Las movilizaciones masivas y la huelga internacional de mujeres del pasado 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, convocadas en más de 150 países, ha entrado a formar parte, por su éxito incuestionable, en la memoria colectiva del feminismo y del conjunto de los movimientos sociales en favor de la realización plena y efectiva de los derechos humanos. En efecto, en la medida en que el feminismo propugna, como idea base sobre la que se cimienta todo su desarrollo posterior, la igualdad entre mujeres y hombres en derechos y libertades y, por consiguiente, la erradicación de todas las formas de opresión, constituye un elemento consustancial de la cultura de la vida, la solidaridad y el bien común. En esta línea, la perspectiva feminista es fundamental para entender que no puede haber emancipación social sin la eliminación de todas las trabas impuestas por el orden social al desarrollo de la vida personal y colectiva de las mujeres, la mitad de la humanidad, en toda su plenitud.
Es lo que se puso claramente de manifiesto en el movimiento del pasado 8 de Marzo en el que la huelga, más allá del frente laboral, se hizo extensiva al consumo, los cuidados en el hogar y la educación, permitiendo visibilizar que “si las mujeres se paran, el mundo se para”. Fue éste un planteamiento innovador e inclusivo en el que confluyeron todas las sensibilidades feministas.
Frente a ello, hubo quienes, desde las tribunas del conservadurismo ibérico, intentaron desacreditar la convocatoria, acusando a la Comisión 8M, organizadora del evento, de “politización”, por vincular la defensa del feminismo a la denuncia del capitalismo y el neoliberalismo, o de grupo “elitista e insolidario” promotor del “choque entre hombres y mujeres». Una vez rendidos al éxito de la convocatoria, optaron por el ridículo postureo de lucir en público los lacitos morados. No querían quedar fatal. ¡Qué ilusos!
No se puede negar la evidencia. El capitalismo, como modo de producción y distribución de la riqueza y el poder en torno a las posiciones desiguales y antagónicas entre patronos capitalistas y trabajadores asalariados, y el neoliberalismo, que constituye la ideología y el modelo de gestión hegemónico del mismo desde finales de los años los años 70, conforman un sistema por naturaleza depredador y destructivo de los derechos de las personas y del planeta, con profundas desigualdades estructurales, entre las cuales las relaciones jerárquicas de género, construidas socialmente en torno a la división sexista del trabajo, ocupan un lugar central.
Veamos:
El capitalismo es consustancial a un sistema social asentado en el dominio del mercado, es decir, del espacio donde las empresas privadas compiten por la obtención de plusvalías, sobre todos los ámbitos que fundamentan la distribución de la riqueza en la sociedad: los recursos naturales, los bienes de uso, el trabajo y la propia moneda. En esta “sociedad de mercado”, la subordinación de la vida social a la lógica del máximo beneficio privado posible lleva implícita la quiebra del binomio libertad-igualdad, sobre el que se fundamentan, por su indisociable maridaje, todos los movimientos emancipatorios y, por tanto, el feminismo. Así, mientras que, desde las aspiraciones colectivas a la emancipación, la libertad no puede entenderse sin la igualdad en la distribución de las condiciones materiales necesarias para poderla ejercer, la libertad que pregona la razón capitalista, separada de la igualdad, supone, en la práctica, la restricción de la libre elección a las posibilidades derivadas del nivel de renta y poder disponibles. ¡Una perversa paradoja!
En esta lógica capitalista, en la que la libertad equivale al privilegio del poder para hacer y deshacer “libremente”, el patriarcado, sistema de dominación masculina construido sobre la opresión y subordinación de las mujeres, ha servido al capital para que éste refuerze su domino, no sólo en términos ideológicos, sino también en la propia organización de la explotación del trabajo, la división sexual del mismo y su reproducción. Esta asimilación del patriarcado en el capitalismo se ha producido gracias a una auténtica reconversión adaptativa del primero, en virtud de la cual, el secular modelo familiar como unidad de producción se ha visto relegado a la esfera de la privacidad, convirtiendo el trabajo de los cuidados necesarios para la reproducción de la vida y la fuerza de trabajo (cuidados de la infancia, las personas mayores, enfermas o dependientes) en la contribución gratuita de las mujeres al mantenimiento del statu quo.
En este proceso, el programa de gestión neoliberal del capitalismo, que aspira a la integración sin paliativos de la sociedad en el mercado y apuesta descaradamente por un modelo de acumulación de capital en pocas manos por desposesión de la ciudadanía, ha conducido inexorablemente a un reforzamiento de la alianza capital-patriarcado. Las políticas públicas derivadas de este “matrimonio de conveniencia”, dictadas desde núcleos de poder oligárquico absolutamente masculinizados, han supuesto un expolio social generalizado, en especial de los derechos de las mujeres. Es irrefutable. Por una parte, los recortes y las privatizaciones de los servicios públicos y las prestaciones sociales han incidido de manera especialmente grave en la esfera de los cuidados y, por tanto, en las mujeres, aumentando las trabas para que éstas puedan incorporarse al empleo remunerado. Por otra, las contrarreformas laborales han conducido a un progresivo empobrecimiento social, por la precarización de las condiciones de vida en general y las laborales en particular, en el que las mujeres, excluidas o menos integradas en las estructuras laborales y de poder, se han llevado la peor parte. Es la feminización de la pobreza, que se hace visible en la brecha salarial, los mayores niveles de desempleo en las mujeres, la diferencia en la cuantía de las pensiones, el reparto desigual de las tareas domésticas, la mayor vulnerabilidad de las mujeres en momentos de crisis económicas, catástrofes medio-ambientales o conflictos armados y, en definitiva, en todas las manifestaciones de la discriminación sexista. Sólo un dato: el 80% de las personas que sobreviven en el mundo en el umbral de la pobreza o por debajo del mismo, tres cuartas partes de la humanidad, son mujeres.
En este contexto, la insaciable mercantilización patriarcal se expresa de la forma más denigrante para la dignidad humana en la apropiación y explotación del cuerpo de la mujer como objeto de deseo y fuente de negocio filo-mafioso, donde se fundamenta la industria vinculada a la trata, la prostitución y los “vientres de alquiler”. Parece que hay quienes piensan que las mujeres están dispuestas por “solidaridad” a tener hijos para regalarlos.
Pero el neoliberalismo no es sólo el plan hegemónico para engordar fortunas privadas a costa de las instituciones públicas y las mayorías sociales, también es una cultura intrusiva cuyos valores refuerzan el androcentrismo, es decir, el ideario que atribuye al hombre la representación de la humanidad entera y define en masculino la autoridad y el liderazgo. Así, el énfasis ideológico que la razón neoliberal pone en el el individualismo, que ensalza la iniciativa privada como fuerza motriz de la sociedad, o la competitividad, convertida en factor regulador de las relaciones humanas donde los que triunfan son los mejores, conlleva, necesariamente, la exclusión de quienes están en peor disposición para emprender y compertir y, por tanto, de las mujeres.
Frente a todo ello, el concepto de género, constituye la categoría central que permite entender la raíz de la discriminación social de las mujeres (1)
Lo vemos:
La noción de género surge a partir de la idea de que lo «femenino» y lo «masculino» no son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales. Así, mientras el sexo se circunscribe a las diferencias bio-fisiológicas entre los cuerpos de las mujeres y los hombres, el género se configura a partir de las normas y conductas asignadas a ambos en función de su sexo. Como señaló Simone de Beeauvoir, indiscutible referente de la cultura feminista, “la mujer no nace, se hace”. Esta distinción entre el sexo y el género resulta fundamental, ya que permite entender que el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres no reside en un estricto determinismo biológico, sino en el conjunto de normas sociales creadas para uno y otro sexo por el sistema patriarcal, cuya supervivencia histórica no ha sido dictada por la “naturaleza”, como muchos pretenden hacer creer, sino por su capacidad de adaptación a las distintas realidades históricas sustentadas en el control masculino de los principales medios de producción (2).
Desde esta perspectiva, el patriarcado se define como el sistema en el que el monopolio masculino del poder, a través de la fuerza, la ley, la tradición, la educación, la cultura y la división del trabajo, se ha atribuido a lo largo de la historia la capacidad de definir el papel social reservado a la mujer, aprovechando la ductilidad de los seres humanos a los requerimientos de las pautas sociales entre las que transcurre nuestra vida.
De esta forma, es la desigualdad de género la que constituye la fuente real de todo el cúmulo de discriminaciones, injusticias y agresiones sufridas por las mujeres por el simple hecho de serlo: discriminación en el mercado laboral, sobrecarga en la distribución de tareas y responsabilidades en el hogar, indefensión ante el acoso y la violencia machistas…En esta desigualdad, la creación y reproducción de los estereotipos sexistas a través de los numerosos agentes de socialización de la vida humana, como la familia, la escuela, las agrupaciones sociales, los medios de comunicación o el lenguaje, entre otros, juegan un papel fundamental como elementos legitimadores de la subordinación de las mujeres. En efecto, dichos estereotipos atribuyen a los varones características más valoradas que a las mujeres, definiendo en masculino valores como la iniciativa, la autonomía, la independencia, la agresividad o la libertad, e identificando otros como propios de la feminidad, como la pasividad, el servicio, la sumisión o la sensibilidad. Son los prejuicios que sustentan el machismo, que se define por el conjunto de ideas, juicios, actitudes y comportamientos apoyados en la creencia de que los hombres son superiores a las mujeres.
Conviene señalar que, paradójicamente, la posición de predominio que la desigualdad de género otorga al hombre no le convierte, sin embargo, en un ser libre. La obligación de responder a las exigencias viriles del género, como la de tener que demostrar autoridad, coraje, valentía o agresividad, puede suponer, y de hecho supone, una pesada carga y un elemento castrante de la personalidad. El feminismo es también emancipación para los hombres.
Por todo ello, la igualdad de género constituye el elemento central de la lucha feminista. Es, además, condición indispensable para recuperar el vínculo sustancial del binomio libertad-igualdad y avanzar en la cultura de la vida, la solidaridad y el bien común. Hoy, la participación plena, igual y efectiva de las mujeres en la toma de decisiones, la socialización de los cuidados, la erradicación de toda discriminación laboral por razón de sexo, la ruptura del ciclo del empobrecimiento, la conciliación de la vida personal, familiar y laboral, la implementación del derecho de las mujeres al propio cuerpo, la erradicación de la violencia machista, la eliminación de la impunidad por violaciones de los derechos humanos, la extirpación social de los prejuicios sexistas y la promoción de la mujer constituyen objetivos irrenunciables de la lucha común, de hombres y mujeres, por un mundo mejor, que ponga en el centro la vida de todas las personas. Para lograrlo, la igualdad de género ha de impregnar tanto la organización social como la vida cotidiana y ello no será del todo posible hasta que no haya un compromiso generalizado de personas, colectivos e instituciones con una feminización-humanización de los valores, que permita el pleno desarrollo de las potencialidades propias, prescindiendo de que puedan ser consideradas como masculinas o femeninas, hasta que en la vida social se deje de adoptar como propia una visión androcéntrica del mundo.
Se trata, por tanto, de un auténtico cambio de paradigma, que exige un nuevo modelo cultural que, por una parte, reconstruya y reinvente el amplísimo espacio que el neoliberalismo ha saboteado o destrozado para construir un orden alternativo, fundado, no sobre la propiedad capitalista, sino sobre la propiedad social, entendida como el conjunto de servicios, prestaciones y garantías proporcionadas por el Estado social y, por otra, haga confluir la lucha por la transformación del mundo con la necesidad ineludible de cambiar la vida, de construir la sociedad desde la dignidad de la vida humana, la buena vida.
Es la gran aportación del feminismo a la humanidad: la vida de los cuerpos es la base de la sociedad y, por tanto, constituye el núcleo vertebrador necesario para el progreso hacia una sociedad solidaria y del bien común.
El futuro es mujer, sin duda.
(1) El presente artículo incluye la definición del patriarcado, el androcenrismo, la distinción sexo-género y el machismo. Son conceptos-clave del análisis feminista que completo en esta nota con la noción de sexismo.
El sexismo se define por los métodos que, objetivamente, son empleados en el sistema patriarcal para mantener a las mujeres en situaciones de discriminación.
Es muy importante la clarificación conceptual de cara a establecer en el análisis las oportunas relaciones y distinciones.
(2) El desarrollo de la idea sobre los orígenes y evolución histórica del patriarcado rebasa las posibilidades del presente artículo.
PD.- Un acertijo para concluir: “Pérez tenía un hermano. El hermano de Pérez murió. Sin embargo, el hombre que murió nunca tuvo un hermano”.
«Las mujeres hemos sido, somos y seremos la resistencia ante el expolio del capital»
28/06/2018
María Rubio
Periodista de Públic
Que la violencia machista esté en la primera plana de todos los medios sólo se puede explicar gracias a la fuerza de las movilizaciones feministas de los últimos meses.
‘La Manada’ como punta de lanza, pero también Palamós, Canarias, Molins de Rei, las temporeras del campo de Huelva, y otros que llegarán. Porque de violencia contra las mujeres ha habido siempre, pero ahora el músculo feminista está presente en las calles de nuestro país como hacía tiempo que no lo estaba. ¿Qué se puede esperar de este movimiento? «Ahora Europa tiene la mirada puesta en el movimiento feminista español», dice la profesora de derecho y filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, María Eugenia Rodríguez Palop, entrevistada en el programa ‘La Klau’ de Público TV, dedicado en esta ocasión al análisis de la movilización creciente de las mujeres en nuestras sociedades.
Pero Palop tampoco olvida los movimientos feministas en todo el mundo que han generado un caldo de cultivo global: «En 2017, hubo más de 700 marchas por todo el mundo. Tampoco podemos olvidar el movimiento previo de las ciudades argentinas bajo el lema «Ni Una Menos», que puso sobre la mesa una feminista mexicana asesinada por un feminicidio». Para la profesora, todo ello demuestra que el feminismo goza de un buen estado de salud. Se mantiene en una posición eminentemente optimista, «siempre hay que ver el vaso medio lleno, es una actitud militante», explica.
Advierte, sin embargo, que este movimiento también genera un contra-movimiento que ya empieza a hacerse presente: «Hay nombres conocidos, como el de Jordan B. Peterson, que ya están diciendo que la masculinidad está en crisis en el sentido de que hay que reforzar los aspectos más conservadores de lo masculino», dice la profesora.
También se fija en los movimientos de ultra-derecha, que abarcan los discursos misóginos. Para Palop, este hecho no es más que una demostración del poder del movimiento: «Somos peligrosas. Si decidimos mover el tablero de juego habrá muchos que perderán sus privilegios».
¿Hacia dónde va este movimiento? Hay sobradas evidencias de que la situación de la mujer no es buena, como enumera largamente: «En términos de representatividad todavía estamos mal, tenemos una brecha salarial del 24%, somos más precarias porque tenemos jornadas parciales, padecemos la división sexual del trabajo y los hombres no se ocupan del trabajo doméstico y de cuidados». Para Palop, este análisis no sería ampliamente conocido si no existiera un movimiento fuerte: «Estos datos se conocen gracias al feminismo. Más allá del futuro, la primera victoria es haber hecho un diagnóstico».
