En resumen, lo que dice mi comentario es que, desde la perspectiva biológica, el problema social tiene dos patas: producción y reproducción. Y- que yo sepa- dentro del socialismo histórico es el gobierno chino quien, por primera vez, ataca los dos problemas a la vez. En efecto, no parece justo demandar un reparto de la producción sin antes establecer un reparto de la reproducción. Esa tesis tesis vale para una nación y para la humanidad entera: No se puede estar acusando al mundo capitalista de acaparar la producción, sin decir al mismo tiempo que el tercer mundo está acaparando la reproducción de la población.
Ahora bien, el hecho de que ese proyecto chino haya dado coherencia al proyecto socialista, no lo justifica sin más ante la biología, porque ocurre que, en la lógica de la vida, la familia viene siendo «figura de selección», que contribuye a la perfección de la especie, en la medida en que las familias mejor dotadas tengan más hijos que las peor dotadas. Así pues, por mucho que a los socialistas les apasione la igualdad, ( cuando Vd, quiera – y si el periódico lo permite- puedo hablar del fundamento cristiano de esa igualdad y de la propia democracia moderna, por más que muchos socialistas consideréis la religión cosa del pasado) por más que les apasione -digo- la igualdad no es valor que ocupe un lugar preeminente en la lógica de la vida.
Y, por lo que se refiere a la sociedad humana, la sociología nos informa que las diferencias de sueldos entre las distintas profesiones guardan una proporción similar en los países capitalistas y en los socialistas; de modo que, por ahora, no se conoce ningún modelo de sociedad que haya conseguido llegar a la «igualdad final» ( política, económica y cultural) de sus habitantes, tal como se propone la socialdemocracia.
En fin refiriéndome a su intento demágogico ( por el que trae a colación otra de mis intervenciones en este periódico) de desprestigiar mi intervención, pidiéndome que me pronuncie sobre si considero justo que los burgueses reciban una subvención de la educación que no necesitan, desde la perspectiva biológica, le respondo que tampoco las familias trabajadoras tienen ninguna obligación de tener más hijos que los que puedan educar con sus medios ¿Quien le dice a Vd. que esos burgueses no han conseguido su «status» económico, a base de reducir su reproducción durante generaciones?. Pero mi respuesta no sólo se refiere a familias, sino también a naciones. Vd., que ha vivido en Suecia, se ha preguntado por qué la socialdemocracia ha funcionado en los países nórdicos, mientras ha fracasado en los países del sur?. Pues desde la biología la respuesta es clara: los nórdicos vienen controlando su reproducción desde hace siglos, y los del sur no.
Para Andrés Alonso González
18/05/2014
figuera
Miembro de una comunidad intencional
1. Lo más serio no es quién está «acaparando la reproducción» sino quién está acaparando el agotamiento y deterioro de los recursos naturales. Si el norteamericano medio consume 20 veces lo que el africano medio, aunque un africano tuviera 20 hijos no causaría más impacto que un gringo que tenga uno.
2. ¿Qué criterio propone usted adoptar para determinar cuán bien dotada es una familia? ¿Y para garantizar que las más dotadas tengan más hijos?
3. Que no hayan existido sociedades igualitarias en el mundo «civilizado» (pero sí en diversos pueblos nativos) no implica que la igualdad sea imposible o no sea deseable. Otra cosa es que haya que plantearse otra manera de «hacer la revolución», porque por los mismos medios es muy probable que se llegue a los mismos resultados (pseudosocialismo, en realidad capitalismo de estado).
4. Dígame usted en qué modo he traído aquí a colación otra intervención suya, porque por más que miro no lo veo.
5. ¿Podría aportar usted alguna evidencia a favor de su hipótesis de que el nivel de vida más alto de los burgueses se debe a su mayor control de la reproducción? Por no hablar de cuántos hijos de madre proletaria lo han sido de padre burgués a través de viejas y nuevas versiones del derecho de pernada.
6. ¿Podría aportar alguna evidencia de que los nórdicos «llevan controlando su reproducción desde hace siglos» en mayor medida que los latinos? Y suponiendo que la encuentre, ¿cómo demostraría que es esa y no otra la causa del «mayor éxito de la socialdemocracia» en el norte de Europa?
Réplica a Juan Antonio Postigo Martín
04/05/2014
darwiniano
profesor universitario jubilado
En resumen, lo que dice mi comentario es que, desde la perspectiva biológica, el problema social tiene dos patas: producción y reproducción. Y- que yo sepa- dentro del socialismo histórico es el gobierno chino quien, por primera vez, ataca los dos problemas a la vez. En efecto, no parece justo demandar un reparto de la producción sin antes establecer un reparto de la reproducción. Esa tesis tesis vale para una nación y para la humanidad entera: No se puede estar acusando al mundo capitalista de acaparar la producción, sin decir al mismo tiempo que el tercer mundo está acaparando la reproducción de la población.
Ahora bien, el hecho de que ese proyecto chino haya dado coherencia al proyecto socialista, no lo justifica sin más ante la biología, porque ocurre que, en la lógica de la vida, la familia viene siendo «figura de selección», que contribuye a la perfección de la especie, en la medida en que las familias mejor dotadas tengan más hijos que las peor dotadas. Así pues, por mucho que a los socialistas les apasione la igualdad, ( cuando Vd, quiera – y si el periódico lo permite- puedo hablar del fundamento cristiano de esa igualdad y de la propia democracia moderna, por más que muchos socialistas consideréis la religión cosa del pasado) por más que les apasione -digo- la igualdad no es valor que ocupe un lugar preeminente en la lógica de la vida.
Y, por lo que se refiere a la sociedad humana, la sociología nos informa que las diferencias de sueldos entre las distintas profesiones guardan una proporción similar en los países capitalistas y en los socialistas; de modo que, por ahora, no se conoce ningún modelo de sociedad que haya conseguido llegar a la «igualdad final» ( política, económica y cultural) de sus habitantes, tal como se propone la socialdemocracia.
En fin refiriéndome a su intento demágogico ( por el que trae a colación otra de mis intervenciones en este periódico) de desprestigiar mi intervención, pidiéndome que me pronuncie sobre si considero justo que los burgueses reciban una subvención de la educación que no necesitan, desde la perspectiva biológica, le respondo que tampoco las familias trabajadoras tienen ninguna obligación de tener más hijos que los que puedan educar con sus medios ¿Quien le dice a Vd. que esos burgueses no han conseguido su «status» económico, a base de reducir su reproducción durante generaciones?. Pero mi respuesta no sólo se refiere a familias, sino también a naciones. Vd., que ha vivido en Suecia, se ha preguntado por qué la socialdemocracia ha funcionado en los países nórdicos, mientras ha fracasado en los países del sur?. Pues desde la biología la respuesta es clara: los nórdicos vienen controlando su reproducción desde hace siglos, y los del sur no.
Respuesta a Andrés Alonso González
30/04/2014
figuera
Miembro de una comunidad intencional
1. Mientras repartir equitativamente la producción es una buena respuesta al «problema social» (la dificultad consiste en hacerlo realmente, y no que una nueva élite burocrático-militar sustituya a la aristócrata-burguesa), aumentar la producción, aparte de los problemas medioambientales que genera, no impide de ningún modo que siga habiendo amplias capas de la población carentes de lo más básico.
2. Necesitaríamos una definición precisa de cuál es el «problema social». Ciertamente no afecta igualmente al ser humano que a otras especies animales, entre otras razones porque los «privilegios» en el mundo animal (por ejemplo los del «macho alfa») llevan aparejados graves responsabilidades y riesgos (como ponerse al frente en la defensa del territorio), mientras que en el humano suelen basarse en la manipulación y el fraude y derivar en un neto parasitismo.
3. El problema no es solo la superpoblación sino sobre todo el excesivo consumo de recursos por una parte minoritaria de la población mundial (consumo al que por imitación y con el mismo derecho también aspira el resto). Se puede vivir muy bien consumiendo mucho menos, y usar los recursos naturales de un modo mucho más sostenible y eficiente. Aun así sería interesante limitar la población para devolver espacio y esplendor a los ecosistemas naturales, pero no habría tanta urgencia en hacerlo ni serían necesarios medios drásticos.
4. ¿Por qué no ponemos coto al libre flujo internacional del capital y sí al de las personas? ¿No es la condición de «nacional» otro «privilegio» con el que el capital atrae a su causa a las clases trabajadoras de los países ricos, enfrentándolas al «extranjero» que «les quita el trabajo»? ¿No sería mejor repartir equitativamente el trabajo y sus frutos, también a nivel mundial?
5. ¿Preferiría usted que las «profesiones burguesas» fueran solo o preferentemente para los hijos de familias burguesas «de verdad» (no meramente «aburguesadas»), que no necesitan de un «sistema educativo subvencionado»? ¿No sería mejor dignificar todas las profesiones con un salario justo, buenas expectativas de continuidad laboral y una jornada acorde al desgaste físico que implican ciertos trabajos?
6. Los ricos no tienen los mismos problemas que los pobres, ni los «problemas del mundo» les afectan en igual medida. Al rico le interesa la fuerza y la unidad de la derecha, al pobre las de la izquierda. Decir que esa cuestión no es «el problema político» puede ser una estrategia para «despistar» y facilitar con ello el mantenimiento del status quo.
10 respuestas sobre participación política
30/04/2014
figuera
Miembro de una comunidad intencional
1. Mientras nos quedemos en la indignación y no progresemos hacia la definición y construcción de alternativas viables estaremos dentro de un fenómeno político solo reactivo, y lo que es tal vez peor, fácilmente manipulable…
2. La desaparición de los partidos políticos sería algo muy peligroso en el actual momento de evolución política (aún están muy lejos las utopías del fin del estado y de toda autoridad)…
3. Para que el pluralismo fuera garantía de calidad democrática serían necesarias dos condiciones que no se dan actualmente: que a la pluralidad de mensajes proclamados en busca del voto correspondiera una pluralidad de políticas una vez alcanzadas responsabilidades de gobierno, y que toda la pluralidad de opiniones tuviera las mismas (o parecidas) oportunidades de ser conocida por la población y de concurrir en condiciones de igualdad a los cargos electos. …
4. No solo «sabemos poco sobre cómo establecer condiciones institucionales que reproduzcan la virtud cívica», sino que hemos de admitir que tal virtud no está tan extendida como queremos creer…
5. Un partido político no puede ser de sus votantes, por el simple hecho de que el voto es secreto y nadie puede demostrar ser votante…
6. Es lógico que para la izquierda sea mucho más difícil unirse y tener un proyecto claro y definido porque su vocación es mucho más difícil que la de la derecha. Mantener las estructuras de poder y los privilegios como están es coser y cantar. En cambio, ponernos de acuerdo en qué futuro diferente queremos y en las estrategias para acercarnos a él venciendo la resistencia de quienes controlan el poder económico, las armas y los medios de comunicación y además tienen infiltrados en nuestras filas es un verdadero desafío…
7. A esta cuestión he respondido en parte en otra ponencia, en un comentario titulado «¿Hay infiltrados del poder promocionando la abstención en los movimientos sociales?» (http://cort.as/9CqK)…
8. Hay que encontrar un equilibrio entre la necesidad de superar el concepto tradicional de líder y la constatación de que las personas con una gran capacidad de comunicación pueden suponer una diferencia crucial en las expectativas de un partido, coalición o movimiento…
9. No soy partidario de las primarias abiertas, porque no fomentan una participación constante y comprometida sino puntual…
10. Que exista «un espacio de información crítica con suficiente proyección pública» no significa que todas las personas ni todos los discursos estén en igualdad de condiciones para conseguir una difusión amplia…
11. Este apartado no es una pregunta, pero la apuesta de los ponentes por «la responsabilidad de los ciudadanos para con las formaciones que votan o con las que se identifican» me ha traído una idea un tanto audaz pero que podría tener sentido: la posibilidad de renuncia (voluntaria, por supuesto) al carácter secreto del voto, que otorgaría derechos adicionales de participación…
Los «grupos motores cuidadores»
26/04/2014
Tomas Villasante
Profesor Emérito UCM
La unión hace la fuerza, la diversidad hace la creatividad transformadora.
Los “grupos motores” de hoy parten de diversas posiciones ideológicas, pero han de respetar sus propias reglas: construcción colectiva de la acción y de las estrategias. Estos grupos suelen mezclar variadas adscripciones (de género, de edad, de culturas, de profesiones, ideologías, etc.) pero están en contra del sistema que identifican como opresor y actúan en situaciones concretas con su propia estrategia y creatividad. Por ejemplo, contra la dictadura franquista fueron las “comisiones obreras” clandestinas que se movían en las fábricas convocando asambleas o huelgas (antes de que fueran cooptadas como un sindicato más formal),o las “comisiones o las plataformas de los barrios” que dinamizaban clubes juveniles, fiestas, parroquias, las asociaciones de vecinos, etc. antes de que se adaptasen a la transición institucional. Es bueno recordar que las iniciativas y la creatividad les venía desde abajo, desde grupos muy plurales, pero animados por un mismo problema práctico e inmediato que había que resolver.
Cuando se han impulsado los “grupos motores” en procesos (que a veces llamamos GIAP, grupos de investigación-acción-participativa) es siempre con características y estilos que anteponen las formas y los cuidados de “creatividad social” sobre las formas “representativas o de concienciación ideológica”. La “construcción colectiva de estrategias en situación”, más que los debates de fundamentos teóricos o los cálculos electorales. Hay un campo muy amplio de colectivos y asociaciones con bastantes posiciones de “iniciativas ciudadanas plurales”, que tratan de mezclar las formas tradicionales y nuevas. No solo existen asociaciones patriarcales con líderes que ejercen como tales, no solo existen colectivos sectarios encerrados en sus verdades narcisistas, la mayoría intentan otras formas.
