Antifeminismo y extrema derecha
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María Eugenia Rodríguez Palop
Eurodiputada de Unidas Podemos. Titular de filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid.
Parte I
La extrema derecha se ha presentado como una resistencia de fácil acceso, sencilla pero robusta, contra los desmanes de las oligarquías políticas y las élites económicas. Es uno de los frutos de las contradicciones del neoliberalismo globalizador de estas décadas y de la connivencia de partidos conservadores, socialdemócratas y socioliberales con la mundialización financiera y el capital especulativo. Su programa es hoy de sobra conocido: repliegue nacional, orden y seguridad, reacción punitiva, militarismo, xenofobia, aporofobia, homofobia, misoginia… Una revolución conformista que no solo obedece a factores ideológicos, sino que también tiene una raíz vivencial y un anclaje empírico evidente: la experiencia de desarraigo, la desintegración social y la violencia institucionalizada que han sufrido las mayorías sociales, especialmente, en estos años, combinada con una situación real de escasez de recursos y su concentración en pocas manos. La extrema derecha ha sabido vehicular la rabia y el resentimiento de quienes se han considerados perdedores, y también el miedo de quienes tenían algo que perder.
Con todo, lo que resulta más atractivo en su itinerario no es la movilización de esas emociones negativas sino la restauración, en toda regla, de un cierto imaginario de lo común y la confrontación, sin paliativos, con todo lo que puede fragmentarlo. Y es en este itinerario en que el feminismo se presenta como una fuente de fracturas y desestabilización porque, entre otras cosas, el feminismo divide y pervierte la célula indisoluble que representa la familia heteronormativa. En este punto, el antifeminismo de la extrema derecha se apoya en un pensamiento conservador y reaccionario que deriva, en buena parte, de su alianza con las iglesias. De hecho, su discurso político y su articulación jurídica funcionan como el brazo armado de una moral puritana. La complicidad de Bolsonaro con los pentecostales en Brasil es paradigmática en este sentido, como lo es la del partido Ley y Justicia (Pis) o la de Vox con la Iglesia católica.
Buey, Bala y Biblia, o sea, agronegocio, militarismo y Pentecostales, ha sido la base del bolsonarismo. La Iglesia Universal del Reino de Dios ha jugado un papel primordial en el (des)gobierno de Bolsonaro. Una Iglesia-Empresa que dispone de 70 emisoras de TV, 50 radios, un banco, varios diarios y 3500 templos en zonas ricas de Brasil[1], y cuyo fundador, el obispo Macedo, llegó a denostar a la Universidad por ofrecer una educación idéntica para la mujer y el varón. En España, Vox ha liderado la lucha contra la educación sexo-afectiva de la mano del Opus Dei. La apuesta por la educación religiosa y la criminalización de la diversidad sexual o la llamada “ideología de género” se orienta, entre otras cosas, a lograr la sumisión y la claudicación de las mujeres, su expulsión del mercado laboral y su vuelta al hogar familiar. La “ideología de género” es una “ideología negativa” porque, como dice Segato, desobedece el mandato de la masculinidad. “El desmonte del mandato de masculinidad amenaza el mundo de los dueños, coloca el dedo en la llaga en el lugar de reproducción del mundo de la dueñidad, del señorío […]”[2]. En cualquiera de sus versiones, la extrema derecha apela a una amalgama de políticas natalistas que se conectan con presupuestos excluyentes y nacionalistas.
Esa amalgama explica, por ejemplo, la posición que se mantiene frente a las violencias machistas. La violencia contra las mujeres no existe, no tiene género o no tiene causas estructurales, las denuncias son falsas, las entidades de atención son chiringuitos que no aportan nada a las verdaderas víctimas y los hijos e hijas son víctimas de madres manipuladoras, y cuando se denuncia, se hace solo para criminalizar a foráneos, especialmente los musulmanes, que han entrado en el país gracias a la excesiva laxitud de la legislación migratoria. Se ha llegado a afirmar que la violencia tiene su origen en “los flujos migratorios incontrolados” y que son los extranjeros los que cometen la mayor parte de los feminicidios y las violaciones. De hecho, cuando la extrema derecha señala las dificultades para conciliar la maternidad con la vida profesional, solo lo hace para defender a las mujeres nacionales, a las que se utiliza para paliar el déficit demográfico, evitar la reposición a base de población migrante y asegurar el mantenimiento de los valores cristianos.
Lo cierto es que negar continuamente la existencia de violencias machistas tiene consecuencias letales para millones de mujeres. En la Unión Europea, por ejemplo, hay siete países que no han ratificado todavía el Convenio de Estambul (Bulgaria, República Checa, Hungría, Letonia, Lituania, Eslovaquia y Reino Unido) y la Unión Europea tampoco lo ha hecho todavía. Hace poco el Parlamento Europeo aprobó una Resolución en la que se afirmaba que “asistimos a una ofensiva visible y organizada a escala mundial y europea contra la igualdad de género y los derechos de las mujeres”. La Resolución condenaba categóricamente “las tentativas de algunos Estados miembros de retirar medidas ya adoptadas en aplicación del Convenio de Estambul para la lucha contra la violencia contra las mujeres” así como “los ataques y las campañas contra el Convenio [de Estambul] por su malinterpretación intencionada y la presentación sesgada de sus contenidos a la población”[3]. Toda esa resistencia tiene su origen, fundamentalmente, en el rígido bloqueo que ha generado el lobby anti-elección, liderado por el eje Polonia-Hungría y su política natalista.
El caso polaco es especialmente preocupante. Desde la caída del muro de Berlín, el país ha ido restringiendo el derecho al aborto hasta prohibirlo casi totalmente. Ahora mismo solo es posible interrumpir el embarazo en casos de violación, incesto o riesgo severo para la vida de la madre. En octubre, el Tribunal Constitucional, controlado por jueces nombrados por el Gobierno, declaró inconstitucional el tercer supuesto que recogía la ley de 1993: la malformación o enfermedad irreversible del feto. La cuestión es que en 2019 se practicaron unos 1.100 abortos legales en Polonia y el 97% de los casos fueron por este motivo. En realidad, se estima que cada año 200.000 mujeres polacas se ven obligadas a usar píldoras abortivas y otras técnicas sin supervisión médica. Unas 30.000 viajan al extranjero para ejercer un derecho que su país les niega.
Desde la llegada del partido Ley y Justicia (PiS) al Gobierno en 2015, la Iglesia católica y la organización ultraconservadora Ordo Iuris han impulsado una radical vuelta al pasado. En 2016, las mujeres polacas salieron masivamente a la calle vestidas de negro y lograron frenar una propuesta de ley promovida por el Gobierno para prohibir el aborto e imponer penas de cárcel a quienes lo practicasen. Ganaron aquella batalla, pero no la guerra contra sus derechos sexuales y reproductivos. El PiS trasladó la contienda al Tribunal Constitucional, cuya sentencia “es un nuevo ataque al Estado de Derecho y a los derechos fundamentales”, según reconoció el mismísimo Parlamento Europeo.
Como dijo Margaret Atwood en El cuento de la criada, “no se puede confiar en la frase: ‘Esto aquí no puede pasar’. En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”. Siempre es posible retroceder[4].
La violencia de género que señala a la pareja o la expareja como posible agresora, los derechos sexuales y reproductivos, en concreto, el derecho al aborto, o el matrimonio homosexual, forman una tríada demoledora para la familia heteronormativa. La demonización del feminismo cae, pues, por su propio peso.
Parte II
Podría decirse que la visión que la extrema derecha tiene del feminismo se identifica casi exclusivamente con el feminismo “liberal”, la versión más clásica y extendida del feminismo, dado que la liberación de la mujer de los roles convencionales de madre y esposa se considera, en sí misma, fragmentadora y divisoria. La emancipación de la mujer se identifica aquí con su mercantilización y el feminismo con una posición “empresarial”, autoemprendedora, que lanza a la mujer al espacio público-mercado y la desafecta del espacio privado-núcleo familiar.
De manera que el feminismo es la no-familia, un proceso que estimula la des-vinculación de las esencias familiares (o patrias), la masculinización de las mujeres, la usurpación por parte de ellas de los roles tradicionalmente adjudicados a ellos, el fin de los estereotipos de “género”. Así que la del “género” es una “ideología” que oculta y tergiversa la verdad, lo que realmente somos. Lo que somos biológica y socialmente. Altera, por tanto, la “naturaleza” del ser mujer. Un “ser” que pasa por la identificación acrítica entre el ser anatómico, social y jurídico, por ese orden. No se trata de lo que una quiera o necesite ser, sino de lo que una es y debe ser, considerando aquí que el ser y el deber ser forman parte del mismo plano, en un punto en el que no solo no pueden separarse, sino que no pueden diferenciarse conceptualmente. El ser es esencia (naturaleza) y permanencia (estabilidad social e histórica) y todo lo que es debe ser y seguir siendo. Así de fácil. Cosas del Derecho Natural y de lo que se ha venido llamando “falacia naturalista”. No es esta una cuestión en la que me vaya a detener ahora (aunque le he dedicado largas horas de mi vida), pero sí es importante señalar que el antifeminismo (como la mayor parte de lo que la extrema derecha plantea) se mueve en ese marco naturalista y preilustrado.
Evidentemente, de aquí se deriva, de momento, la negación de la “libertad” vinculada al “deseo”, al “querer”, entendida como “libertinaje”, pero no solo. Se niega también la “libertad” entendida como “autodeterminación”, esto es, como un proceso de emancipación del mundo de la “necesidad”. Las necesidades, aunque son sentidas individualmente, son siempre construcciones sociales e históricas, sin duda, pero eso no significa que sean frutos aleatorios de la historia ni tampoco productos de la manipulación que de ella se haga desde el poder. Para la extrema derecha, el feminismo es una forma de dominación que crea (inventa) necesidades donde no las hay. O sea, que el feminismo es tan alienante como el machismo y somete también a las mujeres: las desaliena de la familia para alienarlas al mercado, generándoles problemas de identidad, desarraigo, soledad e infelicidad.
Esto es, las opciones sexuales no pueden elegirse (como suponía Foucault) y el binarismo es obligado. El binarismo no es solo que las mujeres y los hombres, son, con mayúsculas, distintos, sino que los segundos dominan, han dominado y dominarán siempre sobre las primeras, en todos los órdenes de la vida, excepto en el hogar, donde a las mujeres se les otorga un rol social y políticamente relevante. “Ser” madre y esposa es lo único que ellas pueden ser y jugar ese papel es lo que las hace verdaderamente libres, porque ese es el único rol en el que están desalienadas, en el que pueden liderar como “mujeres”, independientemente de los varones. Cualquier otra alternativa, es una renuncia a su libertad natural y no es, por tanto, emancipación sino mercantilización; sujeción al reino masculino, insatisfacción (dado que el ser no se consuma) y sometimiento al reino de las necesidades creadas socialmente por el poder. De manera que cuando el feminismo anima a las mujeres a salir al mercado, lo que hace, en realidad, es esclavizarlas. El patriarcado no está donde las feministas creen que está sino en otro lugar; justo en el lugar al que ellas se dirigen.
La igualdad entre hombres y mujeres no solo no es posible, sino que no es deseable, como sucede también por lo que hace a las diferentes clases sociales o nacionales. La extrema derecha es clasista y xenófoba pero no únicamente por aporofobia o xenofobia, sino porque se asume que la desigualdad es un dato y que siempre ha habido y habrá seres “superiores”, llamados por naturaleza, a dirigir al rebaño. Y estos líderes naturales son los hombres, los ricos y los nacionales. ¿Por qué? Porque la historia demuestra que son los que mejor lo han hecho. Su éxito social ratifica sus méritos, sus méritos ratifican sus virtudes, y sus virtudes confirman sus capacidades naturales. En el fondo de este argumento, late una concesión, sin paliativos, a las sociedades meritocráticas basadas, eso sí, no al estilo “liberal”, en los éxitos empresariales-mercantiles, sino al estilo “conservador”, en el mantenimiento impertérrito de las esencias naturales (de lo que es y debe ser porque siempre ha sido). Las feministas podrán vociferar lo que quieran, pero están de paso, como está de paso el marxismo o el multiculturalismo. Nada ni nadie logrará cambiar el destino que la rueda depredadora de la historia ha escrito para las mujeres, los pobres y los extranjeros.
Parte III
Si asumimos que un antídoto es la sustancia que contrarresta los efectos nocivos de otra, cabe preguntarse si el feminismo “liberal” o el llamado “feminismo de la igualdad” puede presentarse, por sí mismo, como un antídoto frente a la extrema derecha. No tengo intención de analizar sus presupuestos, ni tampoco de criticarlos, sino de plantear en qué medida puede presentarse como una alternativa efectiva frente a estas posiciones.
Este feminismo niega la diferencia sexual por ser fuente de discriminaciones y suele distinguirse del “feminismo de la diferencia”, que reconoce un valor positivo a la diferencia sexual entendida como una realidad histórica que se apoya en la experiencia de las mujeres (no en su esencia, ojo). Evidentemente, esta es una aproximación muy simplificada. Conozco bien su complejidad y sé que hay diferentes escuelas y corrientes (a veces, casi tantas como autoras y militantes) pero mi objetivo aquí, insisto, es apuntar qué feminismo es más “eficiente” en la lucha contra la extrema derecha y me parece que hay unas pocas cosas claras.
No puede combatirse a la extrema derecha identificando mercantilización con emancipación, esto es, con un feminismo “empresarial” clasista y elitista, para el que la igualdad de oportunidades se traduzca en equiparar a hombres y mujeres en la dominación. Esta posición no nos sirve porque confirma parcialmente lo que la extrema derecha quiere confirmar: el feminismo arrastra a las mujeres al reino de la sumisión y la necesidad porque las desaliena de su lugar “natural”, el de la familia (buena y justa por definición), para alienarlas al mercado. Ya sé que la familia no es un lugar “natural”, ni siquiera, necesariamente, amable, para el feminismo “liberal” (aunque en ocasiones se ha asumido acríticamente), pero estas posiciones sí refuerzan la segunda parte del axioma y eso las inhabilita para contrarrestar eficientemente a la extrema derecha.
En primer lugar, porque lógica mercatoria es la lógica capitalista de la acumulación que ha puesto en crisis la vida tal como la conocemos. Como ha dicho en varias ocasiones Amaia Pérez Orozco, la lógica mercatoria y la lógica de la vida son irreconciliables y solo parecen compatibles cuando se esconde la tensión que late entre ellas a fin de relegar la vida al terreno de lo invisible. Cuando la vida se invisibiliza, se invisibilizan los cuidados y se oculta a las mujeres, que son las que se ocupan de ellos. Si este proceso tiene éxito es porque son ellas las que absorben la tensión que el capitalismo ha creado entre lo productivo y lo reproductivo, y el feminismo liberal acaba reforzando este marco.
En segundo lugar, porque la división público-privado que defiende este feminismo de la igualdad, o como lo que queramos llamar (ahora esto es irrelevante), es la que facilita que se reconozcan derechos solo a quienes ocupan un espacio público atravesado por la racionalidad del mercado. La rígida división público-privado presupone la inferiorización de lo privado en la medida en la que al mundo de los derechos se accede únicamente desde el espacio público; desde una ciudadanía que no puede desligarse del locus productivo, el “trabajo” y el consumo.
El problema es que no debería tratarse solo de impulsar el acceso de las mujeres al mercado (casi siempre, como mano de obra barata y flexible) y promover un cambio de valores que reconozca a las “trabajadoras” como ciudadanas, subalternizando, colateralmente, a las que “no trabajan”. Si queremos combatir a la extrema derecha no podemos reducirnos al feminismo del 1%, lobbista, empresarial e institucional, para mujeres ricas con voluntad de liderar. Hay que romper los techos de cristal, sin duda, pero ni este objetivo puede ser el único, ni resulta especialmente útil para contrarrestar el antifeminismo de la extrema derecha. El nuestro no puede ser el feminismo de la falsa meritocracia, una revolución que solo cambia, relativamente, la vida de las pocas mujeres que cumplen los requisitos formales que el patriarcado exige para formar parte de una élite. Y digo “relativamente” porque la libertad no empieza y termina con la firma un contrato sobre cuyas condiciones no se tiene ningún control.
En tercer lugar, la dicotomía autonomía-dependencia organizada sobre el eje de los ingresos monetarios y la propiedad privada, en la que también se apoya el feminismo liberal, impide el reconocimiento de la interdependencia social y deprecia/desprecia la red de cuidados que ya existe y que sostienen las mujeres. Con esta dicotomía, no solo se hace un flaco favor a las mujeres, sino que se fortalece, una vez más, el marco conceptual en el que se apoya la extrema derecha.
En cuarto lugar, no podemos abonarnos a un feminismo que individualiza los problemas estructurales y acaba debilitando el énfasis en la coerción social a la que las mujeres estamos sometidas. Cuando lo único que se busca, por ejemplo, es criminalizar y castigar a un agresor concreto, la referencia deja de ser la mujer “como clase” y pasa a ser, simplemente, el “yo”, la mujer “como víctima”. Cuando solo se nos protege mediante el uso de sanciones, se nos fragmenta, se nos despolitiza, y se nos deja sin protección como grupo.
Un proyecto legal desligado de un programa político-económico redistributivo, de una agenda social más amplia en torno a las violencias, y centrado únicamente en la justicia penal, tiene un alcance muy limitado, confirma el statu quo y alimenta las dinámicas utilitaristas del sistema. Dinámicas que pueden llevar a castigos espectaculares para los agresores señalados mediáticamente, represalias individualizadas de enorme calado para disuadir a terceros, pero que resultan inútiles, una vez eliminadas unas cuantas manzanas podridas.
