Kronstadt

  • Rolando Astarita

    Rolando Astarita

    Profesor en la Universidad de Quilmes y de Buenos Aires. Fue militante del PST y la LCR.

28.11.2017

Debate principal: Debate sobre la Revolución de 1917

1. El programa de Kronstadt

En los estudios y debates acerca de las causas que llevaron a la burocratización de la Revolución de Octubre, la cuestión de Kronstadt ocupa un rol prominente. Recordemos que en marzo de 1921 los marineros de la fortaleza naval del golfo de Finlandia se levantaron contra el gobierno bolchevique, y establecieron una comuna revolucionaria durante 16 días. El levantamiento fue aplastado, y los sublevados fueron duramente castigados.

Tradicionalmente, tanto los stalinistas como los trotskistas defendieron esa represión de Kronstadt afirmando que se trató de un movimiento contrarrevolucionario. Y el argumento central para demostrar ese supuesto carácter contrarrevolucionario fue que los sublevados habrían levantado la demanda de “soviets sin partido” (o incluso de “soviets sin comunistas”). En este respecto es significativo que todavía hoy el dirigente trotskista Roberto Sáenz, en una nota publicada en la página web del Nuevo MAS, escriba: “Hay que tener en cuenta que su programa [de los marineros de Kronstadt] exigía la conformación de soviets sin partido”.

Sin embargo, Paul Avrich, en su Kronstadt 1921, dice lo contrario de lo que afirma Sáenz. Con abundantes datos, Avrich demuestra que los marineros de Kronstadt no exigieron soviets sin partidos, sino soviets libres, esto es, con direcciones elegidas libremente. Una demanda que era visualizada como la concreción del programa de Octubre de “todo el poder a los soviets”. A efectos de que los lectores tengan elementos para el análisis, transcribo pasajes del escrito de Avrich (Colección Utopía Libertaria, Anarres, Buenos Aires, sin fecha).

“Como movimiento político, entonces, la revuelta de Kronstadt fue un intento que realizaron los revolucionarios desilusionados para deshacerse del “dominio obsesionante” de la dictadura comunista, tal como lo describió el diario rebelde Izvestiia, y restablecer el poder efectivo de los soviets” (p. 162). (…)

“Como los marineros se oponían al dominio exclusivo de cualquier partido en particular, trataban de quebrar el monopolio comunista en el poder garantizando la libertad de expresión, prensa y reunión para los obreros y los campesinos, y solicitando que se realizaran nuevas elecciones para integrar los soviets. Los marineros… fueron los más firmes sostenedores del sistema soviético; su grito de guerra era el lema bolchevique de 1917: “Todo el poder a los soviets”. Pero en contraste con los bolcheviques, pedían soviets libres y no encadenados, que representaran a todas las organizaciones del ala izquierda –socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas, maximalistas- y reflejaran las verdaderas aspiraciones del pueblo” (p. 163). (…)

“Pero si bien los rebeldes pedían soviets libres, no eran demócratas en el sentido de que defendieran la igualdad de derechos y libertades para todos. Como los bolcheviques, a los que ellos condenaban, sostenían una rigurosa acritud de clase respecto de la sociedad rusa. Cuando hablaban de libertad, era libertad para los obreros y campesinos, no para los terratenientes o las clases medias. (…) No había ningún lugar en su programa para un Parlamento liberal según los lineamientos del oeste de Europa…” (pp. 163-4). Avrich explica que los marineros de Kronstadt rechazaban la restauración de la Asamblea Constituyente (demanda de los socialistas revolucionarios), y afirmaban que los soviets eran “el baluarte de los trabajadores”. Tampoco pedían la completa eliminación del Estado, que era uno de los puntos fundamentales de la plataforma anarquista. Más adelante, escribe Avrich:

“Pese a toda su animosidad hacia la jerarquía bolchevique, los marineros nunca requirieron la disolución del partido [Comunista] o que se lo excluyera de desempeñar un rol en el gobierno o la sociedad. “Soviets sin comunistas” no era, como sostuvieron a menudo tanto autores soviéticos como no soviéticos, un lema de Kronstadt. Tal lema existió en verdad: lo propalaron bandas campesinas en Siberia durante la Guerra Civil, y los guerrilleros de Macno en el sur también se habían declarado en favor de los soviets pero contra los comunistas. No obstante, los marineros nunca hicieron suya estas consignas. Afirmar que lo hicieron es una leyenda que parece haberse originado en el líder kadete exiliado Miliukov, que en París sintetizó los propósitos de los insurgentes en los slogans “Soviets en lugar de bolcheviques” y “Abajo los bolcheviques, larga vida a los soviets” (pp. 179-80). (…) “Sin embargo, esta era una descripción bastante inexacta del programa de Kronstadt, que rechazaba explícitamente la Asamblea Constituyente y concedía en verdad un lugar a los bolcheviques en los soviets, junto con las demás organizaciones políticas de izquierda” (p. 180).