Siempre hay grupos y líderes, aunque no tienen por qué ser siempre los mismos. Es más, también la experiencia nos muestra que el que se perpetúen en los cargos suele ser nocivo para la comunidad e incluso para ellos mismos (acaban aislados y más rígidos). Se ha ido avanzando a otros “estilos” no tan “concienciadores” desde las ideologías (“no me des la brasa” dirían los más jóvenes), sino más del “caminar preguntando”, de los “cuidados feministas” del proceso, del “nadie conciencia a nadie, todos aprendemos juntos” de la pedagogía popular. O también las “metodologías participativas” que parten de los dolores o gritos de la gente, pero no para quedarse ahí, ni para soltar la ideología como una receta, sino para construir colectivamente, dialógicamente, aprendiendo todos del proceso.
Los Grupos Motores pueden ser unos buenos lugares de creatividad social y de estrategias para construir “otros poderes-para”, que desborden a los actuales de tipo patriarcal y elitistas. Por ejemplo hacer de puentes dentro de los mapas de relaciones sociales de una situación, y “provocar creativamente” la construcción de estrategias posibles con los participantes involucrados. Los “grupos motores” no tienen soluciones, pero sí pueden activarlas escuchando y haciendo puentes, provocando saltos con las construcciones colectivas y creativas, en donde los participantes se sienten protagonistas y no unas meras correas de transmisión. Sobre la base de un cierto diagnóstico en común, de algún problema sentido, se pueden construir las alternativas. Es decir, algunas propuestas a corto plazo (que hagan de test de credibilidad del propio proceso), otras a medio y largo plazo (para las que se pueden organizar grupos de trabajo específicos), y alguna que permita coordinar y animar a todos porque abarque la ilusión de fondo y superadora, lo que llamamos la Idea-fuerza.
Estos grupos apuestan por dar el mayor protagonismo a las redes auto-reguladas, con talleres, grupos de trabajo, asambleas, etc. eliminando patriarcalismos y elitismos. En un “grupo motor” decían que el éxito de seguir haciendo cosas creativas por su cuenta era porque “funciona y lo pasamos bien”, y de alguna manera esto es contagioso. Pueden surgir en el trabajo o en alguna tarea, en el vecindario, en los estudios o entre amigos. Son “puentes” muy útiles en los circuitos de comunicación cara a cara, se mueven entre las redes del tejido social en la vida cotidiana, hablan en los mismos lenguajes que la gente. Precisamente, si no se les supone un interés familiar, económico o ideológico, estos grupos son más creíbles para la población y de ahí su eficacia y su buen ambiente. Y pueden tener más repercusiones transformadoras, por que no se les identifica con un partido en concreto o con una iglesia.
Hay muchas experiencias contra caciques, contra especulación de algún alcalde, o por continuar con el “clima” de los “indignados” o de las “mareas”. Por ejemplo los “grupos motores” en algunos Planes Comunitarios tienen un papel para renovar los liderazgos. No es cuestión de que todo dependa del técnico, o del presidente de la asociación, o de los recursos de la administración. El articular grupos heterogéneos siempre da una creatividad superior a cualquier plan. En los Presupuestos Participativos de diversas ciudades, son capaces de aglutinar, más allá de las militancias, a las gentes de los barrios o los sectores para hacer propuestas concretas y defender la participación desde la base. Como los partidos son para la democracia electoral, los “grupos motores” pueden ser para las democracias participativas. Sobre todo si usan metodologías, y si están apoyados por técnicos mejor, para superar personalismos.
De fondo, siempre es necesaria una Idea-Fuerza, una motivación común para actuar con una cierta cohesión, al menos saber lo que no queremos, aunque a lo que aspiramos esté aún en construcción colectiva. El “clima general” desde los “indignados” y las “mareas” facilita esa Idea-Fuerza de “democracia real ya”. Su credibilidad está más bien en ganar batallas cotidianas, con actuaciones más concretas y cercanas en lo inmediato. Hacer campañas por un tema sentido, como salir de la guerra en su día, o defender un barrio, o impedir una cacicada local, deben ser compatibles con una Idea-fuerza más de fondo y general. Por ejemplo: “democracia real” puede significar que no queremos gobernar, sino que quien gobierne tenga que hacer pactos con movimientos unitarios construidos desde la base.
En construcción
15/04/2014
Bartleby
Traductor
En lo que se refiere a participación política, podría incluirme dentro del grupo de los no-participantes, entre esos que pensaban que vivimos bajo una cierta ilusión democrática cuya característica principal es que te permiten votar antes de obedecer las órdenes, un sistema en el cual el elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros. Si, por una parte, los partidos políticos me parecían reducidos a maquinarias para la acumulación de poder, por otra, veía al militantismo y el activismo impregnados de un cierto olor a iglesia y poco dados a conciliar la aceptación y el disfrute de la vida misma con la acción transformadora. Sin embargo, nunca me consideré ajeno a la política. Pese a la creciente indignación estaba convencido de que había poco que hacer porque, en palabras de Adorno, «el mundo insiste en que le engañen». Sin palacio de invierno que asaltar ni atajo para la posibilidad de cambiar el mundo de arriba abajo, me había limitado a introducir mis aspiraciones políticas en una botella y tirarlas al mar, tal vez a la espera de tiempos mejores.
¿Es la indignación un fenómeno político sólo reactivo?
15/04/2014
Pedro Ibarra
Fundación Betiko
Un par de comentarios a una cuestión previa, por otro lado determinante, ¿es el 15-M, el movimiento de los indignados, un movimiento social? En principio se puede afirmar que nos hallamos ante un movimiento social. Recordar, en este sentido, que para así caracterizarlo no hay que fijarse en un momento o en una acción, sino en la cadena de procesos de momentos de reflexión, acción, organización, que acaban sedimentándose y cristalizándose en una organización con voluntad de permanencia.
Con esta precisión previa, es evidente que es un movimiento social en cuanto que comparte la gran mayoría de los rasgos sustanciales, “clásicos “, de los movimientos sociales, al menos en su fase original. Así:
– la opción por situarse fuera de los valores y conductas colectivas dominantes del sistema y su consecuente, aunque a veces inconsciente, desarrollo de una identidad colectiva,
– la pretensión de permanencia,
– la organización alternativa horizontal,
– el rechazo a entrar en los juegos y vías políticas convencionales.
Si bien hay también confluencias con los otros movimientos, en la percepción de agravios específicos o conjuntos de injusticias exteriores, en el caso del 15-M el sentimiento colectivo emergente se apoya en una objetiva agravación del contexto. La gente decide que la situación es insoportable y que, por tanto, hay que movilizarse porque la situación objetivamente ha dado un salto sustancial hacia la injusticia, la precarización, la desesperanza, etc. Esto daría en principio más solidez a la convicción de que es necesaria la respuesta. Como en otros movimientos, el 15-M afirma la diferencia en su estado naciente, situándose fuera del sistema de valores y prácticas convencional y dominante, lo que supone adecuadas condiciones para construir una identidad colectiva fuerte.
Lo que lo diferencia de otros movimientos, al menos en sus primeros momentos, fue la importante presencia de ciudadanos/as sin previa experiencia en redes sociales. Puede decirse que esa experiencia desbordó a los primeros intentos de encauzar el movimiento por parte de los miembros de redes sociales pre-existentes. Esta presencia masiva tiene consecuencias positivas como la ampliación y extensión original del movimiento. Genera una sorpresa y una esperanza motivadora, que anima la acción colectiva: se confirma que más allá de las redes sociales conocidas existían sectores en la población que al menos latentemente participan de una mirada alternativa, favorable a un cambio intenso que debe hacerse de forma distinta, de manera movimentista.
La relación entre lo particular y lo universal marca otra diferencia con otros movimientos como el ecologista e incluso el antiglobalización, desde donde las reivindicaciones espcíficas y sectoriales se va ampliando hacia lo universal, con el establecimiento de un modelo de transformación completo. Por el contrario, en el 15-M el arranque es la afirmación de lo universal: estamos hartos de todo, queremos cambiar todo y queremos cambiarlo ya. Sin embargo, en la práctica, estas afirmaciones, muy genéricas por otro lado, están expresándose, concretándose, en reivindicaciones específicas y, por tanto, limitadas. En los otros movimientos apuntados, el universal es algo elaborado, reflexivo. En el 15-M es algo intuitivo. Es presentir que la crisis global se haya situada en todos los espacios y que, por tanto, ya no es posible resolver este desaliento universal a través de concretas reivindicaciones. Sin embargo, si en los otros movimientos la dificultad de implementar en reivindicaciones específicas esa visión global se ha debido a razones operativas estratégicas, en el caso del 15-M puede disolverse esa intuición original por imposibilidad de establecer y articular un conjunto de reivindicaciones que reflejen, expresen esa mirada global
¿Es posible reproducir la virtud cívica desde dentro del sistema político?
¿Es posible que la democracia se encarne en el ciudadano? Que potencie el sujeto democrático republicano, virtuoso que la ama, la exige y la ejerce. Esta pregunta obliga entender la democracia política desde el proceso decisorio: cómo las decisiones políticas pueden responder a un interés general, por qué son democráticas (o no), una adecuación que se asienta en una triple perspectiva:
-En el terreno de lo posible alternativo. Si resulta imposible una coincidencia formal y total, sistemática y permanente entre, por un lado, todos los deseos, intereses e identidades de lo ciudadanos y, por otro todas, las decisiones políticas que deben tomarse, deberemos buscar esa coincidencia en los hechos. Es decir, admitiendo como inevitable una determinada representación política, la “adecuación democrática” será un complejo proceso interpretativo de las realidades en convergencia con esas “necesidades” democráticas expresadas por la ciudadanía movilizada.
– En el terreno de la definición. La apertura en la definición de los derechos democráticos está en tensión con las capacidades de ejercerlos y de influir en lo asuntos públicos. Conviene no perder de vista que todo lo que hacen todos los ciudadanos con todos sus ejercicios democráticos -desde votar a manifestarse contundentemente exigiendo decisiones políticas radicalmente distintas- movilizándose para que sus demandas afecten a las decisiones políticas de las instituciones, termina teniendo impacto en el proceso político decisorio formal
– En el terreno del supuesto sentido común. Finalmente parecería que hay una propuesta o creencia compartida, si no por toda todos los ciudadanos si por aquellos que se sitúan o provienen de la cultura o tradición de la izquierda. La idea de que somos nosotros los que mandamos y ellos -los representantes, los políticos- tienen que hacer lo que nosotros queremos. En tanto representantes lo que tienen que hacer es saber qué es lo que queremos y decidir en consecuencia. La democracia está potencialmente en el pueblo, en un pueblo en el que no deben existir intereses privilegiados. Un pueblo que decide en última instancia. Pero sabemos que el ejercicio de los diversos derechos y capacidades en diversos frentes y espacios se apoya en recursos. En concreto. Una cosa es tener esa convicción democrática y otra cosa es su práctica: la cultura democrática. La carencia de cultura democrática en ocasiones desvirtúa la misma convicción democrática, derivando la misma hacia una posición puramente pragmática. A una posición de estricta pasividad en la que se asume el discurso dominante. Aquel que dice –que nos dice- que en realidad lo que nosotros queremos es que alguien -los políticos- nos resuelvan los asuntos comunes.Y que esos mismos, a los que sólo pedimos que no roben demasiado, nos dejen en paz para poder gestionar tranquilamente nuestros asuntos privados.
Hay democracia cuando todos los ciudadanos están presentes en el proceso de decisión política. Cuando los ciudadanos no se sienten excluidos porque realmente no están excluidos de ese proceso de decisión política. Se necesita desarrollar esa relación de presencia y exclusión el proceso decisorio, resistiendo la exclusión haciendo avanzar la máxima presencia.
El punto de salida en ese avance es la representación. Los representantes políticos a los que hemos elegido en cuanto que nos representan tienen “presente” en su decisión los intereses de sus representados. Por tanto si esos representantes son libremente elegidos, si nos representan aquellos que queremos que nos representen y si, por otro lado, ejercen su representación de forma digna y honesta, podemos decir que como hay presencia y esa se reconoce por los representantes, hay democracia. Hay adecuada democracia. Pues no. Esto sólo es el comienzo. El punto de partida.
Ahora conviene recordar la realidad. Recordar que la historia de la democracia es la historia en la lucha por la democracia. De cómo cada vez mayores grupos de la sociedad lucharon para conseguir estar ellos también en el poder, en las decisiones políticas. Porque en el origen la identificación entre poder económico y poder político era absoluta. Eran los mismos. Más tarde en los orígenes de la democracia son sólo los detentadores del poder económico los que eligen a los políticos. Luego a través de una permanente y no siempre victorioso proceso de lucha toda la sociedad progresivamente (clase medias, trabajadores, mujeres) se incorporan ese proceso electoral.
Hoy realmente el peso de las élites económicas y determinados grupos de poder están mucho más presentes al resto de los ciudadanos en ese proceso electoral y decisorio. Antes políticos y poderes reales eran los mismos. Ahora los políticos son “sus” representantes. Por eso la lucha por la democracia va dirigida a la inclusión de todos los ciudadanos en los espacios y procesos en donde se toman realmente las decisiones políticas.