No olvidemos que el punitivismo es un acicate para una extrema derecha sanguinaria que clama en favor de la cadena perpetua y la prisión permanente revisable frente a violadores extranjeros.
Vaya, es cierto que, frente a un Derecho patriarcal, la protección de las mujeres requiere de un trato especial, pero ese trato no puede reducirse a una criminalización más vasta. Se requiere de un plan social y exige, además, un sistema penal y penitenciario que incorpore, sin reservas, políticas preventivas.
El Derecho es una extraña combinación de persuasión, burocracia y violencia, pero para funcionar, para generar orden, seguridad y justicia, esa combinación ha de ser equilibrada. No sirve de nada castigar si no se entiende el sentido del castigo. Si la violencia machista es un problema estructural, su abordaje no puede concentrarse únicamente en la figura del delincuente, ni en la de la víctima. No digo que no haya que castigar, digo que el castigo ha de aplicarse considerando que el delito no es el fruto de una patología individual (que también puede existir) sino de una red de relaciones profundamente patriarcales, y esa es la red que se tiene que erradicar[5]. Negar, ocultar o minimizar los problemas estructurales facilita la criminalización y la persecución focalizada que alienta la extrema derecha.
Parte IV
Decía, al principio, que la extrema derecha se anclaba en la experiencia de desarraigo, desintegración social y violencia institucionalizada que han sufrido las mayorías sociales, especialmente, en estos años, y que ha vehiculado la rabia y el resentimiento de quienes se han considerados perdedores, así como el terror de los que tenían algo que perder. Frente a la soledad y el miedo, ha ofrecido la restauración de un mundo perdido; un mundo común y compartido que no mira al futuro sino al pasado, al reino de la naturaleza hoy subvertido y adulterado. Se ha perdido el equilibrio y la armonía que nos ofrecía el orden natural, que es el orden moral y la fuente de nuestra felicidad, y la extrema derecha debe restaurarlo. Esta épica militante tiene que ver con esa lucha y puede desembocar en una violenta batalla en la que el fin justifique los medios, en la que se cuente con un ejército, se asuman víctimas necesarias y se designe a los próceres cuya misión heroica sea corregir los desvíos depravados de la historia.
Pues bien, si es esto es así, parece claro que solo el feminismo de la diferencia, ajustado y corregido, está en condiciones de amortiguar el impacto de la extrema derecha puede tener sobre la vida de las mujeres, contrarrestar su propaganda y articular una resistencia efectiva. Ajustado y corregido porque es en su versión relacional en la que puede tener más recorrido. Me explico.
La marea feminista de los últimos tiempos ha asumido el diagnóstico que acabo de describir, pero, a diferencia de la extrema derecha, ha logrado canalizar la rabia y el miedo hacia una contestación de signo radicalmente opuesto. El feminismo relacional se mueve con el mismo material humano, pero apelando a una semántica de la experiencia completamente diferente porque la misma conciencia de vulnerabilidad y dependencia que ha dado lugar a la extrema derecha, ha encontrado aquí un tejido bien trabado para derribar sus fronteras.
Uno. Este feminismo relacional asume la racionalidad del miedo frente a la soledad, la fragmentación y el vacío al que nos han arrastrado las políticas neoliberales. Asume las violencias sistémicas que sufrimos las mujeres. Asume la necesidad de redes y vínculos comunitarios; la misma necesidad a la que dan respuesta las iglesias, los nacionalismos excluyentes y el conservadurismo político. De hecho, parte de la vulnerabilidad y la dependencia como condición estructural de lo que significa ser humano, pero no es ni puede ser conservador. No asume la desigualdad como dato, ni la superioridad de unos sobre otros, porque el éxito de los varones, los ricos y los nacionales, no confirma sus capacidades, sino que es una prueba de su egoísmo y su codicia. Reivindica un imaginario de lo común que pone en valor la revolución de los cuidados y los afectos, pero no se centra en la familia patriarcal porque no entiende el cuidado como un destino fatal derivado de la biología o la maternidad (real o potencial).
Dos. Dado que la violencia sistémica y la escasez de recursos es fruto de la codicia de los propietarios, los ricos y los especuladores, este feminismo se opone a los procesos de desposesión, las privatizaciones y el nuevorriquismo que la extrema derecha alienta. Se articula también desde un imaginario de lo común, aunque lo hace en la consciencia de que el sostenimiento de la vida y la supervivencia de las mujeres depende de bienes comunes/públicos y de las prácticas relacionales que favorecen su gestión compartida, equitativa y sostenible.
Tres. Se asume que hay buenas razones para tener miedo, pero no al pobre, sino a la pobreza, no al extranjero, sino al exilio, no a los migrantes, sino a la precariedad y a la intemperie. O sea, que es a los pocos ricos opulentos y no a los muchos desarrapados a los que tenemos buenas razones para temer. Precisamente porque teme a los pocos y no a los muchos, a las élites y las minorías excluyentes, este feminismo resiste la captura securitaria de nuestra vulnerabilidad que representa el Estado policial, el militarismo, el racismo institucional y el colonialismo; las reacciones punitivistas del poder que la extrema derecha activa frente a las emergencias que ella misma crea y/o amplifica.
Cuatro. Y por esta misma razón, el refugio de las feministas no puede ser esa abstracta y fantasiosa comunidad nacional cerrada, excluyente y expulsiva que dibuja el patriotismo de banderas, sino las vivencias cotidianas de interacción, las relaciones afectivas y los vínculos que las mujeres cultivan. Los “bienes” relacionales que necesitamos para vivir y sobrevivir al desamparo.
Lo importante aquí no es lo que hemos sido, ni tampoco la narración épico-narrativa de lo que somos, sino lo que queremos ser en común; lo que hacemos y queremos hacer con quienes compartimos un espacio vital concreto. Es decir, que la pertenencia a una comunidad política, en esta versión feminista, viene determinada por la actividad y la experiencia compartida. Por eso es siempre más integrador el expediente de la vecindad que el de la ciudadanía. Lo importante es lo “bueno” que hay entre nosotros, las redes de cuidados que, parafraseando a Marina Garcés, no pueden visualizarse desde una mirada focalizada (lo concreto-particular) ni panorámica (lo abstracto-universal), sino desde el ojo “implicado”, libremente vinculado. De todo esto se deduce la relevancia de la vivencia, el testimonio y la épica cotidiana.
En la comunidad feminista el eje central no son los intereses personales, las robustas voluntades individuales, ni los deseos de unos pocos, sino las necesidades insatisfechas y de cuidado que tienen los muchos. De manera que, frente al narcisismo, el utilitarismo y la competitividad que solo favorece a las élites, se alza la cultura de la responsabilidad, el hacerse cargo y el cuidado. Se trata de plantear los derechos propios en el marco de una “ética del cuidado” que conceda un valor político a los bienes relacionales y los vínculos, y que reconozca las deudas de vínculo que hemos contraído con quienes nos han cuidado, nos cuidan y nos cuidarán. Unas deudas que se proyectan hacia el pasado y hacia el futuro, y que superan, con creces, la visión lineal del tiempo.
Por eso aquí es importante la justicia generacional: lo que le debemos a quienes han vivido antes, el deber de memoria, y lo que debemos a quienes vendrán después. Puede reformularse la familia y la nación sin desvincularse ni alienarse a la lógica mercatoria.
Cinco. El feminismo relacional es anticapitalista y antiproductivista. El capitalismo se apoya en la obtención del máximo beneficio posible en el menor tiempo y con el menor coste posible; crecer de forma indefinida externalizando los costes para que sean otros los que paguen las deudas (la deuda ecológica – deuda de carbono, biopiratería, pasivos ambientales y exportación de residuos – y la deuda del trabajo en condiciones de explotación). La intención es apropiarse y reapropiarse de lo común bajo el paraguas de una propiedad privada sacralizada e intocable, que deja a los más vulnerables, y a las mujeres en particular, apriorísticamente, al margen del sistema.
Si la propiedad privada no es política, sino prepolítica; si tiene un valor moral, y no instrumental, no hay ninguna razón para hablar de su función social y su utilidad pública. No es un instrumento para satisfacer necesidades básicas, sino un objetivo en sí mismo, y puede ser estrictamente especulativa.
Las mujeres tienen que alinearse con las políticas de lo común que se orientan a la redistribución de la riqueza y que defienden la prioridad del derecho a la subsistencia sobre el derecho a la propiedad, asumiendo que el segundo ha de protegerse solo cuando se orienta a la satisfacción del primero. Garantizar la subsistencia y los bienes comunes exige limitar los bienes privados (propiedad privada) y requiere también de la existencia de bienes públicos (evitar tanto la dominación horizontal y vertical).
Las políticas privatizadoras y extractivistas de la extrema derecha son el epítome del clasismo y el supremacismo, y se explican, una vez más, y entre otras cosas, a partir de la superioridad natural e histórica de unos sobre otros. La dominación de unos sobre otros y el dominio total sobre la naturaleza.
El feminismo relacional, en cambio, asume la ecodependencia, la dependencia que tenemos de la naturaleza para sostener la vida y la relevancia del dolor para articular responsabilidades con los animales no humanos. La civilización no es subyugación y sumisión, y la cultura de la responsabilidad tiene que extenderse también a la esfera no humana.
Parte V
En definitiva, contra quienes mitifican la libertad contra los otros, la autoestima soberbia del yo, la autoconsciencia, el auto-reconocimiento, la inmunidad y la autosuficiencia, el feminismo relacional plantea el contagio, el contacto, el reconocimiento del otro y la construcción del tú. Somos el resultado de nuestras sinergias relacionales, en permanente estado de regeneración, reflexión, revisión y diálogo.
Frente a la política de los muros y el aislamiento grupal que fomenta la extrema derecha, el feminismo relacional alza la vivencia, la experiencia compartida y la política continua de los cuerpos[6].
El cuerpo como campo de batalla, objeto de violencias machistas (física, sexual, emocional y económica), feminicidios y violencia institucional. Una violencia que se ha incrementado cuando el poder jerárquico de la masculinidad se ha visto amenazado.
El cuerpo como fuente de subjetividad. “Mi cuerpo es mío” es un grito contra el sistema que discrimina y oprime a las mujeres, y quiere decir “mi cuerpo soy yo”, no soy disociable de mi cuerpo, porque hay una relación entre el cuerpo y el yo que no puede entenderse en la clave patrimonialista del individualismo posesivo.
El cuerpo como objeto de cuidados que apela al deber de cuidar (deber público de civilidad) y al derecho a cuidar y ser cuidados. La interdependencia pone de manifiesto la relevancia de las mujeres, la conexión entre el sistema productivo y el reproductivo, el trabajo remunerado y no remunerado, y la necesidad, en definitiva, de redefinir lo que entendemos por “trabajo”. Subraya también la relevancia de las abuelas y las mujeres migrantes: el trasvase de cuidados de unas generaciones a otras, que supera las fronteras del tiempo, y la cadena global de cuidados, que supera las del espacio, porque no tiene ni nacionalidad ni Estado. En ese juego de manos femeninas, ni hay varones ni hay instituciones.
Finalmente, el cuerpo necesitado, dependiente del ecosistema y los recursos naturales que el productivismo y el consumismo depreda y desmantela. La ecodependencia nos recuerda que el colapso civilizatorio al que estamos asistiendo es también el colapso de los valores masculinos asociados al egoísmo, el individualismo, el narcisismo, el progreso lineal y el crecimiento infinito, a los que nuestra civilización responde.
La extrema derecha maneja un imaginario de lo común reaccionario y excluyente que consiste en regresar a los enclaves seguros del pasado: la familia, la iglesia, la clase, el Estado, la nación y la propiedad privada. El feminismo relacional apela a una comunidad de cuidados mucho más amplia e inclusiva, revirtiendo el uso que el poder ha hecho de esas instituciones e incorporando la corporalidad sintiente a la lógica abstracta de la normatividad.
[1]http://www.rebelion.org/noticia.php?id=248169
[2]https://www.dw.com/es/cunde-la-alarma-ante-la-posibilidad-del-fin-del-orden-patriarcal-dijo-rita-segato-a-dw/a-56809492
[3]https://www.bing.com/search?FORM=XKSBDF&PC=XK01&q=La+Europa+de+las+mujeres+frente+al+lobby+anti-elecci%C3%B3n
[4]https://www.elsaltodiario.com/opinion/el-rayo-que-no-cesa
[5]http://lapenultima.info/articulos/feminismo-antipunitivista-de-por-que-el-incremento-de-las-penas-no-es-la-solucion/
[6]https://ctxt.es/es/20190306/Firmas/24814/Maria-Eugenia-Rodriguez-Palop-extracto-revolucion-feminista-y-politicas-de-lo-comun-extrema-derecha.htm
Antifeminismo en tiempos de avance feminista
30/06/2021
Laura Pérez Castaño
Tenienta de Alcaldía del Ayuntamiento de Barcelona
El feminismo es uno de los movimientos sociales y políticos más potentes de nuestra época. En los años previos a la pandemia ha demostrado una capacidad de movilización que no veíamos desde los movimientos anti-austeridad del periodo 2011-2014, como el 15-M. Además, en los últimos años el feminismo ha tenido a nivel mundial una influencia creciente en la agenda política y está impulsando un cambio cultural muy rápido.
Todos estos avances provocan resistencias. Es un cambio de una magnitud importante y como en todo cambio no podemos ser ingenuas y pensar que no generará conflicto. Por lo tanto, hay que decidir cómo nos posicionamos ante las resistencias.
En paralelo al crecimiento del feminismo, estamos presenciando el ascenso de la extrema derecha, que en Europa viene de lejos (es hegemónica en países del Este como Polonia y Hungría, y muy influyente en países occidentales como Italia y Francia) y a España ha llegado con fuerza de la mano de Vox.
La derecha autoritaria está aprovechando el anhelo de cambio, y lo hace poniendo en riesgo los derechos humanos, especialmente los de las mujeres, los colectivos LGTB, las personas migradas y las minorías. Tanto partidos como movimientos de extrema derecha están canalizando políticamente el anti-feminismo. De forma muy estratégica, se está alimentando y reforzando el malestar creado por el feminismo en sectores que sienten amenazados sus privilegios. El punto de partida del malestar y sus argumentaciones pasan por la pérdida de la posición tradicional de los hombres y la necesidad de recuperarla. En este sentido se enfatizan los valores tradicionalmente asociados a la masculinidad y se reivindica que esta defensa de los valores es poco menos que cool, apelando así a la crisis de la masculinidad.
De nuevo, se abanderan ideas basadas en las diferencias biológicas entre mujeres y hombres como diferencias que justifican posiciones desiguales en la sociedad. Por otro lado, generan propuestas de retroceso en los pasos logrados en la lucha contra la violencia machista, en especial las legislativas, para devolver al espacio privado estas violencias. Y se cuestiona la capacidad de decisión de las mujeres sobre sus cuerpos, con una oposición radical al derecho al aborto. Son ejes que hilvanan un frente común antifeminista.
¿Qué podemos hacer las feministas ante esta resistencia?
Detener o ralentizar el cambio NO es una opción. Tenemos que seguir adelante porque es imprescindible lograr la equidad de género en los recursos económicos, en la capacidad de decidir y eliminar la violencia machista que se cobra miles de vidas de mujeres.
Tenemos que impulsar políticas para debilitar esta reacción y consolidar los avances pero siendo conscientes de la reacción a la agenda feminista, de cómo la extrema derecha se refuerza capitalizando esta reacción y organizar la respuesta de manera consciente.
Los ayuntamientos tenemos un papel importante que jugar en el impulso de esta agenda. Porque somos las administraciones más cercanas a las personas y, en el caso de Barcelona, somos referentes en políticas feministas y a favor de la diversidad sexual y de género.
Desde la administración local se debe trabajar la prevención del sexismo e incluir a los hombres con la mirada de un feminismo del 99%, que mejore la vida de todas las personas. Y podemos hacer algo que es muy importante para cerrar grietas por la que se escurren discursos de la extrema derecha: fortalecer los lazos comunitarios.
Son necesarias políticas específicas para prevenir las actitudes sexistas, en toda la población y en todos los ámbitos de la vida. La Red de escuelas por la igualdad, un programa que lejos de limitarse a hacer talleres puntuales con jóvenes en las escuelas, forma a los claustros durante más de un año para poner la cuestión de la igualdad de género en todo el currículum escolar y que se trabaje de manera integral en el sistema educativo, desde la escuela infantil hasta los institutos. También con campañas de comunicación: en Barcelona, llevamos años innovando en campañas de comunicación feminista plurales, dirigidas a toda la población y especialmente a los hombres.
Dirigirse a los hombres es precisamente una de las claves para desactivar los miedos ante el avance feminismo. Tenemos que recordar continuamente que una sociedad feminista es una sociedad mejor para todo el mundo. En Barcelona tenemos un Servicio de Atención a Hombres que ayuda a hombres que quieren superar comportamientos y actitudes machistas. Estamos iniciando una línea de trabajo sobre masculinidades, que contará con un centro propio para la promoción de masculinidades alternativas.
El feminismo no es solo el movimiento de las mujeres y no es un movimiento limitado a los valores y actitudes personales, como sugieren cierto tipo de posturas liberales. Es un movimiento profundamente transformador, con potencial para mejorar la vida de todas las personas. Este es el feminismo del 99% que tenemos que defender, el que teme la extrema derecha. Cuando se busca hablar de valores y de identidad al hablar de feminismo o de antifeminismo caemos en una trampa porque se relegan las demandas feministas que quieren transformar el sistema económico. Son estas propuestas las que pueden ampliar de verdad los márgenes de decisión de las mujeres y de todos los grupos perjudicados por el sistema capitalista, es decir, la mayoría de la población.
