propositivo y estrategias societarias e instrumentales, que defienden derechos colectivos y articulan la negociación con la protesta.
Por su parte, el escenario de los movimientos sociales de la época post-industrial es el de la reproducción y la sociedad civil, en torno a demandas de tipo identitario y cultural, expresión de las nuevas subjetividades postmodernas, mediante procesos de coordinación flexible y movilización informal (“líquida” en la terminología de Bauman), así como estrategias de carácter simbólico y expresivo.
Tales diferencias contribuyeron a que en su fase inicial, desde finales de los años 60 a mediados de los 80 del pasado siglo, los denominados “nuevos” movimientos sociales (feminismo, pacifismo, ecologismo, contraculturales…) se desarrollaran al margen de, e incluso en ocasiones en conflicto con, los sindicatos a los que se tildaba de representantes de un “viejo” movimiento cuya potencialidad transformadora se consideraba agotada.
Dicha interpretación simplista, que ha contado incluso con cierto aval académico, pronto evidenciaría su debilidad analítica por cuanto el movimiento sindical demostró su capacidad de renovación incorporando a su agenda las principales demandas sobre igualdad de género, sostenibilidad medioambiental, etc., evidenciando en la práctica su compatibilidad con las de carácter laboral.
Mayores dificultades enfrenta el sindicalismo para la integración de los colectivos situados en la periferia del mercado de trabajo, tales como los parados, jóvenes precarios y estudiantes que son lo que, conforme a una lógica complementaria de acción colectiva, constituyen precisamente los principales protagonistas de los “novísimos” movimientos sociales de los últimos años (antiglobalización, 15M, indignados, PAH…), en cuyas redes sociales, tanto virtuales como reales, despliegan su sociabilidad, expresan su indignación crítica y exigen soluciones a sus demandas.
Pese a que asistimos a un proceso de aproximación creciente entre el sindicalismo y los movimientos sociales, que se manifiesta tanto en su coincidencia en movilizaciones ciudadanas (cumbre social, mareas, ILP anti-desahucios…) como en el significativo volumen de afiliaciones cruzadas (1 de cada 4 miembros de los sindicatos pertenece actualmente a otras agrupaciones sociales, según el CIS), la relación sigue siendo en cierta medida desigual, tanto por el plus de visibilidad de que gozan los nuevos y “novísimos” movimientos sociales respecto del sindicalismo, como por el reconocimiento asimétrico que se profesan (“…nosotros les queremos pero ellos no nos quieren”, en palabras de un viejo sindicalista) y que llega a contaminar incluso a cualificados representantes de movimientos alternativos con los viejos tópicos del discurso antisindical.
Si bien es cierto que dichos movimientos han hecho emerger nuevas realidades y demandas sociales e impulsado un nuevo ciclo de protestas, incorporando al mismo a colectivos débilmente vinculados al movimiento sindical, sigue siendo diferente el grado de compromiso e incluso riesgo (despidos, marginación laboral…), que comporta la participación activa en uno u otro movimiento y, sobre todo, su capacidad real de intervención sobre el núcleo duro de la desigualdad social, de manera que entre ambos movimientos existe una relación inversa en cuanto a la eficacia comunicativa e instrumental de sus acciones.
Y es que mientras los sindicatos y los sindicalistas participan diariamente en la gestión de conflictos, demandas, propuestas y negociaciones de los trabajadores de más de 100.000 empresas, actuando como contrapoder, defendiendo sus derechos y contribuyendo de hecho, en muchos casos, a la solución de sus problemas… su intervención apenas alcanza una mínima visibilidad, salvo cuando traspasa las puertas de la fábrica y ocupa el espacio público, escenario privilegiado de las perfomances de los nuevos movimientos sociales.
La crisis actual ha vuelto a poner en el centro del debate la cuestión social, la desigualdad rampante y el clivaje de clase que un discurso ideológico neoliberal trata de presentar como superado en la sociedad de emprendedores y clases medias, generando paradójicamente una paulatina re-materialización del conflicto (Alonso, 2009) que, incorporando los nuevos repertorios de protesta, hace posible, e incluso necesaria, la convergencia y articulación entre todos los movimientos que reclaman la dignidad del trabajo y la ciudadanía, recomponiendo la brecha entre lo expresivo y lo instrumental, al enlazar la lucha en torno a las viejas reivindicaciones obreras (empleo decente y con derechos) con la defensa de las nuevas demandas ciudadanas (educación, sanidad, vivienda, calidad democrática…).
En este sentido, el movimiento obrero cuenta con una larga tradición integradora de las demandas procedentes de otros colectivos, desde la defensa de los derechos civiles por los cartistas ingleses y los antisegregacionistas americanos, a la renovación que supuso el sindicalismo socio-político representado por las Comisiones Obreras en la lucha contra la dictadura o la más reciente formulación del social movement unionism, por lo que su actual estrategia de convergencia y articulación dista mucho de ser coyuntural u oportunista y representa la oportunidad de construir un nuevo bloque social que, recuperando como objetivo central de la izquierda la lucha por la igualdad (Bobbio, 2000), pueda hacer frente a la ofensiva neoliberal y contribuir a una alternativa progresista a la crisis económica, social e institucional que afecta gravemente a nuestro país.
Referencias citadas
Alonso, L.E. (2009) “Los nuevos movimientos sociales en la España del siglo XXI”, en P. Ibarra, Recuperando la radicalidad. Barcelona: Hacer Editorial, págs.. 173-207
Bauman, Z. (1999) Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica
Beneyto, P. (2012) Reivindicación del sindicalismo. Editorial Bomarzo
— (2014) La representación de los trabajadores en la Unión Europea y España. Col. Estudios, nº 78. Fundación 1º de Mayo
Bobbio, N. (2000) Derecha e izquierda. Madrid: Suma de Letras
Bourdieu, P. (2000) Les structures sociales de l’économie. París: Seuil
Castel, R. (1997) La metamorfosis de la cuestión social. Barcelona: Paidós
CIS (2013) Barómetro de noviembre ‘2013. Estudio nº 3005
ETUI (2013) Benchmarkinng Working Europe 2012. Brussels: ETUI
Inglehart, R. (2006) Modernización, cambio cultural y democracia. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas
Pontusson, J. (2013) “Unionization, Inequality and Redistribution”, en British Journal of Industrial Relations, 51-4, pp. 797-825
Stiglitz, J. (2012) El precio de la desigualdad. Madrid: Taurus
Visser, J. (2008) Innequality and the labour market. Amsterdam: AIAS
Touraine, A. (2011) Después de la crisis: por un futuro sin marginación. Barcelona: Paidós
Sindicalismo y partidos políticos
24/07/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Adjunto os remito un breve texto donde comento y desarrollo las palabras del compañero Juan Moreno acerca del sindicalismo y los partidos políticos.
El sindicato y la cultura política del trabajo
23/07/2014
Luis María González
Coordinador Comunicacion CC.OO
Cuando el ya desaparecido Tony Judt defendía el papel de los sindicatos, los vinculaba a la cultura política que asociaba el orgullo en el trabajo con la solidaridad y el futuro intergeneracional. Algo que conviene tener en cuenta, sobre todo cuando la última crisis económica y financiera ha provocado una pérdida del valor trabajo como elemento definidor de la economía productiva. En este sentido, cuesta imaginar sociedades abiertas y democráticas sin sindicatos que representen y defiendan a los trabajadores, en tanto que herramientas básicas de una cultura política fuertemente enraizada en la democracia participativa.
Es verdad que el sindicalismo necesita repensarse para adaptarse a las nuevas realidades económicas y productivas, y que ello pueda provocar debates no exentos de discrepancia sobre el alcance de la renovación y su relación con el entorno político. Así lo apuntaron hace ahora tres años el propio secretario general y el secretario de Organización y Comunicación, Toxo y Lezcano, cuando escribieron que repensar el sindicato “quiere decir mirar hacia todos los puntos posibles que contextualizan y condicionan nuestra actividad, quiere decir valorar si nuestro discurso, nuestra práctica, nuestras estructuras organizativas son las adecuadas…”. Hoy, alguna de esas reflexiones se han materializado y por ejemplo, CCOO ha hecho más sólido, transparente y eficaz su aparato organizativo, ha adelgazado sus estructuras que hoy son más potentes y más saneadas, y se ha propuesto avanzar decididamente por el camino de la acción sindical en la empresa, reforzando el sindicato como interlocutor y red protectora de los intereses de los trabajadores y trabajadoras allí donde más se le necesita, en el centro de trabajo.
Claro que no todo evoluciona como esperábamos. Sería una quimera pensar que el proyecto sindical se programa para intervenir en el trabajo y en la sociedad sin tener que enfrentar resistencias y ataques. La crisis y las políticas aplicadas con aquella como coartada, han asestado un duro golpe al derecho del trabajo, han debilitado el estado de bienestar y han devaluado la cultura democrática con preocupantes progresos de códigos autoritarios. En ese contexto, cabe explicar los desaforados ataques al movimiento sindical desde el aparato mediático conservador (y no tan conservador), sabiendo que, a veces, se han amplificado por ciertos errores nuestros que, creo, hemos corregido con celeridad y contundencia. Pero no olvidemos que los ataques a la actividad sindical vienen “en compañía de otros”. El pensamiento conservador español, de trayectoria democrática débil, no ha dudado en unir a la descalificación sindical la de las políticas públicas, el Estado de las Autonomías, el sistema público de pensiones o las mismas instituciones de la Unión Europea. De ahí, que debamos reivindicar sin tapujos el papel constitucional de los sindicatos.
Ahora que la abdicación del monarca y el blindaje de la sucesión actualizan la necesidad de una reforma constitucional, creo pertinente renovar en la Carta Magna el marco jurídico de las relaciones laborales, especialmente las que deben apuntalar los nuevos derechos económicos y sociales, la negociación colectiva, la concertación social y la participación institucional. Sin olvidar nunca, que el sindicato es una herramienta de reivindicación y que debe cuidar el binomio que identifica a CCOO desde su fundación: movilización y negociación.