¿Qué representan los ciudadanos activistas que no votan, y quién les puede representar?
Hay que recordar que la política también (añadiría sobre todo) se hace desde la sociedad civil, desde los ciudadanos activos organizados y republicanos. Voten o no voten, esa es la política que controla, influye y transforma la política de los representantes de aquellos que han sido votados.
La realidad es que los representantes políticos toman decisiones dentro de lo que se puede llamar el espacio de influencia real. Grupos organizados económicos presionan a esos representantes para que tomen decisiones a favor de sus intereses grupales, que por supuesto nada tienen que ver con el interés general. Los ciudadanos, voten o no voten, deberían organizarse y presionar para mejorar ese espacio de influencia real, para tratar de lograr algo más de equilibrio aumentando grupos (y todo tipo de grupos) presentes en el proceso decisorio. Para ello la movilización social acerca la voluntad de los ciudadanos a las decisiones de los políticos. Hablo de una sociedad civil activa en la que sus ciudadanos se movilizan en la calle, participan en espacios públicos decisorios, manifiestan su opinión a través de los medios, etc. Cuanto más ciudadanos con más frecuencia utilicen esos u otros cauces, en lo que se expresen sus deseos, sus intereses, sus identidades, más probabilidades hay de que las concretas decisiones de los políticos asuman las demandas de lo ciudadanos.
Tendremos así un mayor equilibrio en el espacio decisorio real. Tendremos así un democracia de más densidad, más democrática, en cuanto que existirá más coincidencia entre lo que lo ciudadanos quieren que se haga y lo que lo políticos hacen. Más coincidencia porque más y diferentes voces (un horizonte ideal sería el de todas las voces en situación de pleno equilibrio) confluyen con similar fuerza y capacidad de presión en los distintos espacios y procesos decisorios.
También me refiero a grupos de ciudadanos que de forma estable, organizada y regular, deliberan y toman decisiones sobre asuntos que afectan al bien común. Esas decisiones, en principio no vinculantes para las Instituciones políticas decisorias, son sin embargo tenidas en cuenta por los gobernantes. Estoy señalando a algunos de las actuales y diversas experiencias y procedimientos de la democracia participativa Desde comisiones sectoriales que operan en los Ayuntamientos a consultas precedidas en algunos casos por procesos mas o menos asamblearios.
Sin embargo cabe plantearse una actividad más radicalmente democrática para esos ciudadanos activos (voten o no). Parecería que antes -el estado corporativo- el sistema económico generaba en el proceso decisorio político un cierto desequilibrio. Aunque existían grupos con más poder y capacidad decisoria real, había presencia de varios y distintos grupos. Hoy ni eso. El actual sistema genera la desaparición del desequilibrio. La dependencia -además deseada- de los representantes es ya hoy solo de uno. Y por lo que parece el sistema que genera este monopolio tiene aspecto de ser muy duradero.
Esta caracterización haría bastante ilusorio el intento de buscar un mayor equilibro en el proceso real decisorio. Por tanto otra estrategia sistémica debería cuestionar el mismo principio de representación. Trataría de impedir que los representantes tomen por si solos las decisiones. Pretenderá no tanto influirles, sino sustituirles, o al menos introducir real y formalmente las decisiones y exigencias ciudadanas en sus decisiones políticas. Decir (ahora sí) que la democracia está mal porque las decisiones políticas no las toman los ciudadanos -esa es la verdadera democracia-, sino los representantes políticos. La critica ahora pues se dirige al principio de representación y a su práctica. Algunas propuestas-¡actividades-! posibles para lograr otra democracia
– En primer lugar se trataría de radicalizar las propuestas para regenerar la democracia representativa. Efectivamente si por el momento no parece posible un modelo de sustitución de la representación, sino tan solo avanzar hacia un control e incidencia operativa popular de la representación, se aceleraría y extendería ese control en cuanto que crece y se hacen más exigentes las prescripciones y prácticas, de transparencia, de rendición de cuentas, de democracia interna partidaria, etc.
– En segundo término qué duda cabe que un incremento sustancial de la movilización social no solo facilitaría sino que también compartiría la presencia eficaz de la voluntad popular en los procesos decisorios.
– Por ultimo pero sobre todo me refiero a que esas deliberaciones y decisiones ciudadanas que ante describíamos como no vinculantes, ahora puedan convertirse en vinculantes. Esto es la democracia participativa. Un cambio del sujeto decisorio. Es necesario señalar que muchas experiencias participativas institucionalizadas no promueven la transformación de la democracia representativa hacia una más participativa, si no que estas estrategias dirigidas a desviar la atención ciudadana sobre la crisis de la democracia representativa.
La cuestión de fondo es el equilibrio en el espacio de influencia decisoria real. Sin duda la presencia de más actores colectivos de carácter social en ese espacio, provenientes de la movilización social o bien de grupos de participación ciudadana, es el contrapeso. La única forma que no sólo los grupos de presión económicos sean los socios de los gobiernos, privilegiados y excluyentes, a la hora de tomar decisiones.
Abrir el debate político a la perspectiva biológica
14/04/2014
darwiniano
profesor universitario jubilado
Me ha gustado el análisis que hace la ponencia de los profesores Pablo y Ariel. Aun así, considero que el debate político necesita clarificar conceptos básicos y abrirse a la perspectiva biológica.
Como dice el polaco Kolakowski, el marxismo siempre ha considerado que, si un grupo social está mal, la culpa es de otro explotador y opresor. Para el marxismo el problema social se arregla repartiendo igualitariamente la producción. Por el contrario, el capitalismo, ya desde los tiempos de Comte (un «socialista aristocrático») considera que el problema social se resuelve aumentando la producción.
Desde la perspectiva biológica darwiniana, el problema social afecta a todas las especies animales y se produce porque los animales se reproducen a un ritmo mayor del que puede soportar el ecosistema en sus momentos más bajos.
El gran problema social de la humanidad está en que los 1000 millones de habitantes del inicio de la revolución industrial se han convertido en los 7000 millones de la actualidad. Y, según el informe del instituto de Massachussetts, en un planeta de recursos limitados, el PIB no puede seguir el ritmo de la población. Ante esa situación, los gobernantes chinos han dicho: reparto de la producción y reparto de la reproducción de la población.
Pero, los políticos de nuestro entorno siguen al margen de la ilustración biológica, de modo que Rajoy pretende resolver el problema de la inmigración aumentando la producción en los países de origen, y Jáuregui dice que no quiere achinar a los trabajadores europeos, sino europeizar a los chinos ( tendrá que decir cómo).
En efecto, el gran problema del mundo obrero occidental está en que con los derechos conquistados, a nivel de manufacturas, no puede competir con el mundo obrero oriental. Ante esta situación, las naciones europeas han proyectado su economía hacia campos que estén al abrigo de dicha competición, como es el campo de la construcción. Pero, ya hemos visto que la solución tiene corto recorrido y que en nuestro país ha desembocado en la crisis que actualmente nos afecta.
Ante dicha crisis ( el paro) es lógica la indignación social, pero no volvamos a la posición marxista de echar la culpa a otro. Es cierto que nuestros políticos han cometido el disparate de admitir a 7 millones de extranjeros en una economía que no era sostenible, pero esos extranjeros han venido a ocupar plazas que las aburguesadas familias autóctonas no querían para sus hijos ,que se han dedicado a conseguir en un sistema educativo subvencionado profesiones burguesas que no tienen salida en el sistema productivo español.
En definitiva, creo que el problema político no es cuestión de unir a la izquierda o a la derecha, sino el de ver cuál es la solución de fondo a nuestro propios problemas y a los del mundo.
Sobre culturas militantes, reacomodos ideológicos, de identidades y proyectos para pensar cómo salir con dignidad de la crisis
09/04/2014
Olga Abasolo
Socióloga y feminista
Agradezco la invitación a participar en este debate. El texto de partida abarca buena parte de las preocupaciones y reflexiones que están sobre la mesa cuando se trata de pensar, colectivamente, no solo en hacia dónde vamos, sino hacia dónde querríamos ir. Comparto además buena parte de lo que se expone.
Empiezo por el final: “La encrucijada histórica reclama voluntad política y virtud cívica para activar nuevas hibridaciones entre formatos de representación y de participación ciudadana. Si los partidos quieren estar a la altura de los tiempos, deberían experimentarlas en sus propias carnes organizativas” porque ahí radica el mayor reto.
Sin embargo, dado que los partidos siguen siendo hoy por hoy el canal principal de representación, tan relevante me parece reformularlos desde dentro (por difícil que parezca a juzgar por sus actuales derivas) y abrirlos a las demandas y dinámicas del exterior, como superarlos en cierto sentido y pensar en futuras agrupaciones que escapen a la definición y usos clásicos que conocemos. Esto último más allá de que sea una dinámica deseable o no, que a mí juicio lo es, parece más bien una dinámica potencialmente en marcha (PAH, mareas…).
Nos manejamos en un doble movimiento. El que se produce “dentro”, entre las personas que ya parten de una sensibilidad política, de una práctica más o menos militante dentro del espectro más o menos amplio de la izquierda (social e institucional). Y el de “afuera”… la complejidad social a la que unas y otros pretendemos llegar, como motor para la transformación social. Ambas dimensiones piden cambios profundos.
Desde “dentro” a menudo buscamos alianzas, puntos de encuentro y confluencias (deseables). La propia dinámica de la realidad (los efectos de la crisis) está produciendo matizaciones, acercamientos discursivos y reales inimaginables hasta hace muy poco. Pero seguimos adoleciendo de una falta de superación de los propios vicios de la izquierda: unos por reduccionistas a esquemas preconcebidos, a relatos bien construidos pero escasamente anclados en la realidad; otros por demasiado centrados en sus debates metodológicos de horizontalidad y participación con escaso anclaje también en la realidad. Ambos, comparten un objetivo: llegar a la ciudadanía. Pero desde conceptualizaciones de la misma que no siempre tienen que ver con la realidad. O al menos, no con la realidad en todas su complejidad.
Mientras, lo de “afuera” se transforma, respira, camina. No sabemos en qué dirección, no sabemos aún si el cambio será regresivo o progresivo. Pero, difícilmente llegaremos a algo si no partimos de nuestra realidad (concreta) y reflexionamos con la mayor amplitud sobre el contexto complejo en el que nos hallamos. Qué dinámicas de articulación surgidas de la ciudadanía nos obligan a qué replanteamientos, revisiones, reconsideraciones. Qué límites plantean esas articulaciones. ¿Se está resquebrajando nuestro imaginario colectivo? ¿Hacia dónde deberíamos dirigir la acción colectiva? ¿En torno a qué? Las condiciones materiales, pero no solo estas.
Si no partimos de lo obvio, difícilmente avanzaremos: el ámbito de lo social como terreno contradictorio y conflictivo, en donde se entrecruzan los sistemas de dominación capitalismo, patriarcado… con una base ineludiblemente material, pero también atravesado por discursos (dominantes o no), por representaciones culturales y por la subjetividad propia de nuestro tiempo.
Desde ahí, tanto importan las derivas propias de nuestro terruño, teniendo en cuenta también la perspectiva histórica –por qué estamos donde estamos, y cómo hemos llegado hasta aquí– como las dinámicas europeas, globales, las características actuales de la movilidad del capital.
Pero, no basta con visibilizar las tendencias ocultas (“hacia dónde nos estamos dirigiendo”), tampoco con defender las conquistas del pasado. Tenemos que construir desde lo real.
Un ejemplo: no basta con definir la precariedad, con verla, con ponerle nombre, con denunciarla, sino que tenemos que pensar en cómo politizarla, como partir de ella para transformarla. Tenemos que hincarle profundamente el diente al tema del trabajo (no limitado al empleo en el marco de unas relaciones salariales hoy pulverizadas, sino en sus manifestaciones de hoy, en el impacto de la crisis en la reproducción social) y por tanto a los sindicatos. Desde la crítica constructiva, para superar lacras, para conectarlos con la realidad.
Si son rasgos de nuestro tiempo la ruptura de contratos sociales, el cambio drástico de las expectativas de la población, la erosión de la confianza en los partidos y sus líderes, en las instituciones, la desesperanza por el futuro, tendremos que persistir en engarzar el discurso y la práctica en la crítica de la verdadera naturaleza del poder político y económico. Pero también tendremos que pensar en cómo politizamos lo personal desde los parámetros de hoy.
Por eso, asumamos (y dotémonos de paciencia para procesos más lentos) qué puertas van quedándosenos cada vez más cerradas, y pensemos en cómo abrir otras nuevas. No son útiles por si solas ni las posiciones defensivas (y reactivas) de lo que ha sido y es la “izquierda de toda la vida”, ni ver atisbos de ella en pequeños resultados ya sean electorales o en las calles. Pero tampoco las dinámicas autorreferenciales, de posesión de las claves más puristas de la horizontalidad, de las nuevas prácticas, de la participación ciudadana.
Hablamos de ciudadanía, de construcción de mayorías sociales, pero lo cierto es que ésta en muchos casos ni nos conoce. Ni se identifica con nuestros debates. Más bien parece que intentamos adaptarla a nuestros idearios.
Sobre lo nuevo y lo viejo
Conocer nuestra historia, la historia del conflicto social, desmenuzar las estrategias del capital, fijarnos en las experiencias históricas no significa intentar reproducirlas una y otra vez, pero sí transmitir que esto va de conflicto, y que ese conflicto es histórico, y por tanto cambiante en términos de su especificidad. De igual modo, unas prácticas no sustituyen a otras sin más. Conviven durante un tiempo, oscilan, se regeneran o transforman.
