¿Qué podría justificar la meritocracia (si algo pudiera hacerlo)?

  • José A. Noguera

    José A. Noguera

    Profesor Titular de Sociología en la UAB y director del Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI)

La meritocracia es una de las ideas normativas que más pasiones despiertan y que más debate han generado en nuestro país durante el último año, siendo uno de sus principales detonantes el informe del Future Policy Lab publicado bajo el deliberadamente provocador rótulo de Derribando el dique de la meritocracia. La popularidad social y política de la idea, incluso en algunos ámbitos académicos, contrasta con el amplio consenso en la filosofía política rigurosa de las últimas décadas que no se toma nada en serio el “ideal meritocrático” como principio aceptable de justicia distributiva y de diseño institucional, generalizable en sociedades mínimamente complejas.

Un concepto vacío

El Nobel de economía Amartya Sen lo resumía así en un texto seminal: “la idea de meritocracia puede tener muchas virtudes, pero la claridad no es una de ellas”. En efecto, lo que constituya o no un “mérito” a efectos de justicia distributiva puede ser, a priori, cualquier cosa, y, por esa razón, la “meritocracia” sin más es un ideal informativamente vacío. El debate real se encuentra en el lugar de donde nunca salió: en qué teoría de la justicia distributiva es más sólida. No todas ellas se basan en un patrón con la forma “a cada cual según su….” (rellene la línea de puntos con su “mérito” o combinación de “méritos” preferida): de hecho, las más aceptadas, como la familia de teorías liberales igualitaristas que parten de Rawls, no lo hacen en absoluto.

Para aplicar alguna “meritocracia”, por tanto, se requeriría un muy improbable acuerdo social sobre qué “méritos” deberían ser usados para asignar dotaciones de recursos, posiciones sociales y recompensas diferenciales. Cualquiera que haya estado en una comisión o tribunal de selección sabe lo complicado que es ponerse de acuerdo en los criterios de evaluación y su ponderación, pues el diablo está en los mínimos detalles, y eso incluso en contextos donde se presume un alto grado de consenso y un elevado componente “técnico” de las decisiones.

La “meritocracia”, por tanto, solo puede ser una herramienta instrumental para conseguir algo que previamente se ha considerado como “bueno”, pero, sin especificar y justificar ese algo, es un significante vacío que puede encubrir cualquier cosa.

Incluso definiciones vagas del ideal que apelan a conceptos como “el esfuerzo”, “el talento”, “la inteligencia” o incluso “la movilidad social” son completamente vacías si no se especifica el para qué se utilizarán o en qué se aplicarán tales rasgos individuales o sociales. Obsérvese la posible paradoja: si el objetivo valorado socialmente fuese la igualdad distributiva, entonces el mérito que habría que premiar sería el de fomentar distribuciones más igualitarias, con lo cual la idea misma de “recompensas” que reintroduzcan desigualdad quedaría cortocircuitada.

Un ideal intransitable

El segundo gran problema del ideal meritocrático se resume también fácilmente: en las versiones más “aceptables” sobre cómo concretarlo, es intransitable en términos de diseño institucional. No es ya que la meritocracia no exista en las sociedades conocidas (incluso las más justas y democráticas), como admiten incluso sus más acérrimos defensores; es que no puede existir, porque implementarla nos conduce a problemas sociales e informacionales irresolubles.

En primer lugar, incluso si pudiera llegarse a un consenso al respecto, los “méritos” relevantes no serían en muchísimos casos directamente observables, a riesgo de subvertir precisamente aquello que defienden la mayoría de los creyentes en la meritocracia: no puede tratarse de recompensar cosas observables como la pigmentación de la piel, la altura o la corpulencia física, sino cosas inobservables directamente como el esfuerzo, el talento o algunas cualidades personales y/o morales.