Por qué están cuestionados los sindicatos
21/07/2014
Pepe Aranda
Secretario de Acción Sindical CGT
Las propuestas del “sindicalismo del régimen”, a partir de 1978/1980 (Constitución y Estatuto de los Trabajadores), siempre han ido en una doble dirección: por una parte la protección de los colectivos con empleo estable, donde las políticas de concertación social, concretadas en una política de rentas, ofrecían la posibilidad de creación de empleo y, por supuesto, el blindaje relativo de su “no despido” de quienes tenían empleo estable y fijo, a cambio de una moderación salarial Por otra, para quien tenía empleos precarios y/o simplemente estaban en situación de desempleo, éstos sindicatos negociaban, bien prestaciones de desempleo, bien cursos de formación, bien medidas incentivadoras del empleo de ciertos colectivos con dificultades (jóvenes, mayores de 45 años, mujeres, etc…).
Para los núcleos estables, el sindicato era garantía del empleo y de su calidad, aunque ello no hace desaparecer la crítica hacia él, la cual aumenta en la misma medida que lo hace el deterioro de sus condiciones de trabajo y de vida. Para el núcleo periférico, el rechazo del sindicato es dominante, pues éste pierde toda su aparente funcionalidad (proteger sus intereses), ya que éstos, como personas precarias o paradas, le “importan un bledo al sindicalismo institucional…”
El individualismo penetra en todas las relaciones y desplaza la acción colectiva (función principal del sindicato), al campo del imaginario colectivo en “huelgas generales”, “manifestaciones generales”, no siendo posible la acción cooperativa y solidaria, tanto en los centros de trabajo como en la solidaridad de los sectores.
La conciencia que se instaura es contraria al enfrentamiento colectivo y se instala el individual entre el “trabajador/a” y el empresario y, además, este conflicto se torna impotente ante el disciplinamiento que tienen las normas jurídicas (desregulación de las relaciones laborales) y el incremento del espacio de intervención arbitraria del empresario.
Estos sindicatos, ante los cambios en el mundo del trabajo, o bien han sido cooperadores necesarios (aceptación de normas desreguladoras y liberalizadoras de la organización del trabajo: ETT, dobles escalas salariales, contratas y subcontratas, sectores fuera del estatuto protector del trabajo, etc.), o bien no han plantado cara, a través del enfrentamiento, ante esos cambios legislativos y productivos que posibilitan, cada vez en mayor medida, el control exclusivo por parte del empresariado del proceso de trabajo.
La pérdida de fuerza de este sindicalismo, como factor que contrarresta la arbitrariedad, ha colocado la acción sindical en un espacio donde la posibilidad de respuesta deviene irrelevante. El empresariado se desenvuelve en el “reino de la impunidad” e identifica a los Sindicatos como “agentes sociales funcionales” para sus intereses.
El trabajo como un espacio primordial del conflicto.
El momento de la movilización evidencia el conflicto que supone el cuestionamiento de las relaciones de poder que hay detrás de las relaciones laborales.
La movilización es la ruptura con la normalidad de opresión y explotación, con la legitimación del “hecho cotidiano” de una relación desigual e injusta, a la vez que interrumpe la sensación de “impunidad” del empresario que, a diario, en las relaciones laborales, la persona asalariada percibe y siente de manera humillante en sus condiciones de trabajo y de vida.
La movilización cuestiona la estricta racionalidad del mercado, que es solo económica, la cual no deja espacio para un pensamiento libre de ordenar las relaciones laborales y sociales, bajo otros parámetros y valores, donde los derechos (todos los derechos) le pertenecen a las personas (a todas las personas) y deben ser garantizados para todos y todas, basándose en relaciones cooperativas, solidarias y no competitivas. Es decir, todo lo contrario al individualismo, que tiene en la “competitividad” el alma de las relaciones económicas, laborales y sociales.
Del resultado de la movilización, depende que se forme una conciencia transformadora, es decir, aparece la posibilidad de que las cosas pueden ser diferentes, siempre que medie una “victoria” o un cambio en las reglas de juego.
La estrategia en la Acción Sindical hacia el camino de la autogestión:
La acción sindical intrínsecamente enlazada a la acción social: la búsqueda de la igualdad en las relaciones laborales (reparto de la riqueza), a la vez que el necesario reparto del trabajo (jubilaciones, contrataciones), son pasos necesarios, no solo posibles, en el camino hacia la autogestión de la producción, de la distribución y el consumo.
La posición objetiva del “sujeto sindicato” en nuestro sistema de relaciones laborales y, más específicamente, en el papel que la carta Magna otorga a la Negociación Colectiva y, en consecuencia, a sus representantes –sindicatos-, considera un derecho fundamental la misma, al igual que la libertad sindical, luego es reconocido como un papel esencial y fundamental.
Asistimos al cuestionamiento del papel de la negociación colectiva y de la legitimación de los sujetos intervinientes. Cuestionamiento que obedece a distintos factores. Unos, endógenos: perversión de los objetivos y fines en base a componendas y esquemas de colaboración, y, otros, exógenos: la concertación social y las políticas de consenso que hacen desaparecer en la práctica el conflicto, comportándose los sindicatos del régimen como agentes sociales, funcionales a la economía o, lo que es lo mismo, al beneficio empresarial, construyendo una determinada cultura, cada vez más alejada de una ética de justicia social y sin poner en cuestión el sistema capitalista.
La negociación colectiva ha mutado su papel destacado ligada a la acción sindical, es decir al conflicto, hasta convertir su papel en “un amplio favor legislativo” donde el poder económico (y el político) entienden que el convenio colectivo, en un sentido amplio, es “un instrumento de gobernabilidad…preferible al legislativo” (U.Romagnoli 2008).
Desde la desregulación laboral de la década de los 90 (abandono legislativo de los derechos necesarios), el empresariado entiende que la “autonomía de las partes”, les permite introducir mayores cuotas de flexibilización de las condiciones de trabajo y, por lo tanto, de la organización del trabajo, adaptando la mano de obra a sus intereses.
Esta retirada –estratégica- de la norma legal (derechos mínimos, derecho necesario, en salario, tiempo de trabajo, complementos salariales, cualificaciones, etc.), instaura el convenio como “instrumento de gobernabilidad”, y, los sindicatos del régimen se transforman en disciplinadores de la mano de obra, permitiendo el actual estado de cosas: la precarización integral de las condiciones de trabajo y la dictadura del empresario, siendo su cara contraria, la pérdida de poder obrero.
La desaparición del derecho del trabajo y la casi desaparición de la Negociación Colectiva, es el síntoma de la plena constitución de las relaciones laborales en términos de mercado y, en el mercado, solo intervienen los individuos aislados que determinan las condiciones de su relación.
En esta fase nos encontramos, y es aquí donde tenemos reclamar que es posible el reparto del trabajo y que es posible el reparto de la riqueza que generamos los trabajadores y trabajadoras, siendo la Negociación Colectiva un marco adecuado, a condición de una auténtica y real transformación del modelo de sindicalismo imperante.
El sindicalismo, así al menos lo entiende la CGT, ha de ser un contrapoder real, para terminar de una vez con el capitalismo, ha de ser una herramienta para las personas, para la construcción de otro modelo de relaciones de producción, de otro modelo de sociedad, donde la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo entre las personas, en busca del “bien común” para todos y todas y para el planeta, sea la única norma de comportamiento.
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Una llamada a la sensatez
17/07/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
En su interesante aportación al Debate, ha expresado Pedro Muñoz Moreno lo siguiente: «desde la perspectiva socialista NO SE DEBERÍA TENER EN LA MENOR CONSIDERACIÓN LA VIABILIDAD DE UNA EMPRESA PRIVADA.»
Creo que esto no es solamente un error, sino que tampoco encuentra apoyo ideológico en la tradición del pensamiento socialista. Resulta a todas luces suicida, desde el punto de vista sindical y político, plantear una oposición estructural entre el ideal socialista y la viabilidad de las empresas, de las que depende el sustento de la clase trabajadora. Antes al contrario, la legitimidad del socialismo sólo será evidente cuando las masas vean en él el único medio de garantizar y compatibilizar la viabilidad de las empresas con el desarrollo humano de sus trabajadores.
Una última reflexión; podríamos parafrasear al Presidente Kennedy y afirmar: No te preguntes sólo que puede hacer el sindicalismo por ti, sino también qué puedes hacer tú por el sindicalismo.
Aprovecho para enviaros de nuevo mi documento sobre la justicia económica, que supongo que por razones técnicas u olvido no se incluyó en mi anterior aportación.
Las políticas neoliberales y más recientemente la crisis económica y […]
17/07/2014
Juan Moreno
Consejero del Comité Económico y Social Europeo. Colaborador Fundación 1º de Mayo
Las políticas neoliberales y más recientemente la crisis económica y sus efectos devastadores en el empleo y en la legislación, han debilitado a los sindicatos y expuesto sus carencias, que con todo, aún son las organizaciones sociales mas fuertes. En base a esto se discute, con ánimo constructivo, dentro y fuera de sus filas, sobre sus posibles reformas, pero también se escuchan voces que descalifican su labor, cuestionan su representatividad e incluso su derecho a la vida.Muchas de las preguntas que se hacen ahora sobre el sindicalismo son muy viejas, le han acompañado desde su nacimiento y probablemente nunca tendrán respuestas definitivas. Pero son legítimas esas preguntas, que también podrían hacerse sobre otras organizaciones.
Por ejemplo, cuando en las manifestaciones por la calle de Alcalá, pasamos delante del elegante edificio del Casino de Madrid, yo me pregunto ¿para que servirá un casino? Tal vez en paralelo al debate sobre el futuro de los sindicatos habría que hablar del de los casinos y círculos mercantiles y bancarios y grupos económicos ¿A que se dedican? ¿los necesita la sociedad? ¿Quién los financia?. En esa línea, preguntaría, sin dudar de su legitimidad, sobre la representatividad de la CEOE, ¿quien se la otorga? ¿hacen elecciones? ¿Cuántos empresarios participan?
