El mérito es un concepto parásito

  • Rosa Almansa

    Rosa Almansa

    Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Córdoba y miembro de la asociación Aletheia (https://www.asociacionaletheia.eu/)

¿Quién no recuerda los magníficos bajorrelieves asirios de escenas de caza que alberga el Museo Británico? Muestran con elocuencia las grandes habilidades cinegéticas —tan vinculadas a las guerreras— de su temible nobleza. El arte refleja como pocos espejos los considerados méritos propios de las clases dominantes que por la historia han transitado. Pero, oh paradoja, estas cualidades supuestamente superiores y excepcionales han variado con el tiempo. Es cierto que el prestigio de algunas actividades se ha mantenido durante siglos —las militares son un buen ejemplo de ello—, pero a la postre las mutaciones se han ido imponiendo. El mayor de los contrastes lo encontramos con la contemporaneidad.

Si a lo largo de centurias perseguir el propio interés se contempló como algo vergonzante, hoy el “talento” —invocado a todas horas— se relaciona casi indefectiblemente con la capacidad de hacer negocio; y si en el pasado había aún cosas sobre las que ni se concebía obtener un rédito, Benjamin Franklin, contemplado por Sombart como una figura prototípica del burgués del XVIII, anotaría en sus papeles que “Ni siquiera en el jardín deben cultivarse flores de las que no pueda obtenerse ningún beneficio material (…). La belleza del jardín del Edén llevó a la perdición a Adán y a todos nosotros”. A esta actitud la denominamos hoy “emprendimiento” y se erige, con pocas dudas, en la cualidad estrella de todo aquel o aquella que haya ingresado en la nómina de los “triunfadores”.

¿Por qué decimos todo esto? Sencillamente porque el de mérito es un concepto históricamente condicionado: sus contenidos cambian con el tiempo; es decir, son relativos. Y a través de sucesivas agitaciones sociales y procesos revolucionarios, hemos podido llegar a comprender que las dotes que esgrimían unos pocos como exclusivas son accesibles a los y las integrantes de las capas sociales hasta entonces despreciadas. Es, pues, cuestión de ejercicio, de entrenamiento, de acceso a ciertos saberes, incluyendo el de las propias capacidades. En definitiva, el mérito se ha revelado una y otra vez como el principal mecanismo de legitimación de una posición superior en una jerarquía clasista. Resulta muy probable, por tanto, que a categorías como ‘esfuerzo individual’, ‘competencia’ o ‘iniciativa’ les pase lo mismo: que en el futuro sean vistas como las formas preferentes de representación clasista de las sociedades liberales y democráticas.

A este argumento (pocas veces blandido) es muy fácil que pueda oponérsele otro (que sí se repite hasta la saciedad): que las sociedades que pretenden fundamentarse en el mérito individual son superiores (o sea, más justas y eficientes) a aquellas basadas en el mérito heredado, esto es, en el linaje o la clase. Pero esta idea escamotea que el llamado “mérito individual” es una concepción social (que como tal nos conforma, en el doble sentido de la palabra) y por supuesto de clase: ¿qué si no significa el atributo de “estar hecho (o hecha) a sí mismo/a” al que apelan todos los obtienen el tan anhelado éxito social? En este debate que mantenemos aquí se ha llegado a sostener incluso que el mérito (individual), aunque en buena medida heredado (en tanto que debe mucho al patrimonio material e inmaterial de la familia y entorno social propio), es siempre mejor que el privilegio heredado. Como si el mérito “individual heredado” no fuera una contradicción en sus propios términos, y como si además no fuese un privilegio (o no se convierta en tal aunque no se “herede”).