En segundo lugar, y en consecuencia, se debería establecer un sistema de indicadores indirectos o proxies que “estimasen” esos “méritos”, así como un sistema de ponderación para determinar qué peso tendría cada uno de ellos para qué tipo de recompensas o posiciones; en algunos casos, cuando se trate de tareas que requieren cualificaciones técnicas muy precisas, esto último puede ser relativamente fácil, pero quien intentase generalizar este método al conjunto de recompensas, posiciones y dotaciones sociales acabaría naufragando en un mar de inconsistencias (algo que ya vislumbraba Marx cuando defendía su propio criterio meritocrático de “a cada cual según su trabajo”, y a lo que se enfrentaría cualquier idea de atribuir “productividad marginal” a todas las personas físicas).

En tercer lugar, se deberían también determinar de manera no arbitraria las recompensas “justas” que correspondan a las diversas combinaciones de “méritos”, cada uno en su cantidad, que puedan demostrar los individuos en este “concurso”. Como hemos dicho antes, los académicos conocemos bien la historia: jugando con la baremación y la ponderación, y con diferentes interpretaciones de lo que “cuenta como” un “mérito” mayor que otro en cada criterio de evaluación, se puede llegar a resultados absolutamente dispares, que habitualmente solo pueden encontrar justificaciones ad hoc. Imaginen esto a escala societal.

Los problemas de implementar un sistema “meritocrático” a escala social a menudo acaban llevando a muchos defensores de la “meritocracia” a argumentos completamente circulares, que en lugar de determinar recompensas en base a “méritos”, atribuyen “méritos” ad hoc en base a las recompensas socialmente existentes. Incluso algunas teorías en ciencias sociales, como de la estratificación social de K. Davis y W.E. Moore, han caído en esta falacia funcionalista: las recompensas serían como son porque son las que aseguran la eficiencia en el logro de los objetivos socialmente valorados, y eso lo sabemos… porque en caso contrario no existirían esas recompensas (¡). Las investigaciones más recientes sobre estratificación, rentas de posición, jerarquías de estatus y ventajas sociales cumulativas (que muestran el clásico “efecto Mateo”: al que más tiene, más se le dará) han derruido sin remedio esas concepciones.

Resulta por todo ello curioso que, incluso estando de acuerdo en que una sociedad auténticamente meritocrática no ha existido nunca ni probablemente pueda existir, haya personas académicamente muy formadas que sigan defendiéndola normativamente, cuando no aplicarían esa lógica a otros principios similarmente impracticables de los que dirían que, por mucho atractivo teórico que puedan tener, su carácter utópico los hace indefendibles.

Hay sin embargo una defensa que llamaría cínica de esa falsa “meritocracia”, perfectamente ejemplificada en argumentaciones como la de Estefanía Molina en “El pijerío contra la meritocracia”: aunque todo lo anterior sea cierto, es mejor no decírselo a los injustamente tratados por ese sistema, porque entonces seguro que van a “esforzarse” menos; es mejor no decirle a los corredores que la carrera está trucada, porque entonces no correrán tanto como si creyeran que es justa, o dejarán de participar en la misma. En el fondo, no se trata sino de la enésima reproducción de la leyenda del Gran Inquisidor de Dostoievski: no le digas la verdad a la gente, porque no podrá soportarla, cuestionarán el orden establecido y sobrevendrá el caos. Un mantra conservador de todas las épocas.

Un ideal normativamente defectuoso

Pero la meritocracia se defiende a menudo no solo de forma instrumental, sino también normativa. Y, en este sentido, a los creyentes en este ideal puede importarles poco que ni exista ni pueda existir: pueden contraargumentar, y así lo hacen habitualmente, que a pesar de todo la sociedad debería ser todo lo meritocrática que fuese posible. Y no por motivos exclusivamente instrumentales (para lograr determinados objetivos socialmente valiosos), sino porque determinadas cualidades o acciones generan un “derecho” por el cual quienes poseen esas cualidades o ejecutan esas acciones “merecen” la recompensa que reciben. Nuevamente, eso nos remite a la determinación de cuáles son esas cualidades o acciones de modo justificable, concreto y observable.