En un contexto de ascenso de la extrema derecha, no nos vale cualquier feminismo. Necesitamos propuestas de transformación valientes que puedan ofrecer una alternativa a la política del miedo. Pero necesitamos que las respuestas sean conjuntas entre actores y movimientos diversos, con un trabajo en red entre ciudades y luchas locales, capaz de forjar una alternativa que dé respuesta a las necesidades básicas del día a día -el disponer de un techo, de alimentos, de energía, agua, respirar un aire sano, ser cuidado y cuidar y estar con los que te rodean en relaciones de equilibrio y justicia-.
La extrema derecha se alimenta de la atomización de nuestras sociedades. Cuando no conoces al vecino es más fácil odiarlo, lo vemos muy bien en las ciudades. Por eso, uno de los antídotos más potentes contra la extrema derecha es reforzar los lazos comunitarios. Conseguir que nuestras ciudades no sean un conjunto de individuos aislados, sino un conjunto de comunidades. En Barcelona tenemos mucha fortuna porque es una ciudad que históricamente cuenta con un tejido asociativo y comunitario denso y potente.
Desde el Ayuntamiento hacemos lo posible por fomentar auto organización vecinal y, en general, construir una ciudad donde la convivencia sea una realidad positiva. Ejemplo de ello es el servicio de mediación de conflictos y la red “anti-rumores” que ayudan a canalizar posibles conflictos vecinales y en particular combaten la desinformación que sustenta el racismo.
También desde un urbanismo de la vida cotidiana podemos promover los lazos comunitarios: un espacio público amable es clave para que las calles y plazas se conviertan en lugares de encuentro. Lo vemos de forma muy concreta en la supermanzana de Sant Antoni, donde hemos eliminado los coches, creando un espacio donde se encuentran las vecinas del barrio cada tarde.
El ascenso de la extrema derecha es una de los elementos más preocupantes del panorama político actual, junto a la emergencia climática y el crecimiento de las desigualdades. El feminismo es a la vez un elemento que la extrema derecha manipula en su beneficio y un proyecto político fundamental para construir una alternativa progresista a la extrema derecha. Las ciudades tenemos mucho que decir, con políticas concretas, que van más allá de las políticas estrictamente dirigidas a las mujeres, para combatir la reacción anti-feminista promovida por la ultraderecha.
Novedades en las extremas derechas y potenciales atractivos para las mujeres
26/06/2021
Laura Gómez
Politóloga, investigadora y experta en políticas de igualdad de género y participación ciudadana
Como ya se ha dicho en este debate, el regreso de la extrema derecha a la escena política como actor emergente forma parte de un movimiento global en el que las cuestiones de género tienen una relevancia central en su proyecto político. Sin embargo, sus posiciones respecto a los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI difieren y adoptan narrativas distintas en cada contexto nacional.
Es precisamente en esta diferente consideración de las cuestiones de género en donde se inscriben algunas de las novedades históricas que presentan las nuevas extremas derechas.
Una de estas novedades está siendo la de colocar a una élite femenina al mando. También la capacidad que pueden estar demostrando estos liderazgos femeninos para movilizar y atrapar el apoyo de las mujeres. Se va reduciendo la brecha entre mujeres y hombres que eligen a la extrema derecha como opción política. En 2015, la Encuesta Social Europea daba cuenta de una tendencia inquietante: en siete países de la UE la extrema derecha era apoyada por el 40% de las mujeres y demostraba una importante capacidad de reclutamiento de mujeres jóvenes.
Lo están consiguiendo hacer con un discurso que incorpora elementos identitarios del feminismo de la diferencia y clasistas del feminismo liberal, tales como la defensa de la diferencia sexual, el valor del cuidado y la maternidad asociados a la feminidad, el apoyo a la participación de las mujeres en el mercado laboral, la aceptación de los derechos LGTBI o incluso evitando oponerse frontalmente al aborto.
Ahí está la amistad de Marine Lepen con el mundo LGTBI y su rechazo a apoyar en Francia una reforma del aborto similar a la que planteó Gallardón en España, el lesbianismo de la dirigente alemana de AfD que conforma una familia no tradicional o la representación de la supermadre de la italiana Meloni.
Detrás de esta “modernización ideológica” que apuesta por liderazgos femeninos y giros discursivos de defensa matizada de los derechos de las mujeres hay una estrategia que busca “desdiabolizarse” capturando banderas progresistas con el fin de salir de la marginación política y extender su base sumando al grupo emergente de las mujeres, tal y como ha señalado Amelia Lobo en este debate.
Pero, como también ha apuntado Steven Forti, no sólo se trata de pinkwashing. La defensa de los derechos de las mujeres sirve instrumentalmente para construir la ficción de una cultura occidental fundada en una presunta democracia sexual amenazada por culturas sexistas foráneas que pretenden acabar con ella. El problema de las mujeres no sería el régimen patriarcal y la institucionalización de su subordinación, sino los hombres inmigrantes, especialmente si son musulmanes.
Esa ficción se alimenta, además, de distintas paranoias que nacen de la obsesión por las bajas tasas de natalidad en occidente y la supuesta mayor capacidad reproductora de los inmigrantes. Esta tesis, conocida como el “gran reemplazo”, no deja de ser una mediocre teoría conspirativa sin ningún respaldo estadístico, pero funciona como un mito movilizador que parece resultar rentable electoralmente.
Al igual que los derechos de las mujeres, los derechos de las personas LGTBI y la denuncia de la homofobia, siempre de los musulmanes, también es usada para reforzar su cruzada antiinmigración. Su éxito no ha sido nada desdeñable entre el mundo gay, que no lesbiano y transexual. Esa sería otra de las innovaciones históricas de estas nuevas extremas derechas. Se pueden presentar como racistas y progay articulando alianzas con el movimiento LGTBI al tiempo que niegan el matrimonio entre personas del mismo sexo y su posibilidad de adoptar.
En definitiva, esta extrema derecha, efectivamente, no sólo adopta un discurso que la hace más aceptable en contextos de hegemonía feminista y de rechazo mayoritario a la LGTBIfobia, sino que, además, le permite articular un nosotros común que se cierra en clave nacional frente a un otro extranjero agresor sexual e invasor demográfico.
Con todo, el análisis de esta retórica “feminista” y de las políticas que impulsan cuando tienen representación institucional muestran que las propuestas no difieren de aquellas extremas derechas que criminalizan al feminismo y se oponen sin complejos y abiertamente a los derechos de las mujeres y personas LGTBI.
Tal y como muestran los estudios de caso analizados en el informe “La extrema derecha y el antifeminismo en Europa” (2021) de la Fundación de Estudios Espacio Público, el futuro que proyectan todas ellas tiene en común el retorno al viejo modelo de hombre proveedor y mujer reproductora y cuidadora, introduciendo mecanismos de disciplinamiento de las mujeres y personas LGTBI usados profusamente en el pasado: limitar o eliminar los derechos sexuales y reproductivos, fortalecer la familia nuclear heteronormativa y patologizar otras formas familiares, refijar el rígido binarismo de género –sólo hay hombres y mujeres biológicamente determinados- persiguiendo la educación sexual y asimilándola con la pedofilia, negar la violencia de género, etc.
El futuro que imaginan estas extremas derechas, sin embargo, no es sólo un retorno a un supuesto pasado dorado, sino un proyecto constituyente en construcción, en discusión y sin contornos claros, pero que avanza hacia formas sociales antiigualitarias a través de estados con un fuerte carácter autoritario.
Desde esa perspectiva, comparto la tesis ampliamente expuesta acerca de que la relevancia que va adquiriendo la extrema derecha no puede ser interpretada sólo como una reacción al avance de los derechos de las mujeres. Sino que, más bien, podría explicarse por su capacidad para usar moduladamente sus posiciones antifeministas, según el contexto, para debilitar la democracia representativa e instaurar un nuevo régimen político que responda autoritariamente y en clave elitista a los grandes desafíos civilizatorios a los que nos enfrentamos, como la crisis ecológica, la crisis de reproducción social, el reemplazo humano por robots, etc.
Desveladas sus intenciones, necesitamos entender con cierta urgencia la corriente subterránea que podría estar articulando el apoyo de las mujeres a la revuelta reaccionaria para poder frenarla eficazmente. La ponencia inaugural de María Eugenia Rodríguez Palop ya indagaba extensamente y con lucidez en muchas de las claves que podrían estar detrás de los malestares de las mujeres y para los que el feminismo liberal no tendría respuestas. Aquí me propongo introducir algunos elementos que, sin ser del todo nuevos, profundizan en algunos aspectos no tan explorados y que podrían estar siendo captados de forma oportunista por la extrema derecha.
Una razón del posible apoyo de las mujeres a la extrema derecha podría estar vinculado con el rechazo a unas políticas de igualdad liberales que se entiende han abandonado a la inmensa mayoría de las mujeres. La promesa de igualdad de género sólo ha llegado a unas pocas afortunadas, mientras que el resto ha observado como en las últimas décadas han empeorado sus condiciones de vida y su experiencia vital cotidiana está atravesada hoy más que nunca por la incertidumbre, especialmente para las mujeres jóvenes y las madres cabeza de familias monoparentales. A la extrema derecha no se le escapa. Pueden oponerse a unas políticas de igualdad que representan el statu quo de ese “neoliberalismo progresista” que las ha empobrecido tal y como lo llamó Nancy Fraser, al tiempo que se posicionan a favor de la igualdad salarial y desarrollan medidas dirigidas a las jóvenes madres y a las familias monoparentales.
Hay algo más. Pese a la falta de redistribución del poder económico y social entre mujeres y hombres, es verdad que las políticas de igualdad han corroído las tradicionales jerarquías de género y han provocado cambios sustanciales en la articulación de los lazos sociales y de las relaciones íntimas.
En el marco de un capitalismo que mercantiliza todos los aspectos de la vida –la amistad, el sexo o el amor- y los orienta hacia el consumo, la mayor libertad de elección en la forma de vincularse habría quedado atrapada por una gramática relacional basada en el cálculo de interés individual y utilitarista, que busca acumular experiencias en un nuevo mercado sexual amplio y diverso. Esa captura mercantil no sólo estaría impidiendo la articulación de vínculos estables, sino que, además, estaría tensionando hacia la ruptura los ya establecidos.
El sexo casual y el reconocimiento de las mujeres a partir de su capital erótico, que pueden leerse como fuentes de agencia y ejercicio efectivo de la libertad, en realidad son agujeros negros para la inmensa mayoría de las mujeres. Entre otras cosas porque minan su autoestima instrumentalizando sus cuerpos y poniéndolos a competir entre ellos al servicio de la mirada y del deseo masculinos. Y eso es así porque la autoestima femenina se apuntala en la reciprocidad y en el reconocimiento que moviliza emociones ya que su posición en los cuidados sigue siendo un elemento central de su identidad emocional-cultural, especialmente en su rol de madres.
La cuestión que aquí nos interesa ver es que esto, en parte, podría estar explicando todo un movimiento de mujeres, que rechazan su objetivación sexual y un sexo casual desapegado y desresponsabilizado del otro, y giran su mirada hacia los valores familiares perdidos y los roles tradicionales de género. Como señala la socióloga Eva Illouz, quizá su rechazo a estas libertad e igualdad en materia sexual capturadas por el mercado, que ha cambiado la relación entre los sexos y también ha reforzado el dominio de los hombres sobre las mujeres, esté desempeñando un papel importante, aunque menos visible y analizado, en su apoyo a las nuevas extremas derechas.
La incertidumbre material y emocional que convierte el futuro en una competición por la supervivencia, por una parte, y deteriora la autoestima de las mujeres, por otra, podría estar haciendo que lo que hace una década eran fenómenos aparentemente marginales, ya no lo sean tanto.
Podría estar diciéndonos que al feminismo de la cuarta ola le ha salido un competidor reaccionario y astuto que pugna por reorientar los malestares de las mujeres, movilizándolas y queriendo cancelar así el feminismo.
Antifeminismo y extrema derecha: el caso de Brasil
24/06/2021
Irene Bassanezi Tosi
Doctoranda en Estudios Avanzados en Derechos Humanos en UC3M
“Buey, Bala y Biblia, o sea, agronegocio, militarismo y Pentecostales, han sido la base del bolsonarismo”, como afirma María Eugenia en la ponencia inicial de este debate, Bolsonaro ha ganado las elecciones gracias al apoyo de estos tres bloques socio-políticos, que se encuentran reflejados en el congreso de los diputados.
Primero, los intereses del agronegocio están causando la devastación de nuestros bosques, nuestra flora y fauna, dando el pase libre al ecocidio ambiental promovido por el neoliberalismo más agresivo. Frente a esta devastación ambiental, son las lideresas y los líderes de derechos humanos, de las poblaciones locales y/o indígenas que ponen sus cuerpos para defender sus territorios, son ellas y ellos los guardianes de la tierra que ponen en riesgo sus vidas, y que, en demasiadas ocasiones, tienen sus vidas arrebatadas.
De hecho, de acuerdo con la Comissão Pastoral da Terra (CPT) y el informe Conflitos no campo 2020, se calcula un aumento de los conflictos en el campo, más de 914 mil personas fueron afectadas por conflictos en un área superior a 77 millones de hectáreas. En 2018 fueron 2.74 conflictos diarios, en 2019, 3.45 y en 2020, 4.31, lo que demuestra de forma clara un aumento de estos conflictos desde que empezó el gobierno Bolsonaro.
La mayor parte de los conflictos ocurrieron por la tierra, 1.576, 25% más que el año anterior. De estos 41.6% fueran casos que afectaron a la población indígena. Los responsables de los conflictos fueron los terratenientes 34.87%, seguidos por los empresarios nacionales e internacionales 21.52% y el Poder Público 13.75% del total. El 96 de las ocurrencias se refieren al trabajo esclavo y 350 se refieren al conflicto por el agua.
Bolsonaro también cuenta con el apoyo de los militares. Un país como Brasil, marcado por la dictadura militar, hizo su transición a la democracia a través de una amnistía y, por lo tanto, no tuvo un proceso de justicia transicional exhaustivo. En otras palabras, tenemos todavía varios vacíos relacionados con la justicia, memoria y reparación que resalen al periodo de la dictadura. Cuando las estructuras de la dictadura no son cortadas desde su raíz, se siguen arrastrando las dinámicas destorcidas de la dictadura, las venas de Brasil siguen bastante abiertas.
De hecho, es un gobierno con una representación militar altísima. No era suficiente que el presidente Bolsonaro y el vicepresidente de la República, Hamilton Mourão fueran militares, se calcula que el gobierno brasileño cuenta con 6 mil militares en diversas áreas, entre ellos cargos de suma importancia, los ministerios y jefes de empresas estatales.
Por último, el tercer gran bloque de apoyo al gobierno, la influencia de las Iglesias evangélicas, ya bien descrito por María Eugenia, como es el caso de la Igreja Universal do Reino de Deus: “Una Iglesia-Empresa que dispone de 70 emisoras de TV, 50 radios, un banco, varios diarios y 3500 templos en zonas ricas de Brasil, y cuyo fundador, el obispo Macedo, llegó a denostar a la Universidad por ofrecer una educación idéntica para la mujer y el varón”.
Las iglesias evangélicas utilizan su poder mediático y económico para alcanzar todos los rincones de Brasil, especialmente en aquellos lugares en que el Estado ha abandonado la población a su propia suerte. De este modo, la población más empobrecida apoya a la iglesia evangélica por su labor social, creando una red social y laboral a las personas que lo necesitan. Este trabajo caritativo es muy atractivo en un país en que la desigualdad está aumentando de forma acelerada en los últimos años.
De acuerdo con los últimos datos: “125 millones de personas –de una población de 211 millones– están sufriendo inseguridad alimentaria”; se calcula que están pasando hambre 20 millones de personas. De hecho, Brasil vuelve a aparecer en el informe del Mapa del Hambre de Naciones Unidas, después de haber conseguido no estar en ello, en 2014. Además, de las más de 500.000 personas muertas por el negacionismo del gobierno de la pandemia y la abstención de una política fuerte y homogénea que pueda enfrentar el virus.
Ante este escenario, las mujeres, la población negra y la comunidad LGBTI+ y la izquierda son los principales blancos del gobierno. La defensa de la familia tradicional, ya bien descrita y mencionada en este debate, la falta de memoria de los horrores que ocurrieron en la dictadura, la propaganda de las fake news, especialmente mediante su difusión por whatsapp y otros medios digitales y la demonización de la izquierda son algunas de las estrategias políticas del gobierno, que crea así enemigos internos y fomenta la violencia policial y militar hacia todas aquellas personas que no encajan en el perfil tradicional que defiende el gobierno.
En lo que se refiere al antifeminismo, ya en 2018, tuvo lugar el I Congreso Antifeminista de Brasil, las ponentes eran mujeres, aunque hayan participado mayoritariamente hombres. El discurso del congreso puso énfasis en la incompatibilidad del feminismo con el cristianismo, el vínculo del feminismo con el comunismo y la caricaturización de las mujeres feministas como sucias y feas.
Bruna Soares de Aguiar y Matheus Ribeiro Pereira analizaron lo que llaman el blacklash en los discursos de Bolsonaro, es decir, se revierten los problemas y las causas, en lugar de vincular los problemas sociales al patriarcado, se atribuyen los problemas que hayan presenciado las mujeres al feminismo, se crean narrativas para generar inseguridad en la búsqueda de la independencia de las mujeres, se atribuyen una serie de características negativas a las mujeres feministas, y se disminuye la importancia del movimiento feminista, como si fuera un movimiento reciente, sin memoria, es decir, rechazan la lucha y las conquistas de las mujeres adquiridas hasta el momento.