Lo que no puede negarse es que en nuestras sociedades el mérito se ha democratizado como nunca. Formalmente (o sea, sin que ningún principio o norma establecida pueda impedirlo a priori), todo el mundo puede aspirar a acumular méritos. Esto, como también se ha dicho en este espacio de debate, se considera un principio de justicia; pero el mero hecho de extender un derecho no significa que este sea justo. Como afirma Francisco Almansa en su Economía de la vida: en el “clasismo democrático” lo que se hace universal es “el derecho a utilizar el trabajo ajeno para el lucro personal (…). O sea: todos somos iguales ante la ley si decidimos la aventura de hacernos ‘emprendedores’.” Este derecho responde a una determinada forma de especialización social, la capitalista, e implica la aspiración común a un estilo de vida que es, por definición, no generalizable. Y no solo porque sería insostenible materialmente, dado que está fundamentado en el derroche, sino porque está concebido, precisamente, para distinguirse o diferenciarse frente a los otros: los fracasados, los carentes de méritos suficientes.

Así pues, la cuestión crucial radica en si esto puede ser o no de otro modo, ya que los seres humanos, en tanto que supuestamente carentes de una identidad común que nos configure como tales (como fehacientemente sostiene toda la tradición posmoderna), tomaríamos identidades relativas que irían modificándose con el tiempo. En otras palabras: la obtención de “méritos individuales” (aun cuando no puedan ser “puros”, pues parece inevitable que se “hereden” en buena medida) sería legítima, como también sería legítima la situación de “carecer” de ellos, puesto que para el ser humano no existiría una identidad o ser propio, sino que adquiriría identidades cambiantes según las circunstancias sociales y personales. Y como, según esta concepción, convertida ya casi en un a priori de toda consideración, el ser humano no es nada en sí mismo, resulta que puede convertirse, sin demasiado problema, en cualquier cosa. Justo como un instrumento y justo como lo necesita el capital: plenamente disponible.

El planteamiento contrario, combatido a muerte por “esencialista” (y por tanto postulado a menudo como indefectiblemente opresor), es que el ser humano posee una identidad (por ejemplo, la de realizarse en un trabajo con sentido) que va descubriendo históricamente. Esto es, los sucesivos y distintos límites históricos no nos habrían permitido desplegar por completo nuestra humanidad, que se hallaría, en consecuencia, reprimida. En el caso de que sea así, mujeres y hombres no tendríamos que ir “más allá” de nosotros y nosotras mismos, sino realizar la plenitud de lo que ya, de alguna manera, somos. Y en eso consistiría la libertad. Es justo lo que vemos en el actuar espontáneo de niñas y niños, que desde luego no requieren de estímulos o incentivos externos para dar de sí: imaginar, preguntar, descubrir, afanarse en sus juegos. Hasta que, con nuestro sistema de compensaciones y recompensas, les matamos su curiosidad intrínseca y los volvemos interesados. O desganados.

En efecto, si hay otro presupuesto clave del sistema meritocrático es una concepción determinada (pasmosamente pobre, por cierto) de lo humano: que necesitamos del incentivo para asumir el esfuerzo o la responsabilidad. Pero como todos aquellos prejuicios sólidamente arraigados, pasan por alto hechos clamorosos. Porque cualquier teoría que mínimamente se precie debe explicar también las “excepciones”. O sea, cómo es posible que personas que, precisamente, nos han mostrado nuevos caminos, e incluso han constituido pilares de lo que seguimos llamando humanidad, no solo no hayan requerido de tales incentivos, sino que, por el contrario, hayan trabajado con energías y tenacidad denodadas en las condiciones más difíciles, soportando sacrificios de todo tipo y, en muchas ocasiones, sin esperanzas de reconocimiento futuro. A veces incluso al precio de caer bajo el pesado manto del descrédito o la difamación. Los ejemplos son numerosos, por lo que nos limitaremos a citar algunos: Marie Curie, Maria Montessori, Karl Marx, las hermanas Brönte, Giambattista Vico, Rosa Luxemburgo, Buenaventura Durruti, Louis Auguste Blanqui… Por ello, como afirma el citado Francisco Almansa, “solo cuando la virtud es débil necesita estímulos; pero esto no es sino inmadurez. (…) Si a las máximas y más justas manifestaciones de poder de la vida se les da más de lo que necesitan para que puedan realizar sus potencialidades, se les acaba inexorablemente corrompiendo”.

