La desilusión igualitarista de la meritocracia

  • Angel Puyol

    Angel Puyol

    Catedrático de Ética en la Universitat Autònoma de Barcelona

“La meritocracia no es un ideal igualitario. Mientras que la igualdad enfatiza que todos somos iguales, la meritocracia consiste en encontrar al mejor. Su finalidad no es reducir las desigualdades sociales, el espacio que separa a los de arriba de los de abajo, sino encontrar un modo diferente de legitimarlas, un modo nuevo y moderno de acceder a la jerarquía social que sustituya el nacimiento por la capacidad.

Se atribuye a Napoleón la sentencia de que “todo soldado francés lleva en su mochila los galones de un mariscal de Francia” para referirse a la posibilidad de que cualquier soldado raso, independientemente de su origen social, podía alcanzar en su época los más altos cargos del ejército, sin duda una de las posiciones sociales de mayor poder y prestigio. La promesa que Napoleón lanzó a sus conciudadanos se suele interpretar como el origen del ideal de igualdad de oportunidades, pero el que llegó a ser emperador de Francia no concibió su proclama como una forma de nivelación social, sino como una aspiración a la promoción individual que abandonaba el procedimiento hereditario por el del talento.

Algunos igualitaristas sienten, sin embargo, que la igualdad también puede ser, a pesar de todo, un atributo de la meritocracia. Entienden que, si la meritocracia presupone alguna forma de competición social, la igualdad tiene el encargo de equiparar las condiciones de salida de dicha competición, o incluso de igualar las posibilidades iniciales de alcanzar el éxito social. El problema para los igualitaristas del mérito es que la meritocracia no necesita a la igualdad para lograr su propósito. Le basta con la eficiencia. Si queremos ser eficientes, nos preocuparemos de crear las mejores condiciones para que los más aptos consigan los puestos sociales relevantes. No hace falta invocar a la igualdad para ser meritocrático.

Además, la meritocracia no encarna por sí misma un ideal de justicia si no aceptamos al mismo tiempo que los talentos naturales otorgan a sus propietarios un derecho a conseguir un determinado resultado social, algo que es filosóficamente discutible y que no casa bien con los propósitos de una sociedad comprometida con el valor de la igualdad. A todo esto hay que añadir, por una parte, que la meritocracia no se ha hecho realidad en ningún lugar del mundo, ni siquiera en los países más aparentemente meritocráticos, como los Estados Unidos o Gran Bretaña; y, por otra, que el mérito no está libre de valores tanto en su definición como en su identificación, valores que a menudo acaban coincidiendo con las ideologías dominantes de la sociedad, lo que separa a la meritocracia todavía más, si cabe, del objetivo de reducir la desigualdad social.

Meritocracia al margen, la otra gran concepción de la igualdad de oportunidades, la emancipadora, queda recogida en la prohibición de discriminación y sobre todo en lo que se conoce como la nivelación del terreno de juego de la competición social. Si todos los aspirantes parten de la misma línea de salida, con independencia de su sexo, color de piel, origen social y otras características moralmente irrelevantes, siguiendo la imagen olímpica que todos tenemos de una competición atlética, entonces podremos decir que efectivamente la competición es justa, y las desigualdades que crea también. El problema es que la nivelación del terreno de juego es imposible, sobre todo por la presencia de la familia, la principal fuente de desigualdad social, de modo que las políticas de igualdad de oportunidades educativas son insuficientes para compensar la enorme influencia de la desigual socialización familiar.

Esto enreda a la igualdad de oportunidades en un dilema sin solución. Si no queremos que el destino social de los individuos dependa de una inicial desigualdad de circunstancias, pero tampoco deseamos separar a los hijos de sus familias desde la más tierna infancia, donde ya se producen los primeros y definitivos factores de la desigualdad, tenemos entonces que sacrificar el principio del mérito en el acceso a las posiciones sociales. Puesto que la desigual influencia familiar determina el desarrollo de las capacidades de los competidores sociales, y puesto que esa influencia es contraria a la nivelación del terreno de juego, no hay más remedio que ignorar tales capacidades en el acceso a los empleos, la educación superior o cualquier otra posición social relevante. Es decir, si queremos impedir que la competición social sea injusta, tenemos que dejar de ser meritocráticos, algo que, a todas luces, es contrario a los beneficios de la meritocracia en aquellos ámbitos sociales en que buscamos la excelencia, así como un contrasentido para la concepción de la igualdad de oportunidades que busca armonizar igualdad y meritocracia.