«Ciudadanos es un partido profundamente machista»
Días antes de la huelga de mujeres del pasado 8 de marzo, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, salió ante los medios explicando que su partido no apoyaría el paro porque se reivindicaba como anticapitalista. «La huelga era anticapitalista porque planteaba que las mujeres hemos sido, somos y seremos la resistencia ante el expolio del capital. Somos las que hemos defendido la vida ante el capital», afirma Palop, quien dedica palabras a la activista gualtemalteca Berta Cáceres, feminista y ecologista, asesinada por defender la tierra en su país y poner entre las cuerdas las grandes multinacionales que sacan beneficio. Y no es un hecho aislado, considera la invitada:
«Las mujeres hemos sido las grandes defensoras de los comunes. Somos las sostenedoras de la vida. También en Europa, liderando procesos de remunicipalización de bienes privatizados, por ejemplo. Bienes que han sido expoliados en un proceso de desposesión».
Y no acaba aquí la crítica hacia el partido naranja: «Ciudadanos es un partido profundamente machista», afirma sin miramientos. La crítica va mucho más allá del liderazgo de Albert Rivera, profundamente «vertical y viril», dice la académica. Palop hace memoria para recordar el posicionamiento de Ciudadanos a muchas de las últimas discusiones institucionales que afectan a las mujeres: «No podemos olvidar que estaban en contra de la ley contra la violencia de género porque creían que no había motivos para agravar la violencia machista, ¡que todas las violencias eran igual!». Una ley, dice la profesora, que hizo muy corto ante las exigencias del movimiento feminista, por lo que se creó un pacto de Estado que el ampliaba. Y aunque este también era limitado a ojos de la entrevistada, Ciudadanos también estuvo en desacuerdo. «Hablamos del mínimo», se escandaliza Palop.
Interpretar la huelga como un ataque al feminismo liberal con el que viste sus discursos Albert Rivera es, para Palop, un error. Ella dice no militar en esta corriente y cree que reivindicarlo a nuestros tiempos «queda desfasado». Pero también es partidaria de no olvidar el bagaje disponible: «Hay que rescatar lo bueno de todas las leyes. Pero es cierto que ahora se queda muy corto», dice.
También discrepa con Ciudadanos en uno de los debates más candentes de la actualidad: la gestación subrogada. La profesora, quien se ha posicionado enérgicamente en contra, lo explica: «Lo que proponen es inaceptable. No es una gestación subrogada altruista, es una low-cost. Si es la compensación económica lo que evita la explotación pues que apuesten por una de comercial. Si el útero es un bien preciado por el mercado, ¡que le suban el precio!». Sin embargo, también se posiciona «conceptualmente en contra» de una propuesta en estos términos.
Racismo y clasismo entre mujeres
Dentro del feminismo, sin embargo, no todas las mujeres son iguales, explica la académica en este programa, que ha sido conclusión de un debate abierto por ella misma con su ponencia en este espacio. Lo que Palop llama «la crisis de los cuidados» en el mundo occidental por la entrada de las mujeres al mercado de trabajo lo están salvando otras mujeres: «Hay una cadena global de cuidados. Unas cuidados que van pasando de unas manos a otras. Nosotros hemos salido a trabajar para que las mujeres migradas nos limpian, cuidan a nuestros hijos, cuidan de las personas dependientes». Y estas mujeres también traspasan el trabajo de cuidados en su casa: Ellas dejan a sus hijos e hijas en manos de otras mujeres: madres, tías, abuelas… Todas las manos de curas son femeninas. Bien que lo denuncia el feminismo postcolonial», explica.
¿Y quien falta en esta ecuación? «Los hombres no están. Faltan los servicios necesarios para que las personas que se están ocupando de este trabajo no estén infrapagadas y que sean ciudadanas de pleno derecho. Aquí se está dando una explotación que tiene un fuerte componente de clase y que está racializada», analiza.
También mira al mar Mediterráneo y la crisis de los refugiados: «Las mujeres del Aquarius han sufrido la violación y la agresión machista durante el camino. O en Libia, gracias a la ayuda de la Unión Europea, por cierto. Aquí hay un elemento de migraciones, de trabajo, de clase, que no nos hace a todas idénticas».
Los retos del Gobierno de Sánchez
El nuevo ejecutivo español tiene poco tiempo para marcar la diferencia. Una de las demandas más candentes en el debate social está muy vinculada a las necesidades de las mujeres, y esto se materializa en propuestas, como por ejemplo, los permisos de maternidad efectivos entre padres y madres: «Es muy positivo que se aplique, no sólo para las mujeres, también a nivel social. En vez de enviarlos a la mili a que aprendan a matar a los enviamos a casa a que aprendan a cuidar. ¡Y de sus hijos!».
«Por eso también defendemos el aborto. Si no quieres tener hijos, no es necesario que los tengas», reivindica Palop, quien cree que es una de las conquistas que más urgencia tenía.
La profesora anima a aprovechar un hipotético carácter electoralista de estas acciones: «Bienvenidos sean!», dice. Defiende que el PSOE ha tenido aciertos en el Gobierno, «no hay motivos para pensar que éste no tenga que ser un Gobierno feminista». Los deberes: «la ampliación del pacto de Estado, hacer un marco normativo que incluya todas las violencias machistas y revocar la reforma laboral, aunque a corto plazo sea poco viable».
Ningún Poder del Estado está libre de crítica, ese es el fundamento de toda democracia
25/06/2018
Cynthia Duque Ordóñez
Analista de geopolítica, especialista en Oriente Medio y feminista abolicionista. Estudiante de último curso de Derecho y ADE.
Se suele decir que después de la tormenta viene la calma, en la sociedad patriarcal dicha teoría no es cierta, pues tras un duro golpe a nuestra libertad e integridad sexuales las víctimas son revictimizadas una y otra vez, ya que como he dicho en millones de ocasiones cuando una mujer o niña es violada la sociedad misógina la juzga a ella, analiza su duelo, analiza si evitó su violación, pero no analiza por qué unos tipos aparentemente normales disfrutan vejando en grupo a mujeres mucho más jóvenes que ellos. No se analiza donde han aprendido a disfrutar de la violencia en el sexo, no se analiza quienes se benefician de ello.
El auto del tribunal sentenciador de la Manada deja en libertad provisional a cambio de una fianza de 6.000 a los cinco reos con los votos de los magistrados Ricardo González y Raquel Fernandino, frente al voto disconforme del Presidente de la Sala, José Francisco Cobo Sáenz. Por cierto, una fianza escasa y fácilmente pagable para quienes han contratado espías que siguieran a su víctima o han seguido cobrando durante toda la investigación la mayor parte de sus sueldos como guardia civil y militar.
Después de rechazar hasta en tres ocasiones la excarcelación solicitada por las defensas, los magistrados se rinden a la exhaustiva manipulación mediática y en sede judicial que las defensas han hecho, defensas que difamaban e injuriaban a la víctima, defensas entre las que destaca el “abogado” Agustín Martínez por su agresividad y beligerancia a la hora de tachar a la joven de 18 años agredida sexualmente de vengativa. Un abogado, que sin ningún reparo, pedía que toda España viera el vídeo que los cinco condenados grabaron de la violación porque según palabras de Agustín Martínez se veían sus “gestos de placer”, vídeo que fue retirado de innumerables páginas de pornografía, en las cuales se catalogaba como violación. La pornografía demandada por unos hombres que cada día solicitan mayor violencia en el sexo, si es que lo podemos llamar así, cosa que dudo. Un vídeo grabado sin el consentimiento de la víctima, como fue sin consentimiento todo lo que los cinco sujetos le hicieron a la joven en palabras de la Fiscal Elena Sarasate.
Un abogado que ha conseguido convertir a la víctima en verdugo. Un abogado que juzgaba como la joven violada trataba de sobreponerse al trauma, un abogado que pone un detective privado detrás de la víctima. Un abogado que no se inmuta cuando sus defendidos se jactan por un grupo de WhatsApp de que hay que llevar sogas y drogas a Pamplona porque luego todos quieren violar. Un abogado que es una vergüenza como ser humano y como jurista por carecer de la ética mínimas.
Los dos magistrados que han puesto en libertad a la Manada argumentan su decisión amparándose en su pérdida de anonimato, una pérdida de anonimato buscada por sus propias defensas, la cual les imposibilitaría reincidir según las palabras del Tribunal. Recordemos que cuatro de los cinco condenados de la Manada se enfrentan a otro juicio por agresión sexual en Pozoblanco, Córdoba, por mucho que los magistrados no tengan en cuenta estos hechos o manifiesten que dudan de la legalidad de la toma de las imágenes de los teléfonos móviles de los reos, lo cierto es que las imágenes existen, en ellas se ve a una joven dormida a la que todos tocan. Cuando las formas en las que obtuvieron esas imágenes parecen más importantes que la prueba en sí misma, se quiebra la justicia material.
También consideran insuficiente la condena por un delito grave, entonces me pregunto para quienes está la cárcel si no es para que los criminales «pagen » por sus delitos en ella y para alejar al mal de la sociedad, para salvar a otras mujeres de ser violadas, porque estos criminales no son reinsertables.
Los jueces, Ricardo González y Raquel Fernandino, también creen que no hay riesgo de «inmisión en el derecho a la intimidad de la víctima y de su entorno» porque los cinco condenados tienen su residencia «a más de 500 kilómetros del lugar en el que reside» ella y ven suficiente «para garantizar su tranquilidad y su sosiego» la adopción de medidas menos gravosas que la prisión provisional, como son la prohibición de visitar Madrid y de contactar con ella.
Tengo el poco gusto de recordar a sus señorías que ellos ya han roto su desasosiego violándola, que las secuelas de sus horribles y reprobables crímenes la han marcado a ella y a toda la sociedad que no camina segura por las calles de su país porque hay bandas organizadas que cazan mujeres para violarlas. En España crecen en lo que llevamos de año un 28.4% el número de violaciones según el Balance de Criminalidad que publica el Ministerio del Interior.
Tengo la desgracia de recordar a sus señorías que los fans de los acusados, sino ellos mismos, filtraron los datos personales, así como fotografías de su víctima para que fuera humillada, ridiculizada por su físico, amenazada e incluso coaccionada o lo que es lo mismo impedida de hacer su vida normal en venganza por haberlos denunciado.
Con toda sinceridad espero que se resuelva a paso acelerado el recurso de apelación ante el Tribunal Superior de Justicia de Navarra de una sentencia a todas luces incongruente para cualquier jurista e insensible para cualquier ser humano. Una sentencia que no solamente es contraria al ordenamiento pues condena por abuso un acceso carnal con intimidación constitutivo de una violación sino que además contradice el Convenio de Estambul ratificado por España, en el cual es constitutivo de una violación toda penetración no consentida.
La condena a los tribunales españoles no solamente viene de los colectivos feministas y de la sociedad española, sino que es la propia ONU la que condena la sentencia por “subestimar la gravedad de la violación y socavar la obligación de defender los derechos de las mujeres”. Es inaceptable que el sistema judicial siga señalando, poniendo en duda, el comportamiento de la víctima, no del violador. Al dejar a la interpretación del juez la intimidación o la violencia ejercidas, interpretación profundamente subjetiva, se sostiene, ampara y protege la cultura de la violación. “La impunidad por las vulneraciones de los derechos humanos impregnan la cultura de la violación, culpa y juzga a las víctimas por los daños que les han causado a ellas, y no se puede permitir que siga ocurriendo, incluso en los sistemas judiciales” añade Purna Sen, coordinadora ejecutiva y portavoz de Naciones Unidas.
De otra parte, fundamentan que «la alarma social no es un criterio válido a los efectos de apreciar la necesidad de prisión provisional», obviamente el tribunal no sabe lo que es caminar con miedo por la calle de noche y de día. Parecen no vivir en esta sociedad en la cual aumenta el número y la virulencia de las agresiones sexuales y donde la única forma de parar el giro violento de la misoginia es adoptar medidas contundentes que desincentiven la comisión de delitos sexuales.
Los magistrados no creen que se deba adelantar la pena de los condenados hasta el máximo prorrogable por la LECrim de la prisión provisional, basándose en la rebaja de las penas respecto de la petición de la acusación particular y el Ministerio Fiscal, con ello los magistrados obvian la incongruencia de unos hechos probados en juicio que acreditan la intimidación y que después no se trasladó al fallo. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por qué no admitieron la conversación de WhatsApp en la que reconocían los hechos? ¿Por qué se amparan para dejarlos en libertad en una rebaja de la pena que ellos mismos concedieron? ¿Acaso esperan que el TSJN los absuelva? Si lo piensan de verdad es que necesitan bastante formación en género.
Parece como si ambos magistrados se hubieran ablandado con los verdugos convertidos en víctimas por sus defensas y no se tuviera en cuenta el dolor de las dos víctimas agredidas sexualmente por ellos. Parece como si importara más los sentimientos de los condenados por un crimen atroz contra la libertad e indemnidad sexuales, sentimientos contradictorios a la luz de la carta que hizo pública el ex guardia civil de la Manada en la cual primero decía que se arrepentía (siento recordarle que el perdón no es terrenal y que a la joven no le reparará el daño que él le hizo) mientras que acababa llamando vengativa y mentirosa a la joven a la que agredió sexualmente.
Los dos magistrados que han avalado la puesta en libertad de los condenados de la Manada por un delito grave contra la libertad e indemnidad sexuales acaban argumentando que los reos no tienen antecedentes penales de la misma naturaleza. Este argumento es cuanto menos alejado a la realidad social de España en la que solo se denuncian el 30% de los delitos sexuales y a las circunstancias personales de estos sujetos condenados por un delito grave, que además están pendientes de ser condenados por otro caso similar y que de forma continuada y habitual hacían de la violencia sexual su rutina.
El tercero de los magistrados, el presidente de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Navarra, José Francisco Cobo Sáenz, emitió un voto particular favorable a la prórroga de la prisión provisional de manera incondicional hasta los cuatro años y seis meses, ajustándose al plazo máximo que permite la ley. El magistrado discordante era favorable a mantenerlos en prisión, sin perjuicio del resultado de la causa en sede de apelación (TSJN) y casación (Tribunal Supremo) por la gravedad de los «hechos probados». El magistrado apela también a la protección de la seguridad, estabilidad y tranquilidad de la denunciante y cita una carta publicada recientemente por uno de los condenados que las acusaciones han considerado de «desafiante.
Tanto el alcalde de Pamplona, Joseba Asiron, como la Fiscal del caso, Elena Sarasate han declarado su profundo desagrado y consternación ante la puesta en libertad de la Manada. La fiscal del caso, Elena Sarasate, defendió como «reseñable» que cuatro de los cinco condenados estuvieran incursos en otro procedimiento de hechos de análoga naturaleza, en referencia al proceso de Pozoblanco. «En definitiva, considerando que todo lo alegado no hace sino reflejar unos bajos instintos personales en su forma de proceder entiende que se debe presumir la probabilidad de reiteración delictiva».
