La meritocracia como máscara del poder

  • Pedro González de Molina Soler

    Pedro González de Molina Soler

    Profesor de Geografía e Historia

La meritocracia (término proveniente del latín merĭtum ‘debida recompensa’, a su vez de mereri ‘ganar, merecer’; y el sufijo -cracia del griego krátos, o κράτος en griego, ‘poder, fuerza’) como principio ha entrado en una fase de desacralización y de crítica. Ha dejado de ser un concepto considerado como de sentido común, y por consiguiente, sagrado. Esto ha permitido que se realicen críticas hacia este principio.

Tal y como expresó Alexis de Tocqueville, la sociedad que se estaba construyendo en el siglo XIX, y de la que somos herederos, tendía hacia la igualdad. Por lo que las desigualdades sociales en un sistema capitalista no se deben defender desde perspectivas estamentales (derecho de sangre, privilegios hereditarios, etc.) si se quiere mantener la supervivencia del sistema, sino desde concepciones de la utilidad (hacer ricos a los ricos, que hace que caigan migajas sobre los pobres-teoría del derrame-), o en unas habilidades especiales que poseen unas personas, y el capital que se arriesga (supuestamente) en la empresa, para justificar su posición en la sociedad. Ahí es donde aparece la meritocracia como justificación de las desigualdades. Éste funciona muy bien con el hiperindividualismo actual, que es su otra pareja de baile, en un proceso en el que la sociedad de mercado, junto al hiperindividualismo mencionado, y la disgregación de lo colectivo, ayudan a apuntalar la esperanza meritocrática.

La meritocracia defiende que, con esfuerzo, dedicación, estudio, etc., se pueden alcanzar los puestos más altos de la sociedad, y se debe de obtener una recompensa acorde al esfuerzo dedicado. Es evidente que obvia los factores contextuales que influyen en el individuo, o, en el caso de los progresistas, consideran que influyen, pero haciendo políticas de becas, se solventan como por arte de magia ignorando que el problema de un alumno o alumna de un barrio marginado no sólo es el dinero (que es evidente que es necesario), sino que es todo el contexto en el que vive. Nuestras sociedades democráticas se basan en la esperanza meritocrática, dónde se cree que vivimos en una sociedad donde la desigualdad se basa más en el mérito y el trabajo individual, que en el parentesco, las rentas y las herencias. Sin embargo, como dice David Guilbaud, la meritocracia es una ilusión fomentada precisamente por los más favorecidos por el sistema, un concepto imposible de sostener con estadísticas (que, de hecho, demuestran justo lo contrario) y, además, “un principio estructuralmente conservador que sirve para legitimar las desigualdades sociales”.

Dicho de otra manera, las personas nacen, comienzan a correr en una carrera con diferentes vehículos que nos han dotado nuestras familias, a veces con un poco de ayuda Estatal. Un árbitro (la Escuela) nos da unas credenciales de a dónde hemos quedado en la carrera escolar. Eso nos lleva a la siguiente etapa de la carrera dónde podemos mejorar, o empeorar, nuestro vehículo según las credenciales, y luego nos vamos a correr en dirección hacia lograr puestos de trabajo en la sociedad. El problema es que algunos ya tenían los puestos de trabajo asignados casi desde el nacimiento, otros tienen contactos que les facilitan el acceso a diversas entrevistas, otros sólo tienen su esfuerzo, otros tienen suerte y otros no, y otros se autoexcluyen por creer que está fuera de sus posibilidades. Por supuesto, las credenciales obtenidas en nuestra vida escolar van a limitar nuestras opciones con total claridad. Algunos tienen comprado al árbitro, que es, a veces, poco imparcial. Pero, por arte de magia, pasamos a considerar que esta carrera desigual es igualitaria porque todos tenemos acceso a una Educación gratuita (en gran parte del itinerario) y universal, por lo que si uno se lo trabaja puede llegar a lo más alto.