Sin embargo, lo cierto es que una sociedad basada en la meritocracia tendría un aspecto bastante indeseable si pensamos con detenimiento en las consecuencias de la aplicación coherente de dicho ideal (al menos como es definido habitualmente, en términos de la ecuación del creador del término, Michael Young: mérito = esfuerzo + IQ). ¿Sería justo o equitativo recompensar y adscribir posiciones sociales en base a talentos naturales heredados por constitución genética? ¿Sería socialmente aceptable dejar de lado, estigmatizar y excluir de cualquier recompensa o recurso a quienes, por las razones que sean, no puedan reunir “méritos” suficientes tal y como hayan sido definidos socialmente? ¿Por qué son justas unas u otras recompensas, más allá de que se sostenga que son instrumentalmente adecuadas para lograr ciertos objetivos sociales? Incluso aunque esos objetivos pudieran ser consensuados y moralmente intachables, el enfoque basado en los incentivos al mérito es auto-contradictorio si se defiende como principio moral, porque presupone que la motivación del premiado es extrínseca: si el incentivo funciona, es precisamente porque la motivación no es intrínseca, y por tanto, no moralmente es “meritoria”.

Una mala teoría de la justicia distributiva

Que la meritocracia así entendida no sea una buena teoría de la justicia distributiva, por supuesto, no implica que no hayan podido existir teorías y prácticas aun peores, como, por ejemplo, un principio de asignación por adscripción, como en sociedades de castas, estamentales, aristocráticas, patriarcales, o racistas. Sin embargo, los defensores de la meritocracia aducen la comparación con estas sociedades como si eso obligase a defender la meritocracia, so pena de estar convalidando alguno de esos principios. Eso es, obviamente, una falacia tan burda como la de pretender que si sostienes que el Estado del bienestar socialdemócrata es mejor que el capitalismo del laissez faire, entonces estás convalidando el feudalismo o el esclavismo.

Creo que es obvio para quien se siente a pensar todo esto cinco minutos que la meritocracia así entendida no es un principio de asignación y distribución generalizable en una sociedad compleja. Fuera de algunos contextos muy específicos, con un fuerte componente técnico, y con una evidencia rock-solid (que rara vez existe) sobre qué recompensas funcionan mejor para obtener los resultados socialmente buscados, un principio de diseño meritocrático fracasará estrepitosamente y acabará por encubrir otro tipo de prácticas de asignación y distribución completamente arbitrarias o que responden a otros criterios ocultos bajo una apariencia “meritocrática”.

Otras intervenciones en el debate

Intervenciones
  • Viviane Ogou Corbi

    Investigadora de las relaciones UE-África y el Sahel

    Hemos comprado un discurso invasivo que nos dice que tenemos que ser mejores unos que otros. Un sistema jerarquizado, basado en el capitalismo racial y con mucha violencia estructural a las comunidades del sur global. Es imposible que exista la meritocracia. Y aunque se diera la igualdad de condiciones, ¿para qué competir? Se trata de organizarnos para tener la mejor gestión social posible.  Es por esto que en este artículo compartiré mi opinión sobre dos temas: el racismo estructural, y como es imposible que las personas racializadas podamos desarrollarnos para competir en igualdad de condiciones. Y por qué deberíamos dejar...
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  • Alberto Sotillos Villalobos

    Sociólogo especializado en Comunicación. Trabaja como analista en prensa escrita, radio y televisión.

    Medir los méritos En la época de la invasión de los másteres, de los postgrados, de los cursos, de los viajes y experiencias enriquecedoras por el mundo y de las innumerables prácticas en empresas, startups y horas gastadas como becarios, la meritocracia pasa a ser tan líquida como la sociedad en su conjunto. Los méritos académicos se han igualado como nunca, hay una exagerada acumulación de títulos que rellenan currículos sin una posible aplicación práctica mientras que los conocimientos más demandados se tienen que aprender de manera autodidacta ya sea con ensayo error o teniendo que buscar vídeos y vídeos en...
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  • José A. Noguera