La única forma de mejorar nuestra sociedad y el sistema judicial es siendo críticos con ellos. Vivimos bajo prejuicios patriarcales, de los cuales nos empezamos a desvincular, no es un camino fácil ni corto, porque el patriarcado ha vivido en nosotras y nosotros durante más de 3000 años. Sin embargo, es el camino que debemos de recorrer, desembarazarnos de los estereotipos de género y de la misoginia imperante en todos los sectores de la sociedad, incluidos los Poderes Públicos, que no se salvan de la crítica constructiva, porque donde no reine la autocritica reinará el sectarismo y la dictadura de unos pocos. Para ello es recalcitrante insistir en la necesidad de educar a la sociedad en la igualdad entre los sexos para poder vivir las mujeres y las niñas sin miedo a ser violadas; y por ende formar al Poder Judicial, ya que no están exentos de vivir en esta sociedad machista. Ojalá los delitos contra la libertad e indemnidad sexuales sean en el futuro enjuiciados por los juzgados especializados contra la violencia de género. Las competencias especializadas han constituido una notable mejora en el funcionamiento del Ministerio Fiscal, igual que también lo serían en la carrera judicial.
Juntas por la igualdad.
Confusión
20/06/2018
Gulliver Aristos (Jesús Casado López)
Filósofo, pensador, investigador
Para las feministas resulta muy recurrente mencionar el supuesto desconcierto de los hombres por el cambio repentino de comportamiento del conjunto de las mujeres, que, en algunos casos, como es el de las feministas, viene acompañado de un frente con una primera línea de agresiones verbales hacia los varones.
Lo que parece cierto, es que en los hombres se ha despertado un grado de perplejidad por el enorme despiste y desorden lógico que padecen las feministas, que ha llegado a convertirse en muchas de ellas en ofuscación, y que, lejos de ayudar a la mayoría de las mujeres a aclarar sus ideas sobre el modo de afrontar esta nueva situación las está sumiendo en una inexplicable confusión.
Las nuevas y muy complejas circunstancias que el desarrollo industrial, científico y tecnológico han originado sobre la vida de las personas -en especial sobre sus dos actividades fundamentales, la producción y la procreación- están dando lugar a una enorme desorientación en la sociedad, que sufren especialmente quienes tienen por misión prioritaria la ardua labor de la procreación.
Buena muestra de este desconcierto se hace evidente en la actividad militante de esos grupos, denominados feministas, que han tomado la iniciativa de solucionar de forma beligerante los conflictos ocasionados por esta nueva coyuntura.
Los eslóganes y proclamas de las feministas están saturados de tópicos, de tergiversaciones y manipulaciones, de medias verdades, que no se atienen a la realidad y que sólo funcionan como dogmas de fe. El principal conflicto ideológico, que confunde a la inmensa mayoría de las mujeres, se deriva del hecho de que las feministas no defienden los derechos y los intereses de esa mayoría de mujeres, sino los intereses y los derechos propios del reducido grupo que respalda la primacía de la función productora de la mujer sobre la reproductora. Justo lo contrario de lo que representan los intereses de esa inmensa mayoría de mujeres.
Los retos del feminismo
14/06/2018
Cynthia Duque Ordóñez
Analista de geopolítica, especialista en Oriente Medio y feminista abolicionista. Estudiante de último curso de Derecho y ADE.
Estamos en un momento de gran auge de la influencia del movimiento feminista, pero hasta qué punto es esto posible en una sociedad, en la cual el principal modelo productivo parte de la desigualdad social y sexual, llegando incluso a generar la propia segregación sexual con la finalidad de maximizar los beneficios económicos de unos pocos privilegiados.
De qué nos sirven líneas de ropa diseñadas en homenaje a ilustres mujeres como Frida Kahlo si esas mismas firmas de ropa fabrican en países extremadamente pobres y se aprovechan de la precariedad y vulnerabilidad extrema de las mujeres y las niñas, es decir, si se aprovechan de la feminización de la pobreza, de su exclusión social. Gracias a la misma y al modelo heteropatriarcal pagan menores sueldos que los habituales de hombre adulto y trabajan en condiciones insalubres de semi esclavitud.
Qué de verdad hay en todo el auge feminista y qué de adaptación del viejo régimen que se niega a dejar de existir. Y es en este punto cuando debemos analizar qué es lo que busca el feminismo como corriente política y en qué punto de la “guerra” por la equidad nos encontramos.
La meta del feminismo es desprender de la sociedad los roles de género basados en el sexo, esos prejuicios irracionales asignados a cada bebé por nacer hembra o macho y que condicionarán toda su existencia y sus relaciones con la sociedad. Hoy somos muchas las que denunciamos que nuestro sexo no condiciona cómo somos o debemos ser, qué seremos, ni cómo hemos sido, sin embargo, el espectro social está inundado de conquistas superficiales y parciales, muchas de ellas oportunistas y que solo benefician a una minoría de mujeres, pero no ataca la feminización extrema de la pobreza.
El motivo fundamental que lo explica es que atacar la pobreza agravada por la condición de sexo es atacar al modelo económico y productivo capitalista. Un síntoma de que quizás las luchas pueden en ocasiones enmascarar la modernización de la alianza patriarcado y capital.
Una forma de cumplir con el reto al que se enfrenta el feminismo es combatir la cosificación de la niña y la mujer, que tuvo su origen histórico en el Neolítico durante la privatización de las tierras de labranza, que antes eran colectivas, coincidiendo con el cambio del culto de la divinidad femenina de la Tierra por el culto al disco solar, momento en el cual la mujer empezó a perder influencia social y familiar. La instauración del patriarcado significó que el hombre empezaría a transmitir la propiedad privada a su prole y para “asegurarse” de cuál sería ésta trata de eliminar la participación femenina fuera del hogar y se busca la “pureza física” en la mujer no comprometida con el ánimo de asegurarse que verdaderamente sean sus propios hijos los que vayan a heredar sus propiedades. En el patriarcado la mujer es un enser más de los hombres para negociar o usar libremente, primero de sus padres y después de sus maridos. Ayer el patriarcado surgió para controlar el acceso a nuestros cuerpos dejando a un lado nuestros deseos.
Han pasado milenios desde entonces y aunque parezca que todo ha cambiado, la sexualidad femenina y su control por el varón sigue siendo la raíz de la violencia machista. Las expresiones contemporáneas de la misoginia son la prostitución, los “vientres de alquiler”, la pornografía y la cultura de la violación. Todas ellas son formas de controlar el acceso al cuerpo femenino por parte de los hombres, por y para su disfrute o deseo unilateral. Además, comparten un mismo factor común que aumenta el riesgo de ser víctima de los mismos: la pobreza de la niña o mujer.
Cuando una niña o mujer pobre se explota sexualmente primero se la deshumaniza y “brutaliza” o “animaliza” con la finalidad de validar el abuso sobre sus cuerpos bajo la falacia de “así los países subdesarrollados crecen” o “ha consentido”, un consentimiento viciado por la necesidad y urgencia que convierte la carencia de deseo y la coacción social en aceptación como última forma de subsistir. La libertad con la que se otorga consentimiento es proporcional a la necesidad y al dinero que tengas en el bolsillo.
Durante la segunda mitad del siglo pasado era habitual que familias sin hijos compraran bebés en maternidades donde iban adolescentes y mujeres jóvenes que habían sido repudiadas por sus familias por rebelarse contra la moral que regulaba el acceso a su cuerpo o haber sido víctimas de violaciones. En estas maternidades era habitual que les robaban a sus hijos e hijas bajo diferentes artimañas como decirle a la madre que había parido un hijo muerto o también se las humillaba e insultaba durante todo el embarazo para que al final, durante el parto, fuera sencillo coaccionarlas para firmar una adopción mientras parían (véase el caso de Peña Grande o Nuestra Señora de la Almudena, un reformatorio del Franquismo para adolescentes “inmorales” perteneciente a la orden de las Cruzadas Evangélicas, que estuvo abierto hasta 1984, en el que las jóvenes de entre 11 y 25 años eran maltratadas, coaccionadas, engañadas, humilladas, obligadas a trabajar y vendidas ellas como esclavas sexuales a prostíbulos y sus bebés a familias que pudieran pagar por ellos).
Hoy lejos de superar la idea de que las mujeres no somos incubadoras se debate e incluso se ve con buenos ojos que aquellos que puedan pagar por un ser humano lo compren y se llamen padres. Se debate la legalidad de seleccionar a una “gestante” o mujer incubadora de un país en guerra o subdesarrollado por no realizar los trámites de la adopción, esperar, o directamente para elegir sexo y etnia del hijo que deseas adquirir por contrato rescindible si nace con alguna discapacidad, rasgo o sexo no elegido.
¿Qué debe ser la ley? Debe ser la plasmación de la justicia, escrita desde la ética.
La adopción sirve para reconstruir los lazos afectivos de los menores con un entorno familiar, sin embargo, el alquiler del útero de la mujer elimina los derechos humanos de la madre, que pierde la autonomía sobre su propio organismo –ya no es dueña de sí misma, sino que es propiedad de los señores que la han adquirido y se convierte así en una esclava- y rompe los lazos afectivos que se generan durante el embarazo entre la madre y el feto, provocando daños psicológicos irreparables en las madres biológicas.
Verdaderas redes de explotación sexual operan en Ucrania, país en guerra, y en la India, país en el que la mujer sirve lo que sus padres pagan por ella en forma de dote, entre otros lugares donde operan las mafias para satisfacer el creciente deseo de aquellos, hombres en su mayoría, de llamarse “padres” a cualquier coste.
Redes que encierran a las mujeres en fábricas durante meses, donde las vigilan y aíslan. Redes que ofrecen mujeres por catalogo. Redes y demandantes que deshumanizan a mujeres muy jóvenes que pierden su autonomía, no de manera deseada, solamente aceptan convertirse en propiedad ajena a cambio de poder comer o seguir con vida. En la India incluso se da la paradoja de que son los propios maridos los que venden a las mujeres cuando no encuentran la dote “suficiente” y éstas por miedo “aceptan”.
¿Queremos una sociedad en la que las mujeres se vean explotadas sexualmente por necesidad? ¿Es suficiente el consentimiento sin deseo?
¿Creen que aquellos hombres y algunas mujeres, que defienden la “maternidad subrogada” como el derecho de los que no pueden ser ni padres ni madres biológicos de adquirir mediante precio niños y niñas, querían eso para ellas, para sus hijas, para sus parejas? No lo harían, ¿saben por qué? Porque son supremacistas. Puro y duro racismo que rechaza el robo de bebés a nacionales, pero no a extranjeras.
La normalización de que las mujeres puedan estar al servicio sexual de los hombres –prostitución- entraña que las relaciones en igualdad entre hombres y mujeres sean imposibles, porque se ha normalizado que nuestro cuerpo sea la cosa que ellos puedan usar a voluntad, un cuerpo laxo e inerte que inhibe su propio deseo, para que ellos haciendo uso de ellas satisfagan el suyo propio.
Un tema macabro del que muchos recelan por el asco que genera y es por ese mismo motivo, por el cual, no debemos bajo ningún concepto mirar para otro lado, porque negar su existencia no hará que desaparezca, sino todo lo contrario: en las sombras y tinieblas de nuestra sociedad impávida crecerá hasta que nos ensucie las botas y su viscosidad nos impida seguir huyendo.
¿Por qué el consentimiento no es suficiente? Responderé con una nueva pregunta: ¿queremos que las relaciones sexuales de nuestra sociedad se rijan por la sola iniciativa y deseo de los hombres? ¿Queremos una sociedad en la que nosotras solo tengamos la opción de transigir o no? Quiero una sociedad basada en los deseos de ambos, en la que no esté mal visto que sintamos deseo, una sociedad que no nos consideren muñecas, una sociedad en la que seamos iguales porque los géneros, aquellas características que socialmente se asignan a cada sexo desde nuestro nacimiento, estén abolidos. Y sueño con que ese día llegue para todas nosotras con independencia de nuestra etnia, raza, religión, posición económica, social o laboral.
La autonomía sexual de la mujer solo es compatible con el sexo deseado, cuando la atracción y el placer sean mutuos y recíprocos. Además, los límites siempre sean revisables. Solo así estaremos ante relaciones sexuales entre iguales y no ante abuso de poder.
La teoría del consentimiento como adalid de legalidad y legitimidad, por supuestamente libre e informado que sea, oculta a quién y por qué se consiente. Oculta la desigualdad de género entre quienes proponen y quienes aceptan o no, es decir, el modelo sexual actual sigue siendo patriarcal en tanto que se basa en un condicionado acceso al cuerpo de la mujer por el hombre por imposición de la masculinidad patriarcal, que impone el modelo económico a los jóvenes enseñándoles a aceptar la violencia sexual a través de la visualización de la pornografía y poniendo en práctica esa violencia con mujeres prostituidas y más tarde con cualquier mujer que conocen y etiquetan como “suyas” o la denominada cultura de la violación.
Pornografía y prostitución banalizan la violencia hacia la mujer y sirven de escuela de cuadros para los criminales que atentan contra la libertad e indemnidad sexuales de mujeres y niñas. Un ejemplo de ello lo encontramos en Alemania, donde tras legalizarse la prostitución aumentaron en un 92% las agresiones sexuales en 2004. Actualmente no solo no se ha reducido la trata en el país germano, sino que ha aumentado percibiéndose un repunte tras la llegada de inmigrantes traídas desde los campos de refugiados de toda Europa y procedentes del Este, mujeres extremadamente pobres, desconocedoras del idioma y muy vulnerables, mujeres que son llevadas de burdel en burdel para ser penetradas las 24 horas del día hasta que pierden la noción del tiempo y del espacio entre las luces de neón.
La prostitución es un arma del capitalismo patriarcal a través del cual destruye el vínculo de igualdad entre hombres y mujeres, porque cuando un hombre alquila a una mujer no la ve como a un ser humano, sino como una posesión, por lo tanto nunca la tratará como a su igual porque, para él, es un producto más del mercado. Un mercado que para ellos no solo se circunscribe a las mujeres prostituidas sino que la pornografía les ha enseñado a emplear la violencia o cosificación en sus relaciones sexuales con todas las mujeres, a las que simplemente utilizan sin tener en cuenta sus deseos.
Sin embargo, debemos ser optimistas y creer en que un cambio social y económico es posible por el bien de las generaciones futuras.
A corto plazo son tres las batallas que debemos librar para conseguir romper con el modelo heteropatriarcal.
En primer lugar, promover la corresponsabilidad en la crianza, ya que en tanto el hombre toma parte de la misma, entendiendo que es su deber como progenitor, la mujer puede realizarse con mayor facilidad fuera del hogar. Cuando la responsabilidad de la crianza recae exclusivamente sobre la mujer o anecdóticamente el hombre ayuda levemente, la mujer desempeña un trabajo no remunerado que no le corresponde y que le imposibilita desarrollarse como profesional, mientras que el hombre se beneficia del tiempo extra que no dedica a sus hijos o a la casa y lo invierte en su promoción profesional, es decir, el hombre prospera en detrimento de la mujer.
En segundo lugar, la sociedad necesita urgentemente que a sus niñas, niños y jóvenes se les eduque en valores éticos sin ningún tipo de estereotipos de género asignados y construidos en torno al sexo de cada individuo. La política sexual formaría parte de la construcción de la ética de la nueva sociedad, es decir, sin prohibir la propaganda de la violencia misógina (pornografía) y con ella la lacra que fomenta y enmascara (la prostitución) nunca podremos estar seguras porque no nos verán como a sus iguales, es decir, si no abolimos la explotación sexual nunca acabaremos con la violencia machista y la cultura de la violación de nuestras calles.