En 2022 tendremos elecciones en Brasil y la izquierda tiene todavía tiempo para articular fuerzas, contar con los movimientos sociales, hacer una gran coalición que pueda hacer frente a Bolsonaro. Como bien describe Steven Forti en este debate: “la izquierda debería ser la unificación de las diferentes luchas existentes –contra las desigualdades, en defensa de la clase trabajadora, por una verdadera igualdad de género, por ampliar los derechos civiles, etc.– más la ilusión”.
Confío que seremos capaz de articular una agenda con políticas de izquierdas, que puedan hacer frente a la ultraderecha de Bolsonaro. El pasado sábado 19 de junio, se realizaron manifestaciones en 427 ciudades brasileñas y otros 17 países. Estamos en el buen camino.
Comunicación estratégica frente al discurso de la ultraderecha
15/06/2021
Laura Martínez Valero
Oficial de comunicaciones y advocacy en Women’s Link Worldwide
Después de leer las interesantes aportaciones de las compañeras expertas al debate, creo que mi granito de arena puede ser explicar, desde mi experiencia personal y profesional en Women’s Link Worldwide, mi visión sobre la comunicación que realiza la ultraderecha y los grupos ultraconservadores cristianos.
Entender el éxito de sus mensajes es relativamente fácil: son mensajes simples, emocionales y apelan a un sistema de creencias y valores religiosos y tradicionales en los que la dicotomía entre el bien y mal está muy definida por la tradición o por el dogma cristiano. No suponen ningún tipo de incomodidad o desafío a las ideas, prejuicios o estereotipos socialmente heredados. Como señala Delia Rodríguez en su libro Memecracia (2013): “el meme [idea contagiosa] que conecte con un sistema de creencias que ya exista en nuestro cerebro entrará con un puente de plata en nuestras mentes; el que sea totalmente nuevo o contradictorio lo tendrá difícil”.
Sin embargo, conocer los objetivos que se esconden detrás de las estrategias de comunicaciones de estos grupos no es tan sencillo. Y esa es la clave para poder responder adecuadamente a sus ataques.
Cuando en el año 2019, por el Día Internacional de la Mujer (8M), el grupo ultracatólico Hazte Oír sacó a las calles de varias ciudades en España un autobús con la cara de Hitler, los mensajes “No es violencia de género, es violencia doméstica” y “Las leyes de Género discriminan al hombre”, y el hashtag “StopFeminazis”, ¿a qué audiencia estaban apelando?
La espectacularidad de lo que hicieron (pasear un autobús por toda España) indica que probablemente tenían dos objetivos:
• Llegar a nuevas audiencias a través de medios de comunicación.
• Provocar una reacción inmediata y adversa (como un ataque físico contra el autobús o una denuncia) que legitimara su discurso como víctimas de una persecución ideológica.
Y lograron ambos.
Los medios siguieron de cerca el recorrido del autobús, que fue atacado en diferentes puntos, como Asturias, y denunciado por la Fiscalía de Barcelona. También el Ayuntamiento de Barcelona les impuso una multa de 60.000 euros, que aprovecharon para solicitar fondos[1]: “Aún nos faltan 31.971 euros para hacer frente al pago total de los 60.000 a los que nos castigó Colau por llevar un autobús a Barcelona pidiendo la derogación de las leyes de género” (email de Hazte Oír a su base social del 13 de diciembre de 2020).
Cuando pasamos por alto que nosotras somos unas de las audiencias objetivo de las estrategias de comunicación de la ultraderecha y respondemos de la manera que quieren, hemos perdido la batalla. Mientras les hacemos el juego, ellos establecen los marcos de debate y cuestiones que parecía que habían avanzado hacia la aceptación social (lucha contra la violencia de género, derecho al aborto, matrimonio igualitario…) vuelven a cuestionarse en el debate público.
¿Qué podemos hacer?
El primer paso, sin duda, es conocer quiénes son estos grupos, cómo se coordinan a nivel internacional, cómo se financian, qué acciones realizan a alto nivel o cómo se infiltran en la comunidad científica y en los organismos y foros políticos internacionales, donde se apropian del discurso feminista y de derechos humanos. Para ello, recomiendo, por ejemplo, los artículos de la serie “Tracking the Backlash[2]” de Open Democracy, el libro “Restoring the Natural Order[3]”, así como el trabajo de organizaciones que se dedican a monitorear e informar sobre sus acciones, como el European Parliamentary Forum for Sexual & Reproductive Rights (EPF).
Desde el ámbito de las comunicaciones, es fundamental monitorear sus acciones para comprender cómo funcionan y estar al día de sus redes sociales, páginas webs, boletines y medios afines. Es muy útil leer artículos que analicen sus estrategias de comunicación, especialmente en redes sociales. Y, sobre todo, es importante no subestimar sus acciones.
Estos grupos tienen un conocimiento muy vanguardista de la comunicación, que, en ocasiones, puede quedar invisibilizado bajo una aparente falta de profesionalidad en los contenidos que crean. Precisamente, esta apariencia amateur hace que se difundan viralmente entre iguales a través de redes sociales y apps de mensajería, como Whatsapp[4], algo muy difícil de monitorear al pertenecer a la esfera privada. En este ámbito, la difusión de fake news es otro de sus fuertes.
Son expertos en microsegmentación publicitaria en redes sociales, es decir, campañas dirigidas a grupos definidos con intereses muy específicos. Se trata de campañas silenciosas, más baratas que la publicidad tradicional y más difíciles de detectar que una nota o una rueda de prensa, pero tremendamente efectivas. Por ejemplo, Vox paga por campañas microsegmentadas en Facebook para llegar a personas a las que el algoritmo de la red social identifica como “de izquierda”[5]. Su objetivo: que se indignen y compartan sus mensajes (incluso para criticarlos), rompiendo el filtro burbuja[6] y permitiéndoles llegar a nuevas audiencias. Aunque no lo creamos, entre nuestros/as seguidores/as siempre puede haber alguien que se sienta atraído por sus mensajes. Y, además, les estamos validando como interlocutores e indicando al algoritmo que es contenido relevante que debe posicionar.
Además de monitorear y entender sus actividades de comunicación, es necesario que seamos capaces de realizar unas comunicaciones estratégicas que vayan alineadas con nuestros objetivos. Antes de responder públicamente a las acciones de estos grupos, debemos tener clara nuestra estrategia: qué queremos conseguir (objetivos), por qué canales y ante qué audiencias. E intentar averiguar la suya.
Si tras el análisis, descubrimos que nuestras acciones van a contribuir a sus objetivos en lugar de a los nuestros, entonces hay que repensarlas. Y, a veces, aunque nos duela, debemos decidir no responder, o no hacerlo en el momento o de manera pública.
No reaccionar inmediatamente a sus constantes ataques tiene una ventaja: nos deja más tiempo para enfocarnos en estrategias en las que el marco del debate lo establecemos nosotras. De esta forma, somos nosotras quienes decidimos a quién le hablamos, con qué mensajes y por qué canales. Muchas veces, tendremos que aceptar que estas comunicaciones no se van a desarrollar en medios de comunicación, sino en canales más privados que apunten directamente a nuestras audiencias objetivo. La relevancia pública no siempre es lo más estratégico, especialmente cuando la audiencia a la que queremos influir no es el público general.
Realizar todo este trabajo de manera aislada puede ser agotador e ineficiente. El primer paso hacia el éxito es estar igual de coordinadas que los grupos ultraconservadores. Desde Women’s Link creemos que el trabajo en alianza es clave para que cada organización o activista haga lo que mejor sabe hacer desde su expertise y su ámbito de trabajo. Solo así podremos dejar de reaccionar de manera aislada a los ataques de la ultraderecha y pensar estrategias amplias que contribuyan a proteger los derechos conseguidos y lograr el cambio social que tanto necesitamos.
Notas:
1. Los ultracatólicos de HazteOir ingresaron un 36% más el año de los autobuses tránsfobos: https://www.eldiario.es/sociedad/ultras-Hazteoir-ingresaron-autobuses-transfobos_0_855315205.html
2. Tracking the Backlash: https://www.opendemocracy.net/en/5050/tracking-the-backlash/
3. Restoring the Natural Order: https://www.epfweb.org/node/175
4. El arma secreta de Vox en la red: así cazó votos por WhatsApp en su campaña electoral: https://www.elconfidencial.com/tecnologia/2018-12-03/arma-secreta-vox-whatsapp-camapanas_1683286/
5. La maquinaria de Vox en Facebook: así pagan para indignar a la izquierda y viralizarse
https://www.elconfidencial.com/tecnologia/2018-12-20/vox-facebook-redes-sociales-pablo-iglesias_1713790/
6. El término “filtro burbuja” fue acuñado por el ciberactivista Eli Pariser en su libro “El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos” (2011). Este término define el aislamiento intelectual debido al funcionamiento de algoritmos en páginas web y redes sociales. Dichos algoritmos seleccionan la información que al usuario le podría interesar basándose en su información personal, como puede ser su ubicación, historial de búsquedas o su orientación política. Como resultado, los usuarios dejan de ver información que no concuerda con sus puntos de vista y se mantienen aislados en burbujas ideológicas y culturales.
Antifeminismo y extrema derecha: similitudes y diferencias entre Francia y España
08/06/2021
Guillermo Fernández Vázquez
Investigador de la Universidad Complutense y autor del libro '¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa? El caso del Frente Nacional'
Breve entrevista a Guillermo Fernández-Vázquez, investigador de la Universidad Complutense y autor del libro, ‘¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa? El caso del Frente Nacional’, editorial Lengua de Trapo.
1. De acuerdo con las últimas encuestas Marine Le Pen acorta las distancias con Macron para las presidenciales de 2022, ¿cómo explicas el éxito del liderazgo de Marine Le Pen, una década después de haber tomado el mando de su partido?
Es un fenómeno realmente sorprendente porque hasta hace apenas unos meses la figura pública de Marine Le Pen estaba en franca decadencia y se rumoreaba que podía ser reemplazada por su sobrina, Marion Maréchal. Hay que tener en cuenta que en los meses posteriores a las elecciones presidenciales de 2017 y durante los años 2018 y 2019, el liderazgo de Marine Le Pen se vio cuestionado por una cierta desorientación estratégica, por la falta de visibilidad de su labor de oposición en la Asamblea Nacional francesa y por la tremenda decepción que supuso su debate con Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las últimas elecciones presidenciales. Nadie daba un duro por ella y el congreso de marzo de 2018, donde el Frente Nacional se cambia el nombre por Reagrupamiento Nacional, se desarrolló en un ambiente muy tenso y me atrevería a decir que triste.
Sin embargo, paradójicamente, en la actualidad Marine Le Pen sobresale por encima del resto, no tanto porque haya convencido a muchos nuevos votantes, sino sobre todo por el fuerte deterioro que sufren sus rivales, y especialmente Emmanuel Macron. Es decir, no es tanto que Marine Le Pen convenza ahora mucho más que antes ni a mucha más gente que antes, sino que el resto de candidatos convencen mucho menos. Hay un hastío generalizado y, en ese ambiente de cinismo general, Marine Le Pen y el Rassemblement National sobreviven con el 25% de intención de voto. Esto es algo que me parece relevante: en una situación de “cansancio pandémico” y de disgusto general con la política, sólo la extrema derecha mantiene sus apoyos. En el naufragio general, sólo la extrema derecha se conserva a flote. Y se salva porque, sin ganar ni un voto más, mantiene los que tenía.
2. ¿Cuáles son las similitudes y las diferencias entre el Frente Nacional y Vox? ¿Hay similitudes entre el discurso de Ayuso y de Le Pen?
El partido de Marine Le Pen y Vox se asemejan mucho más de lo que se diferencian. Esto no es algo sorprendente, porque los dos partidos pertenecen a la misma familia política: la derecha radical europea. Se parecen tanto como se puedan parecer, por ejemplo, el Podemos actual y La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. O la derecha francesa de Les Républicains y el Partido Popular español. Pero justamente también por eso se pueden encontrar diferencias notables entre unos y otros. En particular, en el caso de la relación entre la derecha radical francesa y la derecha radical española, yo encuentro que el Reagrupamiento Nacional despliega una retórica llamativamente distinta a la de Vox en lo concerniente sobre todo a feminismo y ecología. Y, en menor medida, también en lo que se refiere a la defensa del Estado del Bienestar; porque desde 2017 Marine Le Pen ha ido mitigando los aspectos más sociales de su programa y adaptándose a una ortodoxia de cuño más liberal. En eso cada vez se parece más a Vox.
Sin embargo, a diferencia de Vox, Marine Le Pen no considera al feminismo como su enemigo, sino que, al contrario, enarbola la bandera del feminismo para arrojarla contra los musulmanes de Francia. Ella se esfuerza por resignificar el feminismo desde una perspectiva identitaria. Y le va bastante bien. En cambio su sobrina, Marion Maréchal Le Pen, sitúa al feminismo inequívocamente como su enemigo. Como una especie de invento que la izquierda se saca de la chistera en forma de “guerra de sexos” cuando ya no puede recurrir a la “guerra de clases”. En esa disyuntiva entre Marine Le Pen y Marion Maréchal Le Pen, entre tía y sobrina, Vox se queda con la sobrina. De hecho, Vox considera a Marion Maréchal como un referente intelectual.
El otro ámbito en el que se perciben diferencias notables es el de la ecología. El RN lleva un tiempo acercándose a esta temática desde una especie de “ecologismo nacional” que apuesta por la producción local, la reducción de emisiones fomentando los trayectos cortos, la prohibición de ciertos pesticidas y la defensa del “patrimonio natural francés” con el telón de fondo del calentamiento global, mientras que Vox unos días cuestiona la realidad del cambio climático y otros días propone aumentar las hectáreas de regadío para enfrentarse a él. Es decir, la derecha radical francesa se toma en serio el problema y le da una respuesta en clave soberanista e identitaria, al tiempo que Vox hace unas veces de troll y otras veces de correa de transmisión de los intereses de la industria agrícola del sureste español.
Sobre las afinidades de Marine Le Pen y Ayuso, yo diría que tienen más que ver con el hecho de estar sobreviviendo políticamente a la pandemia –incluso saliendo reforzadas de la crisis-, y también con el hecho de haber sostenido en los últimos meses la bandera de la libertad. Obviamente podríamos encontrar otras semejanzas. Pero no creo que estén exactamente en la misma onda. O sea, no diría que Ayuso es lepenista ni que Le Pen sea ayusista. Son sensibilidades distintas dentro de la derecha que en algunos puntos se cruzan.
3. María Eugenia Rodríguez Palop, que abre el debate en Espacio público sobre «Antifeminismo y extrema derecha» afirma que el movimiento feminista y específicamente el feminismo relacional es el antídoto de la extrema derecha. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación?
Antídoto quizás sea una palabra demasiado fuerte, pero lo cierto es que –con excepción del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen-, la derecha radical europea es capaz de asumir y reformular una variedad de temas típicos de la izquierda (la defensa de la libertad, la igualdad, la democracia, el ecologismo o el Estado del Bienestar), salvo el feminismo. Prácticamente nunca se atreve con el feminismo. O sea, puede tratar de apropiarse de algunos de los marcadores ideológicos de la izquierda, salvo el feminismo. Ya digo, a excepción de Marine Le Pen (y con matices) es como si el feminismo le diera urticaria.
Por otra parte, la mayor parte de los partidos de la derecha radical europea (y no sólo europea) están haciendo de la oposición frontal al feminismo uno de sus principales “ganchos” para convencer al electorado, y muy especialmente a los varones jóvenes. De hecho, el antifeminismo es en estos momentos uno de los instrumentos de persuasión más utilizados por partidos como Vox, Fratelli Di Italia, Fidesz o el polaco Ley y Justicia. Y en ese sentido me parece que hay que estar especialmente atentos al fenómeno de Vox entre los jóvenes, y sobre todo entre los jóvenes chicos. Y no tomarlo tampoco como algo “normal”, como la típica reacción cuando se da un avance. Me parece que hay algo más ahí. Supongo que cuanto menos identitario y más transversal sea el feminismo, y cuanto más capaz sea de interpelar también a los hombres ofreciendo un proyecto de liberación común, menos capacidad tendrá la extrema derecha de convencer a muchos varones. No sólo a los que lo dicen en alto e insultan, sino también a los que lo piensan en bajo.
4. ¿Cómo podemos disputar el concepto de familia con la ultraderecha? ¿Hay que disputar también los conceptos de seguridad y orden?
Parece que el tema ha salido a la luz estos días con las palabras de Ana Iris Simón en la Moncloa y con su libro Feria. Sobre el tema de la familia es muy curioso, porque realmente en la izquierda tenemos un corte entre discurso y vida, entre palabra y acción. La mayor parte de las personas de izquierdas que conozco (y más aún en el ámbito de los docentes universitarios) tienen vidas familiares perfectamente convencionales y, en cambio, un discurso sobre la familia relativamente escéptico, distante o timorato. Y, al revés, la mayor parte de la gente de derechas que conozco, del estrato social que sean, tienen vidas familiares bastante más anómalas y, al mismo tiempo, un discurso muy encendido en defensa de la familia tradicional. Es un poco esquizofrénico en los dos casos. Quienes más familia tienen más la repudian y quienes menos familia tienen más la sacralizan.