La existencia de algunas personas que hayan llegado a lo más alto con su “sólo” esfuerzo, es el ejemplo que garantiza el éxito del sistema meritocrático. El dueño de Inditex, Amancio Ortega, que comenzó con una pequeña tienda de ropa y ha montado un emporio internacional, es el ejemplo de que la meritocracia “funciona”. Sin embargo, como él hay un puñado de personas, no muchas que alcanzan la gloria. Si valoramos un sistema por sus resultados, y vemos que un puñado minúsculo de personas de clase baja (o media-baja) ha logrado trepar en la escala social a puestos relevantes, podríamos afirmar que el sistema no funciona. O podríamos afirmar que funciona muy bien como coartada ideológica que justifica las desigualdades producidas por el sistema capitalista y por el reparto de la riqueza, debido al esfuerzo que ha realizado esa persona, y por el mérito en haber llegado alto (de la manera que sea).

Recordemos que hay muchos ejemplos “inspiradores” que se parecen al personaje de la novela de Dickens, “Tiempos Difíciles”, Josiah Bounderby. Este personaje dickensiano empezaba afirmando en todas sus conversaciones que él había salido del barro, de la pobreza, y del sufrimiento, y a través del trabajo duro, el ingenio, y el autodisciplinamiento, había logrado alcanzar la riqueza. En 1854, Dickens, había hecho nacer al héroe meritocrático. El problema es que Bounderby era un mentiroso. Había construido una coartada, una épica, para justificar su posición. El provenía de una familia aristocrática y no iba a visitar a la madre para no verse reflejado en ella y, además, que cayese su coartada.

En el mundo de Silicon Valley hay muchos “Bounderbys”, que defienden la meritocracia, a la vez que estudiaron en las mejores universidades de los EEUU y recibieron ayuda familiar para montar sus empresas. Podemos rastrear en el protestantismo, trazas que son similares al discurso meritocrático, especialmente en la doctrina calvinista de la predestinación. En esta doctrina una persona nace predestinada a salvarse o a ir al infierno. Uno sabe que ha sido predestinado a salvarse por que tiene éxito en la vida, principalmente a aquellos que han trabajado intensamente, lo que es una señal de salvación por Dios, que es quién incita al hombre a tener una vocación profesional. Es una relectura de la ética del trabajo, que Weber rastreó como uno de los impulsores del capitalismo, al combinar un trabajo duro pero siendo frugales en el estilo de vida. Dios nos recompensa o nos castiga por lo que merecemos, por nuestros actos, siendo similar la meritocracia, que teóricamente premia a aquellos que han sufrido y se han esforzado en progresar y castiga aquellos que no lo han hecho.

En este caso, no es Dios quien reparte las recompensas por nuestra abnegación y buena observancia de las leyes divinas, sino otra “divinidad”, el Mercado. El Mercado se convierte en la institución que reparte las recompensas y los castigos por nuestras acciones, según el ideal meritocrático, a las que todos los que se esfuerzan pueden aspirar, lo que le da un sentido religioso y de fe al principio meritocrático. El binomio escuela-mercado opera aquí, el primero, reparte las credenciales, y el segundo, las recompensas y los castigos. En este caso el merecimiento juega un papel importante. Los ganadores “se merecen” los beneficios que aporta el Mercado (o la Salvación según el calvinismo), pero como dice Rawls: “Para una sociedad, organizarse a sí misma con la intención de recompensar el merecimiento moral como primer principio sería lo mismo que tener la institución de la propiedad a efectos de castigar a los ladrones”.

El relato meritocrático es muy seductor. Una persona, con su sólo ingenio y su capacidad de trabajo, logra ascender desde las posiciones más bajas hasta lo más alto. Como dice Sandel, “se trata de una imagen liberadora para nosotros, pues viene a decirnos que podemos ser agentes humanos que se hacen a sí mismos, autores de nuestro futuro, amos de nuestro destino. También nos resulta gratificante desde el punto de vista moral, porque sugiere que la economía puede satisfacer la ancestral demanda de la justicia, de dar a las personas lo que se merecen”. Cada vez que esto ocurre el sistema, que se le reconoce “imperfecciones”, se legitima.

Esta esperanza es eso, un sentimiento que tiene difícil traslación a la realidad. Hay múltiples elementos que impiden que este principio se cumpla, desde la genética, las habilidades que desarrolla una persona en su vida que pueden coincidir o no con las que demanda el mercado, el momento histórico que le toque a uno vivir, el capital social y cultural heredado de sus progenitores y acumulado con los años, el capital económico de sus padres, las características personales, el barrio en el que vive, etc. Múltiples desigualdades de partida que son arbitrarias y que influyen de manera importante en las biografías de vida de las personas. Estas desigualdades de partida son poco modificadas por nuestro sistema del Estado del Bienestar, siendo España un país donde la movilidad social es baja, y el nacimiento marca mucho las posibilidades de progreso de las personas.