De lo que se deduce que la categoría meritocrática es relativa a las clases dominantes, que la requieren indefectiblemente para afirmar su dominio —material e ideológico—; una noción que se ha hecho universal justamente porque con ella vuelve a cumplirse aquel acertado principio de que “la ideología dominante es la de la clase dominante”. Los nuevos “méritos” nacen casi siempre de la mano de un grupo de poder emergente, y el mérito en su versión individualista contemporánea es obra de la burguesía enriquecida que, frente al obstáculo del privilegio de sangre, aspiraba a ver su poder económico también reconocido en términos políticos y de puestos en la administración.

Resulta lamentable que la que podemos llamar izquierda del sistema continúe apelando al liberal Rawls y su principio de “justicia como equidad”, en torno al cual el autor estadounidense se preguntaba: “¿Es posible que personas libres e iguales no consideren un infortunio (y menos aún una injusticia) que algunos estén por naturaleza mejor dotados que otros?” Pregunta de la que deduce su “principio de diferencia”, a saber: “Son justas todas aquellas desigualdades que permitan maximizar la posición social y económica de los menos aventajados”. Para Rawls (como para otros muchos, por desgracia) los seres más dotados no son aquellos que pueden dar más necesitando menos recursos que los demás, sino, por el contrario, los que exigen tomar mucho para poder dar algo (y cuanto más valorado esté ese “algo”, menos dan). Según la lógica anterior, un cuerpo sano estaría menos dotado que uno enfermo, por ejemplo. Pero es que, además, siguiendo el mencionado principio de diferencia rawlsiano, un rango de desigualdad de 10/8 sería menos justo que uno de 15/10, ya que, en el segundo caso, el “menos dotado” habría mejorado su situación en términos absolutos.

Todavía cabe hacer más objeciones al encumbradísimo Rawls. Según él (como para Friedman), a aquellos supuestamente más dotados debe recompensárseles por ese mismo hecho. Como si no fuera suficiente fortuna (casi siempre obtenida sin proponérselo) tener (supuestamente) más inteligencia, belleza, habilidad, salud, voluntad o iniciativa que otros. O tener trabajos más creativos y estimulantes, que a su vez permiten mejorar las propias cualidades. Eso sin contar con que muchos patrimonios y reputaciones se construyen y acumulan por obra y gracia del mercado, de la relación entre oferta y demanda en un momento dado, esto es, también por azar. De esta forma, resulta que antes, cuando escaseaban, un ingeniero o ingeniera tenía mucho más mérito que hoy, cuando numerosos de ellos y ellas tienen que trabajar de camareros o recepcionistas. A lo que hay que añadir que el límite de satisfacción de los “más dotados” es puramente subjetivo (normalmente tiende a infinito). ¿Qué ocurre si en lugar de la relación 15/10 de antes esta es de 1000/12, como se hace frecuente apreciar? Es realmente sorprendente contemplar cómo crecen algunos “méritos”.

La voluntad, el esfuerzo, son virtudes relativas a un tipo o especialización humana determinada, como también se ha subrayado en este medio al recordar la famosa obra de Max Weber, por ejemplo. Especializaciones humanas que son producto, a su vez, de sociedades particulares, esto es, de clase, puesto que impiden el desarrollo de una vocación humana universal (tendencia a la universalidad que, sin embargo, se entrevé ya con la contemporaneidad en la defensa de unos derechos humanos universales, cosa impensable en el pasado). Así, la voluntad, tantas veces invocada, ha llegado a convertirse en una especie de principio religioso (en el sentido desfavorable de la palabra) de bien y mal por el cual se salva y se condena conforme a un sistema de representación humana, que se encuentra a su vez en función de un proyecto colectivo: el del mantenimiento del orden jerárquico existente. Muchas veces interesadamente, se olvida que la voluntad también se educa, se alimenta, crece vigorosa o raquítica según la riqueza afectiva, cultural o de proyectos personales y colectivos en la que nazca y se desarrolle un ser humano. Ni que decir tiene que esto, asimismo, guarda una estrecha relación con el medio o estrato social de referencia.