A quienes le dan vueltas al tarro sobre la utilidad de los sindicatos cuando, al parecer, ya no hay “obreros”, los liberales de hoy y los conservadores de siempre responderán sin titubeos que ninguna falta hacen y que su subsistencia solo sirve a los “liberados”, y de ahí nos le va a sacar nadie. No pueden decir abiertamente lo que piensan. Como que hay que reducir aún más, mucho más, los costes salariales, y que para eso tienen que cargarse los convenios colectivos y que en ese camino la única piedra gorda son los sindicatos. Tienen, pues que ir a por estos por lo civil o por lo criminal. Literalmente, véanse los procesos de Airbus y otros muchos.
La novedad de las últimas décadas es que esta opinión antisindical es compartida también por algunos exponentes de los nuevos grupos “radicales”. Novedad relativa porque en el Mayo francés algunos ya lo decían y lo repitieron otros movimientos “contestatarios” posteriores.
Es comprensible que haya quien quiera conocer todos los pros y contras de la cuestión para formar su opinión, y mi consejo es que si se quiere una explicación breve, pero seria y razonada, de porqué son, más que nunca, necesarios los sindicatos se lea el libro de Antonio Baylos ¿Para que sirve un sindicato?. Instrucciones de uso. Los argumentos en contra también están difundidos con fluidez por finos pensadores como Salvador Sostres, pero en resumen donde se expresan mejor es en la celebrada viñeta de El Roto, publicada en El País, donde un gigantesco patrón, del que solo se ven los pies, dice “mira, déjate de sindicatos e intermediarios y pactemos tu y yo, libremente, tus condiciones laborales” y el minúsculo obrero responde “¡si señor!”.
Otras dudas recurrentes son las que se refieren al ámbito de acción prioritario si es dentro o fuera de la empresa; si debe prevalecer la representación de los trabajadores sobre la organización. Sobre esto la literatura laboralista y sindical se ha ocupado mucho sin que pueda determinarse que es mejor o peor pues los modelos sindicales están encuadrados por la cultura política y las tradiciones obreras de cada país. El sindicato es ante todo, universalmente, una asociación de trabajadores.
Es gracioso que desde la derecha se acuse de politización a los sindicatos españoles, y más aún cuando dicen que eso solo ocurre aquí. Todos los sindicatos europeos, empezando por los alemanes, provienen de tendencias políticas de uno u otro signo y al margen de que, en su gran mayoría, ya no tienen dependencias partidarias, siguen “interviniendo” en política pues una gran parte de los problemas sociales incumben, como no puede ser de otra manera, al gobierno y al parlamento. En palabras de Alain Touraine, para que el sindicalismo tenga futuro debe situarse en la economía globalizada y convertirse en una fuerza “política”, al mismo tiempo que se hace más independiente de los partidos políticos.
No creo yo que sea fácil dirigir un sindicato en los tiempos que corren, y menos dar “consejos” a sus dirigentes, pero arriesgándome a desbarrar, diría que si algo tienen que hacer es politizarse más, dotar a los delegados de base y a los cuadros de una formación política e ideológica, más necesaria que nunca. Es bueno que manejen las nuevas tecnologías, pero deben de conocer también las raíces del movimiento obrero.
Aparato. Es lógico que los sindicatos tengan dirigentes y personal profesionalizado y que reciban subvenciones estatales (¿o solo Caritas lleva a cabo programas de interés social?) de las cuales tienen que hacer una gestión transparente, pero no creo que esos medios sean lo principal para funcionar bien. La mayor huelga general fue la de 1988 y las estructuras sindicales eran mas ligeras.
Fortalecerse en las empresas. Reforzar las prácticas de información continua a los compañeros, de consultas, de participación. Cuando el Régimen franquista, tras un corto periodo de vacilación, lanzó en 1966 una ofensiva para desmantelar el pujante movimiento de las Comisiones Obreras, estas se replegaron en las empresas, donde mantenían el apoyo, y desde allí recuperaron las fuerzas, que en la etapa final de la dictadura las llevaron a encabezar la lucha contra las operaciones continuistas.
Alianzas. Igual que en el pasado hubo gran sintonía entre el movimiento estudiantil y el obrero, y entre éste y sectores de la intelectualidad, hoy el sindicalismo de clase está participando en plataformas y alianzas con los movimientos sociales que han surgido en diversos campos. Pese a muchos recelos y menoscabos por parte de algunos de estos colectivos es correcto perseverar en esa línea, especialmente en las movilizaciones de calle, preservando la competencia del sindicato en los centros de trabajo y en las relaciones laborales.
Sindicalismo sin fronteras. Si bien los problemas son cada vez mas irresolubles dentro de las fronteras nacionales, para el sindicalismo el hábitat natural sigue siendo el ámbito doméstico. En los peores momentos de la crisis económica hubo numerosas huelgas nacionales pero no llegó a cuajar una acción conjunta contundente. Las dificultades de la Confederación Europea de Sindicatos para europeizar las respuestas solo pueden corregirse si los grandes sindicatos nacionales dan un nuevo impulso como el que dieron los fundadores de la CES en 1973, o como el que se produjo con la reforma estatutaria de 1991, cuando se aprobó la idea, todavía no culminada, de transformar la CES en un sindicato supranacional. Ese espíritu renovador debería retomarse de cara al próximo congreso.
La responsabilidad de los Sindicatos en los tiempos neoliberales
16/07/2014
Piter
Parado
Realmente el tema propuesto es muy complejo y tiene muchos factores que se pueden interpretar desde puntos de vista extremadamente opuestos, algunos de los cuales (la mayoría) ya han sido planteados por el ponente u otrxs comentaristas. En mi análisis voy a ser, como dice Joan Coscubiela, hipercrítico, pero partiendo de una premisa a mi juicio fundamental: Mientras exista el trabajo asalariado en cualquier forma y sistema que podamos imaginar, serán imprescindibles los sindicatos. Hacer el apunte de que, en principio, hablo siempre de los mayoritarios, UGT y CCOO, aunque algunos puntos sean extensivos en mayor o menor grado al resto de sindicatos.
Mi crítica comienza por el análisis del propio título: “Los sindicatos en tiempos neoliberales” y aquí debemos comenzar planteando, desde mi punto de vista, ¿cuál es la cuota de responsabilidad de los sindicatos en qué estemos en estos tiempos neoliberales? Es evidente que si hemos llegado a esta situación en que imperan las doctrinas del capital haciendo y deshaciendo a su antojo, es porque algo, muchas cosas, ha fallado, y en esta lucha la oposición de los sindicatos era fundamental por lo cual no podemos sino deducir que sus errores también han sido fundamentales.
En primer lugar desde mi punto de vista el error crucial que han cometido los sindicatos mayoritarios y que es la causa última del resto de errores en la actuación sindical, es que se ha abandonado, o por lo menos arrinconado en el desván de los trastos inútiles, la lucha por el socialismo (sensu latu). El objetivo último de cualquier sindicato ha de ser la consecución de la implementación de un modelo económico socialista, única garantía real de los plenos derechos de los trabajadores. Sin embargo, la acción sindical se ha centrado única y exclusivamente en lo inmediato, obviando este objetivo a largo plazo. Es evidente y de sobras conocido que el capitalismo no tiene como objetivo el beneficio social, sino el beneficio privado. Si una empresa realiza funciones de mecenazgo a alguna causa social, no lo hace por altruismo sino por los beneficios fiscales que conlleva, por el efecto de propaganda que supone un importante ahorro en campañas publicitarias hacia sus productos. Es decir, el beneficio privado y no el beneficio social.
El resto del comentario en el documento adjunto
¿Qué es la justicia económica?
14/07/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
En su aportación al Debate el compañero Rodolfo Benito ha mencionado no menos de cuatro veces las palabras ‘justicia’ o ‘justicia social’; y termina su escrito con el siguiente comentario: «Creo que hay que construir un nuevo relato sobre y desde el sindicalismo, reivindicando en positivo la justicia de sus demandas, el componente ético de su acción y la utilidad social de su intervención colectiva.»
En mi opinión, si es tan difícil y cuesta tanto trabajo impulsar y llevar a la práctica la idea de la justicia económica, no es sólo por el inmovilismo y la oposición feroz de los grupos privilegiados; también lo es por la enorme pluralidad de interpretaciones que existe actualmente acerca del mismo concepto de justicia económica, a veces incluso dentro de una misma tradición filosófica –como sucede en el caso del marxismo, por ejemplo. Por consiguiente, veo necesaria una labor de elucidación y de fundamentación racional, ineludible para todos aquellos a los que nos interesa el tema. Es por ello que os adjunto un nuevo documento relativo al tema de la justicia social, enfocada desde el punto de vista de la teoría económica.
El documento será de interés no sólo para la ciudadanía en general y los activistas sindicales y sociales; también para los economistas, los filósofos y los juristas, pues el tema es enormemente transversal en cuanto al número de disciplinas involucradas. Sin embargo es sólo un ensayo propedéutico, escrito con la vocación de servir de base a futuras discusiones académicas y populares; pero, sobre todo, para contribuir a la práctica política y social, en el sentido que Gramsci le daba: «haciendo la práctica más homogénea, coherente y eficiente en todos sus elementos, es decir, potenciándola al máximo.»
Desafíos del sindicalismo
14/07/2014
Rodolfo Benito Valenciano
Secretario Estudios CC.OO y Pte. Fundación 1º de Mayo
El sindicalismo se enfrenta a un doble desafío. De una parte, desarrollar todo tipo de iniciativas y de propuestas tanto en el marco de la Unión Europea como de España, con el objetivo de poner fin a las políticas de austeridad, como elemento determinante para salir de la crisis, en base a una recuperación real, que llegue a las personas, sobre la base de empleo de calidad y con derechos; De otra, desarrollar una línea de actuación consistente en fortalecer el espacio sindical, el papel del sindicato en la empresa y en la sociedad, su poder contractual, acompañado de la necesaria puesta en valor de la función sindical como componente estratégico de la acción sindical.
Para este doble emplazamiento la Confederación Europea de Sindicatos (CES), junto a distintas iniciativas de movilización en la Unión Europea, ha propuesto un Plan de Inversiones que permitiría crear 11 millones de empleos, en un marco en el que el sindicalismo europeo, ha reiterado que hay alternativas para impulsar el crecimiento, combatir el paro y construir una Europa mas justa y social.
Un nuevo rumbo para Europa, es el objetivo de la CES, donde democracia y ultraliberalismo son claramente incompatibles.