Ignorar todas estas “loterías” tiene consecuencias notables en las sociedades. Los ganadores justifican su posición gracias a su habilidad, esfuerzo y talento, que les permite disfrutar de altas remuneraciones y buenos trabajos, mientras que los perdedores son doblemente castigados por la sociedad, generando un resentimiento ante la insensibilidad y culpabilización a la que son sometidos por los ganadores. Son castigados por no haberse esforzado lo suficiente, ni acumular los saberes necesarios, debido a su pereza o a su falta de motivación, y por no adecuarse a la “ética del trabajo”.

Al no ser productivos, en un momento donde hay zonas deprimidas en la sociedad, los individuos afectados por la exclusión social, o al borde de caer en ella, son castigados por no “producir”, mientras que los individuos en esta situación se sienten mal al ser expulsados de la sociedad de consumo, y ser denigrados o estigmatizados por una parte de la población que está entre los insiders de la sociedad. Cómo el problema social se ha individualizado, son los defectos de los individuos los que les otorgan su posición de semi-excluidos de la sociedad, con riesgo a la exclusión total. Si una de estas personas logra salir de su situación, gracias a las becas estatales y a su esfuerzo, la meritocracia se verá cumplida demostrando su validez, a pesar de que la mayoría de sus compañeros/as de escuela se haya quedado por el camino.

Es la parábola del pobre digno, frente al pobre indigno, del siglo XIX (Poor Law). Los pobres dignos eran aquellos que, con modestia, esfuerzo, y disciplina, intentaban vivir dignamente y si era posible subir algún peldaño del escalafón social, mientras que los indignos eran los que se dedicaban a los placeres ruidosos de la vida, a la mala vida, al latrocinio, u otras artes para sobrevivir, y que se quedaban en su posición social sin aspirar a nada más. Aquellos que se esfuerzan son recompensados con miradas lastimosas, y los que no se esfuerzan lo que consideran que deberían de esforzarse los insiders de la sociedad, se les mira con mirada reprobatoria y se pide a las fuerzas de orden público que los mantengan a raya. Los pobres dignos merecen nuestra misericordia en forma de becas o ayudas, los pobres indignos sólo merecen su destino, que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado los repriman, y controlen que no estafen al Estado al percibir cualquier ayuda. Siguiendo esta línea de pensamiento, cómo los problemas son considerados individuales, tienen poca solución. En caso de tratar de aplicar dichas soluciones individuales éstas tendrían escaso impacto, ya que los problemas de los barrios deprimidos, como las 3000 viviendas en Sevilla, en realidad son sociales.

El profesor François Dubet, en una entrevista publicada a la sazón de este debate, nos invitaba a pensar la meritocracia desde dos dimensiones, por un lado es un principio progresista, ya que ayuda a las minorías con las políticas de “acción afirmativa” (mujeres, personas racializadas, etc.), y defiende que el mérito sea el principio que rija la sociedad en vez de la herencia o la sangre- aunque dicho mérito se pueda heredar-, pero el problema que percibe es que los efectos son “más bien conservadores”, ya que las desigualdades resultantes de la competencia meritocrática serían consideradas justas, y máxime cuando la Escuela falla, claramente, en ordenar dicha competición a base de dar credenciales que abren posibles futuros. Propone no dejar el monopolio de la definición del mérito a la Escuela, para evitar que se transforme en un sistema de darwinismo social, dónde los perdedores se merezcan su destino. En el fondo, el debate que subyace es hasta cuánta desigualdad es soportable y cómo justificar y clasificar dicha desigualdad para no convertirla en combustible para disgregar la sociedad.

A mi juicio, la izquierda debe actuar en tres dimensiones: 1. Desenmascarar a la meritocracia como justificación del poder. 2. Establecer criterios de mérito y favorecer a los colectivos desfavorecidos para compensar las bases desiguales de partida. 3. Establecer límites a las desigualdades, con cierta dosis de austeridad, y frente a la individualización de los problemas volver a poner el foco en lo que es un problema social, fomentando la solidaridad y el compromiso cívico con la erradicación de dichas desigualdades, siguiendo aquel modelo socialista de “a cada cual según sus responsabilidades, a cada cual según sus necesidades”.