    Profesor Titular de Sociología en la UAB y director del Grupo de Sociología Analítica y Diseño Institucional (GSADI)

    La meritocracia es una de las ideas normativas que más pasiones despiertan y que más debate han generado en nuestro país durante el último año, siendo uno de sus principales detonantes el informe del Future Policy Lab publicado bajo el deliberadamente provocador rótulo de Derribando el dique de la meritocracia. La popularidad social y política de la idea, incluso en algunos ámbitos académicos, contrasta con el amplio consenso en la filosofía política rigurosa de las últimas décadas que no se toma nada en serio el “ideal meritocrático” como principio aceptable de justicia distributiva y de diseño institucional, generalizable en...
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  • Sergi Raventós

    Director de la Oficina del Plan Piloto para Implementar la Renta Básica Universal de la Generalitat de Catalunya

    No hay duda de que, a día de hoy, se han aportado muchas razones y argumentos en lo que llevamos de debate en estas páginas desde el primer artículo publicado en febrero. Algunas aportaciones han sido francamente muy interesantes y creo que no hace falta seguir redundando en ellas. Quiero traer aquí a colación un par de ejemplos que tal vez pueden ilustrar esta falsa idea preconcebida de la meritocracia de que las recompensas económicas y la asignación de responsabilidades y cargos en nuestras sociedades capitalistas se asignan en función de los méritos individuales. Un ejemplo reciente, de hace unas pocas...
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  • Daniel Gabaldón Estevan

    Profesor Titular Dep. de Sociología y Antropología Social (Universitat de València)

    La promesa meritocrática hace referencia al discurso según el cual la distribución de las posiciones y responsabilidades sociales, y muy especialmente del empleo, se hace en función del mérito y de la capacidad de los individuos. Siendo el mérito una combinación de inteligencia y esfuerzo tal y como ya indicara Young “Intelligence and effort together make up merit (I+E=M). The lazy genius is not one”. Este discurso racionalista, que surge en occidente conforme avanza la Edad Contemporánea, se asienta en el imaginario colectivo a medida que va consolidándose la organización de tipo burocrático basada en la especialización en responsabilidades,...
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  • Pedro Mellado

    Doctor en Educación, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y miembro del colectivo DIME

    Al comienzo de la película Puñales por la espalda (2019), un policía interroga a la hija de un multimillonario acerca de la reciente muerte de su padre. En un momento del interrogatorio, la hija espeta al policía «fundé mi empresa desde la nada», a lo que este le responde «igual que su padre». El diálogo condensa en pocos segundos el discurso ideológico neoliberal de la meritocracia, atribuyendo en exclusiva al mérito, la capacidad, el talento y el esfuerzo de los individuos la desigual distribución de la riqueza; olvidando convenientemente las condiciones de partida que han respaldado su éxito. La meritocracia...
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  • José Saturnino Martínez García

    Profesor Titular de Sociología en la Universidad de Laguna, especializado en educación y desigualdad. Desde 2020 es Director de la Agencia Canaria de Calidad Universitaria y Evaluación Educativa

    La idea de meritocracia está firmemente asentada como una condición para una sociedad justa. Las personas con capacidad que se esfuerzan deben ser recompensadas. ¿Vivimos en una sociedad meritocrática? Desde hace tiempo, sabemos que el mejor indicador de éxito educativo de un estudiante es el origen socioeconómico y cultural de la familia. Bien pudiera ser que el talento y la inclinación al esfuerzo se transmitan vía genética, y, por tanto, lejos de preocuparnos por esta reproducción biológica de la desigualdad social, más bien cabría congratularse de lo sabia que es la naturaleza y el buen orden social en el...
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  • ¿Somos desiguales?