Y de ambos devendría el tercer pilar: igualdad salarial entre hombres y mujeres por igual trabajo, que parte de la construcción moral de una nueva sociedad y a su vez de la igualdad salarial se desprende la igualdad de oportunidades y el distanciamiento con la pobreza “feminizada”.
Estas medidas cortoplacistas palian los efectos del patriarcado, pero no lo eliminan si no parten de un análisis exhaustivo de las metas, objetivos y herramientas del feminismo cuya repetición se convierta en costumbre, en la costumbre de una sociedad más justa, para lo cual debemos cumplir con el primer reto al que las feministas nos encontramos: no caer en el engaño de una purga superficial del sistema que solo beneficie a las mujeres de clases altas sin depurar la raíz del patriarcado, es decir, sin arrancar del ideario colectivo que los hombres tengan “legitimidad” para controlar el acceso a nuestros cuerpos.
«Escucha hermana, aquí está tu manada»
21/05/2018
Sara Díaz Chapado
Responsable de participación y asociacionismo del PCM
Hablar del auge del movimiento feminista hoy queda resumido en la frase que miles y millones de mujeres hemos coreado en los últimos días. Si algo sabemos es que no estamos solas, que los espacios compartidos de mujeres donde hemos sido capaces de hablar de lo más profundo de nuestras opresiones hoy son ya una realidad. Que la vergüenza, las dudas y las culpabilidades que nos amedrentan van diluyéndose, en pro de una sociedad donde cada vez sea más fácil poner sobre la mesa lo que llevamos dentro. El primer mensaje es sin duda: hoy, hay esperanza para más de la mitad de la población.
Parece raro empezar así la reflexión con la reciente sentencia de la manada, que evidencia lo estructural de un sistema patriarcal donde la cultura de la violación impera de forma constante, tan inserta en todas las estructuras del estado, las judiciales, las mediáticas, las educativas, legislativas o policiales… Sin embargo, nada de lo que hoy sucede sería posible hace escasos años, cuando sucesos similares estaban a la orden del día pero la respuesta social era nula, y pasaban desapercibidos, “lo normal”.
Hoy sabemos que no estamos solas, que lo que nos pasa con frecuencia le sucede a miles de mujeres todos los días, el #metoo, el #yositecreo evidencia que no estamos locas, pero sobre todo y más importante, que no vamos a permitir que siga pasando, que vamos a compartirlo, que vamos a denunciarlo, y que vamos a parar los pies a nuestros acosadores, maltratadores y violadores.
Es triste ver como nuestros hostigadores, esos activistas de izquierdas, perfectos militantes, comprensivos, concienciados y por supuesto feministas, no dejan pasar la ocasión de mostrar su rechazo a la repugnante sentencia judicial que determina que no hay coacciónen que 5 tíos te agredan, intimiden y violen en un portal. Faltaría más. Sin embargo poco entienden cuando la paja no está en el ojo ajeno sino en el propio. “Violar es algo que sólo hacen los violadores” ¿Sí? El #yositecreo no es un acto de fe, es una realidad aprendida. Creemos porque sabemos y sufrimos la cultura de la violación y el maltrato en nuestras carnes.
Gran parte de la fuerza del movimiento feminista hoy tiene que ver con esto. No sólo hemos sabido situar el debate en un plano ideológico, el movimiento feminista es el único que está consiguiendo en este ciclo marcar la agenda política y mediática (junto con el de las pensiones, que por cierto, mucho tiene que ver con el género). Sino también en un plano material. El movimiento se ha colado en los centros de trabajo, en las casas, en las escuelas, en la vida… porque en todos y cada uno de los espacios en que construimos nuestro día a día nos atraviesa el patriarcado, nuestro rol de mujeres y vamos siendo conscientes de donde nos sitúa y todo lo que es necesario cambiar.
Las redes de mujeres nos hemos hecho fuertes en lo cotidiano para salir al ámbito público y desbordar la agenda de partidos, sindicatos, medios, ámbito cultural, el cine, el deporte… y estamos creando un horizonte de proceso de cambio al que la sociedad tendrá que dar respuesta.
La restauración del sistema que parecía estar produciéndose en torno al bipartidismo y Ciudadanos tiene grietas. El feminismo ha venido a cambiar leyes, y mover estructuras de forma profunda. Quien no entienda que esta grieta violeta es ancha y que viene a cambiarlo todo tendrá perdida la batalla de antemano.
La conciencia social está cambiando, ahora tenemos que ser capaces de construir otras reglas del juego, ser capaces de imaginar y crear nuevas formas sociales de relación en las que lo público y lo privado no estén tan separadas. Insertar nuestra forma de ver el mundo en todas y cada una de las estructuras sociales.
Hay historia, hay energía, hay cánticos, hay ilusión, hay manada, hoy más que nunca: la revolución será feminista o no será.
Vitalidad y madurez del feminismo
21/05/2018
Jesús Pichel Martín
Profesor de Filosofía
Jean Paul Sartre, pareja libre de la muy libre Simone de Beauvoir que con El Segundo Sexo abrió la puerta a la segunda ola del feminismo e inició un camino hasta hoy ininterrumpido, nos advertía y se advertía a sí mismo que, pese a su militancia y su activismo de izquierdas, era un burgués. Y, salvando las distancias, así me siento yo: feminista convencido no puedo negar ni evitar mi condición de varón —ni los tics androcéntricos grabados en mi conciencia y que no he sido capaz de detectar.
Simone de Beauvoir entendió con perspicacia que la tesis fundamental del existencialismo, a saber, que la existencia precede a la esencia; que no hay esencias previas que deban realizarse, servía de soporte para entender la diferencia entre sexo y género: No se nace mujer: se llega a serlo, escribe. No hay un universal femenino —el estereotipado eterno femenino que ella cuestionaba— como no hay un universal masculino predeterminado que naturalmente se realiza: ser mujer, como ser hombre, es el resultado de una construcción socio-cultural. Y en su propia evolución, al menos una parte del feminismo actual ha llegado a la misma conclusión: no hay un feminismo esencial, sino que, como todo hecho histórico, también el feminismo está en permanente construcción, elaborándose intelectualmente y llegando a ser lo que es a través de sus propias acciones.
Probablemente hoy el pensamiento feminista es el único capaz de asumir el papel aglutinador que tuvo el movimiento obrero en el siglo XIX para luchar contra la explotación: si el movimiento obrero fue expresión de la lucha de clases entre la burguesía explotadora —dueña del capital y los medios de producción—, y el proletariado explotado —la fuerza de trabajo, la mano de obra—, el movimiento feminista encarna hoy una lucha ideológica y pragmática entre dominadores y dominadas —otra forma de entender la relación entre explotadores y explotados; si en La ideología alemana Marx entendió bien que las ideas de la clase dominante, son, en todas las épocas, las ideas dominantes, el feminismo ha sabido hacernos ver que eso es exactamente el sistema patriarcal que contamina nuestra historia: las ideas dominantes de la clase dominante —los varones— en nuestra cultura.
Ir descubriendo las formas de dominio patriarcal, analizarlas y conceptualizarlas adecuadamente ha sido y es el trabajo intelectual de las feministas desde el siglo XVIII. Olympe de Gouges, Mery Wollstonecraft, Flora Tristán, Lucretia Mott, Elizabeth Cady Stanton, Sojourner Truth, Millicent Garret Fawcet, Emmeline Pankhurst Goulden, Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Kate Millett, Shulamith Firestone, Celia Amorós, Amelia Valcárcel, Judith Butler, Donna Haraway, Leslie McCall, Sara Ahmed y tantas, tantas otras, nos han ido abriendo los ojos y descubriendo con éxito territorios de dominación patriarcal antes desapercibidos.
Hay tres señales claras que evidencian el éxito —al menos en la cultura occidental— de las ideas feministas: las rigurosas investigaciones que dan soporte intelectual e ideológico al movimiento feminista y que constituyen ya un área específica de conocimiento; la capacidad movilizar y de ser vanguardia en las reivindicaciones en la calle, en los medios y en las redes sociales; y la oposición intelectualmente plana del machismo como soporte del patriarcado.
Probablemente hoy es más propio hablar de feminismos que de feminismo porque hay en el pensamiento feminista una rica variedad de perspectivas: el feminismo radical, el de la igualdad, el ecofeminismo, el ciberfeminismo, la teoría poscolonial, el movimiento queer o la interseccionalidad -por citar algunos- son buenos ejemplos de esa variedad de análisis y estrategias. La construcción de conceptos y expresiones nuevos para designar aspectos inadvertidos del sistema patriarcal —patriarcado, heteronormatividad, heterodesignación, cisgénero, micromachismo, mansplaining, techo de cristal, por ejemplo— y para designar la propia actitud feminista —empoderamiento, sororidad, visibilización, etc.— descubren realidades ocultas, eso que se da por sentado, y son condición de posibilidad de una comprensión distinta de las relaciones personales y sociales entre mujeres y hombres. Las polémicas e incluso las confrontaciones dentro del movimiento feminista sobre la identidad, el binarismo sexual, el transfeminismo, la maternidad o el cuerpo no son prueba de inconsistencia, sino que, al contrario, son signo de vitalidad y madurez ideológica.
Es una obviedad que cada vez hay más mujeres —y probablemente más hombres-— más concienciadas y más cercanas a las tesis feministas. Y es una obviedad que las reivindicaciones feministas tienen una enorme capacidad para movilizar a la ciudadanía espontáneamente en la calle, en los medios y en las redes sociales. Prueba de ello son la multitudinaria Marcha de las mujeres en Washington de enero de 2017 y sus réplicas en los 50 Estados y en 55 grandes ciudades de todo el mundo; las aún más masivas en Estados Unidos, en Canadá, en muchas ciudades de Europa y en Japón de enero 2018, en el aniversario de la primera; o el movimiento #MeToo. Y en España recientemente la huelga de mujeres y las enormes manifestaciones el 8 de marzo de 2018 o las convocadas en repulsa a la sentencia de la manada —más la avalancha de artículos profundamente críticos con la escandalosa sentencia y las más de 1357000 firmas de mujeres y hombres pidiendo en change.org la inhabilitación de los jueces— y la valiente iniciativa #cuentalo.
La tercera señal es el adocenamiento y la zafiedad del machismo tradicional incapaz de ir más allá del desprecio y el insulto, bien presentes en páginas WEB ad hoc, —boyeras, feminazis, hembrismo, #todasputas, planchabragas son sus logros intelectuales—, en la violencia misógina del peligroso movimiento incel —involuntary celibates— y en los intentos de los sectores más conservadores de redefinir el feminismo desde el androcentrismo dominante demonizando la ideología de género y reivindicando un feminismo femenino y esencialista ajustado a los valores y papeles tradicionales de la mujer en en hogar y en la reproducción.
Pero lo cierto es que el éxito no es total: la eliminación de la permanente violencia de género —el acoso callejero y laboral, el maltrato, las violaciones, los asesinatos de mujeres—; la mirada masculina presente en la aplicación de tantas leyes; la discriminación laboral y salarial, y la igualdad plena y efectiva de derechos, lamentablemente siguen siendo objetivos no alcanzados.
Si el objetivo es la construcción de un nuevo paradigma paritario universal, pese a lo ya conseguido aún queda mucho trabajo por hacer. Y esa construcción nos incumbe a mujeres y hombres. Ya en 1843 Flora Tristán en La Clase Obrera nos invitaba a los varones a participar en esa construcción: en nombre de vuestro propio interés, hombres; en nombre de vuestra mejora, ¡la vuestra, hombres!; en fin, en nombre del bienestar universal de todos y de todas os comprometo a reclamar los derechos para la mujer.
De tanto en tanto, las ideas se encarnan en hechos que transforman la realidad. Las ideas ilustradas estuvieron en el origen de la revolución francesa, la independencia de los Estados Unidos y el fin del Antiguo Régimen. El movimiento obrero desembocó en la revolución de 1917 y en la socialdemocracia europea. Esperemos que tarde o temprano el pensamiento feminista -—de tercera, de cuarta, de ene olas— posibilite la construcción de una sociedad en la que el patriarcado solo sea historia.
Después del 8-M, ¿hacia dónde va el movimiento feminista?
17/05/2018
Laura Aznar y Laia Soldevila
(Reproducimos el artículo publicado en el diario Crític por su interés para este debate)
Se cumplen dos meses del 8 de marzo, una huelga feminista histórica que situó las reivindicaciones de las mujeres en el foco mediático. Miles de personas de edades, procedencias y trayectorias diversas ocuparon las calles aquel día. Lo volvieron a hacer semanas después, el 26 de abril, cuando se hizo pública la sentencia del caso de ‘la Manada’. El movimiento feminista está en plena ebullición y ahora tiene el reto de conseguir que la visibilidad que han logrado sus reivindicaciones no sea flor de un solo día. Crític analiza los retos principales hablando con Marta Mariñas, de la Comisión 8 de Marzo; Montse Benito, de Ca la Dona; Laura Pelay, vicesecretaria general y portavoz de UGT; Alba Garcia, secretaria de mujeres, diversidades y políticas LGTBI de CCOO; Núria Segura, del colectivo “Les periodistes parem”, y Antoinette Torres, directora de la entidad Afroféminas.
Por qué el 8-M de 2018 ha sido un punto de inflexión
El 8 de marzo de 2018 marcó un antes y un después en la historia del feminismo reciente. A pesar de que existen precedentes en el ámbito internacional, en Catalunya nunca antes un paro general de mujeres había sido secundado de forma tan masiva. Incluso la convocatoria del día anterior en Barcelona, la manifestación nocturna convocada tradicionalmente por espacios feministas autónomos, contó con mucha más participación que la prevista por las organizadoras. Tampoco se había planteado antes una huelga de trabajo, educativa, de cuidados y de consumo, es decir, que abarcara todos los campos en los que las mujeres sufren discriminaciones.
Tanto la organización como el formato de la jornada fueron rompedores y se gestaron desde los diferentes colectivos feministas. Marta Mariñas, activista feminista y miembro de la Comisión 8 de Marzo, explica que “una de las innovaciones de esta huelga es que no se generó en las mesas de negociación de ningún despacho. Fue una huelga popular, social y de calle, una huelga feminista radical”. Según esta activista, el 8-M permanecerá en el imaginario colectivo como “una jornada histórica” en la cual el movimiento feminista “se plantó”. “Dimos un golpe sobre la mesa pero desde una posición muy apoderada y alegre, diciendo que ya hemos salido, que estamos juntas y que no nos pararán”.
Aun así, la organización de la jornada no surgió como una seta. Años de lucha precedieron la huelga y las movilizaciones posteriores. Seguramente, la experiencia previa más reciente ha sido la Vaga de Totes, una iniciativa surgida en 2014 desde diferentes espacios feministas y que se organizó de manera descentralizada, con acciones en varios barrios y pueblos. Pero el movimiento feminista organizado en Catalunya tiene un recorrido de más de 40 años. Sin esta base previa no se explica el éxito de este 8 de marzo.
Montse Benito, miembro de Ca la Dona y activista con una larga trayectoria de lucha feminista a sus espaldas, explica que “en torno al 8-M siempre hubo comisiones que hicieron llamamientos a la manifestación, intentando incorporar las temáticas de cada momento: la sexualidad, las violencias, las discriminaciones en el ámbito laboral… y esto genera una memoria colectiva”.