Así que yo creo que simplemente sería cuestión de reconciliarse algo más con la realidad. No tener ningún miedo a defender las familias, incorporando toda la diversidad de modelos que se han generalizado en los últimos años. Si a menudo vivimos en familias o constituimos familias: ¿por qué tener problemas con ellas? Con toda la heterogeneidad que tienen ahora mismo. Con toda la evolución que han tenido en gran medida como efecto de algunas victorias de la izquierda. Y eso está bien.
Respecto de la seguridad o el orden, yo creo que hay que partir de lo siguiente. La derecha radical o extrema derecha está siendo exitosa en parte por haber sabido resignificar y reformular temas y tópicos de la izquierda. Incluso también figuras históricas de la izquierda. Pues bien, pienso que la izquierda puede hacer lo mismo. En ese sentido, lo mismo que la extrema derecha acapara y resignifica el vocablo “libertad”, la izquierda también puede disputar la palabra “orden” o la palabra “seguridad”. Pero no en el sentido de “ley y orden”, policías en las calles, porras y punitivismo judicial, sino en el sentido “estabilidad”, “previsibilidad” y “justicia”.
La izquierda puede reivindicar la seguridad entendida como estabilidad en las vidas. Como estabilidad laboral, por ejemplo. Pero también como seguridad o estabilidad jurídica frente a algunas tropelías de los poderosos. La clave aquí está en resignificar. Que nunca es hacer lo que te da la gana con las palabras. Sino que es partir de que las palabras abstractas tienen diversas capas de significación, y poner el foco en la que más te interesa. Es decir, se trata de que sobresalga una veta de significación y no otra. Es provocar ese tipo de cambios. Y es algo que la derecha radical o extrema derecha ha comprendido muy bien.
5. ¿Qué previsiones haces del futuro de la extrema derecha en Europa? ¿Será la izquierda capaz de frenarles?
Mi impresión es que cada vez más en la actualidad y sobre todo en los próximos años, el tema por excelencia va a ser el de la identidad. La identidad o las identidades. Y entre ellas también la identidad nacional. Por eso en el mundo de la derecha cada vez tienen más presencia y más poder los discursos identitarios. Y por eso también en la izquierda hay un cierto identitarismo. Porque en este mundo cada vez más inestable y más deshilachado, la identidad es valor en alza.
En estas circunstancias, para mí la clave no es tanto que la identidad o las identidades sean o no un buen tema de debate (algo bueno o malo en sí mismo), sino cómo lo abordamos: desde lógicas más aperturistas o desde lógicas más cerradas. El punto en los últimos años y también en la actualidad está en el cómo. En el cómo construimos identidades abarcadoras capaces de unir y al mismo tiempo de proponer horizontes democráticos y progresistas. Tareas, proyectos colectivos y sentimientos de pertenencia. Anclas democráticas que no desdeñan el tema de la identidad o las identidades, pero que la elaboran a su modo. Por eso es un error dejarle a la derecha convencional y a la derecha radical el monopolio de la preocupación por la identidad para que así ellas puedan proponer una especie de revival imperial o de épica nacionalista. Porque el tema del presente a escala individual es cada vez más la respuesta a la pregunta “¿quién soy?” y a escala colectiva “¿quiénes somos?”. Y quien logre responder a esta pregunta de la manera más convincente, tendrá buena parte de la batalla política ganada. Porque no me cabe ninguna duda de que este es el reto de la década que acabamos de iniciar.
El feminismo no es una opción
03/06/2021
Sol Román
Militante feminista
En primer lugar, quiero decir que escribo esto desde las vivencias de la militancia feminista barrial y urbana, así como desde mis experiencias de mujer joven, blanca, precaria y con estudios universitarios. Del debate tan enriquecedor que surge en este espacio me ronda la cabeza una idea que ahonda en las razones del discurso antifeminista de la extrema derecha y en la fuerza del movimiento feminista actual, ya mencionado por otras compañeras antes.
Desde que en 2016 el arzobispo de Valencia, cuyo nombre prefiero ni decir, bautizó al feminismo como “ideología de género” el feminismo ha sido cuestionado constantemente desde las esferas más conservadoras.
En la sociedad actual de la libertad formal, regida por una constitución que promulga que todas somos iguales y en las que las opresiones que vivimos, en general, no son tan obvias como venían siendo en siglos anteriores, la derecha y, en especial, la extrema derecha, se ha dedicado a hacer pensar a la gente que el feminismo es opcional. Cuestionan la evidencia de que vivimos en una sociedad en la que los BBVA (Blanco Burgués Varón Adulto) tienen más poder que el resto de personas, y que usan ese poder para limitar las libertades de las demás.
De este cuestionamiento inicial se derivan muchos otros, como son, por ejemplo, la negación de la existencia de violencia machista (tal y como ha dicho el partido político de extrema derecha VOX en muchos discursos “la violencia no tiene género”), o la negación de la transexualidad (recordemos el lema del autobús de Hazte Oír “Los niños tienen pene. Las niñas vulva. Que no te engañen. Si naces hombre eres hombre. Si naces mujer seguirás siéndolo”) y que acaban conformando el discurso del antifeminismo. Un antifeminismo que promulga la inexistencia de desigualdades sociales en vez de asumir abiertamente que son machistas, claro, es políticamente mucho más vendible.
La extrema derecha está utilizando el discurso del cuestionamiento para anular las propuestas del feminismo, niega lo innegable, lo evidente. Cuando la extrema derecha niega la violencia machista es como si en el debate sobre el derecho a decidir sobre la maternidad dijesen que no existen los embarazos no deseados. Pero claro que hay embarazos no deseados, eso no lo dicen, porque es absurdo pensar que no y nadie se lo creería. Negar la existencia de la violencia machista también lo es y aún así su discurso ha ido calando. ¿Cómo es eso posible? Con la ingente cantidad de estudios, datos, informes… No lo entiendo y a la vez sí, rechazan y se levantan contra una realidad que saben que existe pero que niegan porque les interesa mantener un sistema social que les beneficia y privilegia.
El centro del debate, para mí, está en que no hay debate posible. El machismo y las violencias que nos generan no son opcionales, y entrar a debatir sobre si feminismo o “ideología de género” es justo lo que quieren.
Ser feminista no es una opción que unas cuantas miles de millones de mujeres hayamos tomado para quitarle el poder a los hombres, no es una ideología con la que se pueda discrepar. Ser feminista es una estrategia de supervivencia para una sociedad que nos aplasta y ahoga día tras día, una sociedad que se mal-mantiene a base de la explotación de las que no somos parte del BBVA y que está abocada al colapso. Los feminismos, entendiéndolos dentro de sus múltiples y variadas vertientes, pero siempre desde una perspectiva interseccional y decolonial, son una manera de unirnos y generar una sociedad diferente que ponga en el centro de ésta los cuidados, la vida de todas, y para ello muchas de nosotras vamos a tener que perder privilegios, que bien perdidos estarán.
Para terminar dejo un fragmento de la canción Cumbia Feminazi de Rene Goust que me encanta y que creo que resume bien lo que quiero decir:
“Qué poca sensibilidad hay que tener / Para tomar algo tan cruel / Tan históricamente hiriente/ Y pretender usarlo para imponerse/ Ya mero le atinaste casi/ Al apodarme feminazi/ Pero un detalle te falló/ Quien camina por las calles con miedo soy yo”.
La herida de los hombres enfadados
31/05/2021
Beatriz Gimeno
Investigadora feminista y diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid
Las relaciones de la extrema derecha con el feminismo pueden contemplarse desde muchas perspectivas y, después de leer las aportaciones que se han ido haciendo en este espacio, he decidido hacerlo desde la perspectiva de las masculinidades heridas; desde la perspectiva de los Hombres blancos enfadados (2013) de los que habla Kimmel, refiriéndose a EE.UU; desde la perspectiva de las identidades masculinas heridas por inseguridades vitales profundas y por la pérdida de sentido que han generado en todo el mundo las políticas neoliberales y cuyo resultado es una reacción misógina global.
Para combatir los discursos de extrema derecha Alba Rico propone que el discurso de la izquierda debe ser revolucionario en lo económico, reformista en lo político y conservador en lo antropológico. Propone ser conservador en lo antropológico porque lo antropológico es lo que proporciona un sentido; porque hablamos de los cimientos de cualquier sociedad, de lo que se percibe como orden o desorden, seguridad o inseguridad, cuestiones clave en tanto que los discursos de extrema derecha conectan a través de lo emocional y lo hacen, además, a través de sensaciones que no debemos despreciar porque son puramente humanas.
Alba Rico apostilla que hay que ser conservador en lo antropológico pero “sin machismo”. Entiendo bien a qué se refiere, pero soy de la opinión de que eso es imposible, dado que es el patriarcado el que estructura lo que llamaríamos el orden antropológico básico en cualquier sociedad. No recuerdo exactamente quien dijo que “cuando el género se mueve, todo se mueve”, pero es una frase certera. En casi cualquier sociedad conocida hay pocas certezas antropológicas tan profundamente arraigadas cómo qué es un hombre, qué es una mujer, qué características van asociadas a hombres y mujeres y cómo se deben relacionar entre ellos.
El cimiento de cualquier sociedad es un sistema de desigualdad entre hombres y mujeres y esto afecta a la cultura, al mundo simbólico, al lenguaje, a las instituciones fundamentales como la familia, la maternidad/paternidad, la (hetero)sexualidad… y afecta también a la vida material de las personas: quien trabaja haciendo qué, quién provee a la familia, quién se encarga de la crianza. Por eso las narrativas que buscan restaurar un orden mítico y que buscan también cerrar heridas emocionales a través de apelaciones a la seguridad o a la identidad, son siempre antifeministas. En todo caso, los cambios en el estatus de las mujeres son más fáciles en contextos de bienestar, cuando las ideas o los comportamientos nuevos, los cambios sociales profundos, no generan temor, pero se convierten en bombas de relojería en contextos de crisis como la actual provocada por el neoliberalismo.
Respondamos primero a esta pregunta: ¿A qué llamamos crisis? Llamamos crisis a situaciones en las que la precariedad laboral se convierte en precariedad vital y es una constante; a situaciones con altísimos índices de desempleo, con salarios que no dan para mantener una familia y ni siquiera para mantenerse a uno mismo, con empleos muy inseguros que no permiten construir una familia o construirse un proyecto vital ni siquiera a medio plazo. A esta situación la llamamos crisis, pero sólo si afecta mayoritariamente a los hombres porque, en realidad, esta es la situación en la que siempre estamos las mujeres, y entonces no la llamamos crisis sino que nos parece lo normal.
Estas situaciones, afectan especialmente a los hombres porque más allá del desarraigo vital que produce la precariedad, la identidad masculina tradicional está en gran parte vinculadas a muchos de esos factores. Escribe Fraser que no hemos ponderado lo bastante lo que significa para las masculinidades que ya no haya un puesto de trabajo seguro al que acudir y cuyo salario sea suficiente para mantener a una familia. Esas cuestiones son desde hace cientos de años parte del rol masculino y su quiebra viene a quebrar muchas biografías masculinas que sufren de lo que Segato, o la misma Fraser, han denominado condiciones comparables a una emasculación simbólica.
Como resultado de la crisis neoliberal la precariedad se ha extendido y les afecta también a ellos; la quiebra del rol de proveedor familiar es una herida que muchos hombres no saben cerrar. Además, las mujeres exigen derechos y estos empujan privilegios masculinos que muchos hombres no viven como tales, sino como parte del orden natural del mundo. Las heridas en las masculinidades tradicionales hacen nacer a esos “hombres enfadados” de los que habla Kimmel, heridos, desarraigados y que sienten que el mundo se abre bajo sus pies.
Para cerrar estas heridas aparecen los discursos neofascistas o trumpistas ofreciendo una narrativa que incide en que, efectivamente, las mujeres están robando a los hombres su masculinidad y, así, aunque el poder sigue siendo masculino, se difunde un relato victimista en el cual los hombres desposeídos pueden expresar lo que sienten como una amenaza a su masculinidad. Discursos que les permiten, como parte del objetivo de restitución del orden, expresar odio a las mujeres, a las que culpan. No olvidemos que, efectivamente, hay varias pérdidas.
En primer lugar, y como hemos mencionado, las económicas y sociales que son reales y que en las sociedades patriarcales se han vinculado a las identidades a través de la división sexual del trabajo, de la familia y de la (hetero)sexualidad. Y en segundo lugar las puramente identitarias y que tienen que ver con la pérdida real de privilegios. Lo que se produce es una reacción misógina que tiene asiento en los relatos de la extrema derecha y que intenta resituar a las mujeres en las posiciones de subalternidad que muchos hombres viven como el orden natural de las cosas. Para muchos hombres, los avances del feminismo son experimentados desde un sentimiento de agravio ante la pérdida de derechos naturales.
Las soluciones son conocidas: bienestar material pero, en el caso de la reacción misógina, además, es necesario apretar el acelerador hacia un cambio profundo en las estructuras sociales, en las instituciones, hacia una despatriarcalización real de la sociedad, que no es fácil de conseguir. El feminismo tiene que poner su foco también en los hombres porque no será posible la igualdad si los hombres no cambian. Y no olvidemos el voto. Las mujeres votamos y somos mayoría. Y aunque muchas de ellas también son susceptibles de sentir temor ante la pérdida de sentido producida por los cambios y pueden votar a la extrema derecha, según Ranea (2021) tienen casi un 40% menos de posibilidades de votar a la ultraderecha. Por tanto, más feminismo y desde todos los flancos posibles.
Ataques y estrategias del antifeminismo extraparlamentario
28/05/2021
Nora Rodríguez
Abogada penalista y militante antifascista
Si el feminismo es atacado con tanta dureza por parte de esta extrema derecha es por su potencial emancipador, porque viene a agitar las estructuras del sistema. En un sistema basado en las opresiones no hay nada más revolucionario que hablar de igualdad. En un sistema que se basa en la explotación de las mujeres, luchar por su liberación y emancipación es de estricta necesidad. El feminismo, como todo movimiento emancipador y transgresor, recibe una línea de agresión y confrontación directa y otra de pretensión de asimilación e infiltración.
Ya sabemos de las estrategias del neoliberalismo y del capitalismo más puro para apropiarse o aprovecharse de este movimiento, despolitizándolo y desclasándolo. Pero, además, nos enfrentamos a cómo desde los movimientos y partidos de extrema derecha existe un ataque sin cuartel dentro de su estrategia política. En la extrema derecha más liberal y parlamentaria ese ataque se centra en las características de este movimiento que confrontan con la igualdad de género y las leyes que la apoyan, con la estructura tradicional de la familia, la búsqueda de condiciones laborales dignas para las mujeres trabajadoras… en definitiva con todos aquellos factores que atacan al status quo actual. Porque el feminismo ataca tanto al ámbito socioeconómico como al político, a las estructuras materiales como a las construcciones sociales. El feminismo está aquí para cambiarlo todo.
Además, encontramos un intento de cooptación y utilización del movimiento. En esta internacional reaccionaria de la que habla en una de las primeras aportaciones Amelia Lobo, vemos un fenómeno de incorporación de mujeres como caras visibles del fascismo. Desde la extrema derecha parlamentaria hasta la extraparlamentaria, pasando por grupúsculos abiertamente nazis. La estrategia es poner mujeres al frente de la confrontación, vendiendo otra imagen de mujer y valores en contraposición a los que representa el feminismo. Casualmente siempre mantienen una visión de familia y mujer que se asemeja mucho a la tradicional y, por supuesto, no ataca los cimientos de este sistema patriarcal.
Mantienen un discurso de una supuesta defensa de las mujeres, utilizando la violencia hacia las mismas como forma de estigmatizar a la inmigración y difundir un mensaje racista, en el que se presenta a la migración como un peligro para los derechos de las mujeres. En esta estrategia, los movimientos de ultraderecha se presentan a sí mismos como defensores de las mujeres frente a esta migración, que según sus discursos viene a imponernos costumbres que atacan nuestros derechos y lo de las personas LGTBI. También adoptan una posición oportunista de defensa de las personas homosexuales, como “sus” lesbianas o gays frente a una amenaza exterior representada especialmente por la inmigración musulmana, a la que pintan como un peligro para los derechos sociales más básicos.
En este sentido, vemos continuamente cómo se hacen virales contenidos referentes a las diferencias culturales entre países, fotos de mujeres con velos o burkas como contraposición a lo que entienden por nuestra cultura, en una clara oposición a la multiculturalidad. Con discursos en los que intentan sembrar el miedo, asociando esta multiculturalidad o la llegada de migrantes con la posibilidad de sufrir agresiones o perder derechos, llevándolo al absurdo. Estamos cansadas de ver comentarios y apelaciones constantes a las feministas cuando se produce alguna agresión a mujeres por parte de hombres extranjeros. Casualmente estas réplicas se dan cuando los agresores únicamente son migrantes no europeos y, sobre todo, musulmanes. Vamos con el ejemplo:
Pasó en el Barrio de San Blas a finales del año pasado, tras la agresión sexual a una chica de 13 años el colectivo nazi Bastión Frontal aprovechó para atacar, una vez más, a los menores migrantes no acompañados que vivían en pisos tutelados, acusándoles de estar detrás de la agresión. En este caso se puede observar perfectamente cómo se orquesta una campaña que relaciona inmigración con delincuencia, convocando incluso manifestaciones y concentraciones frente a estos pisos tutelados. Menos mal que esta acción fue parada por los vecinos y colectivos del barrio, que señalaban a este grupúsculo como neonazis y convocaron una concentración contra el racismo y el fascismo, destapando la estrategia de manipulación de este colectivo. Ese mismo día se hizo pública la versión policial sobre la violación, que desvinculaba a estos menores de los hechos, y en la que se señalaba que el detenido es español. Pero evidentemente no se produjo ninguna rectificación. Lo que sí pasó es que a principios de año volvió a crear una campaña por grupos nazis escondidos tras asociaciones vecinales fantasmas en la que se denunciaba la inseguridad en los barrios, acusando a inmigrantes y menores no acompañados de agresiones y delincuencia.