    11/05/2023

    José Luis Barba

    Catedrático de Biología y Geología, recién jubilado pero con vinculación oficial al centro educativo como profesor de apoyo

    Me ha parecido muy interesante la reflexión sobre la segregación escolar como motor de desigualdades. Quizá ha faltado un planteamiento inicial: ¿somos desiguales? ¿necesita la sociedad que todos hagamos lo mismo o necesita una gran diversidad para ser eficaz? En el instituto compruebo con frecuencia que gran parte del profesorado tiene en la boca la palabra inclusión, igualdad o términos similares pero luego no le ponen a todos la misma nota, se quejan que algunas familias no son como las otras, que hay alumnado que es muy bueno como delegado o delegada y en cambio otros son eficaces como organizadores...
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  • Juan Carlos Monedero

    Profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Cofundador de Podemos. Presenta el programa En la frontera en Canal Red

    Introducción: ¿de qué hablamos cuando hablamos de meritocracia? La discusión sobre el mérito pivota acerca de su poder social real para dos cosas: acabar o reducir las desigualdades y para reconocer la valía individual. En el desarrollo evolutivo la cooperación y, por tanto, la igualdad ha sido condición de supervivencia; del mismo modo, uno de los deseos más fervientes de los seres humanos es el reconocimiento de los demás. El debate sobre la meritocracia es una discusión principalmente normativa ya que nace del liberalismo (y la confronta el socialismo -entendido como amplia familia de la izquierda-) y tiene una condición performativa,...
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  • Angel Puyol

    Catedrático de Ética en la Universitat Autònoma de Barcelona

    “La meritocracia no es un ideal igualitario. Mientras que la igualdad enfatiza que todos somos iguales, la meritocracia consiste en encontrar al mejor. Su finalidad no es reducir las desigualdades sociales, el espacio que separa a los de arriba de los de abajo, sino encontrar un modo diferente de legitimarlas, un modo nuevo y moderno de acceder a la jerarquía social que sustituya el nacimiento por la capacidad. Se atribuye a Napoleón la sentencia de que “todo soldado francés lleva en su mochila los galones de un mariscal de Francia” para referirse a la posibilidad de que cualquier soldado...
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  • Rosa Almansa

    Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad de Córdoba y miembro de la asociación Aletheia (https://www.asociacionaletheia.eu/)

    ¿Quién no recuerda los magníficos bajorrelieves asirios de escenas de caza que alberga el Museo Británico? Muestran con elocuencia las grandes habilidades cinegéticas —tan vinculadas a las guerreras— de su temible nobleza. El arte refleja como pocos espejos los considerados méritos propios de las clases dominantes que por la historia han transitado. Pero, oh paradoja, estas cualidades supuestamente superiores y excepcionales han variado con el tiempo. Es cierto que el prestigio de algunas actividades se ha mantenido durante siglos —las militares son un buen ejemplo de ello—, pero a la postre las mutaciones se han ido imponiendo. El mayor...
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  • Xavier Martínez-Celorrio

    Profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona y autor de Educación y movilidad social en España (2012) / @xaviermcelorrio

    La meritocracia es un concepto polémico y anfibio de largo recorrido histórico variando mucho sus significados y apropiaciones en cada momento. Al margen de los antecedentes de la meritocracia como método de selección de altos funcionarios en las cortes europeas y en el mandarinato chino, su sentido moderno nace en 1792 en plena Revolución Francesa cuando el Marqués de Condorcet se dirigió a la Asamblea con estas palabras: “Hemos creído que el poder público debía decir a los ciudadanos pobres: la fortuna de vuestro padres solo os ha podido ofrecer los conocimientos más indispensables pero se os aseguran medios...
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  • Julen Bollain

    Economista e investigador en renta básica

    Antiguamente las desigualdades se fundamentaban en un discurso y en una ideología basada en clases sociales. ¿Consecuencia? Dependiendo de en qué clase social nacieras estabas condenado a ser rico o pobre, a depender de alguien para sobrevivir o poder vivir libremente. Sin embargo, este relato que sustentaba las desigualdades en las diferencias entre clases sociales se rompe a raíz de la Revolución Francesa (1789), cuando cae el Antiguo Régimen y se abre paso la Edad Contemporánea. Este nuevo régimen no permitía hacer “lo de siempre”, por lo que había que buscar nuevos discursos e ideologías que permitieran explicar las...
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  • José Ariza de la Cruz

