El tío Donald y la Berlusconización de las Américas.

  • Leo Moscoso

    Leo Moscoso

    Sociólogo y politólogo

10.06.2019

Debate principal: El Trumpismo, la nueva barbarie

“All governments rest on opinion” (James Madison).

Cuenta Jenofonte que —espetado por Sócrates, que le recriminaba no atender adecuadamente a sus obligaciones ciudadanas— Cármides respondió alegando que en la asamblea generalmente prevalecía el argumento del más necio. La verdad es que sí; y esta vez nos hemos superado. Contra todo pronóstico, e igual que habíamos visto venir —sólo cuando ya era inminente— el Brexit de finales de junio, a Trump lo vimos venir el 8 de noviembre de 2016. No antes. Too bad, too late!

Yes, we Trumped! Habíamos subestimado la desafección del votante demócrata con respecto a la oferta oligárquica y elitista de los Clinton, y habíamos sobre-estimado la sofisticación económica del votante de Trump. Igual que en el caso de los brexiters, las posiciones de Trump sobre algunas cuestiones políticas clave no son muy racionales desde el punto de vista económico, pero eso no parece haber importado a sus votantes. O sea que, tal vez, tendríamos que reconocerlo: It isn’t economics, stupid!

Si no es la economía, entonces es la identidad: de ahí la importancia del Bible Belt, de la derecha cristiana, del equilibrio entre “progresistas” y conservadores en la Supreme Court, y del rebufo cultural e ideológico de esos nuevos fascistas friendly que han poblado la América profunda en los últimos años, primero disfrazados de ultra-liberales del Tea Party y ahora —ya sin la careta liberal— mostrando su verdadera faz de ultra-nacionalistas y proteccionistas: America first! Ahora bien, igual que el neoliberalismo progresista del que habla Nancy Fraser en la revista Dissent era la elite del partido demócrata, el Tea Party —pese a sus pretensiones qualunquistas— representaba a la elite republicana. La trumpificación de los republicanos implicaba el regreso a un escenario peor.

– I –

Es posible, en cambio, que ustedes estén hartos de tanto aspaviento con el presidente norteamericano. Después de todo, ahora que dicen que hemos dejado la crisis atrás ¿qué tiene de extraño que elijamos a los del ladrillo —los mismos que incubaron, quiero decir, la crisis de las subprimes en 2007-08— para que nos gobiernen? ¿Qué tiene de extraño que los del ladrillo quieran levantar muros y además hacernos pagar a los demás por ello? ¿Se imaginan ustedes a un especulador inmobiliario en el Palacio de la Moncloa? No lo hagan: entre 2012 y 2018 el PP representó a la perfección los intereses de esos magnates del ladrillo, fondos buitre, grandes constructores —y los miles de delincuentes de poca monta que les secundaron—rescatados de la quiebra por bancos a su vez rescatados con los impuestos de los ciudadanos, que incubaron la burbuja inmobiliaria española y las dos profundas recesiones que siguieron a su estallido. En los Estados Unidos han ocupado la Casa Blanca magnates de todo tipo. En los últimos tiempos sobre todo los del petróleo. Faltaba uno del ladrillo, y ya lo tienen. Al contrario que en España, los norteamericanos al menos le dieron a Obama la oportunidad de sacar al país del agujero en el que lo habían metido los traficantes de edificios. A España en cambio, vinieron en 2012 a gobernar los mismos que habían provocado la crisis. Desde que ha llegado Trump, los votantes de Obama han empezado a recibir su merecido: una de las primeras medidas del tío Donald fue decretar la derogación parcial de las leyes de reordenación del sistema bancario norteamericano, que el presidente Obama promovió a partir de un estudio del Departamento del Tesoro (Financial Regulatory Reform. A New Foundation: Rebuilding Financial Supervision and Regulation), y que buscaban poner fin a los desmanes del crédito predador. A fin de proteger a los banqueros ladrones, en España no hizo falta que el PP derogase ley alguna: no nos habíamos molestado en promulgar ninguna durante todos aquellos años de abusos y atropellos continuados. Hicimos algo mucho más inteligente: a una crisis originada en los abusos del sistema financiero le hemos puesto remedio interviniendo no el mercado de capitales, sino… ¡en los mercados de trabajo mediante reformas que sólo buscaban la devaluación salarial y la precariedad! Era muy sencillo: es preciso que haya en España cuatro o cinco millones de desempleados y varios millones más de trabajadores pobres para que una camarera de hotel acepte limpiar una habitación por dos euros.