Más que ver en el 15 M una nueva forma de hacer y entender la política rupturista con potencial para estabilizarse en el tiempo (por mucho que haya contribuido a sacudir viejas estructuras y dinámicas y a generar otras nuevas) creo que es una expresión que tuvo su momento, que no volverá a repetirse porque ya ha resultado en otra cosa. Igual que en el caso de las mareas han marcado un important episodio, pero también hoy en reflujo. Por otra parte, sería ingenuo pensar que a partir del 22M las clases populares se hayan unido a la senda abierta por el 15M. Todas ellas, más allá de sí mismas, son expresiones de virtud ciudadana en construcción. Han confluido y confluyen y confluirán por un tiempo despertares, indignaciones, penurias, desesperanzas, rabia y proyectos de futuro de jornaleros, estudiantes, clases medias, precarias, inmigrantes, mineros, intelectuales, profesores de universidad y jubiladas. Previamente organizadas o no. Todo eso es política.
Y una vez más, la sociedad va por delante de las instituciones de su orden social. Hoy por hoy, todo suma. Las ideas políticas para el gobierno de la cosa pública (para la definición del bien común, de las necesidades humanas, para el reparto del producto social) siguen contando. Pero, como también se dice en el texto de partida. Para remozar la comunidad de referencia parece obligado actualizar además los vínculos de relación de los partidos con otras redes socio-culturales y políticas activas.
Enhorabuena por esta iniciativa y sigamos dándole vueltas a nuestras culturas militantes, sigamos atentas a los reacomodos ideológicos, a la construcción de las identidades (supervivientes… combativas o no) con el horizonte compartido de salir con dignidad de la crisis.
[…] organizada – con el riesgo que conlleva esta asunción- […]
08/04/2014
[…] organizada – con el riesgo que conlleva esta asunción- algunas preguntas planteadas por Pablo Sánchez y Ariel Jerez en este mismo medio (“Partidos, Militantes y Ciudadanos en la Crisis … podrían tener respuesta, al menos […]
La cuestión del partido
08/04/2014
Jorge Moruno
Sociólogo
La cuestión del partido una vez más, sigue provocando grandes dolores de cabeza y discusiones. Se puede optar por insistir en la fórmula del partido como la agencia encargada de ejecutar las aspiraciones de las masas, como el núcleo de la subjetividad vanguardista y actor privilegiado en el manejo de la información a la hora de comunicar hacia afuera y disciplinar. Se puede también, desechar la idea misma de su existencia en cualquiera de sus formas, compartiendo el mismo esquema del primer caso aunque desde la óptica opuesta, pues ambos ejemplos inciden en la posibilidad “escaparse” a esferas y espacios paralelos y al margen de las relaciones sociales capitalistas, cuando ya no existe un “afuera” del tiempo dominado por la empresa-mundo. Una tercera opción podría versar en hacer una lectura laica del estado de las cosas en nuestro tiempo histórico y esgrimir de ahí, el tipo de instituciones e identidades que puedan forjarse. La política irrumpe cuando se distorsiona la lógica policial, tal y como la entiende Jacques Rancière, lógica que impide el vacío del desorden del dominio. Distorsión que altera el reparto de las propiedades comunes entre las distintas partes de la sociedad y subvierte la posición de quienes pueden ejercitar el poder de la decisión.
En una sociedad conectada como la nuestra que atraviesa a las organizaciones y en una sociedad en la que las organizaciones deben atravesar a la sociedad, no se puede seguir pensando la función del partido de la misma manera que antaño cuando existía una frontera y cierta rigidez, entre quien emitía la comunicación y quienes recibían la información. Hoy la partida y el partido se juegan cada vez más de cara hacia afuera, donde las decisiones pensadas para y desde el intestino determinan cada vez menos la capacidad política de la organización. La influencia social se presenta determinante a la hora de tomar decisiones. La comunicación adopta un giro copernicano donde se modifica la relación entre quien la emite y quien la recibe, donde se mezclan y entrecruzan varias rutas y sucede como nos recuerda Marx en su III Tesis sobre Feuerbach, que el propio educador necesita ser educado. Estar sujeto a ritmos cambiantes y flexibles que dependen de la capacidad por saber moverse con agilidad entre la opinión pública y haciendo de bisagra con los movimientos sociales sin pretender colonizarlos.
El problema ideológico, que no de la ideología, también tiene que ver con gastar muchos esfuerzos en priorizar una radicalidad retórica que suele ser directamente proporcional a la incapacidad real para hacerla efectiva. Batallitas más centradas en el ombligo que solo le importan a un porcentaje ínfimo de la población, «yo soy más de izquierda porque digo que estoy más a la izquierda», que en pensar realmente cómo incidir más allá de los muros que nos lo impiden. Existe mucha población golpeada y perjudicada por las políticas económicas de la Troika susceptible de conformar la unidad popular, pero que no se ve reflejada en los símbolos y los códigos tradicionales de la izquierda. Buscar las maneras de incorporar a toda esa gente no significa dejar de ser de izquierdas, más bien todo lo contrario, pues los colores, los símbolos y los imaginarios deben responder a la realidad que da significado a la gente y nunca al revés. La unidad popular no es la unidad de las siglas ante un programa, hace falta ir más allá, si bien son fundamentales unos puntos programáticos claros y radicalmente democráticos. Reanudar la potencia constituyente de liberación de la explotación y búsqueda de bienestar, no exige casarse con su manera de expresarlo, con su metáfora, porque no hay nada de natural en la naturalización de los ejes, ya sean arriba y abajo o izquierda y derecha. No se trata de renegar del pasado, pero tampoco de revivirlo como si nuestro tiempo fuera una simple nostalgia fotografiada de otro que pudo ser mejor o peor, pero que ya no es el nuestro. Necesitamos de la audacia para moverse en un equilibrio complicado, entre no caer en la marginalidad y evitar diluirse en la insipidez del régimen político dominante. Tratando de marcar aquellas fronteras donde ensanchar y fortalecer posiciones políticas y evitando aquellas que te debilitan y reproducen la caricatura que refuerza al enemigo. El partido como una confluencia popular de muchas convergencias de sensibilidades y perfiles diferentes, plurales y amplios como solo puede ser la democracia.
Ciudadanía activa y clase política
07/04/2014
Antonio Antón
Sociólogo y politólogo (profesor de la Universidad Autónoma de Madrid 2003/2022, actualmente jubilado)
Ciudadanía activa y clase política
Antonio Antón
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
(Resumen)
Existen tendencias sociales ambivalentes, muchas veces en el interior de las mismas personas y en proporciones diferentes. Por un lado, se han conformado corrientes sociales amplias, de fuerte contenido social y democrático, de indignación y rechazo a esta deriva regresiva y al déficit democrático de las instituciones y la clase política, demostrando la persistencia de una amplia cultura igualitaria y solidaria. Específicamente, se ha generado un nuevo ciclo de protesta social que denota la persistencia de una ciudadanía activa. Sin embargo, por otro lado, en el plano individual se genera individualismo adaptativo o competitivo, miedo y resignación, y en el plano colectivo aparecen síntomas de populismo, autoritarismo, fundamentalismo, xenofobia… que conviene afrontar con la reafirmación democrática, el desarrollo de los derechos humanos universales, la integración social y el diálogo intercultural.
Tenemos cuatro componentes principales de actual escenario:
1) La prolongación de la crisis socioeconómica, causada por los mercados financieros, con graves consecuencias sociales para la mayoría de la población.
2) La gestión antisocial e impopular de la clase política dominante, con una estrategia liberal-conservadora bajo la hegemonía del bloque de poder (centroeuropeo) representado por Merkel, con la colaboración o corresponsabilidad, primero, de los gobiernos socialistas en los países periféricos como España y, después, de los gobiernos de derecha.
3) Significativo proceso de deslegitimación social del contenido principal de esa política, el reparto injusto de los costes de la crisis, y la crítica hacia la involución de la calidad democrática del sistema político, conformándose una importante corriente social indignada, un campo social diferenciado y en desacuerdo con esas medidas regresivas (que en algunos aspectos concretos alcanza a dos tercios de la sociedad) y, particularmente, una desafección o brecha social entre el aparato socialista, por su giro antisocial y el incumplimiento de su contrato social, y una parte relevante de su base electoral descontenta con esa involución.
4) Ampliación de las protestas sociales y resistencias colectivas, configurándose una ciudadanía activa, de fuerte contenido social, con un carácter sociopolítico progresista y democrático; se puede cifrar entre cuatro y cinco millones de personas participantes en los procesos huelguísticos generales y entre uno y dos millones en el conjunto de las grandes manifestaciones sindicales o ciudadanas (y según diversas fuentes en torno a un millón de participantes en las redes sociales vinculadas a estas protestas); se ha encauzado, inicialmente, a través del movimiento sindical y el movimiento 15-M (y derivados), conformando una representación social doble con elementos mixtos, no exenta de tensiones, con sus respectivos representantes o grupos de activistas, y luego por diversas mareas y plataformas ciudadanas que articulan un tejido asociativo más diverso y complejo.
Tres aspectos se abordan en este texto, relacionados con el tema de esta Ágora política “Partidos, militantes y ciudadanos”: 1) Configuración de una ciudadanía activa. 2) Gestión política y acción política. 3) Desafíos de la pugna sociopolítica por la democratización del sistema político y una salida justa de la crisis. VER TEXTO COMPLETO.
Comprender la indignación
07/04/2014
Leo Moscoso
Sociólogo y politólogo
El texto escrito por Jerez Novara y Sánchez León plantea muchos problemas de enorme importancia. Por razones de espacio, me limitaré a comentar sólo el primero de ellos. Lo haré con las seis observaciones que siguen.
1. Al principio, la acción. Que el recurso a la movilización representa para todos los desvalidos la única alternativa frente a la movilización de los recursos es un lugar común de la sociología de los movimientos sociales desde hace más o menos cincuenta años. La indignación de los débiles se ajusta a la ecuación de siempre en política: no es el actor el que da lugar a los objetivos; son los objetivos los que dan lugar al actor, o – como escribió el poeta – al principio, la acción. De modo que – al contrario que bajo la lógica de la institución – la lógica del movimiento social pone delante de las narices de todos la ineludible necesidad de alterar las relaciones entre el sujeto y el predicado de la acción política. Nos obliga a reconocer que ese animal que somos no actúa porque piensa, sino que piensa porque actúa. A fin de cuentas, actuar no es sino mostrar que uno quiere hacerse entender. Hacerse entender es volverse visible como parte de algo: me rebelo, luego somos.
2. La indignación clama justicia pero deja el mundo como está. Los ciclos de corrupción suelen dar paso a los ciclos de indignación. Ahora bien, la indignación – sin duda un fin en sí misma – es una patología; y el trabajo central de la crítica (que es medio y no fin) debería ser la denuncia. Indignación es la emoción reactiva del que se ve impunemente estafado. No cambia el mundo; sólo permite que el mundo empiece a ser comprendido de otro modo. Deja el mundo como está, pero cambia el lenguaje: Hay mucho de cognitivo, pero muy poco de político en la indignación. El indignado no busca ni el acuerdo, ni el compromiso, ni la amnistía. Su acción se encuentra investida de la autoridad moral de quien ni quiere pasar página ni desea mirar para otro lado, porque el del indignado es un envite por la justicia y por la verdad. No por una verdad y una justicia del porvenir, sino por una justicia y una verdad prontas, severas e inflexibles que han de realizarse aquí y ahora. El problema del partido de la decencia es que la condena moral del oponente sólo puede inaugurar la espiral de la política por otros medios y de la cruzada moral. Cruzada es esa forma de política que pone los valores morales propios como objetivo de la acción en lugar entenderlos como su precaria premisa. Conduce al empeño totalitario consistente en querer imponer los valores propios a los extraños y en la descalificación moral del adversario político. La espiral de la condena moral no cambia el mundo, pero ella misma no puede tener otro final que el de pasar al incorruptible por la guillotina. Ora quella turba d’ira e d’odio pregna, con fatti e con mal dir cerca vendetta…
3. Cambiar el lenguaje hace posible romper con la ortodoxia. El indignado se sitúa en las antípodas del político: su obstinación lo hace imposible de chantajear (y no hay, ciertamente, quien entre en el juego de la política si no puede ser chantajeado). De ahí la proliferación de medios sin fines, que es rasgo ineludible de la cólera revolucionaria, de la furia de los incorruptibles. Los movimientos sociales de hoy representan para el sistema un desafío análogo al que representaron los movimientos heréticos en el pasado. Se trata en ambos casos de un episodio de ruptura con la ortodoxia. En la medida en que aquellos que han de hacerse visibles presionan por su inclusión (no es que estén movilizados para ganar visibilidad – de ahí la superficialidad de cuantos dan pábulo a la tesis que define a los indignados como here-we-are-movements), necesariamente tendrán que sustentar sus razones en la defensa de los derechos de todos aquellos a los que aspiran a representar. El movimiento adopta así un Eschaton igualitario que asumirá inevitablemente una apariencia contra-institucional. Necesita de una ortodoxia a la que desafiar: a veces lo hará violentamente, a veces sólo en el terreno ideológico.
