El próximo 20-D los ciudadanos tenemos la oportunidad de hacer posible el inicio de los cambios en la manera de hacer política que ya se están concretando en muchas ciudades y territorios. Es una ocasión histórica para salir por fin de una situación de degradación de los derechos, corrupción impune y represión que hace algunos años no podíamos imaginarnos ni en las peores pesadillas.
Como bien apunta José Luis Zárraga en su ponencia introductoria, todos los partidos políticos y movimientos sociales apelan al cambio. Hasta los que nos llevaron a esta situación lo hacen. La pregunta es por tanto qué cambio queremos, quiénes lo pueden llevar a cabo y cómo se puede materializar.
Desde mi punto de vista, hay una cuestión previa a resolver sin la que cualquier pretensión de regeneración democrática nacería viciada. La Constitución de 1978 fue un pacto desigual entre una dictadura instaurada tras un golpe de estado contra un gobierno elegido democráticamente (que derivó en una cruenta guerra civil y una larga y terrible represión durante cuarenta años) y las fuerzas democráticas que se habían opuesto a ella.
Nuestra gran anomalía es que la carta magna no recoge una condena explícita a la dictadura (como sí lo hacen las de otros países de nuestro entorno que también las sufrieron) ni el reconocimiento y la reparación a las víctimas del franquismo. Quizás no fuera posible en aquel momento, pero es absolutamente inadmisible que 37 años después no se haya producido plenamente el conocimiento de la verdad, la justicia y la reparación debidas y que España tenga el vergonzoso honor, tras Camboya, de ser la nación del mundo con más desaparecidos, tal y como atestiguan los más de 100.000 asesinados repartidos en las fosas comunes identificadas a lo largo y ancho del país. Es por tanto imprescindible, tal como reiteradamente han indicado resoluciones de la ONU, cumplir con esta obligación para cimentar cualquier cambio con calidad democrática.
Sobre esta premisa, el cambio debe ser sistémico, tanto en la forma de hacer política como en los aspectos económicos, sociales y medioambientales.
Hay que conseguir unas instituciones más transparentes en las que la participación ciudadana sea real y efectiva, no solo a través de sus representantes políticos. Hay que perseguir y erradicar cualquier posibilidad de corrupción y supeditar siempre el interés de lo común al particular. Hay que poner los derechos y libertades de la gente corriente en el frontispicio de la acción de gobierno.
Pero también hay que desarrollar un nuevo modelo productivo, energético y ambiental basado en la sostenibilidad, dentro de un marco de convivencia distinto al actual, un nuevo contrato social en el que se acuerde también el modelo de Estado en todos sus aspectos.
En términos de estrategia, ésta debe ser la misión compartida de las fuerzas del cambio y las grandes líneas de actuación sobre las que plasmar posibles alianzas para cambiar el sistema.
Es obvio que el proyecto es de largo recorrido y que la clase dominante intentará, como ya lo hace, boicotearlo con los muchos medios que tiene a su alcance. Pero hay que dejar claro a la ciudadanía cuál es la intención y empezar a avanzar desde el minuto cero con los márgenes que permite el marco actual. Las actuaciones más urgentes han de ser todas aquellas relacionadas con la protección real de los derechos de las personas, la solidaridad y el bienestar.
Las palancas imprescindibles para conseguirlo son transparencia, generosidad y ejemplaridad. Y también mucha didáctica participativa.
Confluencias y remontada
17/12/2015
Raimundo Viejo
Teórico político y activista
De acuerdo a las últimas encuestas, las candidaturas de confluencia articuladas por Podemos en Catalunya, Galiza y País Valencià han supuesto el paso de Pablo Iglesias a tercer presidenciable, desbancando a Albert Rivera y situándose en el empate técnico con Pedro Sánchez. Por más que tardase en cuajar, el complicado proceso de negociaciones que siguió a las elecciones catalanas ha comenzado a dar sus frutos y en cosa de un mes Podemos se ha situado en condiciones de dar la vuelta al marcador. Es lo que las redes sociales identifican con el hashtag #remontada.
Con este avance Podemos ha mostrado una notoria capacidad de adaptación y superación de las dificultades con que tropezó en las autonómicas catalanas. Gracias a ello, las preguntas que hoy nos planteamos adquieren un valor político completamente diferente al que habrían tenido el 27S: ¿hasta dónde se puede llegar en la campaña electoral?, ¿qué impulsa esta recuperación?, ¿cuál es la parte en todo esto del régimen de 1978 y su solución particular de encaje territorial (el Estado de las autonomías)?, ¿qué lecciones se pueden extraer para la etapa política que inaugura la próxima legislatura?
Nos acercamos a las elecciones que pondrán fin al bipartidismo. El sistema de partidos tal y como lo hemos conocido no superará el 20D. El cambio social que progresa en el terreno de la sociedad no se corresponde ya con lo que dice la Constitución de 1978. La carta magna, y con ella todo el régimen político que articula, se ha quedado anticuada para traducir con representatividad suficiente lo que las urnas expresarán. Un bipartidismo agotado todavía mostrará cierta capacidad de resistencia en esos baluartes de la sobrerrepresentación que son las provincias pequeñas.
Con toda probabilidad, el 20D tendremos un resultado al que no faltará un cierto perfil grotesco. A saber: aquel que resulta de pasar una realidad social por el tamiz de una ley electoral cuya finalidad es bien distinta a la que expresa la voluntad popular. En el terreno de lo concreto, este desacompasamiento del régimen al cambio seguramente se convertirá, desde el primer día de legislatura en un acelerador del propio cambio en sí mismo. Y esto afectará, por demás, a todas aquellas líneas de escisión política donde la crisis del régimen se ha manifestado.
Pocas de entre todas estas, seguramente, hayan destacado tanto en los últimos años como el problema del encaje territorial del Estado y la cuestión de la plurinacionalidad. El incremento del independentismo en Catalunya no da lugar a dudas. Por eso para comprender la remontada en las encuestas de Podemos, es preciso relacionarla con su capacidad para haber leído el contexto plurinacional del Estado, en general, y postelectoral catalán, más en particular.
Entre los actos más destacados de Podemos en esta campaña hubo uno realizado simultáneamente desde cinco localizaciones distintas y a la par reveladoras (Madrid, Barcelona, Valencia, Compostela y Las Palmas). En dicho acto, destacadas figuras de la política emergente en cada lugar (Ada Colau y Xavier Domènech, Mònica Oltra, Xosé Manuel Beiras y Vicky Rosell) acompañaron a Pablo Iglesias en su propuesta de cambio constitucional. No es casual que estas figuras hayan surgido donde lo han hecho. Su explicación, por más que puedan concurrir otros factores, sin duda liga con el viejo problema de la relación entre la construcción estatal y nacional.
En este mitin plurinacional, inédito en las campañas electorales, no sólo era cuestión incluir una propuesta programática hasta ahora desconocida en una formación de ámbito estatal (el derecho a decidir, defendido por un Beiras en la mejor tradición galeguista). Se trataba, además, de demostrar que dicha apuesta cuenta con alianzas capaces de dar una respuesta sobre el terreno. Tanto es así que de acuerdo a no pocas encuestas ya, la confluencia catalana En Comú Podem puede convertirse el próximo domingo en la fuerza más votada, mientras que las mareas en Galiza y Compromís Podem en el País Valencià pueden llegar a ocupar el segundo lugar.
No es casual, el problema del encaje territorial y la cuestión de la plurinacionalidad no sólo se encuentren directamente ligados al agotamiento del régimen, sino que reflejan claramente el problema que ha dado sentido a Podemos: la crisis de la soberanía. Y es que Podemos nace para unas elecciones europeas y se propone, con el éxito entonces cosechado, el objetivo de ganar las generales. En el camino, sin embargo, las elecciones andaluzas, primero, las municipales y autonómicas, después, y las catalanas para acabar, hicieron recordar a Podemos que el régimen se rige por un modelo de gobernanza multinivel y que tras décadas de funcionamiento, mejor o peor, ha sedimentado realidades no sólo culturales, económicas o sociales, sino específicamente políticas.
Fenómenos como la dualidad de voto —tan evidente en el caso catalán— sin duda pasaron factura. Pero mayor habría sido ésta si no se hubiese mostrado capacidad de reacción y agilidad en los procesos. Sin duda estos habrían sido tanto más favorables si se hubiesen podido llevar a cabo con mayor celeridad.
No obstante, resulta evidente a día de hoy que las confluencias están mostrando su performatividad y apuntan a un futuro esperanzador para la resolución de una de las cuestiones clave irresueltas por la Transición. Después de todo, el poder constituyente siempre se presenta en política, allá donde más frágil ha sido su constitucionalización.
El Estado de las autonomías fue una exitosa solución transitoria. Pero transitoria. El cambio constitucional no puede por ello mismo dejar de abordar las cuentas pendientes de 1978 con el poder constituyente. Podemos parece haberlo entendido mejor que sus competidores. O eso parece que el domingo dirán los resultados.
De acuerdo con Carlos Huerga
16/12/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Cuando Carlos Huerga afirma que «Una sociedad civil crítica, exigente y empoderada es un elemento básico de una democracia sana», está diciendo una verdad como un templo.
Lo cual me lleva a la siguiente consideración. Si la Constitución Española se pudo cambiar de la noche a la mañana por exigencias de los canallas de la Troika, fue precisamente porque la sociedad civil española estaba desarticulada y medio dormida. Un pueblo organizado, unido y consciente nunca hubiera consentido tamaña tropelía; corolario: una Constitución, por muy democrática y avanzada que sea, pero que no cuenta con el respaldo de una sociedad civil fuerte, no es más que papel mojado.
De modo que dejemos de lado ese ‘fetichismo constitucional’ que está hoy en boga –y que lo confía todo a una reforma legislativa-, y pongamos el acento en lo que de verdad importa, es decir: en crear ‘capital social’ en forma de asociaciones, movimientos, plataformas y comités, que constituyan células vivas de una multitud en movimiento que asuma y conquiste mayores cotas de poder de decisión.
Cierto es que el resultado final de este proceso de empoderamiento ciudadano deberá cristalizar en una Constitución diferente a la actual, pero no pongamos el carro antes de los bueyes. Una Constitución se puede pisotear: a un pueblo, no.
Nota Bene: El proceso soberanista catalán supone una complicación a este somero análisis que acabo de realizar, pues requiere de una solución inmediata que pasa, ineluctablemente, por una reforma constitucional en breve plazo. Sin embargo, mantengo la idea principal de mi tesis.
20D: El imprescindible relato emocional de un estado plurinacional
15/12/2015
Marc Rius
Director de la' Fundació Nous Horitzons'
El debate sobre cuál es el mejor modelo de estado es sin duda político y jurídico, pero también emocional. Mientras el centralismo y el independentismo han sabido construir relatos emotivos con capacidad de empatizar y movilizar, la propuesta plurinacional ha transmitido poco, de forma plana, técnica y, a menudo, con actitud acomplejada. El 20D quizás está empezando a cambiar eso.
La campaña electoral del 20D gira alrededor de unos pocos ejes, entre los que destaca la relación entre Catalunya y España, y la reforma del modelo territorial del estado. Debemos discutir propuestas constitucionales y constituyentes, sobre soberanía, referéndums, disposiciones transitorias, articulados, reparto de competencias o de la financiación.
Sin embargo, el debate público sobre el modelo territorial se mueve también alrededor de las emociones, de los sentimientos, miedos y esperanzas. Lo contrario es negar la evidencia. No hace falta ser nacionalista o un rancio patriota para reconocer que este tema levanta pasiones. Y las pasiones movilizan, electoralmente también. Lo saben los partidos del centralismo y lo saben los partidos del independentismo que se presentan el 20D, ambos con un uso de narrativas con contenidos épicos y estéticos de alto voltaje.
Sus códigos no son idénticos, pero coinciden en el uso de la historia, de los símbolos y las banderas, y sobretodo, de la apelación a un proyecto colectivo ilusionante, esperanzador, que da salida a la frustración o garantiza el porvenir y la estabilidad de la nación milenaria, (Mejor unidos, Lo que nos une, Nou país, Junts pel Sí, etc). Son estrategias comunicativas con muchas horas de vuelo, pero permanentemente actualizadas, diseñadas con esmero. Y dan resultado.
Ante eso, los diferentes actores políticos y sociales que defienden un modelo plurinacional del estado han sufrido la falta de un imaginario propio que transmita alguna cosa por la que valga la pena luchar y movilizarse. La técnica jurídica, sin alma, por sí sola, no persuade.
Es ahí donde está la clave. La comunicación no es solo forma, también articula la acción colectiva y los proyectos políticos. Les dota de inteligibilidad, los concreta, ofrece asideros emocionales donde agarrarse a los ciudadanos, ante la frialdad y la distancia que suelen provocar conceptos abstractos que no responden a las necesidades vividas en primera persona. Esta combinación, principios políticos sólidos con un relato emotivo, no es un artilugio de la derecha o del márquetin. ¿Acaso no nos enseñó el 15M como la épica y la estética movilizaban posiciones políticas bien profundas? ¿No fue el ‘No a la guerra’ un lema simple pero con una carga ética enorme? Los símbolos, las imágenes, pueden dar solidez y calidez a nuevas interpretaciones de la realidad. Conectan individuos para articular colectivos.
Sin embargo, constatamos que el proyecto plurinacional del estado ha asumido durante años la ausencia de una narrativa propia, de una historia con sus protagonistas, sus referentes, sus símbolos, sus emociones, sus códigos, sus victorias.
El 20D quizás está cambiando eso. Las candidaturas de En Comú Podem en Catalunya, Compromís Podem en el País Valencià i En Marea en Galicia, son una expresión de ese cambio. Los actos compartidos, el discurso de la fraternidad, de la horizontalidad, el de las ciudades del cambio que han generado una marea uniendo fuerzas por el bien común, poder expresar como barcelonés el orgullo de la victoria de Ahora Madrid o como madrileño el de Barcelona en Comú, son algunos ejemplos. Una comunicación donde el abrazo, el cariño y la emoción superan banderas y escudos.
Estas significativas victorias narrativas no sustituyen un proyecto político, pero logran construir un imaginario que a menudo ha sido difuso y distante. Cambiar el marco interpretativo es imprescindible para lograr también el cambio político. Una articulación plurinacional del estado necesita un acuerdo político, un marco jurídico que la haga posible. Pero necesita también una historia vivida en primera persona por miles de ciudadanos que ayuden a dotarla de legitimidad. Un proyecto que transmita la emoción de encontrarse desde la igualdad y la fraternidad.
De acuerdo con Carlos Huerga
05/12/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Cuando Carlos Huerga afirma que «Una sociedad civil crítica, exigente y empoderada es un elemento básico de una democracia sana», está diciendo una verdad como un templo.
Lo cual me lleva a la siguiente consideración. Si la Constitución Española se pudo cambiar de la noche a la mañana por exigencias de los canallas de la Troika, fue precisamente porque la sociedad civil española estaba desarticulada y medio dormida. Un pueblo organizado, unido y consciente nunca hubiera consentido tamaña tropelía. Ergo: una Constitución, por muy democrática y avanzada que sea, pero que no cuenta con el respaldo de una sociedad civil fuerte, no es más que papel mojado.
De modo que dejemos de lado ese ‘fetichismo constitucional’ que está hoy en boga –y que lo confía todo a una reforma legislativa-, y pongamos el acento en lo que de verdad importa, es decir, en crear ‘capital social’ en forma de asociaciones, movimientos, plataformas y comités, que constituyan células vivas de una multitud en movimiento; un ‘intelectual colectivo’ que asuma y conquiste mayores cotas de poder de decisión.
Ese es el reto. Y todo lo demás deberá juzgarse en la medida en que contribuya o estorbe a este objetivo.
El cambio desde el patriarcado, no es cambio
04/12/2015
Berta Cao
Feminista
Las elecciones del 20D no serán las del cambio real. El nulo cuestionamiento del sistema patriarcal por parte de las fuerzas que representan el “cambio” supondrá el mantenimiento de un modelo de relaciones jerarquizado en el que los hombres, por el mero hecho de serlo, son situados en la parte superior (economía, poder, decisión) y las mujeres seguimos en la zona de la subordinación.
Si, pueden decir que ésta es una concepción simplista y hasta arcaica, pero nadie me puede negar la inexistencia de un discurso que integre la realidad de la mitad de la ciudadanía, excluida de la agenda política.
Mucho se ha comentado estos días la presencia, escasa, de mujeres encabezando las listas. Pero poco hemos analizado qué puede haber provocado este retroceso en la representación de las mujeres.
Un poco de historia
Hagamos un breve recorrido histórico desde aquel 1987 en el que varias fuerzas políticas (PSOE, PCE) y sindicales (CCOO) iniciaron el debate interno sobre la inclusión de cuotas de representación. Yo lo viví en primera persona en mi organización juvenil (UJCE) y el argumentario era similar al que ahora se puede escuchar sobre las cuotas en las empresas del IBEX 35. No ha sido consuelo verlo reflejado en el capítulo de la serie danesa “Borgen” en el que se trata el tema de las cuotas para mujeres, o en los debates de la Comisión Europea sobre las infrarrepresentación de mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas. Las cuotas, que denuncian el déficit en la representación de las mujeres, por tanto la sobrerrepresentación de los hombres, siguen siendo un elemento de distorsión que obligados por la “ley de Igualdad” (L.O. 3/2007 de 22 de marzo para la igualdad efectiva de mujeres y hombres) los partidos modelan y modulan.
La ley debería incidir no sólo en el punto de partida (la candidatura) sino en el de llegada (el grupo parlamentario, en este caso). Mientras, lamentablemente dependemos de la decisión de otros (mayoritariamente ellos) tanto si el proceso es de primarias o si se decide alrededor de una mesa. No voy a entrar en el compromiso de las mujeres que llegan con las mujeres, porque esto es lo único que ha cambiado realmente.
Presencia de las mujeres
Hace un par de décadas, cuando andábamos en Europa a vueltas con la democracia paritaria, las feministas latinoamericanas reclamaban más presencia de mujeres para cambiar la política. Y en ello seguimos, a pesar de algunas situaciones que no dejan de ser anecdóticas dentro del panorama político, como es el caso del Ayuntamiento de Madrid, donde tenemos Alcaldesa, Vicealcaldesa y las cuatro portavoces de los grupos municipales son mujeres. Y saben hacer política, y la hacen, en temas que van más allá de lo específico de las mujeres.
Uno de los graves errores que se han cometido desde “el poder” es el reparto y distribución -la “delegación”- de responsabilidades a mujeres. Para ellas, asuntos más relacionados con el ámbito privado (educación, sanidad, medio ambiente…) que con la enjundia política (economía, hacienda, interior), y cuando nos situamos en otros puestos nos los tenemos que ganar, tenemos que demostrar que sabemos hacerlo, no como los hombres, que de serie llevan cualquier responsabilidad. Hemos trasladado a lo público el mismo desequilibrio del poder en la casa, que las madres ejercían en ausencia de los padres y siempre bajo su supervisión.
Ya se, estás pensando que esto son generalidades, cosas del pasado. Pero esa delegación ha creado un imaginario colectivo que cuesta desmontar y que hace muy complicado el reparto de tareas o la corresponsabilidad, que liberaría de tiempo a las mujeres para, por ejemplo, participar social o políticamente.
El mismo imaginario obstaculiza la presencia de mujeres en los debates que van más allá de la política de lo inmediato, de lo cotidiano. Me comentaba una buena amiga, feminista por supuesto, su sorpresa (indignación) ante la ausencia de mujeres en los debates realizados en las televisiones públicas y privadas sobre los atentados de París y el yihadismo. Esa ausencia que omite el rol protagonista de las mujeres en la lucha contra Estado Islámico en el Kurdistán.
Las mismas mujeres que son ultrajadas por el ejército turco y de las que no se habla, porque es mucho más cómodo hablar de las jóvenes que se incorporan a las milicias yihadistas sin preguntarse ni por qué, ni para qué. Sin reconocer cuántos errores nos han llevado a crear una juventud sin expectativas, mucho menos hacer pedagogía sobre las características de la participación de estas jóvenes y el papel de siervas sexuales y domésticas dentro de la milicia yihadista.
Esta mirada desde la perspectiva de género a cualquiera de las situaciones que vivimos, incorporando a la totalidad de los agentes implicados, a toda la ciudadanía con su diferente realidad es la que han omitido los partidos y candidaturas que representan o pretenden representar el cambio. Este es el reto que tienen.
En la actualidad
De momento, lo que vemos es que se preocupan de lo urgente, como asistir a las manifestaciones contra la violencia de género o incorporar a los programas medidas concretas aunque no empapan de cuestionamiento del sistema patriarcal.
Se hace hincapié en un cambio del sistema económico o del sistema político, como señala Zárraga, pero de ahí no pasan y, por tanto, no generan ninguna posibilidad de cambio para las mujeres porque no se ocupan de lo importante, que es crear las bases para un nuevo modelo de sociedad, donde las relaciones entre las personas se construyan desde el reconocimiento y el respeto a la diferencia, que rompa las brechas de desigualdad, brechas de género, que recorren todos las dimensiones de la vida, pública y privada.
Decía al principio que estamos viviendo cierta regresión en el papel de las mujeres en la política, y puede ser que no, que simplemente no vea lo que a mi me gustaría ver. No quiero decir con esto que los cuatro candidatos que recogen todos los informativos no me puedan representar. Los cinco, porque Alberto Garzón también debería estar ahí en cumplimiento de la legislación electoral.
Uno me representará, es evidente, pero destilan demasiada testosterona para ese cambio que reconozca el papel de sujeto político a las mujeres. Porque si hablan de nosotras, malo, y si no hablan, peor. Y en todos los casos, se quedarán en lo micro, en la micropolítica de lo concreto, cuando las mujeres demandamos y necesitamos un nuevo macro donde las mujeres podamos competir y compartir desde el mismo valor y reconocimiento, cuando hablemos de sostenibilidad de la vida (economía) de gobernanza (construcción y cohesión social) o de violencias machistas.
Un cambio necesario y posible
04/12/2015
Eduardo Mangada
Arquitecto y socio del Club de Debates Urbanos
El 20D no es solo una oportunidad, sino una necesidad, una obligación de los ciudadanos de forzar un cambio con su voto, aunque solo sea por higiene, para poder tirar a la basura tanta miseria, mediocridad, mentiras y corrupción como se han ido amontonando en este país en estos largos años, hasta rebosar con los últimos gobiernos del PP.
Basura que ha contaminado y adormecido las mentes de muchos españoles, doblegados ante lo inevitable, bajo la voz cínica y amenazante de Margaret Thatcher: There is no alternative.
Una infección a la que un pusilánime PSOE no ha sabido oponer una barrera eficaz ni ofrecer, al menos, un lenitivo contra tan mortífera epidemia. Limpiemos los rincones oscuros de la política y, al tiempo, conquistemos una nueva forma de gobernar más limpia, transparente y participativa.
Si el pesimismo y la resignación han ido instalándose en el ánimo de los españoles, hoy sentimos soplar nuevos vientos que, dejando atrás el desánimo, pueden alentar y guiar un levantamiento social contra la resignación.
Un nuevo viento que ha recorrido la tierra reseca de esta piel de toro, aquest país aspre i sec, la Sepharad del gran Espríu.
Nuevos aires
Yo pude sentir el primer soplo en las gradas altas y anónimas de Vistalegre: se llamaba Podemos. Un discurso más fresco, una nueva forma de decir e, incluso de vestir, moverse y peinarse. Un renovado camino que se ofrece a muchos, jóvenes y también viejos y permanente militantes de una izquierda radical que ancla sus raíces en la gran tradición que eclosionó con el marxismo.
Un nuevo viento que ha sacudido a los dos grandes partidos que han protagonizado una política de alternancia desde 1978. Al embalsamado PP, insensible a la brisa o al tornado, le ha crecido una criatura con aires de modernidad encorsetada. Al PSOE lo ha empujado a rescatar, bajo el liderazgo de Pedro Sánchez, las señas de identidad de la socialdemocracia, superando, al menos en su discurso electoral, las traiciones de los últimos decenios. Espero y deseo que IU forme parte de este esperanzado caminar.
Podemos ha sido un actor importante, junto a otros partidos y plataformas ciudadanas, en los primeros pasos del cambio que reclamamos. Los nuevos ayuntamientos de simbólicas ciudades españolas son la prueba evidente de que sí se pueden desterrar las viejas figuras, los viejos partidos y las viejas e injustas formas de gobernar.
El 20D ofrece una nueva ocasión para profundizar estas conquistas y extenderlas por las amplias tierras de este país. Como en las pasadas elecciones municipales y autonómicas, unas alianzas, pre y post electorales, entre los partidos progresistas, las plataformas ciudadanas y los movimientos sociales son sin duda los instrumentos que harán verdad en las instituciones del estado el cambio deseado. Una nueva forma de gobernar en la que primen las ansias y los derechos de los ciudadanos, empezando por los más golpeados, los empobrecidos tras este largo y doloroso austericidio impuesto por los mercados.
Durante estos meses he seguido con atención la evolución de Podemos. No siempre con aplausos ni conformidad con sus propuestas y, en varias ocasiones, con un profundo desagrado y rechazo ante los discursos y actitudes de algunos de sus dirigentes.
No soy militante de este recién nacido partido, ni estoy englobado en sus círculos. No necesito ni quiero añadir otro carnet a mi currículum, pero hoy, a dieciséis días de que se abran las urnas, me siento obligado a hacer pública mi intención de voto, que deseo que se mantenga firme hasta el 20 de diciembre. Voy a votar a Podemos, por muchas y distintas razones. Por una mayor sintonía con su discurso global, aún sorteando altos y bajos. Por comparación con el discurso y la actitud de otros partidos. Porque son jóvenes impetuosos, aunque puedan ser inexpertos en las tareas de gobierno. Pero, por encima de todo, en señal de agradecimiento por haber sacudido a nuestra sociedad somnolienta y agarrotada entre la resignación y el hastío.
Voto confiando en que Podemos siga empujando con fuerza y constancia, desde el lugar en que lo sitúen los votos, un gran renacer de la conciencia ciudadana comprometida con la conquista de más libertad, más justicia y más solidaridad. Más igualdad.
El 20D y el cambio, visto desde Europa
03/12/2015
François Ralle Andreoli
Asesor consular electo por los franceses de España
Es importante recordar que desde un punto de vista europeo, el debate del cambio en España en torno al 20D, tanto ideológicamente (¿qué cambio?) como estratégicamente (¿quién y cómo?) es ilusionante, a pesar del difícil marco del « Diktat » a Tsipras del 13 de julio. Tanto el 15M, como su mutación en mareas temáticas multicolores o la aparición posterior de Podemos y de las plataformas ciudadanas que conquistaron a ciudades centrales, han atraído sobre España las miradas de las fuerzas transformadoras de todo un continente.
Las reflexiones que cruzamos en este Espacio Público son reveladoras de esta dinámica ilusionante, sobre todo si se comparan, por ejemplo, con el estado de la izquierda francesa. Hablamos, por supuesto, de los que se desmarcan del terrible balance del social-liberalismo de Hollande. Al norte de los Pirineos, las fuerzas anti-austeridad están inmersas en dificultades profundas tanto para renovar los discursos, como para reinventar formas nuevas que reactiven el vínculo distendido entre ciudadanos y política. Ni ha cuajado la apuesta por el ecosocialismo, como eje del cambio que haga confluir «rojos y verdes», ni seduce, de momento, la fantaseada salida del marco europeo de la operación «plan B», post 13 de julio, a pesar de formular interesantes planteamientos. Algunos hablan de una marginación en el espacio público de los discursos de transformación social, un amplio «pesimismo social» como lo recuerda Sudhir Hazareesingh, autor del comentado fresco cultural « Francia, el País que ama las ideas ». Hace 2 años, se miraba desde España al (hoy enterrado) Front de Gauche. Hoy en día, las interesantes plataformas locales francesas de confluencia ciudadana se reclaman de Barcelona en Comú o de Podemos. El cambio politico se organiza desde España.
Era importante construir una alternativa a la socialdemocracia cuyo balance en el continente es desolador. De hecho, aparte del caso griego, es en España donde observamos el bullicio de la reflexión política y de las iniciativas pragmáticas que dan vida al significante flotante de « cambio ». Hablamos de las nuevas formas participativas, de los códigos éticos, de las primarias abiertas, de la innovación municipalista, del proceso constituyente o de la reflexión sobre un nuevo modelo productivo.
Esta última, en el país de la boina de dióxido madrileña o de la escasez de agua en el sur, merecería un espacio más predominante todavía en la campaña, como lo recuerda con razón Juantxo Uralde. Pero por primera vez, un candidato a presidente del gobierno habla de la transición energética como una de las primeras medidas que incitaría una vez en el poder.
En realidad, dándole la razón a Pablo Iglesias, ya ha cambiado mucho la política en España.
El cambio ya está en marcha en los municipios conquistados el 24M. Muchos habíamos señalado que las conquistas locales podían y debían de ser un lugar de acumulación de legitimidad de cara a las generales. Esperábamos precisamente una amplia participación de los nuevos ayuntamientos en una gran saga popular del 20D, ejemplar para el continente. Ese es uno de los retos para que la esperanza popular, la politización del 15M y de las mareas lleguen por fin a su objetivo: un cambio real a nivel estatal.
Todavía hay tiempo para ello, y vemos que algunas alcaldesas y alcaldes están dando el paso como Ada Colau. De hecho, el auge de nuevas fuerzas del cambio no tenía como único objetivo la toma de posición de algunos bastiones locales, ni la formación de un grupo parlamentario sólido pero sin opción a gobernar (lo que no es poco en el panorama desolador de la izquierda europea donde sólo Grecia, Irlanda o Portugal han visto crecer las fuerzas anti-liberales, sin olvidar a Corbyn en el Labour).
Las conquistas de las ciudades son una etapa hacia una gran victoria popular y es importante que todos trabajemos a movilizar a las redes sociales, intelectuales, vecinales para conseguir sobrepasar a las fuerzas tradicionales y a su avatar, Ciudadanos.
Se entiende entre líneas, a través de los intercambios de este Agora política, que algunos formulan matices y recelos, partiendo de las encuestas y afirmando que es poco probable que se produzca una victoria, por culpa del sistema electoral y por la dificultad para simplificar el tablero político como pasó en Grecia (« pasokización » de la opción socio-liberal y marginación de la opción KKE).
¿Acaso esto justifica que no se vuelque el conjunto de los actores de la sociedad civil para darle un último empujón a la inmensa lucha emprendida frente a la violencia social y anti-libertades del PP o las derivas del PSOE? ¿Deberíamos conformarnos con el auge del liberalismo 2.0 del señor Rivera o de la vuelta de los corruptos al poder? ¿Encerrarnos en tertulias sobre lo que se debería haber hecho o se debería de hacer? En política, siempre existe una ventana de tiro.
La fragmentación de la izquierda, la cocina de las encuestas (al alza para después bajarlas o lo contrario) son herramientas de los poderes fácticos para desanimar al campo del cambio. A nivel estatal, existe una posibilidad de que la sorpresa venga de la gran confluencia Podemos/Equo/Compromis/AGE/ICV/EUiA/sociedad civil, en forma de remontada o de un escenario de tipo portugués. En eso debemos de trabajar sin descanso. Es la uníca manera de aprovecharse de un momento historico inédito desde 1978.
Algunos hemos participado, muy de cerca, en el proceso de confluencia de las fuerzas transformadoras en el que IU, al contrario de los demás, se quedó fuera. Se ofreció, a pesar de todo lo que se dice y se hizo en el pasado, la (última?) posibilidad a Izquierda Unida, o más bien a la parte más abierta de su dirección, de entender lo que suponía en la España del post 15M asociarse a un proyecto de transformación estatal para la gente. Suponía no sumar siglas en pactos de despachos y juntarse, por fin, a la locomotora del cambio soltando definitivamente el lastre de la vieja guardia. No nos equivoquemos, el fracaso de este escenario se debe a la «reaparición» de la misma vieja guardia, la que nunca se había ido a casa como pretendían, la misma que impidió la confluencia en las europeas de 2014, la que no quería castigar a los de las tarjetas black. Es lo que explica, en parte, el escenario actual con las nuevas salidas y dimisiones de cuadros importantes y una suerte de KKEización paradójica con un candidato supuestamente nuevo.
Seguramente, se podría trabajar en el futuro en una manera de agregar, con más ilusión, a sectores más amplios del activismo social, ecológico y político. Siempre hay mil maneras de hacer las cosas mejor. Pero, debemos de entender que no sirve de nada el encerrar el debate en torno a las oportunidades perdidas o en torno a nuevas ilusiones de una hipotética gran noche revolucionaria cuando se libra la gran batalla contra la maquinaria del PPSOE y el apoyo del mundo del dinero a Ciudadanos.
Desde España se ha inventado otra manera de hacer política, desde España es importante intentar ganar para acompañar a Grecia y Portugal en su lucha contra la Gran Coalición de la austeridad y de las aventuras militares. Podemos y sus aliados son la única fuerza capaz de ganar, de pasar el techo de cristal del 15% que te sitúa en el campo de un posible cambio para la gente. Después de 7 años de crisis, de desmantelamiento del Estado social y de las libertades, cada uno tiene que decidirse frente a este escenario.
El partido se juega el 20D y se juega con Pablo Iglesias, toda la Europa del cambio lo sabe.
Experiencias del Cambio, para afrontar el Cambio
03/12/2015
Chuerga
Ingeniero y activista de PAH Madrid
Tras siete años de crisis económica y una política que ha castigado a las clases populares con la excusa de que han vivido por encima de sus posibilidades, nos enfrentamos al 20D, momento en el que la ciudadanía tiene la oportunidad de validar esta gestión o traer un cambio.
En este escenario, se dibujan tres tipos de cambio posibles capitaneados por tres fuerzas políticas. El objetivo de esta ponencia es analizarlos, así como dar unas líneas sobre cómo llegar a las instituciones y qué hacer desde ellas una vez alcanzadas desde la experiencia de los Ayuntamientos conquistados en las últimas elecciones municipales.
Los “cambios” que vienen
El éxito de Podemos en las elecciones europeas y su implantación en el panorama político trajo consigo la implantación un nuevo concepto político: El Cambio. Tal ha sido la aceptación y legitimación de este concepto, que el resto de partidos políticos ha diseñado su política comunicativa alrededor de este. De ahí que podamos distinguir este cambio en dos subtipos: el cambio activo y el cambio reactivo.
El cambio activo es con el que Podemos está consiguiendo articular su discurso. Es una propuesta política mediante la que se escenifica una transformación del sistema político y económico. Este se articula en torno a la defensa de los derechos humanos y de la gente más castigada por la crisis en un momento en el que las relaciones de poderes se están reformulando.
