¿Se ha transmutado nuestro pasado en nuestro nuevo futuro?

  • Gonzalo Andrés García Fernández

    Gonzalo Andrés García Fernández

    Historiador. Investigador en el Instituto Universitario de Estudios Latinoamericanos (IELAT) de la Universidad de Alcalá

18.05.2020

Debate principal: ¿Qué nos estamos jugando en esta crisis?

De una forma un tanto burda podríamos decir que el presente, nuestro presente, se nos ha abalanzado. Y que en dicho repentino y salvaje suceso se nos ha arrebatado por el camino nuestro frágil pero existente futuro inmediato. Una vez desprovistos del mismo, sea tanto para bien como para mal, nuestro futuro inmediato ha sufrido de una especie de reprogramación exógena realmente abrupta por parte de las denominadas “autoridades científicas”.

Y mientras esto sucede contemplamos melancólicamente un pasado que, si bien no era perfecto, era llevadero y nos permitía seguir conectados a lo que denominábamos como la normalidad. Podríamos decir, entonces, que nuestro futuro actual estaría compuesto por elementos de nuestro pasado. Extraño, ¿verdad? Quizás no lo sea tanto, ya que el futuro, algo que desconocemos, nos impulsa a continuar cursando nuestro (casi) eterno presente hacia un “algo” que aún no sabemos que es, pero que, sin duda alguna, será mejor.

Y llegados a este punto no puedo evitar reconocer que, como historiador, todo esto nos puede llevar a un importante escenario de reflexión. Para ello requerimos de un poco de tiempo, una pizca de paciencia y algo de introspección. Con estos ingredientes, tan escasos hoy en día, podremos fabricar nuestra “pócima de la reflexión necesaria”. Eso sí, debemos consumirla con cuidado, no vaya a ser que nos intoxiquemos y causemos un efecto no deseado recurrente en el académico: desconexión entre la reflexión y lo que está sucediendo.

Pero existe un cuarto ingrediente “secreto”: el de la historicidad. Un elemento que explicaremos brevemente como aquella relación que tenemos con los tiempos históricos: pasado-presente-futuro. Así pues, de la pócima de la reflexión necesaria pasaríamos a la “pócima necesaria de la reflexividad histórica”. Un excelente brebaje que todo historiador aconsejaría para cualquier buen amigo o amiga. Pero, ¿en qué consiste dicha pócima?, ¿me curará de algo?, ¿adquiriré nuevas capacidades?, ¿existen efectos secundarios? Para profundizar en estas interrogantes explicaremos a continuación el contexto y la naturaleza de este elixir milagroso.

En el ámbito de las ideas y el pensamiento reina la asimetría y lo imperfecto; lo excelente puede brillar y ser admirado al mismo tiempo que este sea algo con lo que no estemos realmente de acuerdo. Al ser una pócima de naturaleza digamos “histórica”, los efectos de la misma provendrán de este reino de las cosas asimétricas e imperfectas. Pero no por ello pensemos que es menos válido o útil para nuestras vivencias, ya que hablamos de una dimensión un tanto desconocida y poco frecuentada en los tiempos que corren.

Y para introducir de mejor manera nuestra explicación nos es preciso mencionar y citar al historiador francés François Hartog, el cual identifica lo que denomina “los regímenes de historicidad”, compuestos por tres etapas fundamentales: premoderno, moderno y posmoderno. Según Hartog el régimen de historicidad premoderno estaría caracterizado por un pasado que somete al presente y al futuro tanto a un nivel estético, moral, como axiomático (habitual en la antigüedad, el medievo y renacimiento)[1].

El segundo régimen será el de historicidad moderna, donde el pasado y el presente constarán como precedentes del futuro (habitual en periodos postrevolucionarios donde la utopía será esencial para posibilitar la modernidad y el progreso social, político y económico).