    Doctorando en Sociología urbana por la UCM

    Es habitual que se ponga en cuestión la meritocracia desde el enfoque familiar. Dado, que, cuanto más ricos sean tus padres, más probabilidades tienes de ser rico, es evidente que el esfuerzo exclusivamente no explica nuestra posición económica. También es habitual que se enfoque desde el punto de vista de las características sociales de la persona. El género o el lugar de nacimiento suponen importantes barreras para lograr una sociedad cuyas recompensas se basen solo en el mérito. No obstante, hay otro elemento sobre el que no se habla tan a menudo: el territorio. Cómo el territorio socava la meritocracia....
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  • Cynthia Martínez Garrido

    Profesora del área de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación de la Universidad Autónoma de Madrid

    El problema de la segregación escolar es un tema de Derechos Humanos y de Justicia Social cuyas causas son de carácter estructural, afecta al desarrollo de personas concretas y tiene profundas implicaciones para el desarrollo de toda la sociedad. La naturaleza multifactorial del fenómeno de la segregación escolar y las causas que lo provocan e incentivan se articulan en forma de red, como un engranaje interrelacionado en el que no basta actuar sobre uno de los ejes, sino que, como parte de un todo, requiere del diseño de medidas completas para frenarla. La segregación escolar no es un fenómeno que...
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  • Francisco Nunes

    Estudiante de economía en la Universidad Complutense de Madrid y de Matemáticas en la UNED

    En España y el resto del mundo tenemos, desde hace un tiempo, un encendido debate sobre el mérito detrás de la situación económica de los ciudadanos. Por una parte, los sectores más liberales y conservadores defienden que la distribución actual de la riqueza y la renta se debe al mérito de los agentes para conseguir sus posesiones y superarse a sí mismos. Otra visión tienen los socialdemócratas y la izquierda en general, que opinan que los resultados actuales dependen de factores como la desigualdad y las herencias, factores que, a priori, no podemos controlar. ¿Quién de los dos tiene razón?...
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  • Antonio Antón

    Sociólogo y politólogo (profesor de la Universidad Autónoma de Madrid 2003/2022, actualmente jubilado)

    Desde Aristóteles hay que valorar la equidad como proporcionalidad entre mérito y reconocimiento o estatus social y, por tanto, valorar el esfuerzo individual. O sea, la desigualdad de recompensas materiales, socioculturales y simbólicas sería legítima si es por el motivo exclusivo de los distintos méritos individuales en condiciones iguales. Esa legitimidad se ha tergiversado, sobre todo, con el individualismo abstracto neoliberal y el sistema de reparto desigual, con la acumulación de ventajas y desventajas institucionales y estructurales; se reparten desigualmente, haciendo abstracción de las diferentes posiciones de poder, condiciones socioculturales y trayectorias de los individuos y grupos sociales que dificultan...
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  • Francisco Muñoz Gutiérrez

    Pensionista: Epistemólogo, periodista y empresario

    Este debate no puede sustraerse al hecho de que el mérito es un reconocimiento, razón por la que la meritocracia no puede ser ningún principio. Y con respecto a la cuestión de si un reconocimiento es conservador o progresista, la duda es admisible dentro de la cosmología neoliberal, pero sólo tras la incorporación de los socialdemócratas pragmáticos de la tercera vía; nunca antes. En todo caso, la idea de la meritocracia no es más que un recurso legitimador de la estructura jerárquica del orden neoliberal; nunca un principio. Por ejemplo; ¿Tiene sentido el concepto de mérito sin esfuerzo? O dicho...
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  • Pedro González de Molina Soler