El cambio reactivo lo podemos encontrar en el PSOE o en Ciudadanos. Frente a la implantación de este concepto en la política, estos dos partidos han tomado esta idea como reacción, poniéndole un apellido con el objetivo de situarse ante esta apuesta desde otro escenario: “El Cambio que nos une” del PSOE enfrenta su política a la del PP poniendo el acento en la independencia de Cataluña y la unidad de España; “El Cambio sensato” de Ciudadanos con el que se propone como partido de gobierno desde un escenario en el que se declara a sí mismo como único partido político capaz de llevar a cabo un cambio bueno para todos.
Ninguno de estos dos “cambios” tiene tras ellos una política de transformación de un país, más bien es un ejercicio para apuntalar el actual sistema político y económico (quizás con pequeñas reformas) mediante un ejercicio de propaganda con el que acceder a un potencial nicho de votos.
Como llevar el cambio en las instituciones
A diferencia de hace dos años, cuando tuvimos en Espacio Público el debate sobre cómo lograr una mayoría social de cambio, hoy sí tenemos una experiencia que nos ha dejado elementos sobre los que podemos debatir para analizar cómo se puede llevar el cambio (activo) a las instituciones. Esa experiencia son los “Ayuntamientos del Cambio”.
Estos consistorios se han ganado con plataformas ciudadanas configuradas con distintas fórmulas. Cada una de ellas es un caso particular, y puede evolucionar en distinto tipos de sujetos políticos: los “En Común”, las “Mareas”, los “Sí se Puede”, los “Ahoras”, etc. Sin embargo, todos los que han conseguido llegar al poder en sus municipios, tiene un elemento en común: la figura de una cabeza de lista cargada de legitimidad frente a la “vieja política”.
Pese a vivir en un momento en el que la credibilidad de la opinión pública sobre los políticos es nefasta, estas candidaturas han sido capaces de volver a ilusionar a la ciudadanía con perfiles cargados de legitimidad debido a sus carreras profesionales o su activismo social: Manuel Carmena, Ada Colau, Pedro Santisteve, etc. Dicho de otra manera, han sido capaces de ganarse una legitimidad al ser “gente competente que no procedía de la política profesional”, frente a “políticos profesionales”.
En esta clave, en el 20D solo hay un candidato que pueda encajar dentro de este perfil: Pablo Iglesias. Sin embargo, tanto Pedro Sanchez como Albert Rivera, a pesar de llevar más tiempo en las instituciones tratan de venderse como un producto político diseñado bajo estas mismas pautas. Mención aparte merece Alberto Garzón, que pese a llevar más tiempo en política en una organización que se ha visto salpicada por casos de corrupción, sí ha conseguido ganarse una legitimidad gracias a sus dotes para dar a entender su discurso y su trayectoria personal.
Y una vez que hemos llegado, ¿Qué podemos hacer?
La experiencia de los “Ayuntamientos del Cambio” también nos ha mostrado las restricciones que va a tener el cambio al llegar a un gobierno por a la actuación de los anteriores consistorios. Por ejemplo, en el caso de Madrid se han encontrado contratos blindados que en cierta manera bloquean la actuación del Ayuntamiento, o arcas vacías que te obligan a rescatar al municipio de la anterior gestión.
Sin embargo esto no puede ser excusa para no hacer nada, o peor, hacer lo contrario que habías prometido.
Si el cambio consigue llegar al poder, para llevar a cabo la transformación del país y siendo conscientes de las circunstancias en las que nos movemos, quizás habría que definir tareas en dos periodos: corto y medio-largo.
En el corto periodo de tiempo, el cambio tiene que ser capaz de llevar a cabo una batería de medidas con los recursos de los que disponga que dé una solución inmediata a la gente que más ha sufrido las consecuencias de la crisis. Hay que tener en cuenta que somos uno de los países de Europa que más desahucios ha sufrido y cuestiones como la pobreza energética o necesidades alimenticias sin cubrir afectan a un segmento significativo de la población. Por ello, es necesario asegurar unas condiciones mínimas de dignidad para la gente que está siendo más castigada.
Las medidas a medio-largo plazo se basan en ser capaz de dibujar el escenario económico en el que se encuentra actualmente la administración (auditoría de la deuda y de la gestión pública) y a raíz de ahí comenzar a poner en marcha los cambios legislativos y económicos que supongan las bases del cambio. Hay que tener en cuenta que el sistema que se ha construido durante décadas es difícil cambiarlo en apenas una legislatura y que hay que tratar de buscar consensos para poder llevarlo a cabo.
Esta es una tarea que puede requerir más de cuatro años, por lo que hay que tener en mente que el cambio no se consigue solo con ganar unas elecciones. Se consigue consolidando un proyecto político que sea capaz de seguir convenciendo y adhiriendo año a año el apoyo de la ciudadanía, que vaya legitimando sus decisiones, para así poder establecer un cambio que deje un país con una mayor justicia social.
¿Y nuestra cultura política?
Por último, el cambio que requiere este país no es solo político y económico, también es necesario cambiar nuestra cultura política.
Vivimos en un país en el que el grado de corrupción, así como la nula disposición a consultar la ciudadanía sobre cuestiones importantes (modificación Constitución, sucesión de la jefatura de estado, etc) son tan escandalosos que se ha asumido que esto no puede ser de otra manera y no se castiga políticamente. Hay que romper con esto. Se deben hacer las cosas de otra manera, cambiar la cultura política de la ciudadanía.
Ser transparente en tus actuaciones de Gobierno, dar explicaciones de ellas en los medios de comunicación, consultar a la ciudadanía sobre las decisiones más importantes, etc. son elementos básicos de la actuación de un gobierno al servicio de la gente. Cuestiones que hay que acompañar con cambios legislativos que regulen los escenarios en los que hay que consultar a la ciudadanía, definiendo condiciones objetivas sin que estos dependan de la voluntad del Presidente del Gobierno.
Una sociedad civil crítica, exigente y empoderada es un elemento básico de una democracia sana. Una sociedad que acabe normalizando cuestiones como la corrupción está destinada a ser esclava de su propia apatía.
El cambio y el proyecto de futuro de la izquierda para España
03/12/2015
Javier Doz
Miembro del Comité Económico y Social Europeo por CCOO
El cambio pasa porque la izquierda tenga un proyecto de futuro para España que implique una transformación profunda –económica, política y social- que sea creíble para una mayoría de la ciudadanía para que les vote, y factible de realizar desde el poder alcanzado democráticamente.
El proyecto tiene que tener necesariamente una dimensión europea y tener en cuenta el marco global; sin sometimientos deterministas a los mismos; con capacidad de articulación con otras fuerzas políticas y sociales, europeas y mundiales, que se planteen la transformación democrática y social de dichos marcos; pero sin ingenuidad y con realismo respecto de los ritmos posibles del cambio europeo y mundial.
Me parece una obviedad decir que para avanzar por este camino –desde el poder democrático y desde una sociedad movilizada- es necesario que el proyecto lo sea de toda la izquierda; y que no se olvide que para determinados pasos, por ejemplo para la imprescindible reforma constitucional, se necesitarían consensos más amplios. Misión imposible con tantas condiciones, dirán algunos. No lo es para mí: el proyecto es difícil y complejo, pero posible. En todo caso, es la única vía para el cambio, en sociedades democráticas. Lo imposible es pretender realizarlo de otro modo. Porque, aunque me parece fundamental la movilización social –hay que reconocer la gran contribución del 15M para abrir la oportunidad de un cambio que conlleve una regeneración democrática- y pienso que hay que desarrollar fórmulas de democracia participativa, el único cambio posible tiene que ser pacífico y respetuoso con lo legalidad democrática, aunque haya que cambiar muchas cosas de esta última, pero no su esencia.
Mirando el panorama político de muchos países europeos que sufren también crisis políticas e institucionales de envergadura, que están promoviendo un auge, sin precedentes desde el fin de la 2ª Guerra Mundial, de partidos de extrema derecha, xenófobos, antieuropeístas, populistas o antisistema, tiene que reconfortarnos pensar que los dos partidos nuevos que han surgido de la crisis política española son Podemos y Ciudadanos. Todo un motivo para el optimismo.
Los tres principales factores de la política interna en el 20D
La importancia de las elecciones generales del 20 de diciembre radica en la confluencia de tres grandes factores de política interna en un contexto marcado por la crisis política del proyecto europeo, la crisis de seguridad en la región Mediterráneo – Oriente Próximo, plagada de guerras, conflictos y terrorismo -una de cuyas últimas manifestaciones ha sido la matanza que el pueblo de París acaba de sufrir a manos de terroristas del Estado Islámico-, y la crisis ecológica y de gobernanza global de nuestro planeta.
La crisis financiera y económica y su gestión por las instituciones europeas y los gobiernos de España, desde 2010, han hecho aumentar la pobreza y la desigualdad en nuestro país hasta niveles insoportables, al tiempo que han deteriorado prestaciones sociales y servicios públicos y reducido drásticamente el gasto público en las principales palancas para un cambio hacia un futuro mejor, como son la educación y el sistema de I+D+i. El segundo factor es el agotamiento del modelo político de la transición, condensado en la Constitución de 1978, por el efecto combinado de la crisis, una corrupción política muy extendida y el anquilosamiento de instituciones clave como el Parlamento.
El tercer factor es el desafío lanzado por el bloque de partidos secesionistas catalanes, nacido al calor de las dos crisis que acabo de mencionar, que el pasado 9 de noviembre declaró en el Parlament que creará, en 18 meses, una “República catalana” al margen de la Constitución y las leyes españolas y de la obediencia a los tribunales.
La crisis política de la Unión Europea es una crisis de proyecto de futuro, agudizada por la mala gestión política de la crisis económica, el resquebrajamiento de la cohesión entre países y de la cohesión social interna en muchos de ellos, y el auge ideológico y político de los nacionalismos en sus diversas variantes. La vergonzosa actitud de muchos gobiernos nacionales en la crisis de los refugiados, que ha impedido la adopción de una posición común de la UE sobre la base de valores democráticos y solidarios y del cumplimiento de la legislación internacional, es la última manifestación de esta crisis política. El próximo episodio puede venir con la negociación con el gobierno de Cameron sobre la permanencia del Reino Unido en la UE.
Es inevitable que la cuestión catalana sea un punto nodal de la campaña del 20D, cuando está planteada nada menos que la ruptura territorial del Estado español con todas las consecuencias que un trauma así arrastraría. Por eso, la izquierda, en lugar de lamentarse porque el terreno de juego pueda ser más favorable al PP si la cuestión catalana tiene un importante sitio en el debate electoral, debería formular sin complejos su proyecto de futuro para España, su proyecto para que la convivencia y la vida política vuelvan a ser atractivas y respetadas por una mayoría de la ciudadanía dentro de ella. Así se logrará que cuestiones esenciales como la construcción de un nuevo modelo productivo y los instrumentos para un reparto más igualitario de la riqueza puedan destacar como ejes principales del proyecto. Un proyecto de futuro para todos los españoles y las españolas, también para catalanes y vascos.
Igualdad y reparto de la riqueza base de la izquierda
Para lograr un reparto más igualitario de la riqueza hay que restaurar el valor de la negociación colectiva y el diálogo social, derogando la reforma laboral, y realizar una reforma fiscal integral que aumente con fuerza la progresividad y la suficiencia perdidas por nuestro sistema fiscal, al tiempo que se hace de la lucha contra el fraude y la elusión fiscales una prioridad absoluta en materia fiscal. Esta intervención decidida en los ámbitos primario y secundario del reparto de la riqueza permitirá también –vía aumento de los ingresos fiscales y por cotizaciones sociales- tener los recursos suficientes para fortalecer los servicios públicos y los sistemas de protección social, que también actúan como instrumentos para la igualdad. Este es, a mi juicio, el núcleo de cualquier política de izquierdas en una sociedad democrática, y lo que hoy necesita la sociedad española. Y es perfectamente compatible con otro gran objetivo de la política económica, la creación de empleo de calidad, que se logra favoreciendo la inversión, pública y privada, la demanda interna, y con medidas legales y contractuales que combatan la precariedad laboral. El pilar económico de una alternativa de izquierdas debe incluir también el proyecto de cambio de modelo productivo: política industrial para la construcción de una economía verde y productividad basada en el conocimiento. Para ello, la educación y un sistema robusto de I+D+i, bien conectado con la economía, son las palancas fundamentales.
Este pilar económico y social del cambio no será posible sin unos sindicatos fuertes, sin que se restaure la capacidad de acción de los interlocutores sociales. El fuego batido al que se ha sometido al sindicalismo de clase desde el comienzo de la crisis, y que ha incluido el “fuego amigo” de algunos sectores de la izquierda, solo ha favorecido los intereses de las élites económicas y políticas que la han gestionado. Por supuesto que, por su parte, el sindicalismo confederal tiene que aceptar las críticas justas que ha recibido, corregir sus errores y proceder a una renovación que refuerce su capacidad de organización y acción en un marco de organización del trabajo y relaciones laborales que ha sufrido profundos cambios en las últimas décadas.
Regeneración democrática y reforma federal del Estado
El segundo pilar de una propuesta de izquierdas para España es el de la regeneración de la vida democrática, que debe incluir medidas para combatir la corrupción, asegurar la transparencia de las instituciones –incluidos los partidos y las organizaciones sociales-, revitalizar la vida parlamentaria, promover la participación de la ciudadanía en la vida política, y asegurar una efectiva separación de poderes así como la independencia y neutralidad de las instituciones de gobierno y control de los distintos poderes del Estado y de los medios públicos de comunicación.
No creo que haya mejor fórmula para intentar superar el conflicto promovido por el nacionalismo secesionista catalán, y agudizado por el inmovilismo político del PP, que una reforma federal del Estado, que al tiempo serviría para renovar un modelo de distribución del poder territorial que ya ha cumplido su ciclo vital. Y esto es válido aunque, en un principio, todos los independentistas lo rechazaran de plano. De lo que trata es de buscar el apoyo de una mayoría de la población catalana y de la española. Modelos federales hay en el mundo que pueden servir, algunos cercanos como el alemán.
La reforma federal debe implicar que la ciudadanía de las comunidades-estados compruebe que, a través de sus instituciones propias, puede participar en la vida política y en las decisiones del Estado federal. También, que el sistema de financiación esté basado en criterios claros de equidad y justicia fiscal.
No comparto la opinión de las organizaciones de izquierda que han colocado en primer plano de su programa electoral la realización de un referéndum de autodeterminación; en Cataluña, o, incluso, abriendo la posibilidad a todas las comunidades autónomas. Preconizarlo significa que se sitúa, de entrada, la soberanía en la población de cada comunidad autónoma y no en el conjunto del pueblo español. Esto llevaría a que, en el nuevo modelo territorial que saliera de la reforma constitucional, el vínculo entre España y sus comunidades-estados sería, como mucho, confederal, con capacidad para separarse a voluntad de la parte. A ello se podría llegar, en el mejor de los casos, como consecuencia de un consenso constitucional, pero situarlo como condición de entrada es rendirse al nacionalismo independentista.
Reforma constitucional y consenso político
La amplitud y calado de los cambios políticos que acabo de esquematizar requieren una reforma en profundidad de la Constitución de 1978, para proceder a la reforma del Estado en un sentido federal, para promover la efectividad de los derechos sociales y laborales fundamentales y para anclar en ella los elementos más importantes de regeneración de la vida democrática. Sólo será posible si la izquierda vence el 20D, primero, luego es capaz de formular una propuesta común, y, más tarde, promueve un consenso más amplio para la reforma constitucional, con todo o parte del centro y la derecha. Misión difícil pero no imposible.
La Constitución de 1978 sigue siendo válida en aspectos esenciales y aunque su ciclo político esté agotado ha prestado servicios muy importantes a la sociedad española, también a los trabajadores. Aunque la transición tuvo errores –en relación, por ejemplo, a la memoria histórica del franquismo-, su valor político más universal -la búsqueda y el logro de un amplio consenso político para un cambio pactado y pacifico de la dictadura a la democracia que incluía el consenso constitucional como uno de sus elementos esenciales- sigue conservando su validez desde la perspectiva que ya le da la historia.
La reciente y justa concesión del Premio Nobel de la Paz al Cuarteto de Diálogo Nacional de Túnez, esa plataforma de la sociedad civil tunecina que, cuando el país estaba al borde de la guerra civil, promovió el acuerdo entre islamistas y laicos, que condujo a una Constitución laica y a que su país sea el único que mantiene la democracia tras el reflujo general de la Primavera árabe, me recordó vivamente los tres viajes que realicé a Túnez, invitado por la principal organización del Cuarteto, el sindicato UGTT, en los meses que siguieron a la revolución de enero de 2011 (entonces yo era secretario de internacional de CC OO). En todos ellos, los miembros de las delegaciones españolas hablamos de la transición política española.
El interés principal de los sindicalistas tunecinos, que habían promovido las movilizaciones que derribaron la dictadura de Ben Ali, era conocer experiencias de construcción pacífica de un sistema democrático. Y en Túnez sí hubo ruptura con la dictadura. Por supuesto que los momentos y situaciones son diferentes, y España vive en una democracia consolidada, aunque sumamente imperfecta. Pero cuando se viven crisis profundas, y España y Europa están en esa situación, el cambio duradero tiene que basarse en los máximos niveles de consenso o las más amplias mayorías posibles.
Algo sobre Europa
En los límites, ya extensos, de este artículo no puedo desarrollar la imprescindible dimensión europea e internacional que tiene que incluir cualquier propuesta de una izquierda transformadora y democrática.
Solo apuntaré que la Unión Europea requiere un cambio al menos tan profundo como el que necesita la sociedad española, y en su misma dirección. No sólo para que vuelva a merecer la pena un proyecto de integración, económica y política, necesario como pocos en el mundo a la luz de la historia europea, sino, incluso, para que pueda pervivir, superando todas las contradicciones que la crisis y su mala gestión han puesto de manifiesto.
Hay que ser conscientes que va a costar más que el cambio político que preconizo para España, porque las fuerzas políticas y sociales que pueden ser los actores de ese cambio todavía no acaban de ser conscientes de lo necesario que es actuar en dimensión europea. Tras los estragos económicos, sociales y políticos del austericidio, aplicado por procedimientos escasa o nulamente democráticos, la primera tarea política es construir una izquierda política y social europea que sea capaz de formular un proyecto político ambicioso de refundación política de Europa, en clave federal, social y democrática. Y mientras se alcanza una mayoría suficiente para ponerlo en práctica, hay que avanzar en aquello sobre lo que se podrían concitar ya mayorías europeas claras.
Por ejemplo, hacer que la eurozona vaya reuniendo los requisitos exigibles a cualquier “zona monetaria óptima” o impedir, sin más demora, que existan paraísos fiscales bajo jurisdicciones de la UE o que haya Estados miembros que practiquen descaradamente el dumping fiscal para que las empresas multinacionales paguen el 1% o menos de sus inmensos beneficios.
Lo primero que tiene que hacer la izquierda es recobrar el discurso, luchar por la hegemonía ideológica y cultural del mismo en la sociedad, y ser capaz de volver a formular proyectos globales de cambio coherentes.
Saber leer el momento, evitar debates estériles y avanzar en la unidad política, grandes retos
02/12/2015
Ignacio Muro Benayas
Director Fundación Espacio Público
Estando tan cerca unas elecciones generales tan decisivas me sorprenden la dispersión ideológica que este debate manifiesta. Y sin embargo, es a la vez lógico pues representa las dudas que la incertidumbre del resultado y la complejidad de la situación despierta. Es esa contradicción entre el debate ideológico, tan querido por la izquierda, y la necesidad de converger políticamente la que motiva mi intervención.
La fecha electoral del 20D no es más que un hito en un camino, un punto de arranque de un año, el 2016, que se presume difícil, en el que el nuevo parlamento se enfrenta a la cuestión territorial con elecciones en el País Vasco, Galicia y, posiblemente, Cataluña y en el que la inestabilidad económica, las políticas de ajuste y los reflejos autoritarios se mantendrán en Europa.
Ese panorama dará lugar a miradas diferentes motivadas por intereses diferentes. Los diversos grupos sociales damnificados por la crisis y la multifragmentación del tejido productivo que favorece el nuevo capitalismo han cristalizado en ideologías dispares, lenguajes con matices diversos o incluso diferencias de calado. Y sin embargo, a pesar de esa fragmentación, la crisis ha amplificado la base social que reclama cambio, aunque para que éste cristalice, los actores políticos deben saber interpretar los parámetros de la nueva realidad.
Por decirlo rápidamente, la ventana de oportunidad única que Podemos había vislumbrado existía realmente. Existe realmente. Las clases medias, fuente tradicional de moderación y centrismo, se han escindido desplazando hacia la subsistencia a buena parte de sus miembros mientras permite, a otros, continuar con opciones reales (o puede que solo ilusiones) de recuperar el ascenso social como opción vital.
Los desclasados basculan entre la confianza en el individualismo meritocrático y los planteamientos colectivos, arrastran recelos ideológicos contra la “izquierda intervencionista” pero reclaman cierta radicalización democrática. Amalgamar sus intereses con los tradicionales de las fuerzas del trabajo es posible dentro de un discurso de cambio a la vez radical moderno y ciudadano, progresista pero que huya de ciertas banderas ideologizadas de la izquierda o de lenguajes muy corporativos, que sepa construir elementos referenciales comunes en la forma de percibir la crisis, la corrupción, la conexión entre lo público y lo privado, que sepa impulsar todo lo colaborativo que la nueva sociedad y la nueva economía reclaman.
La relativa madurez del momento presente
El debate que Espacio Público recoge aquí es, claramente, un reflejo del estado de maduración del momento político. Por un lado de la fragmentación ideológica que anida en los muchos componentes de las fuerzas de progreso que se manifiesta también en las diferentes formas de hacer política, en ideas, prioridades y métodos; por otro del estado de los consensos internos, del lenguaje común que los objetivos políticos requieren, o si se quiere del grado de maduración de la unidad popular.
La nueva izquierda ha introducido una cierta hegemonía en el lenguaje político que facilitó la relectura de la transición y del régimen del 78. Pero en pocos meses, se han producido cambios sustanciales. De un lado, los actores políticos y en particular Cs y, en buena parte, los medios de referencia, lo han asumido como parte del lenguaje de época. Al ser aceptado por otros actores empieza a perder su capacidad de diferenciación, a convertirse en lugar común, a oscurecer los matices, a dificultar su uso como factor de cambio político.
De otra parte, el dinamismo de la realidad ha cambiado el escenario electoral previsto que de centrarse exclusivamente en la crisis económica y la corrupción, ha quedado contaminado simultáneamente por Cataluña y la batalla contra el terrorismo yihadista, factores diferenciales que suelen favorecer las opciones conservadoras.
Creo que será la propia realidad política, los acontecimientos que nos depare 2016, la que ayudará a clarificar las cosas. Y ahí incluyo los resultados electorales, la capacidad para converger en grupos parlamentarios y generar discursos comunes, el abandono de los sectarismos partidistas, la generosidad para integrar los particularismos territoriales en liderazgos compartidos…
Creo que será la propia dinámica de las cosas, la agenda de los próximos meses la que ayudará a poner “la política en el puesto de mando” como rezaba un viejo principio revolucionario, la que ayudara a integrar el debate ideológico y relativizarlo, ponerlo al servicio de un objetivo común, de una unidad popular.
Prepararse para tiempos difíciles
Comparto muchos de los diagnósticos aquí expuestos que anticipan tiempos difíciles. Vislumbro para España un escenario inestable que, en principio, concederá la iniciativa a “un gobierno provisional de la derecha tendente a imponer su hegemonía en los inevitables reformas a realizar dentro de los límites marcados por el liberalismo, con el prefijo neo o social” (Lopez Agudín).
Imagino también un escenario en el que la austeridad renovada volverá a ser excusa para el ajuste social y en el que se acentúe la “recentralización política a escala europea y estatal que se está aplicando utilizando como pretexto la “disciplina presupuestaria” (Jaime Pastor). Imagino también que el “no a la guerra”, el como combatir al terrorismo estará en el centro del debate europeo, mientras el nacionalismo y los reflejos autoritarios favorecen el resurgir de posicionamientos neofascistas.
En ese contexto, no encerrarse y ampliar el frente de apoyos es esencial. Y ello exige definir bien la actitud ante el PSOE, como partido representante de amplios sectores populares, y entender y combatir las bases ideológicas en las que cabalga Ciudadanos, son tareas esenciales del momento.
Es un error, mantener sin más, la identidad PP-PSOE, más aún cuando el espacio social liberal, que le empieza a disputar Ciudadanos, le obliga, como mera reacción de supervivencia, a recuperar ciertas señas de identidad socialdemócratas. Es un error dramático si lo situamos en el contexto del sur de Europa en el que conviene acentuar los puntos de encuentro con Portugal, Italia y Grecia, mucho más cuando la actitud de Syriza, enfrentado a los sectores populares a los que debe imponer los ajustes, ha confirmado la imposibilidad de organizar el rechazo frontal a la tecnoestructura austericida europea desde un solo país.
Respecto a C´s, no basta con asignarle el papel de recambio del IBEX, es necesario no dejarle la bandera del regeneracionismo porque esa bandera también conecta con las aspiraciones del 15M. Me parece especialmente inteligente la referencia de Pedro Chaves en este foro, cuando afirma, “de hecho, Ciudadanos se ha convertido en el referente de los elementos «despolitizados» que incorporaba la agenda del 15M: lucha contra la corrupción y denuncia de los privilegios de las elites.” Un competidor, por tanto, en la captación de las clases medias depauperadas a los que les ofrece la ilusión de un ascenso social de la mano del emprendimiento y de la igualdad de oportunidades de un estado no intervencionista.
Eso no significa no considerarle un rival especialmente peligroso. De hecho, su desapego de las clases populares, su lenguaje puramente tecnocrático, su elitismo pijo de consultor, su apoyo exclusivamente urbano, puede ser central para poner en marcha políticas regresivas que el PP, con una base mucho más popular e interclasista, no se atrevería a poner en marcha.
A pesar de la modestia de sus objetivos, las élites financieras y la tecnoestructura europea leyeron el potencial desestabilizador que encerraba la victoria de Syriza y diseñaron una estrategia que impidiera su éxito o lo convirtiera en un breve paréntesis hasta revertirlo en severa derrota. Ha pasado un año de aquello y la batalla continúa. Sigue en serio: nuevas fuerzas progresistas en el sur de Europa apuntan a los mismos objetivos, la búsqueda de mínimos vitales y democráticos que conciertan apoyos suficientes para gobernar o influir en los gobiernos: la recuperación de márgenes de soberanía nacional, el fin de las políticas de ajuste severo, la insostenibilidad de la deuda como problema común a las periferias europeas, la limpieza democrática como oposición a la lógica de los corruptores, políticas sociales inclusivas para mitigar la excesiva desigualdad… son las bases mínimas de ese programa. No es su radicalidad sino la determinación de afrontarlo la que lo convierte en rupturista.
Inteligencia y confianza para saber librar la batalla es lo que necesitamos.
20D: Consideraciones sencillas sobre unas generales complejas
02/12/2015
José Vicente Barcia
Periodista, Jefe de Gabinete de la Alcaldía de Cádiz y coautor del libro 'Voces del cambio'
Las próximas elecciones generales serán un buen termómetro para saber hasta que punto la hegemonía cultural neoliberal, impulsada desde hace décadas por el PP y el PSOE, se resquebraja dando opción a un agente antagónico plural, o si por el contrario se consolida, apoyada en un actor impulsado desde el núcleo del propio sistema, como es el caso de Ciudadanos.
En las fortalezas del propio sistema y en las debilidades de las alternativas se encuentran las causas de que a un mes de las próximas elecciones, la victoria electoral sobre ocho años de revolución conservadora en España, se antoje incierta.
Qué dramático resulta enfrentar una realidad en la que el maltrato social y la pérdida de libertades, el desempleo, los recortes, los desahucios, la corrupción sistemática del bipartidismo… no han arrojado un reflejo social incontestable y abrumadoramente mayoritario. A continuación repasamos algunas consideraciones a este respecto.
1. Colonización de la utopía y memoria del capitalismo popular. Llegaron, planificaron e invadieron nuestras utopías. Todos los recursos infocomunicativos se dedicaron a establecer, primero las tecnologías, luego los canales y finalmente los mensajes que debían hacer que nuestro consumismo fuera un auténtico significante político. Ya no se trabajaba para vivir, sino que se quería vivir para trabajar y poder así costearse el adosado, la segunda residencia, las vacaciones a otros países, el primer coche, y el segundo. Pasamos de Curro Jiménez a Terminador en muy poco tiempo, y en la cultura del pelotazo se ganó un país nuevo e insostenible y se perdió buena parte del alma colectiva. No se trataba sólo de lo que podíamos consumir, sino de lo que deseábamos consumir.
El objetivo vital cambió y tomamos la senda de un modo de vida que nos desarraigaba y cuyos vacíos teníamos que llenar con más consumismo. Un consumismo patrocinado desde los ámbitos públicos y privados. La gran revolución conservadora que se inicia a finales de los años 70 del siglo pasado y que está teniendo un nuevo giro de tuerca a partir del inicio de la crisis, encuentra en el adoctrinamiento cultural su mayor aliado. Por todo ello no resulta arriesgado sostener que en una parte importante de la población sigue operando la memoria de la espuma del capitalismo popular alcanzada, sobre todo, en la década de los 90 a raíz de un sistema financiero que nos inundó con dinero sospechosamente barato y de una burbuja inmobiliaria sin parangón. Esa memoria hace que muchos piensen que aquello volverá, motivo por el cual orientan su voto en función de las garantías que PP, PSOE o C’s les ofrezcan para un retorno imposible.
2. Vísceras y ética antes de una campaña decisiva. El proceso soberanista catalán ha sido utilizado, y lo seguirá siendo, por aquellos que no tienen empacho alguno en subrayar el miedo como estrategia electoral. El PP, y sobre todo C’s, están enfantizando su calidad “unionista”, hasta el punto de que buena parte de la mejora de sus perspectivas electorales guarda una relación directa con la cuestión españolista. Arrumbada la política y la idea de democracia queda el miedo como modo básico de manufacturación electoral.
Se siembra miedo, se crea el enemigo perfecto, se provoca la distancia, la incomprensión y el odio y todo se empaqueta en un voto cuyo significado es “parar a quienes nos quieren destruir”. Por otra parte, es importante hacer notar el contraste existente entre el incesante cacareo del PP sobre la cuestión catalana, y el silencio casi sepulcral de Rajoy a propósito del conflicto sirio y su derivadas armadas en Beirut y París. Sin lugar a dudas la memoria del “no a la guerra” pesa en el ocultamiento de su postura, que como es sabido es profundamente belicista.
Al menos C’s ha desvelado su impronta militarista pidiendo una implicación española en una intervención directa. Es cierto que luego se han moderado, pero esta moderación no es más que mero tacticismo electoral.
3. El Caballo de Troya. Golpeado, debilitado y desnortado, el PSOE sigue, sin embargo, operando como un atractor esencial del voto progresista, todo ello a pesar de que algunos viejos referentes y una parte significativa de las bases sociales de este partido han visto truncados sus deseos de renovación y de recuperación identitaria, sino del socialismo, al menos de la socialdemocracia.
Los sondeos parecen indicar que el PSOE salvará los muebles con cierta tendencia al estancamiento o a la baja. Tanto es así, que varios dirigentes de este partido confiesan que su objetivo pasaría por atenuar en lo posible el descenso electoral. Por otra parte la arremetida ideológica de Podemos, que intenta hacerse con una parte importante del espacio sociológico del PSOE, así como las veleidades, en principio antinatura, de Susana Díaz en su entrega al nuevo/viejo conservadurismo español protagonizado por Ciudadanos, sitúan al histórico partido en una difícil encrucijada.
Por desgracia el PSOE, ante el sufrimiento de parte de su militancia, se ha convertido en una maquina gastada que funciona como un auténtico caballo de Troya del neoliberalismo en el imaginario progresista, pero que sin embargo, y a pesar de los clamores contra el bipartidismo, seguirá siendo un referente importante para un número significativo, aunque en modo alguno mayoritario, de electores.
4. El precio de la táctica. La pérdida de frescura de Podemos encuentra su origen en su conversión, a marchas forzadas, en un partido que ha transitado del rupturismo (discurso destituyente) a un posibilismo que tiene como señas de identidad la apuesta por valores más éticos, colectivos e igualitarios.
El revulsivo inicial, con un desarrollo infocomunicativo absolutamente genial, se ha ido enfriando, racionalizando, cayendo en los convencionalismos de otras fuerzas políticas y ralentizando el gran motor afectivo y de ilusión que significaba el nacimiento de esta fuerza. Son muchas las preguntas que suscita el actual momento de Podemos: ¿encontrará en el tacticismo el suficiente desarrollo electoral como para ser determinante y condicionar el próximo Gobierno español? ¿Está modificando la actual cultura política española, tan rancia, cainita y competitiva, en relación a su forma de funcionamiento interno y a través de políticas de alianzas que generen miradas más amplias? ¿El significante vacío generará en su ambigüedad más posibilidades, o por el contrario desdibujará el verdadero objetivo político, que no es otro que el proyecto de sociedad y país que se quiere? En este momento parece consolidarse la remontada y mucha gente tiene cargado en el disparador de la memoria de la crisis un voto a Podemos, pero…
¿será suficiente para hacer frente a una operación de sistema tan bien diseñada como la de C’s? Hay que subrayar que en este tiempo no todo han sido golpes para Podemos. Las alianzas forjadas en territorios tan importantes como Cataluña y Galicia a buen seguro que darán sus frutos.
5. El lastre. La última consideración es aquella que se refiere a IU y su Unidad Popular. Garzón ha venido revitalizando la apuesta por valores nítidamente de izquierdas, expresadas de manera magistral y haciendo acopio de un discurso de gran solidez y rigor.
Las mermadas posibilidades auguradas por todos los sondeos guardan relación directa con el surgimiento de Podemos y con el lastre de una tradición orgánica que se ha mostrado incapacitada para evolucionar. La falta de acción de Cayo Lara y demás, de quien en su momento ya dije que en la resolución de los conflictos de este partido político, había demostrado ser tan útil como “un culo en el codo”, posibilitó la marcha de referentes esenciales para su renovación, como fue el lamentable caso de Tania Sánchez. Así las cosas, Alberto Garzón y sus irreductibles, significan la última esperanza que tiene IU en un tiempo de vendavales.
Recalca el sociólogo Pep Llobera que nunca ha habido tanta indecisión antes de unas generales, lo que evidencia la importancia capital de la inminente campaña. Ojalá el debate mayúsculo arrumbe el espectáculo de la superficialidad. Ojalá que el cambio sea el reflejo de tantos años de lucha por parte de tanta gente, de tantos movimientos sociales. Si este cambio no se produce, tendremos que luchar contra la implosión social, contra el desánimo. La justicia es una urgencia que debe trascender cualquier periodo electoral.
