El cooperativismo, una esperanza concreta para abordar la crisis ecosocial y construir un mundo post-capitalista

  • Luis Esteban Rubio

    Luis Esteban Rubio

    Coordinador del área de economía social y solidaria de Ecooo y presidente del Mercado Social de Madrid. Doctor en Derecho por la UC3M

El capitalismo es la causa principal de la grave crisis ecosocial que enfrentamos en la actualidad. Y, por ello, es urgente pasar a la ofensiva de manera colectiva y canalizar, articular y coordinar las estrategias y fuerzas que permitan construir un mundo post-capitalista que fomente la igualdad social, la igualdad de género, el respeto a los límites del planeta y el impulso de la democracia política.

Sin embargo, y como señala Byung-Chul Han en su último libro, El espíritu de la esperanza (Herder, 2024), “miramos angustiados a un futuro tétrico”, “hemos perdido la esperanza”, “pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente”. En virtud de ello, “se ha difundido un clima de miedo que mata todo germen de esperanza”, que “crea un ambiente depresivo”. Y, con estas bases, es difícil imaginar que realmente podamos aspirar a superar el capitalismo. Por ello, es fundamental recuperar la esperanza, ya que ésta “despliega todo un horizonte de sentido, capaz de reanimar y alentar a la vida”. Mientras que “quien tiene miedo se somete al poder, […] en la esperanza de un mundo distinto y mejor despierta un potencial revolucionario”. La esperanza es pues “el salto, el afán que nos libera de la depresión, del futuro agotado”. La esperanza “nos regala el futuro”.

Pero pensar con esperanza no es lo mismo que ser optimista. Como apunta el propio Byung-Chul Han, el optimismo, a diferencia de la esperanza, “carece de toda negatividad”, “desconoce la duda y la desesperación”, “su naturaleza es la pura positividad”, y el optimista “está convencido de que las cosas acabarán saliendo bien”. Por el contrario, la esperanza “supone un movimiento de búsqueda”, “es un intento de encontrar asidero y rumbo”, “nos lanza hacia lo desconocido, hacia lo intransitado, hacia lo abierto, hacia lo que todavía no es, porque no se queda en lo sido ni en lo que ya es”. Mientras que el optimismo “no hace falta conquistarlo”, “se tiene sin más como algo obvio”, y el optimista “no necesita razonar su actitud”, por el contrario la esperanza “nace”, “no la hay sin más como algo obvio”, y “muchas veces hay que suscitarla y concitarla expresamente”.

Partiendo de este marco, el cooperativismo y la economía social y solidaria representan en la actualidad una de las principales esperanzas concretas para abordar la crisis ecosocial y construir un mundo post-capitalista[1]. Y si bien se lleva teorizando sobre el potencial transformador del cooperativismo para superar el capitalismo desde hace más de cien años (véanse Fernando Garrido, Fernando de los Ríos, Jean Jaurès, Juan B. Justo o el propio John Stuart Mill), en los últimos años se ha producido un renovado interés por destacados autores contemporáneos de diversas corrientes ideológicas que han logrado situar al cooperativismo y la economía social y solidaria como una de las principales propuestas para hacer frente a los retos de nuestro tiempo. Así puede observarse, a modo de ejemplo, en Erik Olin Wright, Richard Wolff, Mario Bunge y Alec Nove desde el socialismo democrático; en Alex Gourevitch desde el republicanismo; en Amaia Pérez Orozco desde la economía feminista; en Christophe Degryse desde el sindicalismo; y en Kate Raworth desde la economía ecológica[2].

Partiendo de dichas referencias teóricas, así como también de las normas jurídicas y las realidades prácticas del cooperativismo y la economía social y solidaria, cabrían señalarse al menos cinco motivos por los cuales dicho modelo empresarial estaría llamado a ser una de las apuestas clave para abordar la crisis ecosocial y construir un mundo post-capitalista.

En primer lugar, y frente al trabajo precario y alienante característico del modelo empresarial capitalista, la economía social y solidaria fomenta el desarrollo de un trabajo no sólo digno en lo que se refiere a condiciones laborales, sino también enriquecedor y emancipador. Esto favorece, por un lado, la eliminación de la dicotomía que tiene buena parte de la ciudadanía progresista entre su vida laboral en una empresa capitalista, y su vida real y su activismo anticapitalista después del trabajo. Y, por otro, canaliza las energías, fuerzas y habilidades que la ciudadanía progresista vuelca en la empresa capitalista, hacia las entidades de economía social y solidaria y, con ello, hacia la construcción de un mundo post-capitalista desde el propio lugar de trabajo.

En segundo lugar, la economía social y solidaria favorece una menor brecha salarial entre los trabajadores que la empresa capitalista, garantizando con ello la no acumulación de recursos en unas pocas manos y una mayor igualdad social. En este sentido, y como se desprende también de distintos estudios[3], la economía social y solidaria genera empleo con mayor igualdad de género que el modelo empresarial capitalista.