Saénz da a entender que el libro de Avrich es uno de los principales trabajos –si no el principal- sobre el levantamiento de Kronstadt. Sin embargo, no dice palabra sobre estos datos y argumentos. Simplemente repite lo establecido desde siempre por stalinistas y trotskistas, a saber, que el programa de Kronstadt pedía soviets sin partido. Lamentablemente, este tipo de “argumentos” sucede siempre que se antepone la “verdad de partido” a la verdad científica (para una reflexión general sobre el asunto, véase aquí).

Agrego que desde el punto de vista económico el programa de Kronstadt pedía, entre otras cosas, acabar con las requisas de granos a los campesinos, y el restablecimiento de relaciones de mercado entre la ciudad y el campo. Esas medidas fueron de hecho adoptadas por el Congreso del Partido, que sesionaba al momento que estalló la sublevación. Es lo que se conoció como la Nueva Política Económica, que reemplazó al programa del Comunismo de Guerra.

2. Kronstadt tuvo antecedentes

Antes he señalado señalé que Paul Avrich (en Kronstadt 1921) presenta significativa evidencia de que los marineros de Kronstadt pedían elecciones libres en los soviets. Pero no se trató solo de Kronstadt, ya que la sublevación tuvo como antecedente inmediato las movilizaciones obreras ocurridas en Moscú y Petrogrado entre enero y febrero de 1921.

Movilizaciones obreras en Moscú y Petrogrado

Según Avrich, el primer disturbio serio se produjo en Moscú, a mediados de febrero. El detonante fue el anuncio del gobierno de que se reducía en un tercio la ración de pan acordada para las ciudades. Era una medida obligada porque grandes nevadas y la escasez de petróleo habían detenido los trenes que aprovisionaban a las ciudades. Pero los padecimientos eran inmensos, y estalló la protesta. El movimiento comenzó con reuniones espontáneas en las fábricas, en las que se exigió el fin del Comunismo de Guerra y un sistema “de trabajo libre”. Le siguieron manifestaciones que pedían el “libre comercio”, mayores raciones y acabar con las requisas de cereal. Algunos manifestantes también reclamaron la restauración de los derechos políticos, y hasta hubo pancartas pidiendo la Asamblea Constituyente. Las autoridades restablecieron el orden apelando a tropas regulares y a los cadetes de la escuela militar.

Pero la oleada se extendió a Petrogrado. La ciudad estaba al borde del hambre, había carencia de ropa de abrigo y calzado, y de combustible para calentar los hogares. La situación era tan grave que a comienzos de febrero de 1921 más del 60% de las fábricas tuvieron que cerrar por falta de petróleo. La protesta comenzó con reuniones en las fábricas y talleres. Los oradores exigían que se terminaran las requisas de granos, que se suspendieran las inspecciones campesinas, se abolieran las raciones privilegiadas (que iban a funcionarios) y se permitiera el trueque de posesiones personales por alimentos. El 24 de febrero los obreros de la fábrica Trubochny abandonaron el trabajo y convocaron a una manifestación que rápidamente reunió unas 2000 personas, provenientes de fábricas cercanas y estudiantes del Instituto de Minería. Al día siguiente el movimiento ganó fuerza. Las autoridades entonces respondieron con el toque de queda a partir de las once de la noche y la prohibición de las manifestaciones callejeras. Los bolcheviques pedían a los obreros “que no hicieran el juego a la contrarrevolución” (Avrich, p. 45). Sin embargo, el movimiento siguió difundiéndose “y una fábrica tras otra se vieron obligadas a suspender su funcionamiento” (p. 47). A esa altura “las quejas políticas habían comenzado a ocupar un lugar prominente en el movimiento huelguístico. Entre otras cosas, los trabajadores deseaban que los destacamentos especiales bolcheviques armados, que cumplían una función puramente policial, fueran retirados de las fábricas, así como pedían también que se licenciaran los ejércitos de trabajo… En un nivel más fundamental, se volvieron más insistentes y generales los requerimientos de restauración de derechos políticos y civiles…” (pp. 47-8).

Influencia menchevique

El 27 de febrero aparecieron panfletos sin firma, pero de inconfundible sello menchevique. Exigían “la liberación de todos los trabajadores socialistas y no partidarios arrestados; la abolición de la ley marcial; la libertad de expresión, prensa y reunión para todos los trabajadores; elecciones libres de comités de fábrica, sindicatos y soviets” (citado por Avrich, p. 48; énfasis agregado). Con esto se demandaba el cumplimiento de la constitución vigente, según la cual todos los partidos socialistas que reconocían la autoridad del soviet debían tener su lugar en el sistema. Escribe Avrich: “En consonancia con su rol de oposición legal, que habían desempeñado desde 1917, los mencheviques evitaron toda exhortación a derrocar al gobierno por la fuerza de las armas. Más bien… pedían a los trabajadores de Petrogrado que celebraran asambleas, aprobaran resoluciones y peticionaran a las autoridades…” (p. 49). Era un programa distinto al de los socialistas revolucionarios, quienes apostaban a un levantamiento masivo que desalojara a los bolcheviques del poder, y restableciera la Asamblea Constituyente. Tengamos presente que el octavo Congreso de Soviets de toda Rusia, en diciembre de 1920, solo admitió algunos delegados mencheviques y socialistas revolucionarios, y de algunos grupos menores, pero sin derecho a voto (Carr, p. 193). Sería la última participación de delegados de partidos de izquierda, por fuera del partido Comunista.