En los Estados Unidos, las cosas no han sido tan fáciles para los de arriba. La economía norteamericana ha ajustado por el lado de los salarios, es verdad, pero también ha tenido que ajustar por el lado de los beneficios. El modelo de Alan Greenspan (bajos tipos de interés, masivas rebajas fiscales a las rentas más altas y la retirada del poder regulador del gobierno), conocido en el hemisferio occidental como el hijo predilecto del Consenso de Washington, se encuentra en el origen de la depresión americana. El primer paso fue, por supuesto, la masiva expansión del consumo de bienes y servicios inducida por el crédito —una expansión que nunca estuvo acompañada por un crecimiento comparable de la producción, y cuyo resultado no podía ser otro que la sucesión de una serie de burbujas en los mercados de crédito, en los mercados inmobiliarios, la desigualdad rampante, y la creciente desconfianza en unas instituciones políticas nacionales que carecían del margen de maniobra necesario para responder a los desafíos de la globalización del sistema financiero. El Tea Party puede verse, a la vez, como la causa y el efecto de este modelo económico incubado durante la administración Clinton en los años noventa y consolidado durante la era de Bush Jr.

Era la causa porque el lobby ultra-liberal del Tea Party fue uno de los principales promotores del modelo; y era el efecto porque, cuando más se profundizaba en ese modelo, más clara quedaba la incapacidad de las administraciones para preservar su propia soberanía económica y financiera. O sea, que fue el modelo delirante de la Fed el que nos puso frente al popular trilema de Rodrik: si queremos soberanía, tal vez tengamos que renunciar o bien a la globalización o bien a la democracia. De ahí también el fuerte rebufo nacionalista de la derecha cristiana: ya a mediados de los años 90, (justo mientras Bill Clinton insistía en aquella célebre letanía —it’s economics, stupid!—) Newt Gingrich y la derecha del Congreso forzaban al Partido Demócrata a pasar la campaña electoral de 1996 hablando de family values. El desenlace es bien conocido: Clinton dio paso a George W. Bush en 2000, y los dos mandatos de George W. Bush terminaron en 2008 con la inyección de 700.000 millones de dólares en el sistema financiero —a los que hubo que sumar al poco tiempo 850.000 millones adicionales— y el convencimiento de que la sobre-endeudada economía norteamericana no había entrado en fase depresiva debido a un problema originado en el lado de la oferta, sino que se trataba de una depresión originada en la insuficiencia de la demanda interna. La ortodoxia ordoliberal europea tardó muchos años más en entender esta simpleza. Esa también fue la razón por la que la administración de Barack Obama prosiguió en la línea de mantener los niveles de consumo doméstico por encima de lo que permitía en ese período la capacidad de producción de la economía norteamericana.

El modelo de la Reserva Federal de Greenspan tiene damnificados, y es en ese contexto en el que debe entenderse a este nuevo Berlusconi americano que es Donald Trump. Trump no es un anti-sistema, ni terminará con la desigualdad. Trump es la derecha ultraliberal de siempre, la que quiere protección del estado frente a sus competidores exteriores, pero pregona las virtudes de la desprotección más absoluta de la oferta en los mercados de trabajo domésticos. Como le sucede a buena parte de la derecha económica empresarial del neoliberalismo, la des-regulación y la liberalización se les prescriben siempre a los otros, y en ese sentido es difícil calificar a Trump de “paleo-conservador”. Estos nuevos “paleo-cons” son bien liberales (en lo económico), mientras no se trate de ellos mismos y de sus patrimonios. Del liberalismo político… ya se sabe lo que esta palabra significa en USA.

Pese a la omnipresencia mediática del Tea Party, los Obama supieron aprovechar la crisis de las Subprime Mortgages y los Hedge Funds sobrevalorados por el oligopolio de las agencias de calificación para poner algo de orden en la jungla financiera del Wall Street, y para reintroducir en la agenda gubernamental las subidas selectivas de impuestos, cierta redistribución de la renta (no de la riqueza), y el aumento moderado del gasto público de carácter social. Si en Europa la crisis fue empleada como coartada para recortar el Estado del Bienestar, en los Estados Unidos puso completamente al descubierto la estafa perpetrada por las élites. Por eso Obama pudo derrotar al Tea Party. Por supuesto, la mayoría republicana en el Congreso durante los dos mandatos de Obama ha seguido bloqueando cualquier iniciativa en esta dirección, de modo que los damnificados de las políticas ultra-liberales de la Fed han continuado creciendo sin parar durante la era de los Obama también. Es la llave que conducirá a la próxima recesión en los Estados Unidos: más de lo mismo, lo que significa rebajas fiscales para los de arriba, inflación del crédito, y crecimiento desbocado del consumo por medio de la deuda privada.