Y lo que es peor: a medida que la igualdad de oportunidades se aleja de la meritocracia, se aproxima peligrosamente a la igualdad de resultados. Un ejemplo lo ilustra con claridad. Imaginemos a una empresa anclada en valores tradicionales, acostumbrada a seleccionar a sus directivos únicamente entre hombres de clase social media y alta. Un equipo asesor con vocación progresista recomienda a los propietarios de la empresa que se adapten a los nuevos tiempos aplicando una moderna política de contratación basada en la igualdad de oportunidades. La empresa, dispuesta a renovar sus viejos valores, acepta de buen grado la recomendación.

En un primer momento, se decide que también las mujeres y, en general, cualquier candidato -incluso los que provienen de clases sociales más bajas- que demuestre que, además de aptitud, posee la imagen de empresa adecuada, podrá acceder a los puestos de dirección. Los asesores están contentos con dicha medida, pero advierten de que todavía hay que dar más pasos para lograr la igualdad de oportunidades.

En un segundo momento, se permite que cualquier aspirante que demuestre el talento necesario para realizar eficazmente el trabajo, independientemente de su imagen personal (su aspecto y su acento), pueda ocupar los puestos de mayor responsabilidad. Aun así, resulta que muchos de los candidatos potenciales no pueden mostrar su verdadero talento debido a que no han tenido la posibilidad de acceder a una formación previa de calidad por diversas razones, entre ellas la falta de oportunidades sociales y educativas. La empresa, entonces, comprometida de lleno con la nueva política de igualdad de oportunidades, decide ofrecer unos cursillos previos de preparación para todo el que desee realizarlos con el fin de que el día de la selección nadie pueda decir que no ha disfrutado de las mismas oportunidades formativas para demostrar su verdadero talento.

No obstante, los promotores de la nueva política recuerdan que no se alcanza una verdadera igualdad de oportunidades hasta que no se igualan o se compensan convenientemente las diferencias genéticas o naturales de los candidatos, ya que tales desigualdades son tan arbitrarias desde un punto de vista moral como las desigualdades sociales. Si nadie merece nacer con Síndrome de Down, tampoco merece nacer con una inteligencia o una salud mayor que los demás. Eso incluye buena parte de las diferencias en el esfuerzo y el trabajo duro de los aspirantes para conseguir el trabajo, ya que dicho esfuerzo depende de algún modo de aspectos biológicos como, por ejemplo, la predisposición natural a una mayor o menor segregación de adrenalina.

En definitiva, la auténtica igualdad de oportunidades, aquella que desea borrar cualquier obstáculo inmerecido de la competición social, acaba exigiendo que se abran las puertas a todos los candidatos sin excepción, independientemente de sus diferencias sociales y naturales, lo que sin duda resulta claramente contradictorio con la idea inicial de seleccionar a los mejores aspirantes o a los más aptos. La igualdad de oportunidades se ha convertido, de esa guisa, en igualdad de resultados, ya que resulta prácticamente imposible justificar cualquier diferencia moralmente legítima que desiguale las oportunidades de acceso entre los individuos. Si la concepción meritocrática produce enormes desigualdades y si la concepción emancipadora o bien resulta incompatible con la autonomía de la familia o bien se acaba confundiendo con la igualdad de resultados, no se puede sino certificar el fiasco de la igualdad liberal de oportunidades. (…)

En conclusión: la igualdad liberal de oportunidades es un ideal fracasado. En su sentido meritocrático, permite más desigualdades de las que en realidad quiere eliminar. El sueño americano del hombre que se hace a sí mismo o la promesa napoleónica de que todos pueden alcanzar la elite social no representan un compromiso con la igualdad, sino con la jerarquía, sólo que ahora se sustituye el inmovilismo social por la ley del más apto. Y, en su versión emancipadora, la igualdad de oportunidades es víctima de una contradicción insuperable: cuanto más se compromete con la nivelación del terreno de juego, más se confunde con la igualdad de resultados.

Llegados a este punto, lo mejor sería llamar a las cosas por su verdadero nombre. No deseamos igualdad de oportunidades si lo que ambicionamos es meritocracia. Y cuando imploramos igualdad de oportunidades como nivelación del terreno de juego, lo que en realidad buscamos es igualdad de resultados. Ahora bien, existe una igualdad de resultados moralmente atractiva que no tiene nada que ver con la igualdad de renta o con que todo el mundo vaya a la universidad. Esto último sería volver al igualitarismo ciego y uniformador del lecho de Procrustes, además de ignorar los indudables beneficios sociales de la eficiencia en el trabajo y en el ejercicio de las profesiones.