Avrich también afirma que en 1921 los mencheviques habían recuperado buena parte del apoyo de la clase obrera que perdieran en 1917. “Los agitadores mencheviques eran oídos con simpatía en las asambleas de obreros y los panfletos y manifiestos que producían pasaban por muchas manos, que los recibían con avidez” (p. 50). Todo indica que el movimiento espontáneo de los trabajadores de Petrogrado encontraba expresión en esas demandas.

La recuperación del partido menchevique entre la clase obrera también es señalada por Marcel Liebman, un autor que simpatiza con las posturas leninistas. Explica que a partir de 1919 los mencheviques reaparecieron en los soviets, desplegando una oposición en tres direcciones: la defensa de “la legalidad soviética”; la reivindicación de la liberalización económica; y el restablecimiento de la independencia sindical y los derechos de la clase obrera. Liebman anota que ya en el Congreso de los soviets en diciembre de 1919 la intervención de Martov “tuvo eco entre ciertos comunistas” (p. 64). En 1920 los mencheviques obtuvieron 46 mandatos al soviet de Moscú, 205 al de Kharkov, 120 en Iekaterinoslav, 50 en Toula. Sus publicaciones y oradores denunciaban que la fórmula “todo el poder a los soviets” significaba en la práctica “todo el poder a los bolcheviques”, y manifestaban su deseo de que los soviets “tuvieran realmente todo el poder, en lugar de sostener a la burocracia bolchevique” (p. 65). Y en el mismo sentido que Avrich, Leibman señala el “rol importante” que desempeñaron los mencheviques “en la agitación y ola de huelgas que se produjeron en febrero de 1921 en Petrogrado” (p. 66). Es de notar, sin embargo, que los mencheviques defendían una línea de oposición dentro de la legalidad soviética. Es posible que esta orientación también les haya ganado apoyo en sectores de la clase obrera. Incluso cuando se produjo la sublevación de Kronstadt, los mencheviques se negaron a aprobarla (Liebman, p. 72).

Fin del movimiento y sus repercusiones

En cuanto al movimiento huelguístico de Petrogrado, el gobierno terminó apelando a la represión para sofocarlo. Avrich señala que las unidades militares que se consideraban poco seguras fueron desarmadas y confinadas a sus cuarteles. Las autoridades movilizaron a los cadetes de la escuela de oficiales comunistas, que comenzaron a patrullar las calles. En los barrios se detenía a los peatones y se examinaban sus documentos. Se cerraron teatros y restaurantes. Muchos huelguistas fueron despedidos de sus fábricas. Además, la Cheka realizó gran cantidad de arrestos. “Se encarcelaba a los oradores que criticaban al régimen en las asambleas de fábrica y en las manifestaciones callejeras”. Unos 500 obreros y funcionarios sindicales habrían terminado en la cárcel. También “cayeron en las redadas millares de estudiantes, intelectuales y otras personas que no eran obreros, muchos de los cuales pertenecían a partidos y grupos de oposición” (Avrich, p, 52). La organización menchevique de Petrogrado fue particularmente afectada. “… se ha estimado que durante los primeros tres meses de 1921 fueron arrestados unos 5000 mencheviques, incluido el Comité Central del partido” (ibid.).

Paralelamente los agitadores bolcheviques atribuían las huelgas a conspiraciones contrarrevolucionarias de los Guardias Blancos y sus aliados mencheviques y socialistas revolucionarios. Y el gobierno dio algunas concesiones: se distribuyeron raciones extra a los soldados y obreros fabriles, se trajeron abastecimientos adicionales; también se permitió salir de la ciudad para abastecerse de comida; y se informó que se estaban elaborando planes para terminar con las requisas compulsivas de grano. Estas concesiones aliviaron la tensión y en los primeros días de marzo los obreros volvieron a las fábricas. El hambre y el frío, además de la carencia de un programa coherente, la represión y el temor de que los contrarrevolucionarios blancos aprovecharan la situación, debilitaron las protestas.