Ante situaciones que coartan más o menos las posibilidades humanas que nos son propias, apelar al “ascensor social”, que nos permitiría subir o bajar en esa escala de “oportunidades”, resulta sencillamente vergonzoso. Son semejantes formas colectivas de sentir y (des)valorizarnos las que deberían hacer descollar una pregunta muy clara: ¿cómo es posible que sintamos tan poco la solidaridad fraternal? Cuando verdaderamente nos percibimos unidos/as, embarcados en un destino común, aunque nuestros quehaceres sean diferentes, resultan insultantes tales gradaciones de valor, así como que se nos impela permanentemente a competir. Un ejemplo sencillo es la familia, al menos mientras vive unida. Tanto en las pudientes como en las que no lo son, no suele consentirse que uno o varios de sus componentes se alimenten peor, o que pasen más frío o calor que los demás. Muchas veces se tiene una paciencia y prodigalidad con los “descarriados” inconcebibles a otros niveles. El supuesto mérito no cuenta en estos casos: todos son iguales en lo esencial, sencillamente porque hay amor. ¿Por qué es entonces tan difícil experimentarnos como una gran familia humana? ¿Es la nuestra, en consecuencia, una sociabilidad sana, cuando se encuentra carente de empatía y sobrada de extrañamiento y desconfianza?

Por otra parte, apelar a medidas y políticas públicas que compensen a aquellos/as que no llegan, que no merecen lo que otros, es, como poco, una actitud paternalista, muy propia, por cierto, de quienes tienen de sobra. Y, por supuesto, humilla. ¿Quiénes somos para disponer con qué nivel es preceptivo que vivan otros, cuánto tienen derecho a percibir, cuando nosotros/as vamos a vivir con más? En cambio, no discutimos, para quien se esfuerza (¡!), el derecho a instalarse en un estilo de vida insostenible, que no es otro que el de las clases medias y altas, que nos disputamos —al estilo puramente burgués— como un bien escaso.

Hace ya mucho tiempo que sabemos (aunque nos cueste tanto trabajo reconocerlo) que somos felices cuando lo que hacemos tiene sentido. Cuando lo logramos, no necesitamos que se nos recompense por ello, y vivimos con perfecta naturalidad con lo que verdaderamente nos es preciso, que no es mucho. Además, la existencia sin estar permanentemente comparándonos con otros es un completo alivio, y nunca como ahora hemos tenido tanta ansiedad, justo en nuestra encomiada sociedad meritocrática. Por ello, en la medida en que reprime nuestra genuina humanidad, podemos afirmar que el mérito es un concepto parásito.

Otras intervenciones en el debate

Intervenciones
  • Viviane Ogou Corbi

    Investigadora de las relaciones UE-África y el Sahel

    Hemos comprado un discurso invasivo que nos dice que tenemos que ser mejores unos que otros. Un sistema jerarquizado, basado en el capitalismo racial y con mucha violencia estructural a las comunidades del sur global. Es imposible que exista la meritocracia. Y aunque se diera la igualdad de condiciones, ¿para qué competir? Se trata de organizarnos para tener la mejor gestión social posible.  Es por esto que en este artículo compartiré mi opinión sobre dos temas: el racismo estructural, y como es imposible que las personas racializadas podamos desarrollarnos para competir en igualdad de condiciones. Y por qué deberíamos dejar...
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  • Alberto Sotillos Villalobos

    Sociólogo especializado en Comunicación. Trabaja como analista en prensa escrita, radio y televisión.