La Confederación Europea de Sindicatos viene reclamando que el presupuesto de la UE y especialmente los Fondos Estructurales se destinen a apoyar el crecimiento sostenible, la inversión y los empleos decentes.
La CES llama en definitiva a acabar con las políticas de austeridad y recortes presupuestarios, reclamando un ambicioso Plan europeo de inversiones para la creación de empleos de calidad. Asimismo emplaza a las fuerzas políticas a restablecer la cohesión y la justicia social, garantizando que las libertades económicas no tengan prioridad sobre los derechos sociales fundamentales. Además de propugnar el fortalecimiento de la democracia que permita el control de la gobernanza económica europea.
Más Europa si, pero otra Europa también. Una Europa cuya carta de naturaleza sea el Estado del Bienestar, abriendo el camino hacia una Europa política, federal en sus instituciones, con una moneda única sí, pero también con una política económica, presupuestaria y fiscal común.
Donde se reduzcan las diferencias entre el norte y el sur de la UE y también entre el norte y sur de cada uno de los países que la componen.
Una Europa en la que la prioridad sea el restablecimiento de la cohesión y la justicia social, y en este marco el empleo con derechos, hacer frente a los crecientes niveles de pobreza y de desigualdad. El restablecimiento igualmente de unas relaciones laborales equilibradas, que fortalezcan el principio de libertad sindical y derecho a la negociación colectiva, la existencia de unos servicios públicos de calidad e interés general y la garantía de una seguridad social y una política fiscal justa.
Un doble desafío que para el caso de nuestro país fija como prioridad poner fin también a las políticas de austeridad, a los recortes sociales que se vienen produciendo, situando como una cuestión central la reversibilidad de la reforma laboral, cuyos efectos han sido devastadores para el empleo y su calidad así como para el sistema de relaciones laborales.
Y ello se materializa por un lado en los emplazamientos que CCOO hemos realizado tanto al Gobierno como a la patronal y por otro en dar continuidad al proceso de movilización, en el que estamos inmersos tanto en España como en la Unión Europea a través de las distintas iniciativas de la Confederación Europea de Sindicatos.
Cierto es que el ciclo económico está cambiando. Si bien no hay razones que avalen la euforia oficial, la economía española está saliendo de la recesión, pero con una recuperación débil, por tanto aún le queda mucho recorrido para salir de la crisis, mas aún si persisten la actuales políticas, que tanto daño le han hecho a la economía, al empleo y a las personas.
No habrá recuperación si no hay empleo de calidad, si no se reducen los actuales e insoportables niveles de pobreza, si no se reduce la creciente desigualdad social, si no se restituyen derechos.
Para CCOO por tanto, y en esa dirección es en la que hemos emplazado al gobierno, la prioridad es el empleo, y ello exige para el corto plazo de la adopción de medidas tendentes a ampliar el Estado Social y de Bienestar. La creación inmediata de empleo, vendrá de esta apuesta, que deberá estar acompañada de la recuperación del poder adquisitivo de los salarios, del incremento también de los actuales niveles salariales. La devaluación salarial ha deprimido la demanda interna y con ello ha contribuido a destruir empleo, además de haber empobrecido a un número considerablemente alto de trabajadores. La razón es evidente, los salarios son la principal fuente de ingresos de la mayoría de la población en España: de cada 100 personas ocupadas, 83 trabajan por cuenta ajena.
A estas dos medidas habría que añadir un amplio programa de rehabilitación de viviendas. En nuestro país hay 6 millones de viviendas con más de 50 años y 15 con más de 30 años.
Y junto al corto plazo adoptar medidas que miren al futuro y eso se llama Industria y cambio de modelo económico y productivo.
Es posible crear empleo y además en el corto plazo, al igual que es necesario y también posible proteger a las personas. La propuesta es igualmente clara: restituir derechos para las personas en desempleo y crear una Renta Minima Garantizada para quienes no tienen ningún tipo de ingreso.
Tenemos propuestas en materia de formación, sobre calidad en el empleo, precariedad laboral, Salario Mínimo Interprofesional, empleados públicos, servicios sociales etc., que deben ir acompañadas de una reforma fiscal justa, que combata el fraude fiscal, y que sea un factor de crecimiento económico, que garantice ingresos suficientes para el estado, que juegue un papel determinante en la extensión del Estado Social y en la creación de empleo.
Propuestas en materia de negociación colectiva con la mirada puesta en los salarios y en el empleo, en las condiciones de trabajo y, con mayúsculas, en el mantenimiento de la ultraactividad de los convenios colectivos.
Este emplazamiento a la negociación va a de estar acompañado de una posición beligerante del sindicato en defensa del derecho de huelga y de la actividad sindical.
Se están abriendo, por parte de distintas fiscalias, procedimientos administrativos y penales, e incluso algunas sentencias de cárcel, contra cargos sindicales y afiliados al sindicato que a su vez implica la formulación de procedimientos sancionadores o imputaciones penales, por el desarrollo de la actividad sindical que vulneran claramente el principio de libertad sindical, la Constitución y con ella derechos fundamentales. Iniciativas en nuestra opinión muy políticas, claramente antisindicales, que CCOO no va a tolerar y a las que vamos a responder desde el estado de derecho, esto es por la vía judicial y la movilización social.
El respeto y la vigencia generalizada de la libertad sindical y por consiguiente la presencia del sindicato como figura social clave no solo de las relaciones económicas y sociales, sino de la propia civilización democrática, en ningún caso puede estar en cuestión.
En este marco, el sindicato tiene que estar a la ofensiva, poniendo en valor la función sindical que es un componente estratégico de la acción sindical, que requiere de mucha visibilidad del sindicato, de sus dirigentes a todos los niveles, desde la empresa hasta la dirección confederal, tanto en el centro de trabajo como en la sociedad, en el conflicto y en la negociación, en su capacidad de propuesta y de alternativas.
Una apuesta por más sindicato; más cercano a los afiliados y afiliadas, a los trabajadores y trabajadoras desde la empresa; más abierto a la sociedad; más fuerte, más igualitario y más confederal…, capaz de gestionar sus recursos eficazmente y capaz de asumir un amplio proceso de renovación.
El sindicato debe estar allí donde se dirimen los intereses de la fuerza del trabajo, y aunque ese lugar no es únicamente el centro de trabajo, implica la necesidad de que el sindicato se sitúe con renovada fuerza y protagonismo en la empresa, en el centro de trabajo, abriendo cauces de participación a las mujeres, a los jóvenes, a las nuevas realidades producto de los procesos migratorios, a quienes son víctimas de distintas formas de precariedad, abriendo cauces para la revitalización de la acción sindical en la empresa, que no es otra cosa que el lugar en el que se hacen efectivos los cambios; por tanto, es el lugar donde también se han de hacer efectivos los nuevos retos que el sindicalismo tiene ante sí.
Pero no solo la movilización en el centro de trabajo o en la calle, que siendo importante, tiene ineludiblemente que estar acompañada de la movilización de las ideas, de los cuadros sindicales, la movilización organizativa, la movilización por tanto de todos los recursos del sindicato.
Y junto a ello reforzar el concepto de utilidad del sindicato, el alcance y resultados de su intervención en la acción sindical cotidiana, la negociación colectiva y la concertación social, la acción jurídica como complemento de la sindical y los servicios que presta, etc., poniendo de manifiesto (es fundamental) el factor diferencial que la presencia o no del sindicato supone en materia de condiciones de trabajo, derechos, seguridad contractual,…
Cierto es que los servicios jurídicos de asesoría y defensa en juicio de los derechos de los trabajadores y trabajadoras son una seña de identidad de CCOO, que hay que poner más en valor el cómo lo hacemos habitualmente, pero igualmente cierta es la necesidad de revitalizar la acción del sindicato previa a la acción jurídica y ello requiere de una mayor presencia del sindicato en los conflictos (despidos, sanciones,…). Una intervención directa de sindicalistas ante las direcciones de las empresas, singularmente en las que no tenemos presencia o ésta es limitada, ya que en los demás centros, con mayores o menores dificultades está garantizada, para con ello desplegar también el sindicalismo de proximidad y desarrollar de manera integral el concepto de utilidad.
Dando a conocer, asimismo, el trabajo que el sindicato despliega hacia las personas que están en situación de desempleo, las acciones que impulsa en los distintos campos, desde el asesoramiento a la formación para el empleo,…
Hay que dar a conocer todo lo que el sindicato hace. Una estrategia comunicativa que pretenda poner en valor la función sindical, por tanto su máxima visibilidad, debe como prioridad dar a conocer todo lo que hace, así como realizar una adecuada utilización de los canales y la articulación entre los emisores internos y externos.
Para este objetivo la formación del conjunto de las estructuras sindicales es un elemento clave, no solo para comunicar sino para poner en valor la función del sindicato, en primer lugar en los centros de trabajo.
Reforzar estrategias tanto en el ámbito de la acción, del saber hacer (presencia e intervención cotidiana en los centros de trabajo, en la sociedad, negociación colectiva, asesoramiento, representación institucional) como de la opinión, del hacer saber (estrategia de comunicación, creación de imagen y opinión, intervención en las redes sociales), se convierte en una urgente prioridad. El sindicato no puede ni debe generar ni indiferencia ni lejanía.
Los sindicatos, como sabemos, tenemos “tarjeta de visita” y nos ponen “etiquetas”. Es el “cómo nos vemos”, nuestra definición de nosotros mismos y el como nos ven.
Y sabemos que nuestra imagen ha sufrido una importante erosión, debido tanto a errores propios como a interesadas campañas de deslegitimación: los sindicatos, o no se sabe qué hacen, son vistos como una cosa lejana, o (peor aún) son los que defienden a quienes tienen un buen trabajo, forman parte del “stablishment”, se reúnen para hablar de “sus cosas”.
Cierto que esta etiqueta es, en cierta medida falsa y manipuladora, pero no la podemos despreciar, no cayendo en la mala práctica de los gobiernos: la de atribuir su mala imagen no a sus políticas (buenas), sino a errores a la hora de explicarlas, o bien a las estrategias conspirativas de medios de comunicación muy poderosos. Al contrario, aceptamos que esta etiqueta anida en una parte de los trabajadores y de la propia sociedad y trabajemos a fondo por cambiar dicha percepción.