El centro no existe
02/12/2015
Javier Madrazo Lavín
Ex-Consejero de Vivienda y Asuntos Sociales del Gobierno Vasco (2001-2009)
La celebración de generales el próximo 20 de Diciembre ha contribuido, una vez más, a poner blanco sobre negro un déficit democrático en España, que evidencia la incapacidad de las formaciones políticas para presentarse ante la ciudadanía con programas reales que tengan la voluntad de cumplir y un posicionamiento ideológico firme.
Desde el mismo día en el que el presidente del Gobierno anunció la fecha de los comicios generales, los cuatros partidos políticos con mayores opciones —PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos— se han lanzado a ocupar un mismo espacio, el centro, en la convicción de que sólo así lograrán sumar más votos y situarse como opción preferida por un mayor número de personas.
Consultores y estrategas coinciden en afirmar que las elecciones se ganan desde el centro, y puede que tengan razón. Argumentan que aproximadamente el 40 por ciento de la sociedad formaría parte de este amplio colectivo, integrado por más mujeres que hombres, con un nivel formativo medio-alto, un tramo de edad situado entre los 35 y los 55 años, y mayoritariamente con empleo, aunque no siempre estable y bien remunerado. Son personas que se sienten alejadas de las posiciones de extrema izquierda y extrema derecha, que cuando tienen que definirse, en una escala de 0 a 10, apuestan por el 5, el 4 o el 6. Concretamente, según el CIS, en este espectro ideológico estaría representado el 41 por ciento de la población.
Así se explica que el PP se defina como centro derecha, el PSOE como centro izquierda, Ciudadanos como centro-centro y Podemos esté intentando acercarse tanto al centro, que ha terminado por alejarse de sus orígenes, abandonando los círculos y el debate participativo, que tanta ilusión generaron hace ahora exactamente un año. Estas cuatros formaciones políticas, que hacen grandes esfuerzos día a día para diferenciarse unas de las otras en sus comparecencias públicas ante los medios de comunicación, después, en la práctica, modulan sus discursos para convencer a las mismas personas, empleando para ello argumentos similares, en los que sólo caben ligeros matices.
Las ideologías se alejan de los orígenes
Sin duda alguna, nos adentramos de este modo en un círculo vicioso, en el que las ideologías o mueren o se debilitan hasta perder su razón de ser. Nunca como ahora las ideas y posiciones claras y firmes han sido más necesarias. Ser de centro es legítimo, como lo es sentirse de derechas, pero ser de izquierdas y reconocerlo debería ser, además, un motivo de orgullo, máxime cuando el empobrecimiento de la ciudadanía, la privatización de servicios públicos como la educación y la sanidad, o las altas cota de desempleo desmoronan cualquier atisbo de recuperación creíble, más allá de cifras macroeconómicas sin ninguna incidencia en la vida de las personas.
Todo ello sin mencionar la corrupción o el deterioro de un sistema que se llama democrático, pero niega la voz a las minorías y se muestra incapaz de escuchar las demandas de la sociedad. La campaña electoral constituye una buena oportunidad para exigir a las formaciones políticas que actúen con honradez y transparencia. Debemos instarles a que nos cuenten la verdad y pedirles que asuman sus compromisos por escrito y públicamente. No podemos resignarnos a líderes y mensajes prefabricados, que sólo quieren arañar votos, vengan de donde vengan, para que después gobiernen como quieran y con quien quieran. El centro sólo es una metáfora para justificar decisiones que imponen el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea de Angela Merkel. Que no nos engañen.
Podemos debería ser plenamente consciente de ello y no sumarse a una estrategia que le aleja de la nueva política, que aspiran a capitalizar, y le acerca, por el contrario, a todo aquello que habían denunciado hasta que la carrera por el poder se convirtió en su hoja de ruta prioritaria. La formación liderada por Pablo Iglesias ha dado por buenas medidas que lesionan la democracia y la participación política, como es la exclusión de Izquierda Unida de los debates electorales. Debo reconocer que me esta decisión me ha decepcionado más incluso que su presencia en la mesa convocada por el Gobierno de Mariano Rajoy para defender el llamado pacto antiterrorista contra el yihadismo, suscrito tras los terribles atentados perpetrados en París.
Es posible que esté equivocado y todo valga para ganar puntos en las encuestas y votos en las urnas; es posible también que me haya quedado anclado en el pasado y crea aún en las ideologías, aunque unos y otros se esfuercen por darlas por enterradas. No me gustan quienes se protegen bajo el paraguas del centro porque al final dan todo lo malo por bueno o, cuando menos, por necesario. Las élites políticas son las que más cómodas se sienten en este escenario. Saben que no se cuestionan los cimientos del modelo que urdieron en la transición. La campaña electoral pondrá, en evidencia, una vez más, que las ideas se supeditan a los mensajes, que éstos sólo buscan titulares, y los candidatos a presidente, todos hombres, por cierto, intentan convencernos de que en el centro está la verdad.
Democracia y transición energética
02/12/2015
Fernando Briones
Real Academia de Ciencias
La imparable irrupción en todo el mundo de un nuevo paradigma energético basado en los avances tecnológicos de las energías renovables y en la ya indiscutible urgencia de frenar el consumo incontrolado de combustibles fósiles, podría coincidir con la excepcional oportunidad para España, dentro de unos días, de una renovación democrática de nuestro sistema político que sea capaz, entre otras muchas cosas, de enfrentarse a la caótica, irracional e insostenible gestión de la demanda y de la producción de energía en nuestro país y tal vez, de abordar una esperanzadora transición energética.
Probablemente la actual situación sea consecuencia del modelo de capitalismo global y de la actual política neoliberal imperante en toda Europa en la que los conocidos mecanismos de lobby, corruptelas, financiaciones ilegales y puertas giratorias actúan con aparente libertad. Aunque todos los estados deben someterse a una normativa común en cuestiones de control de emisiones, respeto por el medio ambiente, eficiencia energética y cambio climático, España, obediente a su oligarquía, no ha contribuido siquiera a reducir su dependencia energética del exterior por importaciones de petróleo, gas y carbón ni tiene estrategia propia al respecto.
Las históricas relaciones del sector eléctrico español con la política son conocidas por todo el mundo pero, en los últimos tiempos, las privatizaciones, especialmente la absolutamente injustificada de una modélica Red Eléctrica del Estado, el absurdo sobredimensionado de la capacidad de producción, y los oscuros ajustes de tarifas contrarios a los intereses de los ciudadanos y de las empresas, incluidas las pymes, y en época de crisis, resultan poco explicables y alarmantes.
Un ejemplo curioso: A pesar de las limitaciones impuestas en las emisiones de CO2, nuestras veteranas centrales térmicas de carbón han ido aumentado fuertemente su consumo hasta llegar a generar ahora nada menos que un 25% del total de la producción eléctrica del país mediante una importación de carbón barato, de Rusia, Indonesia y Colombia, que ya cuadriplica el total de lo extraído en la península. Su cuota supera ya al 21% de todas las centrales nucleares y al 18% de los parques eólicos, mientras que varias centrales de gas de ciclo combinado, menos contaminantes, están paradas.
Por otro lado, no se hace nada serio para ir sustituyendo un sistema obsoleto y tercermundista de transporte de mercancías por carretera, y de pasajeros en las ciudades, basado fundamentalmente en el empleo de motores diesel altamente contaminantes, mediante la modernización y ampliación de la existente red electrificada de ferrocarril y la promoción del uso de vehículos eléctricos. Y ni siquiera se habla de cómo se va a reducir, dejándola a la iniciativa privada, una opresiva dependencia del exterior en todo el espectro de tecnologías de producción y gestión de la energía, que abarca desde las nuevas tecnologías hasta las de desguace y almacenamiento definitivo de los residuos nucleares. Un grave problema, este último, que se deja abierto para que lo resuelvan, o lo paguen, las generaciones venideras.
Recursos solares
España es indiscutiblemente el país con mayores recursos solares de toda Europa, a un coste de generación comercial por kWh del orden de la mitad que en Alemania. Tal vez por ello, las actuaciones del gobierno han sido fulminantes: acabar retroactivamente incluso con las subvenciones a costa de afrontar multitud de justas demandas, ya las pagaremos, de engañados inversores españoles y extranjeros, proponer a cambio un impuesto al autoconsumo y, en consecuencia, destruir toda la industria solar que había empezado a despegar en nuestro país. Empresas tan emblemáticas como Isofotón, que disponía de tecnología fotovoltaica propia altamente competitiva desarrollada íntegramente en España, han tenido que cerrar. Otras, como Abengoa, han intentado competir en el extranjero, sin éxito. Lo peor, se ha forzado la emigración, por no decir “el exilio o el paro”, de toda una generación de jóvenes ingenieros y científicos, bien preparados gracias a anteriores políticas progresistas en Educación y Ciencia, que desgraciadamente, han sido abortadas en estos años.
Obviamente, el sistema político en decadencia se ha ido alejando de los intereses de la sociedad civil y no ha tenido en cuenta sus necesidades ni las recomendaciones de los expertos y profesionales de los distintos sectores que la integran. Solo una democracia renovada, fuertemente imbricada en el pueblo, puede poseer la vitalidad y la resistencia necesarias para abordar una recuperación del desastre. Afortunadamente, convergen ahora nuevos datos objetivos y algunas circunstancias internacionales favorables que permiten un optimismo, precisamente ligado a desarrollo de una política energética de transición a las energías renovables.
Irrupción de las tecnologías energéticas
En primer lugar, la mencionada irrupción, ya irreversible, de nuevas tecnologías energéticas cuya viabilidad técnica y económica junto a su compatibilidad con el medio ambiente y sostenibilidad a largo plazo son ya la base del llamado nuevo modelo energético: La generación eólica, la captación fotovoltaica eficiente y económica de energía solar, la acumulación reversible de energía eléctrica mediante bombeo y nuevos conceptos de baterías, super-condensadores y nano-materiales. Como consecuencia de estos desarrollos, se hace finalmente viable y rentable también la producción y comercialización en gran escala de vehículos eléctricos de todo tipo que, estamos seguros, van a ir sustituyendo paulatinamente a los de motor de explosión.
En segundo lugar, las excepcionales características climáticas y orográficas de la península Ibérica y la disponibilidad de embalses y centrales ya operativas, con enorme capacidad de reserva de agua y con un desnivel medio de más de 500 metros entre las cuencas de captación de lluvia sobre la meseta y la desembocadura de los ríos, suponen una ventaja única en Europa para la acumulación de energía eléctrica a escala de la red. Por cierto, las centrales hidroeléctricas aprovechables para bombeo, están ya interconectadas en la Red Eléctrica y su capacidad de acumulación reversible influye muy positivamente en la gestión y estabilidad de la misma y en el mantenimiento de mayores reservas estacionales de agua.Recordemos que una gran parte de los embalses se construyeron en su día, a costa de un gran esfuerzo público, con el objetivo declarado de “combatir la pertinaz sequía”, no de enriquecer a algunos.
La producción fotovoltaica de electricidad, con un considerable aumento en los últimos años, gracias a la I+D, del rendimiento de los paneles solares y la moderación de sus costes, resulta ya perfectamente compatible con explotaciones agrícolas y ganaderas de tipo dehesa, por ejemplo, y permite doblar sus beneficios económicos. En Almería, donde se explotan intensivamente unos 350km2 de invernaderos, nuevos paneles fotovoltaicos adaptables a las condiciones invierno/verano permitirán combinar eficazmente la producción agrícola con la eléctrica.
Más aún, si atendemos a datos reales procedentes de desarrollos equivalentes en otros países como Alemania y EE UU, el número de nuevos puestos de trabajo, directos e indirectos que se pueden crear en España mediante la adopción progresiva de estas tecnologías, se estima en, como mínimo, del orden de 100.000 por año. Casualmente, esta importante demanda de recursos humanos coincide con la disponibilidad de una entera generación de jóvenes, bien preparados gracias a anteriores políticas expansivas en Educación y Ciencia.
¿De donde va a salir el capital necesario? En primer lugar, una democracia real imbricada en una sociedad civil productiva es ideal para inspirar confianza a cualquier inversión productiva. Por otra parte, las energías democráticas distribuidas y autogestionadas por sus propietarios, se financian bien mediante créditos directos, de tipo hipotecario casi siempre que ofrecen a los inversores buenas garantías de pago de intereses. Las excepcionales características de la península Ibérica, también para la explotación en gran escala de las energías renovables, resultan ahora muy atractivas para algunas empresas extranjeras del sector energético. Pues bien, resulta que ahora podemos estar todos frente a una oportunidad única.
El 20-D: Una oportunidad que se puede malograr
01/12/2015
Carlos Berzosa
Catedrático emérito de la Universidad Complutense. Presidente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
Las próximas elecciones generales están levantando muchas expectativas. Se esperan cambios significativos para acabar con la vieja política que se encuentra muy desprestigiada. En realidad nunca pensé que se podía caer tan bajo. La incompetencia de gran parte de los líderes políticos con capacidad de decisión, así como el bajo nivel cultural, intelectual y de razonamiento que ponen de manifiesto cada vez que hablan son un reflejo de la devaluación que ha sufrido la política en nuestro país y con ello también las instituciones.
Lo más grave, sin embargo, es la corrupción que se encuentra tan extendida y que corroe a todo el sistema. No se trata de casos individuales como se pretende decir por los dirigentes políticos cuando afecta a alguien de su partido, sino que es una corrupción basada en tramas, vinculadas a financiaciones irregulares de las formaciones políticas, enriquecimientos ilícitos y abusos de poder. El PP y Convergencia son los más infectados por este mal, pero también el PSOE.
La gravedad de la situación es de tal calibre que hechos de esta naturaleza tendrían que haber supuesto dimisiones de los responsables, aunque ellos no estén implicados directamente. Financiación ilegal, existencia de cajas b, sobresueldos sin pagar impuestos ni a la seguridad social, tráficos de influencias, cobros de comisiones, fraude a hacienda, son hechos que resultan realmente tan escandalosos, que hacen más necesario que nunca una regeneración democrática e impulso a una democracia real.
Así que, mientras los medios de comunicación nos hablan de millones de euros que han cobrado personas abusando de su poder que se lo llevan a paraísos fiscales, se hacen recortes en sueldos a personal sanitario, educativos, de servicios sociales y de investigadores.
Manos corruptas
Se ha ido creando un comportamiento en donde los comisionistas han actuado impunemente durante demasiado tiempo perpetrando un robo a los ciudadanos, lo que supone una pérdida de ingresos públicos y encarecimiento del gasto en obras públicas y viviendas, entre otras muchas cosas, al tiempo que se penaliza a trabajos necesarios y productivos.
Lo que está sucediendo plantea una gran pregunta ¿en manos de quién estamos y hemos estado sin enterarnos? La respuesta es clara: en manos de demasiados corruptos e incompetentes, aunque afortunadamente hay muchos caso de honradez y buen hacer. No es mi intención condenar a todos los políticos ni mucho menos, sino a todo un sistema que ha fallado en el control y en la detección a tiempo de todo ello, lo que ha afianzado la impunidad de seguir actuando de la misma manera durante demasiados años.
Desde luego este cambio no los pueden hacer los corruptos o los responsables de un sistema que ha fallado claramente y responsables de partidos con corrupción. Ha habido demasiadas complicidades, silencios que han engordado esta pelota que han debilitado a las instituciones, han cuestionado la credibilidad de dirigentes, que deben ser los que velan por el cumplimiento de las leyes y han sido los primeros en incumplirla y encima dar discursos de ética. La hipocresía y falsedad han dominado en la política en los últimos tiempos.
Podemos, fuerza cambiante
El cambio es más necesario que nunca para acabar con tanta basura que están dejando, y con los daños causados por las políticas de austeridad. Ahora bien, lo importante es determinar quienes pueden ser los agentes de ese cambio. El malestar con los recortes, las distintas mareas que se dieron, no fueron aprovechadas por ninguna fuerza política e Izquierda Unida que era la que mejor estaba situada para hacerlo no fue capaz, prisionera de aparatos anquilosados, de guerras internas y de mirar demasiado hacia dentro y no hacia fuera preocupándose por los intereses de los ciudadanos.
Fue Podemos quien tuvo la capacidad de conectar con ese malestar existente en gran parte de la población y de ahí su gran ascenso, como una esperanza de cambio y transformación. Hay que dar las gracias a Podemos por lo que ha hecho, ser capaz de remover las aguas estancadas y malolientes de la política española.
No obstante, esa fuerza motora de cambio y con capacidad de remover lo caduco ha sufrido un desfondamiento en los últimos meses, si nos atenemos a los resultados que dan las encuestas sobre lo que puede pasar el 20 de diciembre, que no son muy alentadores. Los sondeos electorales en los últimos tiempos fallan bastante, y como todavía hay un sector importante de indecisos es posible que las cosas sean distintas. De lo contrario la esperanza de un cambio puede verse malogrado.
Con ello también el fracaso de una sociedad, pues se debe luchar para llevar a cabo una regeneración democrática, sembrar las semillas para un cambio de modelo productivo más equitativo y sostenible, en el que la igualdad de género sea una realidad.
Habrá cambio cuando la izquierda vaya en serio
01/12/2015
Agustín Moreno
Profesor de instituto, miembro de Marea Verde y actualmente diputado de Unidas Podemos en la Asamblea de Madrid
Durante la legislatura del Partido Popular se ha aplicado el mayor ajuste social en tiempos de paz. Se han devaluado los salarios, la reforma laboral abarata y descausaliza el despido, aumenta la precariedad del empleo, se deteriora la sanidad y la educación públicas, hay desahucios masivos y siguen las privatizaciones. La protesta social se ha criminalizado con un duro recorte de libertades ciudadanas.
El gobierno se ha ingerido en las instituciones y en la judicatura. Se ha creado un serio problema con Cataluña por no abordar un nuevo modelo territorial y prohibir el derecho a decidir. Una viscosa corrupción salpica al país. La suma de todo ello es una deslegitimación del sistema democrático.
Así las cosas, lo único que está claro es la necesidad imperiosa del cambio, aunque quizá no tanto el tipo de cambio. Pero parece que la suerte está bastante echada de cara al 20-D y si no hay fuerza, estamos hablando de músicas celestiales. Viendo estos días el documental Cuando las gotas hacen lluvia, del Colectivo Miradas, se toma conciencia del alto nivel de movilización habida (mareas, la PAH, alguna huelga general y luchas obreras contra los ERE´s…).
Con estas luchas parecía al alcance de los votos echar al PP, revertir los recortes e iniciar un proceso constituyente: no iba a haber impunidad para los responsables de la política antisocial. Hace un año había la expectativa de un cambio político profundo. El PP se estaba desplomando y el PSOE carecía de credibilidad en la memoria del electorado. El bipartidismo se resquebrajaba. Fue lo que dio en llamar “una ventana de oportunidad”, asociada a una nueva fuerza emergente –Podemos- que canalizaba el impulso de la indignación ciudadana.
Pero las fuerzas conservadoras actuaron con más eficacia que los defensores del cambio y se ha modificado el terreno de juego. El PP para evitar la sangría ha aplazado nuevos ajustes exigidos por la troika, una nueva reforma laboral y la posible entrada en la guerra contra Daesh. Empresas del Ibex lanzaron la operación Ciudadanos (C´s) a nivel estatal.
El PSOE renovó su oferta electoral, más atentos al marketing político que a reformas de calado. Podemos modera su programa en busca de un centro político muy ocupado, lo que unido con los problemas de gestión interna, produce cierto desinflamiento. Izquierda Unida sigue con sus crisis, no siempre bien resueltas (Madrid), y sin despegar electoralmente a pesar de su apuesta por la renovación con Alberto Garzón.
Los sondeos no son favorables al cambio
A fecha de hoy los sondeos no son favorables al cambio. La proyección que a mediados de noviembre hizo Público, indica que ganaría el PP, seguido de C`s y PSOE. Podemos e IU serían la cuarta y quinta fuerza y, aunque sumarían más votos que C´s y PSOE, solo sacarían la mitad de diputados por la ley electoral. Sin embargo, juntos se convertirían en la segunda fuerza política, doblarían el número de escaños, harían que la izquierda recuperase la ilusión y entrarían a disputar la victoria. Ahora mismo está muy lejos de ello. Aunque Podemos hable de remontada, está reconociendo que las cosas están feas y se ha perdido impulso. Si la campaña no cambia las tendencias, tras el 20-D puede salir un nuevo gobierno del PP, con el apoyo de C´s, la fórmula aplicada en la comunidad de Madrid.
La izquierda tiene que ser consciente de que ha cometido dos graves errores. Por un lado, abandonar la movilización y no haber creado un clima de participación ciudadana en torno a un programa transformador de mínimos. La propuesta que ha estado trabajando el Frente Cívico con una serie de movimientos sociales podría haber servido de base. Recogería cuestiones como: derogación del artículo 135 de la Constitución; auditoría pública de la deuda; SMI de 1.000 euros; pensiones no por debajo del SMI; prestación a todos los parados; derogación de las reformas laborales de 2011 y 2012; derecho a la vivienda y fin de los desahucios con la trasposición inmediata de la Directiva 93/13/CEE; aumento del gasto en educación hasta el 7% del PIB y derogación de la LOMCE; derecho a la salud y derogación del Real Decreto-ley 16/2012; no a la ley mordaza y a la reforma del Código Penal…
Por otro, su incapacidad para presentarse unida a las elecciones generales. Las elecciones se ganan con propuestas y líderes, pero también con emociones y matemáticas. Hay sectores de la izquierda con cierta desmoralización o falta de ilusiones y la división impide optimizar los votos en todas las circunscripciones. Solo cuando la izquierda aprenda la lección de que sin unidad está perdida, podrá aspirar al cambio.
La hegemonía gramsciana no se consigue desplazándose hacia el centro, hacia las clases medias, o con un discurso adecuado a lo que las gentes menos conscientes quieren oír. En cualquier caso, votaremos y seguiremos peleando por la justicia social y el cambio político que la haga posible, pero probablemente tras el 20-D habrá que llegar a aquella conclusión que decía Cortázar: “nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.
Hacia una ciudad próspera. Un modelo responsable y sostenible
01/12/2015
José Manuel Calvo
Concejal de Desarrollo Urbano Sostenible. Ayuntamiento de Madrid
La llegada de los gobiernos del cambio a los Ayuntamientos de las principales ciudades trajo una ola de ilusión y de esperanza capaz de superar el hastío y el descrédito que desprendía hasta entonces la política institucional. En Madrid, tras más de dos décadas de gobiernos del Partido Popular, la ciudad celebraba a una nueva alcaldesa, Manuela Carmena, cuya victoria reflejaba la necesidad de poner en marcha una política responsable y alternativa a la que se venía aplicando durante los últimos años.
Pinchada la burbuja inmobiliaria y, poco después, la olímpica, Madrid era una ciudad sin proyecto. El modelo de expansión descontrolada y de grandes eventos no solo mostraba ya síntomas evidentes de agotamiento sino que había dado lugar a una ciudad más desigual, más segregada y más hostil con sus habitantes.
El crecimiento urbano llevado al límite de la capacidad del territorio; la desordenada movilidad, responsable de congestión y contaminación; la desaparición de las políticas públicas de vivienda, que han dejado al mercado privado como único proveedor; la privatización de la práctica totalidad de los servicios municipales, y un largo etcétera, son expresiones concretas de una agenda neoliberal que ha convertido Madrid en una urbe hecha a medida de los intereses y beneficios de los privilegiados. El resultado ha sido la pérdida de derechos, el bienestar y la calidad de vida de los madrileños. Una ciudad hostil, en la que se hace cada vez más difícil vivir y convivir.
El Gobierno de Manuela Carmena propone una ciudad de progreso, moderna, abierta, limpia y sostenible. Su propuesta se construye a partir un compromiso claro: defender un modelo propio y diferente de ciudad, articulado sobre la sostenibilidad ambiental y económica, la justicia social y territorial. El modelo del cambio que desde la responsabilidad que no deje fuera a nadie.
En materia de desarrollo urbano, esto se traduce en una decidida apuesta por la regeneración y mejora de espacios públicos y edificios. Un nuevo modelo de Desarrollo Urbano que prioriza la rehabilitación sobre la obra nueva e implementa medidas de adecuación energética, a fin de reducir el consumo y lograr una optimización de los recursos. Para ello, hemos puesto en marcha tres programas estratégicos.
Un programa de regeneración de zonas urbanas vulnerables que atienda prioritariamente a aquellos barrios que presentan síntomas de vulnerabilidad y requieren una actuación coordinada e integral que sea capaz de frenar su degradación y les permita recuperar un papel activo en el conjunto de la ciudad.
Un programa de rehabilitación y eficiencia energética para avanzar en un cambio del comportamiento energético de la ciudad a través de la mejora integral de los sistemas energéticos que dan soporte a sus edificios –públicos y privados, residenciales, productivos, de servicios y equipamiento– considerando las escalas más adecuadas desde las que afrontar este reto.
Un programa de revitalización y mejora del espacio público y la movilidad destinado a cualificar y estructurar los espacios libres de la ciudad –sus calles, plazas, corredores verdes y parques– para favorecer su habitabilidad y su calidad paisajística, además de avanzar hacia una movilidad sostenible de proximidad, con atención a las necesidades específicas de los diversos grupos sociales.
Cada uno de ellos y los tres de manera combinada están ya suponiendo ventajas tangibles que los ciudadanos están ya disfrutando, como las ayudas económicas a la rehabilitación, los programas de ayuda a las zonas prioritarias para la rehabilitación, o el desbloqueo de algunos proyectos urbanísticos tantos años parados.
Con ello estamos superando el viejo modelo basado en grandes actuaciones urbanísticas –que, en ocasiones, terminan como la Ciudad de la Justicia– en favor de un Gran Proyecto de regeneración urbana orientada a garantizar el bienestar de los ciudadanos, la revitalización de los barrios y el reequilibrio geográfico como garantes de la cohesión territorial y la inclusión social.
Sin embargo, también somos conscientes de que las ciudades no se cambian de un día para otro. Gobernar también es conjugar derechos adquiridos e intereses creados con las legítimas demandas ciudadanas. En Madrid, después de 25 años de políticas del Partido Popular, recibimos una herencia que, en ocasiones, dificulta y ralentiza la construcción de lo nuevo.
No se trata de una excusa sino de un hecho. Y es que no se pueden remunicipalizar de un día para otro todos los servicios que se han privatizado. Ni a nuestra llegada se han extinguido los contratos integrales de servicios. Tampoco ha quedado disuelta la estructura burocrática y piramidal de la Administración. Por supuesto, las leyes, algunas injustas, que rigen nuestro ordenamiento jurídico aún no se han derogado. Pero en estos escasos seis meses de gobierno hemos comenzado a sentar las bases de este nuevo modelo de ciudad, el nuestro. El modelo de la responsabilidad, la modernidad y la convivencia. El Madrid de Manuela Carmena.
No hay atajos ni soluciones mágicas. Pero tenemos la decisión, la obligación y la responsabilidad de Gobierno. Un nuevo modelo de ciudad es garante de desarrollo en justicia y convivencia. En estos seis meses hemos cambiado muchas cosas y todavía quedan muchas otras por cambiar. No tenemos mochilas ni hipotecas. El cambio está en marcha.
Cambio, recambio y autoritarismo
01/12/2015
Fernando López Agudín
Periodista
Pese a que el reloj de la historia carece de manecillas, cabe afirmar que pocas oportunidades de cambio van a poder presentarse a corto y medio plazo si el movimiento popular no logra el cambio democrático que demanda hoy la inmensa mayoría de la sociedad española. Porque entre las próximas urnas del 20 de diciembre y las que se abran posteriormente, tras la inevitable convocatoria anticipada de elecciones, la nueva legislatura será la más breve desde hace cuarenta años.
España se juega asentarse como una democracia o retrotraerse a un sistema autoritario, dado que el recambio que se prepara es el camino recto a una democracia recortada. O la grave crisis del Estado español encuentra una respuesta democrática o entrará en una espiral política involucionista. Tanto más acusada, cuanto más tenso sea un horizonte internacional que, por el momento, no lleva camino de encauzarse sino de agudizarse mucho más.
La transición del capitalismo renano al capitalismo americano, basada en la liquidación del Estado del Bienestar, además de las luchas entre las grandes potencias derivadas de la depresión del 2007 -el conflicto de Oriente Medio no es más que su primera expresión- configuran un inquietante telón de fondo nada favorable a la renovación democrática. Una vez más, como ocurriera en 1931, nos vemos envueltos en los peores vientos de la historia en el momento más crítico de nuestra historia desde la II Restauración de los Borbones.
Las asignaturas pendientes, todas heredadas del tipo de salida de la dictadura del general Franco, revientan simultáneamente tras décadas de no haber sido abordadas. Ninguna se salva. La crisis económica desvela la ausencia de un modelo productivo ajeno al binomio construcción-turismo; la constitucional muestra la descarada relegación del gasto social; la territorial señala que seguimos aún sin un modelo que reconozca la pluralidad nacional del Estado español; la europea refleja el increíble euroilusionismo en el que ha vivido irresponsablemente toda nuestra clase política; la internacional denuncia la inexistencia de una política nacional que apueste por la paz renunciando a la guerra – tal como recogía la Constitución republicana- como instrumento de una política exterior; y, por último, la crisis institucional evidencia el muy serio deterioro de todos los órganos estatales. Finalmente, la deuda nos resitúa como un país subordinado a una gran potencia europea que vuelve por sus fueros históricos, a través de una Unión Europea subordinada a su vez a los poderes financieros. Por si fuera poco, todo este panorama está coronado por una insoportable corrupción partitocrática desplegada por los cuatro puntos cardinales políticos.
De las cuatro principales fuerzas políticas que concurren a las elecciones del próximo 20 de diciembre, según recogen todos los sondeos preelectorales, tres coinciden básicamente en una misma política a la hora de afrontar cada una de estas tareas. Pese a todos los matices que se busquen, que existen, Partido Popular, Ciudadanos y Partido Socialista Obrero Español enfocan cada una de estas cuestiones desde un mismo denominador común. Sea la deuda, Cataluña, la economía, las instituciones o la paz, PP, Cs y PSOE no divergen en lo sustantivo. Sólo una fuerza, ajena a este triángulo isósceles, se atreve a afirmar que la mayoría de los españoles podemos imponer otra política diferente. No es un dato baladí, las dos principales formaciones de la derecha y una con una base electoral de izquierda apuestan, hoy por hoy, por un mero recambio en lugar de un cambio democrático con la esperanza de estabilizar una situación agotada que hace agua por los cuatro costados.
Bien mirado, el escenario electoral únicamente tiene dos opciones socioeconómicas. La trinidad nada santa de la reforma del 135 de la Constitución, que ha ilegalizado a Keynes, y la nueva socialdemocracia. O sea, tres en una, que sintonizan con la melodía del Ibex-35, y una con la partitura social.
De estas coincidencias se desprende el gobierno que saldrá de las urnas según todas las encuestas que únicamente divergen en los porcentajes de votos, pero nunca sobre las tendencias. Sea cual sea la fórmula, la alianza o coalición sobre que se pueda sustentar o presidente que la encabece, el continuismo socioeconómico será su contenido. No sólo será un mero recambio de cromos políticos diestros sino que intentará, sobre todo, impedir un hipotético giro del PSOE hacia el movimiento popular e integrar a Podemos en las instituciones a fin de neutralizar una firme oposición democrática que trabaje en la elaboración de una potente alternativa de cambio. Porque las contradicciones del previsible gobierno PP-Cs, al manifestarse en casi todos los capítulos menos el económico, van a obligar a la derecha tradicional a intentar contar con posibles socios alternativos a la nueva derecha de Ciudadanos.
Sobre todo en un escenario tan inestable y provisional como el que va a abrirse en 2016. De hecho, tiene todas las trazas de ser un gobierno provisional de la derecha tendente a imponer su hegemonía en los inevitables reformas a realizar dentro de los límites marcados por el liberalismo, con el prefijo neo o social, y por la intervención de la potencia de turno, alemana en esta ocasión, sobre la soberanía española.
Así las cosas, el PSOE es hoy el principal campo de batalla entre el cambio y el recambio. Pese a que continúa en caída libre, el socialismo va a seguir siendo, en esta etapa, una relativa fuerza en el seno de la izquierda que el movimiento popular tiene que conseguir atraerse. El relevo generacional, la correlación de fuerzas políticas, la agudización de la crisis social y las inequívocas raíces populares del socialismo, pueden desembocar en un nuevo giro socialista como el que dio Zapatero siempre y cuando Podemos, la fuerza decisiva de la izquierda, sepa combatir el sectarismo izquierdista. No es nada imposible que dirigentes actuales u otros que acaben surgiendo, resitúen a los socialistas junto a sus bases electorales. El hundimiento del bipartidismo, la presencia de una sigla como Ciudadanos que atrae el voto centrosocialista, más la probable tensión social, llevarán al PSOE tras las elecciones a una bifurcación de la que va a depender su futuro.
Su opción, entonces, será determinante. Tanto en la dirección del cambio como en la del recambio porque, conviene no olvidarlo, los socialistas no están nada habituados a mantener relaciones de igualdad con el resto de la izquierda, que hasta ahora acababa siendo fagocitada por la Casa Común o más tarde por la Causa Común. Nunca en el PSOE se han encontrado en la situación en la que hoy está, y esa novedad encierra tantos elementos positivos como negativos a la hora de plantearse su vuelta, como el hijo pródigo, a la izquierda que en mala hora abandonó.
Terminar con esa copla -sin el PSOE o con el PSOE los males de la izquierda no tienen remedio- es tarea sobre todo de la nueva fuerza emergente que debe ser doblemente responsable. Por ella misma y por los socialistas. Si el socialismo no cambia de rumbo, se impondrá ese recambio hegemonizado desde, por y para la derecha.
Pero para poder abordar el cambio de los socialistas- premisa indispensable para ofrecer una política de cambio en la sociedad española- Podemos deberá reforzarse como partido superando no pocas de las enfermedades políticas infantiles con la que nació. Su influencia, ya muy importante, se incrementará notablemente en la misma medida que sepa convertirse en el eje políticoteórico de toda la izquierda.
Reintegrar a los socialistas en el movimiento popular, coordinar las izquierdas nacionalistas vasco, catalana y gallega con la española y ayudar a superar la tentación grupuscular aún existente en alguna sigla que parece olvidar que ya Trotsky criticaba duramente al POUM de Andrés Nin por negarse a insertarse en las grandes organizaciones.
De su correcta resolución depende que la involución que amenaza a la sociedad española pueda concretarse o no. El recambio que probablemente se impondrá el 20 de diciembre es inviable dado que se define como contrario a abordar los problemas desde una perspectiva democrática real. Ni la cuestión catalana, ni el pago de la deuda, ni la paz, ni la credibilidad institucional, pueden encontrar una salida al margen o contra cada una de reivindicaciones sociales específicas.