– II –

Hay quienes hablan de la “paradoja de la cruzada moral” del Tea Party: cuando llegan a la corrupta Washington D.C., los puros se quedan sin apoyos y caen en la irrelevancia, y los que consiguen apoyos se quedan sin pureza y sufren la desafección de sus bases. No les sucede sólo a los “cruzados morales” de la derecha: se trata de una ley elemental de todos los movimientos sociales, y tanto el Tea Party como la Alt Right norteamericana han sido y son un movimiento social. Cuando hay cohesión no hay reconocimiento, y cuando hay reconocimiento no hay cohesión. Se trata, empero, de un argumento muy débil sobre el hundimiento del Tea Party. De hecho, no hay paradoja alguna. Todo el que emplea la política al servicio de una agenda moral está abocado, como la inefable Sarah Palin, a convertirse en folklore. Es la ley ineludible de los movimientos sociales.

Frente al empleo de la política al servicio de la moral, sólo está la lógica del compromiso con la res publica. Los que no pueden defenderse moralmente, apelarán a la necesidad, cuya expresión más acabada es el imperativo estratégico de los militares. En ese mundo, las decisiones estratégicas serán después validadas sobre fundamentos morales (“lo que trae el bien común es siempre terrible” —dijo Saint Just). Por supuesto, el imperativo estratégico es hipotético y depende de la evaluación de las consecuencias (es Robespierre el que pregunta cuál habría de ser la efectividad de la virtud sin el terror). No cuentan ni los motivos ni las convicciones personales y el estratega está, con frecuencia, obligado a tomar distancia incluso de sus propios valores. Cuando sólo cuentan los resultados, y no se obtienen los que se desean, el fracaso no es visto como hipocresía moral, sino como ineptitud. Las decisiones estratégicas nada tienen que ver ni con la falta de respeto a los principios ni con la brutalidad. Tienen que ver sólo con la eficacia, porque el estratega sólo está atento a la necesidad. No es la necesidad que aprisiona la naturaleza humana, ni la de los imperativos de la historia. Necesidad es el vínculo inextricable entre medios y fines. La naturaleza y la historia no son morales: por eso la virtud sin el terror es impotente.

Pero la cruzada moral es otra cosa. Lo contrario al planteamiento republicano de emplear la moralidad al servicio de la política (de otro modo, ¿cuál habría de ser la razón de ser de la virtud en la política para Maquiavelo o para Robespierre?) es el uso de la política al servicio de la moral o, incluso, al servicio de la causa religiosa de aquellos que creen que tienen derecho a imponer sus creencias a propios y extraños. Se trata de una elección no estratégica, sino moral. Una elección moral que será justificada después sobre la base de consideraciones estratégicas (por ejemplo, la “conveniencia” de eliminar las formas de vida débiles o “degeneradas” o de purgar de la nación a los enemigos de la patria, etc.). Este planteamiento no es el del republicano Robespierre: se parece mucho más al del general Mola. De hecho, si el planteamiento de Robespierre no resulta convincente (adolece de la ingenuidad que atenaza a todo el pensamiento “republicano”) el de los fascistas españoles de los años treinta es directamente sobrecogedor. Los imperativos morales no son hipotéticos y con frecuencia tampoco son tan limpiamente neutrales como los de Kant: con frecuencia toman la forma de un fin que ha de ser llevado a cabo por cualquier medio. Bajo el imperativo moral, la necesidad no se manifiesta como una mera ratio entre medios y fines. Al contrario (pensemos en Duterte o en Bolsonaro y su “necesidad” de acabar con los toxicómanos o con la delincuencia en las favelas), la necesidad se presenta como un absoluto ineludible. Aquí el enemigo no es simplemente un extraño, un disidente armado o desarmado, o la otredad institucional del extranjero: el enemigo de una cruzada moral es el otro absoluto, aquel con el que no hay espacio para la negociación. Cuando el otro absoluto es identificado como la causa del mal, se trate de judíos, rojos, extranjeros o pequeños delincuentes, su erradicación implicará el exterminio. ¿No llamaron los amigos de Mola y Queipo “cruzada” a su golpe de estado? La definición del enemigo es un ingrediente de toda ideología, pero lo verdaderamente preocupante es que esa definición se formule en términos morales.

¿Recuerdan ustedes el movimiento de aquellas Women for Christian Temperance? Sí; aquellas que, enfrentadas a la correlación entre el abuso del alcohol y la violencia de género entre los miembros de las clases trabajadoras norteamericanas, llegaron a la sorprendente conclusión de que, en lugar de prevenir y combatir la violencia machista, era mejor prohibir el alcohol a toda la población que no pudiera permitirse obtenerlo en el mercado negro. Sólo si hemos olvidado el Ku Klux Klan o la cruzada moral de las partidarias de la templanza seremos tan ingenuos como para creer que los movimientos sociales adoptan siempre formas amables e ideologías que empatizan con los débiles y los oprimidos. Los ciclos de corrupción son seguidos de ciclos de indignación, y si la indignación adopta una forma autoritaria y retrógrada, la violencia de los puros no conducirá más que a la supresión de las libertades y de la democracia. El fenómeno se ha dejado ver con claridad meridiana en el golpe de estado judicial perpetrado por el gánster Michel Temer contra la presidenta Dilma Rousseff en Brasil. Cuando el ciclo de la corrupción ha dado paso a los indignados, éstos han optado por elegir un presidente analfabeto, violento, racista y homófobo.