La igualdad de resultados que buscamos, en cambio, debe aplicarse a aquellos resultados sociales cuya desigualdad es, en sí misma, la prueba de que no ha habido oportunidades equitativas. Si no existe paridad de sexos en el ejercicio del poder, si la desigualdad de salud y de esperanza de vida se explica fundamentalmente por razones socioeconómicas, si los jóvenes no alcanzan el máximo nivel formativo adecuado a sus capacidades, si persiste el fracaso escolar, si la pobreza y las víctimas de la violencia tienen mayoritariamente nombre de mujer, si los discapacitados no alcanzan parecidas cotas de bienestar material y social que el resto de la población, si no se producen resultados iguales en esos ámbitos sociales y otros similares, la igualdad de oportunidades es, y seguirá siendo, un sueño.”

Notas:

Extracto de la “Introducción” en A. Puyol, El sueño de la igualdad de oportunidades. Crítica de la ideología meritocrática, Barcelona: Gedisa, 2010.

Otras intervenciones en el debate

Intervenciones
  • Viviane Ogou Corbi

    Investigadora de las relaciones UE-África y el Sahel

    Hemos comprado un discurso invasivo que nos dice que tenemos que ser mejores unos que otros. Un sistema jerarquizado, basado en el capitalismo racial y con mucha violencia estructural a las comunidades del sur global. Es imposible que exista la meritocracia. Y aunque se diera la igualdad de condiciones, ¿para qué competir? Se trata de organizarnos para tener la mejor gestión social posible.  Es por esto que en este artículo compartiré mi opinión sobre dos temas: el racismo estructural, y como es imposible que las personas racializadas podamos desarrollarnos para competir en igualdad de condiciones. Y por qué deberíamos dejar...
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  • Alberto Sotillos Villalobos

    Sociólogo especializado en Comunicación. Trabaja como analista en prensa escrita, radio y televisión.

    Medir los méritos En la época de la invasión de los másteres, de los postgrados, de los cursos, de los viajes y experiencias enriquecedoras por el mundo y de las innumerables prácticas en empresas, startups y horas gastadas como becarios, la meritocracia pasa a ser tan líquida como la sociedad en su conjunto. Los méritos académicos se han igualado como nunca, hay una exagerada acumulación de títulos que rellenan currículos sin una posible aplicación práctica mientras que los conocimientos más demandados se tienen que aprender de manera autodidacta ya sea con ensayo error o teniendo que buscar vídeos y vídeos en...
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  • José A. Noguera

    Profesor Titular de Sociología en la UAB y director del Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI)

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  • Sergi Raventós

    Director de la Oficina del Plan Piloto para Implementar la Renta Básica Universal de la Generalitat de Catalunya

    No hay duda de que, a día de hoy, se han aportado muchas razones y argumentos en lo que llevamos de debate en estas páginas desde el primer artículo publicado en febrero. Algunas aportaciones han sido francamente muy interesantes y creo que no hace falta seguir redundando en ellas. Quiero traer aquí a colación un par de ejemplos que tal vez pueden ilustrar esta falsa idea preconcebida de la meritocracia de que las recompensas económicas y la asignación de responsabilidades y cargos en nuestras sociedades capitalistas se asignan en función de los méritos individuales. Un ejemplo reciente, de hace unas pocas...
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  • Daniel Gabaldón Estevan

    Profesor Titular Dep. de Sociología y Antropología Social (Universitat de València)

    La promesa meritocrática hace referencia al discurso según el cual la distribución de las posiciones y responsabilidades sociales, y muy especialmente del empleo, se hace en función del mérito y de la capacidad de los individuos. Siendo el mérito una combinación de inteligencia y esfuerzo tal y como ya indicara Young “Intelligence and effort together make up merit (I+E=M). The lazy genius is not one”. Este discurso racionalista, que surge en occidente conforme avanza la Edad Contemporánea, se asienta en el imaginario colectivo a medida que va consolidándose la organización de tipo burocrático basada en la especialización en responsabilidades,...
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  • Pedro Mellado

    Doctor en Educación, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y miembro del colectivo DIME