Su inviabilidad conducirá a una gradual dinámica autoritaria, salvo que el movimiento popular, una vez superadas sus propias contradicciones internas anteriormente esbozadas, sepa presentarse a la sociedad española con una alternativa basada en el cambio democrático.
La respuesta a crisis global que vive el Estado español, que resume tanto un pasado irresponsable como prefigura un futuro incierto, exige poner coto a los viejos demonios históricos siempre presentes en la historia de España. Aquí y ahora el cambio no reside tanto en avanzar como, sobre todo, en no retroceder.
Mientras llega el 20D
01/12/2015
Pedro Chaves
Politólogo, investigador especializado en la UE
Las elecciones del 20D cerrarán el ciclo de movilizaciones y protestas inaugurado por el 15M y expresarán su capacidad de representación política. A partir de esa fecha se abre otro escenario social y político, novedoso porque parece aventurarse que por primera vez desde la transición política, el gobierno del país descansará, necesariamente, sobre una coalición de partidos. Y también porque la emergencia de nuevas fuerzas y la desaparición o minorización de otras puede crear una nueva dinámica política.
La subversión del imaginario político producido por las movilizaciones más importantes de nuestra historia reciente ha tenido un impacto indiscutible en el modo en el que ha sido leída la crisis política y el reparto de responsabilidades por la misma. No obstante, el desplazamiento ulterior de la centralidad del debate hacia temas que responsabilizaban de modo genérico a las élites por la situación (casta y corrupción) disminuyeron el potencial de cambio de la agenda del 15M y han permitido un reposicionamiento de las clases dirigentes que, todo parece indicar, serán las que gestionen el día después de las elecciones.
Frente a la ilusión imaginada de que se abría un proceso de cambio, prácticamente imparable, que subvertiría el régimen político instaurado tras la transición y que permitiría la apertura de un proceso constituyente —o algo así—, la realidad es que lo que parece va a ocurrir es una recomposición política dentro de los bloques de la derecha y de la izquierda. Una recomposición cuyo saldo será una ampliación de la representación electoral de los partidos del sistema en relación con las perspectivas iniciales.
Crisis del bipartidismo
Es decir, que si la crisis del bipartidismo se había colocado como una condición del cambio de régimen, observamos ahora que, siendo cierta la pérdida de representación de los dos grandes partidos del panorama político español desde la transición, emerge una nueva configuración pro-sistema que mejoraría los resultados del bipartidismo de las últimas elecciones. En efecto, en el momento actual la suma previsible de votos de PP+Ciudadanos+PSOE supera ampliamente el 60%, mientras que las fuerzas del cambio, es decir, las fuerzas políticas que apuestan por una agenda de cambio real, apenas superan el 20% de los votos.
A estas alturas, sumar las expectativas de voto de Ciudadanos y Podemos como ejemplo de la alteración sustancial del panorama político es un error inducido por una lectura muy parcial de lo ocurrido en nuestro país. Si la cuestión fundamental era organizar una propuesta política en condiciones de modificar el régimen consolidado desde la transición y llevar adelante una agenda de cambio, es posible afirmar en el momento actual que esa expectativa está ampliamente superada por la realidad.
De hecho, Ciudadanos se ha convertido en el referente de los elementos «despolitizados» que incorporaba la agenda del 15M: lucha contra la corrupción y denuncia de los privilegios de las elites.
Hacer un relato realista puede parecer derrotismo pero me parece un sano ejercicio de reflexión de cara al día 21D.
Esperanza de la izquierda social y política
No obstante, las evidencias de cara al 20D deberían ayudarnos a reconsiderar una estrategia de acumulación de fuerzas para intentar, al menos intentar, cambiar las cosas en el medio plazo. La expectativa y la ilusión por el cambio pueden sufrir una decepción el 20D pero los resultados no agotarán la reserva de esperanza de la izquierda social y política por pensar que se puede dar la vuelta a la situación.
Einstein decía que la definición más apropiada de la locura era aquella que se refería al proceso mental según el cual haciendo siempre y repetidamente las mismas cosas, alguien espera que, no obstante, haya algo que cambie.
Pues bien, si después de las elecciones persiste el empeño por imaginar que el proyecto del cambio político debe sustentarse en propuestas superadoras del eje izquierda-derecha; o en fórmulas contrastadas de partidos que siguen afirmando su condición de vanguardia parasitando estructuras de representación plurales; o en prácticas político-culturales más propias del espectro persistente de Stalin, entonces deberíamos convenir en que algún tipo de locura asuela nuestro ecosistema político.
Pero hay razones, y muchas, para imaginar que puede abrirse un proceso constituyente de la izquierda transformadora, un proceso inclusivo, participativo que dé como resultado una nueva fuerza política tan indiscutiblemente vinculada a la izquierda como necesitada de nuevas prácticas, nuevos liderazgos y nuevas propuestas. Una propuesta que tenga en cuenta la situación confederal de la representación de la izquierda -a fecha de hoy- en el conjunto del estado. Esto significa convenir en que habrá varios centros posibles en condiciones de favorecer una iniciativa de estas características.
Y esta condición confederal remite no solo a la diversidad geográfica y política de la representación, también a la ideológica y organizacional. Mucha geometría variable y mucha mano izquierda para gestionar un proceso cuyo horizonte debe ser presentar a la sociedad española una alternativa política en condiciones de ser creíble y competitiva para las próximas elecciones locales y autonómicas. Las diferentes mochilas deben ser un importante activo en este proceso, no un impedimento.
Movilización y resistencia
Y entre tanto, una propuesta construida sobre la recuperación de la movilización social y de la articulación de las redes que persisten en su capacidad de propuesta y resistencia después de lo que ha llovido.
La campaña electoral será importante, sin duda, la masa de indecisos que a fecha de hoy no han decidido, todavía, a quien votar, pueden producir, aún, algunas sorpresas. Pero los parámetros generales en los que van a poder ser interpretados los resultados parecen muy consistentes.
Hay buenas razones para ser optimistas después del 20D a condición de no repetir los pasos que nos han extraviado y confundido y que han entregado a otros la antorcha del cambio. No se trata de buscar responsabilidades para regodearnos en la melancolía, se trata de pensar en grande. La famosa ventana de oportunidades sigue parcialmente abierta, pero como en los cuentos, una vez se cierre ignoramos los empeños y sufrimientos necesarios para poder reabrirla.
El 20-D empieza todo. Cambiar para vivir sin miedo
30/11/2015
Manuel Garí
Economista ecosocialista
Las fuerzas del cambio se encuentran ante la misma tesitura que Daniel Lefebvre, el director de la escuela infantil en un barrio marginal de un pueblo francés devastado por la crisis, la rapiña capitalista, la ineficiente rutina de los viejos sindicatos y partidos políticos, y el abandono distante de las instituciones políticas diseñadas para contener el conflicto social y no para solventar los problemas de las gentes.
El maestro es el personaje principal prosaicamente heroico de una excelente película de Bertrand Tavernier cuyo título –Ca commence aujourd’hui– parafraseo parcialmente en el del artículo al que añado el subtítulo que resume los objetivos del cambio que, en mi opinión, necesitan en 2016 las clases subalternas y los pueblos del Estado español: vivir sin miedo.
Vivir sin miedo al paro, a perder la casa o la salud, a la guerra, el terror y la violencia –sea de género o institucional-, a no llegar a fin de mes, a gobernantes que deciden sobre nuestra existencia sin pedirnos opinión, a leyes mordaza y derechos menguantes de un Estado crecientemente autoritario, a unos tribunales que impiden la libre autodeterminación de los pueblos, a una UE cortada a la medida de los bancos, a un TTIP que da todo el poder a las multinacionales y se lo quita a los pueblos, a un cambio climático que de no detenerse traerá hambrunas, sufrimiento y conflictos. No es pedir mucho, son cosas sencillas las que configuran ese vivir sin el miedo que hoy atenaza a millones de personas en nuestra sociedad. Cosas sencillas que afectan a la gente y la gente entiende, cosas alejadas de los juegos de palabras vacías que rellenan tantas páginas y presiden tantos debates propios de las élites ilustradas y politizadas pero alejadas de la gente.
El tiempo que vivimos
Estamos desde hace años ante una crisis del régimen limitada pero real, expresada en la pérdida de credibilidad y legitimidad de los partidos (PP y PSOE) que han aguantado en comandita el arco de bóveda de la Constitución post franquista y de las políticas neoliberales de la Unión Europea. El 15 M abrió un ciclo de movilización social sin el que no se puede entender ni la impugnación de los partidos del sistema ni la aparición de las nuevas fuerzas políticas. A la par fue creciendo la movilización de masas por la independencia en Cataluña tras las reiteradas trabas de los aparatos del régimen al derecho a decidir.
Estado de movilización social que en ambos casos cedió y dio paso a la ilusión y esperanza en la acción institucional que ha crecido durante el ciclo electoral que, en lo fundamental, se cierra el 20-D. Movilización que también supuso un proceso de politización masivo que alienta un ciclo político que no culminará el 20-D y que muy probablemente seguirá operando tanto en los próximos comicios de la Comunidad Vasca y en Galicia, como en los muy posibles comicios bis en Cataluña y también durante una legislatura post 20-D de las Cortes de equilibrios inestables.
Y, por supuesto, operará de nuevo en las calles si el movimiento social logra recuperar su autonomía y voz propia y deja de estar a la expectativa de lo que ocurra en la esfera electoral y de actuar por persona interpuesta. Desde 2011 se ha abierto y cerrado un ciclo de movilización social y otro electoral, pero el ciclo político general sigue abierto. Podemos, las candidaturas de unidad popular y los gobiernos municipales por el cambio son los agentes políticos que pueden impulsar el cambio con mayúsculas.
¿Qué cambio?
¿Qué entendemos por el mismo? ¿Qué contenidos lo sustancian? ¿Cómo los determinamos, escogemos y priorizamos? Para responder a estas cuestiones opino que debemos partir de un diagnóstico -obligadamente subjetivo- del “estado de la cuestión” a partir de las herramientas analíticas disponibles y establecer propuestas sobre el cambio necesario. El 25 de octubre de 2014, en un artículo titulado Un país por rehacer [http://www.publico.es/552432/un-pai…] publicado en este mismo medio al calor de la Asamblea Ciudadana de Podemos en Vista Alegre, afirmé que “Tenemos el mismo dilema que ante la casa en ruinas. Tapar las grietas o construir de nuevo. Cambiar la Constitución o cambiar de Constitución. Remozar caducas fórmulas -neoliberales o keynesianas- o buscar urgentemente nuevas alternativas no capitalistas.” En esa contexto propuse que “La hoja de ruta por tanto tiene cuatro elementos: victoria electoral, movilización y poder popular, programa de ruptura democrática y de mayoría social y un gobierno a su servicio, capaz de concitar una nueva Constitución”.
¿Ha cambiado algo desde entonces en la situación de las clases subalternas o en el seno del propio régimen? No, en absoluto. Pero sí que ha habido modificaciones en el plano subjetivo. Eran los tiempos en los que existía una perfecta correlación entre propuesta y apoyo electoral a Podemos. Entre la radicalidad democrática y social del discurso anti neoliberal de Podemos que configuró una nueva transversalidad política en torno a los problemas centrales que afectaban a la mayoría social y la intención de voto a la nueva formación expresada en las encuestas que llegaron a situarla como primera o segunda fuerza en las elecciones legislativas. Posteriormente el sector populista de izquierdas transformó el proyecto Podemos en mera máquina de guerra electoral y la búsqueda de El Dorado electoral, el mítico centro político.
Ello comportó importantes giros y bandazos en el discurso y el programa, situando como contradicción más relevante la existente entre lo “viejo y lo nuevo” o dejando de lado gran parte de las propuestas insertas en el ADN de la formación, derivando hacia propuestas regeneracionistas acompañados de pérdida de frescura y mayores dificultades para la participación activa democrática desde los círculos.
El resultado de todos conocido es que tras la reacción de los partidos del régimen y el diseño desde conocidos despachos de las empresas del IBEX de un recambio joven regeneracionista y de orden, el partido populista de derechas Ciudadanos, Podemos aborda las elecciones con una merma de expectativas, lo que deberá superar en el marco de la campaña electoral (y tras el 20-D) para poder lograr el fin que se marcó en su nacimiento: ganar las elecciones generales. Y desde ahí desplegar sus propuestas.
Los vectores del cambio
El cambio necesario (y posible si se logran acumular suficientes apoyos para cambiar la actual correlación de fuerzas) que debería plasmarse en el programa y la acción del gobierno tiene dos grandes vectores en la propuesta originaria de Podemos:
1º.- Un giro en la orientación de las políticas económicas que acabe con las medidas de austeridad, la disciplina fiscal impuesta por la Comisión de la Unión Europea, la entrada de la lógica de la ganancia privada en todos los “nichos” de mercado mediante la privatización inducida desde las instituciones y un modelo productivo ambientalmente insostenible y con graves deformidades, metástasis y carencias desde el punto de vista económico.
Hay que acabar con una política que está produciendo sufrimiento, no permite la creación real de empleo con la calidad y en la cantidad necesarias, conlleva una injusta distribución de los ingresos y la riqueza a favor de un capitalismo confiscatorio y extractivista, favorece un modelo energético basado en las fuentes de energía fósil dependiente del exterior y sumamente contaminante que implica una amenaza para la biosfera y, por tanto, para la vida humana.
Ello supone emprender una política pública activa directa en la economía que no podrá realizarse si perdura el poder del oligopolio de las empresas energéticas / eléctricas y de las finanzas, sigue la desfiscalización de la Hacienda Pública y perviven leyes como la reforma laboral. Más pronto que tarde el cambio requerirá la titularidad pública de las empresas que controlan las mercancías estratégicas: energía y dinero; una reforma fiscal que invierta la lógica actual y una legislación laboral que asegure los derechos de las clases trabajadoras frente a una patronal voraz.
2º.- El inicio de un proceso constituyente (realmente hay que hablar de procesos en plural dada la diversidad plurinacional existente en el Estado español) que nos dote de un nuevo acuerdo de y para la ciudadanía, de y para los pueblos. La arquitectura de los Pactos de la Moncloa (1977) y de la Constitución de 1978 fue la respuesta de las élites postfranquistas –en connivencia con los representantes de la izquierda mayoritaria del momento- frente a las necesidades y demandas existentes asegurándose un doble objetivo: dar poco (sustantivo y exigible) para recibir mucho (pedigrí democrático), conceder para contener.
Por lo tanto, si bien conllevó nuevas libertades y derechos los cercenó de entrada y mantuvo “bajo control” y lejos de constituir un pacto de convivencia entre iguales y libres, produjo un marco político-jurídico cuya funcionalidad fue evitar que el cambio tuviera la extensión e intensidad necesarias. Desencanto y desmovilización del lado popular y hegemonía e impunidad para la oligarquía económica y la casta política son los lodos tangibles de aquellos polvos.
El nuevo acuerdo que fundamente una convivencia y un proyecto común exige un proceso participativo del conjunto de la sociedad, la total libertad para decidir y la ruptura democrática que acabe con los cerrojos de la Constitución de 1978 y concluya en una nueva institucionalidad. Ésta ayudará a la elaboración de un nuevo discurso frente a la mistificación del dominante sobre la Transición, construirá una nueva legitimidad libre de residuos franquistas y supondrá un nuevo marco que no impida sino favorezca el cambio social y económico.
La mera reforma constitucional puede funcionar como anabolizante para relegitimar el régimen o de calmante ante algunas demandas más coyunturales, pero no podrá cauterizar la enfermedad y los problemas volverán a reaparecer en una desgraciada versión del día de la marmota de otro film, Atrapado en el tiempo.
La Constitución que necesitamos tiene una naturaleza muy diferente a la vigente: libre autodeterminación de las naciones, defensa defensiva no ofensiva, neutralidad, desconexión y desvinculación del aparato militar de la OTAN y recuperación de la soberanía sobre las bases militares, sistema electoral absolutamente proporcional a población y votos, iniciativa legislativa, referéndum vinculante, derechos garantizados y exigibles al ingreso mínimo, el trabajo, la vivienda, la sanidad, la educación, la seguridad y protección social. Recalco las palabras “derechos exigibles” en los tribunales.
¿Quiénes y dónde?
¿Es posible el cambio que califico de necesario con un gobierno del PP o de coalición del mismo con Ciudadanos o de gran coalición con el PSOE? Es evidente que no. ¿Podría encabezar un gobierno del cambio el PSOE con o sin Ciudadanos? No lo creo, el partido socialista ha tenido suficientes ocasiones de enderezar su rumbo y ahora no existe indicio alguno en su programa y su discurso que así lo indique. Ya no son útiles las fórmulas de alternancia conocidas. Por ello mismo también descarto cualquier fórmula de colaboración de las fuerzas del cambio con el PSOE en el seno del gobierno. Echar al PP del gobierno es necesario pero no suficiente. En tanto que necesario será legítimo, si así lo demanda y permite el resultado electoral, impedir un gobierno de derechas y posibilitar tras negociación la investidura socialista, sea de forma simple o con el modelo balear o el portugués.
Para rehacer el país es necesario tener presente que no hay cambio alguno sin cambio de gobierno. Un gobierno es un programa y este es un compromiso ante el electorado al que se le propone un modelo de sociedad. Su elaboración depende de la deliberación colectiva de quienes impulsan el cambio. La demoscopia no sirve para elaborar un proyecto de sociedad pero sí para detectar las oportunidades y las dificultades para llevarla adelante. Pero, no lo olvidemos, el programa es también un catalizador de ilusiones y cambios en la conciencia social.
La pre-condición para un gobierno del cambio es que haya una nueva correlación de fuerzas social, política y electoral en la que las fuerzas del cambio sean hegemónicas. Pues el gobierno del cambio deberá ser un gobierno valiente y tener una hoja de ruta clara en los diferentes escenarios que se presenten para que no le tiemblen las piernas ante la Troika o sus aliados autóctonos. Y contar con un pueblo organizado, movilizado a favor del cambio y exigente. Este y no otro es el mayor activo con el que tiene que contar el gobierno del cambio.
¿Cómo? El factor organización, la estrategia de unidad popular
Las fuerzas del cambio son plurales y diversas. El mapa político varía por nacionalidades e incluso ciudades. Junto a Podemos han aparecido nuevos agentes políticos como las candidaturas locales de unidad popular y los gobiernos del municipales del cambio. Y siguen existiendo partidos y organizaciones políticas de izquierda pre existentes y cuya contribución es necesaria. Ningún partido representa a todo el pueblo; ello ni es posible ni deseable tras la experiencia estalinista. Pero tan importante como lo anterior es la existencia de múltiples formas de organización social que tejen la red de los movimientos populares.
Dada la correlación de fuerzas (electoral según las encuestas, pero también y de modo determinante, la existente entre las clases sociales) es posible que el 20-D no resulte la tempestad que hace unos meses podíamos intuir / soñar ante unas elecciones generales. Pero nada será igual al día de antes. Y sobre todo el proceso de construcción de un bloque político y social alternativo al dominante se verá reforzado, se abrirán nuevas posibilidades; lo que es importante en un periodo que presumiblemente será de alta volatilidad política.
En estas condiciones ¿es posible un gobierno del cambio? A un mes vista las urnas dirán. A medio plazo, tras el 20-D, será posible si se inicia un proceso caracterizado por el impulso de políticas de unidad de acción entre las fuerzas de izquierda y de unidad popular más allá del perímetro de los partidos con el objetivo de crear un amplio movimiento contra la austeridad y por el proceso constituyente. El arte de la política es organizar el cambio de la correlación de fuerzas para hacer posible lo necesario.
En esta tarea juega y jugará un papel central Podemos, siempre y cuando efectúe una labor desde el parlamento consecuente con lo expuesto y tras el 20-D proceda a su refundación para mutar de una máquina electoral vertical centrista en una organización antineoliberal incluyente, democrática y participativa. Para ello será necesario un nuevo Vista Alegre.
El cambio será feminista, o no será
30/11/2015
Rosa Martínez
Diputada de Unidos Podemos y coportavoz de EQUO
No puedo estar más de acuerdo con los elementos que las ponencias anteriores han enumerado como parte imprescindible del cambio del sistema político y del sistema económico y social. Y sin embargo, si consiguiéramos construir un cambio con todos esos elementos, sin tener en cuenta el feminismo ciertas cosas no cambiarían nada para la mitad de la población.
Las mujeres seguiríamos estando infrarrepresentadas en política, siendo más pobres y cobrando menos que los hombres, sufriendo todo tipo de violencias por el hecho de ser mujeres y por supuesto, seguiríamos ocupándonos mayoritariamente de los trabajos de cuidados y reproductivos.
Y es que no hay más vieja política que la hecha exclusivamente por hombres. Podremos construir un sistema político más democrático, más abierto a la ciudadanía, más transparente y participativo; pero si las mujeres no participan en igualdad, ni tienen puestos de responsabilidad y liderazgo, no será tan democrático como nos gustaría ni asegurará la igualdad de oportunidades de la manera a la que aspiramos.
El cambio que llegó en las municipales lo hizo liderado por las mujeres (Ada Colau, Manuela Carmena, Mónica Oltra), y lo hizo además con unos principios y mecanismos de participación (entre otros la paridad y las listas cremallera) que favorecieron el protagonismo de las mujeres en este proceso de construcción de alternativas políticas y ciudadanas a nivel local.
Seis meses después no hay ni una sola mujer candidata a la presidencia del gobierno y las mujeres encabezan 1 de cada 3 listas. Esto supone que en un escenario de reparto de escaños entre más partidos, entrarán más números 1 (mayoritariamente hombres). Podría darse entonces la circunstancia de que tengamos un parlamento de los más masculinizados, a pesar de la ley de paridad (que obliga a un mínimo de 40% de mujeres en las listas en tramos de 5) .
Porcentaje de participación
Mientras el porcentaje de participación de la mujer no se aproxime a su peso porcentual en el total de la población (¡51%!) habrá que seguir hablando de barreras y desigualdad. Si realmente queremos un cambio en la cultura política, hay que poner los medios necesarios para eliminar obstáculos y facilitar la participación de las mujeres, promoviendo su visibilidad y liderazgo. La menor presencia en número y cargos de responsabilidad no es fruto del azar o de la menor preparación, sino otra manifestación de la desigualdad que las mujeres sufrimos por el mero hecho de serlo.
Y esta es la segunda dimensión del cambio: cómo eliminar las desigualdades estructurales que el patriarcado, gran aliado del capitalismo, ha conseguido institucionalizar en nuestra economía, nuestra sociedad y nuestras relaciones personales. A día de hoy existen dos cuestiones prioritarias: la violencia machista y la desigualdad económica. Ambas exigen una acción política específica, porque nos convierten a las mujeres en ciudadanas de segunda.
Y lo hacen hasta tal punto que muchos hombres ejercen la violencia física, sexual y psicológica hacia nosotras con total legitimidad moral e impunidad social, sin que ni las instituciones ni las administraciones públicas lo vean como una prioridad política. Igualmente, los mayores datos de pobreza feminina, desempleo, precariedad laboral y la brecha salarial ponen de manifiesto que la independencia económica es para muchas mujeres inalcanzable. Hecho que no se asume como una merma de nuestros derechos, sino como una “circunstancia del mercado”.
Reparto del trabajo productivo
Sin embargo, cualquier cambio en nuestro sistema quedará incompleto si no aborda el reparto de trabajo reproductivo. Ese trabajo que realizan mayoritariamente las mujeres en todo el mundo, ese que es imprescindible y que no aparece en ninguna estadística ni indicador de progreso o riqueza. Nuestro modelo de sociedad, producción y consumo está basado precisamente en esa fuerza de trabajo gratuita que somos las mujeres y que realizamos las tareas básicas para la vida. Si tuvieramos que pagar ese trabajo en la sombra el sistema se colapsaría
La conciliación no basta, acaba siendo una trampa para las mujeres (la doble jornada). Hay que trabajar por la corresponsabilidad, los hombres y las instituciones deben asumir su parte en este trabajo esencial para la sociedad. Porque no nos engañemos, la desigualdad social, económica y política de las mujeres tiene su origen y es consecuencia de asumir sin remuneración, sin visibilización y sin reconocimiento el trabajo más básico que necesitamos como sociedad: el de cuidar de la vida.
¿Cómo hacer que la igualdad formal se traduzca en igualdad real? He aquí el doble reto del cambio: asegurar una mayor participación política de las mujeres para conseguir eliminar el origen de las desigualdades. Si asumimos este reto como democrática, ética y políticamente ineludible, no queda otra que incorporar el feminismo al cambio.
20 D. Mancharse las manos o decir No
30/11/2015
Antonio Crespo
Escritor
Sin duda el 20D es una oportunidad de cambio; prefiero, sin embargo, hablar de una necesidad de cambio. Lo que está en juego es cerrar en falso la actual crisis o llevar a la práctica la potencialidad de ruptura y la esperanza de un cambio radical que, tras el 15M y las Mareas, surgió con la irrupción de Podemos en las Elecciones Europeas. Recomposición del régimen del 78 o ruptura e inicio de un Proceso (o procesos) Constituyente.
Pero esta mirada hay que completarla con otra que rebasa las fronteras nacionales. Lo sucedido este verano, lo que ahora mismo está sucediendo, lo que pasará mañana, ha modificado, pienso que de una manera sustancial, nuestra percepción de la Unión Europea.
¿Se ha desvanecido el sueño de Europa?, ¿se ha convertido en pesadilla?, ¿el sueño de la razón europea está alumbrando nuevos monstruos? Tal parece cuando se ha humillado y condenado a la miseria al pueblo griego, nuevo Sísifo encadenado a una deuda tan impagable como ilegítima, castigo ejemplar para que todos entendamos que en la actual Europa no es posible desviarse ni un ápice de la ortodoxia neoliberal que está sumiendo en la desesperación a sus pueblos (¡uno de cada tres niños y niñas españoles están bajo el umbral de la pobreza!).
Tal parece cuando muros, vallas, verjas, concertinas, ejércitos, policías… se despliegan para negar la tierra y el asilo a medio millón de seres humanos a los que previamente se ha desposeído de sus hogares por guerras emprendidas, financiadas y alimentadas por países de la Unión.
Regresión a la vieja Europa
Olvidados en el barro y el frío del invierno, ya ni siquiera ocupan portadas ni abren los informativos. Es la vieja Europa de la intolerancia, el fascismo y la xenofobia; y es esta —aunque se envuelva en retórica humanitaria para justificar su rechazo o su inacción— la política que se dicta en Bruselas. Vuelven los fantasmas —o acaso nunca se habían ido—.
El fascismo como política de estado en Hungría, en Polonia, desfilando en la noche por las calles de Dresde tras las pancartas de Pegida. El terrorismo fascista sembrando la muerte en las calles de París. Un gobierno decretando y prolongando el Estado de Excepción, detenciones preventivas, una propuesta de reforma de la Constitución que otorgue plenos poderes al ejecutivo en caso de declararse el Estado de Excepción. Bruselas en estado de sitio durante tres días. Una guerra ya decretada. Y la retórica, la obscenidad de las palabras.
Rubén Amón, enviado especial de El País a París, escribía el 16 de este mes sobre la misa celebrada en Notre Dame: “Una misa de recogimiento y exaltación patriótica, hasta el extremo de que el organista de la catedral interpretó con estruendo La Marsellesa mientras el arzobispo de París, monseñor Vingt-Trois, predisponía el sacramento de la comunión”.
Y añade, antes de evocar la bandera tricolor iluminando las pilastras del altar mayor, esta frase estremecedora: “Comunión en Cristo, en el dolor y en la patria.” Es el mismo cronista que, el día 22, se siente deslumbrado ante “el gendarme de Francia”: “Impresiona la reinvención de Hollande y deslumbran sus galones de guardián del planeta”, “se erigía en gendarme de la patria y confortaba a un país en estado de psicosis entonando La Marsellesa en Versalles”.
¿Les suena este lenguaje? ¿Ha regresado el viejo Mariscal, la retórica de Vichy, los tiempos de la Acción Francesa? Puede parecer excesivo; es cierto, pero acabamos de ver a un presidente socialista asumir, como medidas de gobierno, las propuestas del Frente Nacional de Marine Le Pen. Me temo que son muchos los signos que asemejan la situación actual con la de los años 30. Hoy, como entonces, el lenguaje no es inocente.
Bernard–Henri Lévy nos deja un La guerra, manual de instrucciones donde justifica la detención preventiva de todos los sospechosos, si bien reconoce que “es un gesto delicado, que está siempre al borde de las leyes de excepción” (El País, 17/11) y se cita, como siempre en estos arrebatos de ardor guerrero, a Churchill. Y llega el tiempo del desprecio: “Es hora de que los tontos útiles dejen de serlo y se definan” porque “hay que tomar partido” en este “guerra terrorista mundial” y no “seguir bañándose en las aguas tibias del buenismo” pues “no hay más remedio a veces que ensuciarse las manos, sacrificar la pureza moral y elegir entre lo malo y lo peor” nos dice John Carlin, de nuevo en El País (23/11) aunque, concede el autor, “es verdad que los bombardeos de la aviación de EE UU y sus aliados han causado muertes de civiles”. Y de nuevo Rubén Amón, y de nuevo en el mismo diario (24/11), arremete contra el “pacifismo utópico”, “los argumentos sesentayochistas” y la vaciedad de intelectuales y gentes de la cultura seducidos por un engañoso “No a la guerra”.
Ejemplos de la prensa española porque este debate, o este falso dilema entre seguridad y libertad, también se dirime el 20D. Y ha entrado ya en campaña. Rajoy se reúne con un Pedro Sánchez que reivindica las bondades del pacto antiyihadista (el que ha permitido, con los votos del PSOE, la introducción en nuestro Código Penal de la cadena perpetua), Albert Rivera llama a la puerta con entusiasmo y no descarta la implicación bélica de España con un gobierno en funciones, un Congreso ya disuelto y una simple reunión de la Diputación Permanente. Entre tanta insensatez sólo la actitud de Podemos y de Alberto Garzón aportan la esperanza de un mínimo de cordura.
Otra Europa
Porque el 20D también nos jugamos esto, porque algunos o muchos nos negamos a elegir entre lo malo y lo peor, no aceptamos la lógica de la muerte, ni la del terror y el miedo impuesto, ni tenemos ni queremos tener las manos manchadas.
No es nuestra Europa la de la xenofobia y el racismo, la que niega acogida a quienes huyen del espanto de la guerra y permanecen hacinados en el frío invierno frente a nuestras fronteras, la que impone políticas de austeridad que provocan unos niveles de desigualdad social y miseria como no habíamos visto en Europa en muchos años.
La posibilidad de frenar estas políticas, de detener esta Europa que se precipita hacia el desastre es también una oportunidad del 20D. Pero, como sucede con el cambio climático, estamos ya en tiempo de descuento.
Y habrá que reclamar la paz en las calles y en ellas expresar nuestra solidaridad con las víctimas del terror, de nuevo decir No a la guerra y no olvidar. Lo ya sucedido, lo que está sucediendo (refugiados con los labios cosidos ante las alambradas de la Europa fortaleza, los bombardeos y la población civil masacrada en Oriente Próximo…) y lo que aún no ha sucedido y puede volver a suceder.
Hablemos de educación y cultura
30/11/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Me alegra muchísimo comprobar cómo estamos de acuerdo en que lo esencial del cambio ha de ser, tanto una trasformación de las relaciones entre las personas (en la familia, la economía y el Estado) como entre las personas y la Naturaleza.
Sin embargo parece evidente que para impulsar y sostener en el tiempo estas transformaciones se hace necesario un cambio de paradigma educativo y cultural, que supere la patética situación actual. En efecto, basta ojear el suplemento cultural de cualquier periódico para darse cuenta de algunos de los peores rasgos de la cultura ‘oficial’: el elitismo, el esoterismo, el diletantismo y la pedantería. En cuanto a la cultura ‘popular’, a menudo en sus manifestaciones asoma sus orejas la vulgaridad de la ‘canaille’. Y en el medio de todo esto, una deslavazada ‘industria cultural’ -la de la mayoría de los medios de comunicación, los best-sellers y el cine de Hollywood- llena de trivialidades. ¿De verdad podemos cambiar el mundo con estos recursos?
Convendría recordar que en el momento histórico en que se proclamó la Segunda República en España, existía una rica tradición cultural de prensa obrera y republicana, de revistas satíricas, de ateneos y casinos donde las clases populares encontraban no sólo esparcimiento sino también dignas elaboraciones culturales. Operaban, por decirlo así, unos ‘vasos comunicantes’ entre la cultura de la élite y la cultura popular, tanto en un sentido interdependiente como dinámico. Y se tenía muy claro de que lo que se buscaba no era sólo defender intereses gremiales o particulares, sino a la vez un cambio de civilización, o sea, una cultura nueva.
Por lo tanto, aquellos que se muestran impacientes por el cambio y se desaniman ante cualquier eventualidad negativa, deberían tener en cuenta estas cosas y aceptar que las obras realmente grandes y hermosas son hijas del Trabajo y la Inventiva, y que no se consiguen en dos días. Además de la consabida democracia, necesitamos cultura, cultura y más cultura.
Una oportunidad para la gente
30/11/2015
Jordi Guillot
Senador por Barcelona (ICV)
La principal responsabilidad de las organizaciones y de la gente de izquierdas es crear las condiciones para derrotar al PP. Cuatro años más de gobierno “popular” no solo profundizarán en la inequidad de sus políticas, sino que harán que muchas de sus contrarreformas sean irreversibles. Una mayoría conservadora nos abocará irremediablemente a una segunda transición bajo su liderazgo. Vistas las encuestas, todo indica que el objetivo de vencer será difícil, pero no imposible. A pesar de los errores cometidos hasta el momento, aún hay un margen para ganar.
¿Quiénes podrían vencer? La suma de los espacios electorales que movilizan al electorado progresista y de izquierdas en España. Espacios electorales representados por diferentes siglas –Podemos, PSOE, IU, EQUO, ICV, Compromís, CHA, Mareas, candidaturas de confluencia–, con trayectorias y programas, unos más próximos y otros más distantes, pero que comparten todos algo en común: un electorado que pide cambio.
Las izquierdas, como pasa en todo proceso electoral, competiremos entre nosotras, nos criticaremos, habrá un intercambio de reproches; pero creo que, en las actuales circunstancias, no ha lugar la deslegitimación del otro. Cuando se entra en la deslegitimación de tu competidor, consigues siempre un doble efecto: que su electorado no te escuche –nadie acepta haber votado nunca a un desecho político– y poner muy difícil una entente postelectoral.