Por último, Hartog señala el régimen de historicidad posmoderno, donde nos podríamos situar en la actualidad. Éste último régimen de historicidad se centra en el tiempo presente, siendo el pasado un tiempo que no ofrece ni soluciones ni respuestas; pero tampoco el futuro, ya que este es percibido con cierto desdén como un tiempo incierto y colmado de incertidumbre para la sociedad[2]. Seguramente, este último régimen de historicidad nos recordará aquel frágil futuro que poseíamos en nuestra habitual normalidad presentista. Dada la situación actual podríamos aventurarnos a decir que este régimen de historicidad (posmoderno) no solamente está presente a día de hoy, sino que además se ha acrecentado.

Después de esta introducción, lo siguiente será explicar los susodichos efectos de nuestra pócima en nosotros. ¿Curación o mejoramiento? Todo dependerá del enfoque que utilicemos, pero lo cierto es que, si empezamos a ser conscientes de los momentos que estamos viviendo, de su peso y características, podremos activar, tanto individual como colectivamente, algo que normalmente está dormido en nuestro ser. Esto no es otra cosa que nuestra capacidad cognitiva y crítica. Sin ellas es como si estuviéramos realmente enfermos, ya que al igual que sucede con una enfermedad, ésta nos impide hacer ciertas cosas.

Aunque en nuestro caso sería más bien como una especie de enfermedad congénita oculta, ya que no nos percatamos que está ahí cuando realmente sí que está. En este caso esta situación la entenderíamos como el estar “inconscientemente enfermos”. Y como consecuencia, no podremos ver ni apreciar ciertas cosas que suceden a nuestro alrededor. Que no las veamos no significa que no existan, y de hacerlo habitualmente careceremos de las herramientas (cognitivas) para considerarlas en su complejidad, al igual que sucede, por ejemplo, con una obra de arte.

Pero también podemos verlo como un mejoramiento de nuestro ser, concretamente en nuestra capacidad para generar ideas y pensamiento crítico. Estas herramientas nos ayudarían a visualizar con mayor claridad lo que normalmente se invisibilizaba y que ahora ya no lo está, así como de los porqués de estas situaciones. Hay quien diría que eso nos convertiría en transhumanos, pero yo prefiero creer que esta situación de cambio todavía es parte de nuestra condición humana, por lo que todavía nos quedaría camino por recorrer de cara a pensar en ser transhumanos.

Puede que todo esto nos resulte bastante conocido, tanto que nos animemos a preguntarnos lo siguiente, ¿no era labor de la educación los efectos de esta pócima?, ¿no era la educación aquel espacio especializado, exclusivo y destinado a la forja de una mejor ciudadanía en el mundo? Lamentablemente, no parece que suceda así. Durante el proceso de escolarización que vivimos hasta que tenemos los 18 años nos educamos en saberes estancos, inconexos y tremendamente reglados bajo criterios más cercanos a lo pedagógico (forma) que a lo intelectual (fondo). Como historiador me veo obligado a identificar mi área: la asignatura escolar de Historia que todos hemos cursado alguna vez en nuestras vidas.

Sea de un país o de otro, siempre está presente la asignatura de Historia, tanto en su forma nacional como universal. Y en gran medida vemos en ella parte importante de la culpa de esta enfermedad oculta que mencionábamos. Una enfermedad, o incapacidad, que se nos infunde desde que comenzamos a hacernos preguntas sobre las cosas. Entre otras cuestiones, y a modo de ejemplo, nos enseñan a pensar en código nacional, situando a las naciones como sujetos provistos de una historia, de un pasado que nos pertenece y del cual debemos, más o menos, enorgullecernos o culparnos. Según qué foco utilicemos, nos sentiremos más orgullosos o avergonzados de aquel eterno relato que se nos cuenta al detalle una y otra vez en la escuela.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con nuestras incapacidades ocultas en el terreno de la cognición y la crítica? La enseñanza de relatos nacionales (sobre la nación) y universales (eurocéntricos) nos incapacitaron en su momento de poder gozar de una historicidad diferente y más compleja o, en otras palabras, de poder relacionarnos libremente con algo tan humano como es el tiempo (pasado, presente y futuro). Nos enseñaron que solo existe un (el) pasado, y que a través de este debemos relacionarnos con este tiempo histórico, un objeto monolítico, unilineal e irrefutable que está ligado fundamentalmente al sujeto nación (el país que fuere).