    Medir los méritos En la época de la invasión de los másteres, de los postgrados, de los cursos, de los viajes y experiencias enriquecedoras por el mundo y de las innumerables prácticas en empresas, startups y horas gastadas como becarios, la meritocracia pasa a ser tan líquida como la sociedad en su conjunto. Los méritos académicos se han igualado como nunca, hay una exagerada acumulación de títulos que rellenan currículos sin una posible aplicación práctica mientras que los conocimientos más demandados se tienen que aprender de manera autodidacta ya sea con ensayo error o teniendo que buscar vídeos y vídeos en...
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  • José A. Noguera

    Profesor Titular de Sociología en la UAB y director del Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI)

    La meritocracia es una de las ideas normativas que más pasiones despiertan y que más debate han generado en nuestro país durante el último año, siendo uno de sus principales detonantes el informe del Future Policy Lab publicado bajo el deliberadamente provocador rótulo de Derribando el dique de la meritocracia. La popularidad social y política de la idea, incluso en algunos ámbitos académicos, contrasta con el amplio consenso en la filosofía política rigurosa de las últimas décadas que no se toma nada en serio el “ideal meritocrático” como principio aceptable de justicia distributiva y de diseño institucional, generalizable en...
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  • Sergi Raventós

    Director de la Oficina del Plan Piloto para Implementar la Renta Básica Universal de la Generalitat de Catalunya

    No hay duda de que, a día de hoy, se han aportado muchas razones y argumentos en lo que llevamos de debate en estas páginas desde el primer artículo publicado en febrero. Algunas aportaciones han sido francamente muy interesantes y creo que no hace falta seguir redundando en ellas. Quiero traer aquí a colación un par de ejemplos que tal vez pueden ilustrar esta falsa idea preconcebida de la meritocracia de que las recompensas económicas y la asignación de responsabilidades y cargos en nuestras sociedades capitalistas se asignan en función de los méritos individuales. Un ejemplo reciente, de hace unas pocas...
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  • Daniel Gabaldón Estevan

    Profesor Titular Dep. de Sociología y Antropología Social (Universitat de València)

    La promesa meritocrática hace referencia al discurso según el cual la distribución de las posiciones y responsabilidades sociales, y muy especialmente del empleo, se hace en función del mérito y de la capacidad de los individuos. Siendo el mérito una combinación de inteligencia y esfuerzo tal y como ya indicara Young “Intelligence and effort together make up merit (I+E=M). The lazy genius is not one”. Este discurso racionalista, que surge en occidente conforme avanza la Edad Contemporánea, se asienta en el imaginario colectivo a medida que va consolidándose la organización de tipo burocrático basada en la especialización en responsabilidades,...
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  • Pedro Mellado

    Doctor en Educación, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y miembro del colectivo DIME

    Al comienzo de la película Puñales por la espalda (2019), un policía interroga a la hija de un multimillonario acerca de la reciente muerte de su padre. En un momento del interrogatorio, la hija espeta al policía «fundé mi empresa desde la nada», a lo que este le responde «igual que su padre». El diálogo condensa en pocos segundos el discurso ideológico neoliberal de la meritocracia, atribuyendo en exclusiva al mérito, la capacidad, el talento y el esfuerzo de los individuos la desigual distribución de la riqueza; olvidando convenientemente las condiciones de partida que han respaldado su éxito. La meritocracia...
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  • José Saturnino Martínez García

    Profesor Titular de Sociología en la Universidad de Laguna, especializado en educación y desigualdad. Desde 2020 es Director de la Agencia Canaria de Calidad Universitaria y Evaluación Educativa

    La idea de meritocracia está firmemente asentada como una condición para una sociedad justa. Las personas con capacidad que se esfuerzan deben ser recompensadas. ¿Vivimos en una sociedad meritocrática? Desde hace tiempo, sabemos que el mejor indicador de éxito educativo de un estudiante es el origen socioeconómico y cultural de la familia. Bien pudiera ser que el talento y la inclinación al esfuerzo se transmitan vía genética, y, por tanto, lejos de preocuparnos por esta reproducción biológica de la desigualdad social, más bien cabría congratularse de lo sabia que es la naturaleza y el buen orden social en el...
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  • ¿Somos desiguales?