– III –

Habíamos mencionado a los damnificados del ciclo neoliberal de los ochenta y los noventa. Desde 2016, con la llegada de Trump, habrá que sumar a eso las políticas proteccionistas de la oferta laboral nativa (es decir, la criminalización y la represión de la inmigración) y el desmantelamiento de los servicios públicos para acabar con cualquier vestigio de redistribución de la renta mediante el salario social. Nadie quiere perder, pero parecen haber olvidado la prescripción del Nobel Paul Krugman en su célebre conferencia en mitad de la crisis en la London School of Economics: “someone is gotta run a déficit”. Tenía razón.

Las encuestas previas al 8 de noviembre de 2016 vaticinaban que la parte baja de las rentas (de 30 a 50 mil dólares), optaría por la Clinton. El problema, empero, no estaba ahí. El modelo del Tea Party ha acumulado demasiados damnificados como para que la hegemonía en el tramo de las rentas de 30 a 50 mil dólares suponga realmente una ventaja substancial. En los Estados Unidos hay demasiada gente con mucho menos que eso que temía perder incluso lo poco que tiene.

De modo que, como rezaba el chiste local, en enero de 2017, vimos por vez primera a un multimillonario americano blanco ocupar una vivienda pública de la que sale una familia negra. Aunque el voto popular daba a la señora Clinton una estrecha ventaja, la distribución de compromisarios por circunscripciones estatales, en las que se verifica la condición de que los winners take all, le daba a Trump el último empujón que necesitaba hacia la Casa Blanca. De nada sirve afirmar que Bernie Sanders podría haber hecho frente a Trump, porque movilizaba a los sectores obreros golpeados por la crisis, la desregulación, la desindustrialización y el crecimiento rampante de la desigualdad. Desde este lado del Atlántico, lloramos por los resultados de Wisconsin —la cuna de J. R. Commons y de la Wisconsin School of Labor Relations— pues ni siquiera allí ha sido posible que los obreros dieran la victoria al Partido Demócrata.

En efecto, Pennsylvania, Michigan… Demasiados perdedores de la globalización. Mientras tanto, el electorado de Trump, mucho más movilizado, galvanizaba el voto del miedo y del enfado. Así que, finalmente, fear and anger tip the balance in the oscillating states: Ohio, North Carolina, Florida… Todo ello servido en la suculenta salsa del empobrecimiento galopante de la clase media: engañados por Reagan y Bush y abandonados por los demócratas, los votantes demócratas de la clase media se han hecho antifeministas porque ven a la señora Clinton como una arribista que votó a favor de la guerra de Irak. Hillary no despierta entusiasmo porque es vista como una oportunista del aparato corrupto del Partido Demócrata que se opuso al matrimonio gay cuando creyó que eso la favorecería; los perdedores pro-Sanders votaron a Hillary con la pinza en la nariz, pero no arrastraron a nadie hacia el ballot box.

Una vez perdidas las primarias, los obreros de Sanders se quedaron en casa, y de nada sirve burlarse del bajo nivel moral, cultural e intelectual de la otra clase obrera que sí ha votado por Trump. Los de Trump no recuerdan ni el bienestar social, ni los derechos laborales, ni la seguridad en el empleo. Igual que los miles de trabajadores que han hecho millonario a Trump, nunca tuvieron nada de eso: es lógico que no lo añoren. Y es lógico también que, en medio de la rampante desigualdad, echen la culpa de su suerte a quienes tienen como competidores en un mercado de trabajo desregulado, precario y favorable a la demanda. Los competidores que Trump dice querer detener con un muro en los desiertos de Mojave y Sonora son, sin embargo, los mismos que han hecho rico a Trump.

No puede haber democracia sin derechos sociales. Trump propone una fiesta para el 1%. Pero, ¡un momento! ¿Tax cuts for the upper 1% (o sea, bajar los impuestos a los ricos), reducir el gasto del estado y los servicios públicos y mano dura contra los terroristas a los que pintan disfrazados de inmigrantes? ¿No era ese, más o menos, el programa del PP, que también explotaba ―si hiciera falta― el terrorismo made in Spain para justificar su apuesta por el autoritarismo? En los Estados Unidos está candente el tema del cambio climático y del incumplimiento de los Acuerdos de París, pero, ¿alguien no recuerda a Rajoy cuestionar el cambio climático asegurando que tenía un primo experto en la materia que dudaba de la verosimilitud de esa hipótesis? ¿La guerra? La iniciaron los Bush y la continuó la secretaria de Estado Clinton: Irak, Libia, Siria…. Lo único que Trump propone es —igual que hicieron los halcones de Bush Jr.― abandonar a los aliados que no gasten bastante en su propia defensa. Quienes hayan seguido la obra del reaccionario Robert Kagan (por ejemplo, Poder y Debilidad) ―muy comentada tras los atentados de Nueva York en 2001― recordarán que este reproche a los “aliados” europeos ya era moneda corriente en aquellos años. Menos aspavientos y menos hipocresía, por tanto: buena parte de la derecha europea que se escandaliza con Trump parece incapaz de ver que sus formaciones están proponiendo en Europa exactamente las mismas recetas.