Desde los sindicatos mayoritarios, el Día de la Mujer de este año también ha supuesto un punto de inflexión. Para Laura Pelay, vicesecretaria general y portavoz de UGT de Catalunya, la jornada sirvió para situar las políticas de igualdad “en el corazón de la agenda social, política y mediática”. En línea similar, la secretaria de mujeres, diversidad y políticas LGTBI de CCOO, Alba Garcia, remarca que muchas organizaciones contribuyeron “mucho más que otros años” a que las movilizaciones fueran multitudinarias, lo cual indica que “ya no nadamos contra la corriente; ahora situamos todos los objetivos de políticas de mujeres en el centro”.
El contexto en el que se produjo la huelga este año también es un elemento a tener en cuenta. Marta Mariñas explica que “la crisis social, económica y la precariedad que se deriva afectan con especial virulencia a las mujeres, lesbianas y ‘trans’, las migradas o las de clase baja”, y esto, a su juicio, ha supuesto “un impulso para salir a las calles”. Aún así, Mariñas considera que el éxito del 8-M pasado se explica por una conjunción de factores, entre los cuales destacan la existencia de una juventud “que ha crecido con la cultura de la organización y la movilización en las calles”, y el hecho que, después de años de lucha feminista, “tenemos más herramientas para identificar las violencias cotidianas y más rabia cuando vemos que las estructuras sociales, políticas o judiciales que deberían pararlas no han cambiado”.
¿Qué lecciones podemos extraer de la huelga feminista?
El movimiento feminista demostró su fuerza el 8-M y, de nuevo, pocas semanas después, a principios de mayo, con la sentencia de ‘la Manada’. Estos dos ejemplos son una evidencia de su renovada capacidad de convocatoria y del poder de movilización que están tomando las consignas feministas.
Aprovechando este momento central del feminismo, ¿qué lecciones se pueden aprender de las últimas movilizaciones para futuras ocasiones? Uno de los retos alcanzados el 8-M, y que las diferentes organizaciones valoraron, fue la transversalidad. El manifiesto de la huelga ya fue un ejemplo de ello. Montse Benito explica que se plantearon “contenidos muy amplios que interpelaban a gente organizada y a mujeres a título individual, que en su cotidianidad han vivido en primera persona las discriminaciones de las cuales hablábamos”. Además, esta voluntad aglutinadora también se hizo patente a escala intergeneracional. Benito considera que en el 8-M confluyeron “mujeres de diferentes generaciones, de procedencias diversas o de un mismo ámbito familiar que encontraron intereses comunes”.
Precisamente la multiplicidad de reivindicaciones fue uno de los elementos clave para la aparición de nuevos actores. En el primer caso, pocos días antes del 8-M, casi 3.000 periodistas de todo el Estado español se encontraron en un grupo de Telegram dispuestas a organizarse para ir a la huelga bajo el lema “Las periodistas paramos”. Núria Segura, una de las portavoces de este movimiento, explica que “el hecho de que se organizara la huelga mundial de mujeres hizo que las de nuestro sector también dijéramos: aquí también sufrimos discriminaciones”. Sólo en Barcelona, este espacio agrupa a más de 400 periodistas. El mismo día 8 por la mañana, el grupo de Barcelona organizó un acto en los jardines Montserrat Roig con más de 300 asistentes y, en Twitter, serían las impulsoras del ‘hashtag’ #prouperiodismesexista.
¿Qué ocurrirá en este movimiento durante los próximos meses? “De momento nos hemos reunido una vez después de la huelga en Barcelona y ya tenemos algunos proyectos en la cabeza: queremos intentar hacer ‘lobby’ de las reivindicaciones, monitorizar el tratamiento de la violencia machista y preparar herramientas de formación para los medios y para las universidades”, explica Segura. A escala estatal, las periodistas se encontrarán en Madrid el 2 de junio con la voluntad de dar forma a este nuevo espacio.
Pero también ha habido colectivos que decidieron no tomar parte en las movilizaciones del 8 de marzo porque no se sentían representadas. Este es el caso del colectivo de mujeres negras Afroféminas. La fundadora y directora de la entidad, AntoinetteTorres, critica que el “discurso feminista hegemónico” en el Estado español “no reconoce la diversidad”. Según su criterio, “falta mucha educación todavía en cuanto a la intersección entre el feminismo y la racialidad” y en como esta condición afecta a las mujeres negras, “que se encuentran doblemente oprimidas”. “Yo respeto a todas las personas que fueron a la huelga, tienen derecho, pero yo también tengo el derecho de no ir y de luchar por otras vías”, afirma Torres. Sobre este posicionamiento, la activista Marta Mariñas considera que, si bien el feminismo “tiene como objetivo luchar señalando las desigualdades”, y que en los últimos años “se han dado muchas confluencias”, admite también que queda camino para recorrer: “Hace falta que el feminismo blanco y occidental deconstruya las desigualdades y las exclusiones allí donde se reproducen”.
Cómo que la huelga no se circunscribió sólo al ámbito laboral, la capacidad de movilización no recayó sólo en los sindicatos, sino que muchas organizaciones trabajaron de forma autoorganizada y descentralizada. Laura Pelay, de UGT, destaca el “respeto” de las diferentes organizaciones de la comisión a la hora de definir su actuación durante la jornada: “Cada cual puso su granito de arena, desde su óptica, entendiendo lo que podía y quería hacer”. En este sentido, los sindicatos mayoritarios convocaron una huelga de dos horas en los centros de trabajo y después hicieron un llamamiento a la manifestación de la tarde. Esta opción, sin embargo, fue criticada por una parte del movimiento feminista, que consideró que limitar la huelga a dos horas “podía obstaculizar la decisión de las trabajadoras de hacer o no hacer huelga”, como explica Marta Mariñas. De hecho, la activista critica a los sindicatos mayoritarios que “intentaran tomar el protagonismo de una huelga autoorganizada por el movimiento feminista”.
¿Cómo serán las movilizaciones feministas de los próximos tiempos?
Mantener vivas las fuerzas acumuladas el 8-M, dar cuerpo a los nuevos agentes y trabajar por la diversidad son tres de los retos clave que el movimiento feminista tendrá que abordar en los próximos meses. ¿Pero con qué horizonte? ¿Hay que apostar por movilizaciones concretas o buscar la agitación permanente?
Por otro lado, Montse Benito opina que el movimiento feminista tiene que ser capaz de combinar acciones estructuradas con acciones espontáneas “como las que se impulsaron después de la sentencia de ‘la Manada’ y que tuvieron una respuesta masiva”. Aun así, apuesta por la prudencia: “Esto está sustentado por el activismo y yo soy partidaria de ser realista a la hora de plantear determinadas dinámicas. Estamos en alerta feminista, pero quizás las alertas se tienen que dosificar y tenemos que ser más reflexivas sobre el lugar en el que ponemos las fuerzas”, comenta Benito.
Y entre una perspectiva y otra se sitúa Alba Garcia, de CCOO, que considera que el empoderamiento colectivo que se visibilizó el Día de la Mujer hay que saberlo gestionar y mantener en estado latente. “No tenemos que guardar la ropa lila hasta el próximo 25 de noviembre, sino que la agenda feminista tiene que estar muy activa durante todo el año”, comenta.
¿Qué traducción política y social puede tener el 8-M?
Más allá de la organización de movilizaciones específicas, el movimiento feminista se plantea conseguir cambios reales en los ámbitos en los cuales batalla. Socialmente, Marta Mariñas explica que “la situación se está tensando mucho porque hay un cambio de mentalidad y menos tolerancia, y esto choca radicalmente con unas estructuras obsoletas”. La activista destaca la responsabilidad de la clase política: “No se trata de ponerse un lacito lila, sino de transformar los organismos de arriba a abajo: organizar el tiempo en función de los cuidados, reorganizar los horarios laborales, cambiar el sistema socioeconómico, romper radicalmente con las desigualdades de clase, de género y de etnia…”.
¿Pero tiene incidencia el movimiento? Después de las manifestaciones masivas en contra de la sentencia del juicio de ‘la Manada’, el Gobierno español decidió impulsar una comisión para revisar los delitos sexuales del Código penal, inicialmente formada por 20 hombres… y ninguna mujer. Después de que se hiciera pública esta información, el Ministerio modificó el planteamiento y finalmente la comisión sí que contará con la participación de mujeres juristas y catedráticas.
En el ámbito del trabajo, también empieza a haber cambios. Laura Pelay, de UGT, explica que “antes, las cuestiones de género eran los temas que se negociaban a última hora, pero ahora las políticas de igualdad se encuentran en el corazón de las negociaciones”. Con esta perspectiva también coincide Alba Garcia, de CCOO, que añade que actualmente “a nadie le sale a cuenta ir en contra de estas proclamas”. De hecho, los cambios que comentan las representantes sindicales se han empezado a notar dentro de las propias estructuras de estas organizaciones. Garcia considera que dentro del sindicato cada vez hay más gente que tiene claro que la defensa de los “planes de igualdad” se tiene que poner en el centro, y Pelay explica que, después de años de defender políticas de género de forma transversal, ahora hay que “situar el foco aquí para que no se nos diluya”.
Dentro del mismo movimiento feminista, el reto es continuar aportando discurso y dotando de contenido a las movilizaciones. Lo explica Montse Benito, de Ca la Dona: “Existen bases organizativas que han ido funcionando a lo largo del tiempo. Por ejemplo, con el caso de ‘la Manada’, todo el mundo hablaba de que se tenía que reformar el Código penal, y nosotros ya teníamos un discurso estructurado sobre esto”. Desde su punto de vista, al movimiento también le toca apoyar a los nuevos agentes que se han articulado alrededor del 8-M “para que se consoliden”, así como organizar “encuentros asamblearios para hacer trabajo conjunto”. A estos deberes, hay que sumar las reivindicaciones de las mujeres radicalizadas. Para Antoinette Torres, directora de Afroféminas, el reto también es incorporar la interseccionalitat de manera transversal al discurso feminista, y, en esto, este colectivo propone hacer “activismo pedagógico”: “Debatir; en los debates es cuando surge el conocimiento y cuando se entienden las cosas”, dice.
La voluntad de las mujeres en el Contrato Social
03/05/2018
Concha Torralba
Filósofa
Asistir a las enormes movilizaciones de estos días, después de la sentencia de Pamplona, me invita a revolver entre la transversalidad y, con toda la lógica posible, extraer un hilo necesario que conecte este hecho con tres hitos imprescindibles en la historia del feminismo: Mayo del 68, del que ahora se cumplen cincuenta años, y el 15M. Tres movilizaciones que tienen en común la salida a las calles de una juventud que no consiente, que no calla porque es rebelde al silencio, al silencio que se impone desde el poder de las instituciones, el silencio hacia el movimiento político feminista, que hace más de setenta años, ya, sabe muy bien lo que es o no una violación y pide a gritos en las calles una reacción contundente del Estado para defender a las mujeres de la violencia sexual y del feminicidio en aumento día a día. En contrapartida, parece que nada más podemos esperar, las mujeres, la escenificación de ese silencio durante un minuto, delante de los organismos oficiales cuando la violencia se muestra insoportable y muere una mujer tras otra. No. No necesitamos silencio, sino que se pongan en practica al menos lo poco conseguido para nuestra defensa tras cuarenta años de democracia.
La ideología patriarcal y su correlato la lógica del dominio se ha infiltrado durante siglos en todos los pilares que sostienen nuestra sociedad global. Es la juventud feminista la que propone alternativas, la que está produciendo con su fuerza una nueva clase política, revelándose contra la falta de oportunidades y la desigualdad de un amplio sector de la población, que según las estadísticas supone más del cincuenta por ciento, contra el control financiero y la casta política a su servicio, contra el ejercicio abusivo del poder de los hombres sobre las mujeres. Esta semilla contestataria me retrotrae al Mayo 68. Entonces era muy joven aún, no superaba la mitad de la veintena, había nacido mi hija en esas fechas, pero no pude resistirme y asistí al célebre concierto de Raimon en la Facultad de Económicas. Después se llenó la calle Princesa de nosotras pidiendo libertad, acompañadas de “las mangueras” y los hombres vestidos de gris a caballo: toda la represión de la dictadura escenificada. Se consiguieron cosas por supuesto: el auge incipiente del feminismo, el orgullo de género, la ecología, la solidaridad entre las mujeres obreras, con las prostitutas, con las abortistas. El psicoanálisis contribuyó intelectualmente en gran medida con la revuelta del 68 promoviendo el estudio pendiente aún de la sexualidad femenina, los nuevos planteamientos sobre el deseo, se inspiraron trabajos contra el falocentrismo como la misoginia, el feminicidio o la denuncia de las violaciones. Sin embargo la trascendencia de todos estos logros se silenciaron en parte o quedaron en el ámbito académico. Se han escrito innumerables artículos en los medios, especializados o no, sobre Mayo del 68 pero hay pocas referencias en ellos al movimiento feminista. Abocado nuevamente al silencio, pero rescatado por voces de mujeres, comprometidas e implicadas con el feminismo, que continuaron manifestando sus reivindicaciones y alimentando lo que creció exponencialmente en aquellas revueltas sin contar con el apoyo de los colegas masculinos. Celia Amorós cuenta que, incluso, se llegaron a trazar esquemas teóricos interesantes y novedosos pero como si las mujeres no existieran y, en caso de tenerlas en cuenta, se les adjudicó un lugar no negociado. Impugnar esta situación da idea de hasta qué punto el movimiento feminista es un movimiento político al enfrentarse al poder de los hombres. Y da idea, también, de cómo se genera el concepto crítico de patriarcado, cómo se le da la vuelta a una categoría ya asentada y al reinterpretarlo se consigue un nuevo discurso; ahora el patriarcado se entiende ya como el poder de asignar espacios.
Las cuestiones referentes al concepto “sujeto” era uno de los pilares estructurales que se mostraron en el Mayo francés. Simone de Beauvoir en el Segundo Sexo se extiende sobre la pregunta de por qué las mujeres hemos sido excluidas del estatuto de sujeto, ya que el sujeto es la base sobre la que se construyen los conceptos de ciudadanía e individualidad. Lo más interesante de esto, en mi opinión, es alterar la categoría “sujeto” para darle la característica de proceso que postula el existencialismo. Al evitar el esencialismo es posible apropiarse de las posibilidades para realizarlas y tener así la capacidad de “elegir lo que queremos ser”. En el feminismo actual esta no es una cuestión baladí. Las mujeres somos muy conscientes de que el movimiento feminista sigue un proceso imparable para conseguir un estatuto de sujeto político incuestionable como tal sujeto, con todas las connotaciones políticas que semejante asunto conlleva. La historia de este proceso no es nueva, ya en el XIX Mary Wollstonecraft protestaba que se hubiera excluido del “Espíritu de la Ilustración” kantiano a las mujeres condenadas a una eterna minoría de edad y a una razón de segunda mano o, como dice Cristina Molina, “las mujeres seguiremos siendo el sector que las luces se niegan a iluminar” La voluntad general de Rousseau es la voluntad de los varones que son los sujetos políticos, a lo que Foucault añade que sólo la proyectan a las mujeres en la medida de sus intereses económicos y de poder. Así las cosas está claro que el sujeto del discurso político se reservaba al sujeto masculino, a una sexualidad masculina. Todos estos excesos teóricos sentaron las semillas de la radicalización del movimiento feminista en cuanto la búsqueda de líneas de fuga en un mapa reaccionario que negaba todo lo que estuviera fuera de tal discurso.