Hay que establecer una adecuada articulación entre el gran volumen de información que cotidianamente genera el sindicato, con la identificación, presentación y mantenimiento de grandes ideas fuerza sobre la legitimidad de la función sindical y sus diferentes ámbitos de intervención (agregación y representación de intereses, negociación colectiva, defensa jurídica y sindical, prevención de riesgos laborales, formación y cualificación profesional, participación institucional…), aportando en cada caso datos propios y comparados.
Y también reforzando lo que el sindicato es. Visibilizar el trabajo en la empresa, el papel de las Secciones Sindicales, de las y los Delegados de CCOO en los centros de trabajo, los mil y un conflictos (negociaciones, movilizaciones, acuerdos) a los que de manera cotidiana se enfrenta el sindicato.
Junto a los temas de carácter más general, hay que poner de manera sistemática en valor que el sindicato interviene simultáneamente en miles de asesoramientos, de negociaciones, de conflictos, de acuerdos, etc., es decir, está interviniendo diariamente en la defensa de los derechos de los trabajadores y trabajadoras, lo que hay constituye un incuestionable capital social.
La transparencia es una de las señas de identidad de CCOO, para cuyo mantenimiento y promoción el sindicato esta adoptando las medidas sindicales, organizativas y de comunicación necesarias para trasladar al conjunto de la afiliación, de los trabajadores y la opinión pública la más completa relación de sus objetivos, actividades, recursos y resultados de su intervención, de manera que pueda posicionarse como la primera fuerza social no sólo en presencia (afiliación, intervención de proximidad en las empresas), audiencia (representatividad) e influencia (negociación colectiva, gestión del conflicto, intervención institucional), sino también en valores sociales (defensa, utilidad, protección, transparencia) y éticos (solidaridad, justicia, equidad).
Su descalificación como parte del pasado, su rechazo como mediadores sociales innecesarios, su asociación a la idea de “liberados” y ociosos o a su carácter no democrático o la violencia de sus protestas, su sectarismo contrario al “interés general”, forman parte de campañas perfectamente estudiadas.
Siempre que sea necesario (huelgas, cambios legislativos, acuerdos sociales) formarán parte esencial de las portadas que determinan las agendas del día. Pero, además, todos los días se alimentan, con razón o sin ella, los rumores y maledicencias sobre supuestas corruptelas en tertulias y columnas de opinión. Lo suficiente para formar parte esencial de las políticas informativas que “fabrican los consensos” a largo plazo.
Es por ello fundamental, informar, comunicar, reforzando los medios de comunicación propios, aun lo que consideremos más nimio, estableciendo los programas y las pautas necesarias para que esta idea recorra toda la organización.
Aunque insuficientes, los datos disponibles en materia de imagen pública de la organización e intervención de los sindicatos, parecen configurar una situación paradójica entre un reconocimiento alto de la necesidad de que los trabajadores dispongan de sindicatos fuertes para proteger sus derechos y condiciones de trabajo, un nivel de simpatía medio y uno bajo de confianza en su funcionamiento. Es decir, no parece cuestionarse la legitimidad de origen ni de función, pero sí, en mayor o menor grado según los casos, la retórica y operativa de su ejercicio.
Tales índices corresponden al conjunto de la población, (28/30 por ciento según las últimas encuestas) mientras que entre la población asalariada la valoración de la actividad sindical se divide prácticamente por tercios, variando al alza en los casos en los que la presencia del sindicato en los centros de trabajo es una realidad consolidada (situándose prácticamente entre el 60/70 por ciento).
Esta realidad (no quedan instituciones intocables) hay que revertirla, ganando en imagen y credibilidad y ello depende, de nosotros mismos, de la propia organización, de las estructuras de dirección a todos lo niveles, de los cuadros del sindicato,…
Por tanto, esa mayor presencia en la empresa ha de realizarse desde el discurso general, no descuidando la parte profesional, que es fundamental, pero alejados de tendencias corporativas, que terminan por desvincular “lo de fuera” con “lo de dentro”.
El sindicato se emancipa en la empresa y refuerza su poder normativo colectivo a partir de la rama de producción como forma de ampliar la tutela de todos los trabajadores, incluidos los de las pequeñas y medianas empresas.
Pero el sindicato tiene que desplegar toda su capacidad, que la tiene y es mucha, para agregar sectores e intereses, ampliando su capacidad de representación desbordando el espacio normal de actuación en los centros de trabajo y en los sectores.
El sindicato, hay que subrayarlo, es además portador de un interés económico y social en términos políticos-democráticos.
Creo que hay que construir un nuevo relato sobre y desde el sindicalismo, reivindicando en positivo la justicia de sus demandas, el componente ético de su acción y la utilidad social de su intervención colectiva.
Respuesta a José Javier Cubillo
11/07/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
José Javier Cubillo, en su aportación al Debate, ha afirmado lo siguiente: «Su misión [del sindicalismo] es defender a los trabajadores, ese es su objetivo y ningún otro. La complejidad o la controversia surge, cada día, en cómo se articula ese objetivo.»
Según el Diccionario de la Lengua, el verbo defender significa ‘amparar, librar, proteger’. Vemos pues que la intención que anima la labor de los sindicatos es noble: amparar y proteger al trabajador, ya que es la parte más débil y vulnerable en la relación contractual que se da entre el Capital y el Trabajo. Y así lo entendieron los constituyentes españoles, que asignaron a los sindicatos, en la redacción de nuestra Constitución, un rango equiparable al de los partidos políticos.
En mi opinión, el error de la estrategia sindical en los últimos años está en considerar que la defensa de los intereses de los trabajadores se lograría principalmente mediante una adecuada presión sindical en el mundo de la empresa. Este es el quid de la cuestión.
Cualquier batalla ganada en el mundo del trabajo es sólamente una victoria momentánea, pues ella expresa una correlación de fuerzas siempre provisional. Efectivamente, el Capital está constantemente ideando nuevas formas de cambiar las condiciones que permitan mejorar a su favor esa correlación de fuerzas: deslocalización industrial, libertad de capitales, leyes laborales, etc; en cualquier caso, siempre tras lograr la anuencia y la participación del Estado. Ello empuja e implica a los sindicatos en una tensión y confrontación constante con el poder político, y arruina todo sueño de una gestión, de un programa sindical ‘apolítico’ y circunscrito al área de la negociación colectiva de empresa.
En definitiva, los sindicatos deben aspirar a imponer al poder político las exigencias justas y racionales de la clase trabajadora, que constituye la mayoría de la nación. En opinión del economista Ezio Tarantelli, estudioso del sindicalismo, los trabajadores deben concebir al Estado como la verdadera ‘fábrica’, y de la ‘reforma de la fábrica’ pasar a la ‘reforma del Estado’.
Entre la épica y el acuerdo
10/07/2014
Jose Javier Cubillo
Secretario de Organización y Comunicación de UGT
Comparto buena parte de los planteamientos que hace el ponente, en cuya exposición queda claro un gran conocimiento del movimiento sindical y de los problemas que afronta en este momento.
Voy a centrar mi aportación en algunos de los asuntos que plantea Joan Coscubiella y que encuentro esenciales.
1.- La respuesta que considero más fácil, y más evidente, es cuál es la misión del sindicalismo hoy. Su misión es defender a los trabajadores, ese es su objetivo y ningún otro. La complejidad o la controversia surge, cada día, en cómo se articula ese objetivo.
La defensa de los trabajadores surge, siempre, desde el conflicto. Desde hace más de cien años, el sindicalismo surge del conflicto de intereses entre las empresas (el capital, en el antiguo lenguaje sindical que tanto se nos reprocha) y los trabajadores.
Es verdad que algunos trabajadores ignoran la existencia de este conflicto, se desentienden de cualquier actuación reivindicativa e incluso la critican. ¿Es legítima esta postura? Sí, lo es. Pero también hay trabajadores que se unen y organizan para gestionar ese conflicto de intereses y mejorar sus condiciones laborales, y su posición es al menos tan legítima como la primera.
2.- A partir de ahí podemos empezar a dar respuestas a las otras muchas cuestiones que plantea el ponente. Para mí, el sindicato es una auto-organización de trabajadores para la defensa de sus intereses. Sus afiliados le dan la legitimidad. En España, además, como resultado de un complejo proceso histórico que sería difícil de explicar aquí, se decidió hacer con el sindicalismo algo parecido a lo que habíamos hecho con la política: no hace falta estar afiliado a ningún partido político para votar y participar políticamente a través de los procesos electorales; y no hace falta estar afiliado a un sindicato para “canalizar el conflicto” con las empresas, se puede participar a través de las elecciones sindicales. Segunda legitimación sindical.
Por tanto, algunas organizaciones sindicales, como UGT tienen una doble legitimación para representar a los trabajadores. ¿Merece eso una canalización institucional? Es lo que hizo la Constitución en su artículo 7.
3.- ¿Por qué los sindicatos no pueden ser “de” trabajadores y “para” los trabajadores? Los partidos políticos en España tienen menos afiliados que los sindicatos; ¿nos podemos plantear si los partidos deben ser “de” ciudadanos o “para” los ciudadanos? La cuestión es idéntica.
4.- No entendería un sindicato que viva exclusivamente en el conflicto, sin traducirlo en beneficio para aquellos a quienes representa. Eso significa negociar, y comprometerse con lo negociado. Y sí, eso te quita la pátina “revolucionaria”, la épica, pero es lo que mejora la vida de la gente.
En un mundo tan complejo como el actual, disputar terreno a las empresas con garantías de ganarlo para los trabajadores requiere algo más que convicciones: requiere conocer el medio en que nos movemos, recursos, y personas al servicio de esa causa. Eso es lo que nos diferencia de los movimientos sociales, que nuestra reivindicación no es puntual, y el papel que queremos desempeñar no es transitorio. UGT ha apoyado siempre los movimientos sociales con cuyos planteamientos coincide, pero nuestra vocación es de permanencia.
¿Sindicalismo de gestoría y financiado?