Pero los movimientos de Moscú y Petrogrado fueron importantes y constituyeron el preámbulo de Kronstadt. Liebman escribe: “Las grandes huelgas que se habían desarrollado en Petrogrado a fines del mes de febrero –y un poco antes en el mismo Moscú- mostraban que los obreros de la industria no estaban al abrigo de la agitación” (p. 71). Dice Avrich: “…las huelgas de Petrogrado estaban destinadas a una breve existencia. En verdad, terminaron casi tan repentinamente como habían comenzado, sin haber alcanzado nunca el punto de la revuelta armada contra el régimen. Sin embargo, sus consecuencias fueron inmensas. Al excitar a los marineros de la cercana Kronstadt, muy atentos a los desarrollos insurreccionales de la vieja capital, dieron marco a lo que fue, en muchos aspectos, la más seria rebelión en la historia soviética” (p. 55). También Carr: “El final de la guerra civil reveló el alcance total de las pérdidas y de la destrucción que tenía por consecuencia, y soltó los frenos que la lealtad ordinariamente impone en la guerra; el descontento con el régimen se extendió por vez primera fuera de los círculos políticos y se expresó en alta voz, alcanzando hasta a los campesinos y a los obreros de las fábricas. La sublevación de Kronstadt… fue expresión y símbolo de esta situación” (p. 193).

Por último, señalemos que, a pesar de su importancia, los stalinistas y trotskistas que escriben sobre Kronstadt acostumbran pasar por alto las huelgas y manifestaciones obreras de Moscú y Petrogrado de enero y febrero de 1921. Como botón de muestra, remito de nuevo al escrito de Roberto Sáenz. Sin embargo, el ocultamiento del hecho histórico no puede borrar el problema que plantea una demanda como “elección libre en los soviets”. Expresado en forma de pregunta, ¿la democracia soviética es válida solo si está garantizado el triunfo de “el” Partido Revolucionario?

3. El debate sobre Kronstadt es actual

Habitualmente los dirigentes y candidatos de los partidos de izquierda, anticapitalistas, reivindican el programa de la democracia soviética (o de los consejos). Sostienen que “la liberación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”, y que el poder deberá estar en manos de consejos de trabajadores, y otros organismos, en los que reine la más completa democracia. En este marco también defienden la idea de Lenin de la elección y revocabilidad de todos los funcionarios del Estado. Recordemos que en El Estado y la revolución, publicado en vísperas de la toma del poder, el líder bolchevique sostuvo que “la completa elegibilidad y movilidad en cualquier momento de todos los funcionarios, la reducción de su sueldo hasta los límites del ‘salario corriente de un obrero’, estas medidas democráticas, sencillas y comprensibles por sí mismas, al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los obreros y campesinos, sirven de puente que conduce del capitalismo al socialismo” (p. 46).

En vista de lo anterior, la izquierda anticapitalista presenta la experiencia rusa en 1917 como la mejor demostración de aplicación exitosa de la democracia de los consejos, incluida la libre elección y revocatoria de sus direcciones. Es que los bolcheviques ganaron, a partir de septiembre de 1917, la mayoría en el soviet de Petrogrado, y en otros soviets importantes, por medio de elecciones democráticas. Y en aquellos tiempos a nadie se le ocurría que el partido revolucionario pudiera imponer su voluntad contra la mayoría de la clase obrera. A título ilustrativo, citemos el pasaje de la Historia de la revolución rusa, en el que Trotsky transcribe una declaración del partido Bolchevique, de septiembre de 1917, que, entre otras cosas, afirmaba: “Nuestro partido, que lucha por el poder en nombre de la realización de su programa, nunca ha aspirado ni aspira a adueñarse de ese poder contra la voluntad organizada de la mayoría de las masas trabajadoras del país”. Trotsky comenta: “esto significaba: tomaremos el poder como partido de la mayoría soviética. Las palabras relativas a la ‘voluntad organizada de los trabajadores’ se referían al Congreso de los Soviets, que había de realizarse en breve” (p. 374, t. 2; énfasis agregado).

Pero incluso después de la toma del poder Lenin decía: “La naturaleza verdaderamente popular de los soviets es evidente en el hecho de que cada campesino envía sus representantes al soviet y está habilitado para revocarlos. (…) A la gente se le informó que el soviet es un órgano plenipotenciario: creían en ello y actuaron de acuerdo a esa creencia. El proceso de democratización debe ser profundizado, e introducido el derecho a la revocación. El derecho a la revocatoria debería ser dado a los soviets, como la mejor encarnación de la idea del poder estatal, de coerción. La transferencia del poder de un partido a otro puede ser hecha de manera pacífica, por la mera reelección” (“Informe sobre el derecho a la revocación en una reunión del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia”, 4 de diciembre de 1917, énfasis agregado). También: “No puede haber restricciones y trabas burocráticas, ya que ellos [los soviets] se han creado por la voluntad del pueblo, y el pueblo es libre de revocar sus representantes en cualquier momento. Los soviets son superiores a cualquier parlamento, superiores a cualquier Asamblea Constituyente. El partido de los bolcheviques siempre ha declarado que el cuerpo supremo son los soviets” (“Discurso ante el Segundo Congreso de los soviets de toda Rusia de diputados campesinos”, 15 de diciembre de 1917; énfasis agregados).