A finales de los setenta las mujeres casadas españolas aún no podían viajar, vender y comprar bienes sin el permiso de sus maridos o abrir a su nombre una cuenta corriente en un banco. Con este panorama se comprende que se planteara qué era prioritario, si la lucha feminista o la lucha política. Este dualismo era la consecuencia de que los partidos políticos de orientación marxista pensaban que cuando se llegara a un Estado socialista esas diferencias estarían resueltas y que el feminismo desgajaría la lucha por los derechos de los y las trabajadoras. Cosa curiosa que se hubiera desbaratado simplemente mirando la historia del papel, silenciado en gran parte, de las mujeres en la revolución rusa. De cómo se liquidaron todas las reformas postuladas por Kolontai, Krupsteva o Normand, quienes insistieron en que la Revolución no se culminaría si no se reformaba el estatus, o más sencillamente, los roles de las mujeres. En diciembre de 1975 se reunieron varios cientos de mujeres para pedir la libertad de presos y presas políticas de la dictadura. Ya casi en los ochenta llega a España la afirmación de Kate Millet “Lo personal es político” es decir, las relaciones que juegan en lo privado tienen que salir a la luz y visibilizarse para someterlas a debate, a normatividad y a consenso, es decir tienen que politizarse.
Los ochenta extienden distintas teorías feministas, el feminismo de la igualdad, el feminismo de la diferencia, el feminismo cultural, el lesbianismo político, el ecofeminismo. Surgen movimientos feministas en torno a la izquierda como el MDM vinculado al PC, el Frente de Liberación de la Mujer, o el Partido Feminista creado por Lidia Falcón en 1979. El feminismo de la igualdad defiende los puntos en común entre hombres y mujeres, mientras el de la diferencia subraya las diferencias. Por su parte las feministas culturales diferencian el valor superior de las características, consideradas tradicionalmente masculinas, sobre las femeninas más cercanas a la naturaleza, con lo que surge necesariamente la pregunta ya clásica “¿es la cultura respecto a la naturaleza lo que la mujer es respecto al hombre? Todas las respuestas a esta ecuación siguen vigentes en el discurso del feminismo en general. De la misma manera que el lesbianismo político llega hasta el 15M y aún lo trasciende en la defensa de la elección consciente de la homosexualidad, partiendo de la afirmación de que la heterosexualidad se alía frecuentemente con el enemigo. Dar estatuto de categoría política a la heterosexualidad da lugar a una serie de análisis críticos sobre el dispositivo represivo del patriarcado para reprimir la sexualidad femenina con una orientación en otra dirección.
La anécdota ocurrida en la Universidad de Nanterre durante Mayo del 68, del estudiante que entró en el aula donde estaban reunidas en asamblea las mujeres y con todo el desparpajo se dirigió a la pizarra y escribió “El poder está en la punta del falo” Esta escenificación del poder masculino une el Mayo del 68 con el 15M. En la acampada de Sol, en Madrid, un grupo de feministas descolgó sobre otras pancartas, entre la calle del Carmen y la de Preciados, la siguiente consigna, repetida una y mil veces después de la acampada, “La revolución será feminista o no será” Al día siguiente había desaparecido. Algún varón o varones “aguerridos” subió a la azotea para descolgarla. Desde una a otra han transcurrido más de cuarenta años, sin embargo, desde la acampada en la Puerta del Sol hasta ahora tan sólo unos pocos. Las feministas ya hemos conseguido el estatuto de sujeto político. Vamos a seguir fundamentando la diversidad en nuestros supuestos, que si la igualdad, que si la diferencia, que si Queer, que si ecofeminismo, mil cosas, pero ahí estamos con un maravilloso recambio y recogida del testigo en nuestra lucha por tantos miles de mujeres jóvenes en las calles levantando la voz, llenas de dolor por la sentencia incomprensible de Pamplona. Ya no será posible el silencio, se necesita la perspectiva de género en las instituciones. No se puede obviar así los sentimientos y los derechos de las mujeres. No queremos más cárcel ni más condena, queremos más afirmaciones de transversalidad, queremos que se nos tenga en cuenta a la hora de legislar, a la hora de tomar decisiones, a la hora de querer una sociedad más justa. Vamos a seguir ampliando el Mayo del 68 y el 15M, esa es nuestra herencia.
Ya no más silencio.
¿Puede la justicia ser feminista?
30/04/2018
Antoni Aguiló
Filósofo político del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra
La sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra que absuelve a los miembros de La Manada de violación, tipificando el acto delictivo como un abuso sexual, constituye un indulto repugnante revelador de la íntima relación entre patriarcado e (in)justicia. Varias de las injusticias contra las que luchan las mujeres se derivan de un patriarcalismo que permea el sistema jurídico, directamente implicado en la reproducción de la dominación masculina y la cultura patriarcal. ¿No es violación que cinco hombres penetren forzadamente a una joven? ¿Qué tipo de mentalidad es la de un juez que solo aprecia en el vídeo de la agresión “actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo”? Se trata de una sentencia propia de una justicia miope más preocupada por las reacciones de la víctima (“ni dolor ni asco, era excitación sexual”) que por la conducta de los agresores.
La justicia en general y la justicia de género en particular se hallan de nuevo en entredicho en España, una justicia que no ve probada la violencia que requiere la violación, pero que sí ve probada la violencia en la organización de un referéndum pacífico. Lo grave es que no estamos ante un hecho aislado, como ponen de manifiesto otros casos recientes que destilan patriarcalismo jurídico. Me referiré a dos. El primero es el caso de las feministas encausadas de Palma, condenadas a un año de cárcel por interrumpir en 2014 con una protesta pacífica una liturgia religiosa celebrada en la parroquia de Sant Miquel. La movilización se enmarcaba en un acto de protesta contra la reforma de la ley del aborto que preparaba el por entonces ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón. Las activistas protestaban por la influencia que la Iglesia católica tuvo en la reforma Gallardón. En 2016, la sentencia de la Audiencia Provincial de Palma las consideró autoras de un delito penal contra la libertad religiosa. Ese mismo año, el Juzgado de lo Penal número 6 de Madrid condenaba a la portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, a una multa 4.320 euros por un delito contra los sentimientos religiosos por una protesta en 2011 en la capilla del campus de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid, del que posteriormente fue absuelta.
El segundo caso es el de la apertura de juicio oral a la activista feminista Nina Parrón, Consejera de Igualdad del Consell Insular de Mallorca. Parrón se enfrenta a un supuesto delito de injurias y calumnias con publicidad contra Jorge Skibinsky, presidente de la Asociación de Padres de Familias Separados de Baleares, quien, en una carta publicada en julio de 2016 en un rotativo local, negaba que el asesinato de Xue Sandra por parte de su expareja fuera una “acción machista”, sino que se trataba de un “crimen pasional” motivado por la “incapacidad del agresor de aceptar que su pareja iba a dejarle”. Parrón denunció el caso ante la Fiscalía, que archivó la denuncia. A su salida declaró ante los medios de comunicación que las palabras de Skibinsky podían ser constitutivas de un posible delito de apología de la violencia machista. Skibinsky interpuso una querella criminal contra Parrón por calumnias e injurias con publicidad, alegando que las declaraciones habían generado un “clima de tensión” y una “animadversión injusta” contra él. El Juzgado de Instrucción número 8 de Palma impuso recientemente a Parrón una fianza civil de 30.000 euros a la espera de que se celebre el juicio oral. ¿Cómo es posible que quien defiende desde las instituciones públicas los derechos de las mujeres pueda llegar a ser condenada a raíz de una querella de quien reduce un problema estructural como la violencia de género a un episodio de obsesión y enajenación personal? El caso de Nina Parrón recuerda a la justicia invertida de la que habla Lewis Carroll en Alicia a través del espejo, que primero sentencia y después juzga.
Ambos casos tienen un denominador común: la denuncia de alguna forma de violencia contra las mujeres, pero también ambos presentan contenidos perturbadores para la libertad de expresión, en estado crítico en España tras sentencias como las de Valtonyc, César Strawberry, Cassandra Vera, el caso de los titiriteros, el secuestro del libro Fariña sobre el narcotráfico gallego y la retirada de la obra “Presos políticos” de Arco. El caso de Parrón es un suma y sigue: representa una mordaza del patriarcado que limita la libertad de expresión, a la par que un aviso para que las feministas anden con pies de plomo y abanderen sus convicciones de forma silenciosa.
Sin embargo, conviene situar el retroceso actual de la libertad de expresión en España en el contexto más amplio de la escalada represiva diseñada para silenciar los movimientos sociales, sobre todo a raíz de las movilizaciones que surgieron del 15M, cuya respuesta institucional fue la aprobación de Ley de Seguridad Ciudadana (más conocida como Ley Mordaza) por el Gobierno de Rajoy en 2015. Las políticas de austeridad que la Unión Europea y el Gobierno español adoptaron en respuesta a la crisis forman parte de una misma estrategia neoliberal y conservadora que criminaliza el activismo social y limita la libertad de expresión. Se trata de una estrategia que combina austeridad y represión para garantizar los beneficios del capital financiero mediante las crisis que genera.
En este contexto, urge reformular la pregunta de “¿puede el derecho ser emancipador”? que se hacía Boaventura de Sousa de este modo: ¿puede el sistema de justicia ser un instrumento de lucha emancipadora de las mujeres?, ¿puede el derecho dejar de ser un producto de la cultura machista y sexista hegemónica al servicio de la dominación patriarcal que trata a las mujeres como el “segundo sexo”, según la conocida expresión de Simone de Beauvoir? Cabe cuestionar de raíz la teoría jurídica, poniendo en tela de juicio los presupuestos e intereses que asume, así como poner en jaque el modo en el que el derecho se aplica, todavía por medio de instituciones que, aunque contemplen las demandas de las mujeres, siguen estando moldeadas por la ideología patriarcal. Necesitamos un derecho articulado con los conocimientos y los movimientos feministas: ¿por qué en las Facultades de Derecho de las universidades públicas no hay asignaturas de jurisprudencia feminista y sí de Derecho eclesiástico del Estado? Un derecho con más acciones de sensibilización, formación y sobre todo de movilización de los juristas comprometidos con el cambio social progresista.
Los platos en equilibrio de la balanza de Temis, la diosa de la justicia en la mitología griega, indican que no hay diferencias entre las personas cuando se juzgan sus aciertos y errores. Desgraciadamente, los hijos del patriarcado han desequilibrado una vez más los platos de la justicia a su favor.
Feminismo y cultura de la vida, la solidaridad y el bien común
26/04/2018
Javier Segura
Profesor de Historia
Las movilizaciones masivas y la huelga internacional de mujeres del pasado 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, convocadas en más de 150 países, ha entrado a formar parte, por su éxito incuestionable, en la memoria colectiva del feminismo y del conjunto de los movimientos sociales en favor de la realización plena y efectiva de los derechos humanos. En efecto, en la medida en que el feminismo propugna, como idea base sobre la que se cimienta todo su desarrollo posterior, la igualdad entre mujeres y hombres en derechos y libertades y, por consiguiente, la erradicación de todas las formas de opresión, constituye un elemento consustancial de la cultura de la vida, la solidaridad y el bien común. En esta línea, la perspectiva feminista es fundamental para entender que no puede haber emancipación social sin la eliminación de todas las trabas impuestas por el orden social al desarrollo de la vida personal y colectiva de las mujeres, la mitad de la humanidad, en toda su plenitud.
Es lo que se puso claramente de manifiesto en el movimiento del pasado 8 de Marzo en el que la huelga, más allá del frente laboral, se hizo extensiva al consumo, los cuidados en el hogar y la educación, permitiendo visibilizar que “si las mujeres se paran, el mundo se para”. Fue éste un planteamiento innovador e inclusivo en el que confluyeron todas las sensibilidades feministas.
Frente a ello, hubo quienes, desde las tribunas del conservadurismo ibérico, intentaron desacreditar la convocatoria, acusando a la Comisión 8M, organizadora del evento, de “politización”, por vincular la defensa del feminismo a la denuncia del capitalismo y el neoliberalismo, o de grupo “elitista e insolidario” promotor del “choque entre hombres y mujeres». Una vez rendidos al éxito de la convocatoria, optaron por el ridículo postureo de lucir en público los lacitos morados. No querían quedar fatal. ¡Qué ilusos!
No se puede negar la evidencia. El capitalismo, como modo de producción y distribución de la riqueza y el poder en torno a las posiciones desiguales y antagónicas entre patronos capitalistas y trabajadores asalariados, y el neoliberalismo, que constituye la ideología y el modelo de gestión hegemónico del mismo desde finales de los años los años 70, conforman un sistema por naturaleza depredador y destructivo de los derechos de las personas y del planeta, con profundas desigualdades estructurales, entre las cuales las relaciones jerárquicas de género, construidas socialmente en torno a la división sexista del trabajo, ocupan un lugar central.
Veamos:
El capitalismo es consustancial a un sistema social asentado en el dominio del mercado, es decir, del espacio donde las empresas privadas compiten por la obtención de plusvalías, sobre todos los ámbitos que fundamentan la distribución de la riqueza en la sociedad: los recursos naturales, los bienes de uso, el trabajo y la propia moneda. En esta “sociedad de mercado”, la subordinación de la vida social a la lógica del máximo beneficio privado posible lleva implícita la quiebra del binomio libertad-igualdad, sobre el que se fundamentan, por su indisociable maridaje, todos los movimientos emancipatorios y, por tanto, el feminismo. Así, mientras que, desde las aspiraciones colectivas a la emancipación, la libertad no puede entenderse sin la igualdad en la distribución de las condiciones materiales necesarias para poderla ejercer, la libertad que pregona la razón capitalista, separada de la igualdad, supone, en la práctica, la restricción de la libre elección a las posibilidades derivadas del nivel de renta y poder disponibles. ¡Una perversa paradoja!
En esta lógica capitalista, en la que la libertad equivale al privilegio del poder para hacer y deshacer “libremente”, el patriarcado, sistema de dominación masculina construido sobre la opresión y subordinación de las mujeres, ha servido al capital para que éste refuerze su domino, no sólo en términos ideológicos, sino también en la propia organización de la explotación del trabajo, la división sexual del mismo y su reproducción. Esta asimilación del patriarcado en el capitalismo se ha producido gracias a una auténtica reconversión adaptativa del primero, en virtud de la cual, el secular modelo familiar como unidad de producción se ha visto relegado a la esfera de la privacidad, convirtiendo el trabajo de los cuidados necesarios para la reproducción de la vida y la fuerza de trabajo (cuidados de la infancia, las personas mayores, enfermas o dependientes) en la contribución gratuita de las mujeres al mantenimiento del statu quo.