4. El pluralismo y el turno son empleados para neutralizar la enmienda que el movimiento plantea a las instituciones. En todo caso, ahí estarán todos los elementos del movimiento en tanto que reacción: rechazo de la jerarquía y de la ortodoxia, retorno a la pureza originaria, nostalgia de un pasado imaginario, invención de una tradición, de un enemigo, de una supuesta dirección de la historia… Las revoluciones son defensivas por definición. Defienden con reveses coléricos un mundo que se desvanece, aunque generalmente lo hagan con los métodos de un mundo que carece de visión de futuro. Se objetará que esta visión conduce al quietismo, etc. Y se objetará – sobre todo – que bajo el régimen democrático no debería verificarse este fenómeno, ya que, en tanto que democrático, este régimen no se presenta a sí mismo como el portador de ortodoxia alguna. Es posible, se dice, tomar partido sin salir fuera de él, porque su propio orden incluye ya la alternativa al poder político vigente en un momento determinado. La respuesta es – sin embargo – que la alternancia prevista, en la medida que pre-ordenada, no es más que una simulación de alternancia (especialmente para aquellos sistemas políticos menos capaces de traducir las entradas de nuevos actores en la creación de nuevas y más amplias esferas de igualdad) y su función no es otra que la de mantener excluidas a las fuerzas que se presentan con el derecho y la voluntad de ser incluidas; esto es, de hacerse visibles.
5. El dilema del movimiento social. Radica en este punto la comprensión del célebre dilema de los movimientos. La influencia y la perdurabilidad (es decir, el éxito) de todo movimiento social dependen de su cohesión interna y del reconocimiento que el movimiento obtenga. Ahora bien, tal como reza el célebre apotegma, mientras que la cohesión es una función de la debilidad numérica (de ahí que, a mayor debilidad, mayor clausura ideológica), el reconocimiento es una función de la fuerza numérica. Los movimientos sociales pierden cohesión conforme crecen y pierden reconocimiento conforme sus apoyos declinan: de ahí su proclividad a la ciclotimia política, su inclinación a desarrollarse en ciclos de emergencia y latencia, de euforia y desencanto. El movimiento perecerá de manera ineluctable si la pérdida de cohesión originada por su propio ciclo de crecimiento, es seguida por la pérdida de fuerza numérica del movimiento (originada en el agotamiento de la agenda, en la extenuación de los actores o en la propia división originada en el ciclo de crecimiento) sin que éste o sus dirigentes hayan sido capaces de encontrar una expresión institucional estable (es decir, a largo plazo) de sus reivindicaciones antes de que la diáspora se verifique. De ahí, que la lógica del movimiento social se desenvuelva bajo el signo de Saturno: la revolución no puede finalizar (por eso tiende a devorar a sus hijos). Si no se encuentra una salida institucional, el movimiento perecerá o fagocitará a sus propios dirigentes.
6. Principios morales, verdad y justicia. Muchos movimientos y organizaciones políticas practican la política por otros medios. Está claro que los valores no son la premisa de la acción, pero está igualmente claro que deberían serlo. Al final, muchas de las llamadas batallas ideológicas no son más que una confrontación entre principios. El movimiento que desafía al poder constituido se convierte en dirigente si consigue que, en esa batalla ideológica, sus principios prevalezcan. A cierta derecha española le molesta mucho la “pretendida superioridad moral de la izquierda”: es lógico que envidien la posición de sus oponentes. Es mucho más fácil defender, por ejemplo, que el dinero debe estar al servicio de la gente, que defender que la gente deba ser puesta al servicio del dinero. Si principio es lo que está antes, el movimiento y sus oponentes deben convertir los principios morales en la premisa de la vida pública, en lugar de hacer de ellos uno de sus objetivos. Quien incendia una cuestión moral, generalmente no busca más que ganar partidarios y seguidores. Y el objetivo de la política en una sociedad pluralista no puede ser la imposición de ninguna verdad moral a nadie. La justicia es el objetivo de la política. Es una lástima que quienes piden justicia no suelan tener la política a su alcance.
Los partidos deben cambiar su papel
05/04/2014
Piter
Parado
Me parece interesante el planteamiento realizado por los ponentes y en la medida que me permitan mis conocimientos, intentaré responder las cuestiones planteadas, con especial énfasis en un aspecto que, desde mi punto de vista, se plantea de manera incompleta.
¿Es la indignación un fenómeno político sólo reactivo?
Desde mi punto de vista, la indignación se inició únicamente como movimiento reactivo como bien explicáis, si bien a lo largo de su historia se fue transformando en un elemento de toma de conciencia y posteriormente en un impulso propositivo, y creo que fue en este punto cuando comenzó la pérdida de fuerza del movimiento precisamente por las discrepancias en el desarrollo de las propuestas y la aparición del inmovilismo en las posiciones de diversos sectores.
No obstante, la herencia de la indignación, que como bien decís aún perdura y continúa su propia evolución, supone de todas las maneras que se enfoque una nueva manera de entender la política, no sólo en los nuevos sectores aparecidos, sino incluso dentro de los sectores políticos tradicionales, como demuestran algunas de las preguntas posteriores que hacéis y otros hechos: Aparición con fuerza de las primarias abiertas, escisiones por primera vez significativas dentro de la derecha, demandas de transparencia y regeneración dentro de los propios partidos tradicionales, etc.
¿Veremos desaparecer los partidos políticos?
Esta es la cuestión que creo se trata de manera más incompleta y más superficial, habida cuenta de la importancia de la misma.
De entrada nos encontramos con que, efectivamente, las demandas de la ciudadanía respecto al papel de los partidos políticos han variado en su conjunto. Donde mantienen más cercana su esencia anterior, es entre militantes y votantes-simpatizantes, pero en cuanto al resto, el más que notable aumento de la intención de abstención (incluyendo voto en blanco y nulo), supone que hay un importante sector que han dejado de creer en ese papel tradicional de los partidos. En efecto, no existe un ligero aumento de la abstención sumado a un enorme transvase de votos entre formaciones, que sería indicador de disconformidad con unas determinadas políticas, pero no con el papel de los partidos en sí, sino que se percibe como un problema del papel de esos partidos en el actual sistema representativo. Y ello viene avalado por la mención en las encuestas del CIS de los partidos como uno de los 3 principales problemas del país.
El resto del comentario en el archivo adjunto.
Se nos viene incidiendo durante bastante tiempo del problema de […]
04/04/2014
witelchus69
parado
Se nos viene incidiendo durante bastante tiempo del problema de la desafección de la clase política con respeto a los ciudadanos.
¿Realmente están los ciudadanos cabreados? O quizás no se daban por no aludidos, al creer y ser expresado en multitud de ocasiones, que la democracia no solo es ir a votar.
Desde hace bastantes años en mi periplo por la empresa a la cual dedique muchos años de mi vida, y la cual sufrió la crisis, como una gran mayoría, siempre dije que uno tiene que ser responsable, critico y la vez eficiente, sin olvidar el compañerismo.
Toda acción tiene una reacción y por consiguiente el hecho de haber elegido a una propuesta u otra en las votaciones de turno, nos debe de dar sentido de corresponsabilidad con los elegidos con nuestro voto.
Se dice mucho de la crisis de los partidos políticos, pero la realidad es que los que están en crisis no son ellos, sino el pueblo y hay que admitir nuestra responsabilidad, termina con votar y mirar hacia otro lado.
Nos han hecho creer en el individualismo, “tu mira por ti mismo”, y eso nos ha llevado a este fracaso. Nos han vendido la moto con una Europa en la cual solo mandan las multinacionales, que son como langostas, devoran todo a su paso y se van a otro lugar.
No miramos con empatía al que tenemos a nuestro lado, y cuando lo hacemos es con desprecio.
Somos presa fácil de la dictadura del capitalismo, que solo mira el enriquecimiento aunque este sea a costa de todos nosotros. La Europa de lo social, lleva camino de ser un vivo reflejo de la China actual, pobre en lo social, y que terminara siendo victima del sistema como lo estamos siendo nosotros mismos.
No creo que haya que realizar muchas reflexiones acerca de lo que nos está ocurriendo, somos víctimas de nuestro propio egoísmo, y eso hace que la langosta nos devore rápidamente.
Necesitamos una sociedad del compromiso social, de servicios públicos bien gestionados, a la par que no podemos dejar de ser siempre críticos con todo, pero si con la suficiente empatía hacia el resto.
O se empieza ya o no quedara nada de la actual ruina socioeconómica y moral reinante.
La ciudadanía ante la «desregulación» de la política
04/04/2014
María José Fariñas Dulce
Catedrática Acreditada de Filosofía del Derecho. Subdirectora del Instituto de Estudios de Género. Universidad Carlos III de Madrid
España, igual que la mayoría de países desindustrializados, atraviesa una profunda crisis institucional, debido a casos, a veces coyunturales, otras estructurales, de corrupción política en connivencia con el poder económico, al desgaste de algunas instituciones, a la desafección política y el derrumbe de la moral cívica vinculada a lo público, a la obsolescencia de leyes esenciales (Ley Electoral, leyes fiscales y la propia Constitución), a lagunas legales, como la de la Transparencia y Acceso a la Información Pública, que perpetúan la opacidad y el secreto en el funcionamiento de las administraciones públicas, así como a la persistencia de las oligarquías en la estructuración democrática de la sociedad y de las administraciones públicas. Este contexto ha impedido, y sigue haciéndolo, un completo desarrollo democrático de nuestras instituciones políticas y jurídicas.
Pero también se debe a las consecuencias sobrevenidas de la puesta en marcha de políticas neoliberales introducidas por la globalización, que restringen derechos económicos, sociales y culturales, limitan libertades y dejan a la ciudadanía carente de vínculos de integración y cohesión social, a la vez que desprotegida ante sus necesidades básicas.
La desregulación política ha convertido a la actividad política en una mera gestión técnica de cosas y personas, al servicio de las necesidades de las oligarquías empresariales y financieras globales, pero al margen de la voluntad de los ciudadanos. Las consecuencias inmediatas han sido: 1) la privatización de los espacios públicos y comunitarios de la ciudadanía, en tanto expresión de subjetividades individuales y colectivas, sustituidos ahora por la utopía neoliberal del consumo de los grandes shopping; 2) la pérdida de legitimidad del poder político y de sus actores gubernamentales; 3) el debilitamiento del Estado-nación como actor político; 4) la redefinición del papel regulador del Estado, en relación con el grado de intervención en el funcionamiento del mercado; 5) el predominio de los oligopolios financieros que cooptan la acción política de los gobiernos.; y 6) la crisis de representación del sistema parlamentario y de partidos.
Esta desregulación ha tenido como consecuencia una despolitización de la política y ha afectado negativamente en la estructuración democrática de las sociedades, lo cual hace cada vez más difícil el libre ejercicio de los derechos políticos y la expresión de la voluntad popular. La capacidad de actuación de los gobiernos democráticos se ha estancado. Ahora el pesimismo sobre la democracia va en paralelo al pesimismo sobre la situación económica en los países desarrollados.
Es evidente, a la vez que cansino, el distanciamiento entre una ciudadanía, cada vez más mermada en sus condiciones de vida y derechos, y unas instituciones políticas empeñadas en desarrollar únicamente funciones de gestión, técnicamente adecuadas a las necesidades económicas y financieras. Por ejemplo, los datos de los últimos años del barómetro del CIS lo confirmaban machaconamente: casi uno de cada tres españoles identifica a los políticos y a los partidos entre los tres problemas más importantes de España. Esto se debe, principalmente, a que los ajustes estructurales del neoliberalismo se relacionan materialmente con la exclusión de amplios sectores de la población del acceso a la ciudadanía, a los derechos y a servicios públicos. Todo eso está generando un gran cansancio democrático, hasta el punto que los recortes en derechos sociales están produciendo también merma en los derechos políticos y en la participación ciudadana. La desafección política es un problema grave, que se puede convertir en estructural, cuando la desconfianza en los partidos políticos vaya transitando hacia la desconfianza en la democracia.
El problema está en que los que realmente no tienen el poder, lo único que tienen son las instituciones democráticas y los derechos a ellas vinculados, como límites a aquél. Una crítica demasiado dura a las instituciones democráticas, junto con una desafección política en aumento, pueden dejar a los ciudadanos desarmados ante los poderes económicos o ante políticas regresivas en lo social y en lo identitario.
Sin embargo, la actual desconfianza hacia la clase política no parece que sea sinónimo de pasotismo, como en ocasiones se interpreta, sino de ciudadanos más críticos y exigentes con el sistema, como se ha puesto de manifiesto en los diferentes movimientos de la indignación. Aunque están insatisfechos con el funcionamiento de las instituciones democráticas, reclaman una democracia de mayor calidad y manifiestan una creciente demanda de valores y de inclusión social.
En definitiva, la desafección no es sólo fruto de la despreocupación o de actitudes negativas hacia la política en general, sino de la insatisfacción con el funcionamiento del sistema por parte de ciudadanos que se interesan por los asuntos públicos. Expresan su insatisfacción, manifestando demandas emotivas de inclusión social, participación política y autonomía personal (como en el 15-M). Por ejemplo, que los jóvenes busquen nuevas formas de participación en la vida social, política y económica al margen de las formaciones políticas tradicionales y de los sindicatos, significa que no pasan de la política. Pero necesitan espacios comunitarios de reflexión. En las redes sociales, en las plataformas ciudadanas encuentran otra manera de hacer política y de expresar sus demandas: una democracia más participativa, más directa. Demandan una democracia, donde los mecanismos de participación popular permitan un acceso cada vez más igualitario a los bienes necesarios para una vida digna.