Responsabilidad, pues, en identificar el principal objetivo electoral: vencer. Y madurez para afrontarlo. En primer lugar, madurez programática. Lanzarse a realizar propuestas que luego no se pueden cumplir es un disparate. Un error que siempre provoca frustración. Son necesarios programas de gobierno que sepan diferenciar con claridad los necesarios planes de choque para aliviar las situaciones más críticas que sufren sectores de nuestra sociedad, con las reformas más profundas y estructurales, que exigen siempre más tiempo y consenso. Y madurez en el tono de la campaña. Planteamientos ambiciosos de cambio exigen un discurso pedagógico, propositivo y amable. Más centrado en explicar las razones de los cambios propuestos y en los potenciales existentes para realizarlos. Un discurso en el que la ciudadanía vea reflejados sus problemas y anhelos. Un discurso de la esperanza.
Estas elecciones van a ir de economía, de crisis social y de Catalunya. Los atentados de París ponen encima de la mesa las cuestiones de defensa y seguridad. Y digo los de París porque lamentablemente los de Estambul, Beirut o Mali no conmocionan a nuestras opiniones públicas. Creo que, además, deberíamos ser capaces de incorporar a la agenda electoral regeneración democrática y Europa.
Y empezaré por la Unión Europea, la eurozona. Todo programa de gobierno que no explique cuáles serán las posiciones que se defenderán en Europa, que a su vez es nuestra ventana a la globalización, debería ser rechazado por el electorado. Un programa de izquierdas europeo se puede resumir en dos cuestiones: frente al proceso de renacionalización que sufre la UE, más y distinta Europa, y desarrollo frente a austeridad. Vista la experiencia griega, queda claro que una mayoría de izquierdas en un solo país es insuficiente; es necesaria y posible una coalición de países, que podría empezar en el sur, que plante cara a la Troika.
El hartazgo ciudadano con la corrupción política es palmario. Acabar con ella, más transparencia y mejor gestión de los servidores públicos deben ser compromisos claros. Pero el principal reto es desparasitar el Estado. Un atávico problema de España es la ocupación e instrumentalización del Estado por unas clases extractivas. Hasta el momento, el poder político ha estado al servicio de las mismas. Avanzar en un proceso de desparasitación, creo, que sería algo histórico.
El llamado “problema catalán” no hay que conllevarlo, como afirmaba Ortega y Gasset: hay que resolverlo. Hablar de Catalunya, desde una visión laica, es hablar de pluralidad, de derechos y solidaridad. La única España posible es la España plural, y ésta solo se construye desde el acuerdo que sume las diferencias. La principal reivindicación catalana no es tanto de competencias o fiscal, sino del reconocimiento de Catalunya como sujeto político que quiere resolver por sí sola su pertenencia o no y en qué condiciones en un proyecto común que se llama España. Y esto solo se dilucida mediante un referéndum legal y pactado.
España sufre sus particulares crisis humanitarias. Los índices de pobreza y exclusión social son alarmantes. Los recortes en los servicios públicos, la reforma laboral y los costes de los servicios básicos acentúan la crisis social. Emergen nuevas formas de pobreza: pobreza energética o pobreza laboral. Son necesarios compromisos claros que concreten planes de choque para aliviar la difícil situación que atraviesan muchas personas y familias.
Las principales decisiones económicas se tomarán en Europa. Ya sean las relativas a la redefinición del gobierno de la Eurozona, reforma del BCE, mutualización de la deuda, planes de inversión, unión fiscal y bancaria y un largo etcétera. Pero el nuevo gobierno progresista debe afrontar dos retos económicos: el cambio de modelo productivo, objetivo que solo será posible si se produce una alianza entre el mundo del trabajo y los sectores empresariales que representan a la economía real. Cambio que solo será viable si abordamos también una reforma empresarial.
En la España de las micros y pequeñas empresas, nos falta un mayor tejido de empresas medianas. La transición del actual modelo productivo a uno nuevo basado en la economía de calidad y verde debe ser liderada por los poderes públicos. Solo ellos pueden garantizar su viabilidad mediante la inversión, y que esta transición sea justa.
Sin políticas de seguridad y defensa no se puede gobernar el Estado, como máximo se puede estar en la oposición. Sin realismo geopolítico, fracasaremos. La seguridad de Europa pasa por la estabilidad de Libia, Siria o Irak. La estabilización de estos países y zonas requerirá tiempo y acierto en las políticas. Será necesario marcar objetivos de estabilización respaldados por grandes coaliciones internacionales y especialmente por los actores de la zona.
El llamado “mundo occidental” deberá asumir sus errores, los efectos desestabilizadores que han tenido políticas, hacia estos países, basadas en la rapiña y los intereses económicos. Una de las deudas a pagar es responder positivamente a la crisis humanitaria que representan los cientos de miles de refugiados agolpados en nuestras fronteras.
Pero no nos engañemos, la amenaza yihadista existe y hay que responder a la misma, también desde los servicios de inteligencia, policiales o militares. Quien no convenza a la ciudadanía de que es capaz de garantizar seguridad frente a riesgos de atentados, fracasará. La izquierda ha de arrebatar a la derecha la bandera de que ellos son los únicos capaces de garantizar la seguridad.
¿Cómo? Conjugando seguridad con libertad. ¿Cómo se conjuga? Desde el respeto al Estado de Derecho y el control judicial. El nuevo partido Podemos y las coaliciones entorno a él aportan fuerza, ilusión y ambición a la izquierda española y lo que es más importante voluntad de ampliar la base electoral. Esto solo será posible si somos propositivos, si nos instalamos en la “izquierda del sí”, la del “no” tiene un techo demasiado bajo para vencer.
Construir la alternativa: el cambio empieza ya mismo
28/11/2015
Xurxo Ventos
Agricultor autosuficiente
Todas las intervenciones hasta ahora obvian un hecho fundamental: todos los males que acucian al ser humano –pobreza extrema derivada de desigualdades, guerras, falta de perspectivas y de libertad- tienen su origen en una estructura llamada Capitalismo que no es solo organizativa –política y económica- sino ante todo de valores y también cultural. Por lo tanto, todas las propuestas que acepten este marco organizativo y se muevan en él no supondrán un cambio sustancial, ya que la lógica misma del Capitalismo conlleva esos males.
Otra obviedad olvidada es que es igual quién gobierne en España o incluso en Alemania, no se podrán aplicar políticas sociales ni ecológicas pues el sistema requiere la desigualdad, la miseria y el consumo desproporcionado de recursos. La voluntariosa ingenuidad de la izquierda reformista, depositando su esperanzas de “cambio” en los resultados de unas elecciones ¡en España!, es una peligrosa irresponsabilidad.
Concluyo la crítica señalando que la “vía institucional”, alcanzar el poder mediante elecciones, está cerrada por el abismal desequilibrio de poder entre los grupos dueños del capital y las personas desposeídas. Ese 1% detenta un poder omnímodo, puede controlar los medios de masas, las redes sociales y por ende la opinión, el imaginario, la cultura entera, y entre todo ello el voto. Para mantener el espejismo del posibilismo democrático, toleran una disidencia controlada, manteniéndola en la inocuidad, y pueden aplastarla a su antojo si creciese lo mínimo para hacerles cosquillas.
Es necesario tener la valentía y la sinceridad de aceptar lo expuesto y entonces plantearse ¿qué hacer?
La respuesta es: autoorganización. El cambio es tan fácil como hacerlo desde ya, uno mismo, sus amigos y personas cercanas. El objetivo, crear estructuras solidarias capaces de producir todo lo que se necesita: alimento, energía, vivienda, productos industriales; todo ello al margen del mercado, del Estado y del entero sistema. Esto presupone la consolidación de un imaginario de valores opuesto al del Capitalismo: solidaridad en vez de competición, colaboración en lugar de explotación, la felicidad obteniéndose del participar en la mejora de la comunidad en lugar de por la ostentación de poder frente al que está debajo.
¿Parece demencial, utópico? Normal, el poder se encarga de que sea así: que lo que existe sea lo único posible, ocultar la alternativa porque lo que no se ve no se puede siquiera imaginar. Pero existe y cientos de miles de personas se organizan a lo ancho del mundo en comunidades solidarias y ecológicas para vivir de forma autosuficiente, en una sociedad justa con las personas y el medio ambiente. Redes como Global Ecovillage Network o Red Ibérica de Ecoaldeas trabajan desde hace años por el verdadero cambio: un cambio esencial, de modelo a todos los niveles: ético, económico, político.
Infórmense pues de las alternativas, y emprendan desde ya el verdadero cambio, que es construir uno mismo una sociedad justa.
Hablemos de educación y cultura
27/11/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Me alegra muchísimo comprobar cómo estamos de acuerdo en que lo esencial que debe representar el cambio ha de ser, tanto una trasformación de las relaciones entre las personas (en la familia, la economía y el Estado) como entre las personas y la Naturaleza.
Sin embargo parece evidente que para impulsar y sostener en el tiempo estas transformaciones se hace necesario un cambio de paradigma educativo y cultural, que supere la patética situación actual. En efecto, basta ojear el suplemento cultural de cualquier periódico para darse cuenta de algunos de los peores rasgos de la cultura ‘oficial’: el elitismo, el esoterismo, el diletantismo y la pedantería. En cuanto a la cultura ‘popular’, a menudo en sus manifestaciones asoman las orejas de la vulgaridad y la ‘canaille’. Y en el medio de todo esto, una deslavazada ‘industria cultural’ -la de los medios de comunicación, los best-sellers y el cine de Hollywood- llena de trivialidades. ¿De verdad podemos cambiar el mundo con estos recursos?
Cuando se proclamó la Segunda República en España, existía una rica tradición cultural de prensa obrera y republicana, de revistas satíricas, de ateneos y casinos donde las clases populares encontraban no sólo esparcimiento sino también dignas elaboraciones culturales. Operaban, por decirlo así, unos ‘vasos comunicantes’ entre la cultura de la élite y la cultura popular, tanto en un sentido interdependiente como dinámico. Y se tenía muy claro de que lo que se buscaba no era sólo defender intereses gremiales o particulares, sino a la vez un cambio de civilización, o sea, una cultura nueva.
Aquellos que se muestran impacientes por el cambio y se desaniman ante cualquier eventualidad negativa, deberían tener en cuenta estas cosas y deducir de ello que las obras realmente grandes y hermosas son hijas del trabajo y la inventiva, y que no se consiguen en dos días. Además de la consabida democracia, necesitamos cultura, cultura y más cultura.
La segunda transición
27/11/2015
Eddy Sánchez
Profesor de Ciencias Políticas de la UCM y Director de la Fundación de Investigaciones Marxistas
El problema de fondo que está en el debate propuesto por Espacio Público se sitúa en el contenido real de la etapa política actual y la perspectiva probable. De la respuesta que demos dependerá, en medida importante, el papel de las fuerzas de cambio en general, y el de la izquierda transformadora, en particular.
Tras una evolución ascendente de las fuerzas progresistas que culminó con el éxito de las candidaturas conjuntas de la nueva izquierda municipalista en las grandes ciudades del país, se aprecia una tendencia más bien inversa, donde el bloque dominante ha dado muestras de una importante capacidad de reacción.
El relevo en la jefatura del Estado, la creación de Ciudadanos como proyecto estatal, la ligera mejora de la situación económica y la agenda impuesta por la dinámica independentista, han frenado los apoyos a las fuerzas más comprometidas con el cambio político del país. Situación que se ha profundizado con los atentados en París del 13 de noviembre, que ha incorporado el problema de la seguridad y de la guerra contra el ISIS a la agenda política. Dinámica de reacción del régimen a la que ha ayudado el fracaso de la conformación de listas unitarias por parte de la izquierda transformadora.
La ruptura del consenso social y político que ha caracterizado a nuestro país durante las últimas tres décadas y la fuerte protesta social, han hecho que los sectores más decisivos de las clases dominantes (el sector financiero y la burguesía más transnacional) tomen conciencia de la inevitabilidad del cambio político, y al tiempo, vean la posibilidad de mantener los elementos centrales del régimen bajo otras formas políticas.
La primera exigencia, a mi juicio, es la necesidad de impulsar un trabajo de comprensión objetiva del proceso actual, marcado por una realidad; en estos momentos no estamos ante una crisis del sistema de dominio de las élites de nuestro país, sino ante la crisis de su expresión política: el bipartidismo.La crisis de la forma política del régimen, el bipartidismo, no significa de manera mecánica la crisis de las hegemonías sociales en las que se sustenta. Esta realidad permite que la solución que las clases dominantes pretenden impulsar, se sitúe en la construcción de una nueva forma de representación política que se expresa bajo la idea de la segunda transición.
La segunda transición plantea la sustitución de la idea de conflicto por la idea de consenso, con lo que se pretende sustituir -de momento con éxito- el ciclo de movilizaciones desde el que se impulsaba el cambio político en nuestro país, por una fase donde la idea de pacto pasa a primer término y las instituciones se convierten en el ámbito privilegiado de la vida política formal, y los pactos con los poderes económicos, la expresión de la vida política material.
En este marco de recuperación de los consensos perdidos, las clases dominantes pretenden ofrecer un pacto a las capas medias hegemónicas en las fuerzas políticas emergentes, que pasa por garantizar la inserción plena de dichos sectores sociales en la estructura política y de representación del país a cambio de mantener intactos los ejes centrales del régimen: la monarquía, la filiación atlántica y la OTAN como marco referencial de la política internacional, la aceptación de la Europa del euro, el turismo y los servicios como modelo económico, la precariedad laboral como realidad estructural y la centralidad del sector financiero.
La segunda transición plantea la inserción plena en el juego político, y al menos formalmente, ofrece poder modificar las políticas en un futuro, a cambio de renunciar en el presente al gran eje articulador de la revolución democrática en nuestro país: el impulso de un proceso constituyente desde el que abordar las grandes transformaciones económicas, políticas y sociales que necesita nuestro país.
El 20D. O segunda transición o ruptura democrática
Para las clases dominantes los problemas pendientes de la revolución democrática en España agudizan la crisis política del régimen, pero con el abandono de la movilización y la asunción del juego político parlamentario tradicional, entienden que se carece de fuerza -por el momento- de poner en crisis tanto al sistema capitalista como a las bases materiales sobre el que se sustenta el régimen y su eje central, la banca y el sector financiero.
El elemento central de la izquierda transformadora pasa por insertar el 20D en la concepción de que el cambio real en España pasa por la derrota del proyecto político de la segunda transición y el impulso de un proyecto constituyente. Este proceso constituyente debe ser entendido como la apertura de un proceso democrático y participativo, desde el que acabar con las bases materiales en las que se sustenta el poder de las clases dominantes en España, que impulse la elaboración de una nueva constitución desde la que dar forma a un nuevo proyecto de país.
Ese objetivo estratégico requiere de la construcción de un nuevo sujeto político, la Unidad Popular, como expresión unitaria de la clase trabajadora y de las mayorías sociales afectada por la crisis.
España sufre una crisis estructural en todos los sentidos y la garantía de los derechos de la mayoría social trabajadora pasan por la defensa de un proyecto de ruptura democrática, incompatible con toda tentación de política de pactos, que bajo un discurso reformista, parece conformarse por el momento, con blindar un futuro político a “cuatro”.
¿“Cambio» regeneracionista o destituyente?
27/11/2015
Jaime Pastor
Politólogo y editor de Viento Sur
Por fin, después de un largo período de alternancia en el gobierno de partidos que han sido fieles cumplidores del triple “consenso” (sobre el pasado, el presente y el futuro) que sentó las bases del régimen del 78, así como de las reglas del juego que se fueron estableciendo luego en el marco de la eurozona y del brusco final del “capitalismo popular” a partir de 2008, las próximas elecciones generales anuncian la entrada en una nueva fase en la que las mayorías absolutas y el bipartidismo parecen tocar a su fin.
En efecto, el dato que parece más evidente es sin duda el relacionado con el acceso al nuevo parlamento de la nueva fuerza emergente, Podemos, y de la ya vieja conocida en Catalunya, Ciudadanos. Con todo, lo más relevante va a ser que ese nuevo escenario tetrapartidista -que seguirá siendo “imperfecto” (no olvidemos que determinadas fuerzas políticas “periféricas” pueden jugar un papel de “bisagra” o de disenso importante)- se va a seguir encontrando con un marco muy estrecho de cambio a mejor dentro del “sistema”, tanto en el plano socio-económico como en el del modelo de organización nacional-territorial del Estado.
Basta referirse a dos temas destacados en las propuestas de Podemos para corroborar este pronóstico: tanto la aspiración al blindaje constitucional de los derechos sociales y de determinados bienes públicos por encima del pago de la deuda como el compromiso de autorizar un referéndum en Catalunya sobre su relación con el Estado español chocarían abiertamente con los dictados del Eurogrupo y con la oposición de PP, Ciudadanos y PSOE, a pesar de los esfuerzos de éste último por desmarcarse de la vieja y la nueva derecha en ambas materias.
Lo primero ha quedado evidenciado tras la desgraciada experiencia de Grecia, pese al No a las exigencias de la troika que se expresó democráticamente en el referéndum. Ya lo dijo Jean Claude Juncker en un arrebato de sinceridad: “No puede haber opción democrática contra los Tratados europeos”. Ahora, en Portugal se abre una incógnita respecto a si se podrán desbordar los límites de la austeridad ordoliberal a partir del nuevo pacto de investidura del gobierno del Partido Socialista.
Será también responsabilidad nuestra no dejar solo al pueblo portugués en esa previsible nueva prueba de fuerzas frente a “las instituciones” europeas y globales, ya que de su desenlace dependerá también nuestro propio futuro.
Por consiguiente, si se quiere defender consecuentemente esos derechos sociales y el rechazo a los recortes y privatizaciones de servicios públicos que les acompañan, habría que diseñar una estrategia que asuma la necesidad de prepararse a la hipótesis de un choque con las reglas de la Constitución económica de la eurozona más pronto o más tarde.
Lo mejor sería no hacerlo solos sino aliados con otros pueblos y gobiernos buscando superar las discordancias espacio-temporales actuales. Empero, no parece que esto vaya a ser tarea fácil en un momento, además, en el que el clivaje libertad-seguridad vuelve al primer plano después de los atentados de Paris y en beneficio de los partidarios del “orden”.
En todo caso, el camino por el que apostar no puede ser el de la resignación y el de la opción por un falso “mal menor” sino el de la desobediencia a esas reglas y la apertura de brechas por las que avanzar hacia otro proyecto europeo. Si no lo hacemos, será la extrema derecha la que se aprovechará del malestar social creciente para ofrecerse como alternativa de gobierno en torno a un repliegue nacionalista xenófobo, como ya está ocurriendo en Francia.
Lo segundo ha sido repetidamente comprobado en los últimos tiempos si recordamos el peso que en la historia del nacionalismo español tiene su reafirmación a partir de 1898 en un sentido reactivo y beligerante frente a los nacionalismos “periféricos” y en particular, al catalán. La versión franquista llevó al extremo esa actitud y, luego, la salida consensuada (salvo en el caso vasco) del Estado autonómico no solo no resolvió el problema sino que hoy éste adquiere creciente gravedad ante el proceso de recentralización política a escala europea y estatal que se está aplicando utilizando como pretexto la “disciplina presupuestaria”.
El riesgo de un “choque de trenes” sigue estando presente y, al margen de quien gobierne en Catalunya, nuestro deber está en exigir el reconocimiento del derecho a decidir su futuro, incluida la independencia.
En esas condiciones, y salvo en el escenario improbable de que Podemos fuera la fuerza mayoritaria en el nuevo parlamento, no tendría sentido dejarse arrastrar por el mantra de la “vieja política” (la “responsabilidad de Estado”) para entrar en el juego de un nuevo “pacto social y político” que no parta de la resolución sin ambigüedades de los dos problemas mencionados y, por tanto, que no vaya más allá de la promesa de una reforma constitucional. Por no referirme a otras materias también controvertidas, cuya lista no parece necesario incluir aquí, que también deberían entrar en la agenda política de la nueva legislatura y que difícilmente generarán “consenso”.
Si la relación de fuerzas parlamentaria no permitiera tener no ya la mayoría sino, sobre todo, la hegemonía para una ruptura constituyente, lo coherente sería quedarse fuera de un hipotético pacto que únicamente podría aspirar a una “regeneración” de una “clase política” que seguiría siendo obediente al Eurogrupo y firme defensora de la “unidad de España”.
¿Significa esto que habría que resignarse ante ese proyecto “regeneracionista”? No, desde luego. Su frágil legitimidad para superar las debilidades de este régimen y recuperar un nuevo “consenso” sin las bases materiales –aunque fuera en el marco de un Estado del bienestar y autonómico menguante- de un “capitalismo popular” que ya no volverá, ofrecerá distintos frentes de conflicto a través de los cuales reconstruir una cultura de la movilización y del empoderamiento popular.
Habrá, por tanto, que poner la presencia en las instituciones al servicio de esas tareas con el fin de ir construyendo un nuevo sujeto colectivo dispuesto a desbordar un “reformismo sin reformas” (aunque con más contrarreformas) que difícilmente ofrecerá un relato ilusionante de futuro.
Así es como quizás podamos recuperar el hilo conductor con lo mejor de un “espíritu del 15M” que, aunque ya invisibilizado por los medios y relegado al olvido en muchas de las prácticas de la autodenominada “nueva política”, sigue presente en cantidad de actividades, luchas y redes sociales y, sobre todo, en la memoria colectiva de muchos y muchas de sus activistas.
En resumen, deberíamos fijarnos como objetivo acortar la vida de cualquier proyecto meramente restauracionista y seguir apostando por un horizonte de ruptura constituyente que necesariamente ha de ser plural tanto en sus sujetos protagonistas como en sus contenidos.
Ganar la batalla por el significante Constitución
26/11/2015
Juanma del Olmo
Candidato de Podemos al Congreso por Valladolid
«Nosotros el pueblo…», ese es el simbólico comienzo de la Constitución de los Estados Unidos de América de 1787. Ese inicio no es solo un formalismo, es una apuesta política concreta por un modelo jurídico determinado; la soberanía constitucional reside en el pueblo.
Una Constitución es una herramienta política flexible y no un artefacto jurídico rígido. Toda Constitución, y en consecuencia todo Estado constitucional, es un resultado político de dinámicas sociales complejas, de procesos históricos de negociación entre intereses divergentes e incluso antagónicos. Si pensamos políticamente los textos constitucionales, si los pensamos como un principio de acuerdo general sobre el marco general de resolución del conflicto social -y las reglas de juego político democrático correspondiente-, el campo constitucional se expande. Y en un campo político expandido, permeable a la creatividad de la mayoría social, las oportunidades de intervención ciudadana aumentan exponencialmente. Enmienda tras enmienda, el mapa del territorio político puede ser reconquistado por sus verdaderos dueños, el pueblo soberano.
Una política reformista radical, susceptible de alterar la geografía constitucional, requiere de una acumulación de fuerzas sociales capaz de abrir la posibilidad de iniciar un nuevo proceso constituyente. Modificar los aspectos fundamentales de nuestro articulado constitucional para blindar los derechos sociales fundamentales como vinculantes resultará una tarea altamente compleja y requerirá de una minuciosa lectura de las condiciones de posibilidad política.
No hay lugar para el aventurismo al afrontar la recuperación de los derechos fundamentales por la vía del rescate de nuestra soberanía constituyente; tenemos que aceptar la responsabilidad del momento y ser capaces de comprender los cambios constitucionales como el camino hacia la reconquista popular del campo político institucional.
Estamos en un contexto histórico que podríamos definir como de cambio irreversible del paradigma político; donde, para avanzar en la emancipación política de la sociedad civil, necesitamos evitar la tentación de la «restauración» que promueven los portavoces del recambio. Cualquier error de cálculo de la correlación efectiva de apoyos sociales puede inclinar la balanza hacia el miedo espontáneo al cambio y abrir el camino a los proyectos restauradores del viejo paradigma, del viejo status quo y sus políticas anti-persona.
Es conveniente reconocer que la política democrática es irreductible al momento constituyente. En un magnifico texto de Chantal Mouffe sobre la conceptualización de la política de Carl Schmitt podemos visualizar cómo la lucha por la iniciativa constituyente es la batalla semiótica por la identidad popular, por el significante pueblo: «La política democrática no se reduce al momento en que el pueblo, ya enteramente constituido, ejerce su soberanía.
El momento de la soberanía es indisociable de la verdadera lucha por la definición del pueblo y por la constitución de su identidad. Una tal identidad, sin embargo, no puede estar nunca enteramente constituida, y solamente puede existir a través de múltiples formas rivales de identificación». Es en ese combate político por la identificación con el significante pueblo donde debemos localizar las contradicciones y las tensiones internas entre los actores que pugnan por controlar el momento constituyente. Nuestra presencia debe ser disuasoria para quienes pretenden des-politizar los cambios constitucionales y ser garantía de la participación popular en el proceso. Expresar la necesidad de acumular fuerza social para iniciar el proceso de modificación constitucional no significa renunciar al objetivo constituyente, al contrario, significa diseñar con precisión la hoja de ruta para garantizar el protagonismo de la sociedad civil como actor protagonista del cambio político.
Conquistar políticamente la identificación Podemos-pueblo va a resultar una batalla política central en los próximos meses.
En el combate por el capital simbólico del significado constituyente de la categoría política pueblo nos jugamos el reconocimiento social de nuestra potencia como organización, movimiento y partido. Por tanto, estamos, nuevamente, inmersos en una difícil encrucijada estratégica; apostar por un proyecto político capaz de concentrar mayorías que emulsionen las potencias del movimiento popular o replegarnos sobre premisas tautológicas, de obsolescencia programada, que nos reduzcan a espectadores del presente y testigos impotentes de la «restauración» por el recambio.
Optar por movimientos auto-referenciales ajenos a la dinámica social general nos puede llevar a concluir en aquella ácida observación de Marx sobre la Asamblea Constituyente de 1848: «El primer día en que se puso en práctica la Constitución fue el último día de la dominación Constituyente. En el fondo de la urna electoral estaba su sentencia de muerte».
En las próximas semanas tendremos que confrontar nuestras propuestas políticas programáticas con la insobornable realidad de nuestro país. Nos veremos en diálogo directo con la ciudadanía, «en campaña», seremos evaluados y examinadas por nuestras propuestas, por la capacidad que tengamos de proponer soluciones concretas a problemas concretos, de avanzar medidas eficaces y, en resumen, por nuestra fuerza de representar la voluntad popular en nuestras propuestas programáticas.
Y ese cambio de escenario y de escala se debe leer como un momento político de paso de la oposición a la proposición. Como dice Boaventura de Sousa Santos, estamos pasando de la oposición a la propuesta y eso requiere una forma diferente de dialogar: «Los diálogos son distintos cuando estamos en contra de algo, o en posición de algo o cuando estamos para proponer algo, y en este momento fundacional se está pasando de la oposición a la proposición, que son dos tipos de diálogo, dos tipos de competencias muy diferentes que hacen necesaria una nueva pedagogía política para fortalecer los liderazgos».
Desandar el camino liquidacionista de las garantías constitucionales de los derechos fundamentales no va a resultar sencillo y, probablemente, tenemos que pensar que, en función de la aritmética parlamentaria resultante del 20-D, el proceso deconstituyente iniciado por las políticas de sumisión al «déficit cero» implementadas por el bloque bipartidista cederá espacio frente a la nueva mayoría electoral.
Sin embargo, no podemos ignorar que la importancia del momento requiere el coraje político y la altura de miras suficiente para abordar los cambios constitucionales necesarios para generar el suficiente consenso social que sirva de base para iniciar un verdadero proceso constituyente.
La intensidad social del contexto actual contiene elementos suficientes para perfilar una alternativa política que se materialice en un nuevo marco constitucional adecuado a los retos que nuestro país debe asumir en los próximos años. En esquema, las propuestas que formulamos en nuestro Programa Electoral tienen que suministrar la arquitectura básica de un nuevo modelo de Estado constitucional capaz de agrupar las garantías democráticas y la participación política en una misma idea fuerza; el cambio constituyente debe ser el procedimiento político para la refundación popular de la democracia social en nuestro país.
Junto a Juanma del Olmo, han elaborado este artículo Rafa Mayoral, candidato al Congreso de los Diputados por Madrid y Francis Gil, es Secretario Político de Podemos Castilla La Mancha.
Revertir la expropiación de soberanía, nuestra tarea fundamental como pueblo
25/11/2015
José Antonio Errejón
Licenciado en Ciencias Políticas y Economista
Los resultados electorales del 27S en Cataluña y el curso posterior de los acontecimientos han puesto de relieve que la crisis del régimen del 78 es más seria y profunda de lo que podía imaginarse. Para decirlo de forma sumaria: para una buena parte de la sociedad catalana se ha quebrado esa relación de confianza en el Estado español que se había establecido con el Estatuto de Autonomía. Confianza en que las relaciones de provecho mutuo -que son inherentes a cualquier fórmula de agregación humana-, eran perfectamente compatibles con el respeto a las singularidades culturales y a las aspiraciones de autogobierno tan intensamente vividas en esta sociedad.
No era la primera vez que ese vínculo de confianza, que había supuesto la Constitución desde su promulgación, se había roto. Con la reforma del artº 135º y su posterior desarrollo normativo, especialmente con la ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria, el PSOE y el PP abrieron una brecha histórica entre los sectores sociales que históricamente habían sostenido el consenso constitucional, en detrimento de los sectores más desfavorecidos.
La política de consolidación fiscal -con sus secuelas de recortes en el gasto público destinado a dar cobertura los derechos sociales- ha aumentado, hasta extremos desconocidos, la brecha de la desigualdad en nuestro país, erosionando profundamente la legitimidad del Estado y de la política entre amplias capas de la sociedad española. De modo que ni siquiera es verdad que la desafección hacia las instituciones venga exclusivamente por el lado territorial/nacional. Fue el 15M el primero que dio la voz de alarma ante las primeras muestras de las políticas austeritarias, luego constitucionalizadas con el acuerdo del PSOE y del PP.
Esta brecha no ha ido sino ensanchándose, aunque las élites gobernantes crean otra cosa, interpretando erróneamente la aparente pasividad de la sociedad civil para hacer oír sus protestas. No es pasividad sino un crédito de confianza para que los partidos políticos intenten arreglar los destrozos causados por las políticas austeritarias.
Las elecciones del 20D van a someter a una prueba de fuego a este margen de confianza. PP y Cs parecen querer centrar sus respuestas en una revisión de facto de los contenidos constitucionales -que si en lo referente a Cataluña se concretan en la activación del art 155º, en el resto de las CCAA se plantea como una recuperación de competencias en materias sensibles como al educación- y, en materia económica, en la consolidación de la política de estabilidad presupuestaria como la única posible, cerrando así la posibilidad de acometer una política contracíclica a favor de los sectores sociales más desfavorecidos.
Del lado de los partidos que pretenden defender los derechos y aspiraciones de estos sectores, se plantea como una necesidad ineludible abordar la consolidación de los derechos sociales como el objetivo primero de la acción de los poderes públicos.
Salvar los mejores contenidos de la Constitución del 78 en un nuevo marco constitucional que recoja e integre cosas que aquella no hizo: la consolidación de los derechos sociales y ambientales como condición de existencia de la igualdad proclamada entre los españoles; la división territorial del Estado y la naturaleza de las relaciones entre sus partes y con el Estado; la vinculación entre los derechos y la actividad económica puesta al servicio de la satisfacción de las necesidades sociales democráticamente definidas; la definición de los bienes comunes como bienes inajenables, y de los sistemas naturales como condición de existencia de la vida social.
La Constitución del 78 está agotada. Algunas de sus partes (p.ej. el soporte territorial provincial, que niega la igualdad del voto entre los españoles; el papel de vigilante de las fuerzas armadas y de su jefe sobre el poder civil; el modelo territorial del Tit. VIII; las funciones del Senado; etc.) resultan completamente inadecuadas para una sociedad que ha evolucionado mucho y que difícilmente puede hacer la síntesis política de sí misma con estas instituciones.
Esta es la hora de que la ciudadanía tome la palabra en el ejercicio de su condición soberana. Los viejos partidos arreglaron con nocturnidad y alevosía una contrarreforma en agosto del 2011, que niega de raíz los contenidos sociales y democráticos de la Constitución. Esa expropiación de soberanía debe ser corregida a través de un auténtico debate ciudadano, que asiente las reglas fundamentales de nuestra convivencia. Esa es nuestra tarea fundamental como pueblo y a ella tenemos que dedicar lo mejor de nuestros esfuerzos presentes.
¿Qué oportunidades para el cambio en España, y qué límites?
25/11/2015
Dolors Comas
Catedrática de Antropologia Social de la Universitat Rovira i Virgili
Si Rajoy no deja de ser presidente del gobierno en España después de las elecciones del 20-D, no hay cambios por mucho que se fragmente el mapa político y entren en escena nuevos partidos como Ciudadanos o como Podemos. Si el PP gobierna en coalición con Ciudadanos, tampoco hay cambios y si lo hace el PSOE (con Ciudadanos o sin ellos) me temo que tampoco. Claro que hay un aspecto elemental que se plantea en este debate y es la naturaleza de los cambios, porque algunos contribuyen a reproducir el mismo sistema político, mientras que hay cambios que inciden en la modificación del sistema político.
El sistema electoral conduce a una reproducción del bipartidismo, aunque sea con las muletas de otros partidos. Pero esto no es una novedad. Tanto el PSOE como el PP se han apoyado para gobernar en los partidos nacionalistas cuando no han contado con la mayoría absoluta. Después del 20-D puede que se apoyen en otros partidos, dadas las transformaciones de la geografía electoral.
Vivimos una situación en que los ciudadanos experimentan desesperanza, ansiedad, inconformismo e indignación con el estado actual de las cosas. La crisis económica ha sido aprovechada por los gobiernos de derechas (del Estado y de las Comunidades Autónomas) para efectuar cambios importantes en las políticas, y estos sí que están afectando al sistema directamente aunque no modifiquen los mecanismos de poder.
El Partido Popular ha llevado a cabo, en nombre de la Constitución, un verdadero proceso deconstituyente: recortes de derechos y libertades con la ley mordaza, cambios en la reforma laboral, impulso de las privatizaciones, ataques a los derechos de las mujeres, recentralización, aniquilación de la ley de la dependencia, privilegios para los sectores financieros, rescate de la banca privada con dinero público y abandono del necesario rescate ciudadano…
Lamentablemente el PSOE inició este camino con sus políticas económicas liberales, su sumisión a los dictados del austericismo liderado por Angela Merckel y un cambio-exprés de la ‘sagrada’ Constitución para prohibir el endeudamiento público. Todo ello aliñado con los casos de corrupción que han ido saliendo a la luz pública y con la exhibición de la falta de independencia de las instituciones reguladoras y los organismos judiciales, subordinados a la lógica del gobierno.
Las fisuras y agujeros del sistema político español han dejado al descubierto sus insuficiencias y podredumbre. No es extraño que mucha gente aspire a que las cosas cambien, pero este deseo de cambio se proyecta hacia actores múltiples dispersándose en el camino. Parece que Podemos ha perdido fuelle y que Ciudadanos lo ha ido ganando. El primero aspira a cambios sistémicos, el segundo no pero ofrece una imagen amable y moderna respecto a quienes han detentado el poder hasta hoy. El crecimiento del independentismo en Cataluña no es ajeno tampoco a este deseo de cambio, expresado en forma de ruptura con la España negra que el PP representa. Síntomas todos ellos de que la sociedad aspira a cambios, aunque la diáspora con que se traducen políticamente bien puede conducir a que nada cambie, o que cambie tan poco que se limite a un puro maquillaje.