En nuestras vidas esto nos genera una hipertrofia de cara a la libre y diversa posibilidad de percibir el y los tiempos históricos. Por no mencionar la tipología de los contenidos que nos obligan a aprender mediante un macabro ejercicio memorístico. En dichos contenidos identificamos a extravagantes actores y protagonistas (reyes, emperadores, dictadores, presidentes) depositados en una narrativa lógicamente relatada, donde suceden cosas importantes (ascensos y caídas en el poder, datos económicos, guerras, etc.) de las cuales no somos parte en ningún momento. Y como consecuencia de todo este tipo de aprendizaje (histórico) se nos termina por generar una percepción desafecta y distorsionada de la política (en general) como “la política”, algo que recurrentemente nos parece como lejano y extraño (sobre el poder político, instituciones políticas, etc.).

Precisamente los historiadores no hemos actuado bien al respecto. Fuimos nosotros, o más bien los historiadores del pasado (siglo XIX), quienes se inventaron dichos conceptos, lógicas y narrativas con el objetivo de impulsar un fin utópico, olvidándose así muchas veces del presente y de todo lo que ello conlleva. Y hablo también en términos colectivos y presentes ya que aún existe un debate importante al respecto (detractores y seguidores), pero que lamentablemente no logra alcanzar la longitud necesaria para conectar con estas realidades de “enseñanza y aprendizaje en incapacidades” que abunda en el sistema escolar del siglo XXI.

En tiempos de COVID-19, de la “nueva normalidad” presente, debemos bebernos la pócima. Sobre todo, ahora que tenemos una oportunidad para detenernos y reflexionar. Pero para los que no han podido hacerlo (la situación laboral les obliga por motivos diversos), ojalá seamos solidarios y sustituyamos los aplausos de las ocho de la noche por ideas y pensamiento crítico. No estamos ni en un circo, ni en un anfiteatro, ni tampoco en un campo de fútbol. Estamos y vivimos en sociedad, y como tal esta necesita, entre otras muchas cosas, de elementos que nos hagan sentirnos y percibirnos como tales: humana, diversa, plural y compleja.

Como decimos, no estamos ante una alarma sanitaria únicamente, estamos ante una auténtica crisis transversal que está tocando y tocará todos los puntos sensibles de un sistema construido erráticamente (nunca se llegó a consumar una revolución liberal), y que se ha logrado justificar bajo conceptos que ya no significan nada (democracia) o se han diluido por el camino (libertad). Todo ello bien atado bajo rigurosas normas y preceptos que muchos no entienden y que, a la hora de la verdad, no se cumplen justamente (Estado de derecho).

Al final de todo esto, esta contingencia nos puede ayudar a percatarnos que vivimos en sociedades de falsa libertad, desigualdad y egoísmo, traicionando así todo lo que hemos estudiado en clases de Historia desde nuestra más tierna infancia hasta ahora.

Falsa libertad, ya que esta no se supedita exclusivamente a la libertad de acción o de movimiento, sino también a un ámbito económico, laboral, político, social, cultural e intelectual. Todo ello fuera de la normalidad a la cual estamos sometidos. En consecuencia, nos han limitado, sobre todo en el terreno de las ideas y de la cognición. Sin ellas difícilmente nos daremos cuenta críticamente del resto de nuestras limitaciones.

Desigualdad, debido a que somos sociedades que, si bien no somos iguales en términos socioculturales, tampoco lo somos en términos socioeconómicos. En la actualidad nos cuesta más trabajo reconocer nuestras diferencias (diversidad) y no tanto así nuestras desigualdades socioeconómicas. Ambas problemáticas coinciden en que se hacen muy pocos esfuerzos por conquistar una sociedad más igualitaria (socioeconómicos), pero al mismo tiempo desigualitaria (culturales), ya que somos diferentes y es en la diferencia donde tendremos que ponernos de acuerdo.

