¿Realmente ha sido un fracaso la ‘austeridad’?

  • mrisquez

    mrisquez

    Miembro de EconoNuestra y de Economistas sin Fronteras

25.05.2016

Debate principal: ¿Hacia dónde nos conduce la austeridad?

La austeridad, entendida ésta como el proyecto político-económico que las élites han articulado como estrategia para la gestión de la crisis en Europa, ¿ha sido un fracaso? Y si es así, ¿para quién?

Si partimos del hecho de que las políticas económicas implementadas a lo largo de los últimos años tenían como objetivo trazar un escenario de salida de la crisis basado en un crecimiento sostenido y en una corrección de los factores estructurales que se encuentran en el origen de la crisis, obviamente se trata de un fracaso. Sin embargo, más que de una errónea gestión de la crisis, habría que hablar de una interesada gestión de la misma.

Las dos puntas de lanza que han servido de coartada para aplicar las políticas de austeridad, o mejor dicho, de ajuste estructural, han sido, por un lado, la falta de competitividad, entendida como la deficiente y desequilibrada inserción comercial de la economía española en el espacio comercial europeo; por el otro, el elevado nivel de deuda, resultado de un proceso de notable endeudamiento del sector privado en el contexto de expansión crediticia de los años que preceden a la crisis, y de endeudamiento del sector público una vez estalla la misma, por el propio efecto de la crisis en los estabilizadores automáticos, y como fruto de la socialización de parte de la deuda privada.

Poniendo el foco en la competitividad, la interpretación económica convencional alude a los diferenciales de precios entre unas y otras economías como la principal causa de las divergencias comerciales, siendo los costes laborales, y en concreto, el comportamiento de los salarios, el elemento que en mayor medida determina dichos precios. De igual manera, se parte del diagnóstico de que países como Alemania llevaron a cabo procesos de reforma del mercado de trabajo y de contención salarial que otros países, como España, no han acometido. La terapia, por tanto, parece clara: es en los países periféricos en donde debe recaer la carga del ajuste salarial para tratar de cerrar esa brecha de competitividad con respecto a los países centroeuropeos.

El eje central sobre el que se ha articulado una estrategia de mejora de la competitividad en España, que no dispone de soberanía en la política cambiaria, ha sido la denominada ‘devaluación interna’, esto es, el ajuste de los costes laborales. Las dos reformas laborales aplicadas en los últimos años, que han enfatizado la reducción de las ‘barreras’ de acceso y salida del mercado de trabajo, modificando también la estructura de la negociación colectiva con el fin de fomentar la negociación individualizada de las condiciones de trabajo, apuntalan ese modelo de salida de la crisis basado en el ajuste salarial.

Pese a que los resultados revelan una leve mejora de la balanza comercial española, dicha mejoría ni mucho menos se puede deducir de esta estrategia de ajuste salarial. La mejora del desempeño comercial viene explicada, más que por un aumento de las exportaciones, por una considerable caída de las importaciones en el período de crisis. Esa caída de las importaciones no son resultado de una mayor independencia y autosuficiencia de la industria española, en términos productivos y comerciales, sino que viene provocada por una caída de las compras extranjeras fruto de la contracción en la capacidad de consumo de los últimos años, derivada en buena medida del ajuste salarial. De hecho, el patrón de crecimiento español es altamente dependiente de importaciones, por lo que todo parece indicar que, en el retorno a un ciclo expansivo de la economía, vuelvan a incrementarse de nuevo los déficits comerciales.

Por otro lado, la disminución de los costes laborales no se ha debido tanto a la contención de los salarios, como al aumento de la productividad. Sin embargo, este aumento de la productividad en ningún caso se debe a una mejor reorganización del trabajo, o a la incorporación del progreso técnico a los procesos productivos, sino que se trata más bien de un efecto estadístico provocado por una mayor caída del número de empleados, que de las horas de trabajo y el producto generado. En definitiva, unas ganancias de productividad basadas principalmente en el incremento de los ritmos de trabajo y en el alargamiento de la jornada laboral más allá del marco horario legalmente establecido. La búsqueda de competitividad como coartada para la precarización laboral.

En segundo lugar, y centrándonos ya en la deuda, a priori se podrían plantear dos escenarios para atajar dicha problemática. Uno basado en el crecimiento económico, de manera que se puedan generar flujos de liquidez que permitan ir acometiendo los pagos de la deuda de manera sostenible; otro, en un contexto de estancamiento económico, basado en la extracción de rentas de las clases populares (subidas de impuestos, recortes de gasto público, privatizaciones, etc.). En España, como en Grecia, se ha optado por esa segunda vía, es decir, por el ajuste estructural del sector público.

Camino de una década desde que comenzó la crisis, se han desembolsado más de 200 mil millones de euros tan solo en intereses de la deuda pública, y esta ha pasado de representar algo más de un tercio del PIB español en 2007, al 100% del PIB nacional en 2016. En este sentido, si bien al comienzo de la crisis eran las compañías no financieras el sector institucional de la economía más endeudado, hoy lo es la administración pública.

La deuda actúa aquí como palanca de desposesión, pues toda crisis de deuda no es sino una disputa política por ver quién asume las pérdidas, y en este caso han sido las mayorías sociales las que han cargado con buena parte del coste de una problemática que no han generado.