Otras intervenciones en el debate

Intervenciones
  • Viviane Ogou Corbi

    Investigadora de las relaciones UE-África y el Sahel

    Hemos comprado un discurso invasivo que nos dice que tenemos que ser mejores unos que otros. Un sistema jerarquizado, basado en el capitalismo racial y con mucha violencia estructural a las comunidades del sur global. Es imposible que exista la meritocracia. Y aunque se diera la igualdad de condiciones, ¿para qué competir? Se trata de organizarnos para tener la mejor gestión social posible.  Es por esto que en este artículo compartiré mi opinión sobre dos temas: el racismo estructural, y como es imposible que las personas racializadas podamos desarrollarnos para competir en igualdad de condiciones. Y por qué deberíamos dejar...
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  • Alberto Sotillos Villalobos

    Sociólogo especializado en Comunicación. Trabaja como analista en prensa escrita, radio y televisión.

    Medir los méritos En la época de la invasión de los másteres, de los postgrados, de los cursos, de los viajes y experiencias enriquecedoras por el mundo y de las innumerables prácticas en empresas, startups y horas gastadas como becarios, la meritocracia pasa a ser tan líquida como la sociedad en su conjunto. Los méritos académicos se han igualado como nunca, hay una exagerada acumulación de títulos que rellenan currículos sin una posible aplicación práctica mientras que los conocimientos más demandados se tienen que aprender de manera autodidacta ya sea con ensayo error o teniendo que buscar vídeos y vídeos en...
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  • José A. Noguera

    Profesor Titular de Sociología en la UAB y director del Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI)

    La meritocracia es una de las ideas normativas que más pasiones despiertan y que más debate han generado en nuestro país durante el último año, siendo uno de sus principales detonantes el informe del Future Policy Lab publicado bajo el deliberadamente provocador rótulo de Derribando el dique de la meritocracia. La popularidad social y política de la idea, incluso en algunos ámbitos académicos, contrasta con el amplio consenso en la filosofía política rigurosa de las últimas décadas que no se toma nada en serio el “ideal meritocrático” como principio aceptable de justicia distributiva y de diseño institucional, generalizable en...
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  • Sergi Raventós

    Director de la Oficina del Plan Piloto para Implementar la Renta Básica Universal de la Generalitat de Catalunya

    No hay duda de que, a día de hoy, se han aportado muchas razones y argumentos en lo que llevamos de debate en estas páginas desde el primer artículo publicado en febrero. Algunas aportaciones han sido francamente muy interesantes y creo que no hace falta seguir redundando en ellas. Quiero traer aquí a colación un par de ejemplos que tal vez pueden ilustrar esta falsa idea preconcebida de la meritocracia de que las recompensas económicas y la asignación de responsabilidades y cargos en nuestras sociedades capitalistas se asignan en función de los méritos individuales. Un ejemplo reciente, de hace unas pocas...
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  • Daniel Gabaldón Estevan

    Profesor Titular Dep. de Sociología y Antropología Social (Universitat de València)

    La promesa meritocrática hace referencia al discurso según el cual la distribución de las posiciones y responsabilidades sociales, y muy especialmente del empleo, se hace en función del mérito y de la capacidad de los individuos. Siendo el mérito una combinación de inteligencia y esfuerzo tal y como ya indicara Young “Intelligence and effort together make up merit (I+E=M). The lazy genius is not one”. Este discurso racionalista, que surge en occidente conforme avanza la Edad Contemporánea, se asienta en el imaginario colectivo a medida que va consolidándose la organización de tipo burocrático basada en la especialización en responsabilidades,...
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  • Pedro Mellado

    Doctor en Educación, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y miembro del colectivo DIME

    Al comienzo de la película Puñales por la espalda (2019), un policía interroga a la hija de un multimillonario acerca de la reciente muerte de su padre. En un momento del interrogatorio, la hija espeta al policía «fundé mi empresa desde la nada», a lo que este le responde «igual que su padre». El diálogo condensa en pocos segundos el discurso ideológico neoliberal de la meritocracia, atribuyendo en exclusiva al mérito, la capacidad, el talento y el esfuerzo de los individuos la desigual distribución de la riqueza; olvidando convenientemente las condiciones de partida que han respaldado su éxito. La meritocracia...
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  • José Saturnino Martínez García