La actualidad de la discusión sobre Kronstadt

Como hemos visto en las notas anteriores, en 1921 los bolcheviques rechazaron el pedido de elecciones libres en los soviets. Y muchos militantes y organizaciones de izquierda, que sostienen el programa de la democracia obrera, apoyan sin embargo lo actuado por los bolcheviques en Kronstadt, y sostienen que en circunstancias parecidas harían lo mismo. Por lo cual están diciendo, en esencia, que la democracia de los consejos es aplicable solo si está garantizado el triunfo de “el” Partido Revolucionario. Pero en ese caso, ¿qué queda del programa de democracia soviética? ¿Qué queda de la “plena elegibilidad y revocabilidad de los funcionarios”? Así, el debate sobre Kronstadt 1921 tiene efectos muy actuales. Un problema que presentan Paul Cockshott y Allin Cottrell, en un escrito relativamente reciente:

“Al igual que veía a la república parlamentaria como la forma ideal del gobierno burgués, Lenin consideraba al Estado de los Consejos, la República soviética, como la forma ideal de dictadura obrera. Sin embargo, lo fundamental de su recuperación de la consigna ‘blanquista’ de dictadura obrera fue el partido revolucionario blanquista-leninista. Así como el dominio de la Comuna de París por los blanquistas e internacionalistas fue la clave para que ganasen el poder, el dominio de los soviets por los bolcheviques fue la condición sine qua non del verdadero poder soviético. En la mayoría de las crisis revolucionarias se producen proto-Estados de los Consejos, siendo el ejemplo europeo más reciente el de Portugal en 1975. (…) Si los consejos están dominados por un partido revolucionario y se producen simultáneamente sublevaciones militares, todo ello puede conducir a una revolución socialista. Sin las sublevaciones o sin el dominio del partido revolucionario, el parlamentarismo acaba ganando”. Más adelante: “Quienes defendían un ideal Estado consejista contra el Estado soviético existente lo que hacían era intentar ocupar un terreno político que no puede existir, pues para que el Estado de los consejos exista, el partido Comunista tendría que ser abolido. Trotsky tuvo el buen sentido de ver las implicaciones de esto en Kronstadt” (p. 109-110).

El problema es que si el partido comunista impone su dominio por decreto y a la fuerza a la clase obrera, ¿cómo se puede pedir la participación activa de esa misma clase en la construcción socialista? Y sin la actividad de las masas, ¿cómo puede avanzarse al socialismo? A fin de hacer más concreto el planteo, los trabajadores que apuestan, por ejemplo, por vías alternativas de construcción del socialismo, ¿no tendrán derecho a expresar de manera organizada su programa, en caso de que este pueda convencer a la mayoría de los trabajadores? Y si se impide la libre argumentación y decisión democrática, ¿cómo se piensa que se puede involucrar a los silenciados en la administración y gestión? Pero además, ¿cómo se puede instrumentar el programa de la libre elección y revocabilidad de funcionarios sin libertad de elección? Por otra parte, ¿con qué derecho una fracción política impone su orientación al resto? Supongamos, por caso, que un partido quiere avanzar rápidamente a la socialización completa de la economía, y la supresión del mercado, y otro partido propone organizar antes cooperativas, coordinadas a través del mercado. O que un partido sostenga que los sindicatos deben estar subordinados al Estado, y otro defienda la autonomía sindical. ¿Cómo es que una parte impone a la otra su postura, si no es a través de la discusión argumentada (que puede incluir la búsqueda de consensos y vías intermedias) y el voto democrático al interior de los organismos de las masas?

Vinculado a lo anterior, también se impone la pregunta acerca de quién decide qué organización es revolucionaria. Por ejemplo, en Argentina existen muchos partidos y grupos que se reivindican socialistas y revolucionarios. ¿Cómo se resuelve en un escenario semejante la participación, o no, en los consejos? (al pasar: incluso la participación conjunta en una lista de unidad sindical o estudiantil representa hoy problemas formidables para la izquierda. ¿Por qué desaparecerían las diferencias después de la toma del poder?). Además, si se suprime la actividad de los partidos soviéticos, las corrientes sociales y políticas que estos representaban con toda probabilidad tenderán a expresarse al interior del partido Comunista. Por lo cual se abriría el camino para considerar “enemigos de clase” e “infiltrados contrarrevolucionarios” a los militantes opositores a la mayoría. Es que el argumento “si esta corriente obtiene la mayoría en los soviets, la revolución está perdida”, se transforma fácilmente en “si esta corriente obtiene la mayoría en el partido, la revolución está perdida”. Lo cual evidencia que no puede haber democracia al interior del partido si no existe democracia en todos los organismos de la clase obrera –consejos, comités de control obrero, sindicatos, etcétera.

Estas cuestiones atañen, naturalmente, a la vida misma de un proceso revolucionario. La razón es que sin intercambio libre de opiniones, sin posibilidad de contrastar líneas políticas, una revolución se asfixia, pierde contenido. No hay posibilidad de soñar siquiera con llegar a alguna forma de “democracia directa” sin democracia obrera. Menos todavía de ganar para el socialismo a las masas de pequeños propietarios, cuentapropistas, campesinos pobres y artesanos, etcétera (¿o se quiere insistir con recetas del tipo la colectivización a sangre y fuego soviética de fines de los 1920, principios de los 1930?).