    11/05/2023

    José Luis Barba

    Catedrático de Biología y Geología, recién jubilado pero con vinculación oficial al centro educativo como profesor de apoyo

    Me ha parecido muy interesante la reflexión sobre la segregación escolar como motor de desigualdades. Quizá ha faltado un planteamiento inicial: ¿somos desiguales? ¿necesita la sociedad que todos hagamos lo mismo o necesita una gran diversidad para ser eficaz? En el instituto compruebo con frecuencia que gran parte del profesorado tiene en la boca la palabra inclusión, igualdad o términos similares pero luego no le ponen a todos la misma nota, se quejan que algunas familias no son como las otras, que hay alumnado que es muy bueno como delegado o delegada y en cambio otros son eficaces como organizadores...
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  • Juan Carlos Monedero

    Profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Cofundador de Podemos. Presenta el programa En la frontera en Canal Red

    Introducción: ¿de qué hablamos cuando hablamos de meritocracia? La discusión sobre el mérito pivota acerca de su poder social real para dos cosas: acabar o reducir las desigualdades y para reconocer la valía individual. En el desarrollo evolutivo la cooperación y, por tanto, la igualdad ha sido condición de supervivencia; del mismo modo, uno de los deseos más fervientes de los seres humanos es el reconocimiento de los demás. El debate sobre la meritocracia es una discusión principalmente normativa ya que nace del liberalismo (y la confronta el socialismo -entendido como amplia familia de la izquierda-) y tiene una condición performativa,...
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  • Angel Puyol

    Catedrático de Ética en la Universitat Autònoma de Barcelona

    “La meritocracia no es un ideal igualitario. Mientras que la igualdad enfatiza que todos somos iguales, la meritocracia consiste en encontrar al mejor. Su finalidad no es reducir las desigualdades sociales, el espacio que separa a los de arriba de los de abajo, sino encontrar un modo diferente de legitimarlas, un modo nuevo y moderno de acceder a la jerarquía social que sustituya el nacimiento por la capacidad. Se atribuye a Napoleón la sentencia de que “todo soldado francés lleva en su mochila los galones de un mariscal de Francia” para referirse a la posibilidad de que cualquier soldado...
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  • Rosa Almansa

    Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Córdoba y miembro de la asociación Aletheia (https://www.asociacionaletheia.eu/)

    ¿Quién no recuerda los magníficos bajorrelieves asirios de escenas de caza que alberga el Museo Británico? Muestran con elocuencia las grandes habilidades cinegéticas —tan vinculadas a las guerreras— de su temible nobleza. El arte refleja como pocos espejos los considerados méritos propios de las clases dominantes que por la historia han transitado. Pero, oh paradoja, estas cualidades supuestamente superiores y excepcionales han variado con el tiempo. Es cierto que el prestigio de algunas actividades se ha mantenido durante siglos —las militares son un buen ejemplo de ello—, pero a la postre las mutaciones se han ido imponiendo. El mayor...
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  • Xavier Martínez-Celorrio

    Profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona y autor de Educación y movilidad social en España (2012) / @xaviermcelorrio

    La meritocracia es un concepto polémico y anfibio de largo recorrido histórico variando mucho sus significados y apropiaciones en cada momento. Al margen de los antecedentes de la meritocracia como método de selección de altos funcionarios en las cortes europeas y en el mandarinato chino, su sentido moderno nace en 1792 en plena Revolución Francesa cuando el Marqués de Condorcet se dirigió a la Asamblea con estas palabras: “Hemos creído que el poder público debía decir a los ciudadanos pobres: la fortuna de vuestro padres solo os ha podido ofrecer los conocimientos más indispensables pero se os aseguran medios...
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  • Julen Bollain

    Economista e investigador en renta básica

    Antiguamente las desigualdades se fundamentaban en un discurso y en una ideología basada en clases sociales. ¿Consecuencia? Dependiendo de en qué clase social nacieras estabas condenado a ser rico o pobre, a depender de alguien para sobrevivir o poder vivir libremente. Sin embargo, este relato que sustentaba las desigualdades en las diferencias entre clases sociales se rompe a raíz de la Revolución Francesa (1789), cuando cae el Antiguo Régimen y se abre paso la Edad Contemporánea. Este nuevo régimen no permitía hacer “lo de siempre”, por lo que había que buscar nuevos discursos e ideologías que permitieran explicar las...
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  • José Ariza de la Cruz