Es necesario trasformar las estructuras para abrir espacios, en los que puedan participar los nuevos actores sociales y políticos. Es necesario dosis de ideología y un proyecto político renovado, trabajando en el campo crítico de las ideas y recuperando la dimensión ética y estética de la acción política. La izquierda ha de abanderar la propuesta de un nuevo pacto global entre economía y sociedad, desembarazándose del economicismo y del tecnicismo conformistas con el neoliberalismo, que ha caracterizado al centro izquierda europeo de las últimas décadas, y apelando al núcleo de la sociedad. Debería ser capaz ahora de anticipar la decepción y el resentimiento económico de las clases medias y baja, y de saber reorganizar sus esperanzas. Necesita volver a conectar culturalmente con ellas, hablar su idioma y compartir sus preocupaciones, problemas y temores en lo económico, social y cultural en un mundo cada vez menos previsible. ¿Cómo? Volviendo a afrontar las cuestiones económicas, fiscales e institucionales “fuertes”, que durante las últimas décadas fueron declaradas “zonas prohibidas”. Volviendo a conectar el poder con la acción política. De lo contrario, el inmovilismo solo llevará a una mayor desconfianza en los políticos, partidos y sindicatos tradicionales, así como a mayores riesgos para la estructuración democrática de la sociedad.
Regeneración: de lo moral a lo político
04/04/2014
Andrés de Francisco
La indignación es una emoción eminentemente moral y política. Su presupuesto es una exigencia de justicia. Y se expresa mediante la negación: “¡No hay derecho!” es su formulación más escueta. Pero la indignación no basta para la acción política. No se convierte automáticamente en lucha por el derecho. Pasar a la acción exige más cosas: esperanza, coraje, alegría, y, desde luego, rebeldía. Y más cosas…
Los partidos, el sistema de representación, la cultura partidaria están en crisis. Pero los partidos y el gobierno representativo no van a desaparecer. Parte de la agenda de la izquierda debería centrarse en su regeneración. ¿En qué sentido? Mayor democracia. Mayor democracia dentro de los partidos significa mayor meritocracia, más transparencia, más control y más participación de las bases: que la palabra y la crítica fluyan con libertad. De lo contrario medrarán los de siempre: los más obedientes, los leales con sus jefes, y los más mediocres y cobardes. Mayor democracia en el sistema de representación significa más pluralismo y más igualdad. Todo lo contrario de lo que ocurre ahora, que los intereses de la riqueza y el dinero (minoritarios) están sobre-representados, mientras que los intereses de las mayorías (más vulnerables y desapoderadas) están sub-representados. En ambos casos, lo contrario de democracia es oligarquía. Los partidos convencionales y la democracia representativa están oligarquizados. Esto quiere decir que, dentro y fuera de los partidos, gobiernan y mandan los pocos ricos. Y desde hace tiempo lo hacen sin pudor ni vergüenza.
Esto es lo que nos indigna y ante lo que nos rebelamos.
Mientras haya que luchar por el derecho y la democracia, el esquema derecha-izquierda seguirá siendo válido. Porque la tradición de la izquierda es eminentemente la tradición republicano-democrática. Es la tradición que ha intentado conquistar la plena ciudadanía y la libertad real para los muchos pobres, es decir, para el mundo del trabajo, para los que nos ganamos la vida con nuestro esfuerzo, mujeres y hombres. La tradición democrático-republicana de la izquierda ha reclamado el derecho a la existencia de todos los ciudadanos y ha entendido la sociedad como comunidad solidaria de iguales y como un sistema de cooperación, no como una selva competitiva e individualista.
Por eso la izquierda es y tiene que seguir siendo anticapitalista. El capitalismo es el principal disolvente de todo proyecto político que intente construir una ciudadanía robusta. Es el principal disolvente de las virtudes cívicas. Desencadena fuerzas –competencia, codicia, individualismo- que fragmentan a las sociedades y quiebran sus redes e instituciones de solidaridad. Democracia –al menos una democracia real- y capitalismo son viejos enemigos.
La estrategia anticapitalista de la izquierda tiene un horizonte muy claro: autogestión y desmercantilización. Cuanta más empresa autogestionada haya, mejor para los trabajadores; cuantos más bienes y servicios fundamentales –vivienda, educación, sanidad, sustento energético…- saquemos del mercado, tanto mejor para el derecho a una existencia digna de todos los ciudadanos, también de los más desfavorecidos.
Esto pasa por recuperar el Estado como Estado social y democrático. Pero no para hacerlo grande y pesado como una enorme máquina burocrática sin alma, redundante y torpe, sino para hacerlo fuerte y ágil y rápido de reflejos. Ese Estado en forma sería el principal instrumento de un gobierno verdaderamente democrático.
Problemas estratégicos complejos, soluciones en pañales
04/04/2014
Manuel Garí
Economista ecosocialista
El documento “ponencia” tiene varias virtudes. Utiliza el método socrático de diálogo que nos exige reflexionar antes de polemizar, lo que dificulta el bloqueo del debate por campos de afinidad. “Coloca” las principales cuestiones -si bien no agotan todas las vertientes del problema que aborda- con una apertura que posibilita la existencia de diversas respuestas, lo que permite aplicar un criterio de evaluación de las mismas basado en su razonabilidad -tal como proponía Hans Gadamer- y nos vacuna del dogmatismo discursivo. Es ambicioso en sus objetivos teóricos y políticos, preñados de la voluntad de rendir utilidad a la acción política emancipadora, lo que nos aleja de la endogamia academicista.
Algunas cosas que faltan o fallan, agenda para seguir debatiendo
Antes concluir sobre la existencia y fortaleza de un nuevo ciclo de mayor implicación política de la ciudadanía es bueno hacerse otras preguntas. ¿Cuál es el rasgo fundamental de la situación socio-política post 15M? ¿Cuáles son las causas, discursos, prácticas, limitaciones y potencialidades de la secuencia 15M, PAH, mareas, huelgas obreras que rompen la “paz”, “Gamonales”, Marchas por la Dignidad 22M? ¿El movimiento social percibe sus limitaciones y se plantea la necesidad de la acción político-electoral? ¿Aparecieron nuevos sujetos y actores políticos de entidad? ¿Pueden recuperar confianza electoral los partidos institucionales si continúa el vacio de alternativas? ¿Qué tipo y grado de crisis de legitimidad / credibilidad tienen las instituciones políticas fruto de los pactos de la Transición? Finalmente ¿Existe -y qué forma adopta- un proceso destituyente / constituyente subterráneo que aparece y desaparece de forma guadiánica en los debates?
Antes de concluir sobre los partidos existentes hay que preguntarse si la indignación se cuestiona el “modelo partido”, el juego bipolar de los grandes o hace una enmienda a la totalidad de los partidos del arco institucional. Y aún más: hay que responder a esa cuestión en los diferentes mapas políticos de una realidad plurinacional. Por tanto hay que responder en el ámbito estatal – ¡ojo! no con la imagen de la realidad “nacional” que tienen los políticos y periódicos en Madrid a causa de la endémica miopía mesetaria-, pero también en la cartografía de las nacionalidades, bien diferente entre sí y a la estatal. ¿Existen iguales ventanas de oportunidad para nuevas expresiones políticas en todas las latitudes? ¿Son las mismas?
Y un paso más, dada la compleja estructuración social y política de la sociedad “española” que no es la de un pueblo “desorganizado” desde el punto de vista asociativo, sindical e incluso político como desde el tópico se plantea ¿es posible obviar las diferencias existentes de intereses y referentes en las distintas clases, capas y cohortes? Depende de lo que se responda a lo anterior y también de si se identifican causas y reivindicaciones concretas confluyentes sin banalidades, hablar de transversalidad, pueblo o ciudadanía puede significar todo o nada. Depende.
También es bueno preguntarse en qué nos parecemos y en qué nos diferenciamos del resto de pueblos de la Europa mediterránea e incluso si hay tantas diferencias con los movimientos de fondo de reorganización política existentes en el resto de la UE, de los que me temo en nuestro país poco o nada se sabe y a veces, por ignorancia, se desprecian. Al menos tenemos dos cosas en común: la derecha existe y tiene identidad, conciencia de pertenencia y descaro, y por otro la izquierda institucional perdió sus señas, su reloj y su “tom tom”. Y tenemos una diferencia: la situación de la izquierda política rupturista con la Troika, ya que la distancia entre unos y otros vecinos es enorme, baste analizar los ejemplos de Syriza y el Bloco. Pero hay un factor esperanzador en el que apoyarnos -al menos en Grecia, Portugal, Francia y el Estado español- existe un difuso sentimiento muy extendido en las clases subalternas de formar parte del pueblo de izquierdas. Este es un dato esencial tanto para construir nuevas alternativas electorales de representación como para impulsar los procesos de empoderamiento popular mediante la lucha a favor –y si se consiguen hacer uso- de mecanismos de participación directa decisorios y vinculantes.
La cuestión central: no hay atajos
De alguna forma sobrevuela en el texto una pregunta que, no en vano, se basa en experiencias de países latinoamericanos, tan próximos a nosotros y sin embargo tan diferentes: ¿el proceso de empoderamiento del pueblo en la actual sociedad debe generarse en torno a una figura carismática que lo lidera, representa y “fascina” de manera personificada y jerarquizada? Es una idea que en este complejo país de países no funcionaría y además retrasaría el avance de la conciencia y el empoderamiento popular. Máxime cuando más abajo el texto tanto pondera los capitales mediáticos, absolutamente necesarios pero no suficientes pues de existir deben ponerse al servicio de agrupamientos colectivos igualitarios dónde confluyan experiencias y habilidades, capaces de multiplicar el número de personas que dan voz, impulsan y multiplican procesos de autorganización de los sectores dispuestos.
Como tantas veces se ha dicho, en la historia española no han faltado líderes carismáticos en la derecha y en la izquierda. Y al contrario han faltado agrupamientos sólidos autosuficientes con un buen número de portavoces públicos articulados con el colectivo, controlados por el mismo, iguales entre iguales y prudentes administradores de su micro poder. De no controlarlos corremos el todavía muy lejano riesgo de la aparición de nuevos casos de autonomización del personaje respecto a su compañía, como en diversas experiencias de la izquierda española o en soluciones populistas europeas hemos conocido. Y una pregunta más al hilo de ello ¿alguien que conozca los comportamientos políticos de nuestro pueblo de izquierdas puede pensar que se pueden establecer los imprescindibles puentes entre culturas y corrientes, incluidas las bases electorales socialistas a golpe de un nuevo liderazgo carismático mediático?
La “autoridad individual” debe ayudar al relato colectivo, en caso contrario poco se avanzará en la emancipación. Construir un nuevo referente en torno a una figura carismática alejaría a quienes lo intentaran de la energía social de la nueva experiencia post 15M que ha impregnado a la juventud, incluso a sus sectores menos politizados, tal como viene repitiendo Miguel Urbán, porque una de las aportaciones fundamentales del movimiento fue la concepción igualitaria y universal de hacer política, frente a las formas jerárquicas convencionales de la política profesional.
La tarea es compleja y no hay ni atajos ni brújula. Vivimos momentos de profunda renovación de la práctica política y social, por ejemplo las mareas han puesto en cuestión el modus operandi de las organizaciones sindicales y ello lo han protagonizado también los propios afiliados a esas mismas organizaciones desbordadas, tal como vienen señalando activistas de esas mismas mareas como Teresa Rodríguez, Cecilia Salazar, Javier Cordón y Jesús Jaén. El momento presente está presidido por una nueva experiencia y protagonismo político del movimiento social. No lo olvidemos, sin ello no hay oportunidades para la política alternativa.
Claves para el presente futuro. Hipótesis a verificar
La posible crisis crepuscular del régimen de la transición probablemente abre huecos para nuevos sujetos políticos siempre y cuando las fuerzas interesadas en ello tenga en cuenta seis cuestiones en la constitución de la nueva iniciativa política que deberá: 1) Levantar emociones pero sobre todo disponer de una nueva gramática política, con modos participativos y lenguaje vivo. 2) Atreverse a formular propuestas y alternativas capaces de generar un amplio agrupamiento de los sectores más conscientes del pueblo de izquierdas. 3) Partir de las necesidades sociales, de la experiencia y del nivel de conciencia popular para trazar un camino estratégico diferente a los experimentados por la izquierda institucional y por los grupúsculos propagandísticos ajenos al movimiento social. 4) Impulsar un nuevo bloque político y social antagonista para hacer frente a las políticas de austeridad de la Troika, a partir de los propios movimientos sociales con los que tiene que establecer una nueva alianza basada en el respeto, colaboración y autonomía recíprocos. Por ejemplo, hoy la cuestión de la deuda se ha convertido en la cuestión democrática central y en uno de los pilares de esa alianza. 5) Tener como objetivo político central la creación de una una nueva hegemonía en el seno de las clases populares, arrebatar a la socialdemocracia y sus variantes el rol hegemónico que impide avanzar políticas hoy resistentes, mañanas victoriosas frente al neoliberalismo. 6) Reescribir para y con el pueblo de izquierdas un nuevo relato frente al dominante, un nuevo argumentario de la dignidad, un discurso propio no subalterno para transformar la realidad mediante acción social y política de masas, la acción de amplias mayorías.
Para abordar tan gigantesca tarea, necesitamos de todo tipo de brazos, cabezas y experiencias. Hablamos de un universo plural de gentes con diversidad de ideas e ideologías. Será necesario desactivar las minas del sectarismo. Será necesario aprender el lenguaje de la lealtad y la aritmética de la generosidad. Lo importante es que toda esa gente dispuesta a empujar la iniciativa se ponga de acuerdo en el plan político, o sea en la estrategia y hoja de ruta a seguir: en las tareas. Lo importante es que esa nueva oleada de ciudadanía activista pueda pensar diferente y actuar conjuntamente para crear de forma cooperativa y leal, con niveles de implicación muy diversos pero con los mismos derechos, un movimiento antagonista de envergadura.