    Al comienzo de la película Puñales por la espalda (2019), un policía interroga a la hija de un multimillonario acerca de la reciente muerte de su padre. En un momento del interrogatorio, la hija espeta al policía «fundé mi empresa desde la nada», a lo que este le responde «igual que su padre». El diálogo condensa en pocos segundos el discurso ideológico neoliberal de la meritocracia, atribuyendo en exclusiva al mérito, la capacidad, el talento y el esfuerzo de los individuos la desigual distribución de la riqueza; olvidando convenientemente las condiciones de partida que han respaldado su éxito. La meritocracia...
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  • José Saturnino Martínez García

    Profesor Titular de Sociología en la Universidad de Laguna, especializado en educación y desigualdad. Desde 2020 es Director de la Agencia Canaria de Calidad Universitaria y Evaluación Educativa

    La idea de meritocracia está firmemente asentada como una condición para una sociedad justa. Las personas con capacidad que se esfuerzan deben ser recompensadas. ¿Vivimos en una sociedad meritocrática? Desde hace tiempo, sabemos que el mejor indicador de éxito educativo de un estudiante es el origen socioeconómico y cultural de la familia. Bien pudiera ser que el talento y la inclinación al esfuerzo se transmitan vía genética, y, por tanto, lejos de preocuparnos por esta reproducción biológica de la desigualdad social, más bien cabría congratularse de lo sabia que es la naturaleza y el buen orden social en el...
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  • ¿Somos desiguales?

    11/05/2023

    José Luis Barba

    Catedrático de Biología y Geología, recién jubilado pero con vinculación oficial al centro educativo como profesor de apoyo

    Me ha parecido muy interesante la reflexión sobre la segregación escolar como motor de desigualdades. Quizá ha faltado un planteamiento inicial: ¿somos desiguales? ¿necesita la sociedad que todos hagamos lo mismo o necesita una gran diversidad para ser eficaz? En el instituto compruebo con frecuencia que gran parte del profesorado tiene en la boca la palabra inclusión, igualdad o términos similares pero luego no le ponen a todos la misma nota, se quejan que algunas familias no son como las otras, que hay alumnado que es muy bueno como delegado o delegada y en cambio otros son eficaces como organizadores...
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  • Juan Carlos Monedero

    Profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Cofundador de Podemos.

    Introducción: ¿de qué hablamos cuando hablamos de meritocracia? La discusión sobre el mérito pivota acerca de su poder social real para dos cosas: acabar o reducir las desigualdades y para reconocer la valía individual. En el desarrollo evolutivo la cooperación y, por tanto, la igualdad ha sido condición de supervivencia; del mismo modo, uno de los deseos más fervientes de los seres humanos es el reconocimiento de los demás. El debate sobre la meritocracia es una discusión principalmente normativa ya que nace del liberalismo (y la confronta el socialismo -entendido como amplia familia de la izquierda-) y tiene una condición performativa,...
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  • Angel Puyol

    Catedrático de Ética en la Universitat Autònoma de Barcelona

    “La meritocracia no es un ideal igualitario. Mientras que la igualdad enfatiza que todos somos iguales, la meritocracia consiste en encontrar al mejor. Su finalidad no es reducir las desigualdades sociales, el espacio que separa a los de arriba de los de abajo, sino encontrar un modo diferente de legitimarlas, un modo nuevo y moderno de acceder a la jerarquía social que sustituya el nacimiento por la capacidad. Se atribuye a Napoleón la sentencia de que “todo soldado francés lleva en su mochila los galones de un mariscal de Francia” para referirse a la posibilidad de que cualquier soldado...
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  • Rosa Almansa

    Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Córdoba y miembro de la asociación Aletheia (https://www.asociacionaletheia.eu/)

    ¿Quién no recuerda los magníficos bajorrelieves asirios de escenas de caza que alberga el Museo Británico? Muestran con elocuencia las grandes habilidades cinegéticas —tan vinculadas a las guerreras— de su temible nobleza. El arte refleja como pocos espejos los considerados méritos propios de las clases dominantes que por la historia han transitado. Pero, oh paradoja, estas cualidades supuestamente superiores y excepcionales han variado con el tiempo. Es cierto que el prestigio de algunas actividades se ha mantenido durante siglos —las militares son un buen ejemplo de ello—, pero a la postre las mutaciones se han ido imponiendo. El mayor...
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  • Xavier Martínez-Celorrio

    Profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona y autor de Educación y movilidad social en España (2012) / @xaviermcelorrio