En este proceso, el programa de gestión neoliberal del capitalismo, que aspira a la integración sin paliativos de la sociedad en el mercado y apuesta descaradamente por un modelo de acumulación de capital en pocas manos por desposesión de la ciudadanía, ha conducido inexorablemente a un reforzamiento de la alianza capital-patriarcado. Las políticas públicas derivadas de este “matrimonio de conveniencia”, dictadas desde núcleos de poder oligárquico absolutamente masculinizados, han supuesto un expolio social generalizado, en especial de los derechos de las mujeres. Es irrefutable. Por una parte, los recortes y las privatizaciones de los servicios públicos y las prestaciones sociales han incidido de manera especialmente grave en la esfera de los cuidados y, por tanto, en las mujeres, aumentando las trabas para que éstas puedan incorporarse al empleo remunerado. Por otra, las contrarreformas laborales han conducido a un progresivo empobrecimiento social, por la precarización de las condiciones de vida en general y las laborales en particular, en el que las mujeres, excluidas o menos integradas en las estructuras laborales y de poder, se han llevado la peor parte. Es la feminización de la pobreza, que se hace visible en la brecha salarial, los mayores niveles de desempleo en las mujeres, la diferencia en la cuantía de las pensiones, el reparto desigual de las tareas domésticas, la mayor vulnerabilidad de las mujeres en momentos de crisis económicas, catástrofes medio-ambientales o conflictos armados y, en definitiva, en todas las manifestaciones de la discriminación sexista. Sólo un dato: el 80% de las personas que sobreviven en el mundo en el umbral de la pobreza o por debajo del mismo, tres cuartas partes de la humanidad, son mujeres.
En este contexto, la insaciable mercantilización patriarcal se expresa de la forma más denigrante para la dignidad humana en la apropiación y explotación del cuerpo de la mujer como objeto de deseo y fuente de negocio filo-mafioso, donde se fundamenta la industria vinculada a la trata, la prostitución y los “vientres de alquiler”. Parece que hay quienes piensan que las mujeres están dispuestas por “solidaridad” a tener hijos para regalarlos.
Pero el neoliberalismo no es sólo el plan hegemónico para engordar fortunas privadas a costa de las instituciones públicas y las mayorías sociales, también es una cultura intrusiva cuyos valores refuerzan el androcentrismo, es decir, el ideario que atribuye al hombre la representación de la humanidad entera y define en masculino la autoridad y el liderazgo. Así, el énfasis ideológico que la razón neoliberal pone en el el individualismo, que ensalza la iniciativa privada como fuerza motriz de la sociedad, o la competitividad, convertida en factor regulador de las relaciones humanas donde los que triunfan son los mejores, conlleva, necesariamente, la exclusión de quienes están en peor disposición para emprender y compertir y, por tanto, de las mujeres.
Frente a todo ello, el concepto de género, constituye la categoría central que permite entender la raíz de la discriminación social de las mujeres (1)
Lo vemos:
La noción de género surge a partir de la idea de que lo «femenino» y lo «masculino» no son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales. Así, mientras el sexo se circunscribe a las diferencias bio-fisiológicas entre los cuerpos de las mujeres y los hombres, el género se configura a partir de las normas y conductas asignadas a ambos en función de su sexo. Como señaló Simone de Beeauvoir, indiscutible referente de la cultura feminista, “la mujer no nace, se hace”. Esta distinción entre el sexo y el género resulta fundamental, ya que permite entender que el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres no reside en un estricto determinismo biológico, sino en el conjunto de normas sociales creadas para uno y otro sexo por el sistema patriarcal, cuya supervivencia histórica no ha sido dictada por la “naturaleza”, como muchos pretenden hacer creer, sino por su capacidad de adaptación a las distintas realidades históricas sustentadas en el control masculino de los principales medios de producción (2).
Desde esta perspectiva, el patriarcado se define como el sistema en el que el monopolio masculino del poder, a través de la fuerza, la ley, la tradición, la educación, la cultura y la división del trabajo, se ha atribuido a lo largo de la historia la capacidad de definir el papel social reservado a la mujer, aprovechando la ductilidad de los seres humanos a los requerimientos de las pautas sociales entre las que transcurre nuestra vida.
De esta forma, es la desigualdad de género la que constituye la fuente real de todo el cúmulo de discriminaciones, injusticias y agresiones sufridas por las mujeres por el simple hecho de serlo: discriminación en el mercado laboral, sobrecarga en la distribución de tareas y responsabilidades en el hogar, indefensión ante el acoso y la violencia machistas…En esta desigualdad, la creación y reproducción de los estereotipos sexistas a través de los numerosos agentes de socialización de la vida humana, como la familia, la escuela, las agrupaciones sociales, los medios de comunicación o el lenguaje, entre otros, juegan un papel fundamental como elementos legitimadores de la subordinación de las mujeres. En efecto, dichos estereotipos atribuyen a los varones características más valoradas que a las mujeres, definiendo en masculino valores como la iniciativa, la autonomía, la independencia, la agresividad o la libertad, e identificando otros como propios de la feminidad, como la pasividad, el servicio, la sumisión o la sensibilidad. Son los prejuicios que sustentan el machismo, que se define por el conjunto de ideas, juicios, actitudes y comportamientos apoyados en la creencia de que los hombres son superiores a las mujeres.
Conviene señalar que, paradójicamente, la posición de predominio que la desigualdad de género otorga al hombre no le convierte, sin embargo, en un ser libre. La obligación de responder a las exigencias viriles del género, como la de tener que demostrar autoridad, coraje, valentía o agresividad, puede suponer, y de hecho supone, una pesada carga y un elemento castrante de la personalidad. El feminismo es también emancipación para los hombres.
Por todo ello, la igualdad de género constituye el elemento central de la lucha feminista. Es, además, condición indispensable para recuperar el vínculo sustancial del binomio libertad-igualdad y avanzar en la cultura de la vida, la solidaridad y el bien común. Hoy, la participación plena, igual y efectiva de las mujeres en la toma de decisiones, la socialización de los cuidados, la erradicación de toda discriminación laboral por razón de sexo, la ruptura del ciclo del empobrecimiento, la conciliación de la vida personal, familiar y laboral, la implementación del derecho de las mujeres al propio cuerpo, la erradicación de la violencia machista, la eliminación de la impunidad por violaciones de los derechos humanos, la extirpación social de los prejuicios sexistas y la promoción de la mujer constituyen objetivos irrenunciables de la lucha común, de hombres y mujeres, por un mundo mejor, que ponga en el centro la vida de todas las personas. Para lograrlo, la igualdad de género ha de impregnar tanto la organización social como la vida cotidiana y ello no será del todo posible hasta que no haya un compromiso generalizado de personas, colectivos e instituciones con una feminización-humanización de los valores, que permita el pleno desarrollo de las potencialidades propias, prescindiendo de que puedan ser consideradas como masculinas o femeninas, hasta que en la vida social se deje de adoptar como propia una visión androcéntrica del mundo.
Se trata, por tanto, de un auténtico cambio de paradigma, que exige un nuevo modelo cultural que, por una parte, reconstruya y reinvente el amplísimo espacio que el neoliberalismo ha saboteado o destrozado para construir un orden alternativo, fundado, no sobre la propiedad capitalista, sino sobre la propiedad social, entendida como el conjunto de servicios, prestaciones y garantías proporcionadas por el Estado social y, por otra, haga confluir la lucha por la transformación del mundo con la necesidad ineludible de cambiar la vida, de construir la sociedad desde la dignidad de la vida humana, la buena vida.
Es la gran aportación del feminismo a la humanidad: la vida de los cuerpos es la base de la sociedad y, por tanto, constituye el núcleo vertebrador necesario para el progreso hacia una sociedad solidaria y del bien común.
El futuro es mujer, sin duda.
(1) El presente artículo incluye la definición del patriarcado, el androcenrismo, la distinción sexo-género y el machismo. Son conceptos-clave del análisis feminista que completo en esta nota con la noción de sexismo.
El sexismo se define por los métodos que, objetivamente, son empleados en el sistema patriarcal para mantener a las mujeres en situaciones de discriminación.
Es muy importante la clarificación conceptual de cara a establecer en el análisis las oportunas relaciones y distinciones.
(2) El desarrollo de la idea sobre los orígenes y evolución histórica del patriarcado rebasa las posibilidades del presente artículo.
PD.- Un acertijo para concluir: “Pérez tenía un hermano. El hermano de Pérez murió. Sin embargo, el hombre que murió nunca tuvo un hermano”.
¿Hacia dónde va la cuarta ola del feminismo?
09/04/2018
Patricia Merino
Autora de Maternidad, Igualdad y Fraternidad
El pasado 8 de marzo millones de mujeres de todas las edades y ámbitos sociales marcharon por las calles para pedir igualdad. Pero ¿cuál es exactamente la demanda de igualdad que ha sacado a todas esas mujeres a la calle? Sin duda es una demanda variada y plural, pero lo que es seguro es que no es el proyecto feminista burgués liberal lo que de la noche a la mañana ha convertido al feminismo en un movimiento de masas. Es la vertiente más crítica con el sistema la que ha desencadenado esta explosión de protesta que expresa el hartazgo de las mujeres a pie de calle. Hartazgo de una violencia machista que es estructural y que engrasa la reproducción del patriarcado (acosos y violaciones,asesinatos de mujeres y de menores, la tolerancia y la complicidad con la trata y la prostitución,etc.), y por otro lado,hartazgo de una precariedad que ataca con más saña a las mujeres ya que se construye en gran medida a través de su explotación y su trabajo no remunerado. La mayoría de las mujeres que salieron a la calle el pasado 8M no creen que la participación en el empleo pueda hoy traer la igualdad, saben que el empleo es parte de la opresión; y en otro orden de reivindicaciones, tampoco la abolición del binarismo sexual parecía ser una de sus preocupaciones centrales.
La presencia de millones de mujeres en las calles se puede explicar cómo respuesta al alarmante recrudecimiento del patriarcado sucedido en las últimas décadas. Y no es en las altas esferas del mercado laboral, allí donde se dirimen las cuestiones relacionadas con el techo de cristal, donde se producen actualmente los ataques más duros del patriarcado. Hoy esa ofensiva tiene dos frentes: uno es la intensificación de la cosificación y la comercialización de los cuerpos de las mujeres, que tiene en las cifras de trata y prostitución y en las de criaturas adquiridas por subrogación–España bate récords internacionales de demanda en ambas prácticas–su manifestación más llamativa.El otro es la feminización dela pobreza, que en España,mucho más que en otros países europeos, está estrechamente vinculada a la pobreza infantil y a la inexistencia de prestaciones para la crianza, de nuevo, dos aspectos en los que España bate récords internacionales (al alza en pobreza infantil, y a la baja en gasto público en prestaciones). Ambas ofensivas pivotan de manera decisiva sobre algo que siempre ha sido un eje fundamental de la dominación patriarcal: la maternidad como capacidad procreadora inalienable de las mujeres y como experiencia que les pertenece.
Hoy, gracias a la feminización de la pobreza y a unas leyes que banalizan la maternidad como experiencia corporal, los varones pueden, si tienen los recursos y las ganas, encargar, expropiar y apropiarse legalmente de criaturas con sus genes paridas por mujeres. No es casual que sea precisamente por este flanco por el que las mujeres reciben hoy algunas de las agresiones más duras del patriarcado, ya que la maternidad, como potencia, y como derecho propio de las mujeres ha sido el aspecto de su experiencia más ignorado, soslayado y silenciado por el feminismo hegemónico en las últimas décadas.
Es urgente que se establezca la protección de la maternidad,y la lucha contra su expropiación como objetivos básicos del feminismo. Se trata de un posicionamiento que el feminismo hegemónico aún no ha hecho de manera clara, y es esta la propuesta que recoge mi libro Maternidad Igualdad y Fraternidad. El libro fue recibido con un“clamoroso silencio”pero sí se me interpeló para que concretara a qué me refería con “feminismo hegemónico”o “dominante”. Y lo voy a hacer aquí. De entrada, me refiero a un feminismo que detenta parcelas de poder real, ya sea en la academia, en la política o en los medios. Podría señalar tres líneas ideológicas importantes que son parte de lo que entiendo como “feminismo hegemónico”:
– El feminismo Oficial defendido desde los gobiernos, la Unión Europea, los partidos políticos de todo el espectro, y organismos como la OCDE, el INE, el CSIC, etc. En un feminismo liberal que basa su proyecto emancipador exclusivamente en el empleo.
– El feminismo Clásico “de la igualdad”, representado en España por Celia Amorós y su escuela, que elude sistemáticamente la cuestión de la maternidad como experiencia biosocial. Y que si bien hoy ha adoptado una posición crítica con el neoliberalismo, en la línea en que la economía crítica feminista viene trabajando desde hace mucho tiempo, en muchos aspectos sigue siendo un feminismo liberal.
– El feminismo queer de la tercera ola también tiene cotas de poder en la política y en la academia. Su programa,en España muy centrado en la negación del binarismo sexual, ha logrado conquistas políticas importantes como el matrimonio gay.
Pero, ¿qué es lo que puede aglutinar a tres líneas ideológicas aparentemente tan diversas en una misma categoría? Para desvelar ese eje común es preciso profundizar en el concepto de “hegemonía”, y para ello seguimos a Gramsci, que la define como el modo en que las gentes, por consentimiento espontáneo, incorporan la ideología del grupo dominante y de ese modo se constituye lo que solemos llamar “sentido común” –es decir, lo normal, verdadero y deseable–,algo que las ideologías hegemónicas logran hacer a través de mecanismos de inclusión y exclusión. Esta idea aplicada al feminismo extiende el marco de “lo hegemónico” más allá de su presencia en la política, en la academia y en los medios, y alude a una forma más sutil del poder que se manifiesta en la preeminencia de unas determinadas maneras de interpretar la realidad que definen la normalidad -en este caso la normalidad dentro del feminismo-. Es en este sentido precisamente en el que la maternidad se ha erigido hasta ahora como la gran barrera de coral, la cuestión tabú capaz de separar el feminismo hegemónico del no hegemónico, y capaz de congregar a feminismos diversos bajo el paraguas común del antimaternalismo.
El soslayamiento y el silenciamiento normativo de la cuestión maternal como experiencia biosocial propia de las mujeres es lo que considero el rasgo definitorio de lo que aglutino en mi categoría de “feminismo hegemónico”, que también se caracterizaría por su respeto a dos axiomas incuestionables, a saber: la completa igualdad de paternidad y maternidad; y el carácter construido,no “natural” de todas las relaciones, incluida –de manera muy especial e intencionada– la relación madre/criatura. Pero estos dos axiomas que hasta ahora han sido pilares ideológicos fundamentales de los feminismos de la segunda y de la tercera ola –que no de la primera– están hoy desmoronándose a una velocidad vertiginosa debido a la irrupción dela nueva mutación del patriarcado que muestra su cara más terrible en fenómenos como la normalización de la maternidad subrogada, los casos de asesinatos de menores por parte de sus padres, y las custodias compartidas impuestas en los juzgados; todas ellas agresiones graves a las mujeres en su experiencia maternal.