    Doctorando en Sociología urbana por la UCM

    Es habitual que se ponga en cuestión la meritocracia desde el enfoque familiar. Dado, que, cuanto más ricos sean tus padres, más probabilidades tienes de ser rico, es evidente que el esfuerzo exclusivamente no explica nuestra posición económica. También es habitual que se enfoque desde el punto de vista de las características sociales de la persona. El género o el lugar de nacimiento suponen importantes barreras para lograr una sociedad cuyas recompensas se basen solo en el mérito. No obstante, hay otro elemento sobre el que no se habla tan a menudo: el territorio. Cómo el territorio socava la meritocracia....
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  • Cynthia Martínez Garrido

    Profesora del área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universidad Autónoma de Madrid

    El problema de la segregación escolar es un tema de Derechos Humanos y de Justicia Social cuyas causas son de carácter estructural, afecta al desarrollo de personas concretas y tiene profundas implicaciones para el desarrollo de toda la sociedad. La naturaleza multifactorial del fenómeno de la segregación escolar y las causas que lo provocan e incentivan se articulan en forma de red, como un engranaje interrelacionado en el que no basta actuar sobre uno de los ejes, sino que, como parte de un todo, requiere del diseño de medidas completas para frenarla. La segregación escolar no es un fenómeno que...
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  • Francisco Nunes

    Estudiante de economía en la Universidad Complutense de Madrid y de Matemáticas en la UNED

    En España y el resto del mundo tenemos, desde hace un tiempo, un encendido debate sobre el mérito detrás de la situación económica de los ciudadanos. Por una parte, los sectores más liberales y conservadores defienden que la distribución actual de la riqueza y la renta se debe al mérito de los agentes para conseguir sus posesiones y superarse a sí mismos. Otra visión tienen los socialdemócratas y la izquierda en general, que opinan que los resultados actuales dependen de factores como la desigualdad y las herencias, factores que, a priori, no podemos controlar. ¿Quién de los dos tiene razón?...
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  • Antonio Antón

    Sociólogo y politólogo (profesor de la Universidad Autónoma de Madrid 2003/2022, actualmente jubilado)

    Desde Aristóteles hay que valorar la equidad como proporcionalidad entre mérito y reconocimiento o estatus social y, por tanto, valorar el esfuerzo individual. O sea, la desigualdad de recompensas materiales, socioculturales y simbólicas sería legítima si es por el motivo exclusivo de los distintos méritos individuales en condiciones iguales. Esa legitimidad se ha tergiversado, sobre todo, con el individualismo abstracto neoliberal y el sistema de reparto desigual, con la acumulación de ventajas y desventajas institucionales y estructurales; se reparten desigualmente, haciendo abstracción de las diferentes posiciones de poder, condiciones socioculturales y trayectorias de los individuos y grupos sociales que dificultan...
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  • Francisco Muñoz Gutiérrez

    Pensionista: Epistemólogo, periodista y empresario

    Este debate no puede sustraerse al hecho de que el mérito es un reconocimiento, razón por la que la meritocracia no puede ser ningún principio. Y con respecto a la cuestión de si un reconocimiento es conservador o progresista, la duda es admisible dentro de la cosmología neoliberal, pero sólo tras la incorporación de los socialdemócratas pragmáticos de la tercera vía; nunca antes. En todo caso, la idea de la meritocracia no es más que un recurso legitimador de la estructura jerárquica del orden neoliberal; nunca un principio. Por ejemplo; ¿Tiene sentido el concepto de mérito sin esfuerzo? O dicho...
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  • Pedro González de Molina Soler