Conclusión: la revolución socialista no tiene sustitutos

El problema fundamental: no es posible construir el socialismo imponiéndolo a la fuerza a la clase obrera, y a las más amplias masas empobrecidas. Tampoco hay posibilidad de que alguna vanguardia sustituya la acción de las masas. Así como es imposible tomar el poder sin el apoyo de la mayoría de la clase obrera, es imposible avanzar a la socialización sin la actividad consciente de las masas trabajadoras. La construcción del socialismo solo puede aprenderse a partir de la misma práctica, y esta debe ser de masas. Incluso formas de contabilidad basadas en el trabajo insumido en la producción y distribución no pueden ni siquiera esbozarse si no es mediante la participación democrática de las masas trabajadoras. Todo lleva a la misma conclusión: la revolución socialista no tiene sustitutos. En la historia hubo revoluciones burguesas “desde arriba”, pero una revolución socialista “desde arriba” es una contradicción en los términos. La revolución será obra de la clase obrera, o no será.

Textos citados

Avrich, P. (s/fecha): Kronstadt 1921, Buenos Aires, Utopía Libertaria.

Carr, E. H. (1973): La revolución bolchevique (1917-1923), Madrid, Alianza Editorial.

Liebman, M. (1973): Le léninisme sous Lénine. 2. L’épreuve du pouvoir, París, Seuil.

Cockshott, P. y A. Cottrell, (2017): “Argumentos para un nuevo socialismo”, en Ciber-comunismo. Planificación económica, computadoras y democracia, P. Cockshott y M. Nieto, Madrid, Trotta.

Lenin, V. I. (1975): El Estado y la revolución, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales.

Lenin, V. I. (1977): Collected Works, Progress Publishers Moscow.

Luxemburgo, R. “Sobre la Revolución rusa”.

Trotsky, L. (1972): Historia de la Revolución Rusa, t. II, Buenos Aires, Galerna.

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  • Francisco Louça

    Político y economista

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  • Eddy Sánchez

    Profesor de Ciencias Políticas de la UCM y Director de la Fundación de Investigaciones Marxistas

    El contexto en el que triunfa la Revolución de Octubre es el de la crisis de la primera globalización de finales del siglo XIX. Dicha crisis es sancionada con el nacimiento de los imperialismos que se dirimen en la primera guerra mundial. El coste para el capitalismo de este periodo es la Revolución socialista en Rusia y el Crack económico del 29, crisis que da lugar a la aparición del fascismo y la posterior segunda guerra mundial. Para los bolcheviques, la reconstrucción de un proyecto socialista en aquel contexto requería de formas y sujetos nuevos, situando esa nueva referencia...
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  • Walter Baier

    Coordinador político de la red europea de pensamiento crítico Transform!

    Creo que estoy libre de la sospecha de ser un defensor del comunismo. Sin embargo, no puedo dejar de ver algo supersticioso e infantil en el horror que siente el mundo burgués ante el comunismo, este horror del que ha vivido tanto tiempo el fascismo, es decir, la idiotez fundamental de nuestra época. Thomas Mann, 1946 La importancia de la revolución bolchevique en octubre de 1917 puede medirse por el esfuerzo que todavía se hace hoy, 100 años después, en depreciar este suceso en su magnitud. ¿Se puede decir entonces que es imposible realizar una valoración equilibrada, debido a...
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  • Catherine Samary

    Economista especializada en los Balcanes, profesora de la Universidad Paris Dauphine, pertenece al consejo científico de ATTAC Francia y miembro de la IV Internacional. http://csamary.free.fr

    Todos los pasados no tienen idéntico porvenir, podemos afirmar con Daniel Bensaïd. Octubre 1917 no se dejará enterrar fácilmente. Su inmenso legado, que se debe actualizar, es haberse atrevido a poner en la agenda el cuestionamiento del orden existente –sin recetas y no sin trágicos errores-, enfrentándose a las guerras y violencias sociales de los poderosos, a escala nacional e internacional. Sin embargo, cien años más tarde, a pesar de que la "hipótesis comunista" parece descartada, muchos puntos comunes nos acercan a los desafíos de Octubre. La hipótesis menchevique, según la cual había que esperar de un desarrollo capitalista los...
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  • Juan Manuel Vera

    Economista, Consejo editorial de Trasversales

    La conmemoración del centenario de la revolución rusa plantea algunas interesantes cuestiones sobre la identidad de lo que se ha llamado izquierda a lo largo del siglo veinte. También podría servir para comprender las razones por las que la herencia del octubre soviético no forma parte del arsenal de instrumentos para desarrollar las nuevas prácticas sociales de lucha contra el capitalismo neoliberal sino, más bien, una pesada losa histórica que dificulta la construcción de una alternativa al imaginario capitalista. Por supuesto, el punto de partida deberían ser los hechos históricos con su singularidad. Sin embargo, no es posible hablar...
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  • José Luis Mateos