Solo tres breves apuntes en relación a los cambios y a los sujetos políticos que los pueden liderar, apuntando sus posibilidades y limitaciones.
Los procesos de confluencia han permitido generar cambios de gobierno en ciudades españolas, algunas de ellas tan relevantes como Barcelona, Madrid, Zaragoza, Valencia, Cádiz, A Coruña, Pamplona, Santiago o Badalona. Ofrecen un ejemplo interesante de sumar movimientos sociales y partidos políticos que no siempre se ha podido traducir en candidaturas equivalentes en elecciones autonómicas o en las propias elecciones generales en que el pacto entre Izquierda Unida y Podemos no ha sido posible. Mala noticia frente a la elevada valoración que hace mucha gente de la unidad.
Constatamos además que en muchas ocasiones las confluencias no son una suma, sino que algunos de los actores intentan arrebatar los lugares que ocupaban los partidos de izquierdas, se asocien con ellos o no. Se pierde así la oportunidad de construir nuevos sujetos políticos que agreguen la experiencia y la innovación.
El descrédito de los partidos políticos ha hecho posible este “quítate tú que me pongo yo” y ha logrado, injustamente a mi entender, desbancar de los primeros lugares de las candidaturas a personas con trayectoria política interesante para situar a personas desconocidas que, a pesar de su valía, no siempre tienen la capacidad de atraer la confianza ciudadana. Que el hecho de haber participado en la política sea un pecado es el pecado actual de las nuevas confluencias, pues contribuye a degradar la política al no hacer distinciones entre sus participantes.
Y como todo es relativo, dentro de unos pocos años los protagonistas de estas confluencias y que han llegado o llegarán a instituciones (ayuntamientos, parlamentos autonómicos, Congreso, Senado) ya serán políticos en ejercicio y legítimamente muchos de ellos aspirarán a continuar la labor iniciada. Estas nuevas confluencias han de aprender además a ser mucho más transparentes en su toma de decisiones: en un partido se conoce al menos quiénes las toman y como se toman.
Otro aspecto a tener en cuenta es el papel de las mujeres en los cambios. ¿O es que se pretende cambiar tantas y tantas cosas pero no el rol secundario que se atribuye a las mujeres? Parece que la presencia de las mujeres está más normalizada en las nuevas candidaturas de confluencia, con figuras relevantes en las alcaldías como Manuela Carmena o Ada Colau. Pero se observa en Podemos la dificultad de incorporar mujeres a sus estructuras organizativas y de encajar las demandas del feminismo.
El relato que confronta el ‘nosotros’ con la ‘casta’ convierte en potentes las propuestas contra la corrupción, contra las inercias constitucionales, contra la especulación y el poder arbitrario, pero no tanto las luchas contra las desigualdades de género, o las basadas en la orientación sexual o el origen.
Cuando el eje del discurso es la lucha entre los de arriba y los de abajo, determinados temas devienen secundarios necesariamente. Como señala Kerman Calvo en un artículo publicado en Agenda Pública, Podemos no ha conseguido articular el feminismo de forma transversal en su discurso social, a pesar de la pedagogía y trabajo interno que se está haciendo. Y esto se traduce en la percepción de sus votantes potenciales.
Según los datos de intención directa de voto de julio de 2015 (barómetro del CIS), el 15,3% de hombres está decidido a votar Podemos, frente a un 10% de mujeres, y en el barómetro de octubre de 2014 se reproducía la misma tendencia con una intención de voto más elevada: un 20% y un 15% respectivamente. Ningún otro partido presenta una diferencia tan remarcable. La conclusión es que las desigualdades entre hombres y mujeres continúan persistiendo, también en la nueva política.
Avanzar hacia una sociedad más justa y democrática solo se puede hacer con la participación plena de las mujeres, no sin ellas. No hay cambios significativos posibles si no se asume esta dimensión, que supone transformar la sociedad desde el reconocimiento y aportaciones de las mujeres.
El tercer aspecto al que me quería referir es a la situación de Cataluña. Distintos partidos están planteando cambios en la Constitución, y es inevitable tener en cuenta el conflicto que representa la elevada presencia del independentismo en Cataluña y la aún mayor presencia de catalanes que sin ser independentistas no se conforman con que continúe un estado de cosas que amputa las aspiraciones de autogobierno y relega la lengua y cultura catalanas a un estado secundario en reconocimiento y protección.
No es pertinente en este debate entrar en la coyuntura política que hoy se vive en Cataluña después del órdago lanzado con el anuncio de iniciar el proceso de desconexión con España. Sí quiero señalar que no hay solución de este conflicto si desde el gobierno español y las estructuras del estado se impide hacer un referéndum en que los catalanes expresen lisa y llanamente sus aspiraciones de futuro. Es la única salida existente hoy para desbloquear las graves consecuencias de la sentencia del Tribunal Constitucional del 2010, que arrebató la soberanía de todo un pueblo y deslegitimó al Parlamento de Cataluña, al Congreso de Diputados y al referéndum posterior.
Las soluciones que plantean el PSOE o Ciudadanos, basadas en pactos por arriba y reformando la Constitución sin antes haber hecho un referéndum en Cataluña, no son solución porque vuelven a tratar al pueblo catalán como un menor que no puede decidir por sí mismo. Un referéndum obliga al gobierno del Estado a poner sobre la mesa propuestas creíbles para conseguir un mejor encaje para Cataluña.
Y puestos a hacer predicciones, es muy posible que con un gobierno diferente el resultado no sería el triunfo de la independencia sino un encaje diferente de Cataluña como nación. El solo hecho de que el gobierno español impulsase un referéndum mostraría ya una comprensión de la situación en Cataluña inédita hasta el día de hoy y una voluntad de negociar que mucha gente valoraría, porque sería un síntoma de un verdadero cambio.
Una visión desde la ecología política
25/11/2015
Juantxo López de Uralde
Activista ecologista, coportavoz de Equo y diputado en el Congreso del Grupo Confederal de Unidos Podemos
Meses antes del 15M ya estábamos pensando en la necesidad de cambio, en la necesidad de dar un volantazo que cambiara el rumbo y nos sacara de la profunda crisis política en la que había caído el sistema del 78. Cuando presentamos el proyecto EQUO aquel 24 de septiembre de 2010 no imaginábamos que meses más tarde nuestras sospechas se verían confirmadas.
Sin embargo, a pesar de aquella ola de cambio y esperanza que fue la movilización ciudadana del 15M, cuando llegaron las elecciones generales del 20N de 2011 nada cambió, el bipartidismo arrasó y el PP se impuso con una agobiante mayoría absoluta.
Cuatro años más tarde, las condiciones políticas han cambiado de forma abismal y la cuestión se plantea en un contexto radicalmente distinto, donde los aires de cambio son una realidad, y en la que los resultados de las elecciones municipales celebradas el mes de mayo nos muestran el camino.
Pero ¿hacia dónde lleva este camino? Desde mi punto de vista son necesarios tres ejes de cambio: político, económico y ecológico.
El cambio no puede ser solo un parche a las debilidades o las disfunciones del actual sistema político. Hay que reiniciar la democracia, hay que conseguir una democracia más participativa, más transparente, una democracia en la que, más allá de votar cada cuatro años, se permita a la ciudadanía ser un actor principal en la toma de decisiones.
Reiniciar la democracia significa, desde mi punto de vista, que la ciudadanía recupere la política y el trabajo en las instituciones como herramienta de transformación. Sin embargo el cambio no puede ser completo si no se cuestiona el modelo económico actual.
No es únicamente una cuestión de reparar el modelo que nos ha llevado a la crisis, sino de cambiar el modelo de crecimiento en el que estamos instalados; un modelo basado en el crecimiento continuado sobre una base física que es finita. Cierto es que es necesario una reactivación económica para crear empleo, pero siempre orientada hacia un nuevo modelo productivo ambientalmente sostenible.
No habrá empleo si no hay actividad que lo sustente. Sin nueva actividad y empleo no será posible hacer frente a la deuda, ni reducir el déficit y avanzar hacia la consolidación fiscal, sino que por el contrario aumentará el desempleo, el déficit y la deuda y crecerán las desigualdades y la exclusión social. El cambio pasa por la deconstrucción del capitalismo y la construcción de un modelo sostenible y socialmente justo.
Mucho se ha hablado de las alianzas, las confluencias, las coaliciones, la unidad popular… pero lo cierto es que a menos de un mes para las elecciones esa confluencia amplia que mucha gente reclamaba y por la que tanto hemos trabajado no ha podido ser completa.
Está claro que un sistema electoral injusto va a castigar que finalmente no saliera adelante, pero también es cierto que el momento del cambio ha llegado y los resultados electorales van a dibujar un Parlamento más abierto que nunca, en el que los partidos viejos van a ver mermado su poder.
En este nuevo escenario que imaginamos post 20D los pactos serán clave para que el cambio pueda llegar. La duda no es tanto si seremos capaces de entendernos los diferentes partidos políticos, como si habrá una mayoría de cambio.
Esas incógnitas las despejaremos a partir del 21 de diciembre. Sólo entonces sabremos si hay una voluntad de entendimiento para no volver a repetir las políticas del austericidio, de los recortes sociales y del desmantelamiento ambiental que hemos soportado hasta ahora de la mano de una mayoría absoluta, que pese a ser legal, dista mucho de ser democrática.
A pesar de eso, no podemos olvidar la otra mitad de la ecuación, igual que hablamos de los partidos políticos como actores de cambio, también tenemos a la ciudadanía. Sin duda cualquier cambio ha de contar con el consenso de la ciudadanía, con su participación. Es la hora de poner a las personas en el centro de la política, de la democracia. De otra manera cualquier cambio que no cuente con ese consenso, solo será un cambio efímero que desaparecerá con las próximas elecciones generales.
El cambio no es sólo necesario, sino que es posible. Ni la presión de los lobbies económicos, ni políticos podrán frenarlo si la ciudadanía es capaz de desbordar a la vieja política.
¿A cómo está el cambio?
24/11/2015
Raúl Sánchez Cedillo
Universidad Nómada
Sí, se nota la cercanía de las elecciones que, como se dice, serán decisivas. Y se nota en particular en la elección del passepartout por antonomasia que en la jerga política representa la palabra «cambio». Este ya nos sirvió en la coyuntura de 1982 –sobre todo al PSOE de González y Guerra, claro–.
Aunque todo ha cambiado para peor desde 2008, y hemos tenido algo tan inasimilable como el 15M, se continúa eligiendo esta palabra, tal vez para dar cabida a todas las opciones en liza, desde las más tibias, obligadas a ofrecer algún cambio para sobrevivir, a aquellas que llevan a considerar que el marco del «cambio» se queda corto respecto a lo que, con mayor urgencia, se ha enunciado como «revolución democrática» y/o «proceso constituyente».
No solo hay que atender los sondeos, que vienen cargados de agua fría. Sino que son los hechos los que dictan los términos de la situación. Los atentados del 13 de noviembre en París suponen un nuevo mazazo para cualquier idea de cambio político entendido como aplicación de un programa político respaldado en las urnas. La crisis de los refugiados ya estaba diciéndonos que, en el contexto de la Europa actual y de sus gobiernos nacionales, con el trato indigno dado a las personas refugiadas se estaba enterrando una salida, democrática y ciudadana, de años de austeridad y disminución de derechos y libertades.
Tal es el cuadro que tenemos delante. Tanto si entendemos que el cambio político es posible como proceso ejecutivo del mandato de la soberanía popular, como si entendemos que existe un objeto que se llama poder político, que ha de ser conquistado en una disputa con otros pretendientes, nos encontramos con el resultado de que parlamentos y gobiernos actuales son capaces de ejercer un poder mínimo, cuando no un simulacro de poder.
Que soberanía y democracia han dejado, en la realidad, de caminar juntas. Hasta tal punto que, en el campo real de las relaciones de poderes, tanto financieras como mediáticas, militares y policiales, ejercer un gobierno «de cambio» es ejercer, en el mejor de los casos, una tentativa de contrapoder, muchas veces simbólico. Las soberanías efectivas, esto es, la financiera y la militar, ambas no democráticas, se han cargado la posibilidad fr toda transición democrática en España, concebida con arreglo al esquema del Estado de derecho fundamentado en la soberanía nacional-popular.
Miremos al resto de la Unión Europa. Salvo el caso, tan comparable como distante, de la sociedad griega, no hay una sociedad política que haya vivido, como lo ha hecho este país desde el 15M, una intensidad tan sostenida en el tiempo, de movilización y organización ciudadana. Bueno, a decir verdad, antes que cambio se ha hablado más bien de «democracia real», de «no nos representan» y de «no somos mercancía en manos de políticos y banqueros».
Cuatro años después, la moneda del mandato democrático para construir instituciones de democracia real ha pasado por muchas manos. Tantas que está viviendo la misma suerte del lenguaje y las ideas según Mallarmé: se ha desgastado, ha perdido su cuño y su autoridad, su sentido y sus garantías. Su sujeto, en definitiva.
Si hay un problema fundamental para definir los contenidos y los sujetos políticos y sociales del cambio en España, este consiste en que, en este tiempo electoral, lo político se confunde con los partidos y, a la vez, a estos les une el interés de despolitizar lo social.
A esto llamamos la operación de la autonomía de lo político frente a los contrapoderes e instituciones políticas de la sociedad, que fue sin duda el principal éxito de la transición postfranquista. Hoy, en esta autonomía de lo político comulgan juntos Errejón y Rivera, tanto como Rajoy, Sánchez o Mas.
La situación presente en Catalunya constituye un ejemplo ilustre de esa autonomía de lo político. El independentismo progresista ha insistido siempre en que el fundamento del procès es un mandato popular expresado en innumerables actos de participación masiva de una parte hegemónica de la sociedad catalana.
Y no faltan fechas y eventos que así lo corroboran. Sin embargo, el argumento flojea cuando vemos que esa fuerza instituyente de la llamada «sociedad civil catalana» ha llegado a un punto de subordinación completa, no sabemos si definitiva, al dominio de los partidos de siempre. De otra parte, la pretensión de las CUP de jugar a la «gran política» (léase «autonomía de lo político») a partir de maniobras parlamentarias y negociaciones a puerta cerrada puede costarles tan caro, como su propia existencia como contrapoder político social y no asimilado a las cosas del Estado.
Mientras tanto, todo aquello que produjo el 15M en Catalunya, pero que tenía difícil encaje en un procès dominado por las fuerzas neoliberales y las clases medias, quedó apartado y subalternizado, mal que le pese a las CUP. La PAH es una excepción, pero basta atender a la presencia que tienen en las instituciones y agencias principales del procés las luchas autónomas contra los desmanes neoliberales de Mas para confirmar esta regla de exclusión, denegación y subalternidad.
Hay sustanciosas justificaciones de la autonomía de lo político así entendida, no solo en las tradiciones, jacobinas, liberales, estalinistas o fascistas à la Carl Schmitt. Tanto Monedero como Rivera nos dirán que el 15M fue incapaz de hacer política. Incluso algunos investigadores de los movimientos red, como Ismael Peña-López [link: http://ictlogy.net/sociedadred/20110525-de-que-puede-morir-el-15m-o-por-que-no-existen-todavia-las-wikirrevoluciones/?utm_source=ReviveOldPost&utm_medium=social&utm_campaign=ReviveOldPost
], han sostenido recientemente que el 15M fue un movimiento destituyente, pero que no pudo llevar a cabo un proceso (de poder) constituyente, en la medida en que este implica un orden y una organización jerárquica similar a la del Estado.
Los movimientos red no pueden producir sin romperse, porque protestan, deniegan, destruyen, pero son incapaces de representarse, o de decidir sobre un conjunto de opciones finitas. Los movimientos red harían una desviación o derivación del trayecto, antes que organizarse con arreglo a un arriba y un abajo, como gobernantes y gobernados.
Recordemos que con motivo de las elecciones europeas, el Partido X quiso ser la expresión de esa autoorganización de la ciudadanía. Conociendo el asunto de cerca, el escaso éxito electoral de la iniciativa ha de achacarse sobre todo a que desde el inicio hubo una flagrante contradicción entre el hacer y el decir de los dirigentes o promotores de aquel proyecto, y a que la falta de democracia es nociva bajo cualquier circunstancia, aunque se justifique apelando a modelos meritocráticos y de eficacia técnica, como fue el caso de aquel experimento, de cuyo fracaso pagamos ahora las consecuencias.
Es un error, anclado en la tradición, considerar que la insistencia en el acontecimiento originario responde a nostalgia, adanismo o conciencia infeliz. Enter Podemos. No es así: el acontecimiento, también el político, y con mayor motivo una conmoción sistémica como el 15M, modifica los estados de cosas, y esto incluye a cuerpos y almas.
Pero no solo. Modifica también la tecnología política, el hacer, el mecanismo y los procesos que llamamos políticos. El 15M ha convertido en personajes del Sexto Sentido a los partidos políticos o, para ser más exactos, la forma partido, ya sea parlamentario-electoral o «revolucionaria».
El 15M ha demostrado que la forma y la función del mercado político-parlamentario corresponden estrechamente a la forma y función del mercado financiero, mediático y corporativo. Y, lo que es más importante, ha demostrado que ambos mercados han dejado de ser democráticos, es decir, que son incapaces de verticalizar, sin destruir el poder instituyente y constituyente que se crea en las redes de cooperación, afecto y lucha de las y los ciudadanos.
Si quisiéramos explicar lo que ha supuesto el 15M más allá de metáforas, habría que decir que se ha producido una mutación duradera de la base maquínica de la democracia. La democracia del 15M ha consistido en la participación corporal y afectiva de las personas en los asuntos comunes, en plazas y redes en Internet.
El caos aparente de las diferencias y los individuos ha estado sometido a la ordenación de los algoritmos, y ha producido síntesis, ideas y, lo que es más importante, formas de toma de decisión no representativas. Ha sido la democracia implantada como proceso de autoorganización y evolución de un sistema red abierto y de geometría variable, capaz de describir, discutir y resolver problemas y tomar decisiones a distintos niveles de complejidad social e institucional.
Esta democracia resulta adecuada a la sociedad red en que vivimos, pero no a los clanes, los aparatos, los mercados trucados y las jerarquías improductivas que viven de esa sociedad e impiden el cambio. Se trata de un problema político, no técnico o cultural. Dicho de otra manera, estamos ante un obstáculo hostil, no ante un límite insuperable del poder constituyente de las y los ciudadanos.
Esto nos lleva a la cuestión de qué es gobernar hoy, entendiendo el gobierno como ejercicio de un poder ejecutivo constitucionalmente reconocido. Si atendemos a las primeras experiencias municipalistas, a la experiencia griega y a lo que pueda deparar en los próximos días el nuevo gobierno de coalición portugués, pareciera que gobernar es gestionar el descontento, moderar la frustración, aprovechar lo poquito de posible que queda, evitar lo peor.
Como decíamos más arriba, la intensificación de la violencia soberana del capital financiero y de los sistemas de Estados nación supone la derrota ex ante de toda hipótesis de llegar al gobierno por las vías nebulosas de la autonomía de lo político. Dicho de otra manera, supone el bloqueo preventivo de todas las opciones de cambio que se presentan a las próximas elecciones del 20 de diciembre.
Llegamos así a la cuestión determinante. Se ha entendido la hegemonía como una incidencia en los sondeos de opinión, y no como una actividad presente en el campo social, es decir, como un conjunto de contrapoderes que no disocian palabras y acciones, sino que las reúnen en dispositivos prácticos que disputan el poder en distintos territorios del campo social.
Llamemos a estos actores redes y/o movimientos. Ahí reside la hegemonía, en las redes de contrapoderes que no entregan su poder a nadie, sino que son capaces de pactar, con elites que apuestan por el cambio, un asalto electoral a las instituciones establecidas sin autodestruirse en el proceso. Hoy no vemos esa hegemonía en España.
Las redes de contrapoder se han visto subalternizadas por la organización de una máquina o máquinas electorales y mediática, basadas en la repetición y la redundancia de un mensaje de cambio. Vistas así las cosas, no es de extrañar el posible resultado del 20D: un bloqueo entre régimen y cambio, un interín, una legislatura incapaz de elaborar síntesis de transición, pero igualmente incapaz de adaptar el presente régimen constitucional.
Hemos querido, y queremos gobernar o, como dicen las CUP, autogobernarnos. Pero solo una concepción y, lo que es más difícil, una práctica distinta del gobierno puede permitirnos salir de este atolladero en el que está encallado el mandato constituyente del 15M.
Como ha señalado el filósofo del derecho Sandro Chignola en su artículo «¿Qué es un gobierno?»: «Se gobierna con los movimientos cuando se actúa con plena conciencia de que los movimientos expresan procesos de subjetivación y agendas completamente autónomas. Se gobierna con los movimientos cuando la relación entre gobernante y gobernado excede las cuadrículas de la identidad o de la identificación y se reproduce con arreglo al dualismo -o la elipsis- que la caracteriza. Se gobierna con los movimientos cuando el gobierno, la dimensión vertical, expresa la capacidad o la potencia de durar de los movimientos».
Sabemos que la vieja clase política, judicial y directiva española no va a ser capaz de otra cosa que aguantar lo que se pueda con el material humano e institucional existente, agravando cada día la convivencia civil.
Y nadie puede pensar que Ciudadanos sea otra cosa que una actualización de una clase política populista y liberal, que está entrando en bancarrota en toda la Unión Europea, aunque aquí no nos hayamos enterado aún. Sin embargo, el momento de la ruptura, o del cambio, se aleja a medida que andamos, hasta el punto de que llegamos a pensar que pueda tratarse de algo parecido a una zanahoria.
Creemos haber explicado aquí por qué estamos entrando en ese laberinto de la espera y la decepción, y haber apuntado por dónde puede pasar el reinicio de un proceso capaz de producir una ruptura constituyente real o, para ser más exactos, de sancionar en las urnas una ruptura que se haya producido ya con anterioridad en los cuerpos y las mentes de la ciudadanía. Al fin y al cabo, el cambio depende, todavía, de nosotros, de cómo y con qué instituciones queremos ser (auto)gobernados.
¿Cambio sin oportunidad?
24/11/2015
Pablo Sánchez León
Historiador
Empecemos por un poco de historia. El lema de la campaña del PSOE en el 82 fue “Por el cambio”. Lo curioso es que en realidad en términos estructurales –económicos y políticos- el cambio se había producido ya, en el lustro anterior. La retórica del cambio operó entonces como un condensador de las opciones más centradas, y la oportunidad fue vista como al alcance de la mano, pues podía venir apoyada en una mayoría suficiente de los socialdemócratas de Felipe González, que resultó ser finalmente aplastante debido a que atrajo las expectativas razonables de todos los que podían aspirar a mantener o mejorar el estatus quo. Ello era así porque la invocación al cambio se hacía en un momento en el que el ciclo político y económico se estaba cerrando.
En el contexto en el que estamos ahora, el cambio se presenta sin embargo como inevitable, pero a la vez se ha ido disipando la percepción de que sea inminente. Esto es así por un doble motivo: de un lado, hay una clara conciencia en la opinión pública de que el escenario político no podrá volver a ser como el que hemos vivido desde los años ochenta; del otro, las posibilidades de triunfo el 20-D de una coalición de reformas radicales se han ido disipando en los últimos meses.
Lo fundamental, con todo, es que la retórica del cambio incide ahora sobre un escenario de apertura de ciclo, no de cierre como en el 82: hay constancia de que se han producido ya alteraciones en el sistema que son irreversibles, el problema es que la orientación de estos está lejos de manifestarse con claridad.
Sigamos con una valoración sobre el tiempo. Cuando un ciclo político se abre, un elemento fundamental que se ve favorecido es la proyección de imágenes a largo plazo: el futuro se muestra en mayor medida abierto, y las opciones de seguir en el proceso del cambio se mantienen, cuando no aumentan. Lo que opera en este caso en sentido contrario es la herencia de una cultura política como la de la democracia posfranquista, acostumbrada a que grandes coaliciones armonicen la estabilidad con un cierto impulso reformista.
Difícilmente la opinión pública cuenta aquí con experiencias acumuladas, con memoria; no están siquiera claros los modelos o los ejemplos a seguir. Si los hay están, mutatis mutandis, en las coaliciones populistas de países de América latina —Argentina, Bolivia, Ecuador— urdidas como sabemos tras grandes movilizaciones sociales y sobre un largo poso de apoyo crítico a las fuerzas que encarnan la transformación social.
Lo que aportan estas dinámicas de largo plazo es en ese sentido el valor de la constancia. Ésta permite entre otras cosas re-aprender a distinguir entre objetivos de corto, medio y largo plazo, y sobre todo a dejar de tomar las opciones políticas como si fueran un casting de la pareja ideal.
En el apoyo crítico en el tiempo a coaliciones de reforma radical está la posibilidad de ir paso a paso en la dirección de ampliar constantemente los objetivos de largo plazo, reproduciendo por el camino una cultura política capaz de sostener la lealtad sin menoscabo de la crítica y la demanda, no dirigida hacia los ajenos sino a los propios. Manteniendo objetivos de largo plazo pese a los avatares externos o internos a las fuerzas declaradamente favorables al cambio es como mejor se aprovechan las oportunidades por venir:
Ahora vamos al espacio, que es siempre una medida relativa. Podría parecer a tenor de lo dicho hasta ahora que la cita concreta del 20-D no es determinante para un destino que se mide en el largo plazo. Pero es justo al revés: todo va a depender de lo que pase en España en unas semanas. La clave no está sin embargo tanto en los resultados en sí cuanto en la manera en que sean introyectados por los ciudadanos que llevan desde el comienzo de la crisis aumentando su conciencia política y su sensibilidad social y hacia cuestiones económicas de fondo.
Las elecciones van a tener lugar en el peor contexto para la fuerza que ha irrumpido con la apuesta más auténtica y factible por el cambio. Podemos nació para marcar la agenda política, pero el caso es que ahora se encuentra sometido a constricciones que afectan a todos los jugadores, también a él. No depende de sí mismo, y ello le hace difícil valorar estratégicamente sus propias capacidades.
Pero además, su victoria o derrota se van a medir en términos de cómo salgan del envite los otros competidores por el voto ciudadano. Ahora bien, un factor clave en este escenario es el estado de ánimo de las fuerzas enemigas, su moral. Hablando claro: la euforia que vienen mostrando los restantes partidos es el mejor aliado del éxito de Podemos.
Pero esto no resulta suficiente. La moral propia cuenta aquí también y mucho, y en ese sentido el desencanto con Podemos es un elemento que puede resultar determinante el día de las elecciones. Lo que se necesita aquí de parte de su dirección es recordar a los electores que la apuesta a corto plazo ha sido siempre ganar las elecciones generales, no fijar horizontes y objetivos más ambiciosos. A cambio, lo que debiéramos reclamar a la campaña de Podemos es que no siga dando bandazos desconcertantes.
Por último, el futuro. Si Podemos no obtiene buenos resultados relativos, habrá en España cambio pero no oportunidad para orientarlo, al menos en el corto plazo. Se hará más difícil seguir dando golpes en el tablero, y mucho más difícil conseguir que se implementen medidas contantes y sonantes que paso a paso vayan dibujando el futuro.
Ahora bien, si Podemos obtiene un resultado medianamente razonable, es decir, si el electorado no interpreta éste como una derrota, entonces está claro que las oportunidades de cambio aumentarán en lugar de disminuir. Más que una oportunidad para el cambio, abrirá a su dirección la oportunidad de reactivar sus principios fundacionales, que son urdir una coalición sólida de reforma radical. En este sentido, el 20-D es menos una oportunidad de cambio para Podemos y más una oportunidad de cambio en Podemos.
El cambio también se debe notar en las campañas electorales
23/11/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
En las próximas elecciones del 20-D seremos testigos por enésima vez de la peor clase de agitación política, esa que la ciudadanía denomina ‘politiquería’. Los estadounidenses, que gozan de una dilatada tradición democrática, hablan con sarcasmo de las campañas electorales diciendo que son el tiempo del ‘pressing the flesh’ (‘oprimir la carne’, cuando se estrechan manos) y del ‘kissing babies’ (cuando se besan niños).
Así que, casi seguro, veremos a los políticos del Partido Popular abrazar al primer inmigrante que encuentren por la calle o dirigirse a los mercados municipales para besar a unos pocos mocosos. El PSOE de Pedro Sánchez, al que le reconocemos algo más de inventiva, posiblemente ponga sobre un escenario a bailar a Miquel Iceta y también acusará al Partido Popular… de hacer lo mismo que hacía el PSOE cuando gobernaba.
El pueblo español, que en estos últimos años de sufrimiento innecesario ha madurado muchísimo, no se merece y no estará dispuesto a tolerar que las fuerzas políticas del cambio frivolicen en esta próxima campaña electoral. Nos aburre y no nos interesa saber si fulanito es malo malísimo, o que menganito es aún peor. No deseamos una campaña en negativo sino en positivo. Pues queremos que se nos hable de las cosas que de verdad importan: del empleo, de la violencia de género, de la crisis ecológica, del pacifismo, de la educación, de la Banca Pública, etc., etc.
¿Es demasiado pedir que se nos trate como personas adultas, informadas y dignas de respeto?
(Nota Bene: Barrunto que esta campaña electoral va a ser de las más sucias desarrolladas por el Partido Popular, pues sus dirigentes no pueden disimular que están desesperados. Por ejemplo, la líder del PP valenciano acaba de afirmar que ellos son «…la esperanza de los obreros», mientras que Compromís sólo representa «…a los ricos». Convendría guardar la calma y no hacer caso a estos despropósitos, que utilizando el vocabulario militar hay que enjuiciar como meras «maniobras de diversión»).
Seguir desmontando la falsa historia
23/11/2015
Isabel Serra
Diputada en la Asamblea de Madrid por Podemos
Si alguien ha simbolizado la palabra “régimen” en Europa fue Giulio Andreotti: presidente y primer ministro democristiano de Italia durante múltiples legislaturas. Fue capaz de armar un régimen diseñado para resistir las ofensivas del movimiento obrero, para mantener fuera del gobierno al principal partido comunista de occidente (aunque este estuviese dispuesto a hacer todo tipo de concesiones porque lo dejasen participar) y para diseñar un Estado-plan que respondiese a las necesidades del capital por encima de cualquier coyuntura. Este turbio y fascinante personaje, apodado “Il Divo”, experto en moverse en las clocas del poder, dijo una vez una frase que resumía su filosofía política de forma magistral: “el poder desgasta, sobre todo a los que no tienen”.
Toda la operación del régimen del 78 durante los últimos meses ha estado dirigida por esta máxima: domesticar a Podemos, evitando sea una pieza decisiva en la gobernabilidad que viene, pero a la vez buscando integrarlo en los “consensos de Estado”, conservar el poder aunque haya que distribuirlos de otra forma, introduciendo nuevos agentes como Ciudadanos y evitando el hundimiento total del bipartidismo. ¿Y para que? Pues para iniciar una segunda fase de su ciclo de “desgaste” contra los que no tienen el poder, las mayorias sociales. Esta es la batalla que se juega el 20D.
El Partido Popular ha utilizado toda la legislatura para bajar los salarios y continuar en el proceso de desmantelamiento a gran escala de los servicios públicos. Según la noticia que salía recientemente sobre datos de Hacienda, el sueldo medio ha caído durante 2013 y 2014 a sus niveles más bajos desde 2007, pero curiosamente, los salarios de los más privilegiados (los que ganan 10 veces el salario mínimo) han aumentado. Lo que esconden estos datos es que la bajada salarial se basa fundamentalmente no en recortes directos de los salarios (que también), si no en la extrema precariedad de las nuevas incorporaciones al mercado laboral, todo ello condicionado los millones de parados que son utilizados para presionar los salarios a la baja.
Esto es lo que nos jugamos las próximas elecciones: si los partidos al servicio de las élites (PP, PSOE y C’s) consiguen gobernar las proximas elecciones continuará una profundización de estas políticas (la troika ya ha anunciado que España tiene pendiente recortes de 13 mil millones de euros) y la normalización de la precariedad como base para iniciar un nuevo ciclo de acumulación, que garantice subir los beneficios empresariales a costa de los trabajadores y trabajadoras.
Todo ello se entremezcla con el giro autoritario que se está cocinando en Europa. ¿Acaso la mejor forma de defender las libertades y la democracia es limitar las libertades y suspende la democracia? En realidad, el estado de excepción es la regla. Contra estos ataques en el plano ideológico y económico no podemos responder sólo pidiendo el voto: es necesaria una gran coalición social, con todos los sectores sociales que están sufriendo la crisis y la ciudadanía que no se resigna a que la barbarie terrorista signifique el recorte de los derechos democráticos.
Sin embargo, Cataluña demuestra que a pesar de la amenaza de un cierre en falso por arriba y un proceso liderado una vez más por las élites mediante una leve reforma constitucional, la crisis de régimen continúa abierta en al menos uno – y son más- de los pilares del 78. El proceso independentista es complejo, plural, y si bien implica dificultades para propuestas como Podemos, también para el régimen. Por otra parte, la crisis china y la bajada de precios de las materias primas en los países emergentes perpetúan la recesión mundial persistente. En España, las medidas de inyección de liquidez llevadas a cabo por el BCE conocidas como QE tendrán efectos con un recorrido muy limitado. En Grecia, la firma del MoU y el comienzo de la aplicación de recortes tendrá efectos devastadores para el pueblo griego pero también de respuesta como la huelga general que se convocó el viernes pasado. Todos estos elementos harán que la inestabilidad continúe.
La historia oficial que se trata de contar desde las élites económicas y políticas sirve para ocultar la historia real. El reto es desmontar esta falsa historia: la de la recuperación económica, la de que este orden garantiza la seguridad y la salvación frente a la amenaza del yihadismo, el de que el orden capitalista neoliberal gestiona de forma más eficaz, pero también más justa, que cualquier otro orden. Frente a esa historia, está la de la crisis económica, el empobrecimiento de las mayorías, las guerras y el terror y la desigualdad. Somos nosotros y nosotras, las que hemos estado en las calles, pero también todas aquellas personas que no han expresado su descontento públicamente, las que podemos revertir esa situación. El 20D es otra batalla de una larga lucha social que el multimillonario Warren Buffet definía con su celebre afirmación “claro que hay una guerra de clases, pero que son los ricos la que la van ganando.
