Ideología, ciencia, datos, trabajo y buena fe

  • María Ángeles Castellanos

    María Ángeles Castellanos

    Secretaria de empleo y políticas sociales de Comisiones Obreras de Castilla-La Mancha

Favorecer a las mayorías sociales o favorecer a las élites, esa es la dicotomía a la que nos enfrentamos en la actualidad. No se trata de una disputa, ni mucho menos, reciente, pero es esa dicotomía la que está tras la polarización y la crispación política y pública.

El trabajo es el elemento vertebrador de la sociedad, desde el trabajo nos cuidamos, nos proveemos de aquello que necesitamos, generamos riqueza, conocimiento, cultura, tecnología y todo ello constituye la herencia de la humanidad.

Los servicios públicos son el elemento de cohesión social desde donde se atienden necesidades individuales y colectivas y desde donde se corrigen desequilibrios.

Por tanto, si la mayoría social se vertebra y se construye desde el trabajo y se cohesiona desde los servicios públicos, atacar estos elementos es una vía para generar desigualdades y el neoliberalismo, el fundamentalismo del mercado, lo tiene claro.

Tal y como señala Thomas Piketty en su libro “Capital e ideología” (ED. Deusto), “la desigualdad no es económica o tecnología: es ideológica y política”.

Ciertamente al neoliberalismo le obsesiona mantener las desigualdades y romper cualquier elemento que suponga un reequilibrio de fuerzas, para ello miente, manipula, siembra odio, genera miedos a riesgos que no existen, denuesta lo público y ensalza las bondades del mercado y de la empresa. Además, su capacidad económica le permite emplear a buena parte de las mejores mentes del planeta, personas destacadas en sus campos, que trabajan para alcanzar los objetivos del neoliberalismo y no en pro del bien común.

El individualismo, la meritocracia como mecanismo para justificar las desigualdades o la atomización de las vidas en un entorno de hiperconectividad que lejos de hacernos más sociales nos vuelve más polarizados y nos aísla en burbujas ideológicas y culturales, son elementos que comparten una base ideológica y que tienen un impacto destacado en la vida económica y en la vida laboral.

Esta realidad antisocial no es casual, está ideada, estudiada y planificada bajo un prisma ideológico que tiene como principal objetivo mantener los desequilibrios y la distancia entre quienes más tienen y quienes con su trabajo generan la riqueza y el bienestar que disfrutan las élites.

Paul Krugman, en su libro “Contra los Zombis” (Ed. Crítica) señala que muchos debates públicos en la economía se realizan de mala fe y apunta que “cuando uno se enfrenta argumentos de mala fe, los lectores tienen que ser informados no sólo de que esos argumentos no son correctos, sino también de que, en realidad, se están presentando de mala fe”.

Es importante tener presente la mala fe y el fuerte componente ideológico que recorre buena parte de lo que afecta a nuestro día a día para no dejarnos arrastrar por falsos razonamientos que se disfrazan de economía para imponer sistemas y lógicas de mercado que son medioambientalmente insostenibles, que generan desigualdades y que se apropian de la herencia de la humanidad en la medida en la que quienes controlan el capital, consideran de su propiedad y en su beneficio el resultado y las posibilidades que ofrecen los avances logrados por la acumulación de conocimiento.

Un ejemplo de esta apropiación lo encontramos en el aprovechamiento de la tecnología.

John Maynard Keynes, en su ensayo de 1930 titulado “Posibilidades económicas de nuestros nietos” trató de pensar en un futuro a largo plazo y de dar respuesta a la pregunta de qué se podía esperar para la vida económica pasados 100 años.

En este ensayo habla de lo que denomina una nueva enfermedad, el “desempleo tecnológico” provocado por el descubrimiento de medios para economizar el uso del trabajo y señala que este problema solo sería una fase temporal de inadaptación que pensaba que estaría superado pasados 100 años (2030).

En su ensayo, Keynes, sitúa el desempleo tecnológico como un problema temporal porque argumenta que el avance tecnológico resolverá el problema económico de la humanidad y se traducirá en una mejora notable y generalizada de la calidad de vida.