    Sociólogo, sindicalista, miembro de la Fundación Andreu Nin

    Nadie consideraría razonable condenar la Revolución francesa por la evolución de la sociedad capitalista. En cambio, sí es habitual desacreditar la Revolución rusa desde los escombros dejados por el socialismo real, esa construcción política recreada por el estalinismo. Se trata de la Revolución rusa y no solo de Octubre, de un complejo e inaudito proceso revolucionario del que Octubre fue su culminación. Una culminación que conviene recordar se podría llenar de matices, pues ese mismo proceso supera y se proyecta por encima del mítico mes. Respetando el calendario gregoriano, nos encontramos con profundas convulsiones sociales y políticas: Revolución de Febrero,...
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  • Fabrizio Burattini

    Sindicalista, exdirigente de la CGIL de la enseñanza y de la USB, y miembro de Sinistra Anticapitalista

    El año 1917 supuso una verdadera línea divisoria en la historia del movimiento socialista. Desde luego el factor determinante fue la Revolución Rusa, pero, igualmente decisivos fueron los acontecimientos, las elaboraciones y las elecciones que diversos actores colectivos e individuales protagonizaron en ese periodo en otros muchos países. Toda Europa fue golpeada por fuertes contradicciones entre, por una parte, un desarrollo económico impetuoso y, por otro, unas deprimidas y bloqueadas condiciones de vida de las masas populares. Una contradicción evidente para todos trabajadores y ciudadanos que veían las riquezas nacionales crecer muy deprisa y las condiciones de vidas de sus...
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  • François Sabado

    Ex dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria de Francia y de la IV Internacional

    El punto de vista que defiendo es que la Revolución rusa fue gran acontecimiento en la historia de la emancipación de los pueblos. Un momento extraordinario en el cual las clases dominantes pierden el dominio que les parecía asegurado por los siglos de los siglos. Y en el cual las masas populares desbaratan todo para tomar el destino en sus manos. Ante la pregunta histórica y teórica decisiva: ¿Había que tomar el poder en las condiciones precisas de Octubre de 1917?, seguimos convencidos de que la respuesta es positiva. El ímpetu de esta movilización antes, durante y después de Octubre...
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  • Fernando López Agudín

    Periodista

    Extraño aniversario el centenario de la revolución bolchevique. Envuelto en un escenario capitalista, que es justamente el que buscaban superar los compañeros de Lenin, aparece protagonizado tanto por sus más encarnizados enemigos, en un ajuste de cuentas histórico, como por sus más implacables críticos, en un intento de extraer lecciones de la implosión del estado obrero que nació de la insurrección de 1917. De esa experiencia, más de setenta años de existencia de la Unión Soviética, unos y otros, eso sí con fines opuestos, coinciden en no pocos de los análisis. Desde la ausencia de democracia, como si...
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  • Constantino Bértolo

    crítico cultural

    La celebración del primer centenario de la revolución soviética sin duda debería y podría ser la ocasión propicia para deconstruir al menos algunas secuencias , interpretaciones y lugares comunes que recaen sobre aquel acontecimiento y sus protagonistas. Ni la revolución es la toma del Palacio de Invierno ni el partido bolchevique es una secta uniforme y dogmática en donde Lenin recibe obediencia y ejerce su autoridad sin discusión alguna. Todo lo contrario. La revolución es la culminación de un largo y complejo proceso, el partido bolchevique es una inteligencia crítica, autocrítica y activa y Lenin es un revolucionario que...
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  • Elena Cabezalí García

    Historiadora

    La importancia de la Revolución de Octubre de 1917 cuyo centenario conmemoramos, puede medirse por la magnitud del bombardeo ideológico desencadenado contra ella, que dura también cien años. Un siglo de ataques desde la derecha y la izquierda, para presentar la primera revolución obrera triunfante como un gran error, que trajo al pueblo muchas calamidades y lo entregó a las garras de despiadados dictadores. El discurso contrarrevolucionario se construyó para justificar la intervención de las potencias desde el año 1918, se amplió al calor de la represión estalinista y se fortaleció durante la Guerra Fría, mientras...
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  • Josefina Luzuriaga Martínez

    Historiadora

    El 8 de marzo de 1917, en el día internacional de las mujeres, daba comienzo la Revolución rusa. Las obreras de las fábricas textiles de Petrogrado salieron a la huelga y agitaron en las fábricas vecinas: “¡Abajo la guerra!”, “¡Pan para los obreros!”. Poco después se vivó una inmensa huelga general, que terminó con el Imperio de los Zares. Los censos de 1897-1914 muestran que había 20 millones de mujeres trabajadoras en el Imperio ruso. Cerca de la mitad estaban ocupadas en tareas domésticas, mientras un quinto eran obreras industriales. Hacia 1917, la cifra de trabajadoras industriales alcanzó 7,5 millones....
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  • Eddy Sánchez

    Profesor de Ciencias Políticas de la UCM y Director de la Fundación de Investigaciones Marxistas