Después de las elecciones del 20D nada será igual que antes. En primer lugar porque entramos en una nueva fase en donde lo electoral –aunque no lo institucional- pasa a un segundo plano. Aunque eso sí, con una alternativa como Podemos, las candidaturas de unidad popular y los gobiernos del cambio en las instituciones. Pero también por la experiencia acumulada en los movimientos, las organizaciones, o las instituciones, las estructuras creadas, y la politización y concienciación que han traído consigo las movilizaciones y propuestas desde el 15M hasta nuestros días. Esto no puede ser una derrota, aunque el resultado electoral no sea el que alguna vez imaginamos que podría ser.
La tarea es que todos los actores por el cambio que se han construido en esta etapa y que serán decisivos antes y después de las elecciones, configuren –configuremos- una coalición social contra los partidos –y sus políticas- que siguen siendo leales a quienes se han beneficiado en esta crisis. Para ello es determinante que nuestra estancia en las instituciones sea para cambiarlas, que estas no nos cambien a nosotros. Abandonar la hipótesis de la “máquina de guerra electoral” hacia otra que plantee la importancia de un espacio democrático, abierto, plural, y con implantación social. Que plantee la importancia de una coalición social de distintos actores que se unan con un objetivo programático claro: acabar con los recortes en derechos sociales y libertades civiles.
La política consiste en primer lugar, en tener la capacidad para plantear hipótesis estratégicas –que condicionan lo táctico-. En segundo lugar, en tener un proyecto de sociedad. Lo segundo debe determinar lo primero. Importante es que este orden no se termine invirtiendo. La tarea después del 20D es debatir entre el conjunto de actores por el cambio qué hipótesis estratégica, con qué ejes programáticos y, para ello, cual es el espacio y unidad que necesitamos. Desde Podemos nos toca trabajar para lo que nacimos, ser una herramienta útil para las mayorías. Con estas nuestro pacto y a ellas siempre nuestra lealtad.
Un ojo en el muro
20/11/2015
Chus Melchor
Economista
Aunque probablemente su estrategia no esté tan elaborada, el poder intuye que su baza consiste en esparcir ese espíritu perdedor que nos deja cautivos y desarmados antes de la batalla.
Hasta Pablo Motos reconoce que teníamos razón, que fuimos la palanca que hizo posible que se abriera un ojo en el muro del sistema a través del cual ya todos podemos ver el otro lado. Ya no cuela el discurso de que no hay dinero, de que el único camino posible pasa por renunciar a la sanidad universal y a la enseñanza gratuita. Ahora sabemos que nos engañaron, que los bancos siguen ganando millones de euros con el dinero público que nos han robado para pagar sus deudas. Ahora sabemos que hay otro camino que no quisimos recorrer.
Sabemos (ya ni siquiera lo niegan) que los intereses privados son los que están detrás de muchas de las decisiones que condicionan nuestras vidas. Que en nuestra constitución se colaron seis palabras (“su pago gozará de prioridad absoluta”) introducidas no para proteger al pueblo, ni siquiera para favorecer a los gobernantes, que nuestra carta magna está en este punto dictada por “los mercados”.
Y sin embargo nos dicen que según las encuestas el PP va a volver a formar gobierno, esta vez con el apoyo de su avatar rejuvenecido, aseado y formal. Me pregunto cómo es posible que queramos continuar así. Que aceptemos que nuestros hijos sólo podrán ir a la universidad si tenemos la suerte de no ser despedidos antes de que cumplan los veinticinco, que aceptemos que más nos vale no caer enfermos de repente porque es muy probable que nos toque esperar más de doce horas en urgencias, que aceptemos que nuestra jubilación será precaria y tardía y que cada vez más trabajadores tendremos que conformarnos con salarios de miseria y contratos temporales. Que aceptemos convertirnos en un país empobrecido y pusilánime en el que financieras, eléctricas y aseguradoras prosperan gracias a la complicidad del estado.
Parece que a pesar de haber despertado del engaño, a pesar de la revolución interna que erosionó el muro, existe una fuerza inconfesable que nos atrapa y nos condena.
Hay muchas explicaciones posibles, pero yo creo que la más verosímil para un escenario tan catastrófico es el triunfo de la resignación. España vivió una traumática dictadura tras la que los que no se resignaron lo perdieron todo, y los que acataron el orden establecido pasaron cuarenta años regodeándose en su sumisión. Con este pasado resistir, diferenciarse, romper la estructura prevista es un acto heroico sólo asumible cuando la victoria está garantizada.
Aunque probablemente su estrategia no esté tan elaborada, el poder intuye que su baza consiste en esparcir ese espíritu perdedor que nos deja cautivos y desarmados antes de la batalla.
Ojalá se produzca el milagro, ojalá recuperemos la ilusión por una Europa al servicio de los pueblos cuyo germen brote en España; por unas instituciones capaces de aplicar la constitución para garantizar los derechos fundamentales y no para someternos a intereses del capital; por un gobierno que preserve las libertades y la democracia por encima de las provocaciones de los violentos, que defienda una paz comprometida y honesta a la que nadie se atreva a poner precio; que avance hacia las energías limpias y hacia la protección de la tierra que agoniza, libre de compromisos giratorios que le enreden en intereses de eléctricas y multinacionales; que devuelva a la banca su función pública alejada de especulaciones criminales. Un gobierno capaz de reinventar este país apostando por la investigación, el desafío ecológico, los derechos laborales y la confianza en sus ciudadanos, capaz de conseguir que sus jóvenes tengan aquí las oportunidades que ahora se ven obligados a perseguir emigrando.
No quiero imaginar lo triste que sería que nos venciera ese desánimo con el que envenenan nuestro plasma de cada día. Pensemos en el futuro inmediato, ¿queremos ser cómplices de la continuidad de la LOMCE, la ley mordaza y la reforma laboral y en el copago sanitario? Si consiguen convertir las navidades 2015 en la fiesta de la resignación, seguramente los perdedores no reprocharán el voto a los culpables, simplemente brindarán por cortesía y se irán pronto a la cama, mansos y abatidos, incapaces de encontrar de nuevo el hueco por el que vislumbrar una brizna de esperanza.
Por un keynesianismo democrático
19/11/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Fue Keynes, y no Marx, quien afirmó lo siguiente: «…los economistas son los depositarios no de la civilización, sino de la posibilidad de la civilización». Con ello estaba reconociendo el importante papel que las reglas y las dinámicas económicas juegan en los destinos humanos…, y también lo poco que confiaba en el libre juego de los mercados.
De los economistas se aprende también otra importante lección: no es sólo el pasado el que contribuye a explicar el presente (como nos enseñan los historiadores), sino también influyen las expectativas que sobre el futuro se forman los agentes económicos, ya sea a la manera de expectativas adaptativas, racionales o de cualquier otra índole. A diferencia de los fenómenos físicos, irreversibles según la ‘flecha del tiempo’, en los fenómenos sociales el pasado, el presente y el futuro forma una mixtura difícilmente separable.
Es por ello que yo siempre tengo en cuenta toda referencia temporal, anterior y posterior, a la hora de analizar los fenómenos sociales del presente. Y también asumo otra importante enseñanza de los economistas: la que distingue entre el corto plazo y el largo plazo.
Es el corto plazo, determinado por las ‘posibilidades técnicas vigentes’, el elemento de inercia que determina y limita la libertad humana. Pero es en el largo plazo cuando se deja sentir la inventiva humana y su acción se desborda de los márgenes impuestos por las restricciones tecnológicas. Según otro economista, Joseph Schumpeter, este es el marco temporal de las innovaciones económicas, que son no sólo instrumentales sino también organizativas. ¡Qué hermosa metáfora para comprender la historia humana!
Sirvan las reflexiones precedentes para explicar, o al menos ayudar a entender, por qué me considero un keynesiano en el corto plazo y un marxista, en el largo. Y no soy el único que así piensa. Esto no supone ninguna contradicción lógica ni renuncia ideológica: es sólo realismo político y sentido común. Expresa también la esperanza de que marxistas y keynesianos podamos trabajar de consuno por un mundo mejor, y de que a largo plazo, cuando las condiciones objetivas y subjetivas maduren –sobre todo estas últimas- el socialismo será considerado por la mayoría de la población como una consecuencia lógica y natural, asumida democráticamente.
Del keynesianimo sin embargo hay que decir unas breves palabras adicionales. Su fundador fue un intelectual brillante pero elitista, que durante toda su vida se mostró hostil hacia el socialismo. Keynes se veía a sí mismo como un liberal heterodoxo, pero un liberal al fin y al cabo; por ello colaboró estrechamente con el Partido Liberal inglés. Este es el lado oscuro de la herencia keynesiana, y que se podría resumir, si se me permite, en el siguiente aforismo: Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. En consecuencia el keynesianismo es una forma tecnocrática de gestión de la economía, que que yo en particular rechazo. Esta parte de la herencia no es asumible.
Los cambios, en el alero
19/11/2015
Julian Ariza
Sindicalista
Toda convocatoria de elecciones ofrece oportunidades de cambio. Quizás el ejemplo más destacable sea el del PSOE que, en octubre de 1982, obtuvo un espectacular resultado precisamente bajo la bandera del cambio.
El 20-D va sin duda a proporcionar una serie de novedades. Según todas las encuestas, lo primero que va a confirmarse es el fin del bipartidismo imperfecto que nos ha acompañado desde 1977. Hay que añadir que, al margen de la valoración positiva que suscita entre algunos comentaristas, también es probable es que entremos de lleno en un período de incertidumbre sobre la gobernabilidad del país.
Por supuesto que cualquiera de los escenarios será menos malo que el vivido con la mayoría absoluta del Partido Popular, cuya precampaña electoral es un monólogo a favor de que no cambie nada. Y lo peor es que, aunque desgastado, los sondeos le otorgan el primer puesto.
Lo bueno del fin del bipartidismo es que ha desplazado una parte importante del escepticismo y la indignación con que estos últimos años se ha manifestado un amplio segmento de la sociedad, reorientándola hacia el interés por participar en estas elecciones.
Cabe pensar que la abstención será menor de la que habríamos visto sin este nuevo pluralismo, aunque no hay que olvidar los posibles efectos que pueden derivarse de que el 69 por 100 de los encuestados por Metroscopia (“El País” 1º de noviembre de 2015) considere que sería bueno para España que no gobernaran ni el PSOE ni el PP.
Es el hartazgo que refleja este dato lo que explica que un centro/derecha más aseado pero inequívocamente reaccionario en materia económica y laboral como el que representa Ciudadanos tenga una importante expectativa de voto; y que una zigzagueante formación política de discurso cambiante y adaptable a las circunstancias como es Podemos pueda alcanzar un respaldo electoral bastante notable.
Por otro lado, la repercusión en estas elecciones de la cuestión catalana parece reforzar al PP y a Ciudadanos, al tiempo que rebaja las expectativas de Podemos, estanca al PSOE y amenaza con relegar en campaña a un plano secundario los temas sociales y laborales.
Con todo ello y con que la próxima legislatura tenga nuevos protagonistas no hay señales de que la acción del futuro gobierno nos pueda ofrecer un giro hacia la izquierda, factor determinante para hablar con propiedad de la existencia de un cambio. Efectivamente, si la clave para discernir la orientación de una política está en la economía, la impresión que producen las combinaciones más probables de gobierno tras el 20-D no inducen al optimismo.
Con el riesgo que todo vaticinio conlleva ante las fluctuantes opciones de voto que expresa el electorado, todo apunta a que Ciudadanos será la principal bisagra de tal gobierno. Aunque su preferencia fuese un acuerdo con el PSOE, es probable que entre ambos no alcancen el suficiente número de diputados.
Pero más significativo es que el pensamiento económico de Ciudadanos no difiere en lo sustancial del PP, y que el PSOE no ha conseguido transmitir una propuesta inequívoca en cuestiones fundamentales como son la reforma laboral y fiscal, o medidas precisas para corregir de forma clara la creciente desigualdad que vive el país. Sus vacilaciones en torno a la derogación de la reforma laboral y el que remita al acuerdo de la patronal con los sindicatos la alternativa a esa derogación, es bastante sintomático. En otras palabras, podría haber cambios, pero de incierto sentido. Y pensar en un tripartito con Podemos tiene pocos visos de materializarse.
No hace falta decir que las combinaciones pueden ser otras. Produce desazón, por ejemplo, pensar en un acuerdo entre PP y Ciudadanos, pero no es descartable si, como parece, la suma de sus diputados da para ello. Por otros motivos sería aun más lamentable un ensayo de “gran coalición” entre PSOE y PP.
El sentido común hace tiempo que viene aconsejando buscar una fórmula que enmiende la dispersión de la izquierda, condición necesaria para que el 20-D ofreciera una oportunidad de cambio progresista. Pero lo que presenciamos es mayor centrifugación y la ausencia de un programa común que responda a las aspiraciones de cuantos directa o indirectamente han sido víctimas de la nefasta política del gobierno del PP. Contribuiría mucho a la frustración que con “los cambios esperados” todo siguiera más o menos igual.
Nuestro pueblo tiene derecho a volver a sonreír
18/11/2015
Rafael Mayoral
Podemos
Desde Podemos hemos lanzado la iniciativa de los Carteros y Carteras de la Ruta del cambio. Creemos que como formación política debemos servir como una herramienta de empoderamiento popular y ciudadano y que la mejor campaña es la que hace la gente. Hemos llamado a la gente que quiere cambio a convertirse en protagonista dirigiéndose en primera persona a su entorno más cercano para explicarle porque quieren un cambio e invitándoles a participar. Cuando recibí la invitación para participar en este espacio de debate creí que la mejor manera de hacerlo era publicando una de mis cartas.
Hola amiga,
Hace mucho que no hablamos, pero esta vez me decidí a escribirte, no fuera que estas palabras se las lleve el viento.
Estos últimos años han sido difíciles para todos. El enriquecimiento de unos pocos se ha sostenido sobre el sufrimiento, la tristeza y la desesperación de nuestra gente. Muchas veces hemos hablado de lo mal que están las cosas; muchas veces nos han rechinado los dientes y se nos han llenado los ojos de lágrimas ante tanta injusticia cometida contra nuestro pueblo.
Esta vez no te escribo para seguir hablando de tristezas. Tengo buenas noticias. Llevamos meses en los que las cosas han empezado a cambiar. Los privilegiados y sus traficantes del miedo han sido puestos en jaque por la gente corriente. En las instituciones han empezado a entrar gente como nosotros, gente que habla como el pueblo y que se siente pueblo.
Cádiz ha vuelto a ser la ciudad rebelde; esta vez no frente a Napoléon sino frente a los lacayos de Merkel. Barcelona ha vuelto a florecer para ser de nuevo una hermosa rosa de fuego que da calor y luz de esperanza y dignidad. Zaragoza, Valencia, Coruña… se han puesto de pie y sus calles se han llenado de nuevo de sonrisas. Y nuestro Madrid, que ha vuelto a ser el rompeolas de las Españas, ha sido la ciudad donde la gente ha dicho basta y ha echado a andar. Por primera vez en mucho tiempo las cosas empiezan a ser distintas.
Todavía me acuerdo cuando en el peor momento de la lucha contra los desahucios Coy decía que era la hora de la rebelión de las lágrimas y las neveras vacías. Ha llegado la hora de que la esperanza venza al miedo. Ha llegado el momento de decirle a los traficantes del miedo que es hora de que se vayan. Estamos construyendo un pueblo sin miedo: sin miedo a perder el trabajo; sin miedo a que se acabe la prestación por desempleo; sin miedo a que te echen de tu casa; sin miedo a tener deudas de por vida; sin miedo a que no te asistan en un hospital; sin miedo a que no te hagan las pruebas; sin miedo a que no te operen a tiempo; sin miedo a no poder pagar las medicinas; sin miedo a que los chavales no puedan estudiar; sin miedo a que los chavales se tengan que ir lejos por no poder trabajar; sin miedo a que te corten la luz, el agua, el gas… sin miedo al frío; sin miedo a no poder comprar la ropa y los libros a los chicos; sin miedo a que te quiten la beca comedor; sin miedo a la nevera vacía; sin miedo a la Troika; sin miedo a la Merkel y sus corsarios.
Ha llegado la hora: la esperanza debe vencer al miedo. No podemos faltar a la cita. Vamos a echar al registrador de la propiedad de La Moncloa y vamos a poner a nuestro vallecano de sonrisa grande. Esta vez se ponen nerviosos los especuladores y los desahuciadores porque a nuestro pueblo le toca sonreir de nuevo viendo que es posible que uno de sus hijos, un profesor vallecano con coleta, se convierta en el cartero del pueblo, en nuestro compañero presidente.
Como decía Gioconda Belli: “la vida que siempre se renueva engendra también una generación de amadores y soñadores, que no soñaron con la destrucción del mundo, sino con la construcción del mundo de las mariposas y los ruiseñores.”
Con esta carta no solo te invito a votar por el cambio el 20-D: te invito a que seas parte de ese cambio. Te propongo un reto: elige 10 personas que quieres y escríbeles. Cuéntales por qué quieres un cambio e invítales a que ellas y ellos hagan el cambo con sus corazones y con sus manos, convirtiéndose a su vez en Carteras y Carteros del Cambio.
Ha llegado el momento de que nuestro pueblo vuelva a sonreír. Este 21 de diciembre el mundo de Podemos son las flores de los almendros animando la primavera de nuestro pueblo.
Un abrazo grande,
Rafael Mayoral.
El 20-D en España tenemos una cita con la historia
16/11/2015
Ignacio Marinas
Ingeniero de Caminos
Son tantas las incógnitas, los desafíos y las esperanzas que están en juego en las elecciones generales del próximo 20 de diciembre que los resultados marcarán el curso de la historia de España de forma decisiva. Ello me lleva a aportar, por si interesa, mi visión del asunto.
SOBRE LA METÁFORA TEATRAL DEL CAMBIO SOCIAL
Una formación social estable se ordena por las fuerzas gravitatorias que conforman el consenso social y el equilibrio del poder; de tal forma que las relaciones sociales se pueden representar como un conjunto de comedias y dramas. En la historia de España desde 1982 la fuerza gravitatoria ha sido la constitución de 1978 y los pactos a que dio lugar. Nuestra vida social, en este tiempo, ha sido bien representado por la comedia de enredos y pasiones, el circo y algún melodrama a lo Almodóvar. Pero tras cuarenta años se ha producido una crisis general que afecta al modelo de desarrollo económico, al pacto social y a la gobernanza.
En el telón de fondo de la escena aparecen ahora los mitos que conforman la unidad de las naciones y la representación social adquiere tintes de tragedia. Esto produce nuevas ansias de saber, comprender y creer e inquietud y miedo; mucho miedo. Pero la crisis no durará siempre y estamos a la espera de que dicte la sentencia, se alcance un nuevo consenso social y encontremos los nuevos acuerdos que marcarán a cada individuo y a cada célula social. Y el desenlace puede tener la lógica del drama –unos ganan y otros pierden- o de tragedia -en la que todos pierden- arrasados por las fuerzas de lo irracional.
SOBRE LAS DINÁMICAS DEL CAMBIO
En la sociedad, cuando la crisis arrecia, no hay una fuerza gravitatoria dominante pues, ante cada acción de los grupos sociales se producen reacciones en otros que se contrarrestan –se altera el campo gravitatorio que ordenaba las relaciones sociales- y la vida política toma la forma de un océano encrespado por la tormenta cuyo resultado es, por naturaleza, incontrolable. En España ahora estamos sometidos a uno de estos fenómenos y todos nos sentimos interpelados en un doble sentido: el personal y el político.
En lo personal, las acciones sociales llegan a nuestra experiencia en forma de modas distintas que, como diferentes olas que lamen la playa, trasladan los distintos granos de arena de nuestra personalidad, las ilusiones y el modelo de felicidad personal hacia una nueva posición de equilibrio. Se da rienda suelta al ingenio y al monocorde grito de protesta, dominan nuestro tiempo nuevos tejes y manejes para sortear las amenazas cotidianas; y muchos sucumben a la alienación de los tres monitos: hacer de sordo, ciego y mudo frente al mundo. Este es el debate de la modernidad.
En lo político, cuando la crisis arrecia se abre causa general sobre la vida cotidiana de toda la sociedad. Nadie está seguro de cómo va a ganarse la vida y de quiénes son los nuestros. Hay un gran desconcierto en todas las conciencias y, por lo general, las personas se retraen al ámbito familiar -ya sea consanguíneo o de ideas- o se alienan como masa consumista. Se esgrimen nuevos argumentos y pruebas que evidencian las situaciones de privilegios y la moral social condena a unos y eleva a otros.
En la crisis social dominan los espacios anti gravitatorios y todo salta por los aires. Para explicar las fuerzas dominantes hay que recurrir a conceptos como el destino o a dinámicas sociales de diferentes escalas de tiempo, que se manifiestan reforzadas en esos momentos de cambio.
Ahora los cambios que nos acucian también tienen que ver con el tiempo del universo en cuanto a su mejor conocimiento, el geológico en cuanto al agotamiento de recursos, el geográfico en el cambio climático, el geopolítico del mundo multipolar, el histórico con la unidad europea, el político en el agotamiento del régimen del 1978 y el generacional con el protagonismo de la generación mejor formada de nuestra historia.
En la primera fase del cambio entran en acción grupos de fanáticos que funcionan como crisoles de movimientos de masas y que se agrupan por amor en la familia, por odio en el crimen, por dinero en la mafia, por fe en las iglesias, por miedo en la masa alienada, por poder en el partido, por saber en la ciencia y por arte en el circo. En una primera instancia se manifiestan estos fanáticos y se corre el riesgo de que nos enzarcen a hostias y se materialice la TRAGEDIA.
Pasado el arrebato, llega el momento de los hombres comunes y de la acción de la política hacia el progreso social. En este tiempo entraremos: en el TIEMPO DE CAMBIOS CONSTITUCIONALES
YO ME IDENTIFICO CON EL CAMBIO CONSTITUCIONAL QUE PROPONE PODEMOS
Que se puede sintetizar en los siguientes puntos:
1º. Regeneración democrática: trasparencia, participación, código ético, rendición de cuentas, etc.
2º. Nuevo proyecto de desarrollo que asuma críticamente el inventario de la situación heredada y lo confronte con los nuevos paradigmas: reconocimiento de la diversidad social e impulso de la igualdad de todas las personas, puesta en valor del territorio y de la capacidad de I+ D+I de los ciudadanos y las instituciones, y rescate lo común para impulsar su gestión productiva y sostenible
3º. Recuperar lo público y el estado del bienestar
4º. Rescate de los afectados por las situaciones de emergencia
5º. Ajustar el crecimiento a los límites y escalas de cada territorio con criterios de sostenibilidad económica, ecológica y de gobernanza, respetando los modelos de los diferentes hábitat dotándoles de capacidad de resistencia al cambio climático
6º. Atender a los desafíos del conocimiento crítico que plantean las diferentes crisis: económica, ecológica, cuestiones de género, de la cultura postmoderna y de la gobernanza antidemocrática
7º. Impulsar los procesos de desarrollo local para crear empleo fuera de la lógica del capital financiero globalizado
8º. Luchar en la UE por recuperar autonomía en la de política económica nacional y renegociar la solución al problema de la deuda
Cambio, capitalismo y centralidad
15/11/2015
fluengoe
Profesor de la UCM
El objeto de las líneas que siguen es reflexionar sobre dos aspectos, en mi opinión decisivos, a la hora de enfrentar la salida a la crisis económica.
El primero de estos asuntos, por lo general omitido o ignorado, se refiere a las profundas transformaciones, diría que sistémicas, experimentadas por los capitalismos europeos. Por decirlo con claridad: los capitalismos que surgen de la crisis (que, por cierto, estamos muy lejos de haber superado) son, en aspectos sustantivos, distintos de los que la provocaron.
No son un suma y sigue de lo conocido hasta ahora. Se aprecian transformaciones de gran calado que apuntan, entre otros factores, a los mecanismos de acumulación; transformaciones que tienen su origen en la privilegiada posición del capital frente al trabajo. No hace falta decir que esta relación asimétrica forma parte del adn del capitalismo, pero sí hay que aclarar que el desequilibrio en la relación de fuerzas ha alcanzado proporciones desconocidas en la historia reciente, tanto en la economía española como en el conjunto de los capitalismos europeos.
Esta ha sido una de las consecuencias más trascendentes de la Gran Recesión que ha abierto las puertas a la Gran Transformación. La gestión oligárquica y autoritaria de la crisis ha sido, desde esta perspectiva, un éxito indiscutible para el poder.
Estos años hemos asistido a un formidable proceso de extracción de renta y de riqueza desde la población hacia las élites. Más allá de la austeridad (término confuso y desgastado, instalado más en el territorio de la política económica que en el más relevante de la economía política), estamos ante la consolidación de un capitalismo patrimonial y extractivo, que ha llegado para quedarse.
Un capitalismo que, aprovechando el desorden y la inseguridad provocados por la crisis, beneficiándose de la inacción o la complicidad de la izquierda tradicional y ante la incapacidad de sostener un crecimiento prolongado y suficiente desde el que generar nuevos consensos, ha roto los puentes institucionales alrededor de los que se articulaban las políticas redistributivas.
El conflicto por la apropiación del excedente, consustancial en el capitalismo, se resuelve en este escenario a través de la confiscación.
¿Son conscientes las izquierdas y los partidos que quieren poner a la gente en el centro de sus políticas del alcance y de las consecuencias de esta verdadera refundación del capitalismo? Creo que no, o al menos no lo suficiente.
Las urgencias electorales y el deseo de situarse en la zona tibia del electorado dificultan esta reflexión. Y, claro está, hace difícil extraer las conclusiones que se derivan de este diagnóstico, piedra de toque para hacer otra política que tendrá que combinar lo urgente y lo necesario; llevar a cabo un plan de emergencia económica y social y al mismo tiempo tomar medidas encaminadas a desactivar los nudos gordianos sobre los que se levanta este capitalismo.
Esta perspectiva es, además, crucial para hacer pedagogía entre la ciudadanía que, en definitiva está llamada a protagonizar los cambios.
El segundo de los asuntos que deseo comentar se resume en un término, continuamente invocado por partidos de todos los colores: la centralidad. En su acepción más extendida, y más banal, se trataría de ocupar el centro del tablero político, espacio supuestamente habitado por un amplio espectro del electorado, cuyo voto y aspiraciones oscilarían entre la derecha moderada y la izquierda razonable.
Los partidos, también los del cambio, convertidos en máquinas electorales en busca del voto, han puesto su punto de mira en ese electorado de centro. Como quiera que se razona que esos votantes potenciales son pragmáticos, poco amigos de radicalismos, se han puesto manos a la obra para remodelar sus programas, eliminando algunos de sus objetivos –que en algunos casos eran una seña de identidad de los movimientos sociales de los que surgieron- o suavizándolos para hacerlos más digeribles.
Ha quedado diluida o simplemente pervertida otra aproximación de la centralidad, muy distinta de la anterior, y muy necesaria si queremos avanzar en una salida de la crisis sostenible, equitativa y democrática. Sin ignorar la estructura de clases del capitalismo contemporáneo –sin desconocer tampoco la complejidad de la misma- y los intereses distintos y a menudo contradictorios que emergen de esa estructura, se propone desde esta otra perspectiva una problemática que, en buena medida, trasciende el perímetro de las clases sociales, que tendría capacidad para recorrerlas transversalmente, generando una comunidad de intereses, un sujeto político.
Esta problemática tiene que ver, entre otros temas, con la sostenibilidad de los procesos económicos y de nuestra manera de vivir y de consumir, con la conquista de empleos decentes, con el ejercicio de los derechos ciudadanos, con la transparencia, el control y la proximidad de las instituciones con la igualdad de oportunidades, con la defensa de la equidad y la cohesión social y con la aplicación de políticas reparto de tiempos, renta y riqueza.
Todo ello supone trascender la lógica del crecimiento, que unos y otros invocan continuamente, y también la recuperación de los viejos modelos de estado de bienestar, instalados en esa misma lógica y en unos equilibrios de poder que han sido dinamitados por la crisis y la gestión de la misma que han impuesto las élites.
El capitalismo, cada vez más oligárquico, nos empuja hacia un escenario de degradación social, institucional y medioambiental. Por esa razón, el desafío al que se enfrentan los partidos del cambio es enfrentar de manera decidida la referida problemática y convertirla en objetivos sólidamente anclados en la agenda política.
Primero, cambio de procedimientos; luego, cambio en los fines
13/11/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
Decía Antonio Gramsci que ‘la verdad es revolucionaria’, aunque lo mismo se puede decir de la democracia; en esto estoy completamente de acuerdo con el profesor Vicenç Navarro.
A veces las verdades más simples son también las más poderosas; y debido a su simplicidad, también son las más olvidadas. Defiendo que la lucha por profundizar y mejorar nuestro sistema democrático debe ser la estrella polar de todos los que aspiramos a cambiar el estado actual de cosas. Y ello por un triple motivo: primero, porque es una idea que puede concitar el apoyo de una mayoría social; segundo, porque es un requisito indispensable (aunque no el único) para el cambio efectivo; y tercero, porque los avances democráticos son el mejor indicador de las metas que se pueden lograr (decía Marx que la Humanidad sólo se plantea los problemas que ya está a punto de poder resolver).
Como sabe cualquier sindicalista, los empresarios oponen una resistencia feroz a cualquier medida tendente a aumentar la democracia de empresa, y también que las concesiones arrancadas en este terreno son siempre resultado de largas e intensas luchas obreras. Ya sea en la esfera de la empresa, en el matrimonio, en las relaciones internacionales… etc., los abusos y la explotación sólo son posibles allí donde las relaciones de poder están desequilibradas y hay primacía de unos grupos sobre otros, vale decir, donde no hay democracia. Si la sociedad moderna es algo más justa e igualitaria que cualquier otra pasada, lo es también porque ha logrado un nivel de participación democrática nunca igualado.
En 1975, cuando el mundo capitalista estaba sufriendo su primera gran crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial, la Comisión Trilateral se preguntaba si la democracia era viable en los países industrializados, pues «… en los últimos años, el funcionamiento de los procesos democráticos parece haber generado de hecho una quiebra de los sistemas tradicionales, de control social…»
Es por ello que se equivocan quienes piensan que las fuerzas reaccionarias buscan en la presente crisis una mera redistribución de la renta y la riqueza. Este no es su objetivo prioritario; lo fundamental, hacia lo que emplean toda su energía y su poder, es en acabar con el principio ‘una persona, un voto’: un Parlamento Europeo que es una caricatura y un aborto, el cabildeo de los lobbies, la compra de medios de comunicación, la partitocracia, las redes clientelares, etc., todo concurre hacia este fin POLÍTICO. Una vez erosionado y desprestigiado el principio democrático, ‘lo demás viene por añadidura’ (Santa Biblia).
El azar y la necesidad
12/11/2015
Enrique del Olmo
Sociólogo
Nadie puede negar que vivimos en una época de incertidumbres apasionante. De la misma forma que nos damos cuenta que no estamos acostumbrados a gestionar la incertidumbre, mil veces se dan por cerrados procesos que se vuelven a reabrir y de alguna manera es por el miedo a la duda que se cierne tanto en la sociedad y por ende en los actores políticos y sociales.
Es un tiempo donde las decisiones de unos y otro inciden en tiempo real en el panorama político. A la pregunta tan repetida de qué va a suceder el 20-D y en los tiempos posteriores, cada uno de nosotros dibuja escenarios donde incorporamos el análisis, la racionalidad, el conocimiento pero también el deseo. Y todo ello nos afecta al estado de ánimo cotidiano.
Por poner un simple ejemplo, antes del 1 de noviembre el ánimo de los seguidores de Podemos estaba bastante bajo y en tres días: una encuesta más favorable, una canción de Pablo Iglesias en el Hormiguero y el fichaje del ex JEMAD Rodriguez, volvió a disparar la pulsión positiva hacia la formación morada. De esto tenemos ejemplos continuamente.
Jose Luis de Zárraga plantea muy bien los cruces de cambios ante los que estamos: cambios sistémicos, cambios intrasistema, cambios económicos, cambios políticos, cambios de actores, cambios en los límites, fuera de los límites. Y ante cada uno de ellos las alianzas y el cómo son diferentes, es decir desde mi punto de vista no hay estrategias únicas y que abarquen todos los aspectos. Cada cambio tiene su afán, sus relaciones de fuerzas y su tensión entre deseo y realidad, y a medida que descendemos a la arena de la concreto también se van formulando nuevas relaciones de cambio.
La demanda social de cambio está claro que afecta a dos grandes ámbitos:
1. En política económica y social, hay un primer marco de referencia que es ¿Qué política va a tener el futuro gobierno español en relación a la UE y su austericidio?. ¿Nos vamos a colocar junto a los que plantean una ruptura de esta política suicida para la UE e intentando sumar a los tibios (Hollande-Renzi) que intentan simplemente una moderación de la misma? Y sabemos que PP y Cs están en la continuidad; Podemos por un cambio y el PSOE entre dos aguas pero defendiendo el tronco de la política Schaüble-Merkel.
2. El segundo gran tema que va a recorrer los próximos años es la reforma constitucional o el proceso constituyente
Hay cuatro grandes aspectos que tienen que ver con la reforma del sistema político e institucional.
• El sistema electoral, para acercar la representación a la ciudadanía y para lograr que el voto de todas las personas valga lo mismo. La asociación cívica + Democracia ha presentado una propuesta a todos los partidos que, tomando como referencia el modelo alemán, responde a los principales retos del cambio de sistema. http://www.mas-democracia.org/ley_electoral
• La inclusión y el blindaje del derecho fundamental a la sanidad y educación públicas; a la seguridad social y a la protección social.
• Una nueva Ley de Partidos y de su financiación, que haga entrar plenamente los derechos democráticos en una de las organizaciones centrales del sistema.
• La articulación territorial del Estado. Obviamente Cataluña y la demanda del derecho a decidir y la potente voz independentista han situado el tema en los lugares preeminentes de la agenda política.
¿Quiénes?
Lo que ha puesto sobre el tapete un cambio profundo ha sido sin lugar a dudas la movilización ciudadana en sus diversas formas. El primer acto fue el 15-M, pero a continuación las potentísimas mareas de todos los colores, que lograron lo que las instituciones no conseguían: doblar el brazo a las mayorías absolutas del PP y junto a ello algunas reivindicaciones sectoriales con las Plataformas Anti Desahucios, o globales, Las Marchas de la Dignidad, o las movilizaciones de mujeres contra la ley del aborto de Gallardón y contra los malos tratos. Y no podemos olvidar, en la ruptura del escenario político, la enorme movilización de los catalanes en defensa de su derecho a decidir por sí mismos.
Sin duda la formación que acumula más elementos para ser un vector de cambio en profundidad que altere el statu quo económico, institucional y político es Podemos. Junto a Podemos han aparecido, como una importante herramienta de cambio, las candidaturas que lograron el gran éxito del 24-M, al conquistar las grandes ciudades.