    Profesor de Geografía e Historia

    La meritocracia (término proveniente del latín merĭtum ‘debida recompensa’, a su vez de mereri ‘ganar, merecer’; y el sufijo -cracia del griego krátos, o κράτος en griego, ‘poder, fuerza’) como principio ha entrado en una fase de desacralización y de crítica. Ha dejado de ser un concepto considerado como de sentido común, y por consiguiente, sagrado. Esto ha permitido que se realicen críticas hacia este principio. Tal y como expresó Alexis de Tocqueville, la sociedad que se estaba construyendo en el siglo XIX, y de la que somos herederos, tendía hacia la igualdad. Por lo que las desigualdades sociales en...
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  • David De la Rosa

    Orientador educativo en IES Cárbula (Almodóvar del Río, Córdoba). Miembro del Colectivo de Docentes por la Inclusión y Mejora Educativa. @da_dedo https://daviddelarosaedu.wixsite.com/inkludita

    El relato de la meritocracia está suficientemente superado entre los lectores y las lectoras de Espacio Público. No hace falta hacer hincapié de nuevo en los mecanismos con los que cuenta nuestro sistema político, económico y social para que sea la herencia la que permita a los mismos apellidos estar en la cúspide del poder. Como hemos analizado en diversos foros y señala el economista Branko Milanovic aproximadamente un 75 % de los ingresos no dependen en absoluto de variables personales como el esfuerzo, sino de otras de tipo contextual como el lugar donde naces o el código postal en...
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  • Antonio Gómez Villar

    Profesor de Filosofía en la Universitat de Barcelona (UB)

    En 2020 el filósofo Michael Sandel publicaba el ensayo La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común? En él trataba de dar respuesta al porqué del surgimiento de los llamados «populismos autoritarios» y las tonalidades emotivas de odio y resentimiento que los acompañan. Según el autor, tanto las comunidades locales como las nacionales están atravesadas hoy por la dicotomía ganadores/perdedores de la globalización y por el consiguiente distanciamiento social entre ambos. En esta dicotomía, la posibilidad de tener éxito depende de la formación y la educación adquirida, que otorgan la preparación necesaria para poder competir en el...
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  • Daniel Turienzo

    Adscrito en la red educativa española en el exterior (Tangér). Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Madrid

    Albert Arcarons

    Subdirector de la Oficina del Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por el Instituto Universitario Europeo

    En ocasiones, el debate sobre el sistema educativo plantea este como un ente aislado. Sin embargo, la igualdad de oportunidades y la equidad educativa también está en manos de los aciertos en las medidas contra la pobreza y la desigualdad. Las democracias liberales, y específicamente sus sistemas educativos, se basan en una suerte de contractualismo. Un contrato social, en el que se asume que una vez facilitado el acceso al sistema educativo son las decisiones individuales, el talento y el propio esfuerzo lo que determina el resultado. Bajo esta premisa, la igualdad de oportunidades garantizada a través de políticas públicas equipararía las posibilidades de todos. La creencia de que los derechos formales están asegurados, unido a la idealización de que las personas son capaces de sobreponerse a sus condicionantes de origen a través de respuestas individuales, llevan a que en ocasiones no se perciban o se minimicen las barreas que han de afrontar las personas que se encuentran en una situación desfavorecida. Incluso en ocasiones se deja de percibir la pobreza como una problemática real. Si los resultados educativos dependieran únicamente de las características individuales tales como la capacidad o el esfuerzo, estos no diferirían notablemente entre los diferentes grupos sociales. Sin...
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  • José Eduardo Muñoz Negro

    Profesor de Psiquiatría de la Universidad de Granada y médico de la sanidad pública

    Michael J. Sandel en su espléndido La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, previamente a desarrollar las contradicciones democráticas del credencialismo, explica las tres maneras de entrar en las prestigiosas universidades de élite en EEUU: por la puerta delantera aprobando el exigente examen SAT; por la puerta de atrás mediante una poderosa donación; y ¡oh, maravillosa innovación!, la no menos interesante puerta lateral del soborno y del fraude en las puntuaciones de acceso. Además, para desesperación de los amantes de la equidad, la puntuación en el examen SAT ha demostrado ajustarse bastante bien a la renta...
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