Necesitamos un nuevo instrumento político que debe tener dos pies. Por un lado debe ser, en expresión muy apreciada de José Errejón, la “comunidad de los que luchan”, ese ámbito en el que se puedan reconocer todas las subjetividades que han emergido en los últimos tres años en las luchas sociales y ciudadanas, lo que excluye el catón de las grandes verdades apriorísticas. Por otro debe tener una dimensión electoral pues construir una nueva mayoría política requiere de referentes parlamentarios y municipales. La nueva iniciativa de la ruptura democrática debe hacer de cada elección un acto constituyente del pueblo.
Un millón menos cada año
04/04/2014
Jorge Riechmann
Departamento de Filosofía de la UAM. Ecologistas en Acción Sierras
Cuatrocientos veinte millones de gorriones en España, cuenta Juantxo López de Uralde. Pero se están extinguiendo lentamente… Cada año su población disminuye en un millón aproximadamente.
“Sepulcros blanqueados” es la imagen bíblica para la hipocresía. “Esqueletos blanqueados” es la imagen contemporánea del ecocidio en mares tropicales como el Caribe: los esqueletos blancos de los corales muertos…
“Haz un gesto a favor del medio ambiente”, nos dice este sistema que podemos llamar Juggernaut… Por ejemplo, un “gran apagón global en defensa del planeta” (el 29 de marzo pasado, por ejemplo). Acciones simbólicas para compensar la falta de transformaciones reales: ya nos enseñó el filósofo alemán Odo Marquard que somos Homo compensator. Pero no se trata de “hacer un gesto”, sino de transformar el modo de producción y consumo, y de cambiar la vida (Arthur Rimbaud).
No se trata de hacer un pequeño gesto, se trata de acabar con el capitalismo. No se trata de hacer un pequeño gesto, se trata de reconstruir lo humano. Y todo eso puede empezar en la vida de alguien, bien es verdad, por un pequeño gesto: cuando éste no es un movimiento autorreferencial de compensación, mero bálsamo para los desperfectos de nuestra autoimagen dañada.
No se trata de ver medio llena la botella que ya está casi vacía: se trata de la autoconstrucción –personal y colectiva— de lo humano. Esa operación que no cabe llevar a cabo dentro de los laberintos del smartphone, sino en el encuentro con los otros, en ese trabajo colectivo con los otros que llamamos militancia (política, social y cultural).
Los cristianos saben que en la gran mayoría de los casos, para llegar a ser personas decentes, necesitamos rompernos y reconstruirnos a fondo –y a eso lo llaman conversión. Los militantes de la izquierda no deberíamos ignorar algo tan básico.
Nos hemos acostumbrado a convivir con la barbarie, decía Eric Hobsbawm.
Hemos aprendido a tolerar lo intolerable, decía Paco Fernández Buey.
¿Y si nos desacostumbramos?
¿Y si desaprendemos?
¿Y si abrimos bien los ojos para ver la extrañeza de este mundo que muere, que nace y que renace? ¿Y si nos deshabituamos y nos extrañamos de verdad?
De ciudadanos a consumidores
03/04/2014
Javier Ramos
Investigador en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI) y miembro de Líneas Rojas
La creciente tensión entre Capitalismo y Democracia, especialmente perceptible en las economías más empobrecidas por la crisis, no sólo produce indignación, también dota de sentido político a lo que en otro tiempo no pasaba de ser una explosión de rabia pasajera.
Si las Marchas de la Dignidad son el primer esbozo de esta indignación organizada – con el riesgo que conlleva esta asunción- algunas preguntas plantadas por Pablo Sánchez y Ariel Jerez en este mismo medio (“Partidos, Militantes y Ciudadanos en la Crisis de Representación”) podrían tener respuesta, al menos tentativa.
La diversidad de grupos y banderas visibles en las Marchas y que tanto preocupa a quienes reclaman ya frentes unitarios, ha demostrado ser más una fortaleza que una debilidad organizativa. Las diferencias ideológicas y los matices programáticos de esta diversidad no parecen ser un obstáculo a la reflexión conjunta y a una movilización política eficiente.
Desde la diversidad se empieza a compartir un mensaje concreto: la crisis no se resuelve con más Capitalismo sino con más Democracia. Mas allá de diferencias ideológicas, hay una coincidencia básica sobre la necesidad de experimentar formas de participación y representación política más horizontales, transparentes y participativas en economías más justas, redistributivas e inclusivas.
Los distintos Frentes de Liberación Judaica y Ejércitos de Pancho Villa a los que se refieren quienes miran con desdén lo que está pasando, están demostrando tener más inteligencia política y capacidad organizativa de lo que cabria esperar. Nunca antes la izquierda social pudo activar a tanta gente y generar tantas expectativas entre “apolíticos”, “repolitizados” y “despolitizados” agotados por la crisis y las politicas de “no hay alternativas”.
Además se está aprovechando la falta de liderazgos para crecer desde la base y proponer alternativas al modelo de representación política que reduce la democracia al voto. Esta sensación de anonimato que proyectan los indignados da pistas sobre cómo reinterpretar los liderazgos en el futuro y permite experimentar desde la base el inevitable encuentro entre convicción y responsabilidad al que obliga el compromiso político.
La hegemonía neoliberal da ya por amortizado el modelo social europeo y “sus desmesuradas expectativas sociales y sobrecargas presupuestarias”. Desde Maastricht la Unión Europea ha estado más preocupada por ampliar y consolidar el Mercado Único que por corregir las desigualdad que produce, favoreciendo con ello el tránsito desde la Europa de los Ciudadanos a la Europa de los Consumidores.
Siendo el mercado el objetivo principal, sino el único, nada más coherente que considerar al ciudadano, sobre todo, como consumidor. Más que la protección y ampliación de sus derechos sociales, civiles y políticos se busca garantizar el acceso del consumidor a un mercado cada vez más internacionalizados.
Este tránsito se presenta como una cuestión técnica que debe ser protegida del cortoplacismo ideologizado de los Parlamentos Nacionales. La toma de decisiones politicas se traslada progresivamente desde los parlamentos al Sistema de Agencias Reguladoras Independientes que tanto proliferan y que, efectivamente, son independientes de los parlamentos, pero muy permeables a los intereses de las grandes oligopolios en sectores energéticos, farmacéuticos, agrícolas o bancarios.
Con la socialdemocracia apoyando este modelo Europeo y el Partido Comunista Chino haciendo de garante del capitalismo financiero internacional, a quien puede preocupar que se indignen unos cientos de miles de consumidores pobres que viven en países pobres de la periferia europea?
Puede que a nadie… o puede que si. Si la indignación organizada abandona su componente más castizo y es capaz de ofrecer una alternativa a quienes padecen situaciones similares a la nuestra en Italia, Grecia o Portugal, pero también al precariado en Alemania o Reino Unido, y a los jubilados islandeses o irlandeses empobrecidos por quienes utilizaron sus ahorros para promover inversiones especulativas y ruinosas, entonces si, la indignación será una alternativa política.
Una alternativa que tiene que materializarse en respuestas concretas a problemas concretos como la mutualizacion de la deuda de los países del sur o los costes que implica no pagar la deuda; las ventajas e inconvenientes de una política fiscal netamente europea; la potencialidad de vincular la dimensión social y exterior de la UE para que Europa juegue un papel mucho más activo en la defensa de una globalización más inclusiva y respetuosa con el medio ambiente, las diferencias lingüísticas y culturales o la desigualdad de género. Sólo con respuestas concretas a problemas concretos la indignación habrá llegado para quedarse.
Puede que la indignación organizada termine siendo un Partido Político, tal vez sea lo más sensato. Pero un partido que no aspire a serlo en su acepción tradicional de maquinaria electoral. Un partido que se aleje de designaciones a dedo, de políticos profesionales, de acumulación de poder, de falta de transparencia y responsabilidad frente a un electorado que reclama más participación en la toma de decisiones.
Si lo consiguen, la indignación atemperada por la izquierda parlamentaria y los sindicatos tendrá que decir, y sobre todo, hacer algo al respecto. Muchos de sus votantes y militantes forman ya parte de esta “nueva política”, participando con naturalidad en la construcción de una alternativa que encare de forma serena y decidida algunos asuntos importantes tratados con tanto enconamiento y tanta adrenalina en otras esferas institucionales y mediáticas .
Lo que mas desconcertaba a Matrix en su encuentro con Neo es la curiosa capacidad que tienen los que se revelan de generar esperanza. Algo difícil de traducir a lenguaje binario pero que es perceptible y es capaz de sacar lo mejor de nosotros en los peores momentos. Indignación? Igual hay que empezar a buscar otro concepto que defina mejor lo que está pasando, …Conciencia Creativa tal vez?
¿Qué papel? ¿Para qué partido?
03/04/2014
Joan Subirats
Catedrático UAB y Coordinador de Doctorado en el Institut de Govern i Polítiques Públiques (IGOB-UAB)
En toda Europa los partidos políticos atraviesan un momento complicado. Hace muy poco tiempo, en Grecia, el PASOK tenía más del 40% de los votos. En los sondeos recientes se mueve entorno al 5 o 10%. En Italia, el éxito de la formación que encabeza Beppe Grillo, se explica precisamente por ser un no-partido. Entre nosotros, si atendemos a los datos que proporcionan las encuestas, los partidos están muy deslegitimados y muchos creen que la democracia podría funcionar sin unos partidos políticos que son muchas veces vistos como instrumentos de unos pocos. No creo que ello pueda circunscribirse sólo a los países de la Europa del Sur y a la particular fuerza con que el cambio de época y la crisis económico-financiera nos afecta. Ni en Francia (como se ha visto en las recientes elecciones municipales), ni en Gran Bretaña ni en Alemania parece observarse que siga incólume la “democracia de los partidos” que caracterizó los regímenes políticos del siglo XX. Los partidos están cada vez menos presentes en el tejido social, mantienen lazos débiles con sus electores y concentran sus esfuerzos en elecciones e instituciones. A su alrededor todo cambia. El resto de organizaciones van modificando estructuras, procesos y maneras de funcionar, pero los partidos han ido perdiendo peso social sin alterar formalmente sus maquinarias. Es cierto que las cosas van por barrios, y que no en todos los partidos las cosas se hacen igual. Pero, la deriva de los grandes partidos arrastra a los demás, por injusto que ello sea.
No es necesario recordar que en una democracia de masas, en la que formalmente todos tenemos derecho a decidir quiénes nos representan y quiénes, por tanto, deciden por nosotros, los partidos fueron necesariamente evolucionando. Y así, de ser agrupaciones de notables que canalizaban el voto y los intereses de los pocos que votaban, se convirtieron en máquinas electorales capaces de encuadrar y organizar grandes colectivos. Pero, a medida que la sociedad se ha ido fragmentando y diversificando, y a medida que cada quién viaja por la vida de manera más incierta y más aparentemente autónoma, las estructuras tradicionales de partido se han ido convirtiendo en más obsoletas, perdiendo funcionalidad y calidad representativa.
La actividad política va rompiendo fronteras, y diversifica espacios y protagonismo. Y eso es sin duda positivo. Vivimos en tiempos de producción compartida, de conocimiento compartido, pero simultáneamente padecemos la desposesión de recursos y capacidades que creíamos conquistadas de manera definitiva. Los partidos, las instituciones, van siendo vistas más como parte del problema que como parte de la solución. Pero, al mismo tiempo seguimos necesitando de partidos e instituciones para conseguir que lo que queramos y logremos modificar de manera positiva en la realidad adquiera condiciones de legalidad. Es decir, necesitamos que opiniones, tendencias e iniciativas sociales, acaben convirtiéndose en cambios en las normas, modifiquen la realidad. En otros países, la fuerza de los movimientos sociales, de las agrupaciones y entidades, consiguen canalizar e intermediar. Aquí, la PAH ha conseguido últimamente convertirse en interlocutora y canalizadora significativa de valores, propuestas e iniciativas. Y sin duda, su credibilidad es alta en la medida que se la ve con menos ataduras institucionales y expresa una mayor radicalidad democrática. Los partidos tratan de acercarse y seguir su estela, ya que precisamente están mermados de esos recursos. La CUP, en Cataluña, quiere combinar, no sin dificultades, incidencia, resistencia y disidencia, y en esa tensión lo que gana en un espacio puede perderlo en otro. Y algo parecido puede ocurrir con “Podemos” o “Partido X”. Pero, lo cierto es que la nueva política se juega en esos espacios intersticiales. Los partidos más tradicionales y convencionales, sabedores de sus rigideces, se refugian en la institucionalidad.
El problema de fondo es que los partidos, en su versión estándar, son organizaciones anacrónicas en relación a un modelo de democracia que ya no puede sólo limitarse a la versión exigua de representación y delegación. Pero, al mismo tiempo, resulta por ahora difícil imaginar que la emergente fuerza de los movimientos sociales, con toda su pluralidad, pueda generar el impacto deseado sin algún mecanismo de representación y mediación. El problema pues no estriba sólo en desembarazarse de los partidos, sino de encontrar los nuevos sujetos políticos necesarios, la nueva intermediación útil, para contribuir a tomar decisiones colectivas e impulsar transformaciones sociales en los escenarios del “finanzcapitalismo” postdemocrático. Pero, ello debería poder hacerse evitando que volvamos a caer en una nueva división del trabajo entre “movimientos sociales” y “sujetos políticos” como la que ya se produjo a inicios del siglo XX. De lo que se trata es de avanzar en formatos de gobierno colectivo en que evitemos la concentración de poder y donde se mantenga la capacidad de acción directa de todos.