Cuando habla de resolver el problema económico se refiere a la lucha por la supervivencia y a satisfacer las necesidades que denomina absolutas, aquellas que no varían por la situación en la que se encuentran otras personas, es decir, las necesidades más ligadas a la supervivencia, y plantea que, una vez resueltas estas necesidades, podríamos dedicar nuestras energías a otros propósitos no económicos.

En el futuro que imagina para 2030 propone repartir los trabajos lo máximo posible con turnos de 3 horas o jornadas laborales de 15 horas a la semana y esta propuesta no la hace para dar respuesta a las necesidades económicas, la plantea como mecanismo para que la humanidad supere siglos de organización de las vidas en torno a los propósitos económicos, es decir, para desengancharnos.

Nos veo libres, señala Keynes, y reconoce que en ese futuro habrá muchas personas con una intensa falta de sentido en sus vidas que seguirán persiguiendo la riqueza ciegamente, siempre insaciables, pero la libertad que nos debería proporcionar el avance tecnológico hará que no tengamos la necesidad de aplaudir ni alentar a quienes aman el dinero como posesión.

Ciertamente la realidad dista mucho del futuro que planteaba Keynes, y estamos lejos de una realidad así porque, finalmente, los beneficios de lo que debería ser esa herencia de la humanidad capaz de mejorar la calidad de vida de forma generalizada y de hacernos libres para poder vivir mejor nuestras vidas, se los han apropiado una minoría, siempre insatisfecha, que cada día acumula más riqueza a cambio de desigualdades y de sufrimiento.

El conocimiento acumulado se utiliza para generar infelicidad. Tras las nuevas adicciones hay mucha ciencia, también tras la precariedad de muchos trabajos, así, la mayoría social no solo se ve privada de algo que le pertenece porque se ha generado con su trabajo, además, se utiliza en su contra.

La filosofía epicúrea afirma que el conocimiento por sí mismo no tiene ninguna utilidad si no se emplea en la búsqueda de la felicidad.

El conocimiento, la tecnología, deben usarse en pro de la sostenibilidad, deben tener como objetivo promover entornos y condiciones que permitan que las vidas merezcan la pena ser vividas.

Muchas veces tenemos tan asumida la jaula ideológica en la que trascurren nuestras vidas que somos incapaces de darnos cuenta de que eso es una jaula y de que fuera de ella existen otras formas de organizarnos.

La antropóloga social Yayo Herrero señala que el ecofeminismo permite articular la política y la economía en torno a la prioridad de sostener vidas reales y concretas, cotidianas y no cualquier tipo de vida. Vidas que merezcan la pena y la alegría de ser vividas y para todo el mundo.

En este sentido, desde la economía feminista, como una teoría económica y de acción, se plantean propuestas para avanzar hacia una economía distinta que ponga la vida en el centro. Tal y como señalan las economistas Amaia Pérez Orozco y Astrid Agenjo Calderón, la economía feminista apuesta por desplazar el eje analítico y político en torno al cual construimos la economía: de los mercados a la sostenibilidad de la vida.

Es importante ver los cimientos sobre los que se asientan nuestras certezas porque puede que más que certezas sean postulados ideológicos profunda e interesadamente arraigados.

Un ejemplo de lo que se acepta de forma muy generalizada es el binarismo bienes públicos–bienes privados, pero existen otras opciones, de hecho, la primera mujer que recibió el Nobel de Economía, Elinor Ostrom en 2009, lo obtuvo «por su análisis de la gobernanza económica, especialmente los bienes comunes» y la contribución que destacaron para concederle el galardón fue que desafió la sabiduría convencional al demostrar cómo la propiedad local puede ser administrada con éxito por los bienes comunes locales sin ninguna regulación por parte de las autoridades centrales o privatización.