– IV –

Pero Trump está lejos de ser, simplemente, la expresión electoral del Tea Party tras el mandato de los Obama. Es mucho más que eso: representa también la desmovilización ideológica del bloque popular. Obama volvió a insuflar oxígeno en la economía, pero no terminó de llevar adelante su programa sanitario, no cerró Guantánamo, no fue capaz de pedir perdón por el horror de Hiroshima y Nagasaki, siguió espiando a los ciudadanos de medio mundo con la coartada del terrorismo, persiguió a los que defendieron la libertad de información y, sobre todo, su mandato se desenvolvió con soltura en medio de una sociedad en la que la policía volvía a la práctica de disparar contra los afroamericanos antes de preguntar.

Si las vidas de los negros no parecen haber importado mucho a la administración Obama, ¿cómo van a importar a una candidata ―la que ganó las primarias demócratas― que representa los intereses de las grandes corporaciones, que representa la peor tradición del partido demócrata desde Truman? En la medida que los Obama no supieron, no pudieron o no quisieron construir una nación afroamericana en norte América, los negros no fueron a votar, mientras que la candidata que lleva desde 1992 poniéndose al frente del voto femenino, con no otro objetivo que el de que le tocase, más temprano o más tarde, ocupar el despacho oval en nombre de esas votantes, perdió toda credibilidad incluso entre las votantes de la clase media mejor instruida de la costa este.

¿Un presidente al que le gusta el Bunga-Bunga y que presume de poder agarrar a las mujeres jóvenes por sus coños? No seamos hipócritas. La retórica de Trump tiene un inconfundible sabor europeo. Consideremos los varios cursos tomados recientemente por algunos de los partidos políticos de la derecha europea, desde la Lega Nord, al Front National… o a sus homólogos en España bien representados por el Partido Popular (un partido nacionalista español, que ha probado ser incapaz de romper con su propio pasado franquista y que tiene en su interior una fuerte fracción de extremistas de derecha, que sólo ha empezado a asomar sus colmillos fuera del PP, al punto que ―con la excepción de Polonia y Hungría― es posible que no haya habido en Europa ningún gobierno ocupado por un partido más de derecha que el PP español): de todos ellos ya hemos dicho muchas veces que claramente prefiguran el tipo de monstruos políticos que empieza a asomar por el horizonte. Anunciábamos que pronto les veríamos abogar abiertamente en favor de la reintroducción de la censura, y ha sucedido; y anunciábamos que pronto les veríamos aprobar, con o sin la coartada del terrorismo internacional, leyes encaminadas a restringir las libertades de los ciudadanos, y ha sucedido también. ¿Quién tiene miedo a Trump con lo que tenemos por aquí? Trump ha metido a niños en jaulas, pero ¿alguien ha visto a Trump ordenar a su guardia de frontera disparar contra los inmigrantes náufragos en el Río Grande? Puede que lo veamos en el futuro, pero en el sur de Europa eso ya lo hemos visto en la playa del Tarajal. Por eso sorprende que los progresistas se asusten con el folklore de VoX.

Ahora bien, ¿cómo son los monstruos políticos que hoy entonan entusiastas el “Tomorrow belongs to me”? Con variaciones locales, los veremos moverse en tres direcciones. En primer lugar, veremos una reacción nativista en el ámbito de los derechos laborales y de las oportunidades en los mercados de trabajo: mientras predican las virtudes del ultra-liberalismo para todos excepto para ellos mismos, les veremos entonar ofendidos el “our folks first”, la letanía que habrá de granjearles el voto de los sectores más atrasados de los trabajadores, y que permitirá a sus amiguetes empresarios disponer de una amplia oferta de trabajadores extranjeros sin derechos. Veremos, en segundo lugar, una reacción autoritaria, en la que entonarán el “let’s get tougher”, “pongámonos serios”, con tales o cuales grupos que habrán sido previamente asociados con estados “indeseables” de la sociedad: si son ratios de criminalidad, la emprenderán con la pequeña delincuencia a golpe de código penal; si se trata de lo que ellos entienden por “los excesos” de la libertad de expresión, inflarán el concepto de “crimen de odio” o de “ofensa a los sentimientos religiosos” para poder perseguir judicialmente a todos cuantos no compartan sus prejuicios (maestros y profesores, activistas por la igualdad entre mujeres y hombres, artistas, escritores, etc.). Y veremos, por fin, una reacción populista que se alzará indignada contra la corrupción de los amigos políticos, pero ocultará a la vez la corrupción de los amigos empresarios buscando entre la elite política e intelectual de la sociedad un chivo expiatorio en el que poder perpetrar una venganza que deje impunes a los verdaderos responsables de los desmanes, los terroristas financieros e inmobiliarios que desencadenaron la crisis y que están a punto de irse de rositas sin que nadie les eche el aliento en el cogote.