07/07/2014
Ángela Sánchez García
Miembro de CGT
Desde mi experiencia entiendo que el sindicalismo es autodefensa de los derechos de la clase trabajadora, defensa en primera persona junto a los demás, de derechos sociales y búsqueda de transformación social con el objeto de lograr un mundo más justo. Digo autodefensa porque la mejor forma de avanzar es implicarse directamente en todos los procesos: de lucha, de decisión, de negociación…
Delegar lo imprescindible, más bien nada. Por eso la participación en la Asamblea es un elemento esencial para CGT. Somos responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer y las decisiones llegarán más o menos lejos dependiendo de lo que estemos dispuestos a asumir y pelear o nos dejen. La autoorganización es un eje principal en torno al cual debe girar la lucha obrera, la lucha de la clase trabajadora.
Visto así parece algo utópico pero es que los sueños y las expectativas son necesarias para nuestro proyecto como seres sociales, personas en que lo colectivo tiene tanta importancia como lo individual. Si no llegamos más lejos seremos responsables de nuestro fracaso. Desde luego hay momentos más o menos propicios en los que los avances y mejoras pueden llegar más lejos o periodos de auténticos cambios revolucionarios.
Podemos concebir el sindicalismo o el sindicato como un medio para conseguir solucionar problemas individuales y no mirar más allá. El sindicato “gestoría” que resuelve mi tema sin importarme lo que tengo al lado. El sindicato gestoría o incluso el sindicato empresa que tiene a su servicio gestores y que se comporta como una auténtica empresa en el mercado capitalista que nos envuelve. Que vende el producto: seguros de vida, seguros si te pones enfermo, viajes, vacaciones, cuotas super-rebajadas…que también despide a sus trabajadores como otra cualquier empresa.
Este no es el “sindicalismo” al que yo aspiro y por el que me muevo. No es mi modelo ideal de lucha.
¿A quién nos debemos como sindicato los que participamos en la vida sindical y estamos en pie de lucha día sí y otro también?
Aquí hay un elemento fundamental: la financiación. ¿Quién financia los sindicatos?
En CGT somos bastante estrictos en este punto. En nuestros congresos hemos adoptado la decisión de que debemos autofinanciarnos. Hemos renunciado expresamente a financiarnos a través de cursos de Formación con dinero Público. Nos repugnan los tristemente abundantes casos de Corrupción de esas organizaciones sindicales que se ha financiado fraudulentamente con dineros públicos con la escusa de la formación etc. En CGT nos hemos personado como acusación particular en varios procesos judiciales: de los ERES de Andalucía (que ha salpicado a los sindicatos CCOO y UGT) , caso Bankia y caso Gurtel.
La independencia de un sindicato es imprescindible para luchar en el terreno político, sindical, social. No queremos ser correa de transmisión de ningún grupo ni político ni de poder de otra categoría. Considero que esa independencia es la premisa necesaria para navegar en este proceloso mar de la sociedad actual y de lucha de clases. Nos debemos a la clase trabajadora porque somos nosotros mismos esa clase. No somos ni queremos ser intermediarios que a cambio de ceder en las negociaciones se lleva una buena remesa de dinero para callarnos la boca. Las bases, las trabajadoras y trabajadores son la prioridad y contar con ellas es condición sine qua non para llegar a acuerdos con la patronal.
¿Es necesario el sindicalismo?
El trabajo y la producción son las bases de las sociedades humanas, que han oscilado desde sistemas solidarios y de apoyo mutuo a sistemas de explotación (esclavismo, feudalismo, capitalismo, comunismo de estado,…) El sindicalismo nace con los movimientos de lucha y organización de los trabajadores que se sienten explotados y que ven como todos los recursos naturales y sociales se organizan para el enriquecimiento y el beneficio de unos pocos. En la sociedad capitalista actual el problema es tan grave que alcanza a todo el planeta e incluso se está empezando a poner en peligro la existencia misma de la diversidad biológica. Destrucción masiva de bosques, calentamiento global, muertes por hambre en unos sitios y por obesidad en otros, desigual consumo de los recursos energéticos, contaminación de agua, suelo y aire, proliferación del armamento y de la industria militar, peligro de guerra o catástrofe nuclear,…son asuntos tan importantes y que nos afectan a todos y que hacen necesario que todos los trabajadores /as que vivimos en la Tierra nos sintamos implicados en “qué producimos, cómo lo hacemos y para qué”. Claro que sí son necesarios los sindicatos para cambiar la realidad y mientras haya desigualdades e injusticias sociales. Es más, vemos como estas se han agudizado y cada vez los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Como botón de muestra tenemos a nuestro país, España, en el que los índices de pobreza han aumentado de manera alarmante. Lo más duro el lugar en el que el sistema capitalista neoliberal deja a los mayores, con pensiones muy bajas o sin cuidados y sobre todo a nuestra juventud, que los arroja al paro, a la emigración y a la desesperanza. Ello sin hablar de las condiciones laborales de buena parte de la población que día a día se han ido deteriorando y asemejándose a la ley de la selva del capitalismo cada vez más salvaje.
Por todo ello sí es necesaria la toma de conciencia, abrir los ojos a lo que está ocurriendo y tomar las riendas de nuestra lucha. Todos somos necesarios en este envite y aunque pertenezcamos a organizaciones diferentes es preciso la unidad en la lucha. Porque el enemigo es muy fuerte. No obstante la fuerza y la capacidad de transformación que tenemos los humanos es muy grande. Se trata de ser protagonistas de nuestra propia historia de nuestra propia lucha.
Los principios o señas de CGT son : Independencia de nuestras decisiones. Autonomía económica. Honestidad y transparencia. Libertad individual e igualdad. Organización de abajo hacia arriba y federalismo y por supuesto Deseo y esperanza de cambiar las cosas.
Hay otras muchas cuestiones que en esta intervención no he aludido pero que no dejan de ser importantes. Me he ceñido a lo que consideraba esencial. Pero no quiero dejar de lado la autocrítica, a la participación de los y las trabajadoras que no deja de ser baja y al individualismo que nos enfrenta en ocasiones entre nosotros mismos y que es un arma de la que se vale el capitalismo para dividirnos y aislarnos.
¿Quién tiene miedo de la planificación económica?
06/07/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Pocos días después de aparecer en Público.es mi documento sobre el conflicto Capital-Trabajo y su solución desde el punto de vista marxista, aparecen dos artículos en el periódico El País, uno de Victor Lapuente Giné y otro de José Ignacio Torreblanca (06/07/2014), buscando descreditar, por enésima vez, la propuesta marxista. Ya el hecho de que se tenga que insistir, una y otra vez desde hace más de 150 años, en esta tarea de desacreditación es algo que ya resulta hasta divertido.
Permítaseme recordar aquí como desenmascaró Marx a estos sicofantes cuando alzan la voz en grito contra los que nos atrevemos a criticar la propiedad privada y el ‘bellum omnium contra omnes’ (la competencia económica), y aspiramos a suplantarlo por la propiedad colectiva y la cooperación entre los trabajadores.
Con respecto a la división del trabajo en el intercambio, domina lo que Marx llama ‘el juego del azar y el capricho’ y el resultado es una distribución aparentemente arbitraria de los capitales entre las diversas ramas del trabajo social. Mientras que el capitalista está constreñido por la necesidad de producir un valor de uso y, en último término, por consideraciones de rentabilidad, esos constreñimientos sólo afectan al capitalista a través de las fluctuaciones de precios. Por tanto, la competencia impone a posteriori la división del trabajo en el intercambio. Por el contrario, ‘el azar y el capricho’ no tienen ningún dominio sobre el proceso de producción; cada obrero tiene una función definida, combinada en proporciones determinadas con las de otros obreros y con la de los medios de producción. La división del trabajo en la producción está planificada, regulada y supervisada por el capitalista, puesto que es un mecanismo que le pertenece al capital como propiedad privada suya; por tanto, la impone a priori con los poderes de coerción del capital.
Pues bien, Marx no dejará de denunciar el fariseísmo de la conciencia burguesa, que al mismo tiempo que:
«…celebra la división del trabajo, la anexión vitalicia del obrero a una operación parcial y la subordinación incondicional de los obreros parciales al capital como una organización del trabajo que acrecienta la fuerza productiva de los mismos, denuncia por eso con igual vigor todo control y regulación sociales y conscientes del proceso de producción, control y regulación en los que ve un cercenamiento de los sacrosantos derechos de propiedad, de la libertad y de la ‘genialidad’ –que se determina a sí misma- del capitalista individual. Es sumamente característico que los entusiastas apologistas del sistema fabril no sepan decir nada peor, contra cualquier organización general del trabajo social, que en caso de realizarse la misma transformaría a la sociedad entera en una fábrica». ( Karl Marx: El capital, México, ed. Siglo XXI, 1979, Libro I, vol. 2, pp. 434).
El papel de los sindicatos
02/07/2014
Julian Ariza
Sindicalista
Está de moda criticar a los sindicatos lo que, por cierto, no es una novedad. Los ataques al movimiento sindical son tan antiguos como el capitalismo, que les obligó a aparecer para contrarrestar su rapiña. Las agresiones tienen ciclos. En la España democrática se les alabó por la contribución a acabar con la dictadura franquista y favorecer el asentamiento de la democracia; se les llamó más tarde dinosaurios condenados a desaparecer por su resistencia al desmantelamiento de empresas durante la reconversión industrial de los años ochenta del pasado siglo; se les volvió a poner de ejemplo de responsabilidad y buen hacer en los años de crecimiento económico, donde prosperó el diálogo y la concertación social; y, de nuevo, cuando apareció la crisis económica y financiera actual, han pasado a ser el blanco de una campaña de descrédito que, por su intensidad y duración, no tiene precedentes.Hay que estar ciego para no ver que, más allá de hechos o conductas reprobables de algunos de sus miembros; más allá de errores o carencias, tal campaña guarda relación directa con el hecho de que los sindicatos constituyen el principal obstáculo frente al desarrollo de las políticas en curso, cuyo fondo, aquí y en Europa, es desarbolar el modelo social construido tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
Existe una relación directa entre el desarrollo de la democracia y el sindicalismo de clase. Que éste naciera en Europa y llegara a constituir la fuerza social más importante explica en buena medida que el Estado de Bienestar alcanzara niveles sin parangón en cualquier otra parte del planeta. Es por ello temerario que quienes se dicen demócratas traten de debilitar a los sindicatos. Porque al hacerlo están debilitando a la democracia. En esas estamos.