    Profesor Titular de Sociología en la Universidad de Laguna, especializado en educación y desigualdad. Desde 2020 es Director de la Agencia Canaria de Calidad Universitaria y Evaluación Educativa

    La idea de meritocracia está firmemente asentada como una condición para una sociedad justa. Las personas con capacidad que se esfuerzan deben ser recompensadas. ¿Vivimos en una sociedad meritocrática? Desde hace tiempo, sabemos que el mejor indicador de éxito educativo de un estudiante es el origen socioeconómico y cultural de la familia. Bien pudiera ser que el talento y la inclinación al esfuerzo se transmitan vía genética, y, por tanto, lejos de preocuparnos por esta reproducción biológica de la desigualdad social, más bien cabría congratularse de lo sabia que es la naturaleza y el buen orden social en el...
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  • ¿Somos desiguales?

    11/05/2023

    José Luis Barba

    Catedrático de Biología y Geología, recién jubilado pero con vinculación oficial al centro educativo como profesor de apoyo

    Me ha parecido muy interesante la reflexión sobre la segregación escolar como motor de desigualdades. Quizá ha faltado un planteamiento inicial: ¿somos desiguales? ¿necesita la sociedad que todos hagamos lo mismo o necesita una gran diversidad para ser eficaz? En el instituto compruebo con frecuencia que gran parte del profesorado tiene en la boca la palabra inclusión, igualdad o términos similares pero luego no le ponen a todos la misma nota, se quejan que algunas familias no son como las otras, que hay alumnado que es muy bueno como delegado o delegada y en cambio otros son eficaces como organizadores...
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  • Juan Carlos Monedero

    Profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Cofundador de Podemos. Presenta el programa En la frontera en Canal Red

    Introducción: ¿de qué hablamos cuando hablamos de meritocracia? La discusión sobre el mérito pivota acerca de su poder social real para dos cosas: acabar o reducir las desigualdades y para reconocer la valía individual. En el desarrollo evolutivo la cooperación y, por tanto, la igualdad ha sido condición de supervivencia; del mismo modo, uno de los deseos más fervientes de los seres humanos es el reconocimiento de los demás. El debate sobre la meritocracia es una discusión principalmente normativa ya que nace del liberalismo (y la confronta el socialismo -entendido como amplia familia de la izquierda-) y tiene una condición performativa,...
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  • Angel Puyol

    Catedrático de Ética en la Universitat Autònoma de Barcelona

    “La meritocracia no es un ideal igualitario. Mientras que la igualdad enfatiza que todos somos iguales, la meritocracia consiste en encontrar al mejor. Su finalidad no es reducir las desigualdades sociales, el espacio que separa a los de arriba de los de abajo, sino encontrar un modo diferente de legitimarlas, un modo nuevo y moderno de acceder a la jerarquía social que sustituya el nacimiento por la capacidad. Se atribuye a Napoleón la sentencia de que “todo soldado francés lleva en su mochila los galones de un mariscal de Francia” para referirse a la posibilidad de que cualquier soldado...
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  • Rosa Almansa

    Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Córdoba y miembro de la asociación Aletheia (https://www.asociacionaletheia.eu/)

    ¿Quién no recuerda los magníficos bajorrelieves asirios de escenas de caza que alberga el Museo Británico? Muestran con elocuencia las grandes habilidades cinegéticas —tan vinculadas a las guerreras— de su temible nobleza. El arte refleja como pocos espejos los considerados méritos propios de las clases dominantes que por la historia han transitado. Pero, oh paradoja, estas cualidades supuestamente superiores y excepcionales han variado con el tiempo. Es cierto que el prestigio de algunas actividades se ha mantenido durante siglos —las militares son un buen ejemplo de ello—, pero a la postre las mutaciones se han ido imponiendo. El mayor...
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  • Xavier Martínez-Celorrio

    Profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona y autor de Educación y movilidad social en España (2012) / @xaviermcelorrio

    La meritocracia es un concepto polémico y anfibio de largo recorrido histórico variando mucho sus significados y apropiaciones en cada momento. Al margen de los antecedentes de la meritocracia como método de selección de altos funcionarios en las cortes europeas y en el mandarinato chino, su sentido moderno nace en 1792 en plena Revolución Francesa cuando el Marqués de Condorcet se dirigió a la Asamblea con estas palabras: “Hemos creído que el poder público debía decir a los ciudadanos pobres: la fortuna de vuestro padres solo os ha podido ofrecer los conocimientos más indispensables pero se os aseguran medios...
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  • Julen Bollain