La segunda mujer en recibir el Nobel de Economía, ha sido Esther Duflo en 2019, en su caso por «su enfoque experimental para aliviar la pobreza global». Sus propuestas para combatir la pobreza se basan en la ciencia y en los datos, se aleja así de los zombis de los que habla Paul Krugman.

Un zombi es «una idea que debería haber sido eliminada por la evidencia, pero que se niega a morir», ideas infundadas que, a pesar de ser rebatidas con datos, siguen vivas y con muchos adeptos.

El fundamentalismo de mercado lejos de ser una verdad absoluta es tan solo una opción basada en multitud de argumentos injustificables pero que tienen una clara intención ideológica.

La insistencia de la ideología fundamentalista del mercado en discursos que presentan los beneficios monetarios de las empresas como máxima incuestionable que garantiza el progreso y el bienestar deriva en la justificación de cualquier acción que tenga como fin maximizar estos beneficios.

Así se han justificado recortes en servicios públicos y reformas laborales que han permitido que las empresas trasladen sus riesgos a quienes trabajan en ellas sin que, obviamente, esto se traslade en un beneficio ni para el conjunto de la sociedad ni para el bien común, más bien todo lo contrario, la población está más empobrecida y las empresas, gobernadas por logreros más que por empresarios, no tienen incentivos para innovar y mucho menos para comprometerse con la sociedad en la que desarrollan sus actividades.

La deriva precarizadora ha tenido un mayor impacto en España que en los países de nuestro entorno. Lo podemos comprobar analizando los datos de la Encuesta Europea de Ingresos y Condiciones de Vida (EU-SILC) de Eurostat.
La renta mediana equivalente, en el año 2009, se situaba en 14.795€ en España y en 14.775€ en la UE-27, niveles bastante similares, pero en 2018 esta situación pasa a una renta mediana de 14.785€ para España y de 17.529€ para la UE-27.

En la España de 2018 la recuperación económica no había llegado a las personas, los niveles de renta estaban aún por debajo de los que había al inicio de la crisis financiera y se habían alejado de la media de la UE-27, en cambio, si nos fijamos en la productividad por hora trabajada, también con datos de Eurostat, se ha pasado de una productividad de 28,05€/hora en 2008 a 31,55€/hora en 2018.

Las políticas aplicadas para salir de la anterior crisis han supuesto en la práctica un deterioro de las condiciones laborales y, por tanto, de las condiciones de vida, de la mayoría social.

Así, según la Encuesta de condiciones de vida del INE, en España se ha pasado de una tasa de riesgo de pobreza en 2008 del 19,8% a un 20,7% en 2019.

El empobrecimiento no afecta a todas las personas de la misma forma, la juventud de entre 16 y 24 años partía de un porcentaje de riesgo de pobreza del 21,5% en 2008 y en 2019 alcanza el 28,1%, habiendo superado incluso el 33% en los peores años de la crisis.

La juventud de España está empobrecida y esto no es algo que se pueda desligar de las dificultades de acceso a un empleo de calidad y de la dualidad del mercado de trabajo que condena a la juventud a un paso previo por la precariedad cuando se incorpora al mundo laboral.

Tampoco todos los tipos de hogares tienen niveles de riesgo similares, aquellos hogares compuestos por una persona adulta con hijos dependientes alcanzan en 2019 un riesgo de pobreza del 41,1%, estos hogares ya partían de una mala situación con un riesgo del 36,8% en 2008.

En mejor situación se encuentran los hogares de una persona sola mayor de 65 años, para estos hogares el riesgo de pobreza se sitúa en 2019 en el 14,1% y partían de un nivel del 43,3%, una evolución a estudiar, pero que sin duda tiene mucho que ver con algo que sí funciona en España, el sistema público de pensiones.

Otro de los indicadores de la calidad de vida que ha empeorado en la última década ha sido la tasa de paro de larga duración (más de 12 meses), pasando del 2% de la población activa en 2008 al 5,4% en 2019, duplicando la tasa de la UE-28 que permanece en el 2,5%, más baja aún que la que presentaban en 2008 (2,6%).