    Profesor de Geografía e Historia

    La meritocracia (término proveniente del latín merĭtum ‘debida recompensa’, a su vez de mereri ‘ganar, merecer’; y el sufijo -cracia del griego krátos, o κράτος en griego, ‘poder, fuerza’) como principio ha entrado en una fase de desacralización y de crítica. Ha dejado de ser un concepto considerado como de sentido común, y por consiguiente, sagrado. Esto ha permitido que se realicen críticas hacia este principio. Tal y como expresó Alexis de Tocqueville, la sociedad que se estaba construyendo en el siglo XIX, y de la que somos herederos, tendía hacia la igualdad. Por lo que las desigualdades sociales en...
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  • David De la Rosa

    Orientador educativo en IES Cárbula (Almodóvar del Río, Córdoba). Miembro del Colectivo de Docentes por la Inclusión y Mejora Educativa. @da_dedo https://daviddelarosaedu.wixsite.com/inkludita

    El relato de la meritocracia está suficientemente superado entre los lectores y las lectoras de Espacio Público. No hace falta hacer hincapié de nuevo en los mecanismos con los que cuenta nuestro sistema político, económico y social para que sea la herencia la que permita a los mismos apellidos estar en la cúspide del poder. Como hemos analizado en diversos foros y señala el economista Branko Milanovic aproximadamente un 75 % de los ingresos no dependen en absoluto de variables personales como el esfuerzo, sino de otras de tipo contextual como el lugar donde naces o el código postal en...
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  • Antonio Gómez Villar

    Profesor de Filosofía en la Universitat de Barcelona (UB)

    En 2020 el filósofo Michael Sandel publicaba el ensayo La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común? En él trataba de dar respuesta al porqué del surgimiento de los llamados «populismos autoritarios» y las tonalidades emotivas de odio y resentimiento que los acompañan. Según el autor, tanto las comunidades locales como las nacionales están atravesadas hoy por la dicotomía ganadores/perdedores de la globalización y por el consiguiente distanciamiento social entre ambos. En esta dicotomía, la posibilidad de tener éxito depende de la formación y la educación adquirida, que otorgan la preparación necesaria para poder competir en el...
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  • Daniel Turienzo

    Adscrito en la red educativa española en el exterior (Tangér). Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Madrid

    Albert Arcarons

    Subdirector de la Oficina del Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por el Instituto Universitario Europeo

    En ocasiones, el debate sobre el sistema educativo plantea este como un ente aislado. Sin embargo, la igualdad de oportunidades y la equidad educativa también está en manos de los aciertos en las medidas contra la pobreza y la desigualdad. Las democracias liberales, y específicamente sus sistemas educativos, se basan en una suerte de contractualismo. Un contrato social, en el que se asume que una vez facilitado el acceso al sistema educativo son las decisiones individuales, el talento y el propio esfuerzo lo que determina el resultado. Bajo esta premisa, la igualdad de oportunidades garantizada a través de políticas públicas equipararía las posibilidades de todos. La creencia de que los derechos formales están asegurados, unido a la idealización de que las personas son capaces de sobreponerse a sus condicionantes de origen a través de respuestas individuales, llevan a que en ocasiones no se perciban o se minimicen las barreas que han de afrontar las personas que se encuentran en una situación desfavorecida. Incluso en ocasiones se deja de percibir la pobreza como una problemática real. Si los resultados educativos dependieran únicamente de las características individuales tales como la capacidad o el esfuerzo, estos no diferirían notablemente entre los diferentes grupos sociales. Sin...
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  • José Eduardo Muñoz Negro

    Profesor de Psiquiatría de la Universidad de Granada y médico de la sanidad pública

    Michael J. Sandel en su espléndido La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, previamente a desarrollar las contradicciones democráticas del credencialismo, explica las tres maneras de entrar en las prestigiosas universidades de élite en EEUU: por la puerta delantera aprobando el exigente examen SAT; por la puerta de atrás mediante una poderosa donación; y ¡oh, maravillosa innovación!, la no menos interesante puerta lateral del soborno y del fraude en las puntuaciones de acceso. Además, para desesperación de los amantes de la equidad, la puntuación en el examen SAT ha demostrado ajustarse bastante bien a la renta...
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