El tortuoso camino de estos meses pasados en búsqueda de la confluencia de la izquierda; IU, Ahora en Común, Convergencias, Confluencias, Foros etc…..ha concluido en casi nada. Al final es IU con una nueva marca. Desde el punto de vista de propuesta no hay duda de que forman parte del bloque del cambio con los límites que su resultado electoral determine.
Y el PSOE, ¿dónde lo colocamos? ¿En el cambio, en el recambio, en la reforma tibia…?
Desde el punto de vista de su base social, no hay duda que sus millones de votantes apuestan por un cambio. Desde el punto de vista de su dirección actual y los principales cuadros regionales, la opción es sin duda el acuerdo con Ciudadanos. El PSOE va a estar sometido a muchas tensiones políticas y organizativas y su ubicación no va a ser definitiva, pues depende de fuerzas externas al mismo.
¿Cómo?
El cambio, sea de la intensidad que sea, tiene una primera premisa: la derrota del PP, sin ella todo será mucho más difícil y de menor alcance.
Sin embargo estamos ante un hecho histórico desde los tiempos de la UCD: la derecha española está dividida. Es un error situar a Ciudadanos como la marca blanca del PP, el partido de Rivera es un partido claramente de derechas, pero no lo es ni por sus lazos históricos, ni por su composición generacional, ni por asumir la corrupción como un componente estructural de la acción política, ni por su vinculación con la Iglesia, ni por su inscripción en el pensamiento más reaccionario en Europa. Rivera es una alternativa de derechas a la crisis del PP, pero no es un PP bis, eso afecta muy seriamente al juego político futuro.
Pero a la vez el cambio tiene que mostrarse al llegar a los gobiernos, y no solo con gestos (salarios, bustos, celebraciones, palcos,…) que está muy bien para desacralizar el poder, sino con gestión. Desde el 24 M, el poder no es monocolor; municipios y autonomías están mayoritariamente en manos de opciones de cambio; pero todavía tienen que mostrar que son capaces de romper las trampas aparentemente legales y burocráticas que el PP ha tejido durante décadas para instituciones al servicio de unos pocos.
Han sido elegidos para cambiar y eso obliga a cambiar leyes, ordenanzas y modelos de gestión. Y esto va a servir también para la administración del Estado, donde ya ZP acabó chocando con el aparato, y entre Soraya y Montoro han convertido la Administración en algo lento, burocrático, ineficaz y organizado para impedir el gasto público.
Es decir, vamos a un período donde las fórmulas de acción van a ser diversas y los instrumentos también, donde las decisiones que se tomen van a tener un impacto real. Una época donde la propaganda y la retórica servirán de poco ante una ciudadanía más exigente e implicada.
Real oportunidad de cambio «real» en las elecciones del 20 de diciembre de 2015
11/11/2015
Ángel Requena
Profesor de Matemáticas
Disculpen tanto “real”. A veces es conveniente remachar. Los que vivimos durante, y luchamos contra, la dictadura franquista habíamos vivido hasta hoy dos oportunidades de cambio real: las primeras elecciones de 1977 y las de 1982 tras la frustrada intentona golpista de Armada/Tejero. Con la creación de Izquierda Unida se trataba de mantener un polo a la izquierda que tuvo su punto álgido en Convocatoria por Andalucía, para después languidecer paulatinamente y acomodarse en la protesta y la queja testimonial.
Desde 2011 hemos visto renacer la esperanza, primero en las mareas ciudadanas callejeras y, sobre todo, después con su plasmación en Podemos.
Las nuevas generaciones solo han conocido un bipartidismo imperfecto muy desalentador de forma que solo se encendieron algunas luces en las perpetuas tinieblas, como con el primer gobierno de Zapatero tras la vergonzosa Guerra de Irak.
La crisis económica destapó la enorme corrupción del sistema. Corrupción en sentido amplio y profundo, no sólo se refiere a la gente miserable que usaba en propio beneficio el poder o su proximidad a él, también al sistema partitocrático en sí mismo, el dedazo del jefe de turno, la insensibilidad ante el dolor ajeno, la falta de representación. El pudrimiento del sistema político no solo operaba con el saqueo sistemático. Muchas veces resulta tan grave la mezquindad y la soberbia como el insaciable latrocinio.
Los partidos se fueron convirtiendo en el lugar de “hacer carrera”. Un estilo privilegiado de vida ajeno a los problemas de la gente. Una casta, como se ha diagnosticado con acierto.
El movimiento 15M cogió por sorpresa por su extensión y el tipo de personas que se sumaban. Un nuevo sujeto político estaba emergiendo. Una corriente de indignación conmociona desde 2011 a una sociedad española golpeada por los recortes y la falta de representación.
Las fuerzas políticas instaladas, tras cierta incomodidad, se fueron tranquilizando conforme pasaba el tiempo, pero en ningún caso tomaron nota o comprendieron lo que estaba pasando. Con la osadía de Podemos presentándose a las europeas sin endeudarse, en todos los sentidos, se inicia el cambio. La democracia vuelve a tener sentido, el sistema se desbloquea. Los intrusos de la calle se han colado. Y lo que es peor, no son gente que viva de la política ni quieren vivir de ella.
Las encuestas empezaron a ponerse a favor de Podemos y eso resultaba inadmisible. Empezó la cacería. También eran humanos. Acostumbrados solo al ataque, los y las podemitas supieron lo que es la exposición pública inmisericorde. El ruedo político es cruel y duro. Las personas generosas y desinteresadas tienden a huir más que los interesados. Afortunadamente la esperanza se mantuvo. Podemos había mostrado que se podía: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia (y otras muchas ciudades) tienen gobiernos honestos, con gente generosa que está aprendiendo a gobernar sin ataduras y con otras formas.
El primer gran revés electoral lo sufre Podemos (y sus socios) en Catalunya. Lo que no habían conseguido las insidias y ataques personales lo consiguen los nacionalismos. Las posturas de diálogo y terceras vías serán las que se terminarán imponiendo, pero, al tiempo, son las que sufren electoralmente cuando hay tormenta. Los nacionalismos españolista y catalanista han ganado la primera batalla al concepto progresista de patria abierta y solidaria. No tiene porqué ser así el 20D.
Puede haber muchas cosas que no nos gusten de Podemos, me gustaría ser más crítico con ellos porque eso significaría que estamos mucho mejor. Pero ahora necesitamos todas las fuerzas. La responsabilidad del momento lo requiere. Del mal ejemplo de toda una vida militando en la izquierda aprendí de los males del cainismo.
Si se confirman los acuerdos de convergencia en Aragón, Pais Valenciá, Catalunya, Galicia, Navarra y Euskadi (entre otros) solo es de lamentar que IU vaya por separado, en especial en algunas zonas claves donde tiene representación y presencia como Andalucía, Madrid y Pais Valenciá. Pienso que IU estaba siendo un tapón para el surgimiento de una alternativa y que se merecía cierto batacazo como organización pero no sus electores. La base ciudadana de IU no debe perderse. Curiosamente, buenos candidatos de IU han recibido un castigo que ellos no se merecían, como Maíllo o García Montero. En este último caso la cuestión es más sangrante porque eran los votos necesarios para haber cambiado la Comunidad de Madrid.
Termino como debería haber empezado con el guión del ¿qué cambio?, ¿quiénes? y ¿cómo?
¿Qué cambio? Soy conformista o quizá muy ambicioso. Basta con dar entrada a nuevas personas generosas y sin ataduras para devolver al servicio público su dignidad. Los grandes cambios estratégicos ya se definen a escala continental. Aunque se pueden abordar.
¿Quiénes? Las organizaciones emanadas de los movimientos callejeros, de autodefensa y de convergencia con Podemos de vertebrador generoso, que no de arrogantes gallitos como se les ha dicho cariñosamente.
¿Cómo? Con responsabilidad y sin sectarismo. Podemos ha demostrado una falta de prejuicios sorprendente pese a sus orígenes. Su andadura es corta y seguirá aprendiendo. Lo único que no puede perder es la sensibilidad, la frescura y un punto de descaro.
Los cimientos del cambio
11/11/2015
Julián Maganto
Economista y miembro del círculo 3 E de Podemos
El próximo 20-D los ciudadanos tenemos la oportunidad de hacer posible el inicio de los cambios en la manera de hacer política que ya se están concretando en muchas ciudades y territorios. Es una ocasión histórica para salir por fin de una situación de degradación de los derechos, corrupción impune y represión que hace algunos años no podíamos imaginarnos ni en las peores pesadillas.
Como bien apunta José Luis Zárraga en su ponencia introductoria, todos los partidos políticos y movimientos sociales apelan al cambio. Hasta los que nos llevaron a esta situación lo hacen. La pregunta es por tanto qué cambio queremos, quiénes lo pueden llevar a cabo y cómo se puede materializar.
Desde mi punto de vista, hay una cuestión previa a resolver sin la que cualquier pretensión de regeneración democrática nacería viciada. La Constitución de 1978 fue un pacto desigual entre una dictadura instaurada tras un golpe de estado contra un gobierno elegido democráticamente (que derivó en una cruenta guerra civil y una larga y terrible represión durante cuarenta años) y las fuerzas democráticas que se habían opuesto a ella.
Nuestra gran anomalía es que la carta magna no recoge una condena explícita a la dictadura (como sí lo hacen las de otros países de nuestro entorno que también las sufrieron) ni el reconocimiento y la reparación a las víctimas del franquismo. Quizás no fuera posible en aquel momento, pero es absolutamente inadmisible que 37 años después no se haya producido plenamente el conocimiento de la verdad, la justicia y la reparación debidas y que España tenga el vergonzoso honor, tras Camboya, de ser la nación del mundo con más desaparecidos, tal y como atestiguan los más de 100.000 asesinados repartidos en las fosas comunes identificadas a lo largo y ancho del país. Es por tanto imprescindible, tal como reiteradamente han indicado resoluciones de la ONU, cumplir con esta obligación para cimentar cualquier cambio con calidad democrática.
Sobre esta premisa, el cambio debe ser sistémico, tanto en la forma de hacer política como en los aspectos económicos, sociales y medioambientales.
Hay que conseguir unas instituciones más transparentes en las que la participación ciudadana sea real y efectiva, no solo a través de sus representantes políticos. Hay que perseguir y erradicar cualquier posibilidad de corrupción y supeditar siempre el interés de lo común al particular. Hay que poner los derechos y libertades de la gente corriente en el frontispicio de la acción de gobierno.
Pero también hay que desarrollar un nuevo modelo productivo, energético y ambiental basado en la sostenibilidad, dentro de un marco de convivencia distinto al actual, un nuevo contrato social en el que se acuerde también el modelo de Estado en todos sus aspectos.
En términos de estrategia, ésta debe ser la misión compartida de las fuerzas del cambio y las grandes líneas de actuación sobre las que plasmar posibles alianzas para cambiar el sistema.
Es obvio que el proyecto es de largo recorrido y que la clase dominante intentará, como ya lo hace, boicotearlo con los muchos medios que tiene a su alcance. Pero hay que dejar claro a la ciudadanía cuál es la intención y empezar a avanzar desde el minuto cero con los márgenes que permite el marco actual. Las actuaciones más urgentes han de ser todas aquellas relacionadas con la protección real de los derechos de las personas, la solidaridad y el bienestar.
Las palancas imprescindibles para conseguirlo son transparencia, generosidad y ejemplaridad. Y también mucha didáctica participativa.
Cambio en clave republicana
10/11/2015
camelias31
Secretario de Comunicación de Alternativa Republicana
Las Elecciones generales del próximo 20 de diciembre son la oportunidad que muchos hemos soñado para hacer realidad el país que queremos. Articular un proyecto común de cambio para que, de verdad, los ciudadanos y ciudadanas se hagan dueños de su destino, secuestrado desde hace tanto tiempo por los que manejan el poder político, económico y social en España.
Necesitamos recuperar, ganar mucho de lo perdido a lo largo de los años de democracia de ínfima calidad en la que hemos vivido: Nuestros derechos y libertades fundamentales ahora amordazados, unos derechos sociales con contenido real, unos servicios públicos que no sigan siendo desguazados para el negocio de unos pocos, vivienda digna con la que no se especule, trabajo no precario, condiciones laborales compatibles con la dignidad de la persona, educación y cultura para todos y todas, igualdad real entre hombres y mujeres a todos los niveles, preservar nuestro medio ambiente de una explotación que lo degrada irremediablemente … Hemos perdido tanto en un periodo tan breve que estamos en situación de emergencia, los plazos apremian y todas las manos son necesarias para levantar algo nuevo frente a lo que está siendo demolido a conciencia.
No hay que renunciar a nada y tenemos que ser ambiciosos en la voluntad de transformación que implica esta coyuntura. Dentro de las coordenadas marcadas por el régimen político en el que se nos ha obligado a vivir no caben cambios profundos. La arquitectura de la Constitución de 1978 ha de saltar por los aires porque es una jaula que impide el ejercicio de la auténtica democracia, la capacidad de llevar a buen puerto todo aquello que reclamamos. El régimen político es la herramienta que permite al entramado del poder seguir pastoreando a los ciudadanos por donde ellos quieren: Desde la forma pensar y de informarnos a la capacidad de hacernos aceptables condiciones de vida indignas.
Solo un proceso constituyente hacia un horizonte republicano con voluntad superadora del escenario actual es capaz de recoger y proyectar las diversas reivindicaciones de la sociedad española. Intentar contemporizar con reformas parciales para que el edificio del régimen de la transición siga en pie solo conducirá a más de lo mismo al servicio de los mismos.
Por ello, entiendo que no debe aplazarse ni esconderse en las programas electorales de las fuerzas alternativas la voluntad de emprender un proceso constituyente hacia la República como marco político inevitable para romper con las barreras que nos impiden avanzar hacia una sociedad más justa, más libre, más solidaria y más democrática.
Sé que muchos pensaran que es algo que “divide”, que “no toca”, que “suena a viejo”. Sí que es antigua la idea de romper con lo establecido, con el poder que oprime.
La idea republicana supone hacer realidad un lema revolucionario con más de doscientos años pero… ¿En la España de 2015 son reales la libertad, la igualdad y la fraternidad?
El cambio es la República.
20-D: ¿Oportunidad para el cambio… o para el cambiazo? Ruptura democrática y derecho a decidir
10/11/2015
Sabino Cuadra
Abogado y miembro de la izquierda abertzale.
La Transición de los 70 fue algo así como un gran embudo en el que fueron introducidas por su boca reivindicaciones democráticas básicas (república, autodeterminación, laicismo, ruptura con el franquismo,…) y por su parte más estrecha salió un nuevo Régimen asentado en gran medida en los viejos pilares: monarquía instaurada por el Dictador, soberanía única española, privilegios eclesiales, Ley de Amnistía, Pactos de la Moncloa,… El papel jugado por el PSOE y PCE en todo lo anterior fue decisivo.
En estos años se ha reivindicado desde distintos ámbitos la necesidad de romper con este Régimen a través del impulso de un proceso constituyente, la reivindicación de una III República u otras fórmulas similares. En cualquier caso, conforme se acerca el 20-D cada vez se habla más de reforma constitucional y menos de ruptura. Es por eso que es obligado preguntarse: 20-D: ¿oportunidad para el cambio…. o para el cambiazo? Es decir, ¿segunda Transición, similar a la anterior, o primera ruptura, aquella aún pendiente?
Estado español: cárcel de pueblos.
En Euskal Herria la Constitución no fue aceptada. En el referéndum de 1978 triunfó la abstención y el “no” defendido por las fuerzas nacionalistas, abertzales y de izquierda. A pesar de ello, ésta se nos impuso y los Estatutos de la Comunidad Autónoma Vasca –CAV- y Nafarroa tuvieron que ajustarse a aquel texto. Nafarroa fue, además, la única Comunidad histórica en la que, gracias al pacto UPN-UCD-PSOE, su Estatuto no fue sometido a referéndum.
Más adelante, Euskal Herria rechazó la OTAN, pero el Gobierno del PSOE se rió de nuestra decisión. Después, el intento de reforma del status de la CAV –Plan Ibarretxe- aprobado en el Parlamento de Gasteiz, ni siquiera fue admitido a trámite en el Congreso español. Lo impidieron los votos, no solo del PP y el PSOE, sino también de IU. Junto a ello, la Ley de Consulta aprobada en aquel Parlamento fue anulada por el Tribunal Constitucional (T.C.).
Algo parecido ha sucedido en Catalunya. En 2006, el Parlament aprobó su Estatuto por una gran mayoría (CIU, PSC, ERC e IPC-IUiA), pero éste fue “cepillado” en Madrid por el PSOE de Zapatero. Sus restos refrendados sufrieron un nuevo “desbastado” por el T.C., quien declararía también la ilegalidad de su Ley de Consultas, Por si esto no bastara, el President y dos Consellers de la Generalitat acaban de ser imputados penalmente por impulsar el proceso del 9-N.
Hoy en día, reformas constitucionales (art. 135 CE) y leyes de todo tipo (LOMCE, Estabilidad presupuestaria,..) recortan cada vez más las estrechas competencias autonómicas. En Nafarroa. –es solo un ejemplo- el Gobierno del PP y su T.C. nos ha tumbado en esta legislatura quince leyes aprobadas por el Parlamento Foral relativas a la atención sanitaria a los inmigrantes, los desahucios, el copago sanitario, las extras de los funcionarios,… Por otro lado, en el terreno “social”, el Estado y las grandes centrales sindicales (CCOO, UGT,…) nos imponen reformas de pensiones (2011), laborales y salariales (2012).., a pesar del rechazo a las mismas de nuestras propias mayorías sindicales (ELA, LAB,…).
Catalunya: un proceso soberanista e independentista en marcha
En abril de 2014 el Parlamento catalán llevó al Congreso español una propuesta reclamando el derecho a “convocar y celebrar un referéndum sobre el futuro político de Catalunya”. Fue rechazada por 299 votos, frente a 47. Un resultado similar al que tuvimos meses antes Amaiur-ERC-BNG cuando propusimos al Congreso reconocer el derecho de autodeterminación.
El derecho a decidir corresponde a los pueblos, no a los Estados. No puede ser concebido como concesión sino como reconocimiento. Las llaves del candado que aherrojan ese derecho se hallan en Catalunya, Euskal Herria, Galiza…, no en Madrid. La Constitución, el Congreso, el T.C….son parte esencial del problema, no de la solución. Cualquier reforma constitucional exige además contar con los votos favorables de los dos tercios del Congreso y Senado. En resumen, este marco “legal” no es sino una ratonera en la que han caído todas las propuestas allí llevadas (Estatut catalán, Plan Ibarretxe..) y en la que previsiblemente caerán también aquellas otras que puedan presentarse.
El proceso soberanista-independentista catalán, nacido e impulsado desde la sociedad civil y sus Diadas, ha sido capaz de movilizar a millones de personas año tras año, tanto en la calle como en las urnas. Los partidos e instituciones han tenido que surfear este tsunami. La consulta y el proceso del 9-M fue apoyada por los dos tercios del Parlament y más de un 90% de los Ayuntamientos. Y hoy en día, tras unas elecciones plebiscitarias, el Parlament ha abierto un proceso constituyente que busca culminar, si así lo decide la ciudadanía, en la construcción de una República catalana independiente.
Frente a ello hay quien afirma que esta vía, junto con los elementos de desobediencia civil e institucional que la misma supone, es algo inviable. Que no hay mimbres para semejante cesto. Se plantean así otras propuestas –referéndum, pacto,..- que basándose en hipotéticas mayorías en el Congreso, dejan en manos del Estado la concesión del derecho a decidir. Ver pajas en ojo ajeno y olvidar las vigas en el propio se llama a eso, porque ¿de verdad se cree que en el próximo Congreso (PP-Ciudadanos-PSOE) va a haber mimbres suficientes para tejer esa cesta?
Derecho a decidir, exigencia democrática, política y social
El derecho a decidir va bastante más allá de lo identitario. Tiene que ver, por supuesto, con razones históricas, culturales…, pero, por encima de esto, se basa en la voluntad democrática de los pueblos. Lo reivindicamos así para decidir lo grande, lo mediano y lo pequeño; lo político y lo social; para construir nuestro presente y para abrir también puertas al futuro; para definir las relaciones a mantener con los pueblos vecinos y cualquier país sobre la base del respeto y la solidaridad libremente acordadas, nunca impuestas.
Al igual que en Escocia, donde el voto independentista triunfó con holgura en las ciudades industriales, barrios populares y entre la juventud, ligamos nuestro proyecto soberanista e independentista a un futuro asentado en bases firmes de justicia social en nuestra propia casa y de solidaridad internacional cara al exterior. Si la liberación nacional y social no caminan de la mano no habrá ni la una ni la otra sino, a lo más, caricaturas de ambas.
La ruptura democrática con el Régimen español va así íntimamente ligada a la construcción de una sociedad diferente levantada sobre la base del reparto de la riqueza y el trabajo (los trabajos), la materialización efectiva de los derechos humanos, la preeminencia de los intereses de las grandes mayorías sociales, la ruptura con los anclajes patriarcales –familia, trabajo, relaciones,…- de esta sociedad y el hermanamiento de nuestro proyecto con la naturaleza.
¿Cambio sin ecología? Imposible
09/11/2015
Fernando Prieto
Observatorio Sostenibilidad
En la era de la sostenibilidad todavía hay gente que piensa que los temas ambientales no son importantes. La falta de información, unida a la falta de visión a corto, medio y largo plazo han permitido tendencias insostenibles en la sociedad. Hoy -ahora- se observan elevadas capas de población sometidas a altos niveles de contaminación atmosférica con graves afecciones a la salud.
Se observan rápidos cambios de ocupación del suelo: más cemento y regadíos; menos bosques y zonas húmedas; una pérdida de biodiversidad y servicios ambientales, que afectan a la funcionalidad de los ecosistemas clave; una urbanización en primera línea de costa que, incluso, da sombra sobre las playas (¡!) y que afecta de una manera grave al sector del turismo con paisajes banalizados y feos; una mala calidad de las aguas, que afecta hasta al agua que bebemos; un transporte basado solo en el automóvil privado y con todas la mercancías circulando por nuestras carreteras en vez de por ferrocarril; o aumentos de residuos hasta límites impensables…
Estas tendencias observadas en el pasado siglo no tiene ningún sentido mantenerlas en el XXI ya que, como se ha demostrado hasta la saciedad, es más caro curar que prevenir, o lo que es lo mismo, producir grandes toneladas de residuos y luego tener que tratarlos; o hacer enfermar a la gente y posteriormente curarla (si se puede, claro); o contaminar los ríos y luego tener que descontaminarlos. Con esto se ha producido un negocio muy interesante que incrementa el PIB (tema que les encanta a los economistas), pero que no va ningún sitio.
Además, los precios no se asignan correctamente. La economía tradicional dice que el precio del Kw nuclear es muy barato, pero se olvida de los residuos que permanecen durante miles de años, o de los accidentes (Fukushima sigue sin estar solucionado); o contempla el precio del carbón o de los combustibles fósiles o del “fracking”, pero no el de las emisiones de CO2 con las consecuencias sobre el cambio climático que originan.
Otros límites son tan obvios y evidentes como poco cumplidos. No se deben explotar los bancos de peces hasta su desaparición, o no se pueden cortar más arboles que los que se nacen. O no se deben dejar arder los ecosistemas forestales -con las importantes pérdidas de suelo y de biodiversidad asociadas- de forma que sean procesos prácticamente irreversibles.
Otros “mandamientos de sostenibilidad” son también bastante evidentes, como minimizar el uso de sustancias no degradables, no dedicar dinero público a subvenciones perversas (por cierto, la administración tiene un informe sobre este tema “secreto”), que tienen efectos perjudiciales sobre los ecosistemas, o no realizar políticas contradictorias…
Pero el caso del cambio climático ya es de libro. Está comprobado con una certeza de casi el 100% que las emisiones de CO2 provocadas por el hombre son las responsables de los cambios ya detectados en el clima y, de seguir las tendencias actuales, nos encaminamos a una subida generalizada de las temperaturas, un aumento de la irregularidad de las precipitaciones, un incremento de los episodios catastróficos y dramáticos, etc.
Y estas evidencias ya han sido detectadas en todos los continentes (temas ya repetidos hasta la saciedad y conocidos hasta por los niños de 12 años). Como colofón, el año 2014 se acaba de confirmar como el más cálido de la historia.
Sin embargo, y a pesar de que muy pocos científicos niegan estas evidencias, los políticos no hacen prácticamente nada para encararlas. Solo mirando las partidas de los presupuestos generales del estado para estas materias nos damos cuenta de la escasa preocupación de los gobiernos. Además, posponiendo de reunión en reunión internacional estos compromisos.
La calle y la opinión pública tampoco parecen muy preocupadas: En Madrid, en una reciente manifestación mundial sobre este tema no había más de doscientas personas (en Nueva York cerca de cien mil, y en Londres unos cincuenta mil).
Por estas razones, parece imprescindible apostar por una nueva política que tenga en cuenta la ecología. Una nueva política que incentive la transición hacia un escenario más sostenible, que cree empleo, que disminuya la desigualdad, que respete el medio ambiente y que integre aspectos ambientales, sociales y económicos en todas las decisiones desde el diseño de las políticas y no a posteriori.
Lo que no parecen captar los economistas convencionales es que lo que es bueno para la sostenibilidad y contra el cambio climático, es bueno para la economía. Cuanto antes pasemos a esa economía más baja en carbono, más ventajas tendremos respecto a todos nuestros competidores.
En los próximos ciclos electorales se hablará –esperemos– sobre todo de desigualdad, sanidad, educación, dependencia… y es lógico. Sin embargo, sin una política adecuada de sostenibilidad, que abarque desde una energía producida de una forma razonable, sin una protección de la biodiversidad y de los recursos naturales, energía, infraestructuras, ocupación del suelo, agricultura, costas, incendios forestales o calidad del aire…, seguro que empeorará la salud pública, se acentuarán las desigualdades, aumentará el paro y la economía, sin duda, irá a peor.
El escenario inmediato futuro obliga hablar de cambio climático, y de todos estos temas que hemos mencionado, porque es hora de empezar a proponer esta nueva política que tenga en cuenta la ecología, desagregada en planes, proyectos y programas debidamente valorados y cuantificados, para que en los próximos debates políticos y con una adecuada participación ciudadana se presenten estos programas. Luego, sin duda, como los ciudadanos no son estúpidos, elegirán un futuro sostenible.
La política y el “factor humano”
06/11/2015
Carlos Javier Bugallo Salomón
Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.
De joven leí bastante literatura, y aún recuerdo, aunque vagamente, un libro que me impresionó: “El factor humano”, de Graham Greene. Aparentemente es un libro de espías, pero en realidad es una obra de reflexión ética; esto es, trata del peso que tiene la moral en nuestras motivaciones y de cómo, a veces, se opone y triunfa sobre otros intereses y racionalizaciones.
En mi opinión el ‘factor humano’ no sólo interviene para mejorar las cosas; también lo hace para facilitar el mal. El ‘factor humano’ representa, en este caso, todo lo que de mediocre y vil hay en cada uno de nosotros, educados en una sociedad competitiva, machista e individualista, que desde que nacemos hasta que morimos se empeña en ejercer sobre nosotros una constante “corrosión del carácter” (Richard Sennett). Este “factor humano” representa a la envidia, el narcisismo, el protagonismo, los celos, la soberbia…, etc, que encuentran su base en una estructura de la personalidad profundamente acomplejada. La moda de los “selfies” expresaría, en este contexto, el intento desesperado del individuo moderno por encontrarse.
El “factor humano”, en el ámbito de la política, puede llevar a que personas con una ideología básicamente común, puedan llegar a odiarse y enfrentarse. Lo he visto ante mis ojos miles de veces. Por eso no me creo muchas de las racionalizaciones que se aportan para explicar estas divisiones: no traducen otra cosa que enemistades personales. Bueno sería que algunos líderes políticos reconocieran este hecho y no se engañen a sí mismos, ni intenten engañar a la ciudadanía.
Estoy seguro que en esta hora crucial en que nos encontramos con las próximas elecciones generales, el pueblo español no sólo votará por una ideología concreta: también examinará a los líderes por su comportamiento moral y su altura de miras, demostrando con ello que el “factor humano” sí importa, y que puede hacerlo para bien.
Las posibilidades de cambio, cada vez más difíciles
04/11/2015
Héctor Maravall
Abogado de CCOO
La legislatura que ha terminado ha conocido una amplísima y diversa movilización social. Dos huelgas generales, numerosas huelgas sectoriales y locales, mareas de casi todos los colectivos laborales, manifestaciones, concentraciones, etc., que han tenido como destinatarios fundamentales al PP, tanto en el gobierno del estado, como en la mayoría de los gobiernos autonómicos y también en determinados ayuntamientos. La lógica consecuencia de esta conflictividad social parecía clara: las urnas echarían del gobierno al PP y se lograrían mayorías progresistas a todos los niveles.
En las elecciones autonómicas y locales es verdad que el PP ha experimentado una gran caída de voto y una importante perdida de poder político, sobre todo gracias a las alianzas realizadas entre los socialistas, Podemos y en menor medida IU. Hoy, a escasas semanas de las elecciones generales, hay serias dudas de que ese vuelco político se vaya a producir en el gobierno del Estado. Los escenarios posibles se sitúan en primer lugar en un pacto Derecha-Centro liberal (PP-Ciudadanos) prescindiendo de Rajoy, bastante más difícil resulta la combinación Centro liberal – Centro izquierda (Ciudadanos-PSOE), aunque en Andalucía ha prosperado, y ya muy remotamente quedaría un acuerdo Centro-izquierda – Izquierda (PSOE y Podemos y eventualmente IU, con la abstención de Ciudadanos). Un escenario, por tanto, alejado de lo que mucha gente esperaba y deseaba y desde luego de lo que apuntaban las encuestas hace apenas un año.
¿Qué ha pasado para que exista la posibilidad de que la izquierda siga fuera del gobierno y de que el PP pueda volver a ser la opción más votada?
Hay algunos factores que quienes defendemos un cambio de alternativa progresista no terminamos de considerar en su justa medida. Nuestro país, desde las elecciones constituyentes de 1931 ha reflejado, salvo momentos muy puntuales, un cierto equilibrio entre los apoyos de la derecha y los de la izquierda. En otras palabras, la sociedad española no tiene claras mayorías ni de izquierdas ni de derechas. Por ello el núcleo mayoritario de la ciudadanía se sitúa en el espacio centro-derecha / centro / centro-izquierda. En este marco el PP puede tener un fuerte desgaste electoral (como le sucedió al PSOE en el año 2011), pero tiene un sólido suelo que no va a desaparecer, por mucho que una parte de sus votantes estén molestos en mayor o menor medida con el gobierno y el partido de Rajoy.
Hay un matiz importante en esta cuestión y es que desde el momento en que aparece Ciudadanos como una opción “limpia” de corrupción, innovadora y con un mensaje centrista, saca de la abstención a votantes defraudados con el PP, que nunca votarían al PSOE, ofrece una opción mas presentable al electorado mas honesto de la derecha y por otro lado presenta una alternativa a los posibles votantes moderados del PSOE, disgustados con algunos gestos del nuevo equipo de Pedro Sánchez (propuestas de reformas laicas, guiños a Podemos, etc.). Todo ello refuerza el bloque político del centro-derecha.
Hay un segundo aspecto a considerar que tiene que ver con los efectos de la crisis económica. Es cierto que hay 5 millones de parados, varios millones de contratos precarios, recortes en políticas sociales, subida de impuestos, etc. Pero no es menos cierto que hay al menos 10 millones de personas que no han sufrido la crisis (salvo en algún aspecto muy colateral) e incluso algunos sectores han mejorado su situación en estos años de inflación negativa. Mucha gente tiene trabajo fijo, buenos salarios, buen patrimonio. Esos sectores no tienen motivos de fondo para dejar de votar a la derecha y en todo caso ahora por razones éticas y estéticas pueden hacerlo a Ciudadanos, pero nunca lo harán a la izquierda.
En este marco complejo, la izquierda no hemos sabido reaccionar adecuadamente. El PSOE, si bien ha realizado un cambio positivo de imagen y de dirigentes, su mensaje esta desvaído, mezcla cosas fundamentales con cuestiones secundarias, hace propuestas y luego se desdice o las descafeína. La ciudadanía no sabe muy bien que va a hacer el PSOE si llega a gobernar con temas tan decisivos como la política económica, de bienestar social o fiscal, más allá de unas generalidades. Es una oferta light, ni muy de izquierdas ni muy de centro, ni todo lo contrario, por lo que es normal que se le fuguen votos hacia Podemos y hacia Ciudadanos, que por lo menos son algo nuevo.
Podemos ha evitado su identificación con la izquierda más o menos tradicional, (perfectamente conocedores de que desde junio de 1977 la izquierda alternativa, PCE y luego IU, nunca ha ido mucho mas allá del 10% de los votos) y se ha dirigido a un electorado más amplio, menos marcado ideológicamente, básicamente cabreado con la situación y ansioso de un cambio al menos en las formas de gobernar. Esa apuesta inteligente de Podemos tenía un riesgo, no arañar suficiente voto del centro izquierda y enajenarse una parte de los iniciales apoyos de la izquierda más alternativa o radical, como parece que esta sucediendo. No es fácil la estrategia del equipo de Pablo Iglesias, teniendo en cuenta los mimbres de los que disponían, sin ni siquiera un partido estructurado. Pero efectivamente ese giro a la moderación puede no dar los frutos esperados.
¿Y que decir de IU? Quienes más han luchado contra la derecha y por el cambio, se han quedado fuera de juego. No han sabido o querido entender la estrategia de Podemos, se han situado durante meses en su estela con gestos mendicantes y ahora despechados, intentan ser una copia del Podemos radical de hace dos años, han vuelto al antisocialismo primario, por no hablar de la demencial fragmentación que están viviendo entre los seguidores de Alberto Garzón, los de Llamazares y los de Ángel Pérez. Seria una perdida política gravísima que IU desapareciera del próximo Congreso de los Diputados, pero es una posibilidad que se han labrado en medio del desconcierto y la impotencia de la dirección de Cayo Lara, que pensaba que con cambiar de caras y de edad, estaba todo resuelto.
Así las cosas, solo una afluencia masiva a las urnas de los jóvenes con ideas progresistas y de quienes han salido a la calle en estos últimos años, mas una inteligente política de alianzas después del 20-D, en la que pudieran conjugar esfuerzos PSOE, Podemos e IU, consiguiendo la abstención de Ciudadanos, con diversas fórmulas (acuerdo solo de investidura, pacto de legislatura, gobierno plural, etc.) podrían evitar la continuidad de la derecha con un posible eje PP-Ciudadanos.
En todo caso después de las elecciones, la izquierda alternativa tendrá que pensar muy seriamente su futuro, tanto los que imaginaban que estaba chupado desplazar al bipartidismo imperfecto y ponerse ellos, como todos aquellos sectores que todavía prefieren ser cabeza de ratón en lugar de cola de león.
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