El sindicalismo no está en crisis. Su papel es bastante claro. Otra cosa son las dificultades que ha de sortear para jugar ese papel. Distinguir ambos planos es importante para evitar que dichas dificultades, consecuencia de la desigual relación de poder entre capital y trabajo, no proyecten sombras sobre su función crucial en la defensa de los intereses de los trabajadores.
Un simple vistazo a algunos de los grandes problemas que tienen ante sí en nuestro país ilustra el amplísimo espacio existente para la intervención de los sindicatos. Empezando por la lucha contra el paro y por la calidad del empleo; continuando por la panoplia de retrocesos en las prestaciones y coberturas del sistema público de protección social; siguiendo por la necesidad de combatir las reformas en negativo del marco de las relaciones laborales; y acabando con el reto de impedir retrocesos en libertades y derechos, como amenazan hoy a los de huelga, manifestación y expresión, hay un larguísimo rosario de cuestiones sobre los que el papel de los sindicatos es fundamental.
Por supuesto que han de acertar en la forma de articular su relación con una base social que, en términos de empleo, es muy movediza a causa de la fuerte precariedad del trabajo, de los cambios en la estructura productiva y en la composición misma del universo de los asalariados, amén de la enorme dimensión del desempleo. Se requiere favorecer todo aquello que sirva a una relación proactiva entre lo que ocurre en los centros de trabajo y las direcciones de los sindicatos. Es una de las claves tanto para contrarrestar las campañas de deslegitimación como para incrementar su afiliación y representación. También lo es para fijar mejor cuales deben ser las prioridades a la hora de definir reivindicaciones y tareas.
Aunque lo dicho no es más que un apunte, no quiero terminar sin recordar que la crisis que sacude a nuestras sociedades es también una crisis de valores. Por eso el sindicalismo de clase, en su ámbito de actuación, debe transmitir los que le son consustanciales, esto es, entre otros, los de la solidaridad, la igualdad, la justicia y la libertad. Y extender la idea de que la realización como persona y como trabajador se alcanza mejor con la cooperación y la acción colectiva.
¿Singapur, Suecia, o más allá?
27/06/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
En el momento de aparecer la aportación al Debate del compañero de Izquierda Unida Héctor Maravall, acababa yo de terminar de escribir un documento –que paso a adjuntaros- donde expongo una solución al conflicto Capital-Trabajo desde la posición marxista a la que pertenezco. En él podréis comprobar que el abanico de posibilidades que se le ofrece al movimiento obrero es más amplio que el que Héctor nos presenta.
Por otro lado, si bien yo me he posicionado en mi primera aportación al Debate contra toda forma de elitismo izquierdista –por desgracia más corriente de lo que se piensa-, y que está en la base del ninguneo al que algunas personas progresistas someten a los sindicatos, también tengo que insistir en otra idea por mí apuntada anteriormente: que las direcciones de Comisiones Obreas y de UGT han cometido algunos importantes errores. No hay por qué molestarse o avergonzarse de ellos, pues nadie está libre de cometer errores. La clave está, como decía Lenin, en saber detectarlos, analizarlos y rectificarlos a tiempo.
Hablando de Comisiones Obreras, sindicato al que pertenezco y que es el que conozco mejor, yo echo de menos un mayor debate intelectual y una mayor frecuencia de asambleas deliberativas y participativas, que de protagonismo a los afiliados de base. También me gustaría que se produjera un cambio de la orientación general del sindicalismo, tanto de Comisiones como de UGT, que rechace comportarse como un mero lobby económico y que aspire, en la medida de sus posibilidades, a asumir una carga de crítica del statu quo económico y legal existente. También censuro cierto proselitismo sindical, que busca engordar a cualquier precio el número de delegados en las empresas sin que concurra la necesaria circunspección, y que luego, lamentablemente, da lugar a deserciones y comportamientos deshonestos por los que responden todos los afiliados.
Sin embargo el error más importante de lejos, pues es el que más graves consecuencias está teniendo, es el no haberse dado cuenta de que todo el proceso de construcción europea, con el Euro a la cabeza, iba a tener por efecto inmediato el pasar como un rodillo por los derechos económicos y sociales duramente logrados en las últimas décadas; y con ellos, a los sindicatos que son sus valedores principales. El que en las últimas elecciones europeas, el partido mayoritario, el que más apoyos ha concitado, haya sido el de la abstención, debería hacer reflexionar a más de uno.
Compañero Maravall: estás críticas no están formuladas por ningún francotirador ajeno al sindicalismo, sino por alguien que está comprometido en la lucha sindical desde hace muchos lustros. Si los errores que he comentado antes son importantes, el mayor de todos sería, sin duda, el no hacer la necesaria autocrítica y el encastillarse en los hábitos pasados y convertirlos en rutina.
Un abrazo y ánimo en la lucha.
Ofensiva antisindical: ¿Singapur o Suecia?
27/06/2014
Héctor Maravall
Abogado de CCOO
Tras mas de seis años de crisis, ya tenemos suficientes datos sobre el cambio que se esta propiciando en el ámbito de las relaciones de trabajo. Se busca aniquilar el modelo que se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial en los estados democráticos de Europa, que costó enormes luchas sindicales conseguirlo y un pacto político entre la izquierda y la derecha.
Un modelo apoyado en el Derecho del Trabajo, en la presencia reconocida de los sindicatos en las empresas, en el papel fundamental de la negociación colectiva y en el respeto a unas condiciones mínimamente dignas de salario, jornada, estabilidad en el empleo, promoción profesional, salud laboral, etc.
Este modelo favoreció el mayor crecimiento económico de las sociedades democráticas europeas, las mas altas cotas de cohesión social del mundo y una amplia aceptación de los sistemas democráticos constitucionales por parte de las clases trabajadoras y sus organizaciones.
Las crisis económicas de principios de los años 70, de los años 80 y de los años 90, llevaron consigo un primer cuestionamiento de este modelo por parte de los voceros más radicales del neoliberalismo, de sectores empresariales y de gobiernos de la derecha mas extrema como el de Tatcher.
Bajo el argumento de la rigidez de los mercados de trabajo, de la necesidad de competir con las economías emergentes, de la amenaza de deslocalización de la producción o de la urgencia de afrontar los nuevos retos tecnológicos, se defendió que el modelo de relaciones laborales existente era incompatible con la rentabilidad de las empresas y el crecimiento económico.
Cuando las clases trabajadoras del Tercer Mundo y de los países emergentes luchaban por el modelo laboral europeo, los neoliberales pretendían andar el camino inverso: acercarnos a la realidad laboral del siglo XIX y principios del XX.
Para un desmantelamiento de derechos de tal envergadura y una vez convencidas las opciones de centro derecha y después, aunque con más o menos oposición formal, una parte de los gobiernos socialdemócratas europeos, solo quedaba un obstáculo a superar: la presencia de los sindicatos de clase. Tatcher lo tuvo muy claro, había que destruir el poder y los derechos de las Trade Unions y ese ejemplo, con matices y guardando mas las formas, lo han seguido otros gobiernos.
La respuesta sindical en los años 90 y principios del siglo XX fue contundente. No iban a aceptar un retroceso masivo en las condiciones de trabajo.
La ocasión para debilitar la oposición sindical ha venido de la mano de la crisis mas larga y profunda del capitalismo. Los neoliberales han encontrado el momento mas oportuno para volver a la carga, aprovechando una mayoría política de derechas en casi todos los gobiernos europeos y por tanto en las instituciones comunitarias de la Unión Europea y un repliegue ideológico de buena parte de la socialdemocracia, además de una débil presencia de las izquierdas alternativas y una moderación de las organizaciones verdes.
En España la respuesta sindical ha sido clara e inteligente. Clara porque a cada agresión real o anunciada, se ha movilizado el sindicalismo de clase, tanto en las empresas y en los sectores como a nivel general.
Inteligente, porque la respuesta movilizadora no ha conducido al sindicalismo de clase ni a la radicalización ni al aislamiento, que hubiera sido letal para su acción. CCOO y UGT han seguido defendiendo la concertación social a pesar de la escasa receptividad de la patronal y de la nula respuesta de los últimos gobiernos. Han mantenido la moderación salarial en los momentos mas duros de la crisis y han aceptado algunos acuerdos en materia de protección social, no siempre bien comprendidos por sectores de su propia afiliación.
Además han evitado el aislamiento abriéndose a las nuevas realidades sociales. Articulando una amplia confluencia a través de las Cumbres Sociales, que aunque poco a poco se ha ido desvaneciendo, han sido de gran utilidad para diseñar movilizaciones de amplia base. Al igual que la participación en las diversas Mareas, en especial la Marea Verde de Educación y la Blanca de Sanidad, sin buscar protagonismos pero prestando el máximo apoyo en los centros de trabajo y en las movilizaciones en la calle.
Pero la ofensiva antisindical ha dado un salto cualitativo con la persecución y represión judicial, que nos retrotraen a los tiempos de la dictadura. De nuevo hay sindicalistas detenidos, procesados, juzgados y condenados. De nuevo se registran sedes sindicales. A lo que hay que unir recortes previos en las subvenciones por la gestión sindical, supresión de liberados, cierre de órganos e instituciones de participación social, etc. Parece como si hubiera prisa para golpear aun mas fuerte a los sindicatos, no sea que vayamos saliendo de la crisis económica y el panorama cambie con el resurgir de las reivindicaciones de los trabajadores.
A pesar de esa dura y múltiple agresión al sindicalismo de clase y a los derechos de los trabajadores, el balance de lo logrado es razonablemente positivo. Hemos conseguido mantener lo sustancial de las políticas sociales, han debilitado algo el Estado de Bienestar Social pero no han logrado desmantelarlo como están pretendiendo desde hace mas de 30 años.
Y la pregunta que hay que hacerse con rigor es ¿Dónde estaríamos ahora sin la lucha sindical? ¿Qué derechos quedarían en pie? ¿Cuáles serian las condiciones de trabajo sin la presencia y actuación de decenas de miles de delegados sindicales en las empresas? Estaríamos mucho más cerca de Singapur que de Suecia. La mejor garantía de progreso es tener fuertes, respetados y respaldados sindicatos de clase.