Además de todo esto, hay que señalar que la extrema derecha también defiende una posición punitivista, que simplifica la violencia hacia las mujeres como un problema cuya solución pasa únicamente por el castigo y las condenas a los responsables. Lo podemos ver en su defensa a ultranza de medidas penales extremas como la prisión permanente revisable. En cambio nunca plantean políticas preventivas, es más, cuando desde el feminismo se ataca a estas conductas previas a las agresiones, cuando se hace referencia a micromachismos o acosos y discriminaciones, cuando se habla de la estructura en la que se sustentan y por la que se producen estos delitos, la respuesta de la extrema derecha es una ridiculización de estas reivindicaciones. Porque otra forma de atacar al feminismo que tiene la extrema derecha es a través de la ridiculización y el llevar al absurdo cuestiones que pueden resultar polémicas del feminismo.
En 2016 Hogar Social realizó una campaña contra el feminismo en la Universidad Complutense de Madrid bajo el lema «No somos iguales. Valemos lo mismo». Esta acción consistió en poner carteles con mensajes como «si te abren la puerta es educación, no machismo», «si te llaman guapa es un halago, no machismo», «si te invitan a un café es generosidad, no machismo», en una supuesta crítica hacia la discriminación positiva, hablando de «revanchismo absurdo» y de una supuesta «condena a todo hombre a una obligación moral en la que sentirse inferior». Un año más tarde llevaron a cabo otra acción ridiculizando el lenguaje inclusivo con carteles que cambiaban el género de facultades de la universidad: «Facultad de Biologío», «Facultad de Derecha», «Escuela de Caminas», «Facultad de Historio» o «Facultad de Filosofío» difundiendo todos estos mensajes bajo la etiqueta «heteropatriarcada» en la red social de Twitter.
Este ejemplo no sólo se produce por grupúsculos como Hogar Social, también se emite en discursos de la extrema derecha parlamentaria a youtubers o medios de comunicación. En noviembre del año pasado, el grupo neonazi Bastión Frontal convocó una concentración frente al Ministerio de Igualdad en Madrid, contra la Ley Trans. El mensaje de su convocatoria decía lo siguiente: «¿Siempre te gustaron los helicópteros de combate? Ahora con la nueva ley trans de Irene Montero puedes ser uno. Apache, Cobra, Tigre…¡EL QUE TU QUIERAS O TODOS A LA VEZ! ¿A qué esperas?» o “La sociedad te oprime. No existen dos géneros, existen 1489 distintos”. En un intento de burlarse de las reclamaciones del colectivo transexual recogidas en este borrador de Ley. Menos mal que el ridículo vino por otro lado: juntaron apenas 20 personas en la concentración.
Lo que quería aportar es que con diferentes estrategias y desde diferentes sectores las feministas y las antifascistas nos enfrentamos a diario ante ataques y agresiones de la extrema derecha. Desde sus diversos intentos de lavado de cara y manipulación a una forma directa de ridiculización y violencia que se ejerce contra nosotras. Pero tenemos claro que nos tendrán siempre en frente. Tenemos que ganar el relato y también las calles. Por supuesto que somos más, y organizadas sabemos que somos imparables.
Por un feminismo antifascista, antirracista, desde los barrios y pueblos, desde los trabajos y el desempleo, un antifascismo feminista de las nuestras para las nuestras. Las respuestas y las soluciones, como siempre, las tendrán las asambleas y los colectivos.
Antifeminismo y extrema derecha en el contexto de Polonia
24/05/2021
Anna Palmowska
Traductora y activista en ManifeStacja Madryt, el grupo pro derechos de las mujeres polacas y en la Comisión por el Derecho al Aborto de Madrid
«Como dijo Margaret Atwood en ‘El cuento de la criada’, “no se puede confiar en la frase: ‘Esto aquí no puede pasar’. En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”».
«Esto aquí no puede pasar». Creo que esta frase definía la postura de la mayoría de la sociedad polaca antes del año 2016, cuando por primera vez, nosotras, las mujeres de Polonia, nos dimos cuenta que lo que estaba pasando iba en serio. La turbia historia de mi país donde se cambió un sistema totalitario estalinista por un capitalismo salvaje de Estados Unidos ha dejado huella en la ciudadanía de Polonia.
Hace 8 años, en 2013, me mudé a Madrid. Lo cuento porque para mí fue como cambiar de planeta. Recuerdo experimentar un enorme alivio al no sentirme marginada por ser atea, no sentir ese miedo al caminar de noche en la calle, incluso durante el día. Aún entonces pensaba que sería imposible que Jarsoław Kaczyński, el presidente del partido Ley y Justicia, llegara a tomar el poder en el parlamento. Por las locuras que decía y hacía, especialmente tras la muerte de su hermano gemelo en el accidente de avión en Smoleńsk, en 2010. Pero me equivocaba, Jarsoław Kaczyński consiguió el poder en 2015, apoyado por las únicas personas capaces de aguantar esta insania: fundamentalistas católicos y neonazis. Recuerdo cuando mis amigos de España empezaron a preguntarme: ¿cómo es posible que la población de Polonia, después de todo lo que hicieron allí los nazis, vote a los populistas nacionalistas?
Organizaciones como Ordo Iuris, que llevan tiempo preparándose para un momento como este: su intención era atacar a las mujeres y la comunidad de LGBTIQ+, porque en su mundo una persona feminista o alguien que no encaje en el patrón heteronormativo es un peligro para el orden socio-económico.
Poco a poco empezaron a propagar desinformación para polarizar la sociedad. Sus estrategias de manipulación, escondidas bajo la cortina del cristianismo y la moral, resultaron ser suficientes para llegar a un gran número de polacas y polacos. Es muy importante ser consciente de estas estrategias.
Según el informe de la Gran Coalición por la Igualdad y Elección de Polonia (WKRW, Wielka Koalicja za Równością i Wyborem) algunas de la estrategias más comunes usadas por la extrema derecha son: la inversión de los roles entre las víctimas y los que tienen privilegios (defienden, por lo tanto, que las mujeres y las personas que no encajan en el patrón heteronormativo no sufren discriminación, sino las personas católicas); el menosprecio (promover un mensaje que insulte a los oponentes sin pretender el diálogo, repitiéndolo una y otra vez); o la manipulación del lenguaje (decir en lugar de embrión y feto, niño no nacido, en lugar de aborto, asesinato, en lugar de in vitro, eugenesia), etc.
La Fundación Ordo Iuris fue creada en el año 2013 por la filial polaca de la organización internacional TFP (Tradicão, Família e Propiedade), cuya sede está en Brasil. Su fundador, Aleksander Stępkowski, es actualmente uno de los jueces del Tribunal Supremo. Ordo Iuris mantiene lazos estrechos a nivel internacional con organizaciones como la española Hazte Oír, actualmente Citizen Go. Con la intención de intercambiar experiencias y estrategias para poder implementar un plan cuyo objetivo es «restablecer la normalidad» junto a otras 100 organizaciones que conforman la Agenda Europa.
¿Cómo es posible que un grupo extremista y xenófobo pueda llegar a tener este espacio en las instituciones (incluso internacionales como la ONU o el Consejo Europeo) y nadie parezca preocuparse?
El estatuto de Ordo Iuris establece que el objetivo de la organización es estudiar la cultura jurídica y espiritual del patrimonio en el que está arraigada la cultura polaca y promoverla en la vida pública y en el sistema jurídico. Por lo tanto, la fundación está registrada como subordinada al Ministerio de Cultura.
Ordo Iuris se dio a conocer en otoño de 2016, al presentar un borrador de propuesta de ley muy restrictivo llamado «Stop Aborto», que contemplaba penas de cárcel a las mujeres que realizaban el abortos. Frente a este ataque al feminismo surgió la organización Huelga de Mujeres (OSK, Ogólnopolski Strajk Kobiet). La réplica del movimiento feminista fue impresionante, una demostración de la fuerza y de la determinación de las mujeres polacas. Porque el peligro de volver a la edad media y perder los derechos alcanzados hizo reaccionar a muchas polacas. Ganamos la batalla entonces: el parlamento rechazó el proyecto. Durante los siguientes años hubo varios intentos para obstaculizar los derechos sexuales y reproductivos pero ganamos también estas batallas.
Hasta que el 22 de octubre de 2020 recibimos con pavor un fallo del Tribunal Constitucional sobre la malformación del feto. Desde entonces el estado polaco ha estado en guerra contra las mujeres polacas, y sabemos que nos toca defendernos. Porque después de estos ataques a los derechos reproductivos, en su lista se encuentra la exclusión de Polonia del Convenio de Estambul, con un proyecto de ley que se llama «No al género, sí a la familia», el cual permite al Presidente de Polonia tomar la decisión de mantener o no este acuerdo internacional.
Tenemos dudas de si el Convenio de Estambul es una ayuda real, ya que no hizo mucho en Polonia desde que fue ratificado, pero pensamos que es una herramienta jurídica importante. En un país donde la violencia todavía es un tabú, donde no se habla de ella y está normalizada, donde Ordo Iuris quiere quitarnos hasta la esperanza de cambio… Donde parece que se quiera establecer un orden que se acerca más a la realidad rusa, donde la ley permite que el marido pueda utilizar la violencia hacia la mujer una vez al año, atribuyéndolo como un problema de salud mental. Los vínculos con el Kremlin van mucho más allá de eso; pero esta es otra historia.
Lo que Ordo Iuris y sus organizaciones hermanas intentan, a través de la salida del Convenio de Estambul, no es solamente suprimir los derechos de las mujeres, sino también realizar un cambio geopolítico. Es el primer paso para la salida de Polonia de la Unión Europea, una jugada para dejarnos a muchas polacas y muchos polacos sin las garantías y la protección que necesitamos ante la amenaza totalitarista.
Ante este contexto, los feminismos están siendo la única fuerza capaz de mantener la lucha. Estoy muy orgullosa de la evolución del movimiento feminista en Polonia, un país donde cuesta mucho cambiar la sociedad y en el que, aunque tenemos todavía mucho por recorrer, creo que vamos por buen camino. Sin duda, el enorme valor añadido de las últimas protestas es un cambio significativo en el debate público que se ve de forma aún más clara cuando se aborda el tema del aborto. Debemos ser conscientes de que está ocurriendo algo inaudito.
Igualmente creo que al movimiento feminista polaco le falta hacer un esfuerzo para aprender a actuar localmente, a la vez que somos capaces de pensar globalmente. No debería preocuparnos las diferencias que puedan emerger. Todo esto significa que el movimiento está en un fructífero e interesante camino y eso es lo que lo diferencia del nacionalismo extremista, donde los conflictos se ocultan detrás de una supuesta unidad. Los feminismos deberían no solo centrarse en los valores como la igualdad y la libertad, sino también en la diversidad, solidaridad y empatía. Estos dos últimos creo que son claves para luchar contra la ola del antifeminismo en Europa.
¿A quién beneficia el antifeminismo de la extrema derecha?
19/05/2021
Pastori Filigrana
Abogada y defensora de Derechos Humanos
El feminismo se ha convertido en un paraguas aglutinador de malestares y dolores reales y diferentes; desde el miedo de una joven a andar sola por la noche, hasta la precariedad de una trabajadora doméstica sin papeles; desde el desamparo ante el maltrato de una pareja, hasta la impotencia de la discriminación laboral por ser mujer; todo encuentra amparo en la lucha feminista.
El movimiento feminista está teniendo la capacidad de organizar la rabia frente a desigualdades estructurales del sistema socioeconómico. El movimiento se ha masificado y radicalizado. No solo ha aumentado el número de personas que se declaran feministas y han tomado las calles y la visibilidad pública, sino que las reivindicaciones y las propuestas cada vez han ido más a la raíz. En 2019, el manifiesto ‘Huelga del 8M’, en el Estado español, incluía la regularización de personas migrantes y el cierre de los Centros de Internamiento para Extranjeros como parte de sus reivindicaciones.
El movimiento feminista asumía la crítica a la ordenación económica en base a la raza y el género, de manera que las mujeres y las personas no-blancas y no-occidentales han ocupado los lugares más bajos de la jerarquía humana. De nada sirve salvar a unas pocas mujeres occidentales y blancas si la explotación continúa en el resto de mujeres del mundo. Se radicalizó, fue a la raíz, e invocó a un “todas” más amplio.
El antifeminismo hay que leerlo en este contexto donde la popularidad del feminismo y su capacidad de impugnación general se han ampliado. La extrema derecha en el mundo occidental se coloca a la cabeza del discurso antifeminista, con diferentes argumentos dependiendo de los lugares y momentos, pero con una pretensión última de criminalizar el feminismo a ojos de la opinión pública.
El poder político y económico a lo largo de la historia siempre ha perseguido y criminalizado aquellos discursos o prácticas vitales y políticas que atentaban el status quo, el orden vigente que les otorgaba el poder. Los feminicidios al inicio de la edad moderna europea, la criminalización de la personas LGTBI, o la persecución histórica al pueblo gitano son ejemplos de cómo las formas de vidas que atentan contra pilares básicos de la ordenación económica, como son la familia y el trabajo asalariado, son perseguidas y aniquiladas.
El feminismo, como discurso y práctica política que atenta contra pilares básicos de la injusta ordenación social, corre la misma suerte de criminalización y persecución. Sin embargo, la masividad de sus apoyos y la legitimidad social alcanzada en la actualidad hace que el poder económico y político no pueda enfrentar abiertamente las propuestas feministas y se vea obligado a asumir parte de sus planteamientos.
El brazo “políticamente incorrecto” del status quo es la extrema derecha y esta es la que se permite situarse abiertamente en el antifeminismo. Así, la retórica de la “ideología de género”, la reivindicación de la violencia intra-familiar en lugar de la violencia machista, los ataques a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, o la apelación a la individualidad de cada mujer que no debe ser colectivizada bajo el feminismo, se convierte en el discurso antifeminista de la extrema derecha.
La extrema derecha le hace el trabajo sucio al status quo y aquello que no se puede decir desde otras posiciones lo asumen ellos. Lo que mantengo es que el orden económico neoliberal tiene una gran connivencia con el discurso antifeminista que enarbola la extrema derecha, aunque no se diga. Y esto debe tenerse en cuenta a la hora de plantar cara a estos ataques antifeministas para no equivocarnos en las alianzas.
Desde posiciones neoliberales difícilmente se va articular una auténtica defensa del feminismo. Pues el feminismo es un cuestionamiento integral del orden económico neoliberal, que abarata las vidas de las mujeres, colocándolas en un nivel de sub-humanidad frente a los hombres a escala global. Pondré dos ejemplos de esta connivencia:
El paquete de medidas que el neoliberalismo trae bajo el brazo para afrontar la crisis económica actual son los recortes en servicios públicos, como sanidad, educación o pensiones. Como ya aprendimos en crisis anteriores estos recortes sociales afectan principalmente a las mujeres. Cuando se cierran comedores escolares, guarderías públicas o se recortan en leyes de dependencias, son mayoritariamente las mujeres las que suplen estos trabajos en el ámbito doméstico, sobre todo en aquellos hogares donde no pueden comprarse en el mercado. Cuando una mujer se queda en casa cuidando o cocinando almuerzos, su trabajo en el mercado se abarata y se ve abocada a la precariedad, la parcialidad y la temporalidad laboral. Los discursos de la extrema derecha que apelan a la familia y a la feminidad están buscando ganar el sentido común a su favor y convencer de que el hogar y la familia es un lugar natural para las mujeres. Estos discursos abonan el camino a las medidas neoliberales, que en un contexto de crisis recortan en servicios públicos y mandan a casa a las mujeres.
Otro ejemplo a nivel internacional son los discursos de la extrema derecha contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. El “no al aborto y sí a la vida”. El orden económico mundial carga sobre los cuerpos de las mujeres, que habitan el Sur Global (territorios no occidentales), los trabajos de mayor explotación, principalmente los trabajos de producción industrial como la textil, pero también la agricultura o la minería.
Una forma de abaratar aún más las vidas y el trabajo de estas mujeres, que ocupan la base de la economía-mundo, es privándolas de derechos reproductivos plenos. Una mujer que no tiene el control de su cuerpo y su natalidad es una mujer que trabajará más por menos, pues su situación vital será más precaria. Las dificultades que tienen las mujeres en los países del Sur Global para ejercer plenamente sus derechos sexuales y reproductivos tiene una relación directa con el destino económico y laboral que le impone las reglas del juego neoliberal.
Ante este panorama global, el movimiento feminista internacional se erige como un importante contrapoder, no solo frente a la extrema derecha, sino frente a un orden económico injusto que sigue poniendo los beneficios del capital por encima de la vida digna de todas y todos. La capacidad impugnatoria del feminismo seguirá en pie mientras el movimiento siga siendo un gran aglutinador de malestares diversos y organice la rabia y el dolor en respuestas políticas en muchos frentes; mientras ponga en el centro de su lucha acabar con el desigual reparto de las riquezas y el trabajo que realiza la economía-mundo a partir de los cuerpos y territorios que habitamos.
Frente al neoliberalismo y la extrema derecha se levanta un movimiento feminista de clase y antirracista.
El populismo de extrema derecha y su batalla identitaria en el medio rural
14/05/2021
Gabriela Vázquez
Área de agroecología Fundación Entretantos.
