El conflicto por el agua entre el mundo urbano y rural

  • Alba Ramos Solano

    Alba Ramos Solano

    Educadora ambiental. Investigadora predoctoral en la Universidad de Málaga. Activista política en Alianza Verde.

El agua es un recurso indispensable que se ha convertido en el centro de un conflicto cada vez más agudo entre el mundo urbano y el mundo rural. Siendo esencial para todas las formas de vida que habitan nuestro planeta, lo es también, por supuesto, para los seres humanos y nuestras complejas sociedades. Somos absolutamente dependientes del agua. Por eso, no es de extrañar que la escasez, la desigual distribución de los recursos hídricos y las irreconciliables demandas y usos de estos hayan sido, a lo largo de toda nuestra historia, una continua fuente de confrontación y disputa.

Hoy en día, resulta alarmante como el enorme crecimiento de las ciudades, la sobreexplotación agroindustrial y los efectos del cambio climático han exacerbado las tensiones, haciendo inviable satisfacer simultáneamente la escalada en la exigencia de agua tanto en las zonas rurales como en las urbanas.

El aumento imparable de la población y el desarrollo exponencial de la industria y los servicios en las ciudades han disparado su demanda de agua. En muchas regiones, la única solución explorada por las instituciones para suplir esta mayor demanda ha sido la construcción de enormes y costosas infraestructuras, como las presas, que desvían agua de ríos y lagos cercanos para abastecer a las urbes, o las desaladoras, que utilizan grandes cantidades de energía para obtener agua potable a un precio muy elevado.

Sin embargo, la prioridad política que se otorga a las ciudades, que concentran tanto población como poder económico, ha provocado que la mayoría de estas infraestructuras no solo no hayan ayudado a mejorar la disponibilidad de agua en las zonas rurales, sino que hayan repercutido en importantes reducciones de los recursos hídricos de su entorno.

Por otra parte, aunque el mundo rural suele idealizarse como un modelo de gestión sostenible del agua, en la actualidad es el mayor consumidor de recursos hídricos. Su demanda no para de crecer debido a la industrialización agrícola y la extensión de la superficie de regadío que, siguiendo las lógicas del capital, persiguen maximizar el beneficio económico. A su vez, la agricultura tradicional, que permite la subsistencia económica de muchas zonas rurales, se ve incapaz de competir con las grandes explotaciones agroindustriales que acaparan los recursos hídricos.

Además, las comunidades rurales, a menudo marginadas políticamente, tienen menos capacidad de influir en las decisiones sobre la gestión del agua y no solo ven amenazadas sus actividades económicas, sino también sus identidades culturales y formas de vida profundamente ligadas al agua.

Este escenario es crítico desde el punto de vista humano. Sin embargo, resulta aún más dramático cómo se está mermando la disponibilidad del agua que requieren los ecosistemas para sustentar la vida. El agua es un recurso finito y, aunque renovable, está sujeto a ciclos naturales cuyos ritmos han sido ampliamente sobrepasados por el frenético consumo del actual sistema económico capitalista y extractivista. Un consumo que no deja espacio para el mantenimiento de los caudales ecológicos ni para la persistencia de las aguas superficiales y subterráneas que alimentan esos mismos ecosistemas que, a su vez, juegan un papel clave en la regeneración de este imprescindible recurso natural.

A lo anterior hay que añadir que la crisis climática, con el consecuente aumento de temperaturas y modificación de los patrones de precipitación, está provocando una drástica disminución en los recursos hídricos disponibles en regiones como la cuenca mediterránea.

En este contexto, el litoral sur y este de España es un ejemplo paradigmático de los crecientes conflictos por el agua entre el mundo rural y urbano. Estos conflictos se agravan por una “tormenta perfecta” que combina la especial vulnerabilidad de la región al cambio climático, el aumento de la demanda urbana impulsado por el crecimiento de las ciudades costeras y el turismo, y un intenso consumo agrícola, como el de los frutos rojos en Huelva, los cultivos subtropicales en Málaga, los invernaderos en Almería y los cítricos en Murcia

Para encauzar estos conflictos no es suficiente con un proceso de negociación, entre las élites económicas urbanas y las de la agroindustria, con el objetivo de repartirse los recursos hídricos según sus propios intereses. Es urgente repensar el modelo de gestión del agua desde una visión menos antropocéntrica, que asuma que su uso debe estar condicionado por la capacidad de regeneración de los sistemas naturales, y no dictado por las exigencias de la actividad económica.

Desde esta lógica, abordar de manera efectiva el conflicto por el agua entre el mundo urbano y rural requiere replantear las bases de la planificación y gestión de este recurso vital. En lugar de adoptar enfoques centralizados y basados exclusivamente en intereses urbanos o económicos, se debe avanzar hacia un modelo que utilice las biorregiones, definidas por sus características naturales y no por fronteras políticas o administrativas, como unidad central para la planificación, gestión y toma de decisiones sobre el agua.

Pero además, el acceso al agua no es solo una cuestión de distribución física, sino también de derechos, justicia social y salud ambiental que nos afecta a todos y todas. Por tanto, debemos avanzar en una transición justa hacia la soberanía hídrica, garantizando una planificación participativa y colaborativa que incluya a todas las personas y comunidades, tanto urbanas como rurales, que dependen de los recursos hídricos de cada región.

En consecuencia, como ciudadanos y ciudadanas responsables, la principal pregunta que debemos plantearnos ante el conflicto por el agua entre el mundo rural y urbano no es a qué cantidad de agua tiene derecho cada uno. La pregunta que debemos plantearnos es si vamos a seguir permitiendo que las grandes decisiones sobre el agua estén dominadas por grandes corporaciones e intereses políticos centralizados, o si, por el contrario, vamos a empoderarnos y exigir que estas decisiones reflejen realmente tanto las necesidades ecosistémicas de cada territorio como las necesidades sociales de todas las comunidades humanas afectadas.

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