    La meritocracia es un concepto polémico y anfibio de largo recorrido histórico variando mucho sus significados y apropiaciones en cada momento. Al margen de los antecedentes de la meritocracia como método de selección de altos funcionarios en las cortes europeas y en el mandarinato chino, su sentido moderno nace en 1792 en plena Revolución Francesa cuando el Marqués de Condorcet se dirigió a la Asamblea con estas palabras: “Hemos creído que el poder público debía decir a los ciudadanos pobres: la fortuna de vuestro padres solo os ha podido ofrecer los conocimientos más indispensables pero se os aseguran medios...
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  • Julen Bollain

    Economista e investigador en renta básica

    Antiguamente las desigualdades se fundamentaban en un discurso y en una ideología basada en clases sociales. ¿Consecuencia? Dependiendo de en qué clase social nacieras estabas condenado a ser rico o pobre, a depender de alguien para sobrevivir o poder vivir libremente. Sin embargo, este relato que sustentaba las desigualdades en las diferencias entre clases sociales se rompe a raíz de la Revolución Francesa (1789), cuando cae el Antiguo Régimen y se abre paso la Edad Contemporánea. Este nuevo régimen no permitía hacer “lo de siempre”, por lo que había que buscar nuevos discursos e ideologías que permitieran explicar las...
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  • José Ariza de la Cruz

    Doctorando en Sociología urbana por la UCM

    Es habitual que se ponga en cuestión la meritocracia desde el enfoque familiar. Dado, que, cuanto más ricos sean tus padres, más probabilidades tienes de ser rico, es evidente que el esfuerzo exclusivamente no explica nuestra posición económica. También es habitual que se enfoque desde el punto de vista de las características sociales de la persona. El género o el lugar de nacimiento suponen importantes barreras para lograr una sociedad cuyas recompensas se basen solo en el mérito. No obstante, hay otro elemento sobre el que no se habla tan a menudo: el territorio. Cómo el territorio socava la meritocracia....
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  • Cynthia Martínez Garrido

    Profesora del área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universidad Autónoma de Madrid

    El problema de la segregación escolar es un tema de Derechos Humanos y de Justicia Social cuyas causas son de carácter estructural, afecta al desarrollo de personas concretas y tiene profundas implicaciones para el desarrollo de toda la sociedad. La naturaleza multifactorial del fenómeno de la segregación escolar y las causas que lo provocan e incentivan se articulan en forma de red, como un engranaje interrelacionado en el que no basta actuar sobre uno de los ejes, sino que, como parte de un todo, requiere del diseño de medidas completas para frenarla. La segregación escolar no es un fenómeno que...
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  • Francisco Nunes

    Estudiante de economía en la Universidad Complutense de Madrid y de Matemáticas en la UNED

    En España y el resto del mundo tenemos, desde hace un tiempo, un encendido debate sobre el mérito detrás de la situación económica de los ciudadanos. Por una parte, los sectores más liberales y conservadores defienden que la distribución actual de la riqueza y la renta se debe al mérito de los agentes para conseguir sus posesiones y superarse a sí mismos. Otra visión tienen los socialdemócratas y la izquierda en general, que opinan que los resultados actuales dependen de factores como la desigualdad y las herencias, factores que, a priori, no podemos controlar. ¿Quién de los dos tiene razón?...
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  • Antonio Antón

    Sociólogo y politólogo (profesor de la Universidad Autónoma de Madrid 2003/2022, actualmente jubilado)

    Desde Aristóteles hay que valorar la equidad como proporcionalidad entre mérito y reconocimiento o estatus social y, por tanto, valorar el esfuerzo individual. O sea, la desigualdad de recompensas materiales, socioculturales y simbólicas sería legítima si es por el motivo exclusivo de los distintos méritos individuales en condiciones iguales. Esa legitimidad se ha tergiversado, sobre todo, con el individualismo abstracto neoliberal y el sistema de reparto desigual, con la acumulación de ventajas y desventajas institucionales y estructurales; se reparten desigualmente, haciendo abstracción de las diferentes posiciones de poder, condiciones socioculturales y trayectorias de los individuos y grupos sociales que dificultan...
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  • Francisco Muñoz Gutiérrez

    Pensionista: Epistemólogo, periodista y empresario

    Este debate no puede sustraerse al hecho de que el mérito es un reconocimiento, razón por la que la meritocracia no puede ser ningún principio. Y con respecto a la cuestión de si un reconocimiento es conservador o progresista, la duda es admisible dentro de la cosmología neoliberal, pero sólo tras la incorporación de los socialdemócratas pragmáticos de la tercera vía; nunca antes. En todo caso, la idea de la meritocracia no es más que un recurso legitimador de la estructura jerárquica del orden neoliberal; nunca un principio. Por ejemplo; ¿Tiene sentido el concepto de mérito sin esfuerzo? O dicho...
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  • Pedro González de Molina Soler