    En la última década se ha sucedido un ciclo de movilizaciones de carácter global, fruto de un contexto de indignación social consecuencia de la crisis, contexto en el que surge de nuevo el debate de las nuevas formas de comunismo hoy. Para el historiador Juan Andrade, el debate del comunismo en la actualidad se diferencia respecto al de décadas anteriores, en el hecho que se desarrolla sobre todo en el campo de la Filosofía y los estudios culturales, más que en el de las ciencias sociales. En España, dicho debate es conocido por la publicación del libro colectivo editado por el...
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  • Gabriel Flores

    Economista

    El colapso de los sistemas de tipo soviético existentes en Europa central y oriental conformó un inédito acontecimiento revolucionario que se llevó por delante con extraordinaria rapidez el viejo orden administrativo. Entre 1989 y 1991 se desbarató un bloque de países que tenía sus señas de identidad enraizadas en la Revolución de Octubre que estaba en su origen. La disolución formal de la URSS en diciembre de 1991 fue el acto final, el resultado del evidente agotamiento histórico de un movimiento revolucionario a escala mundial que se fundó y tomó impulso en la insurrección bolchevique de octubre de 1917. Comienzo...
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  • Marina Albiol

    Diputada en el Parlamento Europeo y responsable de relaciones internacionales de Izquierda Unida

    ​Revolución es una palabra que escuchamos muchas veces, pero que adquiere su significado más profundo y esperanzador para las clases y los pueblos oprimidos cuando nos referimos a la Rusia del 17. No encuentro mejores ejemplos que la Revolución Francesa de 1789 y el alzamiento bolchevique para demostrar que, lejos de ser un sueño irrealizable, podemos cambiar el mundo desde sus cimientos para que los que hoy no son nada, lleguen a serlo todo. Por eso, cien años después, las clases dominantes de todo el planeta se unen para mentir y arrojar confusión sobre aquellos acontecimientos y, también por eso,...
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  • Antonio Rubira León

    Como señala el Profesor Fontana, el centenario de la Revolución Rusa de octubre de 1917, debe servir para “sacar lecciones útiles para un presente de desconcierto e incertidumbre”. Yo añadiría, además, para comprender mejor las derrotas revolucionarias desde entonces. Aunque la lucha de clases se expresa siempre de forma concreta y todas las revoluciones bajo el capitalismo industrial son distintas, todas tienen fundamentos políticos similares. No todas las situaciones revolucionarias terminan en revolución, de la misma manera que no toda revolución culmina en victoria. De hecho, la mayor parte de las revoluciones del siglo XX han sido derrotadas. La excepcionalidad...
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  • Javier Segura

    Profesor de Historia

    Cuando a mediados del siglo XIX los jóvenes revolucionarios Karl Marx y Friedrich Engels iniciaron su obra, orientaron su trabajo hacia la resolución de un “enigma histórico”, el planteado por la continuidad en el tiempo de las desigualdades entre minorías acaudaladas y mayorías empobrecidas, al tiempo que la creciente productividad del trabajo humano permite erradicarlas. Para ello, partieron de una cuestión clave: ¿De qué manera debería reorganizarse el mundo para construir un nuevo orden basado en la justicia? ¿Quién debería ser el agente impulsor de esta transformación? La respuesta estableció los fundamentos del marxismo: que sintetizo a continuación: 1) Todo...
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  • José Antonio Errejón

    Licenciado en Ciencias Políticas y Economista

    El centenario de la Revolución de Octubre y el balance de este siglo de historia en buena medida determinada por ella nos colocan ante lo que, creo, es la cuestión más importante, saber si y en qué medida Octubre sigue operando como el gran foco de aliento y esperanza para millones de personas que en diversas zonas del mundo sufren la injusticia y la opresión y aspiran a una vida distinta. Hace casi treinta años que vinieron abajo con una imprevista facilidad la mayor parte de los regímenes políticos que se declaraban herederos del Octubre del 17 y los que...
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  • Cesar Roa

    La mirada del triunfador no suele conducir a una comprensión más cabal de la historia. Para quien se encuentra poseído por la creencia de que los individuos, clases sociales o naciones más merecedores del éxito han ganado la partida, el pasado aparece exclusivamente como el escenario en el que los vencedores van perfilándose y derrotando progresivamente a sus rivales hasta la apoteosis final del presente. La historia queda degradada al relato de la marcha victoriosa de las actuales clases dominantes sobre los obstáculos que ocasionalmente han intentado frenarla. Dentro de esta perspectiva, las revoluciones sociales que una vez...
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  • José Luis Zárraga

    Sociólogo

    Fontana abre un abanico muy amplio de temas sobre la revolución rusa y el desarrollo de la sociedad soviética. En este centenario tendremos ocasiones para discutir todos esos temas, que no son cuestiones históricas que se agotan en sí mismas sino punto de partida fundamental para reflexionar y debatir sobre la construcción del socialismo. Pero para empezar, sería bueno fijar la atención en el acontecimiento que ahora se conmemora: la revolución soviética de octubre de 1917 y su desarrollo inicial en los años críticos de 1917 a 1923, el periodo que va desde la toma del poder hasta la...
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