    Economista e investigador en renta básica

    Antiguamente las desigualdades se fundamentaban en un discurso y en una ideología basada en clases sociales. ¿Consecuencia? Dependiendo de en qué clase social nacieras estabas condenado a ser rico o pobre, a depender de alguien para sobrevivir o poder vivir libremente. Sin embargo, este relato que sustentaba las desigualdades en las diferencias entre clases sociales se rompe a raíz de la Revolución Francesa (1789), cuando cae el Antiguo Régimen y se abre paso la Edad Contemporánea. Este nuevo régimen no permitía hacer “lo de siempre”, por lo que había que buscar nuevos discursos e ideologías que permitieran explicar las...
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  • José Ariza de la Cruz

    Doctorando en Sociología urbana por la UCM

    Es habitual que se ponga en cuestión la meritocracia desde el enfoque familiar. Dado, que, cuanto más ricos sean tus padres, más probabilidades tienes de ser rico, es evidente que el esfuerzo exclusivamente no explica nuestra posición económica. También es habitual que se enfoque desde el punto de vista de las características sociales de la persona. El género o el lugar de nacimiento suponen importantes barreras para lograr una sociedad cuyas recompensas se basen solo en el mérito. No obstante, hay otro elemento sobre el que no se habla tan a menudo: el territorio. Cómo el territorio socava la meritocracia....
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  • Cynthia Martínez Garrido

    Profesora del área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universidad Autónoma de Madrid

    El problema de la segregación escolar es un tema de Derechos Humanos y de Justicia Social cuyas causas son de carácter estructural, afecta al desarrollo de personas concretas y tiene profundas implicaciones para el desarrollo de toda la sociedad. La naturaleza multifactorial del fenómeno de la segregación escolar y las causas que lo provocan e incentivan se articulan en forma de red, como un engranaje interrelacionado en el que no basta actuar sobre uno de los ejes, sino que, como parte de un todo, requiere del diseño de medidas completas para frenarla. La segregación escolar no es un fenómeno que...
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  • Francisco Nunes

    Estudiante de economía en la Universidad Complutense de Madrid y de Matemáticas en la UNED

    En España y el resto del mundo tenemos, desde hace un tiempo, un encendido debate sobre el mérito detrás de la situación económica de los ciudadanos. Por una parte, los sectores más liberales y conservadores defienden que la distribución actual de la riqueza y la renta se debe al mérito de los agentes para conseguir sus posesiones y superarse a sí mismos. Otra visión tienen los socialdemócratas y la izquierda en general, que opinan que los resultados actuales dependen de factores como la desigualdad y las herencias, factores que, a priori, no podemos controlar. ¿Quién de los dos tiene razón?...
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  • Antonio Antón

    Sociólogo y politólogo (profesor de la Universidad Autónoma de Madrid 2003/2022, actualmente jubilado)

    Desde Aristóteles hay que valorar la equidad como proporcionalidad entre mérito y reconocimiento o estatus social y, por tanto, valorar el esfuerzo individual. O sea, la desigualdad de recompensas materiales, socioculturales y simbólicas sería legítima si es por el motivo exclusivo de los distintos méritos individuales en condiciones iguales. Esa legitimidad se ha tergiversado, sobre todo, con el individualismo abstracto neoliberal y el sistema de reparto desigual, con la acumulación de ventajas y desventajas institucionales y estructurales; se reparten desigualmente, haciendo abstracción de las diferentes posiciones de poder, condiciones socioculturales y trayectorias de los individuos y grupos sociales que dificultan...
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  • Francisco Muñoz Gutiérrez

    Pensionista: Epistemólogo, periodista y empresario

    Este debate no puede sustraerse al hecho de que el mérito es un reconocimiento, razón por la que la meritocracia no puede ser ningún principio. Y con respecto a la cuestión de si un reconocimiento es conservador o progresista, la duda es admisible dentro de la cosmología neoliberal, pero sólo tras la incorporación de los socialdemócratas pragmáticos de la tercera vía; nunca antes. En todo caso, la idea de la meritocracia no es más que un recurso legitimador de la estructura jerárquica del orden neoliberal; nunca un principio. Por ejemplo; ¿Tiene sentido el concepto de mérito sin esfuerzo? O dicho...
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  • Pedro González de Molina Soler