La cornisa cantábrica, desde la burbuja inmobiliaria, está plagada de plumeros de la Pampa. Esta especie invasora, que no tendría nada que hacer en un bosque de castaños, se extiende como el fuego por la tierra removida que fue la norma durante tantos años de construir urbanizaciones y autovías. Llegó de Argentina en uno de esos barcos de containers que son la base material de la globalización neoliberal. De los terraplenes se extendió a los campos y, descuidado por las autoridades, pasó a invadir toda la franja costera, de temperaturas amables y humedad alta. Eliminarlo una vez extendido es muy costoso porque no vale con cortarlo, hay que destoconarlo con maquinaria, desenterrarlo desde la raíz. El plumero es estéticamente precioso salvo cuando lo miras pensando en todo aquello que no ha podido crecer porque él llegó primero.
La modernización agraria neoliberal, basada en la homogeneización del campo, la concentración de la propiedad y la conversión de los agricultores en empresarios ha removido buena parte de los ejes que estructuraban la vida rural: ni el calendario, ni las fiestas, ni los tiempos de trabajo, ni la estructura económica son las mismas. Ni siquiera el clima. La comunidad se ha desgajado y sólo queda –trastocada– la familia.
Al igual que en las ciudades el obrero de la fábrica ya no es el único sujeto político ni el mayoritario, en el medio rural las identidades tradicionales, más relacionadas con la agricultura y la ganadería, se han visto sustituidas por identidades fragmentadas, desdibujadas: puedes vivir en un pueblo y desplazarte todos los días a la cabeza de comarca en coche para trabajar de teleoperadora, o levantarte para limpiar la cuadra antes de irte a la Universidad. Los sujetos rurales puros que imaginamos y romantizamos nunca existieron, pero ahora existen menos que nunca.
Las crisis del capitalismo y las políticas de austeridad han desestructurado el medio rural y la idea que sus habitantes tienen de sí mismos. La democracia representativa ha ignorado sus intereses –al ser electoralmente despreciables y algo molestos porque chocan con ese paradigma globalizador- haciéndoles sentir poco respetados. Sin médicos, sin escuelas, sin transporte público, con medidas cosméticas dictadas según el parecer de gente que siempre está en otra parte: en Madrid, en Bruselas, pero nunca allí. Por otra parte, los movimientos sociales urbanos han mirado hacia otro lado por desconocimiento, desconexión, falta de sintonía, incluso por cierto sentimiento de superioridad intelectual. La sociología rural viene mapeando desde hace décadas el descontento, la indignación, la sensación de abandono, la pérdida de autoestima.
En este escenario, en este terraplén de la autovía, llega la extrema derecha. Señores de apellidos compuestos que se hacen pasar por representantes de los intereses del campo. Pero señores que al fin y al cabo, se esfuerzan por hacer sentirse reconocida a una población que los partidos neoliberales de derecha e izquierda llevan décadas ignorando (despreciando, sometiendo a una romantización paternalista, deshumanizadora y simplificante).
El populismo utiliza significantes vacíos para aunar a poblaciones de distintas clases contra un enemigo común. El populismo de derechas se basa para esto en la idea de orden y en el autoritarismo –que exige acogerse a un liderazgo fuerte para defenderse del “caos” que viene del exterior y proteger las tradiciones, particularmente fáciles de encarnar en el medio rural– y a un nativismo que reconoce lo propio como superior y convierte también al extranjero en “el otro”.
El populismo de derechas no es lo mismo que el fascismo: no rechaza la democracia liberal, y su imaginario no está orientado al futuro sino al pasado. Los populismos de derechas en el medio rural utilizan la nostalgia como modo de restaurar la dignidad de una población que se ha sentido ninguneada y faltada al respeto. Genera así una confianza que los partidos neoliberales de izquierda y derecha no han sabido ganarse nunca.
En las estrategias de los partidos populistas de derechas europeos lo urbano se configura como “el otro”. Las políticas identitarias –incluida el feminismo– son presentadas por la extrema derecha como una serie de invasiones culturales de las poblaciones urbanas, que tratan de imponer sus prioridades a la población rural sin haberse hecho previamente cargo de sus demandas. Las mujeres del medio rural no se sienten inferiores a los hombres, o no en mayor medida que las mujeres urbanas, pero presentan una gran reticencia a autodenominarse feministas –ya que esto se identifica con una claudicación ante ese “enemigo invasor” urbanita, multicultural y progre-.
Esto no significa que en el medio rural no exista gente convencidamente feminista, ecologista, antirracista, etc. Gente valiente y que, en muchos casos, sufre acosos y persecuciones absolutamente condenables. Pero sí que los códigos e imaginarios del medio rural no suelen identificarse con lo que los movimientos proponen en el medio urbano, aunque algunos de sus habitantes los utilicen. No creo que haya una idea clara de lo que significa “lo feminista” o “lo ecologista” en el medio rural, y esto a veces permite al populismo de derechas desplegar sus discursos sobre “lo verdaderamente feminista” o “lo verdaderamente ecologista”.
En nuestro país, Vox ha utilizado el medio rural por su potencia simbólica, no por su importancia electoral. El imaginario rural –los amplios campos de Castilla por los que Abascal galopaba en su spot, reflejo de la nación pura aún no corrompida por el extranjero– no solo apela a quien aún vive en el campo. Las zonas urbanas y periurbanas siguen acogiendo a mucha población migrada de zonas rurales hace solo una generación; parte de la población urbana mantiene una visión romantizada del medio rural como guardián de las auténticas tradiciones. Abascal también estaba galopando para ellos.
Además, Vox ha acogido como propias las “tradiciones” del campo más criticadas por ese “Otro” urbanita y progre: la caza, los toros, el Land Rover. Aunque esta no sea la única realidad del campo –existen, sin duda, otras- es una realidad, que hace a una parte de la población sentirse reconocida allá donde otros solo la han sometido a la vergüenza.
Aunque los populismos de derechas se presenten como alternativa a los burócratas neoliberales, la apisonadora cultural neoliberal de estas décadas favorece sin duda a la ideología de derechas: el individualismo, el consumismo y la competición están tan implantados en la mentalidad de la población rural como en la urbana, lo cual seguramente también ha dificultado que el descontento se haya transformado en una acción colectiva emancipadora.
Esto no significa que el medio rural esté ganado para la extrema derecha: los grandes resultados de Vox, al contrario de lo que se ha querido hacer creer, no se han dado en los pueblos de Castilla, sino fundamentalmente en los barrios ricos de ciudades grandes (especialmente Madrid) y en zonas rurales históricamente de derechas, empobrecidas y con mucha población migrante (sobre todo en Levante). Esto puede cambiar en una dirección y otra. Los vínculos se han creado, pero son frágiles.
En las protestas de ultraderecha convocadas por el PEGIDA (Patriotic Europeans against the Islamisation of the Occident) en Alemania del este, solo un 15.4% de los participantes decían mostrar rechazo frente a la población musulmana. La mayoría de la gente se unía a las manifestaciones no por su agenda anti-islámica, sino a pesar de ella. En España tenemos el ejemplo de los discursos de la España vacía/vaciada, que Vox trató de cooptar sin éxito. Fueron finalmente las plataformas de base de centro-izquierda quienes consiguieron liderar el movimiento, conectándolo con los fracasos de las políticas neoliberales.
La conclusión es que es el reconocimiento del valor propio de la población rural, sus reivindicaciones y sus problemáticas es lo que moviliza, y no los idearios propios de la extrema derecha. Este es un efecto colateral.
Para los movimientos sociales de izquierda esto implica que, antes de tratar de transformar el medio rural, convendría tratar de comprenderlo y descubrir lo que ya existe en él de aquellos valores que queremos fomentar. Dejar de verlo como un lugar vacío en el que proyectar nuestras utopías o un reducto ignorante al que reeducar, sino como un –amplísimo y diverso– territorio con distintos deseos, intereses y reivindicaciones. Un mosaico de lugares donde viven personas con un hartazgo considerable y comprensible derivado de siglos de aniquilación cultural –entre otras cosas- por parte de las poblaciones urbanas.
Solo de este reconocimiento, comprensión y empatía podrá derivarse un entendimiento mutuo, un intercambio que pueda ayudar a perfilar los escenarios de futuro que los propios habitantes del medio rural visualizan para sí mismos. Y para sí mismas.
Referencias:
[1] Natalia Mamonova , Jaume Franquesa y Sally Brooks (2020): ‘Actually existing’ right-wing populism in rural Europe: insights from eastern Germany, Spain, the United Kingdom and Ukraine, The Journal of Peasant Studies, DOI: 10.1080/03066150.2020.1830767
[2] Natalia Mamonova y Jaume Franquesa (2019). Populism, Neoliberalism and Agrarian Move-ments in Europe. Understanding Rural Support for Right-Wing Politics and Looking for Pro-gressive Solutions. Sociologia Ruralis, Vol. 0. DOI: 10.1111/soru.12291
El antifeminismo como respuesta a la crisis de la reproducción social.
12/05/2021
Mats Lucia Bayer
Miembro del Comité para la abolición de las deudas ilegítimas (CADTM)
La relación entre la extrema derecha y las reivindicaciones del movimiento feminista ha demostrado moverse en un terreno ambiguo en estos últimos años. Como señala Judith Carreras, los posicionamientos varían según la organización y el país. Mientras que en algunos casos la extrema derecha adopta discursos abiertamente antifeministas, en otros se dan fenómenos de apropiación de algunas de las reivindicaciones feministas con el objetivo de apoyar una agenda xenófoba (el llamado “purplewashing”). Ambas vertientes redundan de una u otra manera en el hecho de desposeer a una parte de la población (las mujeres y/o las personas migrantes) de sus condiciones de existencia. En cualquier caso, ambos enfoques se oponen al movimiento feminista existente, deslegitimando tanto su expresión y como sus aspiraciones en tanto en cuanto pongan en duda el statu quo existente.
Resulta sorprendente que en la izquierda alguna gente haya comprado el discurso de que estas polarizaciones constituyen una “guerra cultural” (se sobreentiende que en oposición a una guerra “social” o “material”). Sin embargo, y como apunta igualmente Amelia Martínez en otra contribución a este debate, se trata de cuestiones muy materiales. La pandemia de la Covid-19 ha supuesto un punto de inflexión en la historia de la humanidad reciente, tratándose de un fenómeno de escala planetaria que ha sacado a relucir grandes disfunciones del sistema en el que vivimos. Esta pandemia ha puesto de manifiesto la importancia de labores como el sector de sanitario (en todas sus ramas), el sector del comercio de bienes esenciales, y obviamente todo el trabajo de cuidados. Trabajos ocupados mayoritariamente por mujeres. Podemos decir que, en el momento en el que por culpa de la pandemia, el capitalismo se vio obligado a ralentizar su entramado productivo, salió a la luz toda una infraestructura de trabajo femenino, en su inmensa mayoría precario (incluso no reconocido como tal), que hace posible que el sistema funcione y, que en última instancia, la sociedad no colapse.
Es importante señalar además que, en todos estos casos, la pandemia no ha hecho más que llover sobre mojado, ya que, como denunciaba el movimiento feminista, las sociedades en las que vivimos llevan años ya lidiando con una grave crisis social y de cuidados. Nos encontramos en un sistema que subordina la reproducción de la sociedad a la reproducción del capital, en una espiral altamente inviable e insostenible. Un fenómeno consecuencia de décadas de políticas cuya máxima era la de poner al mercado en el centro de todas las mediaciones. El mecanismo más importante para poder ir sometiendo más y más espacios de la sociedad a la lógica del capital ha sido el de la deuda. La deuda ha disciplinado sociedades e individuas, desembocando en políticas de austeridad que han precarizado la vida de la mayoría (y de las mujeres en particular). Nancy Fraser nos recuerda que, con los recortes en servicios sociales, anteriormente asumidos por el Estado, el neoliberalismo ha operado un doble movimiento: ha mercantilizado el trabajo de reproducción y cuidados para aquellas que se lo pueden permitir, y privatizado para el resto.
Este tipo de movimientos son definitorios del capitalismo en el que vivimos. Desde la izquierda radical siempre se ha subrayado la naturaleza contradictoria del sistema capitalista. Sin embargo, en las últimas décadas el grado de crisis crónica es tal, que la única manera por la cual el capital puede seguir asegurando su funcionamiento es mediante un eterno movimiento de desplazamiento de sus contradicciones. Estos desplazamientos se han producido tanto a nivel temporal (mediante la deuda se pretenden trasladar los problemas de rentabilidad productiva del hoy al mañana), como espacial (con crecientes conflictos territoriales en torno a la relocalización productiva o a la extracción de recursos) y, entre las esferas pública y privada (con la reprivatización de los cuidados, como indica Nancy Fraser).
En definitiva, es indispensable tener en cuenta la relación entre un sistema en crisis crónica y la presión creciente que opera, por medio del patriarcado, en las mujeres, puesto que nos indica también de qué hablamos cuando hablamos de centralidad del movimiento feminista. La obsesión de la extrema derecha con el feminismo debe entenderse también desde la capacidad de este movimiento de ser la fuerza motriz que ponga en duda las relaciones sociales y, en particular, el sistema económico desde la parte que el patriarcado se había empeñado en invisibilizar durante décadas.
El reto de la izquierda: analizar el peso del conservadurismo y la religión en la agenda antifeminista de las extremas derechas
06/05/2021
Steven Forti
Historiador. Profesor asociado en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del IHC de la Universidade Nova de Lisboa.
Las nuevas extremas derechas no encajan del todo con las categorías de interpretación que solemos utilizar para analizar este fenómeno. Me explico: Vox, el lepenismo, Salvini, el trumpismo, Orbán, el bolsonarismo o Alternativa para Alemania no pueden analizarse como si fuesen el fascismo de entreguerras o el neofascismo de la segunda mitad del siglo XX. Tienen algunos elementos de continuidad con aquellas experiencias, no cabe duda de ello, pero también son algo distinto. Resumiendo mucho, se trata de un fenómeno radicalmente nuevo. Si no lo entendemos, me temo que nunca conseguiremos frenarlas y derrotarlas.
Esta extrema derecha 2.0 es hija de su tiempo, del fin del mundo bipolar de la Guerra Fría, de la derrota del comunismo, del giro centrista de la socialdemocracia, de las profundas transformaciones vividas por nuestras sociedades, de la crisis del modelo neoliberal. Todas estas formaciones comparten muchos elementos, tanto en su discurso como en su práctica política: por esto podemos hablar de una Internacional reaccionaria o de una gran familia ultraderechista a escala global (que se organiza también gracias al apoyo de importantes lobbys, como la de las armas y la integrista cristiana). Esto no quita que haya divergencias, a veces muy profundas, entre un partido y otro: en los programas económicos –desde el ultraliberalismo al Welfare Chauvinism–, en la geopolítica –atlantistas vs rusófilos– y en los derechos civiles. Esta última cuestión es especialmente interesante para el debate que se está dando en estas páginas sobre el antifeminismo.
Hay tres elementos que creo necesario subrayar para que se pueda elaborar una respuesta eficaz a la amenaza ultraderechista. Si es cierto, como ya se ha apuntado, que todas las nuevas extremas derechas son generalmente antifeministas y misóginas, debemos intentar ir más a fondo y fijarnos en los matices. No es lo mismo, de hecho, el discurso de Fidesz en Hungría o de Ley y Justicia en Polonia con el del Partido Popular Danés, los Demócratas de Suecia o, inclusive, la Agrupación Nacional de Le Pen. Las culturas y las tradiciones políticas de cada país influyen en cómo aborda estas temáticas la nueva ultraderecha: en los países católicos (u ortodoxos) defienden posiciones mucho más duras sobre el aborto, la igualdad de género, la familia o los derechos del colectivo LGTBIQ comparado con países protestantes o donde sencillamente la religión ha tenido históricamente un peso mucho menor en la época contemporánea. Hay una clara diferencia, pues, entre las extremas derechas del Este y el Sur de Europa, y también de América Latina, con las del norte del viejo continente. Esto significa que para que centre el objetivo la respuesta que se le da deberá ser modulada y ajustada al contexto.
Por otro lado, esta nueva extrema derecha tiene más a menudo de lo que podíamos imaginar a líderes mujeres: pensemos no solo en Marine Le Pen, sino también en Giorgia Meloni en Italia, Alice Weidel en Alemania o, para quedarnos más cerca, en Rocío Monasterio. Todas ellas reivindican sin tapujos ser mujeres. Además, Weidel no tiene apuros en defender públicamente que es lesbiana, que tiene una relación con una mujer de Sri Lanka y que ha adoptado a dos hijos. Es un cambio de paradigma notable respecto al pasado. ¿Cómo contrarrestar su discurso? Poniendo de manifiesto no solo que en algunos casos se trata sencillamente de pinkwashing, sino que la idea de mujer que reivindican Meloni, Le Pen, Monasterio y Weidel es la de un feminismo empresarial y clasista. Estoy muy de acuerdo, en síntesis, con María Eugenia Rodríguez Palop cuando habla de que el feminismo más eficaz y eficiente es el relacional o de la diferencia.
Por último, hay un tercer elemento especialmente innovador en estas ultraderechas: la carga de rebeldía de su discurso. Pablo Stefanoni lo ha explicado estupendamente en su reciente libro, ¿La rebeldía se volvió de derecha?: las extremas derechas han conseguido construir un discurso que se presenta como provocador, incorrecto y profundamente crítico con lo que se considera el establishment, concepto en el cual, sobre todo a nivel cultural, se incluyen también a las izquierdas. De ahí la cultura chanera, la memización de la política, el antiprogresismo visto como una bandera de libertad y las guerras culturales. Muchos jóvenes en la actualidad compran el discurso ultraderechista porque lo ven como rompedor y antisistema. En Ho 16 anni e sono fascista. Indagine sui ragazzi e l’estrema destra, Christian Raimo explicaba como muchos adolescentes romanos piensan que Mussolini mola: jóvenes que no vienen de por si de familias conservadoras; jóvenes que hace 20 o 40 años se habrían podido tatuar el Che Guevara en el brazo. ¿Qué ha pasado pues? ¿Qué hacer para contrarrestar estos discursos?