Y egoísta, ya que no somos fraternos. Estamos divididos y atomizados en la sociedad del individuo y de la competencia descarnada (individualismo). En palabras de Adela Cortina diríamos que hemos inculcado una visión aporofóbica de las cosas, de rechazo al pobre, una condición que no deseamos y de la que, por lo tanto, huimos. Y en dicho proceso nos encerramos en nosotros mismos en vistas de una batalla individual de las cosas. Nos posicionamos dócilmente en una esquizofrénica “escalera de la vida” donde no nos percatamos como algunos nacen más arriba y otros más abajo, pero a pesar de ello nos enorgullecemos patéticamente de nuestros falsos progresos y logros.

Ante todo esto nos preguntamos, ¿existe la esperanza? Por supuesto que la hay, pero esta solo aparecerá en la medida que despertemos de este profundo letargo llamado normalidad y nos empoderemos en consecuencia. Será muy complicado salir de este dantesco laberinto, sobre todo si no nos servimos de nuestra pócima. En parte, dependerá de nosotros, pero también del carácter colectivo y solidario de esta noble y necesaria tarea que nos atañe.

Notas:

[1] Marco Tulio Cicerón hablará de la magistrae vitae. De cómo el pasado es una auténtica maestra en nuestras vidas y es por ello por lo que debemos aprender del pasado para vivir mejor nuestro presente.

[2] Hartog, François, Régimen de historicidad: presentismo y experiencias del tiempo, Universidad Iberoamericana, México, D.F, 2007, pp. 37-41; Paul, Herman, La llamada del pasado, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, España, 2016, p. 80.

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  • Ana Almirón Mengibar

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  • María Eugenia Rodríguez Palop

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    Javier Aristu

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  • Carlos Javier Bugallo Salomón

    Doctorando en Comunicación e Interculturalidad en la Universidad de Valencia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía. Licenciado en Geografía e Historia.

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  • “El Servicio Nacional de Salud durará mientras existan personas dispuestas a defenderlo”, Aneurin Bevan (Ministro de Salud británico, creador del SNS), 1946. La política neoliberal fue aplicada con toda su crudeza contra la sanidad pública en nuestro país. Durante los años de la crisis, se deterioraron los servicios, se desprestigió la sanidad pública. Es cierto que nuestra sanidad tenía unos “riesgos visibles”: financiación raquítica, copagos, recortes, exclusiones, privatización, atención primaria marginada… pero también operaban contra ella los llamados “riesgos ocultos”, el mercado, el neoliberalismo, los corporativismos y unas situaciones laborales muy deterioradas. La conjunción de unos y otros complicó de una manera evidente el futuro de nuestra sanidad pública. Un informe de la OCDE, sobre nuestro Sistema Nacional de Salud, señalaba que nuestro gasto sanitario total disminuyó entre 2010-2018 una décima parte en porcentaje del PIB, mientras que el promedio de los países de la OCDE aumentó en similar cuantía. Fueron los años en los que se fue cronificando una distribución desigual (que sigue en la actualidad) de la financiación sanitaria entre las CCAA. Según el informe del año 2018 elaborado por la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP), el gasto por habitante y año era de 1.164...
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  • José Vicente Barcia

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  • Antonio Navarro

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  • Lorena Fréitez Mendoza

    Psicóloga Social y Analista Política. Doctoranda en Ciencias Políticas y de la Administración (UCM). Activista de movimientos sociales en Venezuela.