Si ese es el balance de la lucha sindical, ¿Por qué los sindicatos de clase hoy por hoy tienen una imagen tan devaluada ante la ciudadanía? ¿Por qué incluso sectores de la izquierda política y activistas de los movimientos sociales cuestionan tan a fondo a los sindicatos? Esa es una pregunta, cuya respuesta quedaría para otro debate en “Espacio público”.
Explotación y alienación
24/06/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
De la interesante intervención de Ignacio Muro quisiera destacar este párrafo:
«Los cambios en las formas de poder acaba impregnándolo todo: construye íntimamente al sujeto, moldea al trabajador. En la medida que el nuevo poder empresarial se fortalece, busca formas entre las que se difumina y oculta, pretende hacerse invisible. En ese contexto, aunque la sobreexplotación se instala en el mundo el sentimiento de «estar explotado» se mitiga. En su lugar, resucitan otras sensaciones que podemos identificar con las de frustración, exclusión, marginación, ninguneamiento, desprecio, indiferencia… La dignidad humana recupera protagonismo. El movimiento de lo indignados es un movimiento ciudadano pero ahonda sus raíces en la indignidad del trabajo actual.»
En él aparecen expresados, de forma explícita o implícita, dos conceptos clave del pensamiento marxista: el de explotación y el de alienación, usados como arma denunciatoria contra el trabajo asalariado y el capitalismo. Conceptos que, a fuer de su uso poco riguroso, han terminado por convertirse en términos comodín para significar cualquier cosa (palabras ‘pass-partout’).
Dada la enorme relevancia intelectual de ambos conceptos, y el frecuente mal uso de los mismos, o su uso impreciso o ambiguo, he considerado conveniente aportar un documento donde los explico con detalle. Forma parte de un ambicioso trabajo que empecé hace unos meses, y que pretende ser un tratado de economía marxista. Espero, con modestia, que este documento sirva a los propósitos del presente Debate.
Ciudadanos o esclavos: sindicatos y dignidad del trabajo
23/06/2014
Ignacio Muro Benayas
Director Fundación Espacio Público
Todos los grupos sociales, desde los transportistas a los médicos, desde las grandes empresas a los campesinos, tienen tendencia espontánea a identificar y defender sus intereses colectivos.
El hecho de vivir del propio trabajo, intelectual o manual, ha constituido durante mucho tiempo un cemento suficiente para favorecer una identidad común. Siempre fue, no obstante, una identidad trabajada que, ha utilizado cada conflicto como una ocasión para articular un frente de intereses de las mayorías construido desde las «inmensas minorías», más elevado, más numeroso y más consciente. «Sumar” a los diferentes colectivos es la labor que ha justificado al sindicato de clase, una organización especializada en observar el mundo desde los ojos del trabajo.
El sindicato así visto es un intelectual colectivo que construye una identidad común a largo plazo mientras articula intereses y participa, de forma inteligente, en una dialéctica de propuestas de resistencia, confrontación o colaboración integradas en un mismo discurso. Cual debe ser hoy ese discurso es la cuestión.
La complejidad y globalidad de los procesos productivos y tecnológicos ha diluido la solidaridad primaria asociada a formas de trabajo y explotación simples. Mientras la mayor productividad del trabajo genera beneficios crecientes, mayor es la apropiación por el capital del valor creado y mayor la exclusión de los trabajadores en la gestión de las empresas; mientras el trabajo intelectual gana parcelas al manual, los profesionales más cualificados son arrastrados el desempleo y la precariedad; mientras la creación de riqueza se convierte en un todo integrado a nivel global, los procesos se fragmentan y las conexiones físicas desaparecen; mientras las tecnologías permiten trabajar en red, la penosidad y el riesgo laboral se sufren en solitario.
Decía Foucault que todo poder es un par de fuerzas que condiciona al que lo ejerce y al que lo soporta, al que domina y al que es dominado. En la medida en que las formas de apropiación varían, varían las formas de resistencia. En la medida en que mutan los poderes empresariales, cambian las mismas empresas y la organización productiva. En la medida que las formas de control social evolucionan, cambian las naturalezas de los conflictos y la naturaleza de las resistencias.
Los cambios en las formas de poder acaba impregnándolo todo: construye íntimamente al sujeto, moldea al trabajador. En la medida que el nuevo poder empresarial se fortalece, busca formas entre las que se difumina y oculta, pretende hacerse invisible. En ese contexto, aunque la sobreexplotación se instala en el mundo el sentimiento de «estar explotado» se mitiga. En su lugar, resucitan otras sensaciones que podemos identificar con las de frustración, exclusión, marginación, ninguneamiento, desprecio, indiferencia… La dignidad humana recupera protagonismo. El movimiento de lo indignados es un movimiento ciudadano pero ahonda sus raíces en la indignidad del trabajo actual.
Desde esa percepción se debe articular y elaborar el mensaje sindical, hacerlo evolucionar con rapidez desde los modos tradicionales. Significa asumir que cuantos más leves son los lazos tangibles que unen a los diferentes grupos de trabajadores más importantes son los intangibles, cuanto más individualizada sea la relación social más importantes son el discurso y la capacidad de emocionar y convencer, cuanto más leves las conexiones físicas mayores las virtuales, cuanto más compleja sea la forma en que se socializan las relaciones sociales más importante el pegamento elaborado y menos el espontáneo para conseguir unir esa amalgama de intereses. Y más importante el papel del sindicato como intelectual colectivo.
Preocuparse por la defensa de los problemas concretos y de la empresa como lugar de trabajo es esencial… pero requiere «tener trabajo» y que la empresa como espacio de contacto exista realmente. La creciente interdependencia de todo con todo, hace cada vez más difícil reducir la labor sindical a la defensa de lo cercano e inmediato si no se dispone de una perspectiva general. Cada vez más se necesita elevar al máximo la mirada para entender este mundo y el papel asignado al trabajo y construir desde él una oferta de democratización social. Ser hoy un sindicato de clase significa ofrecer, desde la mayorías que representan, una nueva noción de interés general. Es decir, capaz de crear una identidad de intereses y crear consciencia del papel esencial del trabajo en la economía productiva y en la creación de riqueza.
El desarrollo de las fuerzas productivas conlleva una cada vez más compleja socialización de las relaciones del trabajo, de los intercambios de ideas, servicios y mercancías entre ciudadanos, empresas y sectores de todo el mundo. La contradicción principal de ese proceso socializador es la que lo confronta con la centralización creciente del poder en pocas manos, tanto en empresas como en sectores, tanto en cada país como en todo el mundo. Las reformas laborales acentúan una idea de empresa como lugar donde unos pocos deciden por todos, contra todos. Las minorías que detentan el poder se apropian de la bandera de «lo común» como si el trabajo no fuera empresa, como si avanzar hacia la mejor organización capaz de crear riqueza no fuera el objetivo de los trabajadores. A la apropiación por una minoría de la riqueza creada entre todos se opone la democratización de los procesos productivos.
Cambiar el discurso es cambiar el lenguaje. Reclamar trabajo digno es reclamar dignidad, es identificar al trabajador como ciudadano adulto y libre, no como un siervo asustado o como un esclavo infantilizado, y la empresa como el lugar donde se nos ofrece la oportunidad de compartir objetivos para mejorar productos y procesos y crear riqueza. Hacer sindicalismo es, cada vez más, reclamar un contrapoder democrático en la empresa y en la organización del sistema productivo.
Ignacio Muro Benayas
@imuroben
www.ignaciomuro.es
Una gran iniciativa
18/06/2014
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Sin duda, la cuestión del papel de los sindicatos en el momento actual es uno de los más importantes a los que se enfrenta la Izquierda española. Por ello, saludo como una gran iniciativa por parte de Público.es el abrir un Debate sobre el particular.
Lo que tengo que decir es lo siguiente. Si los sindicatos más importantes de nuestro país, Comisiones Obreras y UGT, han perdido algo de su prestigio pasado, no ha sido sólo por una mala gestión de sus respectivas direcciones, sino también, voluntaria o involuntariamente, por el error de todas aquellas personas de izquierda que se desentendieron del asunto como si no fuera con ellos, adoptando una postura simplona y pusilánime que se apoyaba en la idea de que la transformación social podía realizarse sin el concurso de los sindicatos, a los que se les miraba con cierto desdén y aires de superioridad; postura muy cómoda, porque les exoneraba de la necesidad de batirse el cobre dentro de los sindicatos para cambiar su orientación. Por desgracia, algunos opinadores de la Izquierda española actual siguen pensando y actuando de ese modo. O sancta simplicitas!
En 1866, el Congreso de la Internacional obrera declaraba, y a inspiración de Marx, que la creación de los sindicatos era “la tarea principal del proletariado”; tarea con un doble objetivo: hacer frente a los ataques del capital y formar el núcleo de una futura organización democrática de la sociedad. El trabajo sindical se concebía entonces, como un instrumento a través del cual movilizar a los trabajadores, fortalecer su conciencia de oposición al sistema y aumentar su nivel de combatividad. Más tarde, Lenin relativizaría el papel del sindicato, pues consideraba que el sindicalismo abandonado a su propia suerte se hundiría, necesariamente, en un limitado corporativismo o se desviaría hacia un anarcosindicalismo sin porvenir. Precisamente, para evitar esas nefastas consecuencias, el propio Lenin insistiría en la necesidad para los marxistas de participar activamente en el funcionamiento y orientación del sindicalismo. Resumiendo, desde el primer momento el marxismo ha mostrado la tarea del trabajo sindical como parte ineludible de la acción política.
Por consiguiente, los sindicatos no sólo son una pieza maestra de nuestro orden constitucional, sino también (desde un punto de vista marxista), de cualquier proyecto serio de transformación social. Si bien esto es incuestionable, otra cosa es la práctica cotidiana de esos sindicatos, que puede y debe someterse a una crítica constructiva y respetuosa, sin acrimonia ni descalificaciones que sólo contribuyen a la desmoralización y a hacerle el juego a la derecha española.
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