El modelo clásico de partido tenía una cierta inspiración religiosa, como ya insinuó Gramsci, mezclando doctrina, rito y didactismo en relación a una población a instruir y a convencer. El interregno en el que estamos nos muestra transformaciones radicales en los medios de comunicación, más fragmentación y al mismo tiempo nuevas vías de articulación social, más énfasis en la autonomía personal, rechazo a liderazgos incontrolados y un conjunto de demandas políticas más imprevisibles y complejas. Al mismo tiempo, la gente está más preparada, surgen nuevas experiencias y hay mucho conocimiento accesible y compartido. Los partidos ya no son portadores privilegiados de soluciones y alternativas y no pueden seguir aspirando a monopolizar todo lo público. Deberían más bien ayudar a que se condensara y remezclara convenientemente ese conocimiento social con la capacidad de cambiar las cosas. Habilitar, experimentar y potenciar una democracia cognitiva ya existente, favoreciendo su expresión directa, realista y eficaz en marcos institucionales más abiertos, transparentes y flexibles. ¿Le tenemos que seguir llamando partido a ese sujeto político adaptado a la nueva y emergente realidad social?. No es ese el problema. Lo que es importante es que sepamos para que necesitamos tal plataforma y que su existencia no anule todo lo demás. Lo que no puede ser es que pensemos en un tipo de sociedad de conocimiento compartido, en que los valores, las formas de operar, la reivindicación de lo público como algo no forzosamente asimilable a lo institucional, o una mirada de la dinámica económica que no esté enraizada en confundir lo privado con la privación, nos lleve a una formas organizativas ajenas a ese ideario. Las opciones políticas que tomemos, deberían ser consistentes con el instrumental organizativo con que nos dotemos. Llámese o no partido.
Cinco notas sobre identidad y movilización
02/04/2014
Javier Franzé
Profesor de Teoría Política
Me ha parecido muy sugerente en el texto la idea de un nuevo “pacto social de participación”. Porque prioriza el cuidado de la legitimidad las fuerzas de izquierda sobre la pura unidad aritmética y electoral de las mismas. También porque apela a la emoción política y a la capacidad de soñar como elementos clave para esa movilización.
¿Cuándo y cómo se deterioró la capacidad movilizadora de la izquierda? Se puede pensar que cuando la socialdemocracia alemana abandonó el marxismo en 1959 —marcando el camino a otros partidos, como hizo el PSOE en 1979— y cuando el eurocomunismo renunció a la revolución en los ’70, no perdieron densidad teórica sino de movilización. Porque, como decía Sorel, el centro vital del marxismo era su capacidad de constituir a los trabajadores como clase al nombrarlos a través del mito de la huelga general, y no su presunta capacidad científica de descubrir que la lucha de clases era el motor de la historia. La izquierda, en esos dos momentos históricos, haciendo una lectura más fina de la situación política, se quedó sin embargo huérfana de mitos movilizadores. Perdió entonces algo clave para la acción política: la capacidad de crear actores. Hoy la socialdemocracia española no se ruboriza al hablar en nombre de la clase… media.
El neoconservadurismo, en cambio, tuvo capacidad de crear el mito del mercado, que aglutinó actores tras la promesa del éxito individual. La derecha neofascista hizo lo propio convocando a un retorno al esplendor nacional que vendría de la mano de la recuperación de la Nación para “los nacionales”.
A todo esto se le sumó, en España, el triunfo cultural de la Transición, que valiéndose del espectro de la Guerra Civil, identificó democracia con consenso. La izquierda española, habiendo hecho suya la democracia consensual y la aceptación del mercado, no tuvo más promesa que la “modernización” y, en momentos de crisis, “la renovación del liderazgo”.
Para salir de esta inercia que conduce al agotamiento, la izquierda debe resignficar la democracia como antagonismo sobre el eje de la igualdad. Apoyándose en el pluralismo, valor compartido con la democracia consensual, debe mostrar que éste vive realmente cuando hay opciones, distintas visiones del mundo y de los problemas sociales. Debe mostrar que el pluralismo no es un paso previo al consenso, sino que es el motor vital de una sociedad democrática avanzada. Y que la frontera que la separa de otras opciones y visiones del mundo es su concepción de la igualdad política, social y económica. Sobre esta base, debe crear actores que luchen por la igualdad, no por la “modernización”.
Pero para ello, la izquierda debe repensarse. Debe transformar ciertos rasgos de su identidad histórica:
1. Reemplazo de la política por la moral. Consiste en una visión más bien moral de la política, según la cual la izquierda representa el Bien y por ello finalmente se impondrá. La contracara de esto es detenerse en el juicio negativo de sus adversarios, quedando así reducida a la impotencia política. Si el juicio moral no sirve para pasar a la acción política, con lo que ésta tiene de una lucha que no se resuelve por la superioridad moral de uno, sino por la capacidad de hacer ver a los demás tal como ve uno, no se entra realmente en la arena política.
2. Reducción de la política a razón. La acción humana no se entiende a partir de la dicotomía racional-irracional. Las identidades políticas tampoco. La política es también emoción, imaginación, voluntad, recuerdo y sueños de futuro. Estos rasgos no están peleados con la razón, ni la obstaculizan. Son una argamasa indiscernible de rasgos “racionales” e “irracionales”. No hay identidades políticas más racionales que otras. No hay fines políticos demostrables científicamente: todos son construcciones de la cabeza y del corazón. Sobre todo de este último.
3. Separación de intereses y valores. Los valores no son instrumentos intercambiables para disimular o maquillar unos intereses reales. Esto no significa negar la existencia de intereses. Significa afirmar que los intereses se definen en el marco de unos valores, de una visión del mundo. Comprender esa visión del mundo es clave para disputarla. El mercado no logra hacer verosímiles sus promesas porque la humanidad es codiciosa, como afirman sus defensores, sino porque es capaz de construir sólidos imaginarios sociales en torno a valores como el individualismo, la competencia, el éxito, etc. Disputar los intereses sin disputar los imaginarios que los permiten es perder la lucha política antes de comenzarla.
4. El Poder como engaño. Que haya diferencias de poder no significa que alguien tenga todo el poder y el resto, ninguno. Ni que los desprovistos de poder sean engañados por los poderosos. No existe El Poder que, una vez arrebatado, liberará las potencialidades de esos oprimidos por él. Luchar por el poder es luchar por ganar el imaginario colectivo, no simplemente asaltar el Palacio de Invierno. La lucha por las representaciones comienza por una desidentificación con el relato hegemónico. Ese poder de recibir un “no” por respuesta lo arriesgan los poderosos cada vez que hablan.
5. La clase como único sujeto. La centralidad de la clase obrera en la tradición de la izquierda respondía a una visión economicista de la sociedad y de la historia. La integración de la clase obrera europea al consumo en el pacto keynesiano de la segunda posguerra no significó una traición a su presunta misión histórica. Mostró que las identidades políticas no vienen dadas por la economía, sino que se construyen políticamente. La política, en gran medida, consiste al fin en construir actores que luchen por unos valores.
No es solo indignación: es política
02/04/2014
Marisa Revilla Blanco
Profesora Titular Sociología. Universidad Complutense de Madrid.
Respondo a la invitación al debate propuesta con el texto Partidos, militantes y ciudadanos en la crisis de representación, abordando tan solo alguna de las diversas cuestiones que plantea y colocando el foco en la, para mí, necesaria consideración de la ciudadanía (plural, diversa) como sujeto de la política.
Este es el primer punto que yo introduciría en el debate: el sujeto de la política democrática no son los partidos políticos, mucho menos sus líderes. Ambos son solo cauces para la participación política de la ciudadanía. El olvido de este principio está en el origen de la patrimonialización de los partidos por sus militantes (o, en el peor de los casos, por sus líderes) y a un ejercicio del poder de gobierno fundamentado en esa patrimonialización y en la gestión de recursos electorales en el ejecutivo y en el legislativo.
Tomo una frase de los últimos párrafos del texto propuesto para plantear mi argumento: “la responsabilidad de los ciudadanos para con las formaciones que votan o con las que se identifican debiera ir más allá del instante del paso por la urnas”. Discrepo: creo que si algo manifiestan las expresiones de indignación de la ciudadanía con el 15-M, las diversas mareas (verdes, blancas, violetas, etc.), las diversas marchas (por la dignidad, minera, etc.), la explosión de la política en la calle confluyendo en manifestaciones que intentan frenar la erosión de derechos de la ciudadanía, la infantilización de las mujeres a través de la usurpación del derecho a decidir sobre el aborto, o el cambio de un modelo de ciudadanía social basado en las prestaciones y servicios públicos que financiamos a través de impuestos por uno de prestaciones y servicios mercantilizado, si algo manifiestan, retomando el argumento, es el ejercicio de su responsabilidad como ciudadanas y ciudadanos.
La respuesta del gobierno, del partido mayoritario y de los medios afines (los más) ha sido la aplicación de etiquetas deslegitimadoras e insultantes: la acusación de alborotadores, violentos, neofascistas o radicales de izquierda, antisistema, etc. con la intención de reclamar para sí una única legitimidad política y como si la ostentación de una mayoría parlamentaria fuera razón suficiente para arrollar la discrepancia.
Comparto la pertinencia de las preguntas que formula el texto, pero me parece que se concentran en el análisis de las posibilidades de constituir mayorías parlamentarias distintas (lo cual, por cierto, me parece necesario). Sin embargo, no me parece cambio suficiente: quedaríamos al albur de que esas nuevas mayorías parlamentarias tengan la voluntad de concebir la política de otro modo (más deliberativa, más conciliadora, más plural). Yo tengo una pregunta que lleva tiempo ocupándome y preocupándome: ¿cómo hemos llegado a esta situación de blindaje de los poderes ejecutivo y legislativo respecto de la ciudadanía? Desde luego, “blindaje” me parece la palabra más adecuada para definir una situación como ésta en la que las mayorías parlamentarias se constituyen en coberturas que impermeabilizan a estos dos poderes para que las reivindicaciones, demandas, reacciones y cuestionamientos de la ciudadanía no calen, no les afecten. Esa membrana tan solo es permeable a las sentencias y resoluciones judiciales: el recurso necesario para frenar, al menos por ahora, el desmantelamiento continuado de lo público.
La pregunta sobre el cómo hemos llegado hasta aquí va acompañada por la pregunta sobre cómo salimos: cómo se recuperan los necesarios espacios de negociación, conciliación, reivindicación y encuentro entre ciudadanía y poderes ejecutivo y legislativo; cómo se establecen cauces para la canalización de la participación política de la ciudadanía que vayan más allá de los institucionalizados (el voto, las iniciativas ciudadanas, etc). Yo no tengo una respuesta, una receta que aplicar y resuelva la situación, porque no es tan fácil. Pero sí sé algunas cosas:
• La ciudadanía presencia con impotencia la extensión de las telarañas de la corrupción en el espacio público y la imposición por la mayoría absoluta de ste gobierno de retrocesos vergonzantes en los derechos
• El blindaje de los poderes y la impermeabilidad del sistema político rebotan amplificadas la desafección ciudadana, la desconfianza política, la irritación e indignación de una ciudadanía acusada de criminal en sus manifestaciones políticas
• Cuanto más fuerte se haga ese blindaje, mayores serán las probabilidades de que la desconfianza y la desafección políticas se expresen de modo más radical. Es posible que sea un efecto deseado: explosiones violentas que legitimen la restauración del orden.
La indignación no es solo un fenómeno reactivo, aunque sí cabría esperar que hubiera alguna reacción por parte de quienes la causan. Los síntomas de agotamiento que presenta nuestro sistema democrático no son coyunturales, permanecerían aunque pudiéramos hacer que los efectos de la crisis económica se borraran repentinamente: es posible que pudiéramos volver hacia nuestros intereses privados y se manifestara menos la indignación. Pero, sin la reforma de la representación política, de la financiación de los partidos, sin una mejor rendición de cuentas, sin una nítida transparencia en las actuaciones de toda persona que gestione lo público (incluido lo que, siendo privado, tiene contacto muy próximo con lo público), y, sí, sin la asunción de la responsabilidad por parte de la ciudadanía también en los buenos tiempos, poco podrá cambiar: la corrupción, la desafección, el blindaje y la impermeabilidad, como el dinosaurio de Monterroso todavía estarán ahí al despertarnos.
PS: En estos últimos días de marzo el PP ha vuelto a mostrar su vertiente autoritaria, con la reaparición de esa propuesta que de vez en cuando reactivan sobre la creación de un manifestódromo en Madrid que quite las manifestaciones y las marchas políticas de su vista. Si todo lo demás no fuese suficiente, las propuestas de anulación de los derechos de manifestación, reunión y asociación (artículos 20, 21, 22 y 23 de la Constitución Española) son la máxima expresión de su vocación autoritaria. ¿No hay otros acontecimientos que entorpezcan el derecho de circulación de los ciudadanos y ciudadanas de Madrid? ¿Qué pensarán hacer con las procesiones religiosas, los desfiles militares, las cabalgatas y las marchas y concentraciones que celebran triunfos deportivos y cuya celebración no está amparada por ningún artículo de la Constitución?
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