Lo interesante, no obstante, de toda esta retórica anti-elitista de las nuevas derechas a ambos lados del Atlántico, es que los seguidores del nuevo populismo de derecha votarán a políticos conservadores que sirven a los intereses de las mismas elites financieras y corporativas contra las que pretenden estar actuando. Trump no es un anti-sistema. El que dudaba de que el presidente Obama hubiera nacido en los Estados Unidos, nos recuerda a los que por aquí pusieron en duda que los atentados del 11-M-2004 respondieran a un dispositivo salafista. No creyeron a Otegi, que dijo la verdad, y siguieron erre-que-erre, atrincherados en su patraña, incluso después de que un juez dictase sentencia. El contagio ha llegado incluso a la Internacional Socialista y las alas derechas de los partidos socialdemócratas europeos. El igualitarismo de esa nueva extrema derecha, analfabeta y violenta, comparte muchos rasgos con el igualitarismo procedimental de los liberales que tan negativa influencia ha ejercido también sobre el discurso socialdemócrata: en particular en la creencia de que la igualdad de oportunidades es mejor que la igualdad.

El populismo de izquierda es otra cosa: es solidaridad nacional y popular frente a un populismo de derecha que se levanta sobre un concepto embustero de igualdad, entendida exclusivamente como igualdad territorial, y combinada con la más radical insolidaridad frente al exterior. El fracaso del Partido Demócrata en los Estados Unidos es el fracaso del establishment; y es el mismo fracaso que el de los socialdemócratas europeos. Les gusta tener en frente a los extremistas de derecha para poder recoger el “voto útil” de los partidarios de la justicia social y del progreso de las libertades, al tiempo que ocultan que el espacio para que esos extremistas proliferen ha sido creado por su propia falta de firmeza a la hora de legislar y gobernar para la mayoría social. Las soluciones populistas basadas en los derechos de ciudadanía volverán. Con un poder del estado cada vez más debilitado, la cuestión es si lo harán bajo la forma autoritaria, paternalista y retrograda de una democracia vigilada que funciona al servicio de los intereses privados, o lo hace bajo una forma democrática y progresista a favor del interés público.

Otras intervenciones en el debate

Intervenciones
  • Gabriela Pinheiro Machado Brochner

    Activista y Doctora en Ciencias Políticas

    Ya es sabido que en Brasil la situación política es compleja, no del todo democrática, y no del todo legal. Sabemos por todo lo que hemos visto hasta el momento que de cierta forma, desde el año 85, la democracia se encuentra en una situación inusitada para el país, y aunque el impeachment de Dilma Roussef no fuese el primero en el período de la redemocratización, post dictadura, es el primero que ahora podemos afirmar con seguridad se ha tratado de un golpe de Estado, en una nueva forma. Nuevos golpes, desde los mecanismos institucionales. En este sentido, y sin...
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  • Irene Bassanezi Tosi

    Doctoranda en Estudios Avanzados en Derechos Humanos en UC3M

    Diálogos Feministas Europa/América Latina (Nota de la redacción: Publicamos por el interés que tiene para este este debate sobre el “trumpismo” una crónica-resumen del coloquio en el que participaron este mes de septiembre en Madrid la expresidenta de Brasil Dilma Rousseff y nuestra compañera del grupo promotor de Espacio Público, María Eugenia Rodríguez Palop.) “La ultraderecha ha conseguido protagonismo en muchas democracias y la más corrosiva es la de Brasil”. “Existe una hermandad entre el neoliberalismo y el neofascismo. No existe lo uno sin lo otro”. Así se pronunció el miércoles 25 de septiembre en Madrid la expresidenta de...
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  • Vicenç Navarro

    Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra

    Se están produciendo grandes cambios en EEUU que apenas han sido dados a conocer en España por parte de los mayores medios de información que, en su intento de informar a los españoles sobre la situación política en aquel país, se centran en presentar (y predominantemente ridiculizar) la figura del presidente Trump, comentando sus extravagancias y falsedades. Tal atención a la figura de Trump crea una percepción errónea de que el mayor problema que tiene EEUU es su presidente, ignorando que el problema real, apenas citado por los medios, es que la mayoría de la clase trabajadora de raza...
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  • Jaime Pastor

    Politólogo y editor de Viento Sur

    No es difícil compartir el diagnóstico que nos proponía Pedro Chaves en su introducción a este debate propiciado por Espacio Público, según el cual nos encontramos desde hace al menos 10 años en un periodo de interregno global. En efecto, en pocos años hemos pasado de la perplejidad ante el estallido de la mayor crisis sistémica conocida por el capitalismo desde la vivida en los años 30 del pasado siglo -que hizo pronto famosa la falsa promesa de “refundación del capitalismo”- a una nueva y radical vuelta de tuerca austeritaria y desdemocratizadora, frente a la cual una ola de movilizaciones...
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  • Lorena Fréitez Mendoza

    Psicóloga Social y Analista Política. Doctoranda en Ciencias Políticas y de la Administración (UCM). Activista de movimientos sociales en Venezuela.