Es cierto que, más allá de que la extrema derecha ha conseguido centralidad o directamente ha impuesto su agenda en algunas batallas culturales –piénsese en el tema de la inmigración, por ejemplo–, las izquierdas han ganado otras batallas, desde el feminismo al medio ambiente. Ahora bien, se trata de batallas, no de la guerra: como apuntan Cecilia Carballo y Paula Pof en el caso del ecofascismo, el riesgo –más real de lo que podamos creer– es que la ultraderecha se apropie de estas banderas y las haga suyas, obviamente llevándolas a su terreno. Para evitar este escenario no basta con condenar moralmente a la ultraderecha, poner de relieve que su agenda es retrógrada o explicar sus mentiras: hace falta también construir una propuesta inclusiva, incluyente e ilusionante que sepa, al mismo tiempo, mostrar la complejidad de nuestras sociedades y ofrecer horizontes de esperanza.
La izquierda, en suma, debe recuperar el terreno perdido, sin caer en estériles debates bizantinos, sin pensar que para frenar a la ultraderecha hay que comprar parte de su discurso, sin separar luchas materiales y culturales, sin acabar siendo percibida como conservadora, es decir como una especie de último soporte del orden existente. Si Lenin afirmó que el comunismo eran los soviets más la electricidad, podríamos atrevernos a plantear que en la actualidad la izquierda debería ser la unificación de las diferentes luchas existentes –contra las desigualdades, en defensa de la clase trabajadora, por una verdadera igualdad de género, por ampliar los derechos civiles, etc.– más la ilusión.
Aquí se pone, sin embargo, otra cuestión. En Mil máscaras. La deriva del nacionalpopulismo italiano, Paolo Mossetti considera que la izquierda no debería querer ganar por goleada en algunas de estas luchas. Según el periodista italiano, sería contraproducente porque hay el riesgo de regalar a la ultraderecha sectores de la sociedad que no se oponen de por sí a una agenda progresista, pero que pueden percibirse amenazados por cambios demasiado acelerados. Sabemos que el miedo es una de las palancas que utiliza justamente la ultraderecha para aumentar sus consensos. No podemos subvalorarlo. Esto no quiere decir que se deba renunciar a estas luchas, sino que, manteniendo bien firmes los principios, valdría la pena saber modular la agenda del cambio para que nuestras sociedades, de por sí ya muy polarizadas y deshilachadas, no acaben realmente partidas en dos. Creo que también esto es un elemento sobre el cual valdría la pena reflexionar.
La agenda ecofascista de la extrema derecha: medioambiente, misoginia y xenofobia
30/04/2021
“No se puede confiar en la frase: ‘Esto aquí no puede pasar’. En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar” Margaret Atwood El cuento de la criada.
Cuando lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir, cobran mayor relevancia los espacios en disputa. En medio de esta crisis sistémica las disputas son y serán por la garantía del espacio vital y el control de la herencia de lo que está muriendo.
La nueva normalidad está acelerando las diferencias entre generaciones y personas, no sólo entre territorios. Normaliza el paso de un estado del bienestar a la sociedad del miedo. Invisibiliza y desatiende las violencias machistas. Asume el recorte de derechos y libertades en pos del interés general. Normaliza también los efectos del cambio climático y colapso sistémico, concretado, a menudo, en récords de temperatura, incendios forestales multicausales, huracanes más intensos que se mueven con más lentitud y devastan más, ciclones tropicales, Filomenas y DANAs cada vez más presentes y severas, pérdida de suelos y actividades tradicionales, contaminación…
Esta nueva normalidad concentra a más personas en los bordes del sistema, las expulsa desde el centro a las periferias y las obliga a sobrevivir, no producen y tampoco consumen. El panorama no es muy alentador y una inmensa mayoría nos codeamos con los bien posicionados creadores de escasez. Los oligarcas de las plusvalías del planeta y sus habitantes.
Hay muy pocas personas que puedan vivir como si no hubiera límites. Este sistema tiene una forma de plantear la vida que no comprende sus dos dependencias materiales básicas: naturaleza (porque dependemos de los recursos naturales) y cuidados (porque no podemos vivir sin que nos cuiden otras personas). Y la extrema derecha tiene una agenda que transita silenciosamente del negacionismo a la preparación de un escenario en el que unos pocos acumularán todos los recursos. Un contexto en el que una mayoría social conocerá el significado de la falta de agua, la inseguridad alimentaria, las enfermedades asociadas al cambio climático, etc. Un escenario ecofascista. Parece contradictorio pero, ¿qué hay más estratégico que negar una evidencia para no tener que plantear una agenda que nos englobe a todas las personas?
En disputa, además del significado, están los significantes. Se habla de ecofascismo y la realidad es que ya se aprecia una clara intersección entre ecologismo, nacionalismo y neoliberalismo. Nada de esto es nuevo, pero revive y le sirve a aquellos que defienden el que todo cambie para que no cambie nada.
Usan el (real) agotamiento de recursos bajo los mantras “no hay para todos” o «los de aquí primero». Un discurso peligroso que se ha alimentado desde hace años con medidas de austeridad impuestas en toda Europa. Una receta neoliberal que ha calado en muchas mentes educadas bajo el sistema que nos ha tocado vivir. Un sistema, cuya referencia es el sistema capitalista y patriarcal. Aposentado sobre una jerarquía de valores basados en la división de roles, la competitividad, la desigualdad, la segregación y la continuada explotación de recursos ajenos.
Todas sabemos, o intuimos, que esta globalización es desigual y oculta las vergüenzas de un modelo de fascismo territorial, según Boaventura de Sousa Santos, donde nuestra riqueza sólo se mantiene gracias a la explotación de recursos que vienen de otros territorios. Si nuestras fronteras impidieran la entrada a estos recursos y mercancías, al igual que hacemos con los seres humanos, la supervivencia de los países desarrollados estaría en cuestión.
La autodenominada ecología integral es parte del rearme ideológico de muchas corrientes de la extrema derecha. Desde neopaganos a supremacistas, decenas de grupos quieren subirse a la ola del medio ambiente, aprovechando un momento clave de concienciación social. Si los legitimamos como ecologistas o defensores de la tierra, impondrán su agenda. En Francia el Frente Nacional habla de la protección del planeta y la vida, y se muestran a favor del “orden natural de la sexualidad”, en contra de la interrupción del embarazo o la eutanasia.
Esta propuesta es peligrosa en tanto asegura haber superado el eje izquierda-derecha para defender a los seres vivos. En realidad lo que hace es incardinar el medio ambiente, la misoginia y la xenofobia. Contempla la gestión de las sociedades como los ecosistemas. Entendiendo que al igual que la naturaleza, las sociedades funcionan con leyes, y cuando éstas se ven vulneradas por la entrada de agentes externos, enferman. Su discurso frente a las personas extranjeras es simple, reducen a los extranjeros a microorganismos y los sitúan en un lugar en el que no deberían estar, con las fronteras como muros de contención. La extrema derecha habla de proteger el entorno, tanto de las multinacionales extranjeras como de los migrantes.
Una retórica poderosa traducida en lemas sencillos que se apoyan en la inseguridad y pobreza. Interpela a hombres y mujeres de maneras diferentes pero complementarias, sirviéndose de la agonía para generar una guerra del último contra el penúltimo, del odio al diferente. Así, la suma del “no hay para todos” y el pinkwashing, referido al uso de la violencia contra las mujeres para criminalizar a segmentos de la población y aplicar políticas racistas -tal y como explica en la anterior intervención Amelia Martínez Lobo- enarbola una bandera blanca, hetero, supremacista y conservadora. Basta con hacer el análisis de cómo han evolucionado los mensajes. De “los extranjeros vienen a quitarnos el trabajo a los españoles” a afirmar que “una avalancha de migrantes viene a violar a nuestras mujeres”. Querer fagocitar nuestra fuerza en un revés tenebroso que enarbola el odio y el antifeminismo.
Por eso es necesario que hablemos también de la geopolítica de unos recursos cada vez más escasos y concentrados, recursos en propiedad de sujetos políticos muchas veces, no identificados. Mercantilismo climático, seguridad climática y redefinición de los bordes del sistema en términos de capacidad de carga ecológica. Los creadores de escasez están ya utilizando las tecnologías y el análisis de datos para rentabilizar los nuevos nichos de mercado y las plusvalías derivadas de los nuevos yacimientos de empleo (tecnologías verdes, energías renovables, mercados de carbono, servicios ambientales…) y con políticas migratorias xenófobas de cierre de fronteras para blindar enclaves estratégicos con aforos limitados.
Algunos dicen que el mundo será verde, violeta y tech o no será. En realidad cabe la posibilidad de no ser, porque habrán laminado el futuro de millones de personas y acabado con el equilibrio ecosistémico que permite que diferentes especies convivamos en una casa común. Nuestro modelo a seguir es aquel en el que nada y ninguna vida se desprecia, el que sostiene y resguarda un ciclo vital del que todas formamos parte, sancionando y alertando de esta posibilidad excluyente. En el que poner la vida en el centro, como proclama el ecofeminismo, supone replantear este sistema económico y las políticas que se han creado alrededor no de objetivos de la vida sino de un crecimiento ilimitado imposible.
Misoginia, pinkwashing y cómo la extrema derecha lidia con los feminismos
28/04/2021
Amelia Martínez Lobo
Periodista y Project Manager en la Fundación Rosa Luxemburg (Madrid). Migraciones, antifascismo y feminismo.
Sí, el feminismo es la vacuna contra el fascismo, también el muro de contención y su desafío. Porque si hay algo que aglutina y vertebra a las diferentes extremas derechas no es sólo su agenda misógina y su antifeminismo, sino su intento de cambiar el marco y convencer a parte del sujeto que apela este masivo movimiento que se ha levantado a lo largo y ancho del planeta. Sí, el feminismo es, sin duda, el caballo de batalla de la llamada “internacional reaccionaria postfascista”.
Si bien entre las extremas derechas hay diferentes visiones y estrategias para atacar los derechos de las mujeres, todas tienen como objetivo minar los derechos conquistados. La defensa del rol tradicional de la mujer no es la única expresión antifeminista de la ultraderecha. La supuesta defensa de los derechos de las mujeres –blancas, por supuesto- liderada por el partido de Lepen y secundadas por figuras femeninas influyentes en nuestro panorama político-mediático no es otra cosa que un “PinkWashing”. Detrás de esta “defensa” de nuestros derechos esconden su agenda xenófoba, islamófoba y punitivista. Porque su manera de defender la libertad y seguridad de las mujeres se consigue, según ellos, endureciendo el código penal y creando una campaña de criminalización de las personas migrantes, fundamentalmente de los menores no acompañados (no MENAS), que no dudan en sacar a pasear en cada momento electoral. Cosa, por otro lado, que puede parecer contradictoria. Es curioso que los miembros de VOX, incluidas las mujeres, nieguen sistemáticamente la violencia machista y al mismo tiempo en cada mitin cuenten esa historia de “la señora que no se atrevía a salir de casa porque le atacan y abusan de ella” (véanse algún mitin para contrastar las diferentes versiones) con intención de criminalizar y acusar a los migrantes de ser violadores en manada.
Según señala la periodista y antropóloga Nuria Alabao, la principal novedad de los partidos de extrema derecha “que empezaron a resurgir como respuesta al Mayo del 68, es presentar a los inmigrantes como agresores sexuales”. Ejemplos de estas acusaciones infundadas hay muchos, pero tal vez el más significativo fue el de la Nochevieja de 2015 en Colonia. El objetivo de este falso discurso es vincular lo material con la idea de inseguridad. “Dicen que los problemas materiales de la sociedad son por una crisis de valores, no por el neoliberalismo. Y vinculan su propuesta de inseguridad con la vuelta al tradicionalismo, a la familia tradicional hetenormativa que se hace cargo del trabajo de cuidados”. Alabao considera que la precariedad ha beneficiado a la extrema derecha y sostiene que, a pesar de que las políticas racistas existen desde hace tiempo, “la retórica racista no tenía espacio, algo que ahora sí sucede”.
Siguen al dedillo a Goebbels en eso de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, aunque los datos oficiales demuestren que la violencia machista no entiende de nacionalidades. Porque para las extremas derechas el uso de una mentira no debe ser analizado y evaluado desde el prisma de la moralidad, sino desde el hecho de extraer, en este caso, miedos, inseguridades y odio en la sociedad. Como también confirman Fernández y Torres en su artículo La mentira como industria y estrategia en la era digital, “la difusión de noticias falsas y la manipulación de la información se ha utilizado en campañas electorales, en publicidad y en estrategias comerciales” Cada vez suena más familiar y peligrosa esta estrategia.
La ‘necropolítica’ es la política basada en la idea de que unas vidas tienen valor y otras no. Y las derechas lo defienden cada día. Porque fomentar o no ciertas políticas públicas es hacer necropolítica. Porque negar la violencia machista, invisibilizarla y eliminar los presupuestos destinados a luchar contra ella es hacer necropolítica. Porque acusar y encauzar el odio de las y los que peor lo están pasando hacia niños migrantes es hacer necropolítica. Y tiene una gran capacidad de atracción. A VOX no le ha hecho falta gobernar para conseguir impulsar su agenda. No sólo ha definido con sus posturas las campañas. En Andalucía, el Partido Popular ya ha cedido ante Vox -a cambio de su apoyo a los presupuestos autonómicos- creando un teléfono de atención a víctimas de violencia ‘intrafamiliar’, como reclamaba el partido de ultraderecha. La consecuencia directa es que se eliminó el teléfono 016 de atención a mujeres maltratadas.
De nuevo Alabao, en el capítulo Las guerras de género: La extrema derecha contra el feminismo” del informe De los Neocón a los Neonazis. La derecha radical en el Estado español publicado por la Fundación Rosa Luxemburg nos explica cómo “la principal estrategia neocón fue la de confrontar directamente con los temas que mayor consenso generan en la izquierda, que se desplegó sobre todo a partir del primer Gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2008).
Esta ofensiva estuvo destinada a hacer una oposición frontal a algunas de las medidas estrellas de este Gobierno, la mayoría de las cuales se pueden encuadrar dentro de las temáticas de género: ley de matrimonio homosexual (2005); reforma de la ley del aborto para una formulación menos restrictiva (2010) y la ley de educación (2006), que incluía la educación sexual, la formación en igualdad de género, diversidad familiar y lucha contra la homofobia en la escuela pública”. Concluyendo que las campañas organizadas en contra de estas leyes generaron “varias olas de movilización «antigénero» que consiguieron aglutinar a movimientos diversos en manifestaciones masivas profamilia”.
Qué feminismo necesitamos contra esta ofensiva
Necesitamos un feminismo que reivindique lo material. Que cuestione las políticas neoliberales, precarizadoras que ahondan en las desigualdades que atraviesan género, clase y raza. Que hable de las mujeres empleadas de hogar, que se parten la espalda cada día. Que hable de las condiciones intolerables de las jornaleras de Huelva. Que denuncie que la pobreza y la precariedad tienen rostro de mujer. Que defienda el derecho a la vivienda y exija dignidad en las condiciones de trabajo de las miles de sanitarias que nos han salvado la vida durante la pandemia. Que no les deje un solo espacio de dolor, miseria e inseguridad para explotar.
En definitiva, un feminismo que impugne el sistema capitalista. Capaz de poner en cuestión un sistema depredador que se sostiene gracias a la explotación de las mujeres. El feminismo no sólo pone en cuestión la familia tradicional, sino a todo un sistema de cuidados y sostenimiento de la vida que recae sobre los hombros de las mujeres de manera gratuita: la reproducción social de la vida. Desde el feminismo se puede y se debe cuestionar este sistema capitalista, que tiene como condición de existencia el trabajo gratuito de las mujeres: que cuidan, alimentan, visten, cocinan, hacen los hogares vivibles y habitables. Sin esos trabajos de cuidados no habría vida, ni fuerza de trabajo para ir cada mañana a producir y generar plusvalía en la fábrica o en la oficina.
Un feminismo que, como dice de nuevo Alabao en este artículo, “no se parezca a las extremas derechas ni en los andares: Ni punitivista, ni tránsfobo, ni puritano”. Ese es el feminismo que puede volver a convertir a la ultraderecha en un fenómeno social anecdótico y precisamente por eso las ultraderechas de todo el mundo, que discrepan en multitud de cuestiones, tienen el objetivo común de intentar destruirlo.
Tenemos que seguir disputando esta batalla cultural, porque no es sólo importante por lo simbólico o por lo estético. Nos jugamos lo material. Cuando hablamos de ganar el relato, no estamos haciendo una referencia abstracta. Hablamos de que ese relato se traduce en políticas públicas en las que nos va la vida. Ganar posiciones en el relato feminista, construir un nuevo sentido común a través de las movilizaciones, la música, el teatro o el cine, no es una batalla simbólica. Es el instrumento para avanza en derechos, para forzar políticas públicas feministas.
La ventaja con la que contamos las feministas es que, como dice María Eugenia Rodríguez-Palop en la ponencia inicial a este debate, “en la comunidad feminista el eje central no son los intereses personales, las robustas voluntades individuales, ni los deseos de unos pocos, sino las necesidades insatisfechas y de cuidado que tienen los muchos”. Somos más. No pasarán.