En tercer lugar, la economía social y solidaria garantiza la propiedad colectiva y democrática de los medios de producción, lo cual es clave por tres motivos. Por un lado, por la propia importancia de tener en nuestras manos, y no en las del capitalismo, los medios de producción en un contexto de crisis ecosocial y de potencial escasez de recursos. Por otro, porque la economía social y solidaria sitúa, no la maximización de los beneficios, sino a la persona, a la comunidad y al planeta, en el centro del modelo de producción de bienes y servicios. Y, por último, porque siguiendo las investigaciones de Elinor Ostrom (primera mujer en recibir el Premio Nobel de Economía), la autogestión favorece precisamente un modelo de producción que respeta los límites de los ecosistemas.

En cuarto lugar, las entidades de economía social y solidaria, y en especial las cooperativas de consumidores, abogan, de forma creciente, por un modelo de consumo consciente y organizado frente al modelo de consumo salvaje del capitalismo. Un consumo consciente y organizado que tendría, al menos, cinco características principales: por un lado, se considera fundamental distinguir entre necesidades y deseos. Por otro, el consumo de bienes y servicios debe estar más orientado a la satisfacción de las necesidades que a la de los deseos. Igualmente, el consumo de esos bienes y servicios debe realizarse desde la moderación para no agravar la crisis ecológica. Por su parte, dicho consumo ha de llevarse a cabo en el mayor grado posible en entidades de economía social y solidaria, favoreciendo con ello el apoyo mutuo entre consumidores y productores, y la canalización del poder económico de las empresas capitalistas hacia las entidades de economía social y solidaria. Y, por último, y además de un consumo consciente de carácter individual, es fundamental fomentar un consumo organizado en grupos de consumo, en cooperativas de consumidores, en cooperativas integrales y en grandes campañas colectivas de cambios de consumo (ej. que un millón de personas, en un corto periodo de tiempo, abandonen Iberdrola, Endesa y Naturgy, y procedan a contratar su electricidad con las cooperativas de consumidores que comercializan energía 100% renovable en su respectiva región territorial).

Y en quinto y último lugar, la economía social y solidaria estimula la democracia política frente al aumento de las plutocracias y de los autoritarismos. En relación con las primeras, la economía social y solidaria fomenta un reparto equitativo de la riqueza desde las propias empresas, lo cual contribuye a evitar las grandes concentraciones de riqueza en unas pocas manos y sus potenciales derivas plutocráticas en el ámbito político. Por su parte, y en relación con los autoritarismos, en las entidades de economía social y solidaria los trabajadores deciden democráticamente qué se produce, cómo se produce, cuánto se produce, cómo se organizan, cuánto cobran, etc., lo cual fomenta positivamente la democracia política a través de dos elementos. Por un lado, y siguiendo las investigaciones de Carole Pateman, a mayor participación en la empresa por parte de un trabajador, mayor sentido de eficacia política (es decir, mayor sentido de que sus acciones sí pueden tener un impacto político) y, con ello, mayor probabilidad de participación política por parte de ese trabajador. Y, por otro lado, para garantizar la calidad de esa participación política es necesario, como bien apuntan Cornelius Castoriadis o Martha Nussbaum, una paideia democrática; y ésta, en el caso del trabajador de una entidad de economía social y solidaria, no sólo se adquiere en la esfera política, sino también en el día a día de su propio lugar de trabajo.

En definitiva, y ante un mundo lleno de incertidumbres, el cooperativismo y la economía social y solidaria se presentan en la actualidad como una de las principales esperanzas concretas por las que apostar para lograr abordar la grave crisis ecosocial y construir un mundo post-capitalista. Nos va, literal, la vida en ello.

Notas:

[1] Otras esperanzas concretas en el ámbito empresarial, aunque de menor potencial transformador y con menores perspectivas de éxito, se encontrarían en la cogestión alemana y en los fondos de asalariados suecos, ambas impulsadas en el mejor momento de la socialdemocracia europea. Para observar tanto sus bondades como sus limitaciones, véase la obra colectiva ¿Una empresa de todos? La participación del trabajo en el gobierno corporativo (Catarata, 2022).

[2] En el presente año 2024, la Green European Foundation (la fundación de los verdes europeos) lanzó la publicación Enough. Thriving societies beyond growth, elaborada por Dirk Holemans, Lara Ferrante y Elze Vermaas. En ella, y partiendo de los postulados de Kate Raworth, el cooperativismo y la economía social y solidaria se presentan como una de las ocho principales propuestas para construir un mundo post-capitalista y post-crecimiento. Esta publicación es, hasta el momento, la apuesta más clara de los verdes europeos por situar el cooperativismo y la economía social y solidaria como uno de los elementos más importantes a la hora de abordar la crisis ecosocial.

[3] Véanse la encuesta mundial de la OIT Advancing gender equality: the co-operative way (2015) y el estudio “The social economy, gender equality at work and the 2030 Agenda: theory and evidence from Spain” de Rosa Belén Castro Núñez, Pablo Bandeira y Rosa Santero-Sánchez (Sustainability, vol. 12, nº 12, 2020).

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