    Trump lidera una estrategia que, siendo revolucionaria, funciona para afrontar el problema de la regeneración de las élites conservadoras. Las ideas de igualdad política y libertad de elección de todos los individuos que traducían democracia, han quedado vaciadas de eficacia para un liberalismo que ya no es capaz de gestionar políticamente su conflicto estructural: la desigualdad económica. La legitimidad del dominio capitalista está seriamente cuestionada y estas élites lo saben. Trump lidera una cruzada ideológica para producir un nuevo campo político que legitime estas brutales formas de dominio económico a nivel global. No solo se trata de preservar a Estados...
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  • Julián Castro Rea

    Profesor titular de Ciencia Política en la Universidad de Alberta, Canadá

    La victoria electoral de Donald J. Trump en noviembre de 2016 tomó por sorpresa a la vasta mayoría de politólogos y científicos sociales, que reaccionaron con sorpresa e incredulidad cuando los resultados electorales fueron anunciados. Quienes supimos que esa victoria era una posibilidad real habíamos observado las tendencias recientes de la política estadounidense, y los motores que la mueven. El trumpismo es el resultado de la convergencia de por lo menos tres factores: ciertos rasgos inherentes a la cultura política estadounidense, la actividad de la derecha, y una estrategia novedosa para hacer campaña política. La cultura política estadounidense se define por...
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  • Carlos Fernández Barbudo

    Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Colaborador Honorífico en la Universidad Complutense de Madrid.

    El éxito del trumpismo político difícilmente puede entenderse sin atender a lo que ha sido una de sus señas de identidad más características, a saber, un estilo de comunicación política que ha sabido entender y explotar con éxito la configuración actual del espacio público digital. No me estoy refiriendo, al menos no exclusivamente, al más que comentado fenómeno de las fake news, sino a la peculiar confluencia de fenómenos sociotécnicos que ha permitido movilizar los afectos y la propaganda política a una escala nunca antes ensayada. El escándalo de Cambridge Analytica no sólo puso en cuestión las políticas de Facebook...
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  • Bolsonarismo

    13/06/2019

    Esther Solano

    Profesora de la Universidad Federal de São Paulo

    El tsunami bolsonarista atropelló la política brasileña con una fuerza inesperada. El llamado “Trump de los trópicos” tiene su propia versión del Trumpismo, el Bolsonarismo. Veamos algunos de sus elementos. Neoliberalismo-neoconservadurismo La autora estadounidense Wendy Brown (2006[1]) explica cómo en las últimas décadas asistimos a la confluencia del neoliberalismo y el neoconservadurismo, dos racionalidades diferentes pero que se unifican de modo que el neoconservadurismo se convierte en una justificación moral del neoliberalismo. Brown afirma que el neoliberalismo, transformado en la forma de ordenar la vida social, fuerza reguladora de las subjetividades y la vida colectiva, necesita un conjunto de valores y...
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  • Anibal Garzón

    Sociólogo, docente y analista internacional

    Mucho se ha escrito sobre el fenómeno Donald Trump desde diferentes enfoques políticos y desde diversos objetos de estudio, como podemos ver en este interesante debate de Espacio Público. Sobre los diferentes enfoques políticos desde si Trump rompe con la globalización neoliberal o es un producto más del statu quo de este sistema; desde si Trump es populista de extrema derecha o un republicano reaganista; si Trump es perfil de la élite política o más de la élite empresarial; o incluso si Trump es un loco compulsivo o un estratega de la nueva política comunicativa. Y sobre los objetos...
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  • Leo Moscoso

    Sociólogo y politólogo

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  • Ignasi Gozalo-Salellas

    Profesor de Estudios Hispánicos y Estudios Cinematográficos en Ohio State University (EEUU)

    Vivimos con estupor, en mi caso desde la misma Nueva York, las elecciones del 2016 en que el outsider Trump se imponía, contra pronóstico, a todas las encuestas y cálculos de las élites políticas y mediáticas: una derrota clara ante la candidata del sistema, Hillary Clinton. Hoy, superado el ecuador de su primera legislatura, nadie se atreve a afirmar que el fenómeno Trump sea simplemente un error del sistema. Porque es, y de hecho lo fue siempre, parte del mismo. Para entender el personaje y su performance política y mediática, hay que mirar a la sociología. En 1965 Norbert...
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  • Juan Manuel Vera