    Profesor de Geografía e Historia

    La meritocracia (término proveniente del latín merĭtum ‘debida recompensa’, a su vez de mereri ‘ganar, merecer’; y el sufijo -cracia del griego krátos, o κράτος en griego, ‘poder, fuerza’) como principio ha entrado en una fase de desacralización y de crítica. Ha dejado de ser un concepto considerado como de sentido común, y por consiguiente, sagrado. Esto ha permitido que se realicen críticas hacia este principio. Tal y como expresó Alexis de Tocqueville, la sociedad que se estaba construyendo en el siglo XIX, y de la que somos herederos, tendía hacia la igualdad. Por lo que las desigualdades sociales en...
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  • David De la Rosa

    Orientador educativo en IES Cárbula (Almodóvar del Río, Córdoba). Miembro del Colectivo de Docentes por la Inclusión y Mejora Educativa. @da_dedo https://daviddelarosaedu.wixsite.com/inkludita

    El relato de la meritocracia está suficientemente superado entre los lectores y las lectoras de Espacio Público. No hace falta hacer hincapié de nuevo en los mecanismos con los que cuenta nuestro sistema político, económico y social para que sea la herencia la que permita a los mismos apellidos estar en la cúspide del poder. Como hemos analizado en diversos foros y señala el economista Branko Milanovic aproximadamente un 75 % de los ingresos no dependen en absoluto de variables personales como el esfuerzo, sino de otras de tipo contextual como el lugar donde naces o el código postal en...
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  • Antonio Gómez Villar

    Profesor de Filosofía en la Universitat de Barcelona (UB)

    En 2020 el filósofo Michael Sandel publicaba el ensayo La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común? En él trataba de dar respuesta al porqué del surgimiento de los llamados «populismos autoritarios» y las tonalidades emotivas de odio y resentimiento que los acompañan. Según el autor, tanto las comunidades locales como las nacionales están atravesadas hoy por la dicotomía ganadores/perdedores de la globalización y por el consiguiente distanciamiento social entre ambos. En esta dicotomía, la posibilidad de tener éxito depende de la formación y la educación adquirida, que otorgan la preparación necesaria para poder competir en el...
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  • Daniel Turienzo

    Adscrito en la red educativa española en el exterior (Tangér). Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Madrid

    Albert Arcarons

    Subdirector de la Oficina del Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por el Instituto Universitario Europeo

    En ocasiones, el debate sobre el sistema educativo plantea este como un ente aislado. Sin embargo, la igualdad de oportunidades y la equidad educativa también está en manos de los aciertos en las medidas contra la pobreza y la desigualdad. Las democracias liberales, y específicamente sus sistemas educativos, se basan en una suerte de contractualismo. Un contrato social, en el que se asume que una vez facilitado el acceso al sistema educativo son las decisiones individuales, el talento y el propio esfuerzo lo que determina el resultado. Bajo esta premisa, la igualdad de oportunidades garantizada a través de políticas públicas equipararía las posibilidades de todos. La creencia de que los derechos formales están asegurados, unido a la idealización de que las personas son capaces de sobreponerse a sus condicionantes de origen a través de respuestas individuales, llevan a que en ocasiones no se perciban o se minimicen las barreas que han de afrontar las personas que se encuentran en una situación desfavorecida. Incluso en ocasiones se deja de percibir la pobreza como una problemática real. Si los resultados educativos dependieran únicamente de las características individuales tales como la capacidad o el esfuerzo, estos no diferirían notablemente entre los diferentes grupos sociales. Sin...
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  • José Eduardo Muñoz Negro

    Profesor de Psiquiatría de la Universidad de Granada y médico de la sanidad pública

    Michael J. Sandel en su espléndido La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, previamente a desarrollar las contradicciones democráticas del credencialismo, explica las tres maneras de entrar en las prestigiosas universidades de élite en EEUU: por la puerta delantera aprobando el exigente examen SAT; por la puerta de atrás mediante una poderosa donación; y ¡oh, maravillosa innovación!, la no menos interesante puerta lateral del soborno y del fraude en las puntuaciones de acceso. Además, para desesperación de los amantes de la equidad, la puntuación en el examen SAT ha demostrado ajustarse bastante bien a la renta...
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