    Profesor de Geografía e Historia

    La meritocracia (término proveniente del latín merĭtum ‘debida recompensa’, a su vez de mereri ‘ganar, merecer’; y el sufijo -cracia del griego krátos, o κράτος en griego, ‘poder, fuerza’) como principio ha entrado en una fase de desacralización y de crítica. Ha dejado de ser un concepto considerado como de sentido común, y por consiguiente, sagrado. Esto ha permitido que se realicen críticas hacia este principio. Tal y como expresó Alexis de Tocqueville, la sociedad que se estaba construyendo en el siglo XIX, y de la que somos herederos, tendía hacia la igualdad. Por lo que las desigualdades sociales en...
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  • David De la Rosa

    Orientador educativo en IES Cárbula (Almodóvar del Río, Córdoba). Miembro del Colectivo de Docentes por la Inclusión y Mejora Educativa. @da_dedo https://daviddelarosaedu.wixsite.com/inkludita

    El relato de la meritocracia está suficientemente superado entre los lectores y las lectoras de Espacio Público. No hace falta hacer hincapié de nuevo en los mecanismos con los que cuenta nuestro sistema político, económico y social para que sea la herencia la que permita a los mismos apellidos estar en la cúspide del poder. Como hemos analizado en diversos foros y señala el economista Branko Milanovic aproximadamente un 75 % de los ingresos no dependen en absoluto de variables personales como el esfuerzo, sino de otras de tipo contextual como el lugar donde naces o el código postal en...
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  • Antonio Gómez Villar

    Profesor de Filosofía en la Universitat de Barcelona (UB)

    En 2020 el filósofo Michael Sandel publicaba el ensayo La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común? En él trataba de dar respuesta al porqué del surgimiento de los llamados «populismos autoritarios» y las tonalidades emotivas de odio y resentimiento que los acompañan. Según el autor, tanto las comunidades locales como las nacionales están atravesadas hoy por la dicotomía ganadores/perdedores de la globalización y por el consiguiente distanciamiento social entre ambos. En esta dicotomía, la posibilidad de tener éxito depende de la formación y la educación adquirida, que otorgan la preparación necesaria para poder competir en el...
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  • Daniel Turienzo

    Adscrito en la red educativa española en el exterior (Tangér). Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Madrid

    Albert Arcarons

    Subdirector de la Oficina del Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por el Instituto Universitario Europeo

    En ocasiones, el debate sobre el sistema educativo plantea este como un ente aislado. Sin embargo, la igualdad de oportunidades y la equidad educativa también está en manos de los aciertos en las medidas contra la pobreza y la desigualdad. Las democracias liberales, y específicamente sus sistemas educativos, se basan en una suerte de contractualismo. Un contrato social, en el que se asume que una vez facilitado el acceso al sistema educativo son las decisiones individuales, el talento y el propio esfuerzo lo que determina el resultado. Bajo esta premisa, la igualdad de oportunidades garantizada a través de políticas públicas equipararía las posibilidades de todos. La creencia de que los derechos formales están asegurados, unido a la idealización de que las personas son capaces de sobreponerse a sus condicionantes de origen a través de respuestas individuales, llevan a que en ocasiones no se perciban o se minimicen las barreas que han de afrontar las personas que se encuentran en una situación desfavorecida. Incluso en ocasiones se deja de percibir la pobreza como una problemática real. Si los resultados educativos dependieran únicamente de las características individuales tales como la capacidad o el esfuerzo, estos no diferirían notablemente entre los diferentes grupos sociales. Sin...
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  • José Eduardo Muñoz Negro

    Profesor de Psiquiatría de la Universidad de Granada y médico de la sanidad pública

    Michael J. Sandel en su espléndido La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, previamente a desarrollar las contradicciones democráticas del credencialismo, explica las tres maneras de entrar en las prestigiosas universidades de élite en EEUU: por la puerta delantera aprobando el exigente examen SAT; por la puerta de atrás mediante una poderosa donación; y ¡oh, maravillosa innovación!, la no menos interesante puerta lateral del soborno y del fraude en las puntuaciones de acceso. Además, para desesperación de los amantes de la equidad, la puntuación en el examen SAT ha demostrado ajustarse bastante bien a la renta...
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