    Economista, Consejo editorial de Trasversales

    “El fruto está ciego. Es el árbol quien ve” (René Char). Los rostros del poder son desagradables, pero en los últimos tiempos se están afeando cada día más. La podredumbre se agranda. Hay cambios políticos amenazantes en muchas zonas del mundo. El crecimiento global de la nueva extrema derecha debe ser explicado. Se alimenta del miedo, del odio al diferente y de una pulsión extrema hacia el dominio. Me gustaría pensar en estas líneas sobre las condiciones que lo hacen posible, desarrollando brevemente algunas intuiciones y reflexiones, esbozando unas explicaciones provisionales. El vendaval derechista El capitán retirado Jairo Bolsonaro acaba de asumir la...
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  • Francisco Javier Braña Pino

    Investigador asociado en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)

    Retomando uno de los temas con los que comencé mi carrera académica, el papel de la industria en sociedades y economías que, como la española, están en algún punto de la periferia del capitalismo, el debate se está centrando ahora en si estamos ante una nueva revolución industrial, que sería la cuarta, iniciada a finales del siglo pasado, o estamos en una nueva onda larga del capitalismo, iniciada en el último cuarto del siglo pasado con el declinar del paradigma tecno-económico conocido como fordismo y la crisis de los años 90. Si bien me inclino por esta segunda interpretación,...
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  • Federico Mayor Zaragoza

    Escritor y diplomático

    El nombramiento y primeras decisiones del Presidente Norteamericano Donald Trump, insólito en tantos aspectos, hubiera debido tener inmediata respuesta de desaprobación por muchas razones y muchos sectores… La adopción por las Naciones Unidas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) “para transformar el mundo”, y de las medidas sobre el cambio climático decididas acto seguido en el mes de noviembre de 2015 en París, aparecieron como un destello de esperanza y como una manera adecuada y oportuna para, por fin, controlar la situación y evitar un deterioro mayor e irreversible de la habitabilidad de la Tierra. Pero el neoliberalismo que...
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  • Aram Aharonian

    Periodista y comunicólogo uruguayo. Creador y fundador de Telesur.

    De la mano de gobiernos de ultraderecha y coincidiendo con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, resurgieron en América latina el neofascismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia y el racismo, tras dos décadas de experiencias progresistas en varios países, que colaboraron para este retorno con su reticencia a realizar cambios estructurales y aferrarse a los preceptos de la democracia burguesa. En las últimas siete décadas nunca Argentina, Chile y Brasil estuvieron gobernados por la derecha al mismo tiempo. Hoy, en cambio, una derecha elegida por los votos se ha asentado en el poder no solo en...
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  • Emilio Muñoz

    Profesor de Investigación "ad honorem" del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

    Quienes me siguen no se extrañarán de que aborde esta contribución bajo la perspectiva de una visión particular de la filosofía de la política científica, en un momento crítico asimismo para la ciencia. Trump ha sido una catástrofe para la ciencia y las políticas que promueven su fomento y gestión desde lo público. Trascribo de un texto previo[1]: “… en Estados Unidos la responsabilidad de la política científica reside en el Presidente de la nación con el apoyo de un asesor (Director of the Office of Science and Technology), una personalidad generalmente de altura científica y/o tecnológica, mientras que los...
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  • Mónica Melle Hernández

    Profesora de Economía Financiera, miembro de Economistas Frente a la Crisis y Secretaria General de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas

    Es difícil que el capitalismo salvaje de mercado nos sorprenda con sus actuaciones a estas alturas de la historia. Pero hay que reconocer que Donald Trump y el “trumpismo” están consiguiendo dar una, o mejor muchas, vueltas de tuerca adicionales a los principios del dios dinero y del todo vale si el resultado es rentable. Ya no es solo la falta de ética y de humanismo la que inspira las decisiones políticas del “imperio”, sino una verdadera ley de la selva, basada en la carencia de escrúpulos, de civilidad y de respeto hacia “los otros”, instaurando un capitalismo de...
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  • Eugenio García Gascón

    Periodista

    Este mes de abril el humorista Volodymyr Zelensky se convirtió en el presidente de Ucrania con más del 73 por ciento de los votos. Un resultado avasallador que vuelve a cuestionar los parámetros habituales de la política en Europa. De hecho, los parámetros habituales de la política en Europa, y en el resto del mundo, hace tiempo que se cuestionan, y la victoria del humorista ucraniano simplemente aporta un nuevo dato en esa dirección. Naturalmente, se puede criticar a Zelensky como un arribista o como un intruso, aunque creo que su elección simplemente refleja uno de los desafíos cruciales a...
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