Merece la pena fijarnos también en los salarios bajos, entendidos como aquellos que están por debajo de los 2/3 del salario bruto por hora mediano. Según la Encuesta anual de estructura salarial, en 2018 el 15,5% de las personas asalariadas en España tienen salarios bajos, este porcentaje alcanza el 20,8% en el caso de las mujeres.

Por tramos de edad, nuevamente es la juventud la que presenta peores datos, con un 35,7% de salarios bajos entre quienes tienen de 16 a 24 años, porcentaje malo pero que ha mejorado respecto a 2016, año en el que la mitad de la juventud asalariada tenía un salario bajo.

Difícil empezar proyectos de vida con esa situación.

Podríamos profundizar mucho más en cómo han empeorado el empleo y la calidad de vida en España y ver la incidencia por sexos, grupos de edad, estudios u otros parámetros sociodemográficos, pero no vamos a encontrar resultados que nos indiquen que las recetas neoliberales han mejorado algún aspecto de la vida de las mayorías sociales.

El desarrollo tecnológico nos podría haber llevado a las jornadas laborales de 15 horas semanales de las que hablaba Keynes o a la precariedad actual, la diferencia la ha marcado la ideología no la tecnología.

Cuando se escriben líneas de código para reducir los tiempos para mover paquetes dentro de una nave del sector de la logística, se pueden escribir buscando reducir tiempos para que una misma persona mueva el máximo número de envíos durante su jornada o buscando organizar a más personas en el mismo espacio, moviendo el mismo número de envíos pero mejorando la salud laboral y los salarios de quienes trabajan en esa nave, la economía seguirá funcionando, los paquetes llegarán a sus destinos a tiempo, pero en lugar de que una persona se convierta en el primer ser humano que amasa una fortuna de más de 200.000 millones de dólares, habrá más trabajadores y trabajadoras con buenas condiciones laborales y con mejor salud a corto y a largo plazo.

No es el mercado amigos, es la ideología.

De igual forma, la realidad laboral de España en octubre de 2020 habría sido muy diferente si el Gobierno Central, en lugar de buscar el mantenimiento del empleo y de poner en marcha el escudo social, hubiera promovido el abaratamiento de los despidos por aquello de que solo los beneficios empresariales garantizan el futuro.

De cara al futuro contamos con instrumentos para avanzar en la reducción de las desigualdades y en la mejora de la calidad de vida.

Nada demuestra más la utilidad de la negociación colectiva que los constantes ataques que buscan debilitarla, nada demuestra más la fuerza colectiva de la mayoría social que la ingente cantidad de recursos que se destinan a promover la individualidad.

La velocidad de los cambios se ha acelerado en las últimas décadas, pero lo que debe permanecer inmutable son los principios de sostenibilidad de las vidas, el reparto justo de la riqueza y que nadie se quede atrás. La gobernanza ha de hacerse con criterios de justicia y no con criterios de mercado y las crisis mercantiles no pueden ser excusas para generar más desigualdades y para precarizar el empleo.

Hay que poner al servicio de estos principios los instrumentos que han demostrado su utilidad como la propia negociación colectiva, la subida de los salarios mínimos, la fiscalidad progresiva o el diálogo social y el sindicalismo de clase y también habrá que emplear la tecnología, la ciencia y la innovación para buscar nuevos instrumentos y para dirigir la economía a objetivos más vinculados con la sostenibilidad de la vida y menos con la especulación de los mercados.

Los datos abiertos y las tecnologías de big data están llamadas a jugar un papel destacado. La evaluación científica de la realidad social es posible con la aplicación de las tecnologías de big data y puede contribuir de una forma destacada en la mejora de las relaciones laborales y por ende de la calidad de vida.

Los desequilibrios en las relaciones entre el empresariado y las personas asalariadas ciertamente provocan precariedad en las vidas de las trabajadoras y de los trabajadores.

Si, además de los beneficios monetarios, también los beneficios derivados de la innovación y del conocimiento científico repercuten solo en la parte empresarial, los desequilibrios seguirán aumentando.