    Occidente mira con nerviosismo cómo la eficiencia del modelo asiático para vencer al coronavirus puede producir cambios en los sentidos comunes liberales de sus democracias. Desde distintos análisis parece derivarse una conclusión: el miedo creará las condiciones subjetivas para el despliegue de un estado policial de máxima vigilancia y control sobre la ciudadanía. Sin embargo, las condiciones que pudieran otorgar liderazgo político al modelo asiático no solo derivan de la aparición de una pandemia y su eficiente gestión. La democracia liberal tiene décadas en proceso de desgaste, toda vez que se ha retirado del liderazgo de las soluciones a los...
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  • Vivimos circunstancias que podríamos calificar de incertidumbre irreductible. Robert Skidelsky, historiador y biógrafo de Keynes, basándose en las interpretaciones de este último, distingue entre incertidumbre epistemológica, según la cual cabe esperar que con una mayor cantidad de información se reduzca la incertidumbre a riesgo calculable, e incertidumbre ontológica, que es aquella que no puede ser eliminada. En palabras de Skidelsky: “El futuro no está ahí fuera esperando que lo conozcamos, sino que nosotros mismos estamos influyendo en la creación de ese futuro”. El futuro depende de la acción humana y de circunstancias imprevistas que puedan surgir. Transponiendo las ideas al momento actual, por ejemplo, un nuevo brote del virus en otoño podría echar por tierra muchas de las estrategias en las que ahora pensamos para recobrar la vida y la economía del país. Es una oportuna lección en un momento en el que nos sentimos tan inclinados a hacer predicciones que pretenden ser convincentes sobre el futuro, o nos dejamos llevar por sesgos de retrospectiva al hacer críticas del tipo “si se hubiera hecho tal o cual cosa en el momento X no estaríamos ahora en la situación Y”. Reflexión a la que a menudo se añade, para empeorar las...
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  • Miguel Guillén

    Politólogo

    Me parece muy pertinente este debate que se propone desde Espacio Público a raíz de la crisis del coronavirus, y desde aquí quiero saludar la iniciativa. La pregunta que se plantea es sencilla, pero de muy difícil abordaje: "¿Qué nos estamos jugando en esta crisis?". Voy a intentar esbozar algunas ideas que me rondan la cabeza desde hace algunos días, y reconozco que la primera intervención de Orencio Osuna me va a facilitar mucho escribir estas modestas notas. Tal y como explica Osuna en su escrito, "la catástrofe va a afectar a muchos de los modelos y valores sobre los...
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  • Salud y libertad

    05/04/2020

    Gloria Elizo

    Vicepresidenta Tercera del Congreso y Secretaria Anticorrupción de Podemos

    A veces la realidad se vuelve inasumible. La situación actual es seria, imprevisible y carece de precedentes. Como un túnel que atravesamos por primera vez, la incertidumbre profundiza la zozobra en nuestra situación. Miles de personas se despiden a distancia de sus fallecidos, otras se preguntan por el estado de sus enfermos y se extiende por la sociedad el miedo sobre los resultados sociales de esta crisis sanitaria. Una realidad que en términos humanos solo puede clasificarse como catastrófica, propia de un desastre natural sin antecedentes que nos llega reducido a frías cifras, cómo si se pudiera anestesiar así...
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  • Fernando Ruiz-Goseascoechea

    Periodista

    Cuenta Yuval Noah Harari, en su artículo del pasado día 20 en el Financial Times, The World after coronavirus, que la tormenta pasará, la mayoría sobreviviremos, pero en un mundo que será diferente; y añade un pequeño detalle: muchas de las medidas de emergencia seguirán vigentes. Explica Hararai que con el coronavirus se plantea la posibilidad, absolutamente viable, de que cada ciudadano use un brazalete biométrico que transmita continuamente su temperatura y pulso. Los algoritmos revelarían quién está enfermo, y en cuestión de días se detendría la epidemia. Y ante esta magnífica noticia viene el razonamiento inquietante: Sería ilusorio pensar...
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  • Pedro Chaves

    Politólogo, investigador especializado en la UE

    Hubo un momento, al principio de toda esta situación, en que nuestros whatsapps se llenaron de memes divertidos sobre el coronavirus, nos reíamos un poco de lo que estaba pasando en otros sitios: ¿quién demonios conocía Wuhan, ciudad China en la provincia de Hubei? Después de algunas semanas algo más, básicamente cifras y cosas así. Cuando lo ignoramos todo las cifras reconfortan, nos dan la sensación de que controlamos algo: 11 millones de habitantes y la provincia casi 57 millones. Todos ellos y ellas, a partir de determinado momento, confinados en casita, paralización casi total de la actividad productiva,...
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