En relación a las custodias compartidas impuestas, decía Rosa Cobo en un artículo en Público (“Atrévete a aprender”) sobre el caso Juana Rivas yen contra de la actual imposición de custodias compartidas: “…el amor y cuidado a hijos e hijas tiene que ser el mismo antes y después del divorcio. Si el afecto y el trabajo son paritarios en la familia, entonces la custodia compartida deberá ser impuesta por ley. Sin embargo, la realidad es otra…”. Yo no creo que imponer custodias compartidas basándolas en simples ecuaciones matemáticas de paridad (antes y después, afecto y trabajo) sea positivo ni justo sin que antes la sociedad haya realizado una muy seria y profunda reflexión sobre lo que es la maternidad y lo que es la paternidad. Tampoco creo que el reparto necesariamente simétrico al 50% del cuidado de las criaturas desde el minuto 0 fuera la seña de identidad de sociedades hipotéticamente igualitarias en las que las mujeres gozaran del mismo estatus social que los varones. Custodias compartidas al 50% de bebés de 4, 6 y 12 meses, como de hecho se han impuesto judicialmente en España, no son garantía de igualdad ni hoy ni dentro de 300 años, aun cuando el papá hubiera cambiado tantos pañales como la mamá. Las custodias compartidas impuestas en la etapa temprana son y serán siempre una expresión legal más de la versátil y milenaria pulsión patriarcal que busca apropiarse de las criaturas paridas por las mujeres, y de banalizar, alienar o romper el vínculo privilegiado madre-criatura. En una sociedad verdaderamente igualitaria, en la que la igual dignidad de las mujeres fuera parte de su ADN institucional, la maternidad sería reconocida, protegida y respetada como algo propio de ellas, y en torno a lo que ellas tendrían poder de decisión en todos los estadios de lo que entendemos como maternidad.
Pero es sin duda la cuestión de la maternidad subrogada lo que ha supuesto un punto de viraje decisivo. La gran mayoría del feminismo se ha posicionado clara y contundentemente en contra delos vientres de alquiler. Sin embargo, lo que el feminismo hegemónico no parece ver o reconocer de manera explícita es la profunda y peligrosa relación que existe entre algunos de los que hasta ahora han sido sus postulados fundamentales (la completa igualdad de paternidad y maternidad, y el carácter construido y no “natural” de la relación madre-criatura) y la terrible facilidad con la que la actual ofensiva patriarcal ha logrado en las últimas décadas institucionalizar y normalizar toda una serie de coacciones, explotaciones, subyugaciones y abusos legales contra las mujeres vinculados de manera directa o indirecta con el hecho de la maternidad:Los explotadores de trata y prostituciónsi pueden usar el vínculo materno para coaccionar a las mujeres;la amenaza de custodia compartida impuesta es sistemáticamente usada por varones despechados para lograr un acuerdo de divorcio favorable o cualquier otra ventaja, cuando no como venganza; mujeres jóvenes venden sus óvulos por poco dinero y sin conciencia de los riesgos físicos para que el bullante negocio reproductivo lucre a unos pocos; la normalización de la maternidad subrogada tolera que varones hetero, homo o bi puedan comprar bebés sin madre a discreción, a pares, a tríos y hasta 16 como hizo el joven millonario japonés Shigeta, y cuando es una pareja hetero convencional quien encarga una criatura, el varón es generalmente el único que aporta sus genes,por lo que está en su mano otorgar a su mujer una maternidad por adopción o echarse atrás en el último momento, cosa que ya ha ocurrido más de una vez en España.
El feminismo hegemónico ya ha comenzado a virar en lo relativo a su visión de la maternidad: empezamos a escuchar frases más amables sobre la cuestión e incluso a oír nombrar un “vínculo primal” a quienes nunca habían mencionado la maternidad más que para reclamar permisos iguales e intransferibles. Este viraje es un gran avance para el feminismo. Nos orienta hacia el único horizonte posible si acaso el feminismo es un movimiento que lucha por la dignidad de todas las mujeres, y nos aleja de los callejones sin salida que son tanto la mistificación del empleo como la negación del binarismo sexual.
Creo que la cuarta ola del feminismo va a ser aquella que definitivamente barra el antimaternalismo como posición normativa del feminismo, y en sus aguas regeneradoras traerá, además, una visión más universalista. Un universalismo necesario ante un panorama actual de dominación y explotación de mujeres que tiene escala planetaria, y que tiende a dividir a las mujeres en todos los ejes posibles: de clase, de raza, de orientación sexual, de etnia, de religión, de opciones reproductivas, de ideología… Divide y vencerás es una táctica de guerra tan vieja como eficaz. Y sí, por qué no, nuestra capacidad de procrear –como potencia positiva y poderosa– puede ser ese aglutinante que una a todas las mujeres del mundo, independientemente de lo que cada una decida libremente hacer con esa potencia que es suya. La cuarta ola debiera significar la definitiva irrupciónde la conciencia de que si bien nuestra capacidad de procrear es efectivamente el lugar donde enraíza la opresión, es también fuente de poder y el lugar donde debemos encontrar las claves para una igualdad real, pero no mediante su negación y devaluación –que es exactamente lo que ha hecho siempre el patriarcado– sino dándole un valor central dentro de las reivindicaciones feministas.
Lo que el patriarcado no entiende del feminismo
09/04/2018
Ana Barba
Edafóloga, activista social y política por la democracia participativa, el feminismo y la ecología.
Durante las semanas previas a la #HuelgaFeminista8M pudimos asistir a un sinfín de entrevistas, tertulias, actos, declaraciones, publicaciones diversas, artículos, reportajes y millones de tuits y post de FB. La mayoría con su interés y sus aportaciones, pero algunos demasiado superficiales o desinformados e incluso unos cuantos con muy mala baba o abiertamente anti feministas.
No se puede negar que hay tantos matices sobre el feminismo como experiencias vitales, pero hay que advertir que no todo vale y que por mucho que se autodenominen feministas, hay muchas personas que no lo son, que ni se aproximan con sus ideas a la esencia del feminismo. El hecho de que la mayoría quiera subirse al carro del feminismo, aunque les sea ajeno, es el mejor indicativo de que, en lo simbólico, vamos ganando batallas.
Cuando se niega que exista desigualdad y brecha de género y en la misma frase se afirma ser feminista, hay que poner en cuarentena a quien hace semejantes declaraciones, sea empresaria, periodista o presidenta de una comunidad autónoma. Si se trata de ignorancia mal está, porque raya la estulticia, pero peor está si lo hacen a sabiendas de la falsedad que afirman, ya que indica una dudosa catadura moral. Las ciudadanas de a pie no nos merecemos ni la incompetencia ni el engaño por parte de quienes pueden hablar en los medios o quienes lo hacen desde cierta autoridad. Y sobre todo no nos merecemos unos medios de comunicación que amplifiquen y den por buenas ese tipo de falsedades. La desigualdad existe y se llama patriarcado.
Una fracción de la parte más conservadora de la sociedad ha declarado la guerra al feminismo y dedica muchos esfuerzos y dinero a intentar desacreditar al movimiento. Buena parte de ellos son hombres, cómodamente instalados en el patriarcado y en las grandes ventajas que ofrece a los de su género. Otra buena parte son mujeres que pertenecen a una clase social privilegiada que difícilmente sufrirá las conductas discriminatorias que sufren millones de mujeres de otras clases sociales. Pueden desarrollar una carrera profesional porque hacen recaer las tareas más ingratas, incluso las de cuidados familiares, sobre las espaldas de otras mujeres, mujeres de clases sociales desfavorecidas que hacen cómoda la vida de las privilegiadas. Es por eso que desprecian la lucha feminista, porque consideran que todas las mujeres pueden tener sus mismas oportunidades. Tienen un concepto estrecho, miope y simplista de lo que significa el feminismo y lo desacreditan e incluso afirman que “ya no es necesario puesto que ya no hay discriminación”. Viven en los mundos de Yupi y no quieren conocer otra realidad que la suya.
También hay mujeres conservadoras, las de clase media o incluso de clase trabajadora, que asumen como “naturales” la discriminación de género que sin duda encuentran en su vida, aduciendo que forma parte de “las tradiciones”, “las relaciones sociales”, “los deberes familiares” o simplemente “compran” la idea de que si no han conseguido tal cosa o tal otra ha sido porque no se han esforzado lo suficiente o porque había “otro” que lo merecía más o estaba más capacitado. También dirán que ellas renuncian con gusto a determinadas cosas por amor a su familia o porque se deben a obligaciones familiares. Las han educado para creer todo eso y para perpetuar el rol de sus madres y sus abuelas. Podría hablarse de un síndrome de alienación cultural. De la mayoría de esas mujeres no podemos esperar apoyo ni cambios, están perdidas para el feminismo, pues su entorno abortará cualquier digresión del modelo patriarcal tradicional.
Hay mujeres que andan un poco perdidas, que no se han formado una idea clara de cómo abordar las discriminaciones que sufren. Visibilizar las luchas del movimiento feminista es importante para que ellas encuentren su camino entre las muchas maneras de ser feminista, para que se organicen con otras y encuentren apoyo.
Luego están las luchadoras de cualquier clase social, las que buscan desde hace tiempo una sociedad donde todas las personas tengan iguales derechos y oportunidades, con independencia de su género, su etnia, su origen social o sus capacidades. Unas lo han aprendido en su entorno, otras son auto didactas. Luchan hermanadas por mejorar la vida de todas. Eso es el feminismo.
El feminismo no es el antagonista del machismo. El feminismo busca integrar, nunca discriminar. El feminismo nunca criticará a un hombre por el hecho de serlo, lo criticará por su conducta supremacista, discriminatoria o violenta. El feminismo quiere acabar con situaciones y con conductas, no con personas.
Pero el patriarcado, que es el sistema de organización social que sustenta el machismo, sí es antagónico del feminismo. El patriarcado se basa en la discriminación, el abuso y la desigualdad. Y el capitalismo, como modelo económico basado en la desigualdad, la explotación y la acumulación, se mantiene gracias a que la organización social patriarcal sostiene el orden social requerido. El capitalismo sin el patriarcado tiene difícil su continuidad. Si no hubiera existido el patriarcado, muy probablemente el capitalismo no se habría desarrollado. Es por eso que el poder económico utiliza todas las armas a su alcance para evitar la desaparición del modelo patriarcal. Los medios de comunicación, la industria del entretenimiento, la industria cultural, la moda, la publicidad, todo rema a favor del mantenimiento del statu quo patriarcal.
Sin embargo, hay algo que ni todo el dinero del mundo ha podido evitar: los deseos irrefrenables de millones de mujeres desde hace cientos de años por tener derechos, por ser ciudadanas de primera, por no ser explotadas ni violentadas, por ser respetadas. Cada lucha feminista, desde finales del siglo XVIII, ha supuesto mucho esfuerzo, muchos sacrificios, vidas arrebatadas y algo asombroso: después de cada conquista ya no hay marcha atrás. Han podido encarcelarnos, apalearnos, matarnos, pero no retrocedemos.
Esa gran cualidad del movimiento feminista, la decisión de avanzar y de conservar lo conquistado, ha sido el motor que nos ha traído hasta aquí. Por encima de ideologías o fronteras, el feminismo ha sido unidad, determinación y constancia, se ha extendido por distintos territorios y ámbitos sociales, de modo que podemos decir que es el movimiento reivindicativo más transversal y más universal que existe.
Esa transversalidad quedó patente en las manifestaciones del pasado #8M. La mezcla de edades y razas, corrientes, partidos o sindicatos, o ninguno de los anteriores, la heterogeneidad de experiencias, objetivos y visiones de la problemática feminista fueron lo más característico este 8 de marzo. La pujanza del movimiento feminista tiene su origen en algo muy sencillo y universal: todas las personas queremos tener derechos y una vez que esa semilla de la reivindicación germina en alguien, es casi imposible erradicarla. Se la podrá ocultar usando la coacción, pero seguirá ahí. Es lo que llamamos “empoderarse”.
Porque las mujeres nos hemos empoderado a nivel global en estos últimos años. Las marchas feministas se han generalizado, estableciendo hitos simbólicos importantes. Se ha universalizado la denuncia de los abusos sexuales, empezando por el icónico movimiento #MeToo de las actrices y siguiendo por deportistas, periodistas y un sinfín de grupos que han hecho posible que el discurso contra la violencia sexual y machista se convierta en hegemónico en todo el mundo.
A medida que las discriminaciones laborales o familiares se vuelven innegables y se implementan tímidos cambios políticos para revertirlas, observamos cómo el sistema patriarcal traslada la explotación de las mujeres hacia ámbitos poco o nada intervenidos, en los que la falta de normas da carta blanca a los explotadores. De ese modo, asistimos a los intentos por legalizar la cosificación del cuerpo de la mujer como “vientre de alquiler” o como víctima de la prostitución. El capitalismo, amparado por el sistema patriarcal, busca nuevos nichos de mercado en los que la mercancía es el cuerpo de la mujer. De ese modo existe un movimiento que aboga por la regulación de la gestación subrogada o por la despenalización de la trata, disfrazando la primera de gesto altruista y la segunda de una concesión de derechos a las mujeres víctimas de la prostitución.
Pues ni una ni otra. Pensemos que son maestros en el arte de vender, que son capaces de adornar tanto su propuesta que será posible que nadie se haya dado cuenta de las trampas perversas que encierra. La gestación subrogada es el modo de utilizar a las mujeres pobres como incubadoras. Nadie, salvo alguien que tenga una relación afectiva con los futuros padres, se sometería a los grandes riesgos y trastornos que conlleva un embarazo de modo altruista. Aceptarán alquilar su cuerpo por dinero, porque las desigualdades permiten que los ricos puedan comprar a una persona y que esa persona acepte venderse, algo que resulta carente de ética en términos absolutos. Si la madre de alquiler tuviera una vida digna y justa no necesitaría poner en peligro su vida para conseguir dinero. En cuanto a los padres, perpetran esa atrocidad porque tienen un ego que se niega a aceptar que son estériles y porque son lo suficientemente ricos como para poder pagar.
En cuanto a la prostitución regulada, como si el cuerpo de las mujeres fuera una mercancía, qué quieren que les diga. Me parece que si se quiere proteger y dar derechos a las mujeres obligadas a prostituirse, dar estatus de legalidad a sus explotadores, permitir que se lucren con la violencia ejercida por los puteros sobre ellas no parece lo más efectivo. Para proteger a las mujeres habrá que legislar a favor de ellas, no a favor de las mafias y los proxenetas. Para cualquier duda, ver qué ha ocurrido en Alemania tras “legalizar” la prostitución.
En cualquier caso, la relación entre el putero y la mujer prostituída simboliza la mayor de las desigualdades entre hombre y mujer: él decide cuándo y cómo quiere disponer del cuerpo de la mujer para su propio placer, aún ejerciendo violencia en mayor o menor medida, mientras que ella se somete, con independencia de sus deseos, unas veces por miedo y otras por necesidad. Ese tipo de relaciones asimétricas nunca serán liberadoras para las mujeres.
En cualquier caso, la prueba irrefutable de que algo no va a favor del movimiento de liberación de la mujer es que haya una estructura capitalista involucrada con éxito.
Ya se sabe que determinados partidos políticos huyen de postulados anticapitalistas como de la peste, que quieren instituir un feminismo light que permita ciertas desigualdades que les convienen. Quizás sería generalizar mucho decir que todo el feminismo es conscientemente anticapitalista. Lo que sí se puede afirmar es que el capitalismo debe obligatoriamente ser anti feminista, por los motivos antes expuestos. Así que habrá que tener precaución con determinados discursos incoherentes para desenmascarar a los posibles caballos de Troya.
El camino no ha hecho nada más que empezar y seguro que será largo. Unos pocos cientos de años de conquistas feministas frente a miles de años de patriarcado parece poca cosa, pero somos millones, sabemos lo que queremos y estamos dispuestas a llegar hasta el final.
¿Quiéres participar en este debate?
Ve al apartado 'Cómo participar' y revisa los pasos necesarios para poder intervenir en los debates abiertos.