Modernizar las relaciones laborales pasa por incorporar la disputa por los beneficios del avance científico y de la innovación y por participar en la dirección a la que se dirigen estos avances, tanto dentro de las propias empresas y sectores como desde los espacios de diálogo social.

Dejo para el final lo que ha de ser lo primero, no podemos seguir construyendo futuros basados en el trabajo invisible de las mujeres que son las que se encargan de la sostenibilidad de la vida.

En el nuevo marco de relaciones laborales el feminismo ha de ser un elemento transversal, nunca se construirá un sistema justo, social y equilibrado si no se rompen las desigualdades de género. Hombres y mujeres necesitan cuidados a lo largo de sus vidas, necesitan atender estas cuestiones cada día, para sí mismas y para personas que dependan de ellas, no se puede construir un sistema justo si no se construye desde el reconocimiento de esta necesidad y desde el compromiso por la corresponsabilidad, un compromiso que han de asumir hombres y mujeres, pero también empresas y administraciones.

Otras intervenciones en el debate

Intervenciones
  • Carlos Javier Bugallo Salomón

    Doctorando en Comunicación e Interculturalidad en la Universidad de Valencia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía. Licenciado en Geografía e Historia.

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  • Javier Doz

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  • Teresa López Soto

    Profesora Titular en la Universidad de Sevilla en el área de Lingüística Computacional. En la actualidad en CCOO Universidad

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  • Carlos Berzosa

    Catedrático emérito de la Universidad Complutense. Presidente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

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  • Mari Cruz Vicente Peralta

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  • José Ángel Moreno

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  • Amparo Merino

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  • Francisco Trillo

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  • Henar Álvarez Cuesta

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  • Francisco Javier Braña Pino

    Investigador asociado en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)

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  • Mónica Melle Hernández

    Profesora de Economía Financiera, miembro de Economistas Frente a la Crisis y Secretaria General de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas

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  • El debate sobre el plan europeo de reconstrucción ha puesto el foco una vez más sobre el marco normativo laboral y, en particular, en el modelo de negociación colectiva. Es un debate recurrente y nada original, considerando que la negociación colectiva es una institución sometida a una notable tensión desde los años 80, que se ha agravado en la última década como consecuencia de los efectos combinados de la crisis económica y las reformas estructurales impulsadas por las instituciones comunitarias y los Estados miembros de la UE durante la Gran Recesión de 2008. El análisis comparado permite destacar la mayor intensidad de las reformas laborales adoptadas en España entre 2010 y 2012, destacando particularmente la última. Entre otros aspectos, esta reforma alteró de forma sustancial el marco de equilibrios de la negociación colectiva favoreciendo la desarticulación y descentralización desorganizada de la misma, así como el reforzamiento del poder de las empresas para la regulación e individualización unilateral de las condiciones de trabajo. En última instancia, el objetivo perseguido era consagrar la devaluación salarial y la precariedad laboral como fundamentos de la reactivación económica y la competitividad empresarial. Los impactos sociales de este ciclo de reformas estructurales y políticas de austeridad, en...
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  • María Ángeles Castellanos

    Secretaria de empleo y políticas sociales de Comisiones Obreras de Castilla-La Mancha

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  • Una nueva era

    16/11/2020

    Federico Mayor Zaragoza

    Escritor y diplomático

    Los empleos son trabajos que proporciona una empresa. El trabajo –de los autónomos, de las pequeñas asociaciones y cooperativas, del inicio de muchas pymes- lo “busca”, halla, descubre o inventa uno mismo. Hace 25 años las industrias, ya automatizadas en buena medida, tenían operarios que “vigilaban” cada cuatro o cinco máquinas. Hoy tienen robots. A los robots, también hace poco, los supervisaba una persona. Hoy lo hace un código de barras. La “mano de obra” es cada vez menor y reducida a actividades que, aún ya muy mecanizadas, requieren el concurso humano (destrezas y talento). Hemos pasado en pocas décadas de...
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  • Gemma Galdon

    Directora Eticas Consulting.

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