Por tanto, las políticas de austeridad, vehiculizadas a través del ajuste estructural en el mundo del trabajo y en la esfera de lo público, ni han mejorado la competitividad, ni han disminuido el endeudamiento, ni han generado crecimiento, sino todo lo contrario. Lo que sí ha sucedido es que se han establecido toda una serie de reformas estructurales (desregulación del mercado laboral, modificación del Art. 135 de la constitución, privatización de lo público, etc.) que han venido para quedarse. Es más, no solo hay que hablar de las reformas que se han producido, sino de las que no se han llevado a cabo, pues la gestión de la crisis está sirviendo para reforzar las dinámicas, los agentes y las prácticas que se encuentran en el origen de la crisis.

Ni que decir tiene que la evidencia tanto teórica como empírica que cuestiona la eficacia de las políticas de austeridad para generar un contexto de crecimiento no deja de reforzarse con el paso del tiempo. Es por este motivo que no se trata, o no solo, de una cuestión de fundamentalismo de mercado a la hora de entender el funcionamiento de la economía por parte de los encargados de diseñar y ejecutar las políticas económicas, sino de la imposición de un proyecto político y económico diseñado con unos objetivos claros: profundizar en el modelo “neoliberal” que se viene desarrollando desde hace décadas y que sirve a los intereses de las élites que conducen y articulan dicho proceso, a saber, las grandes compañías transnacionales del ámbito productivo y financiero, y las estructuras políticas de gobernanza supranacional, todos ellos actores que escapan a los controles democráticos.

El éxito de la austeridad, por tanto, resulta evidente para estos agentes. Sin embargo, cabría preguntarse si incluso para ellos esta estrategia será sostenible, y hasta cuándo.

Otras intervenciones en el debate

Intervenciones
  • Carlos Javier Bugallo Salomón

    Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.

    Marx distinguía (en sus ‘Teorías de la Plusvalía’) dos tipos de economistas: por un lado, las personas serias y rigurosas, es decir los buenos profesionales; por otro lado, «los retóricos de largos discursos» y «los vulgarizadores». Entre los primeros yo sitúo a Gabriel Flores, economista al que leo siempre con mucho interés; y entre los segundos, a Luis Garicano por hacer esa defensa a ultranza del liberalismo económico que ninguno de los economistas clásicos, empezando por Adam Smith, se atrevió nunca a realizar. Entrando en materia, me gustaría puntualizar y también ampliar algunas de las ideas vertidas por Gabriel Flores...
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  • Gabriel Flores

    Economista

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  • Iván H. Ayala

    Investigador del ICEI y miembro de EconoNuestra

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  • Jesús Pichel Martín

    Profesor de Filosofía

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  • Francisco Javier Braña Pino

    Investigador asociado en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)

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  • Jorge Uxó

    Profesor de Economía

    Toda estrategia de política económica empieza por establecer un orden de prioridades en los objetivos que se quieren alcanzar, para después seleccionar aquellos instrumentos que mejor pueden contribuir a alcanzarlos. En un país con un 21% de desempleo y una elevada precariedad laboral, con un 28% de la población en situaciones de pobreza o de riesgo de exclusión social, y con un modelo productivo que no ha resuelto los problemas que le llevaron a la crisis (baja productividad, dependencia energética, especialización en sectores de bajo valor añadido), estas prioridades deberían estar claras. Si por algo debemos empezar es por reducir...
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  • Gabriel Flores

    Economista

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  • Bruno Estrada

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  • José Molina Temboury

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  • mrisquez

    Miembro de EconoNuestra y de Economistas sin Fronteras

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  • Jesús Pichel Martín

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  • Mónica Melle Hernández

    Profesora de Economía Financiera, miembro de Economistas Frente a la Crisis y Secretaria General de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas

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  • Ramon Gorriz y Manuel Lago

    Secretario de Acción Sindical y economista del Gabinete Técnico Confederal de CCOO

    El negacionismo también está presente en el análisis económico porque por difícil que resulte asimilarlo, hay quien niega los recortes en el gasto público en España. Utilizando torticeramente las dificultades para controlar el déficit y el imparable crecimiento de la deuda, los negacionistas niegan lo evidente: que en 2014 nos gastamos 31.000 millones menos que en 2009 pero, como se han destinado 25.000 millones más a pensiones, 18.000 millones más al pago de intereses de la deuda y 5.000 millones más en gasto energético, en el resto de partidas el gasto se ha reducido en 77.000 millones. Hace unas...
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  • Carles Manera

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  • Nalonso

    Profesora en la URJC y miembro de EconoNuestra

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  • Carlos Javier Bugallo Salomón

    Licenciado en Geografía e Historia. Diplomado en Estudios Avanzados en Economía.

    En el pasado Debate sobre las Migraciones, varios intervinientes apuntaron que las últimas decisiones de las autoridades europeas con respecto a los refugiados políticos en particular, y los inmigrantes en general, permiten fechar con precisión la muerte de Europa en el 20 de marzo del corriente año. Sin ánimo de polemizar, me gustaría decir algunas cosas sobre cuándo creo yo que la idea de una Europa solidaria y humanista se fue al traste - si la izquierda no le pone remedio. En mi opinión ello ocurrió unos pocos años atrás, cuando estalló la crisis de la deuda soberana en Europa....
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