Impulsar una nueva ruralidad frente a la emergencia climática y ambiental

  • Adrián García Abenza

    Adrián García Abenza

    Meteorólogo de la AEMET y miembro de Alianza Verde

En el actual contexto de colapso ecológico y emergencia climática, la reconceptualización de la ruralidad se perfila como una pieza fundamental en el conjunto de transformaciones que nuestras sociedades deben abordar. Históricamente, el mundo rural ha sido percibido como un espacio de producción agrícola, desconectado de la modernidad y relegado a un papel subsidiario frente a la urbanización desenfrenada. Sin embargo, este enfoque simplista ignora que las zonas rurales no son meros proveedores de recursos, sino que resultan esenciales para garantizar la sustentabilidad y resiliencia de nuestras sociedades. El mundo rural atesora una enorme biodiversidad y ofrece el potencial para liderar la transición hacia modelos de vida más sostenibles. Solo desde el mundo rural será posible iniciar las transformaciones que superen el actual sistema capitalista de producción industrial, consumo insaciable y explotación desmedida de los recursos que impera en el mundo urbano y que extiende su influencia hasta cada rincón del planeta.

Pero la nueva ruralidad que necesitamos no puede ser una simple vía de escape para las élites privilegiadas o una nostálgica idealización de formas de vida pasadas y anacrónicas que sufren de sus propios problemas de insostenibilidad. La nueva ruralidad debe representar, ante todo, la posibilidad de subvertir los paradigmas antropocéntricos que nos han llevado al borde de la catástrofe. A pesar de sus promesas de modernidad y progreso imparable, las ciudades, con su insaciable demanda de recursos y su huella ambiental desproporcionada, han fracasado en sostener un modelo de desarrollo viable. Ante esta realidad, las áreas rurales se convierten en el único terreno apto para ensayar modos de vida que escapen al círculo vicioso de la explotación y el consumo, recuperando una visión más humilde de nuestra existencia en la biosfera.

Debemos acabar con el error de considerar que mundo rural y mundo urbano son dos entes separados cuya interrelación se reduce a un flujo unidireccional de recursos expoliados de las zonas rurales para abastecer las insaciables demandas urbanas. Ese mundo rural que la modernidad ha concebido como un espacio separado y subalterno es, en realidad, el corazón del sistema socioecológico que sostiene la vida urbana.  La alimentación, el agua, la energía y el equilibrio climático dependen de la salud de los ecosistemas rurales. Pero la relación extractivista, impuesta por el sistema económico capitalista, no ha hecho más que erosionar tanto la capacidad productiva como la biodiversidad de esas zonas rurales que sustentan al mundo urbano.

Bajo la amenaza de que la crisis climática y ambiental termine por hacer totalmente insostenible esta relación de dependencia y dominación, es imprescindible redescubrir una relación de reciprocidad entre lo urbano y lo rural, donde ambos mundos se fortalezcan mutuamente y reconozcan su interdependencia tanto material como cultural. Debemos repensar una nueva ruralidad cuyas identidades y formas de vida estén ligadas a la revitalización de los ecosistemas y la convivencia respetuosa tanto con el resto de personas como con los demás seres vivos del entorno natural. Solo así, esta nueva ruralidad será capaz de articularse como el eje vertebrador de una transformación ecosocial que integre los territorios, desborde la división con el mundo urbano y plante cara de manera efectiva a esa crisis climática y ambiental que avanza implacable ante la inacción de las élites políticas y económicas.

Sin embargo, reconfigurar de este modo la ruralidad choca frontalmente contra la lógica hegemónica del capital, basada en la explotación intensiva de todos los recursos disponibles y en el crecimiento ilimitado de la acaparación privada y el consumo. La industrialización de la agricultura y la expansión urbanística absorben a un ritmo exponencial los recursos naturales de las zonas rurales, los espacios y hasta los tiempos y motivaciones de sus habitantes. Así, están despojando al mundo rural de su potencial transformador y regenerativo y sustituyéndolo por una lógica extractivista que prioriza la rentabilidad a corto plazo sobre la resiliencia a largo plazo. De esta forma, el actual modelo económico no solo origina la crisis climática y ambiental, sino que condena al fracaso cualquier intento personal o iniciativa local de construir una nueva ruralidad y establecer modos de vida sostenibles en las áreas rurales.

Teniendo en cuenta la férrea oposición del sistema hegemónico, resulta esencial que se impulsen políticas públicas capaces de implementar los cambios estructurales necesarios y generar un contexto más adecuado para que puedan prosperar esas iniciativas locales que permeen los territorios hasta configurar una nueva ruralidad transformadora y resiliente. Pero esas políticas públicas no las van a poner en práctica ni quienes están directamente al servicio de esos mismos poderes económicos que quieren perpetuar el sistema actual, ni quienes se rinden sumisamente ante las presiones que estos ejercen.

Necesitamos fuerzas políticas valientes y decididas que tengan claro que implementar las políticas necesarias para construir la nueva ruralidad y afrontar la crisis ecológica y climática requerirá confrontar duramente con unas élites que no dudaran en usar todo su poder para conservar hasta el último de sus privilegios. Pero estas fuerzas políticas no serán el resultado de la llegada de un líder carismático o del encarnizado y superfluo debate en las redes sociales. Estas fuerzas políticas debemos conformarlas entre todos y todas, aunando las fuerzas y la inteligencia colectiva de las mayorías sociales para afrontar con éxito este tremendo desafío.

Nos encontramos ante una encrucijada civilizatoria: continuar en un camino de explotación y devastación o replantear radicalmente nuestras formas de cohabitar el planeta… y está en nuestras manos decidir qué camino vamos a seguir.

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Intervenciones
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